miércoles, 27 de febrero de 2013

EL INFORME DE BRODECK –(2007)- PHILIPPE CLAUDEL


Esta novela es una de las mejores novelas que han aparecido en los últimos tiempos. Me ha impresionado sobre todo su serenidad, la profundidad del análisis de los acontecimientos humanos que se tratan y que sin hundirse en el odio tampoco pretenden elevarse a la santidad. Las citas corresponden al ejemplar : “Le rapport de Brodeck” Philippe Claude. Prix Goncourt des Lycéens. Le livre de Poche. Editions Stock. 2007.”

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La Segunda Guerra Mundial (aunque Claudel no especifica el tiempo) es la excusa que utiliza el autor para analizar temas siempre presentes en una sociedad como son la necesidad del recuerdo y del olvido, del perdón y del auto-perdón en  la convivencia, la importancia del amor, la diferencia entre “Fremd” que más que como “extraño” debería traducirse como "el que no pertenece al grupo" “el que nos es ajeno”,  y el “Andere”: “el distinto”, “el otro”; el peligro que significa la masa, el riesgo del retorno y el recurso a la emigración, que nunca se sabe a ciencia cierta  si se trata de un acto voluntario - ya sea de un individuo o de un grupo de individuos-  o consecuencia del destierro a la que la sociedad condena.

El informe de Brodeck es el relato del regreso del protagonista - Brodeck - al mismo pueblo que le entregó a los nazis, (aunque Claudel no escriba el vocablo "nazi") para “salvar” al resto de los ciudadanos. 

Claudel deja escapar la pregunta, -  que más que una pregunta es un suspiro que  llega al lector como llega una suave brisa: sin apenas ser notada, sólo intuida-  si de verdad resulta imprescindible para salvar a una colectividad sacrificar una víctima propiciatoria, en este caso Brodeck,  que calme a los dioses sanguinarios o más bien con ello simplemente se alimenta a un monstruo, convirtiéndose el grupo, de esta manera, no sólo en su colaborador sino aún peor: en su sustentador.

En el campo de concentración al que llevan a Brodeck, éste sufrirá vejaciones de tal magnitud, que no todos conseguirán soportarlas. En Brodeck, el amor  que siente por su mujer  mantiene encendido su deseo de vivir y le da fuerzas para aceptar los malos tratos corporales y psicológicos que sufren los cautivos. Una vez libre, Brodeck vuelve al pueblo que le traicionó. A Brodeck sólo le importa una cosa: vivir tranquilo con los seres a los que ama. El resto del pueblo le muestra su simpatía. El futuro aparece pleno de esperanzas. Sin embargo, la llegada al pueblo de un desconocido: “Der Andere”, cambiará el rumbo de los acontecimientos y obligará a Brodeck a partir a otro lugar: a un lugar sin memoria.

El informe de Brodeck no es simplemente la historia de un hombre y de un pueblo. Es sobre todo el análisis del poder del recuerdo y lo difícil que resulta olvidar el pasado. Mucho más el pasado que uno se empeña en querer olvidar porque ese pasado es siempre el pasado de nuestras miserias. 

El olvido tiene dos aspectos: el olvido de los sufrimientos que padecemos y el olvido de las injusticias que infligimos a los otros.

El que ha llevado la cruz sobre sus hombros está feliz de haberse desembarazado de su peso y lo único que desea es comenzar a disfrutar de la existencia con los seres que ama, sentir el aire en su cara, soñar los sueños que el rostro de su mujer le inspira. Los recuerdos forman parte de sí mismo pero lejos de impedirle vivir, le transmiten la fuerza de la vida, le proporcionan una mayor conciencia de la importancia de las pequeñas alegrías del momento y de la belleza de lo que le rodea. El recuerdo le ofrece la razón última que le llevó a desear seguir vivo tanto como las imágenes llenas de belleza, bondad y fuerza que le animaban a soportar las vejaciones y las torturas a las que fue sometido. El amor es, en efecto, el sostén que mantiene al hombre en su agonía y le estimula a continuar hacia delante. El amor es la primera y última razón de ser. ¿Qué otra cosa si no puede dar sentido a la existencia?

Brodeck recuerda que en el vagón en el que habían sido apiñados, se encontraba también la esposa embarazada de un amigo. El amigo tenía tanta sed que terminó por beberse la poca agua que quedaba. Su esposa muere sedienta. Esa “traición” al amor de su vida representa al mismo tiempo una traición a sí mismo, a su ser, a su esencia y es la que le despoja a su amigo del deseo de vivir. Es la conciencia de haber traicionado ese amor lo que conduce al amigo de Brodeck a suicidarse.

 Brodeck no lucha. Simplemente se deja arrastrar hacia delante. Lo único que le anima es el anhelo de volver a ver el rostro de su amada, de volver a tenerla entre sus brazos, de que sus almas puedan estar unidas nuevamente. Como dice Brodeck: uno se acostumbra a todo. Hay cosas peor que la mierda. Cosas que no se notan pero que corroen el sentido, el corazón y el alma seguramente más que todos los excrementos juntos.  Pg.117) “On s’habitue à tout. Il y a pire que l’odeur de la merde. Il y a quantité de choses qui ne sentent rien, mais qui carient les sens, le cœur et l’âme plus sûrement que tous les excréments. »

El retorno concede a Brodeck su objetivo. La felicidad es tan profunda que el pasado queda diluido por la luminosidad de la alegría del presente.

Sin embargo, no falta quien le previene de la quimera del regreso, del volver. Siguiendo la filosofía de Heráclito que aseguraba que es imposible bañarse dos veces en el mismo río, un anciano advierte a Brodeck que a veces es preferible no regresar al sitio de donde partimos. Se sabe lo que se ha dejado pero se ignora lo que se va a encontrar, sobre todo si los hombres han sido atrapados por la locura. Pg.96) « Ne le prenez pas mal, reprit le vieil homme, mais parfois, mieux vaut ne pas revenir de là où on est parti. On se souvient de ce qu’on a laissé, mais on ne sait jamais ce qu’on va retrouver, surtout lorsque les hommes ont été pris de folie durablement. Vous êtes jeune encore… Pensez à cela »

En efecto, el intento de olvido para aquellos que han permitido el sufrimiento ajeno es mucho más duro y termina por convertirse en una locura. Es el castigo de querer olvidar sin poder olvidar. Hay que señalar que el autor en ningún momento pretende describir psicópatas, sino hombres de carne y hueso que han sido arrollados por hechos históricos y morales que sobrepasan su entendimiento y sus posibilidades de acción porque el fenómeno al que han de hacer frente es un fenómeno completamente nuevo. No ha sido el amor, sino el deseo de vivir, el mero y desnudo deseo de vivir, lo que  les ha llevado a “vender” a su vecino. A ese “Fremde” que para ellos era Brodeck aunque lo conocieran desde siempre. A ese que era ajeno a ellos aunque siempre hubiera vivido entre ellos. A ese “ajeno” que se había convertido de repente en un intruso porque los más fuertes, los que acababan de ocupar el pueblo, lo consideraban ajeno a ellos. No es la voluntad de poder nietzscheana sino otra aún más terrible: la pura y simple voluntad de vivir (del grupo) la que impulsa (al grupo) a convertirse en un “Judas” colectivo.

¿Qué es un “Judas colectivo”? 
¿Es la suma de las culpas individuales o es una culpa colectiva en la que el individuo desaparece?  Claudel deja constancia de su aversión al fenómeno de las masas y a la locura colectiva que engendran. 
Dudo que exista una definición más precisa y certera que la suya. Los individuos -escribe Claudel- creen que se pueden disolver en una masa que les engloba y les sobrepasa, una masa –como él dice- hecha de miles de rostros tallados a su imagen. Algunos pretenden exculpar a los individuos que constituyen las masas utilizando el argumento de que tales individuos son inconscientes de sus actos. Eso -afirma el autor- es falso. La verdad es que la masa es ella misma un monstruo que se compone de millares de otros cuerpos conscientes. Claudel –porque es Claudel mismo el que habla por boca de Brodeck- es igualmente consciente de que no hay masas alegres ni apacibles. Detrás de las risas y la música hay sangre que se calienta, que se agita y se vuelve loca al removerse en su propio remolino.

206-207) « Depuis longtemps, je fuis les foules. Je les évite. je sais que tout ou presque est venu d’elles. Je veux dire le mauvais, la guerre et tous les Kazerskwirs que celle-ci a ouverts dans les cerveaux de beaucoup d’homme. Moi, je les ai vus les hommes à l’œuvre, lorsqu’ils savent qu’ils savent qu’ils peuvent se noyer, se dissoudre dans une masse qui les englobe et les dépasse, une masse faite de milliers de visage taillés à leur image. On peut toujours se dire que la faute incombe à celui qui les entraîne, les exhorte, les fait danser comme un orvet autour d’un bâton, el que les foules sont inconscients, de leurs gestes, de leur avenir, et de leur trajet. Cela est faux. La vérité, c’est que la foule est elle-même un monstre. Elle s’enfante, corps énorme composé de milliers d’autres corps conscients. Et je sais aussi qu’il n’y a pas de foules heureuses. Il n’y a pas de foules paisibles. Et même derrière les rires, les sourires, les musiques, les refrains, il y a du sang qui s’échauffe, du sang qui s’agite, qui tourne sur lui-même et se rend fou d’être ainsi bousculé et brassé dans son propre tourbillon. »

El regreso de la víctima conduce al remordimiento. El remordimiento, el sentido de culpabilidad, ¿es siempre positivo? ¿No significa más bien sumergirse una y otra vez en el daño causado sin que ello origine consecuencia alguna? ¿Qué se consigue con el remordimiento? ¿La búsqueda de una justificación? ¿La vergüenza ante la propia miseria? Posiblemente todo eso. En cualquier caso, el remordimiento por sí mismo no conduce a ningún cambio de actitud. Para eso haría falta lo que Nietzsche proponía: el olvido. Pero es tan difícil que el olvido sea al mismo tiempo positivo… El olvido puede conducir a la re-generación pero también al cinismo. ¿O es que acaso no es un cínico el que finge haber olvidado?

Quizás sea esto último lo que el recién llegado al pueblo, el “Andere”, el distinto, desvela con su presencia. El “Andere” rompe el cinismo en el que todos ellos habían intentado refugiarse al fingir el olvido. Las miserias del pasado han curado rápido y mal. La mera presencia del desconocido pone la verdad al descubierto. El “Andere” se convierte así en juez mudo e impasible de cada uno de  ellos. Cuando les muestra el retrato colectivo que ha hecho de los habitantes del pueblo y en el que aparecen – sin él mismo ser consciente de ello ¿o tal vez sí? - los verdugos y la víctima, ellos –los culpables- destruyen el cuadro. Tal acción irracional muestra lo mucho que siguen odiándose en su fuero interno. El odio se expande hacia afuera y se dirige hacia aquél recién llegado que sin pronunciar palabra les recuerda qué son y qué han hecho. Lo que su presencia evidencia es el olvido imposible de los culpables que no puede ser ni alcanzado ni sublimado. Es esta inaccesibilidad del olvido lo que les mantiene aislados en sí mismos; es ella también, la que les entorpece en su actividad cotidiana y la que les impide abrirse, tanto como permitir la entrada al mundo exterior.

Finalmente Brodeck, el "Fremde",  decide emigrar con su familia.

Brodeck está liberado. Hace tiempo que se liberó, suponiendo que alguna vez estuviera atado. Su cuerpo, sí. Su alma, jamás.

En cambio, el resto, los que sólo desean vivir por el simple vivir, se quedan solos. Están condenados a vivir la existencia no viva del culpable que no encuentra el modo de regenerarse porque le falta –siempre le falta- el espíritu. Y el espíritu se llama Amor.


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Claudel –hijo de Nancy, la bella capital de la Lorraine, extremadamente activa en cultura y música - presenta la realidad como la presenta el pintor que hizo el retrato de todos los personajes del pueblo. No la juzga: deja que el lector -cada lector- saque sus propias conclusiones.

En definitiva: un libro que, cosa rara en nuestros días, impulsa –más que invita- a la reflexión individual.

Un saludo a Nancy y a su Universidad.

Hasta la semana que viene.
Isabel Viñado-Gascón



sábado, 16 de febrero de 2013

EMINENCIA (1998) Morris L.West


Un joven sacerdote, Rossini, es torturado  por un grupo de fuerzas militares durante la dictadura argentina. Cuando está a punto de ser sodomizado, Isabel, una mujer casada testigo de la escena, mata al jefe del grupo, cura las heridas del sacerdote, intenta sanar su alma humillada y se convierte en su amante. La relación carnal no durará mucho tiempo: Rossini es nombrado cardenal y debe trasladarse a Roma. Su relación continuará a partir de entonces por carta. Se trata de un amor espiritual, que ninguno de los dos esconde. Gracias a la ayuda de Rossini, Raúl –el marido de Isabel - consigue ser nombrado embajador argentino en el Vaticano. Isabel llega en primer lugar acompañada de Luisa, su hija. En el encuentro que mantiene con Rossini le explica que está a punto de morir de cáncer y que Luisa no es hija de Raúl sino suya.

Otras cuestiones, sin embargo, ocupan al cardenal. El Vaticano debe hacer frente a un grave problema. Tradicionalmente el Papa se mantenía en su cargo hasta su muerte. Con ello se pretendía salvar la dificultad que entraña acomodar a un hombre que ha gobernado el mundo. Sin embargo, las mayores expectativas de  vida y las posibilidades que ofrece la medicina para prolongarla en caso de enfermedad,  introducen nuevos dilemas. Uno de ellos, el de decidir qué es mejor: mantener en la silla de Pedro a un Papa cuya mente ya no funciona o  jubilarlo. Mucho más aún en el caso, como sucede en la novela,  si ha sufrido un infarto cerebral  y se encuentra en estado vegetal. El problema se agrava por el hecho de que el Papa no ha dejado escrito ningún papel en el que se especifique su voluntad al respecto. La posición de los cardenales aparece dividida. Unos defienden que Roma podría sobrevivir sin Papa; otros consideran que aunque, en efecto, el Vaticano podría continuar sus tareas cotidianas, el mundo católico necesita una cabeza visible al frente.

Los cardenales se deciden a dejar morir al Papa en su cama, en vez de trasladarlo a un hospital donde sería conectado a alguna máquina que lo mantendría en estado de coma por tiempo indefinido. Para zanjar polémicas no dudan en mentir a los medios de comunicación y al público. Los cardenales afirman que aunque no hay ninguna declaración escrita al respecto,  el Papa en conversaciones privadas a sus colaboradores más allegados había manifestado reiteradamente su voluntad de no ser conectado a ninguna máquina.

En esos días uno de los ayudantes de cámara del Papa –Claudi Stagni, alias “Fígaro”- aprovecha para robar sus diarios y venderlos por un precio astronómico a la Prensa. Al mismo tiempo  presenta un papel en el que el Papa le nombra heredero de los diarios. Se trata de una falsificación de tanta calidad que los peritos están convencidos de que el documento de donación es auténtico. Los cardenales sospechan la verdad pero no pueden demostrar nada porque el falsificador ha muerto.

El Papa, entretanto, también ha fallecido. Un cónclave para elegir nuevo Papa se pone en marcha. Los periodistas se debaten entre vender ejemplares o guardar los secretos que conocen. La mayor parte de las veces intentan guardar un equilibrio entre las dos actitudes. Para el Vaticano, suponen un arma de doble filo: pueden levantar escándalos pero también pueden servir a la propagación de la Iglesia Católica, de manera que el trabajo conjunto con ellos se hace tan inevitable como necesario.

Otro tema de interés que aparece en el libro es la actitud que la Iglesia Católica ha de mantener frente al fenómeno de las dictaduras. Mientras Rossini y otros argentinos eran torturados y desaparecían sin dejar huellas, otros, como el cardenal Aquino, jugaban al tenis con los hombres que ordenaban las matanzas. La justificación para consentir esta actitud es que a veces es necesario sacrificar a los individuos en favor de la Institución. El libro plantea pero no resuelve hasta qué punto esto ha de ser así. Aparecen también el tema de la homosexualidad, la necesidad de dar a la mujer un papel más relevante y las profundas crisis religiosas que a veces sufren los hombres de Iglesia, para los cuales en ese momento las palabras no representan más que eso: palabras.

Isabel muere reconciliada con Raúl, su marido. Rossini decide seguir al servicio de la Iglesia sin descuidar las relaciones con su recién conocida hija. A pesar de presentarse como candidato de paja, Rossini resulta elegiod nuevo sucesor para ocupar la silla de Pedro. Rossini, sin embargo, cumple lo pactado con sus superiores y renuncia al cargo. El nuevo Papa es el arzobispo de Milán. Pertenece a la Orden de los Jesuitas, largos años caída en desgracia debido a la primacía del Opus.

Suceda lo que suceda: la Iglesia Católica sigue adelante.

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La temática de la novela es interesante. Resulta instructivo que un ex sacerdote, como es Morris West, ofrezca su punto de vista de la Iglesia. Sin embargo, mal que me pese decirlo, el autor australiano no es un buen escritor. Lo que le salva es que tiene mucho que decir y sobre todo presenta un gran número de temas a debatir y eso –aunque pueda parecer extraño no es frecuente. Lo normal hoy en día es el caso contrario: autores con un insuperable estilo literario pero sin ninguna idea que transmitir salvo el trillado “nunca pasa nada” y “la vida no tiene sentido”.

 El estilo de Morris no brilla por su calidad. Los diálogos carecen de fuerza y no consiguen expresar la intensidad de las emociones que embargan a los personajes. A pesar de que una buena parte del argumento se centra en el amor entre Isabel y Rossini y en  la ira de las Madres de la Plaza de Mayo, lo cierto es que ni el sentimiento del amor ni el de la rabia llegan al lector con el ímpetu con el que deberían.

Es la naturaleza reflexiva de Morris la que lo impide. La prudencia impregna su obra a la vez que transmite la impresión de que para el autor los sentimientos pertenecen a lo más profundo del alma y que, por tanto, no quiere, o no puede, sacarlos a la luz con todo su vigor.

Todo ello provoca una gran confusión en el resultado final de la obra. Prefiero decir “confusión” que “desequilibrio”. Por un lado, Morris desea escribir una novela de entretenimiento que albergue algún que otro tema de reflexión. Por otro, el lector preferiría que profundizara más en los temas intelectuales en vez de tratarlos de forma tan superficial. Porque es justamente aquí –en la exposición de las cuestiones que verdaderamente le importan-  cuando lector y autor finalmente se encuentran.

En efecto, anque Morris es incapaz de transmitir la fuerza de los sentimientos, sí logra, en cambio, contagiar el interés que siente por los problemas que acucian a la Iglesia Católica sin para ello tener que recurrir al ateísmo o a la crítica demagógica y fácil. Se trata, no obstante, de cortos momentos. Lamentablemente la pluma de Morris West sólo permite entrever  pequeños y tímidos esbozos de sus pensamientos. Tal vez porque su pretensión no sea la de encontrar soluciones sino simplemente la de mostrar algunos de los males que aquejan actualmente a la Iglesia Católica.

En cualquier caso, de sus escritos se deduce que, a su juicio, el sistema eclesiástico está anquilosado. La propia grandeza que lo caracteriza es al mismo tiempo la fuente de su perdición. Los ritos son complicados y en muchas ocasiones no aportan ningún tipo de ventaja espiritual. El mensaje evangélico se pierde entre inútiles hojas de papel al servicio de la burocracia al tiempo que vacías conversaciones de palacio protegen un centralismo encerrado en sus privilegios internos.

La obra de West se convierte de este modo en la puerta que abre al lector a la reflexión sobre la Iglesia Católica y por consiguiente, sobre nuestro propio mundo: el sentido del catolicismo y de la fe; los problemas de la globalización; la diferencia en la unidad; la cuestión por la  armonía de la tradición con los tiempos en los que se vive: esto es, la concretización del Absoluto.

Se trata en definitiva de animar a una reflexión sobre la posibilidad de mantener su espiritualidad dentro de un sistema de reglas en el que la mística no tiene cabida porque ello significaría la aceptación de la individualidad, lo cual es a todas luces imposible puesto que se opone a la idea de comunidad eclesiástica, en la que se apoyan –como su propio nombre indica-  los cimientos de la Iglesia. No hay que olvidar que al fin y al cabo los únicos místicos celebrados por la Iglesia son aquellos que han realizado su búsqueda sin abandonar la Comunidad Eclesiástica y sus principios. Ello les diferencia de los herejes, que se definen por seguir caminos distintos a veces incluso contrarios, a los de la Iglesia Católica.

Este punto nos conduce a una última reflexión. Si la Iglesia la constituyen los creyentes además de los eclesiásticos, ¿puede constituirse una Iglesia democrática sin que ello signifique su disolución? ¿Cómo y de que manera ha de ser la participación? ¿Cómo elegir los principios prioritarios a los que hay que dedicarse?

 En definitiva: ¿Cómo combinar Globalización y Comunidad?

Como reconocía Voltaire, la firmeza y la flexibilidad de la Iglesia Católica le han permitido sobrevivir hasta el día de hoy. Sin embargo, no deja de ser igualmente cierto que su crisis alcanza los dos mil años: desde su nacimiento. Los periodos de esplendor conviven con los de las sombras. Sus pecados tienen raíces tan profundas como altos y frondosos son las copas de sus árboles. En el fondo, la Iglesia Católica representa lo que todo hombre: la expresión de la incompatibilidad entre su naturaleza humana y su deseo de perfección.

Así visto, la Iglesia Católica es tan contradictoria como la naturaleza de los seres que la constituyen: ha de aceptar la imposibilidad de alcanzar la perfección sin abandonar el deseo de llegar a serlo alguna vez.

Pese a todo, los problemas que afectan en este instante a la Iglesia Católica, y al Cristianismo en general, no son, en mi opinión, los rasgos constitutivos de su carácter. Es más bien la falta de respuesta a las preguntas que el presente plantea lo que la ha sumido en la crisis. En un mundo global, la confrontación con otras ideas, otras religiones y otras formas de vida, introduce la religión dentro de una heterogeneidad que arrastra a lo que –usando la terminología de Nietzsche – se podría calificar como “Suprareligión”. Ello, lejos de suponer una expansión de las ideas cristianas a través de la Iglesia, sumerge la conciencia religiosa en el profundo mar de unas creencias en las que los sacerdotes no son necesarios, los templos son irrelevantes y la práctica de la religión ya no está sometida a ritos sino a la conciencia individual y a la forma que cada uno tiene de entender su existencia. Nietzsche estaba convencido de que era la historización de la religión cristiana la que la había hecho palidecer. He de decir que en este punto difiero del autor alemán. La “Suprarreligión” tiene para la religión las mismas ventajas y desventajas que la “Suprahistoria”. Si por un lado otorga a la Religión un valor eternizador, por otra la condena a perderse en la inmensidad de los tiempos sin encontrar un punto fijo al cual agarrarse. La “Suprareligión” se convierte así en la expresión del misticismo absoluto. Este misticismo –no me cabe duda- es esencial a las almas superiores. El común de los mortales, sin embargo, requiere de normas y ritos que no solo les obliguen a seguir determinadas conductas, sino que les transmitan la sensación de seguridad que el cumplimiento de tales normas implica. Este precisamente fue el espíritu fundacional de la Iglesia. Se trataba de construir una comunidad de la que todos pudieran formar parte a partir de unas normas y dogmas. Era su configuración como Institución la que le permitió llegar  a ser Universal. Sólo así puede comprenderse adecuadamente el ahínco con el que se persiguieron las “herejías. La causa no descansaba tanto en las contradicciones teológicas como en el peligro que suponían para la Iglesia como Institución Universal.

En un mundo relativamente homogéneo ello no resultaba difícil. Las líneas directrices a seguir eran claras y diáfanas y la libertad para inclinarse a la izquierda o a la derecha era una libertad que la anchura misma del camino permitía, sin por ello dejar de ser camino. Las numerosas y diferentes órdenes religiosas dan cuenta de esta pluralidad en el Uno. Las preguntas esenciales estaban claramente contestadas. Lo único que diferenciaba a las diferentes congregaciones era el modo individual de expresar dichas respuestas: cuidando enfermos; educando; aceptando riquezas para Honra de Dios; rechazando cualquier posesión material; viviendo en conventos; trabajando y prestando apoyo en la comunidad, en silencio… Todas estas manifestaciones no eran más que diferentes formas externas de mostrar un mismo código de valores y creencias.

Es cierto que a lo largo de la Historia los conflictos internos de la Institución eclesiástica han generado escisiones de gran virulencia, debidas tanto a deseos reformistas como a luchas por el Poder. Pero, pese a ello, insisto en que tales cismas dieron lugar a lo que podríamos denominar diferentes “Departamentos de Organización de las creencias cristianas”, que lejos de hacer caer a la Cristiandad, la reforzaron.

El problema –que lenta e inexorablemente- va dejando de ser un problema para convertirse en una tragedia es que ni los problemas ni las respuestas actuales contienen la homogeneidad de antaño. El avance de las investigaciones científicas genera nuevas preguntas a las que la Iglesia no puede responder, al menos no como “Institución Universal de Creencias Religiosas.”

Tres son, a mi modo de ver, las dificultades que se lo impiden: Por un lado, la Iglesia ya no puede recurrir tan fácilmente a la idea de pecado ni a la idea de “enfermedad mental”  de los que se oponen a sus doctrinas, sino que ha de aceptar la reflexión serena y los cónclaves han de reunir a las  partes enfrentadas y no sólo a las distintas partes que componen la Iglesia.

Por otro – y esto es un denominador común a cualquier Institución y Empresa-  a mayor diálogo y tolerancia menor consistencia y estabilidad en la Institución, lo que la convierte en un adversario débil ante sus enemigos.

En tercer lugar, faltan teólogos y humanistas con el carisma, la preparación teológica y la Fe que los nuevos tiempos requieren. Los que forman parte institucional de esa Institución son cada vez menos numerosos y están peor formados. Ellos mismos no saben qué postura tomar ante los nuevos problemas: ya sean de carácter sexual (libertad sexual en todos los aspectos/ matrimonio de sacerdotes) o demográfico (eutanasia/ anticonceptivos). Que la Iglesia consienta que se mantenga una organización: “Legionarios de Cristo”,  propulsada por un hombre de la bajeza moral de su fundador, en vez de condenarla a la desaparición y obligar a sus componentes a que se reúnan bajo otro nombre y otro fundador, no muestra más que la debilidad espiritual interna de la Madre Iglesia que se ve obligada a aceptar a cualquiera que exprese su intención de luchar por ella, aunque se trate de legionarios bajo los auspicios de un mercenario. No dudo del valor de tales legionarios pero sí del general que les ha dado la bandera. La posibilidad que el Bien se genere del Mal, es un problema teológico conectado posiblemente con la teoría física del Caos, pero a mi juicio plantea enormes –terribles- problemas en las cuestiones morales.

Que en vez de sentarse a discutir de estos temas, se dediquen a analizar cómo vender la imagen de la Iglesia Católica en los absurdos encuentros multitudinarios de jóvenes a los que sin duda acuden fervientes creyentes pero que lo normal es encontrarlos abrazados fervientemente a la cerveza y a su novia mientras entonan canciones de amor al Papa, al Universo y a Dios, me parece sumamente peligroso y me reafirma en mi opinión de que la Iglesia está confusa. Entre universalidad, pluralismo y adaptación a los nuevos tiempos existen grandes diferencias que deben ser profundamente analizadas.

Todos somos conscientes de que las Instituciones religiosas se componen de dos elementos: el espiritual y el terrenal y según los creyentes corresponde a la Iglesia el mantenerlos en equilibrio. Una sociedad obsesionada por la espiritualidad es tan peligrosa –si no más- que una preocupada únicamente por las cuestiones mundanas. Los teólogos han de poder comprender las expresiones religiosas del pueblo, unidas siempre a la diversión, sin escandalizarse ni fastidiar la fiesta. Pero para que una fiesta pueda seguir llamándose “fiesta religiosa” y no “fiesta del pueblo”, es necesario que esté apoyada por la firmeza espiritual. Y esa firmeza espiritual sólo puede venir dada a) cuando existe un camino teológico-metafísico a seguir y b) cuando ese camino se dirige a alguna parte. Es entonces cuando los hombres religiosos pueden dedicarse a la tarea común de construir. Ahora falta el camino y la Iglesia se asombra de que no haya obreros. Cree que concediéndoles más vacaciones y organizando más fiestas, arreglará el problema. Me pregunto por qué todas las empresas se empeñan en acusar  a los obreros de los fracasos que sufren, cuando la mayor parte de las veces se debe a la ineficacia de los cuadros directivos. Curiosamente, las altas esferas excusan su responsabilidad parapetándose en el estado de la coyuntura que, nuevamente, se debe, como no podría ser menos, a los obreros por haber aumentado desmedidamente sus reivindicaciones. Si además dicha empresa ha dejado de ser un monopolio y ha de aprender a competir con las otras empresas del gremio, aparece como ineludible la necesidad de hombres competentes desde el superior hasta el inferior, sin olvidar el medio.

Es cierto que la Institución de la Iglesia Católica (y cristiana, en general) está constituida por hombres cuya capacidad es meramente humana. No obstante, tal circunstancia, no impide –al menos a mí no me lo parece- que pueda seguir planteándose temas que afectan a la espiritualidad. Mucho más cuando en la actualidad muchas de las ramas de la física teórica rozan sin pudor la metafísica.

No estaría de mal que la Iglesia Católica (cristiana) tuviera una cadena de televisión en cada país –para eso están las cadenas privadas- en la que se discutieran temas teológicos  en vez de convertirse en una especie de reality show en el que sólo se tratan temas individuales como son la conversión y del encuentro individual con Jesús (La Iglesia Católica habla cada vez menos de Dios. Me han explicado que ello se debe a que Jesús es la figura distintiva del catolicismo. A mí me parece que la figura distintiva del catolicismo es Dios. Jesús es Dios hecho Hombre, pero en estos momentos creo sinceramente que el hombre necesita al “Hijo de Dios hecho Dios”). En cualquier caso, las experiencias religiosas individuales tienen un interés relativo. Es cierto que la Historia la hacen los individuos y en eso estoy de acuerdo con Nietzsche, pero nunca se puede contar “en individual’. Las experiencias individuales sólo hacen Historia cuando sus protagonistas trascienden los esquemas individuales en los que la mayor parte de las vidas transcurren y ese tipo de vidas no suelen ser frecuentes. No es que las vidas individuales corrientes carezcan de sentido pero lo cierto es que yo prefiero conocerlas desde la pluma de los narradores que las saben contar en vez de escuchar declaraciones que pertenecen al confesionario, a una terapia de grupo o a las reuniones con amigos pero no a una audiencia de espectadores desconocidos.

Por otra parte, lo que los católicos necesitan no es diálogo con otras religiones. Aunque la religión se estructure en instituciones  que repercuten en la vida política de un país, su naturaleza intrínseca no es - o no ha de ser - política. Ya lo dije en otro de mis blogs: la religión –cualquier religión- se basa en el convencimiento de estar en posesión de la VERDAD. Esto impide el diálogo pero no la discusión.

Una religión dialogante es una religión que no cree en su VERDAD. Un padre que está convencido de la necesidad de prohibir los cigarrillos a su hijo no dialoga con él. Le comunica su decisión y punto. Lo que entonces se inicia- caso de que su hijo esté en desacuerdo- es una discusión. Ninguna de las partes quiere llegar a un acuerdo. Lo que cada una de las partes pretende es vencer al otro. Si se llama discusión y no “batalla campal” es porque en vez de luchar con la espada se lucha con argumentos. El padre puede alegar razones sanitarias o citar los últimos estudios científicos, referirse a la postura del vecino o recurrir a la autoridad que le confiere el ser su progenitor. Lo cierto en cualquier caso es que si el padre pierde la discusión, pierde el derecho a prohibir a su hijo el consumo de cigarrillos.
Cuando hablan del diálogo entre las diferentes religiones a mí me asalta la duda de cómo puede darse el diálogo cuando cada una de ellas defiende una VERDAD diferente. A no ser que afirmemos que sólo existe una Verdad: Dios y que las religiones son sólo formas distintas de recoger y mostrar la Verdad. Ello implicaría que la pertenencia a una determinada religión se decidiría en función de su adecuación a los gustos personales de cada cual. Este punto de vista permite, sin duda alguna, el diálogo entre las diferentes religiones al haber desaparecido su rivalidad espiritual. Subsistiría, eso sí, la competencia material en lo que al número de fieles e ingresos económicos se refiere. (Pero como todos sabemos, es justamente en dicho terreno donde los diálogos  resultan siempre posibles.)
Ahora bien ¿estarían dispuestas las religiones –todas ellas tolerantes y a favor de la paz- a aceptar que la única Verdad es DIOS y no cada uno de sus dogmas? A estas alturas me atrevo a dudarlo. Mi opinión es que las religiones pueden estar tal vez influidas por la ilustración, lo que les permite respetar las ideas ajenas y abstenerse de llevar a la hoguera a quienes no comparta las suyas, pero ellas mismas, a pesar de su ideal de universalidad, no pueden ser ilustradas. La universalidad ilustrada es una universalidad intersubjetiva y crítica, mientras que las grandes religiones defienden la Verdad y es a partir de la Verdad y en virtud de ella por lo que aspiran a convertirse incuestionablemente en universales. Es decir, la universalidad de la religión no es un principio sino una consecuencia.

En este sentido, la religión judía es –a mi modo de ver- la religión más sincera. Dios es Universal pero la religión no puede ser universal. En tanto que Pueblo Elegido de Dios, la religión judía no puede incluir más que a un grupo determinado de individuos y no aspira en absoluto a convertirse en universal. El proselitismo carece de sentido; tanto como el diálogo externo. Lo cual es sumamente sensato porque además de fomentar la tolerancia a la espera de que las otras religiones hagan lo mismo, incentiva el desarrollo de la interpretación interna, que puede considerarse en lo que a las religiones respecta, el único diálogo capaz de reunir las condiciones del discurso ético de Habermas.

Lo que la Iglesia Católica ha perdido dentro de su seno -y ha de volver a recuperar- es un foro para el diálogo interno y la disputa de los buenos pensadores que han de integrar el seno de la Iglesia. Con respecto a las otras religiones es necesario mantener la paz. Pero  los tratados de paz, como dice Voltaire, los hacen posible los equilibrios de las distintas fuerzas, no la elocuencia. Por eso yo comprendería que las religiones se mantuvieran apartadas las unas de las otras para no matarse, o que cuando se reunieran siguieran el consejo de Wittgenstein y que hablaran de todo excepto de lo que no se puede hablar a fin de evitar enfrentamientos. Yo comprendería incluso que se saludaran sin entrar en más profundidades. Lo que me parece inaudito es “el diálogo entre religiones”. Sobre todo cuando en el seno de esas dialogantes religiones no cesan las escisiones internas porque por no ponerse de acuerdo no se ponen de acuerdo –como todos los ilustrados muestran- ni en sus propias Interpretaciones Sagradas.
Junto a esta defensa a capa y a espada (con la lengua y la pluma) de la VERDAD cristiana, la Iglesia Católica tiene que decidir cuáles son sus objetivos a cumplir como Institución. Esto es: si está dispuesta a descentralizarse y a aceptar las consecuencias: aparición de comunidades  diversas o quiere seguir manteniéndose fiel a su espíritu de Institución Universal de Creencias, con lo cual no tiene más remedio que seguir manteniendo el centralismo, lo que implica una tarea al estilo de la Academia de la Lengua Española: “limpia, brilla y da esplendor.” y que subordina (no destruye) la democracia a la funcionalidad del aparato.

Los laicistas, por su parte, lejos de disfrutar, sufren las consecuencias de su victoria. Voltaire se quejaba de las disputas entre jesuitas y dominicos como si él – Voltaire- no hubiera gustado de las discusiones ya fuera con la pluma o con la lengua a pesar de que la una y la otra le causaran varios disgustos a lo largo de su existencia. Voltaire critica las discusiones del contrario cuando él mismo es un gran discutidor y estimulador del pensamiento.

Desde que han destruido al enemigo, los laicistas ya no saben qué hacer. La victoria no ha introducido ninguno de sus pretendidos Principios. La caída de la Iglesia no ha supuesto  una nueva sociedad más virtuosa y menos hipócrita llevada por un deseo de saber. Ha significado, mal que les pese a todos, la caída en la confusión moral y humana de la sociedad que se pierde en individualismos empobrecidos –a la manera que criticaba Nietzsche. Estamos empachados de conocimientos dispersos y desconectados en vez de poseer (y desear –luchar por- poseer) auténtico saber. Nuestro individualismo no expresa más que la debilidad de nuestros caracteres que se manifiesta hacia el exterior en forma de barbarie. La sobredosis de Historia de la que se quejaba Nietzsche no ha generado más que la disolución de la Historia en momentos incomunicables entre sí. El olvido, que Nietzsche consideraba de vital importancia para poder seguir actuando, se ha apropiado de tal forma de la Historia que impide cualquier forma de conexión interna. Lo mismo sucede con la sobredosis de Religión. Asistimos a una disolución de los dogmas cristianos, de las normas, de los ritos. La crisis de la Iglesia católico-cristiana es también la crisis de la Sociedad Occidental. Los principios ilustrados no pueden resolver esta situación por sí solos pero no es menos cierto que son imprescindibles para conseguir superar la crisis.

No sé si el Bien y el Mal pertenecen a dos caras de una misma moneda. Mis conocimientos de teología no llegan a tales profundidades, pero de lo que no me cabe duda es que la religión y el laicismo están destinados a mantener una lucha eterna y dinámica por el bien de la Humanidad. Ambos se necesitan mutuamente para hacer progresar, sin estancar, una sociedad. A mí me parece que la Iglesia Católica (cristiana) ha tirado demasiado pronto la toalla. Comprendo que dos mil años son muchos años, pero la Iglesia Católica ha de  aceptar – y no simplemente desear- que ninguna de las otras religiones puede ocupar su puesto. Unas, porque están destinadas al “Pueblo Elegido”; otras, como la hindú, porque son “Suprareligiosas”; otras, porque no han tenido todavía contacto con la Ilustración lo que impide a los laicistas encontrar un campo común en el que enfrentarse.

Nombro a los laicistas y no a los ateos porque sus premisas difieren las unas de las otras. Los laicistas cristianos no han negado nunca la VERDAD religiosa cristiana. A lo que constantemente han dirigido sus esfuerzos ha sido a limitar las ansias insaciables de poder político de la Institución eclesiástica como tal. Es por este motivo por lo que impulsaron igualmente la tolerancia de creencias. La FE, la VERDAD de un SER SUPREMO era más importante para ellos que las instituciones terrenas que pretendían tener su exclusiva. No había que destruir la VERDAD sino controlar a las Instituciones. El ateísmo, en cambio, no se preocupa tanto de atacar a la Institución como de negar la VERDAD en que cualquier institución religiosa se asienta. Por esta razón,  la discusión es posible  con el laico y con el creyente, pero no con el ateo.

La sociedad atea no sólo rechaza la religión desde un punto de vista externo, sino interno. Por tanto requiere de conductas morales que no se apoyen en ningún Principio Superior  ya que cualquier Principio Superior podría identificarse con Dios. Para evitar transformarse en una sociedad al estilo de la que describió Hobbes en “El Leviatán”, la sociedad atea exige o bien la existencia de hombres con una moral de "dioses", o bien la aprobación por el parlamento de una legislación moral. Soluciones ambas plagadas de riesgos.

Deseo fervientemente que la Iglesia Católica (cristiana) encuentre buenos teólogos a fin de motivar a  los laicistas (e incluso a los ateos) a esforzarse en ser y formar mejores hombres, para que todos juntos puedan seguir impulsando –cada cual a su modo y manera- el espíritu occidental bajo los principios del diálogo, la discusión inteligente, tanto como los de la humildad y el sentido del humor, imprescindibles siempre que nosotros, limitados mortales, nos ocupamos de asuntos que sobrepasan nuestras capacidades tanto a nivel intelectual como espiritual. 
Que la Fe Viva impulse nuestras vidas y nos mantenga al pie del timón a religiosos, a laicos - y a los ateos al menos en su interés en construir y mantener a la sociedad en la que sus existencias se desarrollan.

Amén.

Hasta la semana que viene.
Isabel Viñado Gascón.
Nota: La aparición de “Eminencia” en mi Blog no tiene ninguna conexión con la renuncia de Benedicto XVI a su cargo. Se debe simplemente a una mera casualidad. En cualquier caso, quisiera expresar desde aquí mi agradecimiento a su obra teológica y a los esfuerzos - no suficientemente valorados-  que ha hecho por limpiar y dar esplendor a la Institución de la que él forma parte. Estoy firmemente convencida de que ha hecho hasta donde le han dejado y hasta donde sus fuerzas le han alcanzado. Que se retire a la vida contemplativa ha de comprenderse, desde mi punto de vista, como su última lección.
Mis más sinceras gracias por su labor.




sábado, 9 de febrero de 2013

Sobre la utilidad y el perjuicio de la historia para la vida (1874) Friedrich Nietzsche


Nota introductoria 1: El pensamiento de Nietzsche es enormemente complejo. A fin de facilitar su comprensión, he preferido presentarlo en forma de “tesis” que vienen a ser traducciones literales del libro. Es por este motivo por lo que no aparecen indicadas las citas. Lo único que he hecho ha sido reagrupar algunos párrafos y capítulos para ayudar a mostrar las ideas más sobresalientes. Aquellos, por tanto, que no tengan mucho tiempo para leer encontrarán una idea resumida pero exacta de la obra. Mi comentario aparece como de costumbre al final.

Capítulo 1.

Tesis 1: La Historia ha de servir a la vida. Se necesita la Historia para vivir y para actuar, no como excusa para aislarse de la vida y de la acción. Su estudio, por tanto, no debe significar una ampliación de conocimientos. Es un error pretender que la Historia se convierta en una ciencia pura al estilo de las Matemáticas.

Tesis 2: El olvido es necesario. Un exceso de recuerdo produce en el sujeto temor a enfrentarse a una nueva acción. La constante evocación de un suceso resulta dañina para cualquier sujeto, pueblo o cultura.

Tesis 3: El recuerdo y el olvido han de estar en equilibrio. Un exceso de olvido es también perjudicial ya que conduce al punto de vista suprahistórico (Überhistorisch). Desde él toda acción resulta innecesaria porque cualquier cambio es ilusorio;Desde el punto de vista suprahistórico, el pasado y el presente son uno y lo mismo; la pluralidad esconde lo Igual; el cambio es sólo aparente. Lo único en que los hombres suprahistóricos no se han puesto de acuerdo, escribe Nietzsche, es en determinar si las consecuencias que se derivan de esta actitud son la felicidad, la enseñanza, la resignación, la virtud o la penitencia.

Tesis 4: El hombre histórico se sirve del olvido para construir un presente que mire hacia el futuro. No se trata de un olvido que esconde traumas y que sale a la luz en forma de conductas distorsionadas sino que se trata de un olvido activo. Un olvido que se caracteriza por el pensamiento y la reordenación de los sucesos acontecidos, de manera que se siga conservando lo que sirve a la vida y se deseche lo que la impide.

Capítulo 2 y  Capítulo 3.

Tesis 1: Una sobredosis de la historia (Übermaß) resulta, como ya ha señalado en el Capítulo 1, nociva.

Tesis 2: En tres aspectos pertenece la Historia al viviente. Pertenece a los que sienten la necesidad de actuar y alcanzar metas; a los que gustan de conservar y admirar y a los que sufren y están necesitados de liberación. Cada uno de estas relaciones con la Historia configuran tres clases de Historia: la Historia monumental, la Historia anticuaria y la Historia crítica.

La Historia monumental.

Definición: La Historia  pertenece a los activos y fuertes. A los que luchan en una gran lucha.

Efectos positivos: El presente utiliza las consideraciones monumentales del pasado para comprender que lo grande que el hombre hizo una vez, puede volverlo a hacer.

Efectos negativos: Si las consideraciones de la Historia monumental tienen demasiada importancia, conduce a los entusiastas al fanatismo. Si los egoístas inteligentes y los villanos fanáticos se aprovechan de ese tipo de consideración de Historia los reinos serán destruido, los príncipes  asesinados y se originarán guerras y revoluciones. Así pues, la Historia monumental no sirve de nada si se deja al dominio de los inactivos convertidos en poderosos.

La grandeza genera envidia. Muchos utilizan la Historia Monumental para alabar la grandeza de los artistas del pasado y despreciar la grandeza de los artistas del presente.


La Historia Anticuaria

Definición: La Historia pertenece a los conservadores y a los que veneran, a aquellos que con fidelidad y amor miran hacia atrás para agradecer el Ser (Dasein) presente.

Efectos positivos: El uno se siente parte de un “nosotros” que le lleva a sentirse en el espíritu de la casa, género y ciudad, en la que su vida se desarrolla. Eso le permite a la población unir  la patria con las virtudes de la patria y  convertir a los ciudadanos en sedentarios porque la visión de la Historia anticuaria les detiene de luchar contra sí mismos y de ir a buscar algo mejor al extranjero.

Efectos negativos: Se corre el peligro de momificar la Historia y de considerar que sólo porque algo es viejo ha de ser inmortal. El único esfuerzo va encaminado a conservar y no a crear, de modo que no se tiene ninguna consideración por lo que se está haciendo  ni por lo que está llegando a ser. Por esta razón el árbol termina muriendo desde la copa hasta la raíz. La Historia Anticuaria en cantidades desmedidas termina impidiendo el nacimiento de lo nuevo.

La Historia Crítica

 Definición: Es la fuerza que se emplea para romper con el pasado ya que cada época anterior es digna de ser criticada y sentenciada.

Efectos positivos: Permite vislumbrar la injusticia de mantener la existencia de unos privilegios, de una casta y  de una dinastía cuando tales elementos merecen su desaparición.

Efectos negativos: Existe el peligro de querer una ruptura completa con el pasado puesto que nosotros mismos somos el producto de las equivocaciones y pecados de lo anterior.  Por mucho que lo condenemos, no podemos olvidar que procedemos de ese pasado. Así pues, Nietzsche se aleja clara y radicalmente de cualquier consideración posmoderna que defienda que la Historia es una sucesión de momentos, ninguno de los cuales está en conexión con los otros de modo que cada uno de ellos puede ser considerado independientemente de cada uno de los otros.

Capítulo 4

Tesis 1: Cada Hombre, cada Pueblo necesita un determinado conocimiento del pasado en cualquiera de las formas vistas anteriormente pero no como simple saber sino para poder ser utilizado para los fines de la Vida.

Tesis 2: Rasgos de la sociedad actual que aparecen encadenados los unos a los otros.

-          Rasgo 1. Escisión entre la Historia y la Vida. Esta escisión viene producida por la Ciencia y por la investigación que se dedica a ser Ciencia de la Historia.

Consecuencia: Peligrosamente aparece la frase “fiat veritas pereat vita” (“Hágase la verdad, perezca la vida.”)


-          Rasgo 2. El Hombre actual no es capaz de digerir adecuadamente la superabundancia de conocimiento.  El ser humano  engulle  el Saber sin hambre y sin necesidad.

Consecuencia: termina empachado.


-          Rasgo 3. Escisión entre Interioridad y Exterioridad. El conocimiento queda de una manera caótica dentro del individuo, que éste denomina “interioridad”. La “Interioridad” es  el conocimiento desordenado que se aloja dentro del Ser Humano sin que le sea posible salir afuera, con lo cual, la formación moderna no es algo vivo. Es, sencillamente, una simple formación alrededor del saber que no tiene nada con la formación auténticamente viva. Este hecho separa al Hombre moderno del Hombre griego. La formación actual puede considerarse un manual de formación interna para la barbarie externa. La explicación de este fenómeno es sencilla: al no existir una unidad entre la interioridad y lo externo, el hombre no puede desprenderse de lo sobrante (überreichlich) sin que por otra parte, tampoco pueda digerirlo.

Consecuencia: el individuo se acostumbra a no tomar la realidad en serio. Lo real, lo existente le impresiona cada vez menos. Ello le convierte en una personalidad débil. De cara al exterior es cada vez más cómodo e indiferente. La ruptura entre Contenido y Forma llega a hacer perder el sentido de la frontera con la barbarie – esto es, con la carencia de forma.

La escisión entre interioridad y exterioridad convierte al Hombre moderno en una personalidad débil.


-          Rasgo 4. Al contrario que los franceses, los alemanes  tienen mucho miedo de la palabra “convención”. El alemán quisiera ser más natural y a través de ahí (dadurch) más alemán. Sin embargo, se equivoca al utilizar el “a través de ahí”, porque cuanto más se esfuerza en huir hacia lo natural, más se sume en la comodidad y en el dejarse ir (Sichgehenlassen)  y menos en el esfuerzo y en la superación personal (Selbstüberwindung).

La consecuencia de ello es que la convención imprime a las ciudades alemanes un sentido negativo.  Todo da la impresión de estar falto de color, gastado, mal copiado. Irónicamente, el sentido de la Forma será rechazado desde dentro puesto que se tiene el Sentido del Contenido. En efecto, los alemanes son el famoso Pueblo de la Interioridad.

El extranjero, asegura Nietzsche, siempre conservará algo de razón cuando sostenga que el interior del pueblo alemán es demasiado débil y desordenado para tener efectos de cara al exterior. El problema es que aunque lo interno esté mejor estructurado que en otros Pueblos, la alfombra está mal tejida. Los hilos no están bien enlazados y así la acción del alemán aparece de cara al exterior débil y sin consistencia.


-          Rasgo  5. La Interioridad contiene el peligro de desaparecer un día. Con ello expresa Nietzsche dos peligros (o miedos, según se mire): el peligro a que la  arrogante exterioridad se convierta en marca del alemán (Es wäre ein schrecklicher Gedanke, daß sie eines Tages verschwunden sei und nun nur noch die Äußerlichkeit, jene hochmütig täppische und demütig bummelige Äußerlichkeit, als Kennzeichen des Deutschen zurückbliebe) y el peligro a que la interioridad desaparezca sin que nadie se de cuenta y se transforme en una interioridad falseada, pintada, en una actriz si no en algo peor.

La consecuencia es que el Espíritu productivo del Pueblo no puede mantenerse. De un lado no está seguro de la existencia de la Interioridad. Cómo se puede sostener si la unidad del sentir del Pueblo se pierde para dárselo a una parte que se denomina a sí misma “parte formada del Pueblo” que reclama como propio el derecho al espíritu nacional artístico y sabe sentir y falsear el sentir. El instinto del Pueblo ya no puede acudir en su ayuda porque está enterrado por la superabundancia de conocimiento. Lo único que tal vez pueda sentir es náusea de estar dirigido por una exigente secta mientras que su corazón está lleno de pena. Lo que le queda es el odio contra la susodicha formación.

Tesis 3.  Es necesario que  desaparezca la ruptura entre Interioridad y Exterioridad. Igualmente ha de superarse la escisión entre Contenido y Forma. Sólo así puede alcanzarse la Unidad Alemana, que no se trata de una reunificación política sino de la Unidad del Espíritu y de la vida alemana. Esto únicamente es posible si se destruye la contradicción entre Interioridad y Convención.


Capítulo 5, Capítulo 6, Capítulo 7, Capítulo 8 y Capítulo 9

Tesis 1. En cinco aspectos le parece a Nietzsche peligrosa una superabundancia (Übersättigung) de Historia.

Peligro 1.  A través de esa sobredosis (Übermaß) se crea el contraste entre Interioridad y Exterioridad y esta escisión debilita a la personalidad.

- El hombre moderno es un simple espectador y por tanto, lo que aprende no se convierte en vida. El hombre moderno se ha convertido en degustador (genießenden) y espectador deambulador (herumwandelnden Zuschauer). La enseñanza/el indoctrinamiento (die Belehrung) no se convierte en vida. Al no producir efectos hacia fuera, el individuo cae en lo que Nietzsche denomina la confusión  (Wust) de lo aprendido.

- Los individuos dejan de confiar en sí mismos y buscan máscaras bajo la que ocultarse, bien sea como hombre culto, poeta o político. Si se desenmascaran quedan sólo remiendos. Se habla de personalidades libres y no se ven ni personalidades ni seres libres, sino únicamente hombres miedosos cubiertos bajo el concepto de “Seres Universales”. El individuo se ha refugiado en sí mismo. De la Historia sólo salen historias pero ningún suceso.

-La filosofía moderna está sujeta política y policial (polizeilich) a la apariencia de la erudición debido a los Gobiernos, la Iglesias, las Academias y las costumbres. Si el Hombre moderno fuera valiente y sincero desterraría la filosofía. Sin embargo, lo único que hace es cubrir su desnudez.

-La crítica entraña a su vez nueva crítica,  pero carece de efecto porque se ve corregida por la censura. Así pues, los críticos no tienen dominio sobre sí mismos. Eso es lo que los romanos denominaron impotentia y que muestra la debilidad de la personalidad moderna.

La conclusión de Nietzsche es que la Historia de la Humanidad  debería conllevar, sobre todo, el valor a ser sincero, aunque fuera un necio sincero. Sólo a través de la sinceridad puede verse la miseria que arrastra el Hombre moderno. Sólo con la sinceridad se puede sembrar una cultura que no sólo enseñe formación general sino que se preocupe fundamentalmente de descubrir las verdaderas necesidades.

Peligro 2. Creerse en posesión en un grado más alto que cualquier otra época de una virtud especialmente escasa: la Justicia.

-El Hombre moderno basa esta idea en su “Objetividad” histórica. Ello le permite aparecer como un “Dämon” del conocimiento que en una atmósfera de hierro se muestra con una horrible majestad sobrehumana a la que hay que temer, no honrar. Sin embargo,  él no es más que un hombre mortal que quiere convertir la verdad no en frio conocimiento sino en una Jueza que ordena y condena. En suma, quiere que la Verdad sea un Tribunal que juzga al mundo (Weltgericht) y no la presa buscada y deseada del cazador individual.

(*"(...) quiere que la Verdad sea un Tribunal que  juzga al mundo y no la presa buscada y deseada del cazador individual (...)" En este punto me gustaría incluir un inciso personal. Justamente a esto mismo se refiere una y otra vez Singer, cuando afirma que fue la búsqueda colectiva de un profeta en vez de la búsqueda individual lo que arrastró a los hombres del siglo XX a caer en las garras de lo que él elegantemente denomina,  “falsos profetas”.)

De este modo, afirma el escritor alemán, el mundo parece estar lleno de gente que sirve a la Verdad, cuando en realidad la Justicia es cada vez más difícil de encontrar porque en principio pocos tienen la voluntad de ser justos y de estos pocos aún hay menos que posean la fuerza para serlo. Los hombres cultos y las cohortes de investigadores se convierten en esos “Dämon del conocimiento” .

La conclusión de Nietzsche es doble. Por un lado afirma que la Objetividad y la Justicia no tienen nada que ver la una con la otra. Es imposible distinguir lo que une a los que están juntos y los efectos que se derivan de la casualidad. Existen millones de direcciones que avanzan paralelas y en líneas torcidas, de modo que es imposible demostrar la absoluta necesidad de lo que sucede. La subjetividad del historiador resulta, consecuentemente, inevitable. Por otra parte, para juzgar hay que situarse por encima de lo juzgado.

Por otro lado, la Historia la escribe el hombre con experiencia y el que reflexiona. El que no ha vivido ni experimentado nada importante tampoco sabrá inferir del pasado nada elevado. La sentencia (Spruch) del pasado viene siempre dictada por el oráculo. Sólo como constructores del futuro, como sabios del presente puede ser comprendido por los Hombres.

Peligro 3. Todo pueblo que quiere madurar necesita una nube que le sirva de protección. Sin embargo, Nietzsche afirma que es imposible madurar porque la ciencia empieza a dominar a la vida. Los instintos del Pueblo se distorsionan (gestört) y esto impide madurar tanto al individuo como a la colectividad. Así considerado, el sentido histórico desenraiza el futuro, destruye las ilusiones y le despoja de la atmósfera protectora que las cosas ya existentes necesitan para vivir. De esta forma, el instinto creador queda aniquilado.

Los  ejemplos que Nietzsche pone son dos. En primer lugar, la religión. A su juicio, una religión que con el tiempo sea científicamente reconocida será destrozada como religión. Quien quita y se quita a sí mismo las ilusiones condena a la Naturaleza como la más dura de los tiranos. Si la Religión cristiana se convierte en una masa que fluye, sin ninguna escisión, sin ninguna grieta, si cada pieza se encuentra pacíficamente ora aquí ora allí, ¿en qué se puede pensar? – se pregunta Nietzsche. Lo que se aprende del cristianismo es que bajo los efectos de un tratamiento histórico palidece y se convierte en algo innatural. Que un tratamiento justo disuelve y destruye el cristianismo es algo que se puede estudiar en todo lo que tiene vida. Todo lo vivo necesita una atmósfera que la rodee protegiéndola. Cuando se le quita ese manto a la religión, al arte, al genio y se le condena a ser un planeta sin atmósfera,  dejan de ser fructíferos.

Pero no sólo la religión pierde el carácter que la caracteriza; también la ciencia termina ella misma sufriendo los problemas que la inmadurez provoca.  En efecto, si los investigadores empiezan a trabajar para ser útiles antes de haber alcanzado el grado suficiente de madurez en lo que Nietzsche denomina “la fábrica de la ciencia” (“wissenschaftliche Fabrik”), la ciencia no tardará en sucumbir, igual que lo han hecho las fábricas de esclavos. Nietzsche se lamenta de tener que utilizar términos de carácter económico pero como él mismo reconoce, le vienen a la lengua involuntariamente. Su conclusión es que la mediocridad será cada vez más mediocre y la Ciencia cada vez más utilitaria (nutzbarer) en sentido económico. Los carreteros han firmado entre ellos un contrato de trabajo y han decretado al genio como innecesario, a fin de que cada carretero pueda ser considerado genio. Ello conducirá sin duda alguna al fenómeno de la popularización de la Ciencia (junto al de la feminización e infantilización). Los hombres cultos (Gelehrten) sólo pueden ascender en la medida en que son masa (Pöbel) y no cultos (Gelehrte).

Peligro 4. La creencia de ser el epígono de la Humanidad. Su crítica se dirige en un primer momento al cristianismo por la importancia que concede a la última Hora; en un segundo momento se opone a la filosofía hegeliana porque iguala la miseria del individuo con la consumación de la Historia del mundo. Y en un tercero, denuncia la unión que se ha producido entre cristianismo y hegelianismo, de modo que se ha querido ver a Dios en el proceso hegeliano. Sus críticas finales van dirigidas a la objetividad en la actividad cognitiva que no indica más que pasividad.

El gran luchador lucha contra la Historia, esto es, contra el poder ciego de lo existente. Lo que les impulsa hacia delante es formar un nuevo género.

Peligro 5. El individuo se acostumbra a utilizar la ironía sobre sí mismo. Dicha ironía termina desembocando en el cinismo. Ahí madura siempre una práctica egoísta que paraliza la fuerza de la vida hasta terminar destruyéndola. Dicho cinismo se asienta en la afirmación de que tanto las cosas como el Hombre deben ser como son en ese preciso momento. Ese deber ser (muss) no puede ser rehusado. El hombre se refugia en el cinismo porque ya no logra mantenerse por más tiempo en la ironía.

Esta situación deriva del hecho de que el mundo y la personalidad aparecen firmemente enlazados. Al cínico no le parece tan emocionante ser heredero de los griegos y de los romanos como serlo del Proceso del Mundo.

La conclusión de Nietzsche es que el saber del individuo del siglo XIX lejos de culminar la naturaleza destruye la suya propia. Hay una desproporción entre el conocimiento y el poder hacer. Escalar hacia el saber representa al mismo tiempo dirigirse hacia abajo, al caos. Ello se debe justamente al modo equivocado en que el hombre pretende subir hacia arriba: como conocedor (Wissender). Como es un saber que reposa sólo en los conocimientos y no en el poder hacer, no supone ninguna ventaja para el individuo. Más bien lo contrario, por no ser capaz de digerir tantos conocimientos.

El resultado de un saber, que no está puesto a disposición del genio sino de los mediocres es la náusea. Nietzsche alude a la obra de Schopenhauer. Al contrario que éste, él se muestra optimista. Si la Náusea viene junto con el Poder, como Schopenhauer ha profetizado,  entonces, dice, está de acuerdo en que el mundo debe desaparecer (el próximo sábado a las doce, escribe). Sin embargo, recalca que lo importante no es la pregunta de para qué el mundo y la Humanidad. Lo esencial es que cada individuo se pregunte a sí mismo el para qué de su existencia. ¿Demuestra la estadística que hay reglas en la Historia? Lo que demuestra en realidad es lo nauseabunda y malvadamente uniforme que es la masa. Nietzsche considera que en tanto en cuanto existen reglas en la Historia resultan inválidas tanto las reglas como la Historia. El autor alemán critica el empeño en magnificar a las masas por considerar que se confunden calidad y cantidad. Lo más noble y elevado nunca tiene efectos en la masa. El éxito histórico del cristianismo se debe a la grandeza de su fundador.

La grandeza en cualquier caso no depende del éxito. Demóstenes, por ejemplo, posee grandeza aunque no haya alcanzado el éxito. El grave peligro es decretar que el egoísmo ha de ser nuestro Dios. La amenaza que se cierne sobre los Hombres es que están cerca de creer que el egoísmo del único, de los grupos o de las masas ha sido el motor palanca (Hebel) de los movimientos históricos a lo largo de todos los tiempos.

En cualquier caso el egoísmo lleva al Hombre a ser listo no a ser sabio.

Capítulo 10

Tesis 1.  Hay que salir de la sobredosis (Übermaß) de la Historia, de modo que pueda superarse la debilidad de la personalidad actual.

Tesis 2. La esperanza para conseguirlo es la juventud. Ella es la única que puede conseguir que los alemanes tengan lo que no han tenido hasta ahora: cultura.

Tesis 3. La educación de la juventud alemana descansa en un falso concepto de cultura. Su objetivo no es el libre pensador (freier Gebildeter) sino el erudito (Gelehrter), el hombre científico y sobre todo, el hombre científico lo antes posible utilizable, que se aparta de la vida para poder reconocerla mejor. El resultado es un histórico-estético filisteo de la educación, el sabelotodo (Altkluger) y nuevo charlatán sobre el Estado, Iglesia y Arte. Tal tipo de educación sólo puede destruirse si se acaba con la creencia de la necesidad de esa educación.

Tesis 4. La educación no puede descansar en un canon monótono ni consistir en aprender una retahíla de conceptos surgidos de conocimientos recientes. La educación tiene que ir dirigida a enseñar a vivir y a experimentar vivencias. Ha de integrar, por tanto, un conocimiento práctico que conduzca a los jóvenes artistas, por ejemplo, a aprender arte en los talleres de los maestros y mejor aún: en el taller de la naturaleza, en vez de en las galerías y cámaras de arte.  Y ello porque la vida constituye en sí misma una obra de artesanía (Handwerk) que exige práctica.

Tesis 5. La sobredosis de la Historia ha atacado la fuerza plástica de la vida. Ya no se entiende que el pasado pueda tomarse como un alimento de fuerza (kräftige Nährung).

Tesis 6. Contra la enfermedad de la sobredosis de la Historia hay dos antídotos que son, curiosamente, venenos en sí mismos. Estos son: Lo Ahistórico (Unhistorische) y lo Suprahistórico (Überhistorische).

-           6a). Ahistórico (Unhistorische) es el Arte y la Fuerza de poder olvidar, de modo que uno se pueda encerrar en un horizonte limitado (begrenzter Horizont)

-          6b). El término Suprahistórico (Überhistorische) engloba a los Poderes que distraen de la mirada del llegar a ser para centrarse en el carácter que lo Eterno confiere al Arte y a la Religión.

-          6c) La Ciencia ve en estas Fuerzas, Fuerzas y Poderes contrarios, ya que únicamente acepta como verdadera la consideración científica de la realidad. Es decir, como algo que ya ha sido y no como un estar siendo. La Ciencia vive en una lucha contra las Fuerzas eternizantes del Arte y la Religión tanto como contra el olvido, porque éste significa la muerte del saber.

Tesis 7. Corresponde a la Juventud mejorar la situación de la educación y de la Humanidad. A Nietzsche no le cabe duda que a dicha juventud los antídotos le infligirán tanto sufrimiento como la enfermedad. Sin embargo, confía que la salud de dicha juventud le posibilitará el luchar por sentimientos vitales cada vez más altos.

Tesis 8. La juventud conseguirá tales objetivos siguiendo las palabras del dios délfico: “conócete a ti mismo.” Fue esta enseñanza délfica la que permitió a los antiguos griegos conocer sus verdaderas necesidades y aprender a organizar el caos.

Tesis 9. Cada uno de nosotros tiene que organizar el caos que lleva dentro de sí mismo a fin de reconocer sus verdaderas necesidades. Su sinceridad, su virtuoso y sincero carácter deberán oponerse a lo simplemente repetido, re-pensado, re-aspirado. Sólo así puede el individuo aprender que la cultura es algo más que Decoración de la vida que al igual que las joyas lo único que hace es ocultar lo enjoyado. La cultura tiene que ser entendida sin interior ni exterior, sin presentación ni convención. La cultura como una unanimidad entre Vivir, Pensar, Aparecer y Querer. Esto es lo que permitió que la cultura de los antiguos griegos fuera superior a la cultura de los otros pueblos.

Tesis 10. Solo de la sinceridad puede nacer la cultura.

Hasta aquí los rasgos más importantes de la obra.

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A continuación he incluido tres comentarios personales que, aunque fueron hasta cierto modo inspirados por esta obra de Nietzsche, guardan una lejana relación con el tema central del libro. El primero de ellos tiene que ver con Nietzsche.  Hay otros comentarios en los que también me ocupo del autor alemán, como el publicado en Junio del 2013 en este mismo blog, titulado: V "Contrapunto"(1928) Aldous Huxley. / V. Huxley y Nietzsche. Ilustración; el duro equilibrio entre la razón y las emociones.

Los dos últimos comentarios, en cambio,  se centran especialmente en el tema de educación. Si el segundo, es una crítica contra la mediocridad de los maestros de la que tradicionalmente se han lamentado los intelectuales alemanes, el tercero es una crítica personal mía contra las reformas educativas llevadas a cabo en el 2015 en Francia porque en mi opinión acaban, justamente, con el espíritu cultural que tradicionalmente ha caracterizado a la educación francesa. Vuelvo a repetir, sin embargo, que se trata de una consideración absolutamente personal, tan personal como mi convencimiento de que la cultura no es generada ni por los más brillantes maestros, ni por las más grandiosas e insignes bibliotecas, ni tan siquiera por los libros -olvidados y polvorientos en más de una ocasión. La cultura la provoca la curiosidad de cada individuo cuando es tan fuerte que se decide a leer  pese al cansancio originado por el trabajo diario. La cultura la inicia cada individuo que acepta el reto del conocimiento. La postura actual ante la cultura es una postura equivocada porque parte de la responsabilidad social y no de la individualidad, de la motivación externa que ha de procurarse para animar a leer y a estudiar y no de la interna, cuando lo cierto es que la motivación que realmente necesita un pueblo para poder ser denominado "culto" es siempre una motivación interna. Ciertamente ha de existir la posibilidad de acceder a ese conocimiento, pero seamos sinceros: tener la posibilidad no significa haberlo alcanzado; de la misma manera que el hecho de que un individuo posea una biblioteca de mil libros no implica que los haya leido todos - o tan siquiera uno de ellos.

Comentario 1.
En este tratado Nietzsche aborda el problema de la Historia, el concepto de cultura, el obstáculo que para su creación supone la ciencia y al tiempo que hace una llamada a la juventud para reformar el estado lamentable en el que a su juicio se encuentra la cultura alemana de su época . Además de denunciar la falta de espíritu de los hombres eruditos y reprochar al cristianismo la importancia que concede a la “Última Hora”, Nietzsche critica también el romanticismo histórico porque despoja de su fuerza a la Historia pasada. Dicha recriminación suele pasar desapercibida para muchos de los estudiosos de su obra, que prefieren centrarse en los ataques que lanzó contra el Siglo de las Luces. Es cierto que el autor alemán embistió contra los valores Ilustrados y les recriminó su hipocresía pero al mismo tiempo nunca consideró que el romanticismo fuera la solución.

No me cabe duda de que cada uno de estos temas podría ocupar por sí mismo cientos de páginas. Si a algo provocan las palabras de Nietzsche eso es a la reflexión y a la conversación. Curiosamente me atrevería a decir que actualmente sus obras son más leídas (y mejor recibidas) en Francia que en Alemania. La fama de autor favorable al nazismo le sigue persiguiendo injustamente en su propia patria hasta el punto de que muchos intelectuales no han leído nunca sus libros y sólo conocen sus obras por las referencias convencionales. A veces me asalta la sospecha de que en Alemania existe una conspiración de los poderes pangermanos contra Nietzsche destinada a conseguir que sus libros continúen desconocidos para el gran público, de modo que éste permanezca ajeno a las críticas tan profundas como certeras que hizo a su propio país. Porque lo cierto es que Nietzsche es un analista auténticamente individual y su obra no puede ni debe incluirse en ninguna ideología de masas. Aunque muchos – entre los que se cuenta su propia hermana, su cuñado y toda la ralea de alrededor – se empeñaran en ello. A decir verdad, las consideraciones de Nietzsche acerca de la Alemania en la que vive son más negativas que otra cosa.  Sin embargo, lejos de pretender escribir ensayos políticos y económicos, sus esfuerzos van dirigidos fundamentalmente a denunciar el estancamiento de la cultura occidental en general y de la suya en concreto - por ser la que realmente le preocupa -  que se debe –según él- tanto a la vaciedad de que adolecen los valores morales  - lo que sumerge a la sociedad en la hipocresía o en la barbarie- como a la subordinación de la cultura con respecto a una ciencia basada en el tecnicismo. La mayoría disfruta de sus ventajas sin saber exactamente en qué consiste, pero la posibilidad de manejar las novedades que constantemente van apareciendo, les proporciona la falsa ilusión de conocimiento. Se llega así a la popularización de la ciencia y al triunfo de los mediocres inactivos.

Otro autor alemán – Schopenhauer- había denunciado anteriormente la situación lamentable en la que se encontraba la cultura de su sociedad. Pese a todo, la obra de Nietzsche no es más que un intento desesperado por no quedarse anclado en el pesimismo de su compatriota. Todas sus fuerzas van encaminadas en este sentido. De ahí que no ceje en la búsqueda de lo que podría denominarse “una salvación” más que “una solución”, dada la gravedad del problema.
En “El Nacimiento de la tragedia” viene de manos del héroe. En “Sobre la utilidad y el perjuicio de la Historia para la vida” Nietzsche se decanta por la juventud. Más tarde creerá ver en Wagner la dirección a seguir. No tardará en quedar decepcionado.
La sinceridad con uno mismo es un factor que se encuentra presente en toda su obra y constituye, a su juicio,  el remedio más efectivo para superar la crisis artística y cultural.

Ya en su primera obra (“El nacimiento de la tragedia”) advirtió Nietzsche las sombras que planean sobre una sociedad cuyo optimismo descansa en los logros técnico-científicos. Su examen, sin embargo, se centra en la constante pero necesaria lucha que tiene lugar en la realidad entre lo apolíneo y lo dionisiaco y las dificultades que dicho antagonismo plantea. Si prevalece lo apolíneo, ello da origen a la estática hierática. La rigidez se convierte en el  rasgo dominante. Del lado contrario, la regencia de lo dionisiaco conduce al caos. Es por eso por lo que Nietzsche acude a la figura del héroe, que es siempre una figura trágica. Por un lado,  porque participa de lo divino y de lo humano y por otro porque está siempre en la frontera entre los dos poderes antes mencionados: el apolíneo y el dionisiaco.

En esta segunda obra, aparece otro elemento liberador: la sinceridad. Sólo a través de ella pueden ser reconocidas las verdaderas necesidades de lo real en vez de cubrirla con joyas que terminan ahogándola, aunque se traten del zafiro de la ciencia y del rubí de la educación. Por este motivo Nietzsche recurre a la Juventud: por considerar que su fuerza, su salud, su no estar todavía hecha, le permite ser sincera, radicalmente sincera.

En una tercera obra, creerá encontrar en Wagner el profeta al que seguir. Se alejará de él cuando comprenda que a Wagner sólo le anima el sentido mercantilista y que está dispuesto a vender su alma al diablo no porque sea el diablo sino por tratarse del mejor postor.


La obra que nos ocupa puede dividirse en dos apartados. Hasta el capítulo 5, Nietzsche hace una reflexión analítica de la Historia y de cómo debe ser comprendida ésta. A partir del capítulo 5 pasa a concentrarse en las consecuencias  negativas que  una sobredosis de Historia genera en una sociedad. La amargura que siente Nietzsche por la cultura alemana (que él denuncia como “falta de cultura”) es, sin embargo, sumamente comprensible. La cultura alemana hunde sus raíces en el idealismo y en el cristianismo (protestante, sobre todo) – esto es: en las grandes representaciones de lo que ha de ser la realidad. A continuación se dedica a dormir. Los reformadores que intentan despertar a los durmientes han de emigrar o aceptar las consecuencias de su rebeldía: esto es, el aislamiento. De una u otra manera el pensador reformador alemán se ve condenado al ostracismo. Ello se debe a que la ilustración alemana – al contrario que la francesa- fue más filosófica que política. Este hecho no hace más que dar la razón a Nietzsche. La ilustración alemana permaneció enlatada en los libros y no produjo ningún efecto real en la existencia. De este modo, la población siguió con su modo de vida tradicional, que englobaba lógicamente a la educación.

También Brecht se ocupará de estos dos problemas: Tanto de la desmedida afición de sus compatriotas a las representaciones ideales de la realidad, de modo que pretenden llevar la realidad a esas altas representaciones a través del grandioso pero casi siempre vacío “deber ser” (“muss”) como del problema de la educación. Con respecto al primer asunto, Brecht se opone a los altos ideales y al “deber ser” porque son creados por  la clase dirigente que los utiliza para conseguir sus propósitos manipulando al pueblo. En cuanto al segundo tema, Brecht –al igual que Remarque y muchos otros- atacará la figura mediocre, falsa, desprovista de virtud y manipuladora de los maestros que, lejos de educar, detentan su poder ilimitado y sin escrúpulos sobre los alumnos fomentando la falsa creencia - que es la que les sirve de parapeto - de  que ellos son los representantes de la naturaleza transmisora de lo que debe ser el espíritu alemán y tal es la función que cumplen en la institución pública.

El que casi nadie note el estado de emergencia en que se encuentra la cultura alemana de su tiempo, se debe  según Nietzsche a los beneficios económicos que la ciencia reporta. Ello sume a sus contemporáneos en un optimismo cegador que les impide ver la auténtica realidad. Sin embargo, hace constar que lejos de tratarse de una ciencia auténtica, destinada a la vida, se trata de un cientificismo ocupado en formar a investigadores que puedan ser utilizados lo más eficaz y antes posible, de modo que sus esfuerzos puedan ser rentabilizados.
Ello conlleva, por un lado, a declarar al egoísmo como el nuevo Dios y por otro, a una escisión entre Ciencia, Saber y Vida que sólo pueden ser aunadas por un Arte y una Religión construidas en sinceridad.

Que Nietzsche se ocupe de las deficiencias que ve en su país debería ser una invitación a la autocrítica y a la reflexión de los defectos y limitaciones de la educación actual y no servir simplemente de apoyo a la hora de criticar a Alemania incitados por la envidia de su éxito económico obtenido gracias  a su disciplina y buen hacer. Sus afirmaciones siguen vigentes y son extensibles al resto de las sociedades actuales: la técnica por sí sola no engendra cultura, el consumo de la técnica no nos convierte en científicos y la verdadera educación no puede dirigirse únicamente al rendimiento económico ni a la erudición (y en el caso de España tampoco a la simple obtención de títulos académicos), sino que debe contribuir a la mejora del desarrollo espiritual del individuo.
Sin duda alguna Nietzsche leyó a Voltaire puesto que lo nombra en uno de los pasajes del libro. Ignoro, en cambio, si leyó a Montesquieu. El sensato autor francés observó acertadamente en su obra “Las Cartas Persas” que la mayor parte de los hombres inteligentes han tenido problemas en sus respectivos tiempos y sociedades y en lo que respecta a los sabios, suerte tendrán si no son quemados. Montesquieu era consciente de que la gran parte de la sociedad se precipita al abismo y que los pocos hombres que tiran de ella en sentido opuesto se ven abocados a sufrir grandes humillaciones y peligros.


Así pues, aunque el libro se titule “Sobre la utilidad y el perjuicio de la Historia”, lo cierto es que este tema – el de la Historia y sus diferentes aspectos-  queda de alguna manera relegado al tema que siempre le preocupó a Nietzsche. A decir: cómo superar la atrofia espiritual (Stumpfheit), que en cualquier sociedad impera, sin perecer en el intento

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Comentario 2




No cabe duda de que su crítica se dirige en un primer momento a los mediocres que se sienten sumamente contentos al escucharse a sí mismos, aunque sus frases y sus pensamientos sean la copia fiel de las frases hechas y de las ideas dominantes en la sociedad.



Sin embargo, hay una crítica más profunda que es la que nace del dolor del hombre cuando  ve hundirse a la patria que ama en las aguas pantanosas de la inactividad intelectual y espiritual sin que nadie haga nada por evitarlo, ocupados como están en vender técnica. En mi opinión Nietzsche mira con envidia – aunque no lo confiese expresamente – a Francia y a su esplendor cultural,  que atrae a pensadores y artistas de toda Europa.

Ambos países, Francia y Alemania, son hoy en día republicanos después de haber abolido sus respectivas monarquías. Sin embargo, qué diferente “la education republicaine” de la “deutsche Bildung”.  Abierta a la diversidad, la una. Encerrada en sí misma, la otra. Mientras la una se mantiene firme en sus convicciones revolucionarias, la otra declara a Goethe -antirrevolucionario y funcionario del Estado alemán- el poeta nacional por antonomasia.

Dicho fenómeno es, se mire como se mire, de difícil solución. Y es que la diferencia de espíritu que impregna la vida y consiguientemente, la cultura de los diversos pueblos, depende en gran medida de la naturaleza de los transmisores: esto es, de los educadores y de la respuesta que se dé a la pregunta de quién educa a los educadores y cuáles son los valores que se les exigen.

El encargado de transmitir el espíritu de una nación es el maestro. El maestro francés, más que comunicador de conocimiento, es forjador de ciudadanos-hombres. Se trata de potenciar las potencias individuales a través de la sentencia del oráculo que Nietzsche consideraba fundamentalmente importante para hacer una verdadera cultura y no simplemente erudición: “Conócete a ti mismo”.  La dialéctica entre las normas generales y la libertad individual, eso es lo que vive el escolar francés. Es cierto que los alumnos están obligados a utilizar el término  “Monsieur” cuando se dirigen a su profesor  pero no lo es menos que tales cortesías son formalidades –lo que Nietzsche denomina convenciones- que no les obstaculizan en absoluto el poder expresar su pensamiento en total y absoluta libertad. Dicha libertad es la que les permite tomar conciencia de clase: la clase contra el maestro, los iguales contra la jerarquía.

Que dicha libertad no es siempre armoniosa es cierto y la mayoría puede dar fe de los gritos “hipohuracanados” de sus maestros franceses. Pero ¿desde cuándo la libertad ha sido armoniosa? y ¿desde cuándo el teatro no constituye un elemento esencial de la educación, mucho más en un país amante del drama en todas sus formas y variedades?

La teatralidad lejos de atemorizar a los tímidos y encolerizar a los osados les ofrece la imagen de una persona desesperada por conseguir que ellos, “Petits Spirous”, suban a las esferas de la diosa cultura, la comprendan y la veneren. Es la conciencia de saber que ese ser todopoderoso que tienen enfrente siente interés por ellos hasta el punto de haber llegado al límite de sus fuerzas por “su culpa”, lo que les lleva a sentir cariño y respeto, que no miedo, por ese adulto, tan distinto de todos los demás. Porque, en efecto, el maestro francés nunca deja de ser niño, nunca deja de ser adolescente, nunca deja de participar del mundo de aquellos a los que educa y al final, cuando creía perdida la partida, recoge sus frutos. (Robert Misrahi reconoce en la revista francesa “Lire” decembre 2012-janvier 2013: Mes parents sont des ouvriers, lui tailleur, elle couturière, qui se sont rencontrés à Paris mais viennent de Constantinople, en Turquie. (…) A sept ans, je suis orphelin de mère et je vis avec un père qui est au chômage la moitié de l’année. (…) il était souvent absent et il était inculte. (…) C’est grâce à l’école communale que tout cela a été possible. J’avais compris que tout cela ne pourrait être dépassé que par mes propres forces et mes propres forces n’étaient rien d’autre que celles de tout un chacun : l’attention à l’étude. Ça, ça dépendait de moi comme ça peut dépendre de tout le monde.)

En la educación alemana, por el contrario, las propias fuerzas del alumno no han de dirigirse a la concentración en el estudio sino a la adaptación al maestro, al que Brecht denomina inhumano, (“Unmensch”) que se ha erigido a sí mismo y sin que nadie se lo haya pedido en representante fiel de lo que él quisiera que fuera el espíritu alemán: eterno, inamovible y por tanto sin posibilidad de defenderse de la actuación de los malos maestros, salvo en casos sumamente extremos.

Dichos transmisores del espíritu alemán son seres que arrastran en sus almas frustraciones y resentimientos sociales generación tras generación. Simples comunicadores del conocimiento, se oponen públicamente a formar a sus alumnos por considerar que tal función no les corresponde a ellos sino a los padres y –en todo caso- a la Iglesia. Sin embargo, no tienen ningún escrúpulo, según Brecht, en desfigurar, manipular y destrozar las naturalezas tiernas y aún por hacer de los niños y jóvenes.

A juicio del autor alemán, la escuela enseña cada día a lo largo de cinco o seis horas grosería, maldad e injusticia. En lugar de concentrarse en el estudio tienen que concentrar sus fuerzas en aprender lo que se necesita para seguir adelante. Esto es: servidumbre, manipulación en la presentación de los hechos, traición a sus iguales, ejercer la venganza sin poder ser castigado. (“Ich weiß, daß die Güte unserer Schulen oft bezweifelt wird. Ihr großartiges Prinzip wird nicht erkannt oder nicht gewürdigt. Es besteht darin, den jungen Menschen sofort, im zartesten Alter, in die WELT,WIE SIE IST, einzuführen. Er wird ohne Umschweife und ohne daß ihm viel gesagt wird, in einem schmutzigen Tümpel geworfen: Schwimm oder schluck Schlamm!

Die Lehrer haben die entsagungsreiche Aufgabe, Grundtypen der Menschheit zu verkörpen, mit denen es der junge Mensch später im Leben zu tun haben wird. Er bekommt Gelegenheit, vier bis sechs Stunden am Tag Roheit, Bosheit und Ungerechtigkeit zu studieren. Für solch einen Unterricht wäre kein Schulgeld zu hoch, er wird aber sogar unentgeltlich, auf Staatskosten, geliefert.

Groß tritt dem jungen Menschen in der Schule in unvergeßlichen Gestaltungen der UNMENSCH gegenüber. Dieser besitzt eine fast schrankenlose Gewalt. Ausgestattet mit pädagogischen Kenntnissen und lanjähriger Erfahrung erzieht er den Schüler zu seinem Ebenbild.

Der Schüler lernt alles, was nötig ist, um im Leben vorwärts zu kommen. Es ist dasselbe, was nötig ist, um in der Schule vorwärts zu kommen. Es handelt sich um Unterschleif, Vortäuschung von Kenntnissen, Fähigkeit, sich ungestraft zu rächen, schnelle Aneigung von Gemeinplätzen, Schmeichelei, Unterwürfigkeit, Bereitschaft, seinesgleichen an die Höherstehenden zu verraten und so weiter, und so weiter.

(...)

Ich hatte, nachdem meine Erziehung einigermaßen abgeschlossen war, Grund zu der Erwartung, daß ich, mit einigen mittleren Untugenden ausgestattet und einige nicht allzu schwere Scheußlichkeiten noch erlernend, halbwegs passabel durchs Leben kommen würde. Das war eine Täuschung. Eines Tages wurden plötzlich Tugenden verlangt.“ S. 24-28 Bertold Brecht. Flüchtlingsgespräche. Bibliothek Suhrkamp. Erste Auflage 1998. Suhrkamp Verlag Frankfurt am Main 1961. Für die in Band 18 der Werke erstmals publizierten Texte.)

En efecto, los alumnos tienen que soportar el carácter inestable y lábil del maestro y sufren un autoritarismo que hoy en día se oculta rebozado de una falta de formalidad en el trato que pretende ocultar lo poco que ha cambiado la situación en la actualidad.

Lejos de plantearse un cambio de profesión o un curso de pedagogía, repiten - con tal convencimiento que terminan convenciendo a padres y a alumnos- que es un problema de capacidad de los alumnos y de falta de interés de los (desesperados) padres. Más o menos: “Los niños son tontos y los padres no se ocupan de ellos. Yo no puedo hacer nada.”

Y en efecto, el maestro alemán no puede hacer nada porque durante generaciones no ha hecho nada.

Si el maestro alemán se ha podido sentar en el sillón de la comodidad y de la vagancia –quejándose, eso sí de lo duro que tal asiento le resulta- ello se ha debido a la existencia de una figura muy poco reconocida en Alemania: la de la madre.  Las madres alemanas llevan generaciones apoyando, motivando e instruyendo a sus hijos en silencio y sin ni siquiera considerar su labor digna de ser mencionada y soportando con profundo y verdadero estoicismo que se las tilde de feas, mal vestidas y sin sentido del humor por mujeres de otros países que tienen la posibilidad de hacer recaer la educación de sus hijos en manos de maestros responsables amantes no sólo de su trabajo sino también de los seres que tienen delante. Son las madres alemanas las que en silencio y a escondidas se han encargado de propagar el mito de la existencia de seres que han aprendido ellos solos a leer libros o – como en el caso de Händel- partituras de música, gracias a su inteligencia, a su voluntad y pese a la expresa prohibición paterna.Los niños que se oponen a la voluntad paterna son sumamente alabados por los maestros, que ven en ellos la expresión de un firme carácter. Tal rasgo puede y debe darse sólo con respecto a los padres, nunca en relación a los maestros por ser ellos la expresión admirable de la cultura alemana. El hecho de que la mujer alemana se haya incorporado a la vida profesional deja al descubierto hoy más que nunca la incapacidad de gran parte de los maestros alemanes no sólo para educar sino incluso para impartir conocimientos. El éxito y el fracaso del alumno no dependen de las facultades como educador del maestro pero sí, en cambio, del ejercicio de su despotismo tiránico que le convierte en el dämon ajusticiador del que habla Nietzsche, a pesar de no tratarse más que de un simple mortal. Pero la sociedad –como muy bien señaló Montesquieu- no precisa de un Dios castigador e implacable, sino de un Dios equitativo y justo que sepa descubrir los defectos de aquellos a quienes juzga pero también sus facultades. La perversión de los maestros alemanes no consiste en que sean mediocres –mediocres hay en todas partes-. Lo terrible es que son ellos los que perpetúan los rasgos autoritarios que ha caracterizado a Alemania desde hace siglos y convierten a ésta nación en un país de señores (que pueden preguntar) y vasallos (que deben responder sin replicar). La libertad que el recién llegado observa en el sistema educativo alemán es sólo aparente. Es el maestro el que decide las consecuencias de cualquier acción y éstas son siempre las consecuencias más extremas que puedan tomarse.

Cuando esta situación se reduce a un alumno, los otros se alejan de él como si de un apestado se tratara. A la tiranía del tirano se une el aislamiento social. Suerte tendrá el desdichado si ello no se traduce en “mobbing”. ¡Qué extraño resulta oír decir a los maestros de los Gymnasien que no se habían dado cuenta de nada! ¡Pero si los alumnos pasan más tiempo en clase que en casa! ¡Qué terrible sospecha se cierne en mi corazón entonces! La idea de que en un primer momento hayan sido ellos los instigadores no me abandona. Porque los alumnos, contentos de no ser ellos los elegidos como víctimas propiciatorias de su odio, prosiguen un juego que no se acaba nunca, de modo que tal actitud y tal comportamiento continúa en la vida profesional.

Cuando la tiranía alcanza a un grupo, las posibilidades de defensa continúan siendo inexistentes. Se habla entonces de “un problema de atmósfera”, pero como los maestros deciden el futuro de cada uno de los alumnos que tienen delante y lo deciden, como ya hemos dicho, “con todas las consecuencias”, las posibilidades de los padres de hacer algo al respecto son sumamente escasas. La misma falta de solidaridad que reina en el alumnado, reina entre los progenitores. Los pocos que lo intentan sufren “castigos ejemplares”. Como de costumbre, los padres adinerados no tienen problemas al respecto: no sólo pueden permitirse enviar a sus hijos a colegios privados sino que los más cultos tienen acceso a colegios bilingües en los que las ventanas están abiertas y la atmósfera es más sana.

Los grandes perdedores de tal situación son, como de costumbre, los buenos profesores germanos que se ven incapaces de hacer frente a esos monstruos  que no atentan contra el cuerpo pero asesinan algo aún peor: el alma. Tal es la capacidad que poseen para manipular y para sugerir fantasmagorías acerca de la capacidad de los alumnos, para invertir los argumentos y, sobre todo, para encontrar aliados entre los compañeros de profesión, apelando al corporativismo, e incluso entre los padres “no afectados” al mostrarles que los “problemáticos” son los hijos de los demás concurrentes. Son tales maestros los que impiden el desarrollo de la cultura en Alemania por decretar que sólo los niños que se amolden a su pedagogía alcanzarán el éxito –en vez de adaptar su pedagogía a las necesidades de los escolares. Son ellos, también, los que más fuertemente se agarran al clavo oxidado del patriotismo, olvidando que la Patria está hecha para servir al ciudadano, no para convertir al ciudadano en un tornillo intercambiable de un proceso del mundo  (“Weltprozess”) que, como  grita Nietzsche –a la espera de que alguien le oiga-, anula la fuerza creadora del individuo.

Por eso he de confesar mi estupefacción ante el asombro que los periodistas alemanes muestran – por ejemplo, los que escriben en  “Der Spiegel” - cuando informan acerca del aumento del “mobbing” en las empresas. No entiendo cómo no alcanzan a descubrir que dicho esquema: “el tirano, las consecuencias, los colaboradores, la víctima” se aprende en la escuela y se reproduce a lo largo de toda la existencia. Como de lo que se trata es de no convertirse en la víctima, la solidaridad es una palabra inexistente.

De lo visto podría inferirse que la gran pregunta a la que los europeos se enfrentan hoy en día no es la de cómo pagar las deudas. Cualquier persona sensata comprende la imposibilidad de devolver tal montante a unos acreedores fantasmas a los que nadie ha visto en su vida. La verdadera cuestión es si queremos formar parte efectiva y eficiente del proceso de mundo (“Weltprozess”) que la obra de Nietzsche rechaza a pesar de reconocer los beneficios económicos que reporta, o decantarnos por la fuerza individual que acepta asociarse con otras fuerzas mientras no tenga que renunciar a su individualidad y desarrollo personal y libre.

Fuera de la masa y superior al individuo se encuentra la figura del genio. La idea de genio en la escuela no tiene  el mismo carácter que la idea de genio que propugnaba Nietzsche. Para el maestro alemán, transmisor del espíritu alemán, la figura de “genio” tiene una naturaleza idealista. “Genio” es el que sabe sin esforzarse. Como se dice en España: el que adquiere el conocimiento “por ciencia infusa”. Para Nietzsche, el “genio” se desarrolla a través de luchas y pruebas que superar. Es el producto de un encarnizado combate entre lo apolíneo y lo dionisiaco, entre lo estático y lo dinámico, entre la autosatisfacción que lleva a detenerse y la aspiración a las cumbres, que incita a seguir. Empieza como camello, sigue como león y termina como niño.

La respuesta de Nietzsche, de Brecht, de Remarque es que la idea de que el maestro alemán encarna al espíritu alemán no se corresponde con la realidad. La actividad de enseñar sólo sirve para abrir la puerta a caracteres perezosos e indolentes que amparados en tal consideración perpetúan sus efectos negativos. Sobre todo porque tales "pedagogos" dominan a la perfección el arte de dañar sin poder ser castigados por ello. En este sentido, el análisis de Nietzsche acerca de la educación alemana es sumamente certero. Repitiendo sus palabras: la educación de la juventud alemana descansa en un falso concepto de cultura. Su objetivo no es el libre pensador (freier Gebildeter) sino el erudito (Gelehrter), el hombre científico y sobre todo, el hombre científico lo antes posible utilizable, que se aparta de la vida para poder reconocerla mejor. El resultado es un histórico-estético filisteo de la educación, el sabelotodo (Altkluger) y nuevo charlatán sobre el Estado, Iglesia y Arte. Tal tipo de educación sólo puede destruirse si se acaba con la creencia de la necesidad de esa educaci

He de precisar que esta crítica va dirigida contra los maestros y el espíritu con el que impregnan la enseñanza, no contra los esquemas que acogen tal tipo de educación. Los esquemas de la educación, esto es, la armadura del edificio de los estudios alemanes son – me atrevería a decir que insuperables. La división en Gymnasium, Realschule y Hauptschule, me parece sumamente adecuada sobre todo porque se concentran en distinguir a las personas según sus propios intereses y capacidades, en vez de por sus posibilidades económicas o por los estamentos sociales con tendencia a perpetuarse a los que pertenecen. Estudiar en Alemania es gratis.

Sin embargo, las estructuras –por buenas que sean- no lo son todo. Lamentablemente no se trata de construir una casa con los últimos adelantos técnicos, sino de construir una casa en la que sea posible moverse cómoda y libremente, en vez de permitir que los habitantes sean atemorizados por fantasmas que no se sabe cuándo ni dónde pueden aparecer y que les obligan a permanecer todos juntos sin moverse apenas de las estancias en las que ellos se creen a resguardo de semejantes criaturas. De poco sirven estructuras fuertes si en ellas habitan siglo tras siglo espíritus malignos y estúpidos que todos los habitantes ven pero que la mayoría se empeña en ignorar alegando los más absurdos motivos a aquellos que denuncian su existencia, desde la "negación": (“¿malos espíritus? ¿Qué es eso?”), hasta los “patrióticos”: (“estás dañando al grupo. Hacia el exterior porque nos descalificas y hacia el interior porque introduces la inseguridad”). Todo ello  sin olvidar a los "reduccionistas: (“es un caso individual”); a los "derrotistas": (“no se puede hacer nada”) y a los conciliadores (“vivimos en un pueblo y hay que llevarse bien”).

Desde luego yo me atrevería a decir que tras los tiempos greco-italianos, la cultura occidental es francesa y bien francesa. Ella es el producto de la libertad, de las revoluciones y de los sueños y por eso he de confesar que tampoco comprendo a una Europa continental que se empeña en hablar en inglés, expresión lingüística de la avaricia económica y del anti europeísmo, en vez de esforzarse por hablar una lengua que sigue generando cultura en todas los lugares de este mundo. India incluida.

Nadie niega que la genialidad de los genios produzca obras geniales y que el dinero permita comprar cultura pero hay que ser, igualmente, conscientes de que la cultura de un pueblo no la pueden crear ni los genios  - a menudo aislados y torturados desde su infancia por las normas que maestros intelectual y moralmente mediocres les obligan a aceptar si quieren seguir "en el sistema"- ni el dinero.

 Y esto se hace extensible a todas las sociedades, alemanas o no.

Comentario 3 Las reformas educativas en Francia y en Italia. Mayo 2015


A veces una, que soy yo, se levanta con la extraña sensación de no haber dormido bien. Me acuerdo entonces de un cuento de los hermanos Grimm que leí de niña: un soldado había sido hechizado y su encantamiento consistía en levantarse cada noche para ir a trabajar sin que él tuviera conciencia de ello, debido a lo cual todas las mañanas notaba perplejo lo agotado que se encontraba. De haberlo escrito hoy, los hermanos Grimm no hubieran recurrido a los traviesos geniecillos: habrían preferido utilizar la abducción extraterrestre que, a fin de cuentas, viene a ser lo mismo. La única diferencia estriba en que en los cuentos de los hermanos Grimm, el final es casi siempre un final feliz; en cambio, los temas de extraterrestres están tomando unos vericuetos sumamente arriesgados y yo, francamente, me pregunto adónde quieren ir a parar y si tan siquiera saben adónde van a ir a parar.

Me preparo un café y antes de empezar la jornada doy un rápido repaso por los periódicos de medio mundo. Nada interesante, salvo las reformas educativas en Italia y en Francia. Busco en Youtube alguna noticia al respecto. De repente y sin pretenderlo, me tropiezo con un video de Youtube que se titula: “el Dios de la Biblia no es el Dios que creemos”, o algo por el estilo. En la portada aparece un extraterrestre encapuchado. Ni me inmuto. Ya he visto demasiados videos al respecto y casi todos terminan concluyendo lo mismo: El Dios de la Biblia era un extraterrestre que se oponía a que el hombre tuviera opción al conocimiento. Una primera interpretación a este “hecho” es que Lucifer es, en realidad, el Prometeo que consigue que el hombre salga de su oscuridad. Así pues, la puerta satánica abierta de par en par. Existe, también, una segunda interpretación: ese Dios de la Biblia que se opone al conocimiento y progreso del hombre es el Dios de los judíos. Con esto se abre la puerta al antisemitismo ¿sólo al antisemitismo? Algunos creen que sí. Lo siento por ellos: se equivocan; puesto que el Dios de la Biblia es el Dios de Abraham, esto abre la puerta al antisemitismo, al antiislamismo y al anticristianismo.

La cabeza sigue golpeándome con insistencia, pero con insistencia también busco qué les molesta a los franceses y a los italianos de sus respectivas reformas educativas. Durante la indagación me topo con Zemmour, con Todd, con Marine Le Pen, con Mechelon, con Alain Sorel... Aclararme no me aclaran nada pero no tengo más remedio que descubrirme ante hombres y mujeres que han hecho del dominio de la palabra un arte. ¡Qué bellos discursos! Ningún insulto, ninguna descalificación malsonante. A lo más que llega Todd es a comparar el optimismo de Manuel Valls con el del general Petain. El entrevistador finge escandalizarse pero le insta a explicar su punto de vista y nuevamente es elevada la vilipendiada palabra hasta los altares.

Tras un por aquí y un por allá, descubro los motivos de la ira que enciende al mundo de la educación francesa e italiana. En Italia los profesores reclaman seguridad en el empleo y los alumnos la separación entre empresa y colegio; al menos, eso dice uno de ellos. En Francia, la cuestión es más compleja. Los nuevos planes de estudio reducen aún más las enseñanzas del latín y del griego, algunos hablan incluso de “desaparición” de tales asignaturas del plan curricular; se potencia el trabajo en grupo; se intensifica el aprendizaje del inglés y del alemán, pero este último idioma deja de impartirse un año antes en las clases de excelencia; y por último, el estudio de la Historia se ocupa someramente de autores ilustrados como Voltaire y dedica páginas y páginas a la brutal colonización europea; por último, algunos, los más extremistas supongo, aseguran que la nueva reforma educativa concede una importancia exagerada al mundo musulmán, que introduce un igualitarismo radical, destrozando así el valor republicano por excelencia: el de la meritocracia. Se alude a la importancia de la lengua materna, en este caso el francés y a veces, intuyo una leve crítica a las nuevas generaciones que no leen. Ya nadie utiliza el término “motivación”, el de “integración” e “igualdad” , en cambio, resuenan con insistencia.

La luz me molesta. Corro las cortinas y dejo la habitación en una agradable semipenumbra. “¡Qué suerte tienen estos franceses!” me digo, “siempre con nuevas discusiones. Aquí en Alemania, en cambio, sólo tenemos las huelgas, mucho más aburridas, de los maquinistas de locomotoras para reivindicar un aumento salarial; nada de luchar por ideologías: mayor poder adquisitivo y basta. Luego, y después de cubiertas las necesidades más prioritarias, ya sopesarán ellos qué ideología pueden comprar con las posibilidades económicas de que disponen.

Esos son los alemanes. Los franceses y los italianos primero discuten, luego salen a la calle, a continuación escriben un par de libros, acuden a unos cuantos programas de la televisión, charlan, discuten y vuelven a salir a la calle, que está más animada que la casa de uno y vuelven a manifestarse por alguna otra cuestión de suma importancia.

No. No malpiensen. No me estoy burlando ni de los franceses ni de los italianos. Simplemente me asombro de la ingenuidad que muestran en ese incansable empeño de manifestarse por todo, incluso por la comida que se sirve a los escolares en los comedores de los colegios.  Sí, lo confieso, me parece absurdo que las madres anden quejándose constantemente de la bazofia que se sirve a los escolares y luego, a la salida de las clases, ellas mismas les atiborren con paquetes de patatas fritas y dulces del supermercado; me asombra que exijan que sus hijos coman sano y luego ellas preparen la cena a base de alimentos prefabricados y, sobre todo, me maravilla que se manifiesten por la reforma de la restauración masificada, o sea, de los catering, en vez de manifestarse a favor de que los niños y los papás vuelvan a ir a casa a comer que es, en mi honesta opinión, la única petición realmente subversiva, la única que verdaderamente revolucionaría  el sistema. ¡Y cómo lo revolucionaría! 

Vuelvo a repetir: manifestarse hoy en día, a excepción hecha de unos pocos y concretos casos, es, sencillamente, de ingenuos. Sé perfectamente de lo que hablo porque yo, en mis tiempos, también participé en algunas concentraciones, marchas y sentadas. De lo cual, y por muy políticamente correctos que fueran mis motivos, me arrepiento. Me arrepiento no por los motivos, que como digo eran sumamente nobles, sino porque fui llevada, casi arrastrada, por el grupo, sin ni siquiera saber muy bien por qué iba. Justo la impresión que me causaban algunos de los estudiantes italianos y algunos de los contertulios franceses. Y una, que soy yo, ha dejado, llegada a una cierta edad, de preguntarse por los motivos de la manifestación, para dedicarse a cuestionar quién y quiénes son capaces de conseguir lo que ya ni la Iglesia ni los Sindicatos hoy en día consiguen: levantar a tantos espectadores de su sillón.

En cualquier caso, y volviendo al tema que nos ocupa – el de las reformas educativas – he de decir que es más complicado de lo que a simple vista parece.

En el caso de Italia, los profesores quieren seguridad en el puesto de trabajo. Esto es algo que todos los empleados desean y que cada vez menos poseen. Así pues, la cuestión no incumbe a unos pocos sino a muchos. En lo que a la necesidad de contratar a más profesores se refiere, debo recordar que la natalidad en Italia ha decrecido considerablemente en los últimos tiempos y que la crisis ha determinado que las clases con veinte alumnos sean lo que han sido siempre: un lujo. Y como tal debe ser pagado. En cuanto al chico que afirma que no quiere que la industria se adentre en el terreno del colegio, me parece sumamente loable salvo por un pequeño detalle que el joven, en su fiebre por el estudio, olvida. Al colegio no se va a aprender sabiduría. Al colegio se va para aprehender conocimientos que posibiliten a su poseedor un puesto de trabajo. Si los padres se niegan tan pertinentemente a que sus jóvenes infantes se apliquen en algún oficio ello únicamente se debe a su observación de que aquéllos que pasan más tiempo sentados detrás de un pupitre obtendrán después un mayor beneficio económico debido, posiblemente, a la paciencia que exige estar veinte años sin hacer nada digno de consideración. Como  ese “nada digno de consideración” impide que puedan ser útiles a las empresas, es por lo que éstas – muy sensatamente- han decidido hacer lo que ni los padres ni los profesores han podido hacer en las últimas dos o tres generaciones: educarlos para la vida.

Resumiendo, -  y a falta de otros datos-, en Italia, el fenómeno de las protestas por la reforma educativa no deja de ser una simple anécdota que ayudará, eso sí, a potenciar la educación privada, en sus vertientes religiosa y laica.

Respecto a la reforma educativa francesa, mi valoración es bien diferente.

Desde hace cierto tiempo, en Francia no se está preparando una reforma, ni siquiera a nivel social. Lo que allí se prepara es una auténtica revolución en toda regla y entonces, como solía decir una amiga mía que nunca iba a misa: ¡que Dios nos coja confesados!

Los franceses hablan y hablan y vuelven a hablar. Y uno, debido seguramente a la deformación producida por haber pasado demasiado tiempo entre alemanes luteranos, se pregunta cuándo tienen tiempo para pensar hablando tanto como hablan. Adivinarlo no es difícil. Los franceses hacen lo que hacía Oscar Wilde con sus obras de teatro: pensar, organizar, idear, mientras hablan. Por eso el discurso del frances no puede ser nunca rectilíneo, sino que se trata siempre de un camino hecho a base de trompicones, de saltos, de silencios, de contradicciones y rectificaciones, de precisiones lingüísticas que son, también, precisiones analíticas de lo considerado hasta el momento. En la conversación francesa casi no caben los insultos personales porque lo importante no es la persona sino las cuestión tratada. 

Eso, el tema de la charla, es para los franceses lo que para los ingleses la resolución de un crimen: un asunto apasionante del que nada ni nadie puede distraerlos.

Y del mismo modo que los ingleses han de seguir un determinado método de observación, deducción y confirmación para hallar al culpable y juzgarlo convenientemente, los franceses utilizan el sistema de observación, consideración (o discusión) y determinación (o ejecución) para considerar un asunto desde sus más insólitas perspectivas. En esa fase, todavía es posible calmar y dirigir sus ánimos; todavía cabe el razonamiento y su contraria: la manipulación. Pero después, igual que los ingleses encierran al culpable, los franceses inician su revolución.

Ahora se encuentran todavía en la primera fase y los diálogos que se escuchan son de lo más variopintos y diferentes que uno pueda imaginarse: la religión musulmana, el antisemitismo, la religión cristiana, el ateísmo, el laicismo, la masonería, la crisis, el desempleo, los refugiados, los extranjeros... Sin embargo, las diferentes voces van afinando ideas y la idea más importante en Francia no es Europa: es Francia. Y esto no por simple chauvinismo, sino por necesidad: no en Alemania sino en Francia, es donde se están ultimando y se ultimarán los preparativos para decidir la suerte de Europa.

Y a pesar de lo que muchos creen, el principal dilema no es el de islam si o islam, no. Se trata ante todo y en primer lugar de la cuestión religiosa en su radicalidad. Los fanáticos de una Fe contra la de los otros, y todos ellos a su vez contra los laicos y los ateos. Se trata también de la lucha de las ideologías radicales: izquierda y derecha. Al contrario de lo que sucede en España, en donde las ideologías políticas son una mezcla de todo un poco, en función de qué y cómo se obtienen más electores,  las ideologías políticas en Francia siguen radicalizadas y radicalizándose. 
Con la reforma educativa, la izquierda moderada cree hacer concesiones al igualitarismo y lo único que hace es facilitar que los hijos de la derecha acudan en masa a los colegios privados, en los que serán educados, como siempre lo han sido, para ocupar en el futuro los mejores y más importantes puestos de la sociedad francesa que es, salvo excepciones, lo que siempre han hecho. Los de izquierdas hacen cultura, los de derechas la compran.
Que los planes educativos se centren en los crímenes coloniales, no es lo malo. Lo trágico es que se olvide a Voltaire y a Montesquieu, enemigos a muerte de la derecha más oscura, determinando que este olvido haga imposible que las jóvenes generaciones utilicen las armas que ellos utilizaron: la inteligencia, la perspicacia, el humor y, en caso de ser necesario, la huida honrosa a tiempo. Se les priva de aquéllos que tan fiera y elegantemente supieron enfrentarse a la oscuridad, condenándoles de esta forma a permanecer sumidos en ella irremisiblemente.

Hollande, Valls y su ministra de educación creen que la reforma educativa sirve a la educación republicana, gratuita, laica y no sé cuántas cosas más pero en realidad sirve a la derecha más radical, que uno pueda imaginarse. ¿Marine Le Pen? Marine Le Pen no es la única y posiblemente ni siquiera la más extrema. La auténtica derecha francesa sigue anclada en el siglo pasado utilizando una y otra vez las estrategias y las intrigas que le han ayudado a sobrevivir incluso en los peores tiempos.

El problema no es que se aleccione a los alumnos sobre los delitos perpetrados en las colonias, lo terrible es que se les oculte la cultura latina y griega. Ya lo dije en uno de mis blogs: traducir griego, lo que se dice traducir griego, no lo conseguí nunca. Sin embargo, adoré cada una de las clases recibidas porque a la tediosa media hora que la profesora dedicaba a la gramática le seguía la fascinante media hora de cultura helena. Mundos tan maravillosos, en los que los héroes conversaban con los dioses y éstos, a su vez, con los simples mortales, no los había visto nunca antes. Febrilmente me introduje en la lectura de las tragedias y de las obras clásicas, el amor a las cuales no me ha abandonado hasta el día de hoy y sin las cuales, honestamente, no sé cómo hubiera sido capaz en más de una ocasión de sobrevivir a los avatares emocionales.

Y eso, esto también lo va a llevar a cabo la reforma educativa francesa. 

¿Creen ustedes, realmente lo creen, que los padres cultos y educados, esos hombres que sienten por la palabra no amor sino veneración, van a permitir que sus hijos desconozcan a un Esquilo, a un Esopo, a un Homero? 

No. Ustedes no lo creen.

Yo tampoco.

De repente, la educación pública pierde a los grandes ilustrados, espadachines con la pluma, y a los grandes héroes en los que nuestra cultura se inspiró para crecer y desarrollarse, sin que por ello mejore la formación laboral de los futuros hombres. A los ciudadanos del mañana se les priva hoy de la educación teórica, al tiempo que la formación práctica sigue olvidada y arrinconada por despreciada. Mucho "Mode design" y mucho "haut couture", pero salvo en los colegios de los antroposofos, los alumnos de hoy en día ya no aprenden ni a coser ni a tricotar. Mucho "bricolage" y mucho "hágalo usted mismo" pero los jóvenes ya no aprenden ni marquetería, ni electricidad en los colegios. Por no saber, no saben ni cómo se cambia una bombilla. Que lo aprendan en casa. Que lo aprendan, sí. Como aprenden matemáticas, biología y literatura. En los tiempos que corren o los padres ayudan a los hijos o contratan profesores particulares. ¡Y consideramos anticuada y nos burlamos de la visión del maestro que impartía las clases en la casa del alumno para que éste no tuviera que desplazarse al colegio a relacionarse con la "ralea" de alrededor!

¿Qué queda, pues, en las aulas republicanas? Lo que quedan son muchachos más preocupados por resolver la fragilidad de su existencia material a los que la escuela les sirve motivos de resentimiento y de culpabilidad según el caso, pero ninguna puerta de salida, o una puerta demasiado estrecha para la mayoría. Quedan sí, los idiomas extranjeros. Pero seamos honestos, la mayoría elige el estudio de la lengua española antes que de la alemana y, en cualquier caso, el aprendizaje de un nuevo idioma no soluciona el más importante: el del dominio de la materna que, habida cuenta de lo poco que hoy en día se lee y la simplicidad de los diálogos de las películas, es cada día más insustancial y cosa de unos pocos. 

La reforma educativa francesa va a repercutir negativamente en las libertades ciudadanas y lejos de permitir la integración de las clases más desfavorecidas en la sociedad va a acentuar la escisión entre alumnos de colegios privados y alumnos de colegios públicos.

El otro día hablaba de la productividad. En enseñanza se ha incentivado la productividad. Se quieren aulas llenas, se quieren conocimientos concretos, se quieren conocimientos científicos, se quieren técnicos, se quieren agricultores, se quieren artesanos, se quieren poetas.... 

Al final tenemos la productividad en cadena, la productividad 3D pero no tenemos calidad. Y no me refiero a las aulas, ni a los libros, ni a la disponibilidad de medios electrónicos que de eso, digan lo que digan, están sumamente bien acondicionados los colegios. Me refiero a la calidad de los alumnos e incluso, si me apuran, a la calidad de los maestros, de los profesores. Alumnos y profesores se han acostumbrado a reprocharse mutuamente la culpa de su fracaso y cuando esto no ha sido posible han buscado las causas de su miseria en el exterior. Lo cierto es que ambos: alumnos y profesores están desesperados porque su situación es, sencillamente, insostenible.

Todo no puede ser.

La producción en cadena, el 3D será la escuela republicana vacía y vaciada. 
La producción de calidad, será en la escuela privada, religiosa o laica, poco importa.

Tal vez sería hora de que los franceses conservaran sus sabios maestros republicanos y se decidieran a introducir las estructuras alemanes: colegios gratuitos para todos, con distinto perfil según los intereses de cada cual: incentivación en deporte, en idiomas modernos, en lenguas clásicas, en ciencias naturales, en bellas artes...

No lo harán. Los franceses sienten una alergia innata a casi todo lo que provenga de más allá del Rin. Motivos, desde luego, no les faltan y en los tiempos que corren, marcados por la crisis económica,  muchos círculos intelectuales disfrutan jugando al juego de: “el malo es el alemán, los malos son los alemanes”.

Quizás habría ir considerando la posibilidad de que no todas las mentes son teóricas, que más bien lo son las menos, Entre "vivir para estudiar" y "estudiar para vivir", se extiende un gran abismo que no tiene nada que ver con la distinción "pobres"/ "ricos". La libertad del inmensamente rico de dedicarse al estudio, no le proporciona necesariamente dicha afición. Quizás va siendo hora de admitir que lo único a lo que aspira la mayor parte de los alumnos es a obtener un certificado que les permita acceder lo antes posible a un mercado laboral y desde allí poder ascender, igual que los antiguos aprendices se esforzaban por lograr el grado de maestría; cuando finalmente se reconozca y se acepte este deseo, podrán crearse plataformas en las que poder formarlos, en lugar de tenerlos aburridos y amargados sin hacer uso de sus verdaderas capacidades y sus verdaderas expectativas. Pero los políticos prefieren mantenerlos “encerrados” en los colegios antes que admitir que no tienen las estructuras adecuadas para formar a los aprendices de los nuevos oficios e imponen la enseñanza obligatoria no para fomentar el conocimiento sino para que las estadísticas de paro juvenil no se disparen y a continuación obligan a los profesores a aprobar al mayor número posible de alumnos para que las estadísticas de fracaso se mantengan a un bajo nivel, de modo que puedan demostrar el éxito de sus reformas y de su trabajo. Los políticos prefieren regalar titulitos, aunque  éstos debido a su inflación hayan perdido cualquier resto de validez y sólo originen aulas asfixiadas por la agresividad, el malhumor y la desidia, la pasividad no sólo de los alumnos, también de los profesores y de los padres. Eso es, al parecer, lo que ellos entienden por "educación democrática". Los políticos se sienten tan satisfechos con sus políticas educativas que no entienden que son precisamente dichas políticas del "todos iguales" en un mundo donde reina la desigualdad, - cuando no la ley de la jungla- , las que fomentan la frustración, el resentimiento y la violencia social. Los alumnos pudientes, salvo trágicas excepciones, consiguen realizar su camino; los socialmente desprotegidos necesitan a Homero para soñar y un martillo para vivir. La nueva reforma les despoja de  Homero y sigue sin darles el martillo.

Por otro lado, no estaría de más que los colegios se olvidaran de potenciar el trabajo en grupo para incentivar, de entrada, el trabajo individual. Un grupo constituido por chicos que son incapaces de trabajar solos no puede funcionar. Primero hay que animarles a descubrir el mundo por sí mismos ¿no hablamos siempre de individualidad y de potenciar las diferencias y las diferentes opiniones? ¿cómo pueden conseguirlo los chicos si no se enfrentan a ningún gran reto por sí solos? 

Quizás estas medidas, aunque no consiguieran resolver el problema del estudio, porque el problema del estudio y del conocimiento, se diga lo que se diga, es personal y yo me atrevería, llegado el caso, incluso a afirmar que intransferible,  ayudaría a resolver las cosas.

¿Por qué esta terrible sensación de que nos precipitamos inexorablemente en el reino de la barbarie, un reino con muchos libros pero con los clásicos arrojados a las mazmorras?

Debe ser el dolor de cabeza.

Ah, estas abducciones extraterrestres...

Isabel Viñado Gascón




Hasta la semana que viene.

Isabel Viñado Gascón.



 






  

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