miércoles, 28 de mayo de 2014

LA CASA DE MATRIONA (1962) Solschenizyn

En esta narración el autor cuenta su experiencia en un pueblo del interior de Rusia: uno de esos lugares perdidos en el interior de los bosques rusos en los que nunca hace calor y en los que sólo se escucha el murmullo de las hojas. Solschenizyn explica que tras su regreso del ardiente desierto en 1953 busca voluntariamente un trabajo como maestro de matemáticas para enterrarse allí. Su solicitud causa desconcierto porque todos quieren ir a la ciudad. Finalmente obtiene un puesto en Wyssokoje Pole. La crítica del autor al sistema político que impera en ese momento no se hace esperar. En vez de encontrar un pueblo idílico, dedicado a las tareas tradicionales, Solschenizyn descubre una colonia en la que no hay ninguna panadería y que los habitantes compran los alimentos en la ciudad más próxima y los llevan hasta sus casas arrastrándolos en sacos. Los bosques otrora frondosos han desaparecido y se dedican a la producción de turba. El humo de la chimenea de la fábrica sobresale entre los tejados y pequeñas locomotoras arrastran vagones cargados del carbón vegetal. A pesar del combustible, las gentes se ven obligadas a robarlo. Sólo los principales del pueblo y de la ciudad lo obtienen. Por las noches los escándalos y la bebida se dan cita y el brillo de cuchillos palidece entre las costillas de algún borracho. Las casas construidas son barracas en las que alquilar una habitación resulta imposible. El sueño de un refugio tranquilo se ha esfumado incluso antes de haber comenzado. Después de grandes dificultades encuentra un alojamiento en Talnowo, un pueblo próximo. No ha sido fácil. A pesar de que tiene un sueldo fijo y que recibirá un cargamento entero de turba para calentarse durante el invierno, la escasez de vivienda hace imposible alojarle. Lo consigue en casa de Matriona: una mujer enferma y sola que no entiende muy bien por qué quiere vivir en las condiciones tan míseras de su cabaña. Además de ellos dos, dice, viven un gato, ratones y cucarachas. El horno calienta pero no cocina homogéneamente. La comida básica son las patatas. La más grande la recibe él, la mediana Matriona y la más pequeña, la cabra. Comer, se come dos veces al día, como en el frente. La personalidad de Matriona cautiva al autor. Se dedica a ayudar a los demás sin cobrar nada a cambio. Los parientes la evitan. Su marido está ausente desde hace doce años. A pesar de estar enferma no cobra invalidez. Pese a todo, siempre parece tranquila. Su método para conseguir estar siempre de buen humor es el trabajo. Constantemente está atareada. Va al bosque a recoger ramas para el invierno porque sabe que el camión de turba que le van a dar al maestro no será suficiente en un clima tan duro. Poco a poco va recibiendo visitas de los parientes y antiguos amigos debido al dinero que ahora recibe del alquiler. De alguna manera todos en el pueblo son parientes. El nepotismo no es algo que el nuevo régimen haya hecho desaparecer y así, Faddej,  el cuñado de Matriona aparece para pedirle al maestro que apruebe a su hijo. Al negarse éste, Matriona se enfada. Faddej, además de ser el hermano de Jefim, su marido, fue también su primer amante. Se casó con Jefim pensando que Faddej había muerto en la guerra. Cuando Faddej regresó y la vió casada con su hermano, buscó como esposa a una mujer también llamada Matriona a la que nunca ha dejado de pegar y maltratar. Sin embargo, Faddej ha tenido seis hijos con su mujer mientras que Matriona no ha tenido ninguno. Por ese motivo le pidió a la segunda Matriona que le dejara como hija a Kira, la más pequeña de los seis hijos y la ha criado como suya propia. Poco antes de la llegada del maestro, Kira se ha casado con un maquinista. Faddej quiere que Matriona le regale a Kira la mejor habitación de su casa. Y aquí comienzan los problemas. Lo que debiera haberse hecho en dos viajes se pretende hacer en uno. Matriona se empeña en seguirlos. Por si fuera poco, antes de iniciar el viaje, el conductor bebe hasta llegar a estar borracho. En las vías del tren se produce una colisión. El tractorista, un hijo de Faddej y Matriona mueren en el acto. Una amiga de Matriona, Mascha, se presenta en su casa para darle las condolencias al maestro y de paso pedirle un jersey de Matriona para su hija, antes de que aparezcan los parientes a llevarse el resto, lo que, en efecto, sucede a la mañana siguiente entre llantos y lamentaciones. Hasta el último objeto es repartido. Faddej tampoco se olvida de la sala de Matriona para su hija y consigue la autorización para recuperarla y llevarla a su destino. Sin embargo, ni una sola voz se alza para alabar a Matriona. Al contrario, todos se refieren a ella con desprecio. Jefim, el marido de Matriona, no está muerto. Al contrario que Matriona, que amaba la vida campesina, él anhelaba la cultura. En uno de sus viajes a la ciudad encontró trabajo y se quedó allí. Lejos de reprochar su conducta, los parientes le alaban su elección. Matriona nunca había ahorrado, nunca había poseído nada suyo. No tenía ni siquiera lo que tenía todo el mundo: un cerdo. La ropa no le interesaba en absoluto. Incomprendida, escribe Solschenizyn, había enterrado a seis hijos, había sido considerada por los demás como una persona ridícula, lo suficientemente tonta como para ir a trabajar gratis para otros y lo único que le había quedado al final era una sucia cabra y un gato cojo. Y termina escribiendo: “Habíamos vivido junto a ella sin comprender que se trataba de aquélla justa sin la que ningún pueblo puede subsistir. Y ninguna ciudad. Y ni nuestro país entero.”
Comentario
En principio esta narración estaba destinada a convertirse en el blog de Febrero pero aclarar mis ideas al respecto me ha llevado más tiempo de lo que yo creía. Fundamentalmente dos son las tesis que aparecen recogidas en el texto. Una, la de que el nuevo sistema político-económico ruso: el bolchevique, no había mejorado las condiciones del pueblo más bien todo lo contrario. La segunda, la que aparece recogida en las últimas líneas: la de que una sociedad únicamente puede subsistir con el absoluto desprendimiento material.
El análisis de la primera consideración no presentaba grandes dificultades. Si no fuera por la constante alusión del autor a las fábricas y a la máquina de tren, podría pensarse que se trata de una descripción de la vida de Rusia en la Edad Media. En efecto, la suerte de los ciudadanos rusos seguía siendo igual de precaria sencillamente porque el nuevo sistema había asentado sus bases en los mismos pilares que el zarismo. A decir: el totalitarismo. 
La novedad del sistema bolchevique con respecto al anterior régimen es la imposición irracional de la técnica, que destruye la naturaleza y convierte a los habitantes en desarraigados en su propia tierra porque no ellos sino los otros – los poderosos, los que disponen de riqueza o de influencia o de ambas - son los únicos  que pueden beneficiarse de sus ventajas. A la población le resta la contaminación y la miseria a las que la pérdida de sus ocupaciones tradicionales les condena. La industria y la técnica sólo han traído una nueva forma de opresión: nuevos esclavos, nuevos siervos de la gleba encadenados a una tierra que no les pertenece salvo para trabajarla de noche y día. Otros son los dueños de los frutos recogidos.
No nos detendremos a comentar los peligros que el totalitarismo entraña. De sobra son conocidos: inmovilización cultural; corrupción, miedo, desconfianza social enmascarada tras el ensamblaje un gran número de instituciones político-sociales... Sin embargo para ser honestos en lo que se refiere a la crítica de Solschenizyn dirigida a denunciar la insensatez de una industrialización interesada exclusivamente en el beneficio rápido en vez de en el cuidado del planeta, hay que señalar que no debe ser dirigida únicamente  al partido bolchevique o a la sociedad rusa. Ya mucho antes Huxley, en su novela “Contrapunto”, había remarcado que tanto el capitalismo como el comunismo nos iban a llevar al infierno; lo único que les diferenciaba era el modo de hacerlo: en coche privado o en autobús colectivo y los dos por la misma razón: el consumo descabellado de los recursos del planeta que no eran ni mucho menos inagotables. 
Hasta el día de hoy no hemos conseguido resolver este problema. Peor aún, se agrava por momentos y creemos que con ocuparnos del calentamiento global del planeta  ya es suficiente. Nunca fue más cierto aquello de “ver el bosque pero no ver el árbol.” En fin ¡Qué voy a decir que no sepamos ya todos!
Ha sido la segunda afirmación, la de que una sociedad sólo se mantiene con el absoluto desinterés material, la que me ha mantenido ocupada todo este tiempo. Me gustaría explicar el proceso de reflexión seguido.
En primer lugar, me detuve en el aspecto político: El comunismo ha caído; el liberalismo parece ser que también. Ambos sistemas se han revelado como Huxley y Russell anticiparon dos caras de la misma moneda.  Así pues abandoné la reflexión política y dirigí mi atención al terreno social del aquí y ahora. Es cierto: Solschenizyn muestra la avaricia de los parientes y amigos de Matriona en toda su crudeza y exactitud. Lejos de exagerar ha descrito el reparto de los pocos bienes de la buena mujer en su forma más racional y civilizada. Pero yo tendría que exclamar aquí lo mismo que Johanna, en la obra de Brecht “Die heiliger Johanna der Schlachthöfe” cuando Mauler pretende enseñarle la inmoralidad de los trabajadores: No es su maldad lo que me muestras –exclama Johanna enojada- ¡es su pobreza!
Aquí sucede lo mismo. A ninguno de los personajes le ciega la codicia. El cuñado quiere la buena habitación no para él sino para la casa que quiere construirle a su hija; el buen matrimonio que ésta ha hecho le llena de felicidad y orgullo paterno y quiere contribuir a la prosperidad de los jóvenes. Si comete la imprudencia de intentar llevar en una sola vez lo que debería haber sido transportado en dos viajes ello se debe, justamente, a su precariedad económica. Incluso después del accidente  no abandona su objetivo, recupera los restos y obtiene el permiso para llevarlos a su nuevo destino. La vecina quiere el abrigo no para ella misma sino para su hija y lo mismo sucede si hablamos del resto de los parientes. Todos ellos son padres preocupados por sus retoños y sus condiciones de vida. Lo que le recriminan las otras mujeres a Matriona es que ella no haya atendido a dichas necesidades básicas. Y hasta cierto punto, pensé yo entonces, tienen razón. Si Matriona se hubiera ocupado un poco más de la cultura, su marido no habría huido a la ciudad; si hubiera tenido un cerdo hubiera podido comprar una vaca y a lo mejor, quién sabe, su constitución física hubiera sido más fuerte y sus hijos no se le habrían muerto y si su egoísmo le hubiera llevado a negarse a las pretensiones del cuñado tal vez se habrían ahorrado incluso unas cuantas muertes.
Todas estas diatribas me llevaron a reflexionar sobre el egoísmo. A mi modo de ver hay dos tipos de egoísmo: el infantil y el maduro. Un niño está delante de una pastelería. Ante él se presentan decenas y decenas de pasteles de diferentes formas, colores y sabores. El niño los quiere todos. Así pues, compra todos los pasteles. Primero pasea por el pueblo para que los otros niños del pueblo vean la cantidad de pasteles que lleva y luego corre a su habitación a comérselos. Al día siguiente, el niño no acude al colegio. Está empachado. Sin embargo, una semana más tarde, ya ha olvidado los dolores de vientre que la ingesta masiva de pasteles le originó y vuelve corriendo a la pastelería.
Allí se encuentra con otro niño. Ese niño acaba de comprarse un pastel y se lo está comiendo saboreando cada mordisco con tal ilusión que ni siquiera nota la presencia del recién llegado. El egoísta infantil compra el resto de los pasteles sin poder evitar contemplar asombrado a ese que se deleita en el único pastel que tiene. El otro le mira y le explica que acaba de comprar  el mejor pastel que había en la pastelería. El egoísta infantil se lo intenta comprar, se lo intenta quitar. Pero el egoísta maduro no permite ni lo uno ni lo otro. El egoísta infantil llega  a su casa y tira todos los pasteles a la basura: el único que merecía la pena ya se lo ha llevado otro.
El egoísmo infantil impide la felicidad, el egoísmo maduro la posibilita. El absoluto desprendimiento material es imposible. No somos santos. No somos dioses. Necesitamos un hogar y si puede ser confortable, mejor. Necesitamos pan y si puede ser tierno, mejor. Necesitamos vestir y si puede ser con ropas calientes o con ropas frescas, según la época del año, mejor. Y ese “mejor” ha de estar dirigido por un egoísmo maduro y cabal: un egoísmo que nos permita apreciar y valorar lo que tenemos. No. El desprendimiento material absoluto, confesémoslo, no es cosa de humanos.
De ahí, y sin saber muy bien por qué, pasé a pensar en las diferencias entre los Estados Unidos y Rusia. Quizás la crisis en Ucrania fuera la razón. No lo sé. En cualquier caso mi pregunta era por qué una nación simbolizaba la prosperidad de la sociedad y la otra, no. Por qué en los Estados Unidos la gente parecía más rica, más feliz y más despreocupada que en Rusia. En realidad no hay tantas diferencias que les separen: los paisajes de ambos estados, aun siendo distintos, contienen desiertos, valles y bosques sin hablar de los grandes recursos de sus suelos; en Estados Unidos se bebe whisky y en Rusia vodka; en Estados Unidos están los lobbies y en Rusia los oligarcas; los ciudadanos de uno y otro lugar sufren injusticia sociales; muchas ciudades americanas están tan alejadas de la realidad como las rusas; más de un lugar estadounidenses es tan salvaje como puede serlo uno ruso; es cierto que los rusos han sido antisemitas, pero también los americanos han sido a lo largo de la historia grandes racistas. Sabemos que los americanos nos espían pero ¿podemos estar seguro de que los rusos y los chinos no lo hacen? ¿Podemos estar seguros que en este mundo no hay ningún “cotilla”, salvo los americanos? Porque yo tengo la impresión de que la curiosidad del ser humano por lo que hace y dice su vecino es insaciable y el mundo, no lo olvidemos, se ha convertido en un pueblo…
Bien, pues he aquí mi problema: ¿Qué diferencia a los Estados Unidos de Rusia? ¿Por qué uno –pese a sus limitaciones – simboliza la alegre prosperidad y  el otro –pese a sus esfuerzos- simboliza la triste pobreza?  ¿Por qué uno es el  optimista "tío Sam" y la otra es " la madrecita Rusia”, remarcando “madrecita”? Pensé que en Estados Unidos los ciudadanos participan en la sociedad a través de las diferentes  organizaciones religiosas y comunales pero a decir verdad dichas asociaciones pueden llegar a ser tan asfixiantes y controladores como las antiguas organizaciones bolcheviques rusas. Pensé en la importancia de la democracia y de la libertad y no me cabe que ese es un punto importante pero termina en el momento en que un padre ha de plantearse cómo costear los servicios sanitarios y educativos. La libertad nunca es gratis y en los Estados Unidos ni la sanidad ni la enseñanza pública se caracterizan por su calidad. Así pues, el problema seguía en pie.
He estado dos meses reflexionando sobre el tema. Llegué a pensar que no resolvería jamás mi dilema. Mientras que ayer, mientras meditaba en activo –he de confesar que soy incapaz de meditar en pasivo pero me niego a revelar lo que hacía mientras meditaba (No malpiensen. Es que sencillamente se trata de una ocupación  demasiado trivial)- llegó la respuesta.
Ayer llegué a la conclusión de que la diferencia relevante, esencial,  entre Estados Unidos y Rusia no son ni sus estructuras ni la organización de su sociedad. Lo que las distingue son sus héroes. Sí, sus héroes. Los héroes americanos como Superman, Spiderman, Batman y compañía. Todos ellos son héroes que luchan contra la maldad y la corrupción. Igual que Matriona no piensan en sí mismos pero al contrario que ella jamás se habrían enfadado porque el maestro se hubiera negado a aprobar a su perezoso sobrino. Todos ellos son hombres que han de mantener su identidad oculta, incluso ante sus mejores amigos. Ninguno de ellos desea utilizar sus poderes para enriquecerse porque la posesión material no les interesa pero esto no es el axioma central de su comportamiento. El objetivo principal de todos ellos es la consecución de la justicia. Sus abuelos comunes son Robin Hood y  Guillermo Tell. Los dos luchan contra el tirano, renunciando para conseguirlo a llevar vidas confortables. Dicha renuncia ha de considerarse  una consecuencia, no un principio.
Los rusos, en cambio, sólo tienen antihéroes. Oblomov , por ejemplo, el protagonista de la novela del mismo nombre de Gontscharow, es un buen chico capaz de no hacer nada durante todo el día; el protagonista de “Almas muertas”, de Gogol, Chíchicov, es un pícaro que disculpa su comportamiento mostrando que el mundo está lleno de gente mucho peor que él. La antítesis que de él introduce Gogol en la segunda parte de la novela – Murasow- es más un ideal al que aspirar que una realidad, sin grandes consecuencias, por tanto, en el desarrollo de la acción. Raskólnikov, el personaje de “Crimen y Castigo” de Dostoievski es un joven apacible y bueno al que la miseria conduce al asesinato. Nuevamente resuenan las palabras de Brecht: “No es su maldad lo que me enseñas. Es su pobreza.”
Los rusos no tienen ningún héroe, ningún Robin Hood, ningún Guillermo Tell, ningún Superman. Al menos ninguno conocido. Tienen a Matriona, que renuncia a los bienes materiales y va a trabajar gratis para otros pero protesta cuando el maestro no quiere aprobar al vago de su sobrino. Tienen a tipos extraños como Rasputín y Elena Blavatsky cuyas vidas fueron, de eso no me cabe la menor duda, tan excitantes como la de Superman, pero no tienen a Superman.
¿Cuál es la diferencia? Matriona trabaja para los demás pero no tiene conciencia de que esté haciendo un bien a la comunidad. No se sabe si su acto nace del amor a sus semejantes o de la incapacidad para negarse  a ayudar a cada uno que llama a su puerta con voz de mando más que de ruego. El lector no llega a estar seguro de si su afabilidad cuando tiene dinero nace de su deseo de ser aceptada en la sociedad o de un auténtico desinterés por lo material. Es trabajadora, sí. Pero todos recordamos a la figura del caballo en “Rebelión en la Granja” de George Orwell.
 El personaje de Matriona es también el de un antihéroe. Su vida no beneficia a la sociedad; permanece al margen de ella. Su actitud no hace sino perpetuar las estructuras que tradicionalmente han caracterizado al sistema ruso: basadas en las relaciones de amistad y parentesco, jerárquicas hasta el inmovilismo y económicamente ruinosas. Las acciones de Matriona no ayudan a mejorar la justicia social ni la igualdad. Aunque todos sus vecinos y parientes se comportaran como Matriona, aunque toda la sociedad lo hiciera, ello no contribuiría a elevar el nivel de vida sino a aceptar resignadamente la mala situación. Lo único que faltaría es revestir todo ello de un sentido religioso-manipulador y decirles que no se preocupen por sus padecimientos porque serán recompensados en la otra vida. ¿Es que es imprescindible pasar frio, hambre y esclavitud para ser recompensado? ¿Es que la madre que va corriendo a casa de Matriona a buscar el abrigo para su hija no será recompensada?

Lo dicho. El problema de Matriona no es de naturaleza ni política, ni social, ni religiosa. El problema de Matriona es el de ser un antihéroe.

Seamos sinceros: el mundo no necesita santos que  mueran inútilmente por él. El mundo necesita seres dispuestos a luchar  con capa y espada (en los tiempos modernos, láser) por los grandes valores en cada momento  y  a cada instante, sin desfallecer ante los contratiempos.
Hasta la semana que viene.
Isabel Viñado-Gascón.
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martes, 27 de mayo de 2014

La línea de sombra (1917) Joseph Conrad

El título “Línea de sombra” hace referencia, como el propio Conrad explica, al momento en el que la juventud se queda atrás y ante nuestros ojos aparece la región que nos introduce en el mundo del deber y de la responsabilidad. Esto es, de la madurez. No obstante y aunque la primera intención de la obra sea describir este paso, “La línea de sombra” es, a mi modo de ver la evidencia de la necesidad de contar con un buen capitán y con una buena tripulación cuando se trata de vencer los imprevistos y las dificultades que aparecen durante la travesía, conduciendo al barco a un puerto seguro.  Ambas ideas aparecen unidas en la obra de Conrad. Asimismo la reflexión del paso de la juventud a la madurez entraña una meditación acerca de la la importancia de la responsabilidad. No basta con que sólo uno sea responsable. La tripulación entera ha de serlo.  Y ha de serlo porque gobernar un barco es una misión que obliga a cada uno de los que se encuentran a bordo. Es igualmente cierto, sin embargo, que el grado de responsabilidad no es igual para todos. El más exigente consigo mismo a la hora del cumplimiento del deber y del ejercicio de la prudencia ha de ser el capitán. La responsabilidad a la que Conrad se refiere es una responsabilidad individual y autoimpuesta. Existen momentos límites en los que ni moral ni legalmente nadie –excepto nosotros mismos- puede exigirnos la obediencia de una determinada conducta.
Al comienzo de la novela aparecen unas notas aclaratorias de Conrad. Tres son las ideas que cabría destacar: Una, que su pretensión no es explicar el mundo a través de lo sobrenatural puesto que la realidad en las que nuestras vidas se desarrollan ya es de por sí bastante compleja. Dos, que pese a esto es indudable que un choque mental o moral ejercitado sobre un alma sencilla provoca grandes efectos en su alma, efectos que deberían ser objeto de estudio y análisis. Tres, que la novela nació a partir de una experiencia personal. Por esto y porque aparece narrada en primera persona es por lo que a la hora de escribir el resumen he llamado “Conrad’ al protagonista.
El argumento es sencillo. El protagonista acaba de abandonar el barco en el que trabajaba en un puerto del Oriente con la intención de abandonar su vida de marino. Como ha de esperar unos días antes de  poder embarcarse rumbo a Europa, decide alojarse en el Hogar del Marino. Allí  conoce a un capitán-perito llamado Gilles, que le anima a tomar el mando, su primer mando, de un barco anclado en Bangkok. De esta manera deja aparcadas, de momento, sus intenciones de regresar al viejo continente y se dirige a tomar posesión de su puesto. El barco que ha de gobernar es un velero de primera clase, de bellas líneas y construido con sumo esmero. En cuanto a la tripulación se refiere, Conrad dice que no ha visto nunca una tripulación tan eficiente y dispuesta. Conoce a Burns, el segundo de a bordo. Éste le explica que el anterior capitán ha muerto en la misma cámara en el que en ese momento se encuentran. En vez de ocuparse de dirigir la nave, se pasaba todo el día encerrado en su camarote tocando el violín. No tardó en caer enfermo. La muerte le preocupaba más que la suerte del resto de la tripulación y si Burns no llega a obstinarse en cambiar el rumbo, no hay duda de que los habría conducido a todos a una muerte segura. Antes de morir les lanza una maldición rugiendo que espera que no lleguen nunca a buen puerto. Parece que sus deseos no tardan en empezar a cumplirse. Uno de los marinos enferma de cólera. Es conducido a tierra y muere a las pocas semanas. Pese a estos iniciales contratiempos el barco se hace a la mar. Los medicamentos y los vendajes han sido revisados por el médico antes de salir. La travesía ha comenzado. Dos son los principales problemas que les acucian: la enfermedad de los marineros y la brisa, demasiado ligera para que puedan avanzar. La calma chicha influye sobre la salud de los tripulantes empeorándola. A esto hay que sumar la superstición de Burns que tiene constantemente presente la maldición del antiguo capitán y el descubrimiento de que el polvo blanco que el médico y todos ellos habían considerado quinina es, en realidad, una droga. Seguramente porque el fallecido capitán conocedor de los elevados precios que se pagaban en Asia por la quinina, traficaba con ella. Al descubrirlo, lo primero que siente Conrad es el enojo ante su propia conducta. A él y a nadie más que él correspondía asegurarse de que el aprovisionamiento del barco estaba realizado correctamente. Él había fallado. Un terrible sentimiento de culpabilidad se apodera de él.
Pg. 156 -158). “La primera cuestión que se presentaba era determinar lo que debía hacerse. ¿Qué podía hacerse? Evidentemente ante todo era preciso advertir a los hombres. Aquel mismo día lo hice, pues no quería que la noticia se esparciese por sí sola. Yo afrontaría la situación. (…)Jamás criminal alguno se sintió tan oprimido por el sentimiento de su responsabilidad. (…) Les habría reconocido de buena gana el derecho de hacerme pedazos. (…) pero cuando les hube dicho que tenía la intención de dirigirme hacia Singapur y que la suerte del navío y de su tripulación residía en los esfuerzos de todos nosotros, enfermos y sanos, para sacar de allí el barco, recibí el estímulo de un murmullo de asentimiento y de una voz que gritó: - “¡Desde luego que lo sacaremos de este cochino agujero!”
Y desde luego que lo sacan. El capitán permanece en cubierta diecisiete días y pasa cuarenta y cuatro horas sin dormir. Ransome, el mayordomo aquejado de una dolencia del corazón se convierte en una ayuda inestimable y cumple funciones que sobrepasan sus obligaciones. El timonel Gambril y el marinero Frenchy trabajan estando enfermos hasta el límite de sus fuerzas. En cuanto a Burns lanza un improperio al capitán muerto desafiándolo. Cada uno, según su modo y manera de ser, colabora a la consecución del fin general: llegar a buen puerto.
Pg.195) La barrera de horrible inmovilidad que venía aprisionándonos desde hacía tantos días, estaba rota al fin. Pg.197) La brisa –una verdadera brisa esta vez- continuó soplando.
Es cierto, los dioses se han mostrado benevolentes con una tripulación que ha invertido todos sus esfuerzos en conseguir su propósito. Es cierto, la providencia del Poder Supremo es un elemento ineludible para alcanzar cualquier objetivo que se precie pero de poco sirve ante actitudes indolentes e inmorales como la del capitán fallecido. La responsabilidad de todos puede, sin embargo, ayudar a resolver y superar situaciones que en un primer momento se vislumbran como insalvables.
                                                                        Comentario:
                                   La victoria de las ideologías extremas en las elecciones europeas.
Europa,o la nueva Ifigenia, y Fuenteovejuna.
Acabo de conocer los resultados de las elecciones europeas. Para ser sincera lo único que me asombra  es el asombro de los partidos tradicionalmente mayoritarios ante su propio fracaso. Me pregunto cómo es posible que, de repente, todos ellos se rasguen sus vestiduras, embadurnen sus cabellos con ceniza y entonen sus lamentaciones a voz en grito como si de antiguas plañideras griegas en un entierro se tratara. Me asombra que sean incapaces de comprender que son ellos, justamente ellos, los que han entregado su hija Europa a sus asesinos. Por su parte, los asesinos de Europa están convencidos de que sacrificándola a los dioses lograrán que el barco vuelva a navegar felizmente por los mares de la prosperidad. Que lo consigan o no, depende en última instancia –faltaría más-  de los dioses. Así pues, lo primero que se impone es el sacrificio que los dioses parecen exigir. Después, los dioses dirán. Mientras tanto,  los padres de esa hija inocente aún encuentran fuerzas para llorar y decir que no entienden cómo ha podido caer en manos de esos malvados, de esos amotinados. Y yo, francamente, me considero incapaz de deducir si ello se debe a su sincera falta de entendimiento o a la hipocresía más desalmada que uno pueda imaginar. Porque son ellos, justamente ellos, los culpables de que Europa haya caído en manos de quién ha  caído para ser inmolada; ellos los que han justificado una austeridad que para muchas familias iba más allá de lo soportable; ellos los que han permitido que la sociedad española siguiera dividida entre los que tienen recursos y pueden gastar y los que no. Y en lo que al cuarto poder ser refiere, lo cierto es que  la prensa no ha tenido ningún reparo en ayudarles con artículos en los que la realidad aparecía empañada, y se informaba sobre cómo vivir bien, comer bien y dónde encontrar los lugares más exquisitos del planeta para pasar las vacaciones. Criticar, solo criticaban cuando el político de turno se había convertido en su enemigo personal. Las rencillas políticas encubrían los sufrimientos de seis millones de españoles como si estas existencias precarias pertenecieran a la realidad virtual, a una docu-realidad, pero no a la verdadera sociedad. Son los partidos tradicionales los que han configurado unos planes de estudios en los que resultaba más importante la cuestión de “religión, sí” “religión, no” que el dominio de las matemáticas y de las reglas gramaticales de escritura. Son ellos los que han construido un país de jubilados anticipados, de jóvenes que tenían que estudiar eternamente porque no tenían otra cosa mejor que hacer hasta que encontraran un trabajo “digno”  (“formarse”, le llaman a gastarse dinero en coleccionar titulitos que no sirven para nada, ¡qué necedad!),  y funcionarios con carnet político y relaciones varias. Son ellos los que, cuando el  único trabajo “digno” que han encontrado esos formados ha sido vender su vida y su cuerpo, han preferido hablar de una sociedad abierta (¡y tanto!), obviando el incremento preocupante de las enfermedades venéreas y del consumo del alcohol y de la droga entre esa juventud por cuya formación parecían mostrarse tan preocupados; ellos los que han callado cuando los casos de corrupción se sucedían  y cuando el pueblo se hacía cómplice de dicha corrupción esgrimiendo el consabido “hazlo tú, si tú no lo haces lo hará otro”,  sin percatarse que el “yo autónomo, crítico y esforzado” desaparecía surgiendo en su lugar un “yo sustituible y contingente”. "Da igual quién participe en los tejemanejes. El sistema funcionará conmigo o sin mí. Los mismos perros con distintos collares”. Así que la tan traída y llevada “solidaridad” ha consistido fundamentalmente en participar de tal sistema corrupto.  Ninguno de ellos –pobres  desconsolados progenitores de Europa - ha escuchado nunca decir al pueblo “hazlo tú, si tú no lo haces lo hará otro”. La frase les resulta nueva y les parece inadmisible. “¿Quién ha pronunciado tamaño disparate?” – preguntan entre consternados y enfurecidos.
“FUENTEOVEJUNA”  – responde el pueblo.
En tiempos de vacas gordas, qué importa. Pero los tiempos de las vacas flacas se acercan siempre inexorablemente. Los poderes establecidos han estado justificando que los recortes y las subidas de impuestos se debían a las órdenes que recibían de Bruselas. ¡Oh, tirana Bruselas!  ¿También les impuso Bruselas el despilfarro y la corrupción? ¿También les impuso Bruselas la disipación de las costumbres? ¡Oh! ¡Ya estamos con la moral!  ¡Sí, sí! Desde luego que sí. Ya es hora de que nos ocupemos de la moral. Que Dios haya muerto no significa que la virtud haya de seguir su mismo camino. Porque lo absolutamente atroz no es  sólo que las arcas del Estado estén vacías sino que también lo estén las virtudes de las que Montesquieu, Voltaire y compañía hablaban, esas que hacían posible que la sociedad funcionara. Y si los padres narcisistas de la joven Europa se atrevieran a reflexionar seriamente –cosa que dudo- comprenderían que los extremos no sólo han ganado votos con la idea de sacrificar Europa a los dioses para implorarles que el barco vuelva a navegar sino que se han ayudado de la propuesta de un Nuevo Orden. Sí, en efecto, un Nuevo Orden. ¡Qué insensatez pensar que el Nuevo Orden lo traería el caduco sistema establecido! El Nuevo Orden lo traerán, claro, las nuevas fuerzas.  Y no será únicamente un nuevo sistema político sino también un nuevo código de valores morales. 
Los partidos tradicionales no han entendido nada, en efecto. Valls, en Francia, anuncia nuevas bajadas de impuestos ¡cómo si eso importara ya mucho! Algo más profundo es lo que se ha estado gestando sin que ellos se dieran cuenta: la necesidad de un sincero código de valores, remarcando la palabra “sincero”. Y esto es justamente lo que ha llevado a Fuenteovejuna a elegir a aquéllos que dicen que sacrificando Europa el barco volverá a navegar. No es populismo ni demagogia lo que ha llevado al pueblo a querer la muerte de la inocente Europa. Han sido sus anhelos de sinceridad, de un mundo no virtual, de un mundo en el que al pan se le llame pan y al vino, vino. El pueblo está harto de palabras, de falsas justificaciones, está harto de estar enterado de todo lo que pasa sin poder hablar – a ver si así le cae “algo”, al menos “algo”- de los despilfarros económicos de sus gobernantes. “¿Han desaparecido dos mil millones de Euros en Andalucía? ¡¿Quién se los ha llevado?!” – preguntan entre consternados y enfurecidos.
“FUENTEOVEJUNA” – responde el pueblo
Y esta vez parece que esconde un garrote entre las manos. Y es que Fuenteovejuna está cansada. Su extremismo es signo de su cansancio. Está tan cansada que cree – lo cree, cuando ya había perdido la esperanza de poder creer -que ofreciendo Europa a los dioses conseguirá seguir adelante. Detrás no hay ninguna conspiración. Si acaso la intuición de los clásicos listillos que les informa fehacientemente cuándo han de subir al estrado para sacar provecho propio de los miedos atávicos y del agotamiento del pueblo.
El barco está parado. A la calma chicha le suceden feroces tormentas y a éstas nuevamente la calma chicha. La tripulación está cansada. Algunos, como los españoles, están hastiados de un sistema ahogado en la corrupción y votan a la extrema izquierda, que les promete  honestidad y justicia. Otros, como en Francia,  están hartos de las luchas culturales y religiosas a las que unos y otros les sumen día sí y día también, así que votan a los partidos de extrema derecha, que les aseguran la recuperación de su perdida identidad. 
Mientras los asesinos de Europa prometen hacer realidad los sueños ancestrales de las Fuenteovejunas nacionales, los padres de Europa lloran inconsolables al par que se niegan a aceptar que han conducido al barco al lugar terrible en el que éste se encuentra. Resulta más cómodo permanecer en la juventud inconsciente y despreocupada que atravesar la línea de sombra que conduce a la madurez. Pero traspasarla no es un acto de voluntad: Es un momento inevitable que pertenece a la vida. De ese acto de responsabilidad depende que un barco pueda llegar a buen puerto o hundirse en lo más profundo de los abismos.
Lo cierto es que unos y otros: los partidos tradicionales y Fuenteovejuna, han sido incapaces de pararse a pensar que no los dioses, sino ellos mismos, con su responsabilidad y a través de su esfuerzo son los únicos que pueden sacar a Europa y al barco del atolladero.
¿Quién ha leído “La línea de sombra” de Joseph Conrad?
Ellos, desde luego, no
Fuenteovejuna parece ser que tampoco.
No estaría de más empezar a hacerlo.
La línea de sombra nos envuelve.

Hasta la semana que viene.

Isabel Viñado-Gascón
Nota: El ejemplar que he consultado pertenece a “Ediciones B” Primera Edición: Mayo 1988. La traducción es de Ricardo Baeza, Para mi satisfacción (por aquello de: “mal de muchos, consuelo de tontos”) he de decir que aparecen varias erratas. Aprovecho la ocasión para pedir perdón por mis errores de sintaxis y comas. Lo cierto es que muchas veces, en mi precipitación, no corrijo adecuadamente mis escritos y he de ir haciéndolo una vez que ya están publicados.
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