viernes, 22 de agosto de 2014

Es tan fácil morir y tan difícil vivir… Isabel Viñado Gascón. Segundo Comentario acerca de La Broma Infinita, de David Foster Wallace.


Hace unos meses publiqué un blog dedicado a comentar “La Broma Infinita”, de David Foster Wallace. En él reconocía que a pesar de que el autor era un buen escritor y de que el libro era un buen libro, la obra no me había gustado. La principal razón que esgrimí fue que el autor americano  identificaba una parte de la sociedad con la sociedad entera.

Pues bien, estoy empezando a preguntarme si tal vez David Foster Wallace no anduviera después de todo tan equivocado y la sociedad se encuentre realmente en el estado lamentable que él describía, justo por los mismos motivos que enunciaba: droga, hedonismo y lucha por el triunfo que la sociedad considera triunfo. O sea, por una falta total y absoluta de valores auténticos.

Vuelvo a decir lo que no me canso de repetir: que en lo que a la sociedad respecta,  la virtud se necesita para construirla y mantenerla. Y en lo que al individuo se refiere, las normas morales sirven sobre todo al instinto de supervivencia.  Las normas de comportamiento más famosas dentro de la cultura judeo-cristiana son los diez mandamientos, destinados a eso: a facilitar la supervivencia individual y la convivencia social.  El famoso “no matarás” no es más que una advertencia de que “el que a hierro mata, a hierro muere.”  Los otros mandamientos pueden resumirse en “no hagas al otro, lo que no te gustaría que te hicieran a ti”. El “no mentirás” protege la trasparencia que en toda relación ha de haber.

Sin embargo resulta imprescindible no olvidar que las normas morales están hechas para facilitar la vida del ser humano, no para complicarle aún más la existencia. Esto, que ya explicó Aristóteles en su día con su teoría del Justo Medio, lo  profundizó  Kant con su exigencia de la reflexión individual y se encargó de recordarlo Nietzsche con su apelación a la sinceridad consigo mismo. Todos ellos coincidían en su afirmación: Son las normas morales las que sirven al individuo, no al contrario.

Y bien, aquí estamos. Tendidos en la hamaca; con el espejo en una mano, la droga en la otra y viendo la televisión,  de forma que ya no queda modo alguno de coger la moral y utilizarla. Es preferible dejarla abandonada en el suelo, sentenciando, burlones, que eso es cosa de curas y por el camino  que vamos, ya ni eso. Así pues se tira, se abandona y se menosprecia lo único que en este preciso instante sería de utilidad: la virtud.

El hedonismo –  que es siempre narcisista porque se trata de nuestro placer y no del placer del otro- impide la construcción auténtica de cualquier sociedad que se precie debido a que sume a los individuos en un estado de aletargamiento moral, espiritual, psíquico y racional. El individuo deja de pensar – lo cual no significa ni mucho menos que deje de hablar como si hubiera pensado largo y tendido (especialmente tendido) – y deja de interesarse por todo lo que no sea el aquí y el ahora, y eso lo incluye a él mismo. El hedonismo individual primero y social, después permite a las distintas organizaciones actuar sin excesivos obstáculos hasta conseguir el triunfo social al que aspiran. Triunfo social, todo hay que decirlo, en el que la competencia escasea cada vez más –puesto que nadie tiene demasiadas ganas de moverse del sillón para esforzarse por algo que no sea una experiencia que provoque emociones rápidas, aquí y ahora. El éxito lo recogen siempre aquéllos para los cuales la competición se basa en un largo recorrido y no simplemente en un sprint. La mayoría, sin embargo, cree que el triunfo depende –igual que las posturas hedonistas- del instante, del presente. De ahí que la derrota desmotive a tantos. A mí me hace gracia que esto del hedonismo haya desembocado en lo que ha desembocado: en la inactividad, en la apatía; en que los hombres jóvenes tengan que recurrir a la Viagra para poder disfrutar ellos de una noche de excesos y a un producto nuevo llamado “Foria” elaborado a partir de sustancias que se encuentran en la marihuana, para que las mujeres disfruten del placer sexual porque ellos ya han ahogado todas sus energías en el alcohol y en las drogas. Como mujer me asombra que a las mujeres esto no les importe y sólo se dediquen a hacer escenitas de celos con la “mejor” amiga de turno amén de seguir la misma marcha que los varones porque si los hombres lo hacen, ellas también. Principio de identidad. Principio de Igualdad y Principio de insensatez.

En lo que a la droga se refiere, en vez de dedicarnos a luchar todos contra todos, sin que pueda determinarse con claridad por qué luchamos cuando todos hablamos de paz, (eso sí: con el fusil en la mano) deberíamos construir una mesa redonda y solucionar un problema que está costando más vidas y más dinero que todas las guerras y virus juntos. Créanme, me gustaría utilizar el tono ligero y cínico de otras ocasiones, pero es imposible. Desde hace un par de semanas, desde que en Estados Unidos andan con la legalización a cuestas y una fracción de “los Verdes” alemanes se lanzó a la calle a pedir la legalización de la marihuana porque los cigarrillos y el alcohol también lo están, el tema no me deja dormir. ¡Ay que ver las tonterías que dicen algunos con tal de ganar electores! Es entonces cuando uno no sabe si coger un megáfono y lanzarse a grito pelado a la calle o marcharse a una isla desierta. Al final se termina pensando en David Foster Wallace y escribiendo un blog.

En fin, vayamos a lo que nos ocupa: la droga.

No pienso detenerme en estadísticas porque resulta imposible conocer las cifras reales del número de toxicómanos. Algunas se rigen por el  número de muertes causadas por la droga, lo que las convierte en absolutamente inexactas ya que los adelantos en medicina permiten que muchas enfermedades se conviertan en crónicas y otras veces los efectos mortales de la droga quedan enmascarados bajo un ataque al corazón, una neumonía, una infección de hígado o de riñón, un ataque cerebral… Es decir, la causa de defunción no muestra los hábitos drogodependientes del fallecido. 

Pese a todas estas dificultades, no me resisto a hacer una serie de observaciones.

En primer lugar, es una soberana estupidez – perdón pero es que en este caso no me considero capaz de escribir  “es una profunda equivocación”, o “es un grave error” – defender la legalización de la marihuana basándose en el hecho de que los cigarrillos y el alcohol también lo están. Suena a algo parecido a “si mi hermano puede, yo también”.  Mejor que legalizar el consumo de marihuana, habría que empezar a hacer una campaña contra el alcohol como la que se ha hecho contra los cigarrillos. ¿Por qué no se ha llevado a cabo tal acción? En primer lugar, porque el alcohol supone para el Producto Interior Bruto de los países productores ingentes beneficios, beneficios a los que en una época de crisis como la que se enfrentan en estos momentos, no pueden renunciar. En segundo lugar, y enlazando con lo anterior, el negocio de los cigarrillos ha sido sustituido por el no menos rentable de los cigarrillos eléctricos mientras que para el del alcohol no resulta tan fácil encontrar sustituto. En tercer lugar, determinados vinos y determinados licores simbolizan el poder, el éxito y el lujo, de la misma manera que lo simbolizan determinados coches. Y los buenos ciudadanos aceptan dejar de fumar por aquello de preservar la salud, sin cuestionar que no se haga lo mismo con el alcohol a pesar de que  los daños que éste provoca tanto al individuo como a la sociedad, son mucho mayores. Así se puede gritar aún más alto que se  legalice la marihuana.

En segundo lugar: Todas las drogas son dañinas. No hay drogas blandas y drogas duras. Esta distinción comúnmente admitida se basa en el diferente grado de dependencia que provocan y en los efectos que causan en el cuerpo. Algunas actúan más rápida y agresivamente que otras, produciendo consecuencias irreversibles. El alcohol es una droga tan peligrosa como la heroína pero al no generar tanta dependencia puede ser socialmente tolerado. A largo plazo, sin embargo, los alcohólicos dependientes sufren consecuencias parecidas: enfermedades crónicas, imposibilidad de trabajar, imposibilidad de llevar una vida familiar, depresiones, muerte.

En tercer lugar: No es cierto que tomar droga sea sinónimo de libertad y rebeldía anti sistema. Los drogadictos forman parte del lucrativo negocio de carteles, lobbys y oligarquías extremadamente poderosas, adineradas y sobre todo sumamente silenciosas y fantasmagóricas de las que nadie habla porque sencillamente introducirse en ellas y salir vivo representa un imposible. Y si se sigue vivo es porque se forma parte del sistema. No sé ni cuantos periodistas mejicanos han muerto por intentar conseguir información para un reportaje. Incluso caso de que uno de los capos sea detenido, el lector se pregunta si ha sido verdaderamente capturado o su detención se debe a un ajuste de cuentas o a una traición de su propia organización.

En cuarto lugar no hay un antídoto contra la droga, no hay un correctivo, no hay un sustituto. Las terapias llamadas de “desintoxicación” pocas veces obtienen resultados positivos. La reincidencia es un peligro constante y desde luego los daños a los que el cuerpo ha de enfrentarse son irremediables. Y lo mismo podría decirse de la metadona. No estoy afirmando que el éxito de tales intentos sea igual a cero pero sí que es menor de  lo que se supone y altamente costoso. El que entra en el mundo de la droga sólo puede salir de él hasta un determinado punto. Esa historia que suelen contar los drogodependientes de que se puede salir de la droga en cuanto uno quiera y que lo único que tiene que hacer es proponérselo, es factible única y exclusivamente  hasta un concreto estadio. A partir de ahí, el drogadicto está inexorablemente condenado a permanecer en el mundo de la droga, ya sea vivo, muerto, medio vivo o medio muerto. Las puertas de salida han quedado definitivamente cerradas para él. Si algo enseña David Foster es que en este sentido liberarse de la dependencia al alcohol conlleva los mismos efectos que dejar la marihuana: la depresión. Al abandonar la dependencia, muchos de los toxicómanos han de enfrentarse tanto a enfermedades corporales que la dependencia les ha provocado, como a profundas depresiones que les abocan al suicidio y a la autodestrucción. Sin olvidar que los hijos de toxicómanos son también toxicómanos.

En quinto lugar, la droga no es una enfermedad individual sino grupal. Yo me atrevería incluso a añadir que viral. Se contagia. La capacidad de sugestión y autosugestión de los drogodependientes es digna de mérito. No sé qué argumentos esgrimirán ahora. En mis tiempos se trataba de un signo de rebeldía, de atentar contra los esquemas establecidos y caducos. En muchos casos llevaba aparejada un discurso socio-político que trascendía las ideas de amor y paz del movimiento hippie. La transmisión de la drogo-dependencia es sumamente fácil. Implica la pertenencia a un grupo y la posibilidad de poder discutir y comunicar acerca de las sensaciones y las impresiones que se tienen. Se trata, en efecto, de la posibilidad de conversar sobre un viaje a Marte que sólo unos pocos pueden llevar a cabo. Todos conocen el riesgo a morir, pero la emoción de llegar a un planeta desconocido al que “sólo unos pocos” tienen acceso, les hace relativizar los peligros. “Atreverse a saltar de una montaña” es otra de las frases que se decían en mi tiempo. Jamás pensé que ello derivaría en “balconing”. El rasgo viral de la drogadicción determina que el consumo de droga esté aumentando de forma alarmante.

En sexto lugar, la droga es la mercancía más global que existe. No es patrimonio de los Unos, ni de los Otros, ni de los del Más Allá, ni de los del Más aquí. Las sustancias químicas fabricadas en simples cocinas circulan con suma facilidad de un lado a otro del planeta. Y junto con la droga, el tráfico de armas, la prostitución y el blanqueo de capitales.

En séptimo lugar, quizás la marihuana tenga efectos beneficiosos para la salud pero auto medicarse es perjudicial para la salud. Que la morfina tenga aplicaciones terapéuticas implica que los médicos puedan recetarla en determinados casos, no que se pueda comprar en la máquina de refrescos de la esquina. El argumento de legalizar la marihuana por sus efectos beneficiosos para la salud me resulta tan divertida que cada vez que la escucho no puedo dejar de reír. El arsénico es utilizado por los médicos homeópatas, pero tampoco puedo comprar arsénico en cualquier tienda ni de cualquier manera. Tres son al menos, los motivos, por los que la marihuana se va a legalizar, porque es seguro que se legalizará.

Un motivo (social) es el propiciado por la oferta y la demanda. La demanda de marihuana ha aumentado de tal manera que resulta sencillamente imposible mantenerla prohibida por más tiempo. ¡Si existen ya pastelillos de marihuana! ¡Ya no se sabe ni cómo evitarla! O se detiene a medio mundo o se legaliza. Así que se legalizará. Al menos así  podrá ponerse el cartelito de “Pastel con marihuana”.

Otro motivo (económico) es que el Estado ingresará más impuestos. Esto es, a mi modo de ver, más realista que el argumento que asegura que así desaparecerán las mafias. Lo dudo. No creo que las mafias desaparezcan por la sencilla razón de que las mafias, como cualquier empresario que se precie, han diversificado sus negocios. Ni siquiera se les acabará el de la marihuana porque entonces se dedicarán al contrabando de marihuana.

Otro motivo (político) es que si la mayor parte de los electores consumen regularmente marihuana, hay que hacer todo lo posible por contentar a ese electorado. Sobre todo, si de lo que se trata es de ganar las elecciones.

Sí. No me cabe la más mínima duda. Legalizarán la marihuana. Y por mí, que legalicen también la heroína, la cocaína, el cristal y todas las sustancias habidas y por haber. Que legalicen todo. Si una fracción de los verdes alemanes desea legalizar la marihuana porque el alcohol es legal, entonces que defiendan la legalización de la cocaína y de la heroína y de todas las demás drogas sintéticas. Si la marihuana es legal ¿por qué no lo va a ser las demás? Principio de Identidad ¿Se acuerdan?

Sí. Legalizarán la marihuana. No pueden hacer otra cosa para resolver el problema. Hay demasiados consumidores. Demasiados vendedores. Demasiados productores. No es un problema de nadie en concreto. Es un problema globalmente mundial. Por una vez, los americanos, los rusos y todos los demás que no tengo ganas de detenerme a nombrar, deberían dejar las armas y sentarse a discutir qué van a hacer con todos esos habitantes de sus respectivas poblaciones que están suicidándose por nada. ¿Qué van a hacer? Legalizar la marihuana. ¿Y después? ¿Qué van a hacer con la cocaína, las anfetaminas, la heroína, el cristal, el cocodrilo, la droga caníbal y todas las demás drogas sintéticas?

Si legalizan la marihuana pensando en el número de consumidores, tienen que dar receta libre para  las anfetaminas y similares y lo mismo para la cocaína y la heroína.

Si legalizan la marihuana alegando que así acabarán con la mafia, tienen que legalizar todas.

¿Y qué pasa con los toxicómanos? ¿Y qué pasa con las generaciones futuras?

Una sombra se aproxima.

“Si hay que morir, por lo menos por algo” – dice la sombra.

Y deja un fusil encima de la mesa.

Seguimos tendidos en la hamaca.

El fusil en una mano.

La droga en la otra


Isabel Viñado Gascón.



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