sábado, 8 de noviembre de 2014

El juez y su verdugo. (1950-1951) Dürrenmatt.




Novela aparecida por capítulos entre el 15 de Diciembre 1950 y el 31 de Marzo de 1951 en 8 series, en el “Beobachter”


El juez y su verdugo.

 Argumento

El 3 de Noviembre de 1948, el inspector Alfonso Clenin encuentra aparcado un Mercedes azul al borde de la carretera. Se acerca a él pensando que el conductor está borracho, pero cuando abre la puerta del auto encuentra un hombre asesinado. Se trata de Ulrich Schmied, un teniente de policía de Bern.Schmied era un hombre culto, con estudios, y pertenecía a una buena familia. A su coche le llamaba “el Caronte azul”, en alusión a la mitología griega. Caronte era el barquero encargado de conducir a las almas al mundo de los muertos.

Su superior, el comisario Bärlach, es informado de este hecho. Bärlach había vivido un gran número de años en el extranjero y en Constantinopla y más tarde en Alemania,  se había perfilado como un gran criminalista.Había vivido en Frankfurt am Main, pero en el año treinta y uno regresó a su ciudad natal. La razón era que había dado una bofetada a un alto funcionario alemán. En Alemania se condenó ese acto de violencia y en Suiza levantó indignación. Sólo más tarde se consideró que dicho acto era el único posible en un ciudadano suizo: en el año cuarenta y cinco.

Mientras Bärlach prefiere guardar la confidencialidad de las investigaciones, al contrario que su superior Lucius Lutz influido por una visita a los centros policiales de Chicago y Nueva York. La falta del cosmopolitismo del suizo, su provincialismo, es un tema presente a lo largo de la novela. Esta vez, sin embargo, Bärlach no tiene tiempo para semejantes discusiones. Clenin y él se dan cita en el lugar del crimen. Allí, Bärlach encuentra un bala de revólver. La cuestión que, sin embargo, ocupa los pensamientos del detective que sufre de grandes dolores en el estómago es qué quería Schmied con un traje de etiqueta en el desfiladero de la ciudad de Twann. Su colega Tschanz pide a Bärlach si ya ha pensado en algún sospechoso.Éste le dice que su sospecha no se basa en la ciencia criminalística. Aunque es cierto que tiene una idea de quién podría ser el asesino, necesita  las pruebas que lo demuestren.

En uno de los varios reconocimientos, Bärlach encuentra un perro, que más que animal es bestia. El perro se avalanza contra su cuello. Es Tschanz quien dispara y mata al perro.  Más tarde averigüan que se trata de una raza exótica que viene de SudaméricaLas pesquisas les llevan hasta un tal Gastmann, un hombre extremadamente rico y generoso con las propias que celebra numerosas reuniones sociales a las que asisten incluso personas cuyo nombre desconoce. Es posible, por tanto, que Schmied hubiera estado en una de ellas pero lo cierto es que ninguno de los otros invitados ha oído nunca hablar de él. El señor Gastmann es filósofo, una actividad  a la que – como uno de ellos dice – se dedican todos aquéllos que piensan mucho y no hacen nada. En cualquier caso a la recepción a la que se supone que asistió Schmied bajo un nombre falso acudieron tres tipos de grupos. El primero estaba compuesto por artistas, el segundo por empresarios y el tercer grupo por una delegación política extranjera que bajo ningún concepto está dispuesta a permitir que trascienda que ha estado en contacto con el grupo de empresarios. Que tales grupos se encontraran en casa de Gastmann lo explica el hecho de que Gastmann fue representante de Argentina en China y presidente administrativo del consorcio de la hojalata. Por eso disfruta de la confianza tanto del Poder extranjero, como de los industriales.

Una de las primeras conclusiones es que Schmied conociera dicha conexión y hubiera sido descubierto y asesinado. No obstante, Schmied no actuaba cumpliendo órdenes de sus superiores, por lo cual, una posibilidad que se baraja es que Schmied fuera un espía. Lo que el abogado de Gastmann pide a la policía es que dejen de importunar a Gastmann. Hay millones en juego.

Acuden al entierro de Schmied. En el cementerio Bärlach y Tschanz encuentran a Anna, la novia de Schmied. El encuentro más sorprendente, sin embargo, lo tiene el comisario al regresar a su casa. Allí está, esperándole, el mísmisimo Gastmann, que lejos de ser un desconocido resulta ser un antiguo amigo del policía. El nombre “Gastmann” no es su verdadero nombre y el individuo que se hace llamar así es un peligroso delincuente cuyos crímenes nunca han podido ser demostrados por Bärlach. Cada vez le queda menos tiempo para conseguirlo. Los dolores de estómago se deben a una enfermedad incurable. Aún decidiéndose a operarse, los médicos no le pronostican más de un año de vida. “Te queda un año de vida y has estado cuarenta persiguiéndome. Ésa es el balance “ – le dice el falso Gastmann. (pg.67)

Es aquí donde tiene lugar la parte más interesante de la novela.

El discurso de Gastmann explica las diferentes posiciones de cada uno.

Bärlach defendía que cometer un crimen era una tontería porque es imposible predecir el comportamiento del otro. Resulta imposible tratar a las personas como figuras de ajedrez.

La tesis de Gastmann, por el contrario, afirmaba que justo la confusión de las relaciones humanas permite cometer delitos que no sólo no sean descubiertos sino que incluso impide el tan siquiera pensar en la posibilidad de que se haya cometido un delito.

Apostando cada uno de ellos por su argumentación y animados por el alcohol, Bärlach acepta la apuesta que le propone Gastmann y que consiste en probar en la realidad sus respectivas ideas, a ver quién de ellos tiene razón. Bärlach reconoce que nunca hubiera pensado que un ser humano pudiera tomar semejante apuesta en serio. Gastmann se ríe de él y le responde con las palabras cristianas “no nos hagas caer en la tentación”. Bärlach, según reconoce Gastmann, le hizo caer en la tentación.

Tres días más tarde Gastmann, en presencia de Bärlach, tiró a un comerciante alemán por el puente. Aquél hombre no sabía nadar. Aunque el comisario lo detuvo, el crimen de Gastmann no pudo ser demostrado. El tribunal de Gastmann creyó la versión que éste les proporciono: el comerciante estaba en bancarrota y había intentado salvarse intentando una estafa.

A partir de ahí, la vida de Gastmann ha estado dedicada a cometer crimen tras crimen. En su opinión él se ha mejorado como delincuente y Bärlach como criminalista. Al mismo tiempo le hace notar los diferentes resultados de sus actividades. Bärlach ha fracasado en su profesión, mientras él ha adquirido prestigio y dinero.

Gastmann se marcha llevándose con él, el acta con los resultados de las pesquisas que Schmied había llevado a cabo con sus actividades. Sabe que son las únicas pruebas que Bärlach tiene contra él y que el viejo detective no tiene ningún duplicado de las mismas.

La pregunta que Bärlach se hace cuando finalmente se queda a solas es una: ¿Qué es el hombre?

No tiene mucho tiempo en que pensar. Se encuentra con su colega Tschanz, que ha comprado el mercedes azul del asesinado Schmied y se dirigen a casa de un escritor amigo de Gastmann. A la pregunta directamente formulada por Bärlach si cree que Gastmann es el asesino de Schmied, contesta el escritor que a pesar de que le considera capaz de cometer cualquier crimen, en este caso  está plenamente convencido de que Gastmann no es el asesino. El escritor admira que Gastmann actúe movido por los principios nihilistas y no, como otros, para conseguir determinados fines: la mujer del otro, su dinero... Según el escrito, Gastmann puede practicar el bien, tanto como el mal. Es una cuestión que depende de su humor. A veces tiene la impresión de que el Mal es la filosofía de Gastmann de manera tan fanática como para otros lo es el Bien. Y pese a todo, el Mal para Gastmann, no es, en su opinión una expresión de ninguna filosofía, sino de su libertad: la libertad de la Nada.

En este caso, el escritor tiene razón. Gastmann no es el asesino. El verdadero asesino asalta a Bärlach y éste a duras penas puede defenderse. Cuando Bärlach encuentra a Gastmann le anuncia: “No he podido demostrar los crímenes que has cometido, pero podré culparte del crimen que no has cometido.” Más aún: Bärlach le comunica que va a ser su verdugo y que Gastmann no sobrevirá ese día.

Y en efecto, Tschanz asesina a Gastmann en su propia casa, después de haber ido a Anna, la novia de Schmied, a declararle su amor. Uno de los criados dispara. Gastmann muere riéndose. El acta que la policía encuentra acerca de Schmied, no deja lugar a dudas de que él es su asesino.

Sólo dos personas conocen la auténtica verdad: Bärlach y el verdadero asesino de Schmied: Tschanz, que le odiaba porque tenía todo lo que él no tenía pero hubiera querido tener y que ahora que ha muerto, está consiguiendo: su coche, su novia, su éxito profesional... Bärlach lo descubrió cuando Tschanz disparó al perro que lo atacó. La bala era la misma que se había acabado con la vida de Schmied. Bärlach confiesa a Tschanz que lo ha utilizado para acabar con Gastmann. Bärlach ha utilizado a Tschanz aprovechándose de la desesperación del asesino, que necesitaba encontrar a otro asesino y aparecer así como inocente. Bärlach le desvela que Tschanz ha sido en realidad su marioneta, que cuando asaltaron su casa para coger el acta con las notas de Schmied sabía que era Tschanz el asaltante y que si uno de los criados de Gastmann empezó a disparar es porque Bärlach había anunciado a éste que mandaría a alguien para matarlo.

“Entonces usted ha sido el juez y yo el verdugo” – concluye Tschan.

“Efectivamente” – reconoce Bärlach

Sin embargo, Bärlach le promete no delatarlo. Ya es suficiente con que haya ajusticiado a uno.

Tschanz se suicida arrojándose al tren.

Bärlach tiene que ir al Hospital a operarse. Sólo le queda un año de vida.

 
 
Comentario
En mi opinión, el gran tema alrededor del cual gira la mayor parte de la producción literaria de Dürrenmatt es la validez de la norma moral en un mundo gobernado por las directrices nihilistas.


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Una gran parte de la obra de Dürrenmatt se centra en analizar las desastrosas consecuencias que el nihilismo genera en la vida social. La más funesta de ellas : la desaparición de la moral, se deriva del siguiente enunciado: 

“Si Dios no existe, todo está permitido. Dios no existe. Ergo, todo está permitido”.

En un sistema así, únicamente el descubrimiento de los crímenes que lleva a cabo el malvado puede interrumpir su actividad delictiva.

Dos son, en esencia, las cuestiones  que preocupan a Dürrenmatt.

-          La primera es de naturaleza teórica. Se refiere a la pregunta por la supervivencia de la moral en un mundo dominado por semejante filosofía.

-          La segunda reviste un carácter práctico: Dürrenmatt trata de determinar cuál ha de ser el comportamiento del justo en una sociedad sin moral. Esto es: cómo se puede llegar a impartir justicia a un criminal que es tan sumamente inteligente que demostrar su autoría resulta imposible, a pesar de conocerse con absoluta certeza las monstruosidades que ha cometido a lo largo de toda su vida

1.- En lo que al primer tema se refiere, Dürrenmatt se decanta por la ética humanista y  se opone al nihilismo desde el nihilismo mismo. El propósito del autor suizo no es el de verificar o falsear la primera premisa del argumento nihilista: “Dios ha muerto”. Lo que Dürrenmatt plantea es la coherencia lógica entre ambos enunciados. ¿”Todo está permitido” se deriva necesariamente de la premisa “Dios ha muerto”?

Dürrenmatt niega la existencia de cualquier conexión lógica y necesaria entre ambas aseveraciones. Pretender derivar “la muerte de la moral” de “la muerte de Dios” es una falacia. Aún en el supuesto caso de que no haya ningún Dios, el hombre ha de enfrentarse al hecho evidente y palpable de la existencia de él mismo, primero; y de los otros hombres y de los otros seres vivos, después. Ello, lejos de eximirlo de la responsabilidad moral, le aboca en la obligación de esforzarse en el desarrollo positivo de su propia existencia y de respetar y auxiliar al resto de las que le rodean.

2.- Es esta moral humanista la que servirá a Dürrenmatt para abordar la segunda cuestión: la actitud del justo ante un comportamiento nihilista, incapaz de aceptar ningún axioma moral, dispuesto a contravenirlos todos y lo suficientemente inteligente, además, como para no ser descubierto.

Tradicionalmente ante la pregunta por la acción moral cabían muchas respuestas. Las más importantes eran dos.

-          La primera era de corte religioso.

La tesis religiosa sostiene que el hombre está condenado a elegir. Por tanto, ha de elegir y ha de elegir bien, puesto que después de su muerte será juzgado por el Juzgador Eterno. Hemos de reconocer que ante una filosofía nihilista, que niega la existencia de Dios, un argumento así no posee grandes expectativas de triunfo.

-          La segunda, era la denominada funcional.

Es la que ofrecieron los filósofos ilustrados y la que recogieron los utilitaristas. La moral es importante para mantener la sociedad. Una sociedad sin moral provocaría caos e incertidumbre en las  relaciones sociales. Ello acabaría por corromper y destruir a la sociedad. Así pues, la moral tiene sentido sólo en cuanto que colabora al mantenimiento de las estructuras sociales. Pero, en efecto, si surgiera una sociedad capaz de subsistir y desarrollarse sin moral, ésta ya no sería necesaria.

Este supuesto no previsto por las antiguas teorías de la moral: el de la existencia de una sociedad que no necesita de la moral para subsistir, es justamente el que plantea el nihilismo.

Ante esta situación, tres son los posibles modos de proceder:

-          O el justo supera en inteligencia al delincuente y logra demostrar sus fechorías.

-          O el justo se resigna a su suerte.

-          O el justo se decide a actuar por su cuenta.


 “El juez y su verdugo” es la obra  en la que Dürrenmatt examina el método que ha de utilizar el justo para vencer al malvado cuando éste es tan inteligente que no pueden ser demostrados sus delitos y cuando el justo no quiere resignarse a su suerte y se opone, por tanto, a vivir en un mundo sin moral.
No se trata de dirimir si la justicia a mano propia imparte “justicia” o “venganza”; ni tampoco cuál es la mejor fórmula a adoptar: si la del  “ojo por ojo y diente por diente”, o la de “poner la otra mejilla”. Éstos son quizás los temas subyacentes en obras como “La sospecha” o  “La visita de la vieja dama”. En esta última, Dürrenmatt muestra –más que plantea-  la soledad y la indefensión a la que el individuo se ve abocado en una sociedad sin moral. Cuando la amistad, la lealtad y el honor únicamente son fonemas que conforman palabras, en vez de directrices del comportamiento, cualquiera puede convertirse en víctima de la injusticia y de la inmoralidad, porque el mundo se ha convertido en un paraje sombrío, donde el hombre es lobo para el hombre y en el que, por tanto, sólo impera la ley de la supervivencia.




La pregunta fundamental a la que contesta "El juez y su verdugo" es la siguiente: ¿Cómo puede vencer el justo al malvado?  ¿Si el justo no puede vencer al malvado con la justicia, esto es: con la moral,  puede derrotarlo con sus propias armas, esto es: con la inmoralidad? En resumidas cuentas: ¿Es lícito vencer al Mal utilizando los mismos métodos del Mal?

Responder a esta pregunta exige previamente determinar qué es el Bien y qué es el Mal. Lo cual, en una sociedad pluralista como la nuestra, resulta poco menos que imposible. Y sin embargo... Imaginemos que sabemos que existe un criminal que ha matado a cientos de personas sin levantar sospechas. Sólo nosotros conocemos que él es el autor de dichos asesinatos. ¿Estaría justificado el matarlo?

Dürrenmatt contesta afirmativamente a esta cuestión.  De este modo opta por la tercera via: la justicia a mano propia. Dicha opción, sin embargo, plantea más polémica que soluciones, porque en efecto, en tal caso , ¿qué valor tienen las normas jurídicas que garantizan a todo imputado un juicio justo?

Si los procesos judiciales no están exentos de error, a pesar del normal cuidado que se pone en averiguar la verdad ¿cómo estar completamente seguros de que nuestras sospechas son exactas y no son producto de falsas asociaciones y conclusiones? ¿Y qué sucede cuándo no es un individuo, sino un grupo el que está convencido de conocer la identidad del asesino? ¿está justificado el linchamiento?

Examinemos nuevamente el caso que nos ocupa:

 
 

Gastmann, el malvado, y Bärlach, el detective, se conocen desde hace años y en una noche de borrachera cierran una apuesta. Según Bärlach decidirse a cometer un crimen es un absurdo puesto que no se puede predecir la conducta humana. Los hombres no pueden ser gobernados como si de marionetas se tratara. Gastmann, en cambio, está convencido de que es precisamente la confusión que prima en las relaciones humanas la que permite no sólo no ser descubierto, sino ni siquiera levantar la sospecha de que se trata de un crimen. Y sí. Los hombres sí pueden ser dirigidos como si fueran peones en un tablero de ajedrez.

De esta forma empieza la carrera delictiva de Gastmann. Su actividad se desarrolla a lo largo de cuarenta años sin que nadie haya podido nunca probar nada en su contra. Puesto que a Bärlach, enfermo de muerte, sólo le queda un año de vida, parece que Gastmann saldrá ganador en dicha apuesta.

Cuando se comete un nuevo homicidio: el del policía Schmied, todo parece indicar que es Gastmann nuevamente el asesino. Para sorpresa de Bärlach, esta vez no es Gastmann el autor del crimen.

Bärlach aprovecha la ocasión que el azar le brinda. Consigue que el verdadero asesino de Schmied –un policía llamado Tschaz- mate a Gastmann sin saber que en realidad está haciendo justo lo qe Bärlach quiere que haga. Sin tener conciencia de ello, Tschach ha ejecutado lo que el mismo Bärlach había anunciado a Gastmann unas horas antes: que no acabaría el día vivo. Bärlach ha sido su juez y Tschaz, su verdugo.

Gastmann muere riéndose. Tschaz más desolado por su condición de títere que de asesino se lanza a las vías del tren, a pesar de que Bärlach le había prometido no delatarlo.

El criminal ha tenido la condena que se merecía. El bien ha vencido.

¿Realmente ha vencido?

Es aquí donde la controversia hace su aparición.

Bärlach utiliza los mismos métodos y pone en práctica la misma filosofía y psicología que había dirigido a Gastmann.  El asesino termina siendo considerado culpable por un delito que no ha cometido y con ello, a los ojos de Bärlach, paga los otros crímenes cometidos y no penados. Sin embargo, no me extraña que Gastmann muera riéndose. Después de todo, para conseguir atraparlo, Bärlach no ha tenido más remedio que utilizar la misma técnica de Gastmann. La misma en contra de la cual se pronunció en su juventud: la de manejar a los hombres como si fueran muñecos y quedar libre de cualquier sospecha o condena. Bärlach ha utilizado a Tschaz y ha logrado que éste asesinara a su archienemigo , sin que Tschaz mismo fuera consciente de la manipulación a la que estaba siendo sometido. Sólo así ha conseguido Bärlach vencer a Gastmann.

Los nihilistas consideran a la moral algo inútil que sólo sirve para pasar el rato.  En su obra “La avería” (1955) Dürrenmatt mostrará que la moral no es más que la excusa para que unos viejos se entretengan con el recién llegado y de esta forma amenizar una velada que en un primer momento se presentaba aburrida.
Dürrenmatt se opone a la actitud nihilista argumentando que aunque Dios no exista, existe el hombre. De ahí que no todo esté permitido y que la moral no pueda considerarse un simple juego.

El nihilismo afirma que si Dios no existe, todo está permitido y por tanto, resulta indiferente qué métodos se utilicen para cazar al criminal. Lo importante es alcanzar el objetivo deseado ya sea éste justo o injusto. A través de la conducta de Bärlach, Dürrenmatt introduce al lector en los sótanos de la no menos peligrosa frase: “los fines justifican los medios”.  La tesis del “No hay Dios. Ergo, todo está permitido” y la tesis de que es factible manejar a las personas como si de marionetas se tratara.Pero si Dürrenmatt permite que su figura Bärlach utilice los planteamientos  de Gastmann “el nihilista” para conseguir derrotarle ¿no está  aceptando el nihilismo, dando con ello  la victoria final a su enemigo Gastmann? ¿Dónde está la solución? ¿Se ha metido Dürrenmatt  en un círculo cerrado sin pretenderlo? ¿Existe alguna posibilidad de romper el círculo nihilista?
Las consideraciones de Dürrenmatt dejan cada vez menos cabida a la esperanza. Su conclusión es la del hombre desesperado que ve cómo se tambalean los cimientos de la sociedad en la que ha crecido y aunque no quiere dejarlos caer es consciente de que no puede hacer nada por mantenerlos en pie.  Curiosamente sólo cuando Dürrenmatt se resigna a su derrumbamiento surge la solución desde los escombros.  Cuando todo parecía irremisiblemente perdido, "el escritor", uno de los personajes de “El juez y su verdugo”, explica la filosofía nihilista y la actuación de Gastmann. Según "el escritor"para el nihilista el Bien y el Mal son únicamente conductas que reflejan  estados de ánimo individuales. Este comportamiento no es más que la expresión de la más absoluta Libertad. La libertad de la Nada. Nada tiene sentido por tanto da igual qué se haga y cómo se haga. Los límites existentes entre el Bien y el Mal han quedado diluidos. Guste o no guste, uno puede ser un fanático del Bien tanto como un fanático del Mal.

Dürrenmatt no se ha metido en ningún callejón de salida e igual que hizo con respecto a la pregunta primera - a la pregunta por la posibilidad de la existencia de la moral- contesta a la segunda pregunta  - a la pregunta por la acción moral práctica- desde el nihilismo mismo.


En efecto, en un mundo sin Dios todo está permitido. Y ese “todo”, lejos de excluir al Bien, lo incluye. Es cierto. Estamos condenados a ser libres. Y el individuo decide sin Dios e incluso, en situaciones extremas, sin Ley. Decide solo y libremente. En “La avería” Dürrenmatt demostrará que ante una misma situación, un hombre puede tomar distintas resoluciones. Lo fundamental, sin embargo, es que es el individuo el que se ve obligado a decidir la conducta a seguir en cada momento y en cada situación, o siempre y en cualquier situación. Es al individuo al que corresponde decidir su conducta, el cómo y el cuándo. La obligación de decidir del hombre, le aboca en la pregunta por las razones de dicho comportamiento. No basta con decidir una conducta. Es importante justificarla ¿A los otros? No. ¡A nosotros! Incluso Gastmann lo hace y explica a Bärlach que fue aquélla conversación de taberna la que le tentó a elegir una determinada dirección y no otra. Existen, desde luego, otras justificaciones más profundas, más racionales, más sociales, más inteligentes, incluso. Lo importante, sin embargo, es que se trata de una decisión individual y libre


La libertad precisamente es el “talón de Aquiles” de la sociedad nihilista. No cabe duda de que introduce el problema de la amoralidad pero también la posibilidad de la moral.

En efecto, nuestra pretensión de manejar a los otros como si fueran títeres, se corresponde con la pretensión de los demás de hacer lo mismo. Lo más importante y al mismo tiempo lo más complicado en una sociedad nihilista, es no dejarnos persuadir por los argumentos ajenos; no aceptar sin más los criterios de los otros. En definitiva, defender nuestra libertad individual hasta el último reducto, evitar ser sugentionados y no permitir ser influidos ni por las palabras ni por los comportamientos de los demás  por muy “de moda” que estén o por muy “imperantes” que sean.

La construcción crítica e individual de la conducta es el único axioma moral posible en la sociedad nihilista. Pero desde el momento en que dicho axioma existe, existe la Moral.
La tercera opción para una conducta práctica moral elegida por Dürrenmatt consistía en la actuación por cuenta propia. No cabe duda de que ello genera grandes dilemas y riesgos. Justamente los que el hombre moral se ve obligado a asumir si quiere salvaguardar no sólo la existencia teórica de la moral sino su puesta en práctica. La moral es elección justificada y racional. El hombre moral como el hombre inmoral se ven abocados a la elección. Cada uno lo hace en función de sus criterios. Para el inmoral el argumento puede ser simplemente "divertimento". Para el moral "hacer justicia" y ese "hacer justicia" ya no se imparte ni utilizando las premisas religiosas ni las funcionales. Se cumple desde el nihilismo mismo, desde la máxima libertad, desde la ausencia de cualquier deber impuesto desde afuera. Es el nihilismo mismo el que al final crea la justicia moral desde sí mismo. No. No es Gastmann el que vence. En realidad, es el nihilismo el que se derrota a sí mismo.La libertad absoluta que el nihilismo proclamaba es justamente la que lo termina aniquila. Gastmann hacía el mal porque esa había sido su elección. Bärlach elige el Bien. Y desde esa elección que es libre, ambos pueden libremente utilizar los medios  necesarios - "buenos" o "malos" han perdido relevancia y son simplemente conceptos vacíos- para conseguir sus propósitos. Y sí, eso incluye la justicia a mano propia.
Lo importante es el fin libremente elegido y los medios libremente utilizados para alcanzar dichos fines. El nihilismo no es ni bueno ni malo. No impide la Moral pero tampoco la establece. El único y primer axioma del nihilismo es la libertad y es el individuo dentro de esa libertad que es tan absoluta como solitaria el que debe decidir cómo llenarla.


¿Hay algo peor que una sociedad nihilista?

Sí.

Una sociedad cínica.

Una sociedad cínica no se asienta en ningún axioma. Ni siquiera en el de la libertad. El cínico es un hombre encadenado al caos, a la improvisación, a la falta de argumentos libremente elegidos. En una sociedad así no hay un individuo como Gastmann que elige el Mal porque él, Gastmann, lo quiere elegir y lo elige racional y consecuentemente. En una sociedad cínica la elección no genera consecuencias permanente porque los criterios cambian con el viento. En una sociedad así no hay ni Bien, ni Mal, ni nada que se le parezca. Todo está en continuo movimiento. Gastmann tenía un comportamiento lineal, aunque se tratara de una línea hacia el Mal. Bärlach tenía también un comportamiento lineal. Pero en la sociedad cínica el movimiento es espiral, circular y mutante. No hay una dirección. Hay miles y éstas cambian cada segundo. En una sociedad cínica sólo hay retales sucios, desordenados y descoloridos de Bien y Mal.

Es el hombre cínico, lo que preocupaba a Nietzsche.

Es la sociedad cínica la que me preocupa a mí.


Isabel Viñado Gascón

 

 

 

 

 
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