martes, 29 de mayo de 2012

LAS BRUJAS DE SALEM (1953) de Arthur Miller


En tan sólo dos actos, (en la traducción alemana), Arthur Miller consigue mostrar de forma magistral la naturaleza de la bestia que es la locura colectiva: cómo nace este monstruo, cómo se expande y cómo, únicamente tras haberse saciado de sangre de víctimas inocentes, desaparece. Fíjese bien que hemos escrito “desaparece” y no “muere”. En efecto, la bestia abandona el lugar una vez que este ha quedado desolado sin que se sepa ni cuándo ni dónde, ni siquiera con qué virulencia volverá a aparecer.

En la obra de Miller, Abigail –la sobrina del reverendo Parris-  es la mujer capaz de sugestionar a un pueblo y  a un tribunal afirmando que ha visto a unas cuentas decenas de mujeres del pueblo bailar con el diablo.

La pretensión de Abigail es, por un lado, evitar que la sospecha recaiga sobre ella y sus amigas ya que son ellas las que, en realidad han  bailado en el bosque, y por otro, la de casarse con el doctor Proctor al que ya una vez sedujo. La pasión que siente por él es producto no tanto del amor como del deseo de formar parte del grupo de mujeres respetables del pueblo que no le acepta por su comportamiento libertino. El miedo a ser descubiertas y el rechazo de Procton a sus requerimientos, les lleva a ella y a sus amigas a acusar de brujas a las mujeres más piadosas y buenas de la comunidad, entre las que se encuentra Elizabeth: la esposa de Procton. 
La mentira generará, teniendo en cuenta el tiempo en el que viven, la destrucción de innumerables familias.

La situación para las acusadas es complicada. Si confiesan que son brujas y que han bailado con el diablo serán puestas en libertad aunque expulsadas de la iglesia. Si mantienen su inocencia, serán colgadas.

Para los hombres que han sido inculpados, el tema adquiere una dimensión económica. Tanto si se confiesan inocentes como culpables, les serán confiscados los bienes. Así que uno de ellos –Giles Corey- muere sin decir ni sí ni no, asfixiado por el peso de las piedras pero habiendo salvado el patrimonio para sus hijos.

La locura se adueña de la situación. El juez Danforth no modifica su sentencia a pesar de reconocer que las acusaciones se han basado en  la mentira y el engaño. Teme que si deroga su veredicto de culpabilidad le consideren un juez débil.

Su empeño en aparecer fuerte le lleva a sacrificar a la verdad y con ello a muchos inocentes. En cambio, la auténtica culpable: Abigail, huye en compañía de un hombre, llevándose consigo todos los ahorros de su tío, el pastor Parris, que siempre la había defendido aun sabiendo la verdad del engaño y todo porque él tampoco había sido admitido en la comunidad de respetables. Tal actitud se había debido a que a dicho grupo le interesaba sobre todo el aspecto religioso y no tanto el económico, mientras que al pastor Parris lo que le obsesionaba era una iglesia con ornamentos de oro y un mayor sueldo.

Los inocentes mueren con honor. Los culpables viven sin él. La verdad se descubre antes del sacrificio y se acepta sólo después de que el sacrificio haya tenido lugar.



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En cualquier caso, la locura colectiva se compone siempre de los mismos actores: el que sugestiona, los sugestionados y las personas sobre las cuales recaen la culpa de los problemas y daños que sufre el mundo.

De igual modo, la dinámica se repite una y otra vez: los que sugestionan aparecen gobernados por las bajas pasiones: ya sea por motivos de venganza, de envidia o de miedo.

Dos notas comunes caracterizan a este tipo de individuos: por un lado, poseen el instinto necesario para presentir las inquietudes más profundas e irracionales que una sociedad, por muy abierta y liberal que sea,  alberga en su interior. Por otra, están dotados de la suficiente inteligencia para conseguir sus objetivos haciendo aflorar tales temores a la superficie. En ocasiones, es el miedo a la pobreza, al desempleo y a las enfermedades; en otras –como es el caso que nos ocupa- el terror a lo sobrenatural. Así pues, lo único que varía en función del tiempo y del lugar en que se encuentran son los argumentos que esgrimen para para alcanzar sus propósitos.

Los sugestionados son personas débiles a las cuales no les interesa encontrar la verdad. La verdad exige esfuerzo mental, independencia de juicio y vigor moral para aceptar que a veces nos equivocamos durante la búsqueda de nuestro camino.

Lo que tales sujetos desean es encontrar una explicación a las dificultades que atraviesan. Tal pretensión resultaría comprensible si exigieran que dicha explicación se asentara en la verdad o, al menos, en el sentido común. Pero la naturaleza de la explicación que el monstruo de la locura colectiva requiere es de carácter concreto y humano. De lo que se trata es de encontrar lo antes posible y sin grandes esfuerzos a los culpables. La verdad ocupa un puesto secundario.

Las víctimas son personas inocentes que se han cruzado  por casualidad en la senda del que sugestiona y han sido por una razón u otra presa de su más profundo odio. En general, las víctimas son individuos que sobresalen entre la masa, bien por ser de diferente raza, religión o cultura, bien porque su fuerza de carácter y convicciones independientes les lleva a adoptar comportamientos que no coinciden con los de la mayoría o simplemente, como en la obra que nos ocupa, debido a la posición  que ocupan en la sociedad.

Las posturas que las víctimas suelen adoptar son básicamente tres. Algunas terminan identificándose con las tesis del grupo, aceptan su culpabilidad  y se acogen al sacrificio como modo de expiación de sus culpas. Otras, firman cualquier cosa con tal de conservar la vida. Sólo unas pocas tienen la posibilidad de conseguir huir.



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Cuando la locura colectiva se apropia de un lugar lo único que varían son los argumentos que se aportan para destruir a una persona o a un grupo y las proporciones que tales comportamientos anormales puedan alcanzar: Su mayor expresión es una guerra mundial, la menor: el acoso de un grupo a un solo individuo.



En general, esta última manifestación es la más habitual. El asedio se circunscribe a una o a varias personas de la comunidad en las que sus vidas se desarrollan. Puede aparecer en un colegio, en un barrio o en un pueblo entero. Cuando sus llamas se apagan, deja una sociedad completamente deteriorada. Sin embargo, nadie puede aclarar bien lo sucedido. Las gentes que la han padecido hablan de una fiebre. Muchos no recuerdan bien lo qué ha pasado o qué es lo que ha llevado a desencadenar tal grado de violencia.

Lo mismo sucede con los motivos que se esgrimen cuando se intenta ofrecer una explicación. La furia que se ha desencadenado es totalmente desproporcionada a las razones que se aducen: la(s) víctima(s) tenía(n) un perro, vestía(n) de una determinada manera, recibía(n) demasiadas visitas, era(n) demasiado simpática(s), era(n) demasiado seria(s)...

Tal tipo de violencia colectiva ha seguido conservando sus antiguos rasgos al mismo tiempo que adoptaba otros nuevos. En efecto,  durante la última década ha aparecido un  fenómeno de comportamiento que ha obligado a buscar  un vocablo que lo definiera, ya que  la terminología de las diferentes lenguas no lo contemplaba. En alemán es “mobbing”, en India se le denomina “ragging”, y en España “bullying” y “acoso”, que antes hacía alusión al hostigamiento sexual y ahora incluye el moral.

Este hecho manifiesta la adaptación de la bestia a las nuevas circunstancias. Se ha vuelto más sutil. Ha aprendido que para destruir a una víctima no siempre hace falta derramar sangre. Basta con destruir su alma y ello en épocas que se llaman a sí mismas “laicas”. Como si por no ir a misa los domingos y declararse agnóstico pudiera destruirse la religiosidad, que es inherente al ser humano como tal. Como si unos dioses, axiomas, principios primeros o como se les quiera llamar no pudieran ser sustituidos por otros.

Lo que diferencia este proceder y lo convierte en nuevo es la virulencia  del acoso psicológico y moral al que la víctima es sometida. Se invierte el sentido de sus palabras, se deforman sus pensamientos y sus ideas, se alteran los hechos, las virtudes se convierten en defectos, se obvian sus éxitos, se inventan errores. En definitiva: se transforma y se desfigura el sustrato básico que constituye a dicha persona hasta convertirla en otra completamente distinta, de modo que ni ella misma es capaz de reconocer ni comprender la nueva imagen que de ella le llega del exterior. La persona ha sido vaciada de su propia esencia y lo que queda es un cadáver andante: un zombi.

Y sin embargo, no se ha derramado una sola gota de sangre.

Y sin embargo, no se ha proferido ni un solo insulto.

Las nuevas armas que la bestia ha encontrado son básicamente dos: la primera es el humor, al que ha transformado en burla. En efecto, el instrumento que normalmente sirve para que los seres humanos olviden sus preocupaciones ha sido desfigurado y caricaturizado. El humor ya no muestra las paradojas de la vida de forma que podamos enfrentarnos a la cotidianidad con espíritu ligero. Las nuevas y nuevos “Abigail” lo utilizan para falsear el carácter de determinadas personas, normales a toda vista pero que han tenido la mala suerte de –no se sabe por qué causa- encender en ellos las más oscuras pasiones.

La otra nueva estrategia que la bestia de la locura colectiva ha elaborado es – en tiempos de burbujas-  la de crear una burbuja con un valor moral determinado. Yo conozco al menos cuatro posibilidades: la limpieza, el orden, el silencio y el trabajo. Se trata de tomar un valor cualquiera y convertirlo en “el valor”, de modo que pueda ser empleado como arma destinada a tiranizar al resto de la población.

Un ejemplo que podríamos traer a colación es el del “silencio”. Todos aceptamos, en mayor o menor medida, que el silencio es necesario para trabajar, para estudiar y para meditar y que el ruido es negativo tanto para los oídos como para el bienestar anímico. Pero entre el silencio que posibilita una actividad y el silencio mortecino del cementerio, que indica su absoluta ausencia,  hay una gran diferencia. Lo fundamental en el ejemplo que nos ocupa  es que los obsesos del silencio suelen amar el silencio por el silencio mismo y  en vez de usarlo para  desarrollar su espíritu, lo utilizan como excusa para ocultar la amargura de su corazón impidiendo que los hombres felices se relacionen con sus amigos, los niños jueguen por los jardines, y los enamorados se maten a gritos antes de comerse a besos. Lo mismo sucede con los otros valores que he enumerado anteriormente.

Las consecuencias que tal tipo de tiranía consentida originan son en la mayoría de las situaciones muy parecidas. En época de dificultades para encontrar un trabajo, muchos empleados se ven obligados a dejar el suyo a causa de la violencia psicológica y física que sus propios compañeros les causan. Más de un alumno ha de cambiar de colegio y muchos orgullosos propietarios se ven forzados a cambiar de vivienda e incluso de barrio, si quieren resguardar su paz y su tranquilidad. El malestar que tales personas experimentan no nace de la competencia. Ni siquiera de la rivalidad. Ambos comportamientos no serán, en efecto, dignos de ángeles pero sí de hombres. La sensación que los afectados experimentan es que en dicho lugar se ha abierto la veda de caza y ellos son la pieza a cobrar.

A diferencia de otros tiempos, en los que las víctimas eran torturadas, quemadas, guillotinadas o enviadas a campos de concentración, en nuestros días el monstruo de la locura colectiva ha aprendido a utilizar el humor y la burla para conseguir saciarse de la sangre de los inocentes sin tener que derramarla. De este modo, consigue pasar desapercibido, las víctimas desaparecen sin dejar rastro y caso de que se encuentre algún cadáver, lo más probable es que se trate de un suicidio consecuencia –según declara cada uno de sus “allegados”- del desequilibrio que tal persona sufría.

Contra tales comportamientos producto de mentes enfermizas y deformadas sólo cabe una actitud: el juicio crítico e independiente y la valentía si no para defender activamente al débil, sí al menos para ignorar las insidias dirigidas hacia él sin participar en el acoso. Cuando los que intentan iniciar una acción colectiva se quedan solos, desisten en sus pretensiones o acaban desvelando la locura malsana que les corroe por dentro.

Es fundamental recordar el “Sapere Aude” kantiano. Es importante regresar a la moral individual kantiana sin olvidar los peligros que Nietzsche vislumbró, empleando para superarlos  la medida aristotélica del término medio.

Se trata de elaborar valores que ayuden a construir nuestra propia existencia sabiendo que lo apolíneo y lo dionisiaco van de la mano y ayudándonos del principio del justo medio aristotélico para no caer ni en las dictaduras morales –aunque sean a nosotros mismos- ni en el salvajismo dionisiaco –aunque ello exprese una parte de nuestro ser.

Es hora de que los dioses sedientos de sangre mueran por falta de alimento.

Hasta la semana que viene.

Isabel Viñado Gascón.












domingo, 20 de mayo de 2012

MUJER Y MATERNIDAD, (2010) Isabel Viñado Gascón


En su libro „Una habitación propia”, Virginia Woolf afirma que la pobreza causa el subdesarrollo intelectual y social tanto en hombres como en mujeres. Por consiguiente, la desigualdad entre ambos sexos nace del hecho de que tradicionalmente la mujer ha carecido de medios económicos propios.

La autora no aclara a qué se debe este fenómeno. Es cierto que en su libro alude a la maternidad y al cuidado que los hijos requieren para explicar la pobreza en la mujer pero en vez de profundizar en dicho aspecto pasa a ocuparse de la creatividad, que es el tema central de su interés.

No es la única autora que lo obvia. Ni las feministas tradicionales ni las contemporáneas han sabido resolver de forma satisfactoria el problema de la conciliación de la incorporación de la mujer al trabajo con la maternidad. Si en un principio la solución fue la carencia de hijos, no parece que la mujer actual –orgullosa de su feminidad- quiera renunciar a ellos.

Surge así, la necesidad de un nuevo feminismo: aquél que como ya reivindicaba Virginia Woolf, permita a la mujer ser mujer, lo cual también incluye la posibilidad de ser madre. Dicho asunto no puede quedar sujeto a modas sociales o teóricas. Ha de ser una decisión individual capaz de ser aceptada por todos.

La sociedad, por su parte, consciente de la importancia que reviste esta materia para su propio desarrollo económico y cultural, propone constantemente soluciones más o menos acertadas que intentan paliar las dificultades a las que se enfrentan las madres trabajadoras.

El principal inconveniente de la incorporación de la mujer al trabajo es que determina que muchos niños permanezcan al cuidado de otras personas. Los abuelos, que en su día sirvieron de gran apoyo, viven en pueblos o ciudades distintas a las de sus hijos y, o no pueden ayudar a todos al mismo tiempo o ven alargar su vida y sus energías y no están dispuestos a renunciar al placer de los viajes y del ocio que se ofertan a la tercera edad. Así pues, la mayor parte de los niños se quedan a merced de limpiadoras que realizan al mismo tiempo el papel de niñeras o son llevados a guarderías, la calidad de cuyos servicios depende de su coste mensual. Por lo que a las  “institutrices” respecta, es decir, mujeres que no sólo cuidan a los niños sino que también se ocupan de su educación social e intelectual, éstas permanecen reservadas –hoy como ayer- a las clases más acomodadas.

Cuando son mayores, los hijos de madres trabajadoras esperan solos en casa o participan en diferentes actividades extraescolares que los mantienen ocupados hasta que al final del día llegan sus padres a casa: dos adultos con muy buenas intenciones pero agotados y que, sin embargo, en virtud de los requerimientos actuales están obligados a ocuparse de sus hijos con una intensidad mayor de la que lo hicieron las generaciones anteriores. Lo mismo sucede con las tareas domésticas y las relaciones de pareja. Si bien la ayuda de que las mujeres disponen en la organización del hogar gracias a los electrodomésticos es enorme en comparación con las generaciones anteriores, es igualmente cierto que la exigencia de higiene es mucho mayor. Por otro lado, los lazos conyugales ya no se basan en una división del reparto tradicional de las obligaciones sino que expresan la aspiración de cada uno de sus componentes a autorealizarse como persona. Ello provoca que muchas parejas se separen caso de que no gocen de una relación auténtica.

A esto hay que sumar la precariedad en el empleo, que obliga a aceptar en muchas ocasiones un trabajo en sitios distintos de la residencia familiar con lo que muchos niños ven a sus padres (o a sus madres) únicamente durante los fines de semana.

Todas estas consideraciones conducen a preguntarse si aquellas feministas contra las que Virginia Woolf sentía tanto rechazo no eran, en el fondo, mucho más realistas que ella al considerar que las mujeres que se incorporaban al trabajo debían renunciar a su feminidad y más concretamente a su maternidad.

En efecto, los problemas que plantea esta cuestión son difíciles de solucionar. La división entre el hombre y mujer radica en un primer estadio en la posibilidad de ser. Como la obra de Virginia Woolf señala, el hombre disponía de la posibilidad de la educación y del viajar, independientemente de que la aprovechara o no, mientras que la mujer tenía fuertemente restringidas sus posibilidades, cuando no anuladas.

Sin embargo, la conquista de su libertad nos introduce, en un segundo estadio, en el problema del acto de ser.

En ese acto libre de ser, el “Yo” se coloca frente a uno mismo y se convierte en un objetivo a desarrollar. El acto de ser consiste, de este modo, en ocuparse del propio “Yo”. Sin embargo, esta pretensión colisiona frontalmente con el concepto de la maternidad según el cual, el acto de ser no consiste en dedicarse a un “Yo” sino a un “Tú”.

La vida actual, con una sociedad basada en el ocio y en la realización personal, dificultan el “salir de ese Yo”. Es cierto, que una mujer puede defender que cuidar de ese “Tú” significa desarrollar su propio “Yo” y más adelante nos ocuparemos de esta cuestión, pero lo cierto es que en general, nadie aclara por qué se considera que una madre que se queda al cuidado de sus propios hijos está perdiendo su vida y no en cambio, cuando trabaja como niñera al cuidado de otros. Esta contradicción podríamos igualmente ampliarla a otros campos.

Encontrar la explicación a dicho problema no es difícil. La sociedad considera que “salir del yo” exige dos requisitos. El primero, el desarrollo del “yo”; el segundo, “la obtención de un rendimiento económico”. El dinero es, como observó Virginia Woolf, el único medio por el que se obtiene la libertad y la independencia.

Las voces más vanguardistas proponen como solución viable que la mujer se constituya primero como “Yo”, para después poder salir de sí misma y atender al “Tú”.

Esto, que a todas luces, no deja de ser razonable y sensato encuentra como obstáculo el que “un ser yo” permanece en continua construcción lo que impide determinar cuándo está preparado para ocuparse de otro ser. En cualquier caso, si tomamos la carrera profesional como parámetro, es muy probable que ello no ocurra antes de los cuarenta años, edad en que muchas mujeres contemplan desconcertadas su imposibilidad para ser madre o tienen que compaginar carrera, bebé y menopausia.

A ninguna mujer le ha pasado desapercibido este problema y cada cual en función de sus criterios personales le ha dado una respuesta distinta. Tres son los grupos en los que podríamos clasificarlas y en mi opinión la posición de cada uno de ellos debería ser respetada tanto por el resto de la sociedad como por los otros dos grupos para no caer en discusiones tan inútiles como nocivas para el propio desarrollo de la mujer.

Veamos pues, cuáles son los grupos que reúnen las diferentes respuestas a la maternidad.

A.   FEMINISTAS RADICALES

Por tales entendemos a aquellas que quieren alcanzar el “acto de ser yo” en toda su plenitud y radicalidad. Este colectivo estuvo compuesto en tiempos religiosos por monjas y brujas y en los tiempos seculares por las feministas tradicionales. Lo que distingue a todas ellas es que han renunciado de forma drástica a los rasgos que se consideraban propios de la feminidad y en un mundo gobernado por los hombres han querido entrar en él asumiendo comportamientos que normalmente se han considerado “masculinos”.

Se les puede criticar su radicalidad y su frialdad de pensamiento pero en ningún caso se las pueda tildar de falsas o inconsecuentes ni se les debe negar el importante papel que desempeñaron y siguen desempeñando para ayudar a concienciar a la mujer de sus posibilidades de ser y por tanto, de su deber ser.

En la actualidad se han diversificado en dos ramas: la de las mujeres concentradas en sus carreras profesionales y la de las llamadas “party girls”.  Las mujeres del primer grupo concentran la mayor parte de sus energías en el trabajo; las del segundo, en cambio, viven el día a día, no establecen lazos afectivos que comprometan su libertad y se preocupan por un yo que depende del instante. Muchas las consideran como las feministas más radicales por ser las que adoptan el comportamiento que tradicionalmente se ha aceptado sólo en el caso de los hombres, pero no en el de las mujeres.



B.   ARMONIZACIÓN DE FEMINISMO Y MATERNIDAD

Las mujeres, en su incesante rechazo a la obligación casi trágica de tener que renunciar a la maternidad si quieren desarrollarse en el mismo plano de igualdad que los hombres, han buscado diversas soluciones que les permitan compaginar trabajo y maternidad.

1.     Virginia Woolf –ella misma sin hijos- encontró en el acto creador la manera de poder compaginar ambas facetas y obtener, al mismo tiempo, la independencia económica.

Lamentablemente, su deseo de alcanzar la armonía entre los dos sexos le hizo olvidar que además de que la labor creativa sólo genera ingresos dignos de consideración en muy pocos casos, exige grandes cantidades de trabajo y esfuerzo. Muchas mujeres se ven, por tanto, obligadas a renunciar a ella o al menos, a supeditarla a las ocupaciones familiares.

Por su parte, las asalariadas que, hoy como ayer, tienen que incorporarse a su trabajo inmediatamente después del parto para mantener económicamente a sus hijos sin la posibilidad de que éstos, por falta de medios económicos y personales, sean atendidos dignamente mientras ellas están fuera de casa, difícilmente podrían admitir que la existencia de un “Espíritu Andrógino” hace más llevadera su situación.



2.     Otras alternativas más recientes como los experimentos con “tele-trabajo” demuestran que la jornada laboral en el caso de la mujer con hijos, se extiende a veinte horas, amén de haber renunciado a su carrera profesional puesto que las expectativas de ascenso para aquellos que utilizan dichos modelos se ven reducidas considerablemente al no poder participar directamente en la marcha de la empresa. Al mismo destino se enfrentan aquéllas que se deciden por una jornada reducida de trabajo.

La propuesta más actual: la de que los “modernos maridos” acepten quedarse en casa, atendiendo a los bebés, es denominada por muchos de ellos como “pausa creativa”. Dicha expresión, que no se utiliza cuando es la mujer la que permanece en casa, significa ni más ni menos que la mayoría de los hombres lo hace siempre y cuando la duración de tal periodo de tiempo no supere el año y siempre que su esposa siga encargándose de una manera u otra de la organización del hogar.



3.     Las profesiones tradicionales de la mujer, tales como la enseñanza y el funcionariado han demostrado que siguen siendo las que mejor  se compaginan con la maternidad.



En cualquier modo, todas estas posibles soluciones comparten el mismo denominador: son trabajos que aun reportando un salario, mantienen a la mujer en una posición de desigualdad económica con respecto a los varones. En efecto, en todos estos casos, la mayoría de las mujeres renuncian a puestos directivos debido a que éstos les exigen más tiempo y dedicación.

A los obstáculos que se presentan a la mujer para conciliar trabajo y maternidad, se une la presión externa para que lo consiga sin descuidar su feminidad. Ello le lleva a aspirar a la consecución de todo tipo de exigencias: tener un trabajo a media jornada apasionante en el que se realiza como persona y como mujer, poseer las medidas corporales que la moda dicta, leer buena literatura, asistir a conferencias y actos culturales, mantenerse activa en la vida social, deportiva, sexual y además ser madre. Dicho concepto ha llegado a significar no sólo el establecimiento de un vínculo emocional con sus hijos sino además la atención activa de su desarrollo intelectual y social manteniendo constantemente el contacto con los educadores.

La palabra clave que la sociedad propone para conseguir todo este número de exigencias se llama: Organización.

El precio que deben pagar por este esfuerzo sobrehumano es el de “burn out” (agotamiento), con lo que nuevamente se sienten culpables porque no han sabido medir adecuadamente sus fuerzas. El fracaso en la consecución de todas estas expectativas, irreales a toda vista pero constantemente presentes en la sociedad, sume a muchas mujeres en la frustración o en el autoengaño.



C.   MATERNIDAD RADICAL

Dicho grupo está compuesto por un grupo de mujeres tan radicales en sus principios como las feministas aunque con criterios totalmente opuestos.

Lo constituyen aquéllas que deciden dedicarse plenamente a sus maridos y a sus hijos. Obsérvese que he escrito “deciden”, lo cual no tiene nada que ver con ‘obligadas”. La libertad con la que han tomado su decisión, es justamente lo que caracteriza a este grupo.

Tildadas por la mayoría de retrógradas, por otros de locas y por unos pocos de heroínas, constituyen un grupo con tendencia a ser minoritario en la sociedad actual.

La inconsistencia de la relaciones entre hombre y mujer, que ya no son hasta que la muerte les separe sino mientras se sientan bien juntos, la precariedad en la estabilidad de los trabajos, la obligación de dar a los hijos una educación cada vez mejor que es al mismo tiempo más cara y la condena al aislamiento cuando no rechazo social, imposibilitan con mayor frecuencia a la mujer a quedarse en casa atendiendo a sus propios hijos. Si pese a todo, se deciden a hacerlo es porque se trata de una “llamada personal” con la misma intensidad y compromiso que la religiosa.



CONCLUSIÓN

De lo que no cabe duda es de que la mujer que hoy en día se enfrenta al hecho de la maternidad tiene que sopesar de cuánta fuerza dispone tanto si decide dedicarse de pleno a su carrera profesional al mismo tiempo que educa a sus hijos, como si elige reducirla o renunciar a ella.

Hay que evitar que la mujer caiga en sobresfuerzos que a la larga la perjudican no sólo a ella misma y a su familia, sino a la sociedad en general. Es necesario ser conscientes de que, independientemente de la solución que cada mujer elija, la maternidad supone:

a)     Una limitación al desarrollo de su ser.

b)     Es siempre trágica, porque en ella tiene lugar por un lado, la lucha constante entre dos intereses fundamentalmente opuestos: el de un ser que ya existe y el de un ser que está empezando a ser. Pero por otro lado, ambos seres, antagónicos en sus intereses, se encuentran unidos por el amor más absoluto y profundo que pueda existir.

La conclusión a la que he llegado a través de estas pequeñas consideraciones es que lamentablemente las mujeres que mejores posibilidades tienen a la hora de enfrentarse con éxito a este conflicto son aquéllas que disponen de mayores medios económicos.

Y es que como ya, antes que Virginia Woolf, acertó a decir Quevedo: “Poderoso caballero es Don Dinero”.



¡Hasta la semana que viene!

Isabel Viñado Gascón.





martes, 8 de mayo de 2012

UNA HABITACION PROPIA, (1929) de Virginia Woolf.


El primer libro que leí de Virginia Woolf, con bastantes prejuicios en contra, he de confesar, fue “Mrs. Dalloway” publicado en 1925. No sabía exactamente qué me esperaba. Había oído hablar del círculo de Bloomsbury y no me imaginaba que pudiera tratarse de algo que no fueran locuras y excentricidades literarias.

Sin embargo, descubrí un libro amable, relajante e inspirador que muestra el esfuerzo de una mujer para crear su “jardín de las delicias” sin por ello descuidar los quehaceres diarios. El intento de “ser” sin tener que encerrarse en el “yo”. Ser de dentro a fuera: eso es vivir. Cuidarse de las pequeñas cosas y de los pequeños detalles con esmero. Ser persona sin renunciar a ser mujer.

En la consecución de este ideal, el amor y la amistad se imponen como los únicos elementos posibles para que la personalidad prospere y se enriquezca. El mundo de las feministas se le antoja frio y helado, castrador de cualquier vestigio de libertad espiritual e intelectual, obcecadas como están en la distinción maniquea: hombre-mujer.

Sin embargo, la autora inglesa no permite que sus ideas puedan confundirse con el producto de la ficción literaria. “Una habitación propia” es el ensayo en el que Virginia Woolf desarrolla de forma más clara y exacta sus consideraciones acerca de la situación femenina en la sociedad.

En primer lugar, el hombre no es superior a la mujer, ni intelectual ni espiritualmente. La razón por la que algunos consideraban lo contrario, se debe a dos motivos:

De un lado, la mujer ha sido tradicionalmente más pobre que el hombre. De otro, la mujer no ha dispuesto nunca de una habitación para sí misma. Ese es el motivo por el que se dedicaron a escribir novelas, ya que –según Virginia Woolf- requieren menos concentración que otros géneros literarios.

En cuanto a la pobreza, afecta por igual a hombres y a mujeres en el desarrollo de su inteligencia y espíritu. Virginia Woolf demuestra esta tesis apoyándose en el estudio de la vida de doce poetas. De ellos, nueve eran académicos –lo cual significa que poseyeron medios económicos suficientes para estudiar; de los otros tres, uno era de muy buena familia, otro disponía de una pequeña renta y el tercero, el más pobre de los doce, murió joven.

Virginia Woolf concluye que la libertad espiritual depende de las posibilidades materiales; el arte de la poesía depende, a su vez, de la libertad espiritual. Y las mujeres siempre han sido pobres.

La forma de romper este círculo es consiguiendo que la mujer disponga de su propio dinero, simbolizada en la posesión de una habitación propia. A su juicio, la independencia económica es tan importante que llega a asegurar que entre el derecho al voto y una renta de quinientas Libras, elegiría las quinientas Libras sin dudar un instante.

En segundo lugar, “Mujer” y “Hombre” no tienen por qué ser términos contrapuestos. La figura que Virginia Woolf considera capaz de poder superar este antagonismo entre hombres y mujeres es la andrógina que ha llegado a nuestros días cargada de graves problemas conceptuales debido en parte a que la autora no explica suficientemente bien en qué ha de consistir y en parte porque ha sido conscientemente malinterpretada para ayudar a sostener tesis que en absoluto coincidían con las de Virginia Woolf. Algunos la consideran, erróneamente, asexuada, como si de un ángel terrenal se tratara. Otros le otorgan un carácter híbrido, una especie de síntesis de hombre y mujer.

Nada de ello es pretendido por la autora.

Andrógino se refiere en un primer momento al “Espíritu creador”. Éste es tanto masculino como femenino. Dependiendo de si el artista es hombre o mujer domina un aspecto u otro. Ello concede la posibilidad de que cada cual pueda desarrollarse con independencia de su sexo pero sin tener que renunciar a él. Al contrario: es importante que cada cual mantenga y desarrolle el suyo propio. Si por algo admira a Jane Austen es que ella, a diferencia de otras autoras, siempre escribió como una mujer y no como un hombre.

En un segundo momento, Woolf parece utilizar el término “andrógino” para sustituir al de “persona”. Seguramente intentaba superar las connotaciones negativas  y los prejuicios históricos que éste concepto arrastraba. En efecto, a lo largo de la Historia, ya fuera en novelas y poemas o en ensayos y estudios científicos, a la mujer se le había negado el rango de “persona” e incluso la posesión de alma. Persona era únicamente aquél que gozaba de la posibilidad de desarrollarse y la mujer no entraba de ningún modo dentro de esta categoría.



Así pues,  a través del Espíritu creador que es andrógino y que supera –pero no destruye- las diferencias de sexo, la mujer accede a la legitimación para atreverse no sólo a saber sino también a ser.



El reproche de Virginia Woolf a las feministas de su época es la renuncia que hacen de su condición de mujeres para convertirse en asexuadas o masculinas.

Este reproche no es más que el reflejo de algo que a la autora le aterroriza: el encierro dentro de uno mismo; la constante ocupación del “yo” con el “yo”. Las feministas, consideradas como grupo, constituyen a ojos de Virginia Woolf un “yo” incapaz de salir de él. Eso, lejos de cualquier valoración moral, las convierte en aburridas. El aburrimiento encerrado en sí mismo es otro de los impedimentos del desarrollo intelectual porque termina transformándose en apatía e inactividad. El esfuerzo por salir de sí mismo supera tal esquema y constituye, al mismo tiempo, el motor primero de cualquier empresa.



En cualquier caso, lo que a la autora le interesa destacar es que la mujer, en esa toma de conciencia de sí misma, no debe consentir que se la defina como “anti-hombre” sino que es imprescindible que el feminismo albergue  un concepto mucho más amplio, libre de odios, que impiden la creación artística.

A su modo de ver, en el Espíritu ha de haber una especie de trabajo conjunto entre el hombre y la mujer para que el arte de la creación pueda llevarse a cabo completamente. Tiene que darse una “boda” entre los contrarios. El Espíritu considerado como un Todo debe quedar abierto. En el trabajo del autor, debe existir la Libertad tanto como la Paz.



A la vista de la situación actual, parece que las ideas de Virginia Woolf han triunfado sobre las ideas de las primeras feministas. La mujer actual es una mujer que se ha incorporado al mundo del trabajo sin perder su interés por la belleza y la moda y que ha conquistado grandes dosis de independencia no sólo en la sociedad sino incluso dentro de las relaciones de pareja.



¿Es esto realmente así? ¿Han conseguido las mujeres inteligentes liberarse realmente del castigo que Singer les había impuesto en sus novelas?



Sólo en apariencia.



Hay un tema al que Woolf  hace referencia una única vez en toda la obra para acto seguido olvidarlo: el de la maternidad.



En qué grado el hecho de quedar embarazada, criar a los hijos y sacarlos adelante obstaculiza el acto creador, es una cuestión que Virginia Woolf nombra de pasada para a continuación preferir ocuparse del Espíritu y de la necesidad que la mujer posea unos ingresos propios. Tal vez porque el tema de la maternidad le parecía, como en efecto lo es, demasiado complicado y espinoso.



En nuestros días, a la cuestión de la maternidad habría que sumar también el de la paternidad.

La semana que viene analizaremos este tema y asumiremos el riesgo que entraña adentrarnos en terrenos pantanosos rodeados de tierras movedizas sin un libro al que apelar como autoridad.



¿Quizás sería necesario venir acompañada de un helicóptero de rescate?



¡Hasta la semana que viene!



Isabel Viñado Gascón.








miércoles, 2 de mayo de 2012

“Enemigos. Una historia de amor”. (1973) de Isaac Bashevis Singer.


El judío Herman es uno de esos hombres apáticos y flemáticos que ha sido salvado de la persecución nazi por una jornalera polaca cristiana, la cual lo ha mantenido oculto en el granero de su casa. Al acabar la guerra y convencido de que su mujer y sus hijos han muerto asesinados, se casa con su salvadora. Ella le ama. A él solo le impulsa el agradecimiento.

Ambos emigran a Nueva York. Allí, Herman encuentra una amante: Mascha, también de religión judía, que está casada y separada aunque no divorciada. La historia se complica cuando aparece su primera esposa a la que él creía muerta. Sus hijos no han conseguido sobrevivir y ella pretende  iniciar una nueva existencia sin volver con el que una vez fue su marido. El dolor como madre y la soledad como mujer la han destrozado interiormente. Si continúa viva es porque una fuerza interior la mantiene en pie y la impulsa  a seguir adelante pese a todo.

El final es inesperado pero comprensible: las dos esposas se quedan juntas. La primera pone una librería jiddisch y la segunda, la jornalera polaca, organiza la casa y  cuida del hijo que ha tenido con Herman. Mascha se queda sola y él desaparece para no tener que decidir con quién se queda y, sobre todo, para librarse de la influencia lasciva de su amante.
Hasta aquí el argumento.
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La idea que prevalece a lo largo de la obra, es la de que el varón es un ser que vale muy poco. Por tanto, la que ha encargarse de organizar el transcurso de lo cotidiano es la mujer. El hombre, se quiera o no, sólo cumple el papel reproductor.

Sin embargo, no todas las mujeres son iguales y no todas influyen en la existencia masculina de igual manera. Del libro de Singer se infiere que los caracteres femeninos podrían estructurarse en tres grupos.

a)    La mujer sensual e instintiva, hecha para desear y ser deseada. Representa el amor carnal y las bajas pasiones.

b)   La mujer material, simbolizada por la jornalera. Es la mujer hecha para   el trabajo físico: fuerte de constitución aunque no especialmente inteligente. Se caracteriza por su bondad natural y comprensión hacia los otros. Personifica el sacrificio del amor tanto como la fuerza de la vida y su continuidad.

c)    La mujer espiritual trasciende a los otros dos tipos. Encarna a la mujer capaz de enfrentarse a la muerte y superarla. Se trata de la mujer solitaria que se basta a sí misma y que no precisa del hombre ni siquiera para la reproducción porque al ser tan completa no necesita de la maternidad para desarrollarse como persona. Sirve de raíz al árbol de la vida, que es el que da los frutos.
                      
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La mujer carnal determina la perdición del hombre. Debido a su constitución voluptuosa y caprichosa, se convierte en el enemigo acérrimo de cualquier historia de amor. Aunque estéril como la mujer espiritual, al contrario que ésta, la mujer carnal no crea nada y destruye todo.
El hombre no es ajeno al peligro que ella representa; sin embargo, su debilidad le deja impotente para librarse de la atracción fatal que ejerce sobre él.
Los dos únicos tipos de mujer en los que el hombre puede confiar son el material y el espiritual. Ambas constituyen además un tándem perfecto. La primera da fuerza y vida, la segunda  sustenta y eleva a la otra.

No es de extrañar, por tanto, que al final del libro, la jornalera y la primera mujer decidan unir sus esfuerzos e irse a vivir juntas. En cambio, los otros dos personajes, el hombre apático e indeciso y la mujer sensual, se pierden por separado en la inmensidad del vacío sin que el lector llegue a saber cómo se resuelven sus destinos.

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Así pues, en  la obra de Singer, el sexo masculino, ya sea para bien o para mal, aparece como un ser dominado por el sexo femenino. El hombre  no es el cazador sino “el cazado”.   Paradójicamente, esta idea es más frecuente en las sociedades tradicionalmente machistas que en aquellas en las que la mujer disfruta de una mejor posición socioeconómica. En ellas no es extraño encontrar  valoraciones del tipo de: “al pobre hombre le ha cazado fulanita con sus malas artes.”
La explicación a este fenómeno descansa en que tal discurso no se contradice en absoluto con el pensamiento dominante en la sociedad machista puesto que significa, ni más ni menos, que al hombre en realidad le da igual una mujer que otra. En principio, todas las mujeres son intercambiables. La mujer carece de una personalidad propia y sólo a través de las “malas artes” puede obtener sus deseos y asegurar su supervivencia económica.

Dicho modelo impide no sólo que la mujer pueda elegir sino que pueda ser elegida por algún tipo de característica personal. La mujer no posee en sí misma ningún rasgo –salvo quizás el de la belleza y la riqueza- que la distinga de las otras. Todas son virtuosas, todas están adaptadas a las exigencias de la sociedad en la que viven porque lo contrario supondría la expulsión de la comunidad –si no la exposición a penas mayores.
En las sociedades tradicionales aparecen así dos tipos de mujer: la “virtuosa” y la que no lo es; en donde “virtuosa” hace referencia en un primer momento al comportamiento sexual de la mujer y sólo en un segundo, a los otros valores morales.
La fidelidad de la mujer casada asegura la paz social al evitar la competencia entre las “cazadoras” y la concentración de cada una de ellas en los logros de su propia familia. En el hombre no se puede confiar puesto que su “debilidad” le impide oponerse a los “embrujos” femeninos.

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Sin embargo, como ya hemos visto, Singer alude a un tercer tipo de mujer: la intelectual.
No es que este grupo fuera nuevo. Durante la Historia, tales mujeres se mantuvieron – o las mantuvieron – apartadas de la sociedad. En la Edad Media estaba integrado por grupos tan heterodoxos como el de las monjas y el de las brujas. Nuestra cultura moderna ha fomentado el progreso intelectual así como la participación social de la mujer en el ámbito público. Al contrario que en los siglos precedente, en la actualidad las mujeres interesadas en el conocimiento y en campos de acción considerados “masculinos”, no tienen que refugiarse en conventos ni temer al fuego de la hoguera.

En el pensamiento machista, el hombre, que se sabe débil, se siente inseguro y no sabe cómo actuar ante este tipo de mujer que atreve a  colocarse frente a él como su igual.
Su venganza –la venganza del autor- es desposeerlas de aquello que tradicionalmente ha representado la feminidad: la maternidad.

La mujer tradicionalmente aceptada en el mundo machista es la única a la que él considera adecuada para engendrar hijos suyos. A pesar de que hombre es consciente de que él sólo cumple un papel reproductor puede, al menos, elegir quiénes son los recipientes de las futuras generaciones. Y en su opinión ni la miseria moral ni la elevación espiritual femenina pueden desempeñar semejante papel.
Singer deja abierta a la elección individual de la mujer el camino a tomar. Su venganza, sin embargo, aparece desde el instante en que sólo uno de ellos le permite acceder a la experiencia de la maternidad por ser el único que cuenta con la aprobación del hombre-reproductor: el camino que sigue la mujer capaz de olvidarse de sí misma para abrirse a los demás.

¿Tiene razón Singer o es necesario que los grupos de feministas se pronuncien en contra de sus libros? ¿Lo consideramos simplemente una “libertad literaria” que el autor se ha permitido o es más bien un “libertinaje” de la pluma? ¿Presenta una realidad que los tiempos modernos intentan ocultar o es el producto de miedos masculinos nunca confesados al saber perdida su hegemonía?

Carlota Gautier, tenía quince años cuando su padre le aconsejó que lo primero que tenía que hacer para planificar su futuro era determinar si su deseo era trabajar o casarse. "Llevar a cabo las dos actividades es imposible: Se arruinan las empresas y  las familias" -aseguró.

Aunque no es lugar éste para explicar la vida de mi amiga ni la actitud paterna que se basaba - no les quepa la menor duda- en un profundo amor a sus propias convicciones, me parece que es importante seguir profundizando en este problema y leer lo que otras mujeres pensaron al respecto.


¡Hasta la semana que viene!

Isabel Viñado - Gascón










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