lunes, 6 de abril de 2015

En recuerdo al tiempo vivido en India (2013) Isabel Viñado Gascón

Llegamos al antiguo aeropuerto “Indira Gandhi International” de Nueva Delhi y después de atravesar el control de visados, nos dirigimos con paso rápido y decidido a la cinta transportadora de maletas para atrapar las nuestras y marcharnos a casa cuanto antes.  Sobre la cinta sólo viajaban bultos que eran recogidos casi instantáneamente por tres o cuatro empleados dejándolas agrupadas en el suelo sin que un posible dueño apareciera para recogerlas. Después de dos horas conseguimos, por fin, hacernos con nuestro equipaje, lo que supuso, a qué negarlo, una inmensa alegría: la misma que siempre se siente al recuperar lo que se creía irremediablemente perdido.

Sin más dilación, nos dirigimos a la taquilla de taxis de pago previo: “pre-paid cabs”. Allí, tras comunicar el destino y abonar la correspondiente tarifa nos proporcionaron un taxi. La ventaja de este servicio es que la posibilidad de que a uno le cobren precios desorbitados  disminuye considerablemente.

Al salir del aeropuerto donde el aire acondicionado funciona sin descanso diez meses al año,  una atmósfera irrespirable, pegajosa y dulzona, especialmente atractiva para las moscas, nos golpeó el rostro, los pulmones e incluso el alma. Gente, carros, perros, vacas, moscas, coches, turbantes, saris, vendedores ambulantes, soldados, policías, guardacoches, santos, vagabundos, pícaros… conformaban el escenario en el que acabábamos de entrar. El mismo que habíamos visto cientos de veces en los reportajes televisivos. El mismo, sólo que además de imagen y sonido, había cobrado, de repente, sabor y olor. Lo real se tornó irreal. Irreal no en el sentido de no-real sino de lejano. Tan lejano como cuando lo veíamos en la televisión sentados cómodamente en el sillón de nuestra casa. Sin embargo estábamos dentro. Dentro del reportaje televisivo, me refiero; no dentro de la India. La India hubiera debido ser para nosotros un lugar extraño, exótico, desconocido. Y el sitio en el que nos encontrábamos nos resultaba demasiado familiar, demasiado conocido. Con olor, con sabor - con mal olor y mal sabor si se quiere - , pero en ningún caso nuevo. De repente nos vimos dentro de un “Omni”: una furgoneta en miniatura. Sin comodidades europeas pero capaces de transportar a un taxista, cinco turistas y las toneladas de equipaje con las que normalmente acostumbran a viajar los europeos que sólo salen una vez al año de su pueblo. Da igual dónde esté el pueblo.

Nosotros no éramos  turistas. Al menos, no propiamente. Íbamos a ser habitantes de Delhi durante los siguientes cuatro años. Hay quienes tienen alma de jardín y hay quienes, como nosotros,  la tienen de nómadas. Siempre errantes. Condenados de alguna manera a lo nuevo, a lo distinto, a lo otro, a ser siempre extranjeros y extraños al mismo tiempo. Si en ello consiste la tortura, en ello radica también su seducción. No se trata sólo de conocer la historia y las costumbres del país. Eso se aprende en cualquier manual de geografía e historia. Lo que convierte al nomadismo en fascinante es el formar parte activa de ese país sin integrarse en él. Cuatro años en los que los sueños se entremezclan con las pesadumbres, conflictos y alegrías de la vida diaria. Esa vida diaria que es “diaria” en cualquier parte de este mundo. También en el pueblo de los turistas. Pero si para éstos, los viajes son la puerta por la que escapar de la rutina, para los nómadas el transcurrir monótono de la existencia está inevitablemente unido al mundo de los viajes y lo que ansían en realidad es encontrar ese pequeño pueblo en el que asentarse. Resulta difícil: hay demasiados pueblos.

Pero estábamos hablando de la India. Del sopor que envuelve una atmósfera cargada de respiraciones humanas. De un país donde los políticos se esfuerzan por conseguir infundir el sentimiento de solidaridad entre los ciudadanos de una nación que constantemente amenaza con desintegrarse mientras sus componentes luchan sólo y exclusivamente por la supervivencia: su propia supervivencia. Su individual supervivencia. ¿Quién dijo que entre los pobres, los verdaderos pobres, los llamados “pobres de solemnidad” de este mundo, la solidaridad era una práctica extendida o tan siquiera un ideal a conseguir? Un país donde la muerte cobra tintes dramáticos y espectaculares se mire como se mire. Grandes gestos, profundos llantos, interminables lamentos que expresan la tristeza inmensa, tan inmensa como  la India misma, tan intensa como para que los gritos de dolor de aquellos que tienen la suerte de pertenecer a una familia, a una casta, a un grupo, puedan llegar a los oídos no siempre atentos de los dioses. Olvido e indiferencia para los que no se sabe cuándo -  posiblemente desde su nacimiento -  han pertenecido al mundo y a nadie más, y regresan a “la Nada” tan solos como vinieron. Eso sí, protestando porque ellos, al fin y al cabo, también son hombres que se van.

Ellos: los moribundos que nunca pertenecieron a nadie sino al mundo, se sienten, por esta misma razón, con el derecho a ser llorados por el mundo entero. Y así, no es de extrañar, encontrar a seres que parecen bultos de tan raquíticos que están, tendidos en medio de las más grandes avenidas de Delhi; rodeados, pero evitados, por los conductores que impasibles ante lo inevitable, prosiguen su camino. No hay indignación en los que nacieron solos. Acaso alivio al escuchar las bocinas de los coches, las llamadas a la oración a los musulmanes, las voces de los niños que van o vienen del colegio, el pasear tranquilo de las vacas sumergidas en su propia gloria de ser diosas. Ignorantes (¿o tal vez no?) que no muy lejos de donde están, las vacas no solo no son diosas sino que ni siquiera son vacas: son ganado embrutecido y apiñado en cuadras malolientes donde se las alimenta con proteína animal para que sean más productivas. Y uno, al verlas aquí tan majestuosas, tan ajenas a los problemas de los hombres, tan solitarias a veces pero siempre dignas, uno –digo- se pregunta si acaso no han  sido ellas las que han decretado la venganza de las vacas, de las otras vacas, permitiéndoles transmitir enfermedades de difícil curación a aquéllos que ya no las respetan. Quizás. Quizás después de todo sean diosas capaces de comprender y hacer comprender que la muerte sigue a la vida y que no merece la pena detenerse ante un hombre que vino solo y se va solo, porque su casa fue el mundo y su tumba también y así, ellas, como nosotros, continúan impertérritas su camino eterno, sin detenerse.

Silencio en el alma. El mundo seguía girando. El tráfico de Delhi era tan ruidoso como de costumbre. Un coche de lujo nos adelantó a toda velocidad. Nuestro chófer nos lo señaló alborozado.

India, un país inaudito, inexplicable, donde los millonarios no tienen el más mínimo remordimiento en mostrar su riqueza y los pobres se sienten menos pobres al contemplarla. Como si uno apagara su sed, viendo salir agua de la fuente. Para muchos, los millonarios son sin duda la prueba más evidente de que se puede salir de esa miseria.


 Algunos europeos creen que sería mejor emplear el modelo chino, el que asegura la repartición de la riqueza, pero entonces el pueblo indio abre sus ojos azabache: grandes, profundos, unidos a lo divino, conocedores de los misterios de la vida, la muerte y, por qué no decirlo, de la picaresca que envuelve todo lo existente y responde concisa y lacónicamente para no gastar energías inútilmente: “No”. Y los otros mueven la cabeza con resignación y suspiran. “Mira que son tercos estos indios”, farfullan. Lo que no saben es que no es una cuestión de terquedad sino una cuestión de principios. Ellos no son  mil millones de hombres. Ellos son mil millones de individuos. Y cada uno de ellos es tan importante como para detentar el derecho de dormir donde le dé la gana, incluso en la acera; pasear por donde le dé la gana, incluso por la carretera; y mear donde le dé la gana, aunque sea en plena calle y a la luz del sol.

¿Quién dijo que el Paraíso era limpio?

La suciedad se amontona por las calles y constituye un elemento distintivo de éste país ¿O es que acaso la calle no es de todos?

 Pues eso.


Hay una profunda, ancestral, constitucional casi, oposición del indio a ser el tornillo de una pieza de engranaje que funciona muy bien pero que lo convierte justamente en eso: en una pieza de engranaje. La libertad de ser yo frente a la seguridad de ser. No siempre fácil pero siempre reconfortante. ¿Por qué “yo” no voy a obtener el apoyo de los dioses? ¿Por qué “yo” no voy a poder subir al Everest? ¿Por qué “yo” no voy a convertirme en millonario? Y ese “yo” destroza en mil pedazos el mecanismo hegeliano. El indio no quiere llegar a la Idea. Él ya está en la Idea misma. Lo que ansía es su reconocimiento como ser único, porque aun en el supuesto caso de que él sea un tornillo, es un tornillo único. Distinto. Y en ese anhelo es donde la corrupción obtiene su sentido y su razón de ser. Cada policía, cada funcionario que exige dinero que no debería exigir al ciudadano de turno, le está demostrando que él no es una pieza más del sistema, sino “el” tornillo que decide el funcionamiento del sistema y el desarrollo posterior de la vida de ese que tiene delante.


¿Quién dijo que el Paraíso era limpio?


Y el hombre judeo-cristiano que deseó saber tanto como Dios llega a la India buscando la espiritualidad, cansado de tantos esfuerzos y fatigas que su irrefrenable ansia de conocimiento unido a su aspiración de ser sólo existencia vacía le provocan contempla al hombre indio con asombro, con admiración incluso. Porque él, que se vio condenado a salir del Paraíso y anda desde entonces errante, vagabundo, fragmentado, acaba de descubrir que el indio sigue inmerso en él.


En la India resulta imposible ser sentenciado a salir del Paraíso. Hombres, dioses y demonios conviven juntos a todas horas y en cada rincón. Ni siquiera se está muy seguro de a quién se deben los conflictos de la vida diaria: si a un ser maligno o a una broma de alguno de los numerosos dioses. Por otra parte, el brillo del oro es tan importante como el brillo de la inteligencia, por lo menos la informática. El bien y el mal se diluyen en su concepción antagónica. Todo es Uno. El saber lleva al dinero. El dinero compra el saber. Los opuestos desaparecen.


India es la constatación de que todos pueden vivir juntos y en paz. ¿He escrito bien? ¿”En paz” en un país con tantos conflictos? En paz, sí. Porque guerra y paz es uno y lo mismo. Si no, que se lo pregunten a Shiva, la diosa del principio y del fin.


Y el hombre judeo-cristiano que llega aquí cansado de tantos esfuerzos inútiles contra él mismo, contra un Dios que tanto le exige, medita. Algunos encuentran una nueva forma de comunicación con  el Absoluto y desearían quedarse. Lo desearían tanto… Pero saben que es imposible. Vivir en un Paraíso en el que todo cabe, en el que todo vale pero en el que se habla más que se escribe, no es para ellos.


Ellos, los expulsados, no pueden volver. Lo desean, pero la lucha dialéctica, el enfrentamiento del ser y el no ser al que están abocados desde el principio de los tiempos, se ha convertido en parte de sí mismos y ya no pueden renunciar a ella. Necesitan de sus libros, de su desgarramiento interno, de la constante interrogación marcada en sus corazones y que les lleva a seguir caminando hacia delante, ¿o es hacia detrás?, ¿o en círculo, tal vez? En cualquier caso hacia Dios, un Dios que para muchos se disipa y se convierte en niebla, en humo casi, con el transcurso de los tiempos y que sólo los libros y “El Libro” le mantienen unido a Él.

Porque es verdad que, en general, el hombre indio escribe poco y lee menos. Acaso sobre la India (¿Hay algo más allá del Paraíso sobre lo que merezca la pena saberse?), sobre Marketing y sobre psicología para sentirse mejor con uno mismo y vender más.

 Por eso también, el hombre judeo-cristiano no puede quedarse allí. Porque a pesar de ser él el que destroza los becerros de oro para construir a continuación santos de madera y piedra a falta de metales preciosos, él el que expulsa a los mercaderes de las iglesias, para a continuación vender cirios, crucifijos, rosarios y entradas a los templos, no puede renunciar a su contradicción. Se aferra a ella como parte inherente de su ser. Porque si el hombre indio subraya una y otra vez “Dejadme hacer lo que me da la gana”, el hombre judeo-cristiano no puede dejar de gritar “Dejadme con mi dolor, con mi sufrimiento, con mi contradicción que más que hipocresía es desgarramiento y búsqueda”.

Habíamos llegado. Salimos del taxi cansados pero felices de estar en casa. A los dos días de nuestra llegada asistimos, como sucede en cualquier pueblo, (también en el pueblo de los turistas), a las sempiternas conversaciones diarias: esas que atiborran los periódicos, las tascas, las oficinas, los mercados, los colegios, los teatros… O sea, a las que giran en torno a las rupias.

¿Quién dijo que vivir en el Paraíso era gratis?


    Isabel Viñado Gascón

    Dedicado a la India que me salió al encuentro durante mi estancia allí.






  

La hormiga y el puente (2012) Isabel Viñado Gascón

Cada domingo, nuestro profesor de filosofía daba un paseo con sus dos hijos por un pequeño bosquecillo no muy lejos de la casa en la que vivían. La semana anterior había estado lloviendo sin parar, de manera que se hacía necesario improvisar un puente para cruzar el río normalmente seco. Los niños buscaron piedras y troncos con los que poder comenzar su obra. El padre se apoyó en un árbol y aprovechó la ocasión para contarles una fábula:

“Una vez una pequeña hormiga decidió recorrer mundo. Al poco de haber comenzado su aventura tropezó con un arroyo que no podía atravesar por sus propios medios. Un saltamontes que pasaba por allí se brindó a ayudarla pero la hormiga declinó su oferta. También rechazó asustada la colaboración de un elefante que llegaba en ese momento.  “De los dos podría caerme –pensó- pero el elefante podría incluso aplastarme”. Así que regresó a su casa y allí vive, si no ha muerto, todavía”.

“¿Significa eso” –preguntó su hija- “que hay que conformarse con los medios de que se dispone para poder hacer algo?” 
“Claro que no. –Replicó el hermano- “Significa que hay que ser valiente y atreverse a correr riesgos.”

 “Os equivocáis los dos.” – Repuso el padre.- “La moraleja de esta historia es que es de necios empeñarse en caminar en línea recta. Si la hormiga, en vez de haberse obstinado en continuar por su sendero, se hubiera detenido a mirar  hacia su derecha se hubiera encontrado con el mismo puente con el que vosotros os hubieráis igualmente encontrado de no haber persistido en vuestra ruta.”

Isabel Viñado Gascón

La mariposa y la flor (2012) Isabel Viñado Gascón

Un hombre y sus dos hijos se sentaron a merendar en una pequeña pradera. El padre aprovechó la ocasión para contarles una fábula.

“Una mariposa” – comenzó a explicar - “revoloteaba por el campo cuando se sintió atraída por los bellos colores y la extraña forma de una flor. Al posarse en ella comprobó que sus patas se quedaban adheridas a los pétalos y que se deslizaba irremisiblemente hacia su interior. Es así cómo aquella mariposa aprendió lo que era una planta carnívora. Lamentablemente, murió antes de que pudiera extraer alguna consecuencia de semejante lección.”

“¿Significa eso” –preguntó el niño- “que no debo acercarme a extraños?”. “Claro que no –replicó su hermana- “Significa que entre la forma y el fondo suele haber grandes diferencias.” 

“Os equivocáis los dos”- respondió el padre.- “La moraleja es que antes de sentarse, es necesario saber donde se hace. Vosotros, por ejemplo, acabáis de hacerlo sobre un hormiguero.”
Isabel Viñado Gascón

Una conversación con Carlos Saldaña (2014) Isabel Viñado Gascón.

Carlos,  finalmente, ha decidido contestar al mensaje que le dejé en el contestador automático.

-Hola.                                 

- ¡Ya era hora! ¿Has escuchado las noticias? ¿Has leído mis blogs? ¡Entre la matanza de los terroristas y la guerra entre Rusia y Ucrania: menuda semana!

- Ajá...

-¿Has leído mis blogs?

-Sí

-¿Y?

-¿Qué quieres oir?

-Tu opinión.

-¿De qué servirá?

-Seguramente para ordenar mis ideas.

- Resulta imposible ordenar el caos.

-¿Qué es lo que está en el caos: mis ideas o la actualidad?

-Ambas.

-Razón de más para que intentemos aclarar la situación.

- No sé qué puedo decirte. Tú te dedicas a comentar sucesos pretendiendo encontrar una explicación, una solución incluso . Lo cierto,sin embargo, es que la vida humana se divide en dos aspectos básicos: paz y barbarie. Las actitudes intermedias o son para intentar conservar la paz al precio que sea, cuando el periodo de paz se tambalea o para introducir la barbarie, cueste lo que cueste, cuando el periodo de paz agoniza. La historia humana es la historia de la destrucción y de la muerte. Los tiempos de paz han sido escasos y cortos y cuando han durado demasiado, como en nuestros días, aumentan los conflictos privados y las revueltas callejeras. El hombre es un ser violento por naturaleza. No tiene remedio. Necesita la paz para comerciar y cosechar riquezas y restablecerse de las heridas de la guerra. En el instante en que ha curado sus heridas y se da cuenta de que la paz ya no le sirve para aumentar sus ganancias, comienza a aburrirse y no tarda en dirigir su atención hacia los asuntos bélicos. Violencia física, violencia psíquica, violencia verbal... todo es violencia y la fuerza del movimiento violento es siempre de atracción: a medida que avanza absorbe cuanto encuentra a su paso. Es así como crece y cuanto más crece más devora y más grande se hace. Es un monstruo indestructible. El hombre se equivoca cada vez que cree vencerlo. El monstruo nunca muere: empequeñece. Y el proceso vuelve a iniciarse otra vez.

-¿Pero y los moderados?

-¡Ah, sí! ¡Los moderados! Los moderados como tú te llamas a tí misma en tus blogs, existen siempre que existe un conflicto inevitable. Los moderados nunca hacen falta en tiempos de paz. Los moderados siempre surgen en tiempos revueltos. Los moderados sóis el dique de contención al desbordamiento. Cuanto más importante resulta el desbordamiento, más moderados se necesitan. Pero como todo en este mundo: cualquier dique aguanta hasta un determinado punto. Una vez alcanzado ese punto, el dique cae y el agua pasa con todavía aún más fuerza. Le guía la rabia por habérsele intentado  detener. Cuando las lluvias son realmente torrenciales, lo mejor es abrir las compuertas y dejar pasar el exceso de agua. Tal vez inunde una mayor extensión de tierra pero no con tanta fuerza, no con tanta ira. A veces, los moderados creáis más problemas de los que ya existen.

- ¿Quiéres decirme que los moderados no servimos para nada?

- Mientras la situación no sea realmente dramática y siempre que sobrepaséis en número y en fuerza a las turbulencias, sí sóis de utilidad. Pero si el torrente arrolla, constituís un problema. La moderación descansa en la imposibilidad de decir “sí” o “no”. Esta imposibilidad promueve la confusion: comprendéis a todos pero no os comprometéis con ninguno.  Por este motivo, sóis los primeros en caer cuando se hace imposible seguir aguantando por más tiempo el envite de la corriente.

Tu moderación se basa en lo que se basa toda la moderación que se precie: en soportar y callar. Y cuando al fin dejes de soportar y callar, las aguas se desbordarán con toda su rabia sobre tí y todos los que son como tú.  Es el destino de los moderados.

-¿Quiéres decir que es mejor tomar partido?

-Querida Isabel, tú ya has tomado partido: el de los moderados.

-¿Y no te parece bien?

-Vuelvo a repetirte: todo lo que tenga que ver con el ser humano acaba de un modo u otro en violencia. Poco importan los motivos. ¿Qué es más sagrado, la creencia de un hombre o el territorio en el que habita? Según Jorge, el territorio, sin duda alguna. Al fin y al cabo, dice, la defensa del territorio está recogida en las leyes internacionales; la defensa de Dios, no. 
Yo no sé qué es sagrado y qué es no-sagrado, lo que sí sé es que tanto lo uno como lo otro, llevan a la muerte, al asesinato y al terror. Lo que sí sé es cuánta audiencia cosechan determinadas cadenas aprovechando enfrentamientos verbales entre personajes más o menos públicos, cómo se concentran los espectadores alrededor de la televisión para ver reuniones cuya violencia verbal se critica, pero a la que todos quieren asistir. ¿Y por qué? Porque la esencia constitutiva de la violencia es el morbo y ese morbo, precisamente, es la fuerza que termina arrollando todo aquéllo por dónde pasa. Violencia física, violencia psíquica, violencia verbal... El hombre se siente atraído por la muerte, la desolación y la miseria. ¿Qué crees que atrae más a los creyentes: el cielo o el infierno? Todos quieren y esperan ir al cielo pero de lo que hablan, aquéllo que provoca cientos y miles de historias a cuál más tétrica, más oscura, más temible es precisamente el infierno. El hombre es un monstruo y como monstruo que es, se siente atraído por la morada a la que pertenece...

-Carlos, de verdad, a veces no entiendo cómo puedes ser médico.

-Lo entiendes y lo sabes: si los delincuentes, incluso los más feroces, tienen derecho a que les defienda un abogado, los monstruos, incluso los más monstruosos, tienen igualmente derecho a que alguien se ocupe de devolverles la salud.

-¿Qué tengo que hacer entonces? ¿Encender una mecha tras otra?

-Más bien una vela tras otra al santo de tu devoción.

-Muy gracioso.

-Existe mucha gente que quiere matar y hasta está dispuesta a morir por ello. Los moderados os negáis a matar y por tanto estáis sentenciados a huir o a morir por ello. ¿Qué más te puedo decir? Pretendes ser moderada porque según tú los extremos están empezando a organizarse y hay que contenerlos para que no lo consigan. Te equivocas. Los extremos ya se han organizado y ya han empezado a actuar: los fundamentalistas, los del Orden Eterno e inmutable... Todos. Tu moderación no va a servir de gran cosa, salvo para llenar unas cuantas páginas vacías. Tu moderación y la moderación de todos los otros moderados de hoy en día. Vuestra moderación no tiene sentido. Tampoco servirá de mucho. Como ya te he dicho antes: las voces moderadas surgen cuando la fuerza imparable de los extremos se hace visible, no antes. Y no surgen antes porque sencillamente no hacen falta alguna. No son necesarios. ¿Para qué es necesario un moderado en tiempos de paz y estabilidad? La moderación en tiempos de paz es una tautología. No más. Cuando el grupo de los moderados comienza a considerarse necesario significa que la violencia ya ha empezado a invadir a una sociedad. Es siempre lo mismo. Al principio hay muchos moderados: hasta que las circunstancias les van arrollando uno a uno y entonces ya no les queda más remedio que tomar partido, ése que todos terminan tomando.

-¿Y que es...?

- El de “morituri te salutant”.

-¡Qué pesimista!

-Como tú muy bien dices, debe ser la lluvia. ¿No tienes otra cosa mejor que hacer que dedicarte a llamarme?

Y ha colgado.

Isabel Viñado Gascón.

Nota aclaratoria

Ante la pregunta de un par de conocidos, he de aclarar que yo jamás me atrevería a escribir el nombre de mis amigos y mucho menos el contenido de nuestras conversaciones si ellos mismos, personalmente, no me hubieran autorizado para hacerlo. He alterado eso sí, un par de nombres: el de la mujer de Jorge, que no desea ser mezclada en nuestras conversaciones y el de la hija de Carlota, por ser menor de edad.

Una tarde en el circo. (2014) Isabel Viñado Gascón.

Hasta hace poco, los economistas se dedicaban a hacer malabares con la Inflación y la Deflación en el circo financiero. Todo ello –hay que reconocerlo- con bastante éxito y gran aforo de público. Sin embargo, como el lema del circo consiste en lograr “el más difícil todavía”,  los expertos en finanzas han decidido lanzarse a un nuevo reto probando sus habilidades con un nuevo término: la Desinflación. La diferencia entre la deflación y la desinflación es que el primer término hace referencia a la bajada de precios y el segundo, a la bajada de los niveles de inflación. ¿Lo conseguirán o se caerán los bolos al suelo? O sea ¿saldremos de la crisis o seguiremos en ella?

Mientras los economistas se dedican a hacer malabares, otros prefieren dedicarse a organizar apuestas. No es fácil, créanme.  Especular se ha convertido en un arte que no tiene nada que ver ni con la reflexión racional ni con la adivinación, sino más bien con la casualidad. La famosa frase de “Información es poder” se ha quedado obsoleta y ha sido sustituida por la reciente teoría del caos según la cual de lo inexplicable y desordenado pueden derivarse grandiosos edificios debido a la simple obra del azar. De este modo, casualidad y azar han llegado a ser los nuevos conceptos que abarca un espectro que incluye desde la metafísica hasta la economía, pasando por la medicina, la política y las artes. ¿Para qué pues esforzarse en aprender o en alcanzar nuevas metas si al fin y al cabo nuestras vidas están guiadas por la eventualidad? ¡Ah, el azar! ¡Qué bello sería si no fuera porque es el hermano pequeño de la predestinación! ¡Azar! ¡Predestinación! Sentémonos y aguardemos a ver qué es de nuestras vidas….

Bien, pues al momento de hoy lo que parece que la teoría del caos, el azar y la predestinación han hecho de nuestras vidas es lo siguiente:

a)     Nadie se aclara.

b)    Con los datos de que se disponen, no se puede elaborar una “predicción racional”, basada en causa-efecto. Eso significa que una predicción válida será el resultado de haber “acertado”. Como ya hemos explicado no será un éxito debido a la inteligencia sino a la casualidad.

c)     Por mucho que algunos se empeñen en hacer creer que la deflación puede desembocar en otra crisis, lo cierto es que todavía no hemos salido de la crisis en la que ya estábamos. Y ello, permítanme decirlo por tres motivos: el motivo místico, el motivo filosófico y el motivo económico.

El motivo místico es el Círculo
El motivo filosófico es el principio de Identidad
El motivo económico es la sobreproducción.

El motivo místico es el Círculo. 
Los pensamientos y las ideas se mueven hoy en día en círculo. Y el círculo parece haberse convertido hoy gracias al pensamiento místico en el Absoluto. Lo cual es falso. El círculo no es el Absoluto. El círculo es la cadena eterna a la que están condenados los mortales terrenos hasta que no terminen de purificar sus almas. El círculo no representa ni la salvación ni ningún plano superior. Más bien al contrario. El círculo es la rueda. Lo que carece de la diversidad, de las fisuras. Cuando se dice que el círculo es el Absoluto se está confundiendo Absoluto con Totalitarismo y se está identificando Absoluto con Unidad Cerrada e inflexible. No me cansaré de repetir una y otra vez que lo importante en el pensamiento místico no es mantener el círculo sino romperlo. La importancia creciente del círculo es preocupante. El círculo no exige pensar porque “Todo está en el Uno y el Uno está en el Todo.”

El motivo filosófico del principio de Identidad resulta bastante divertido porque consigue superar la dialéctica basada en tesis: “a”; antítesis: “no a”; síntesis. Según el principio de Identidad (y si los economistas pueden hacer malabares con términos como inflación, deflación y desinflación, ustedes me permitirán que yo también lo haga con mis propios bolos) toda entidad es idéntica a sí misma. Esto que parece fácil de entender no lo es tanto si nos encontramos frente a un “a” y un “no a”. Hegel resuelve el problema de la contradicción introduciendo un nuevo concepto: la síntesis.

Eso era Hegel. En nuestros días, ya no necesitamos de la síntesis. En un “a” y en un “no a” hay un elemento común que es la “a”. La “a” es el término de identidad. Por tanto “a” y “no a” son en realidad un ente unitario y podemos utilizar sin problema alguno el principio de identidad. ¿Cómo pueden ser “a” y “no a” idénticos? ¡Ah! ¡Qué bello espectáculo el del circo! ¡Cuántas piruetas!

Bien, pueden ser idénticos del mismo modo que podemos afirmar que “ser” y “no ser” son idénticos. Introduciendo un término que hasta hace poco estaba reservado exclusivamente a la moda y hoy se ha expandido por todos los campos de la vida humana: la apariencia – llamada también “realidad virtual” Gracias a este concepto “apariencia”, pueden considerarse “a” y “no a” entidades idénticas y por tanto pueden ser susceptibles de ser sometidas al principio de identidad. La consecuencia de todo esto es que la dialéctica ha degenerado en identidad.

Aquélla frase bajo un cuadro de Magrit en el que se veía una pipa de fumar asegurando que: “Esto no es una pipa”, viene a describir perfectamente lo que estamos diciendo. “Esto es una pipa” y “Esto no es una pipa” dicen lo mismo: ambas frases determinan “una pipa”. Veo una “pipa” pero “esto no es una pipa” resultan ser un principio, no de contradicción, que es lo que muchos creen, sino un principio de identidad. “Pipa” y “no Pipa” son lo mismo gracias al concepto de apariencia. Lo que “es” es en realidad “no es”, solamente un parecer. Así pues “Es” esconde en realidad un “No es” y coincide por tanto con “No es”. Principio de identidad.

El principio de identidad adquiere su materialización terrena en dos principios: el principio del igualitarismo y el principio de masificación.

-          Según el principio del igualitarismo, podemos tener distintas ideas siempre y cuando se mantengan dentro de los mismos esquemas.

Todos tenemos que parecer clones. Todos tenemos que obtener el mismo éxito. Todos tenemos que viajar a los mismos lugares y todos tenemos que tener las mismas casas decoradas de la misma manera. La forma de conseguirlo se llama “apariencia”, “fake”, o como quieran llamarlo.

Vayamos a la moda: Hoy en día resulta indiferente ir a comprar a tiendas caras que a baratas. El diseño es el mismo y la calidad de las telas utilizadas es igual. Si se desea algo distinto hay que acudir a modistos de la alta costura que bien confeccionarán trajes de corte clásico y elegante o bien confeccionarán trajes esperpénticos. En el primer caso, uno está “out” de su generación por trasnochado y en el segundo igualmente “out” por extravagante. En ambos casos, uno sólo puede moverse con esos trajes exclusivos en ambientes muy selectos y reducidos – ya sean económicos o artísticos- y no puede andar con ellos por la calle a menos que pretenda convertirse en el centro de atención de todas las miradas. En este instante, pocos son los adinerados –y eso incluye casas reales, de banqueros, de deportistas y de artistas millonarios- que no se disfracen de “low cost” cuando quieren pasar desapercibidos o simplemente desean mostrar una imagen idéntica a la del resto. Las ropas caras sólo las utilizan en actos oficiales o en sus reuniones privadas.

-          Según el principio de masificación, el grupo es más importante que el individuo.

La relación con el grupo es fundamental para mantenerse joven y en forma. Que el individuo esté solo roza la frontera con lo insano tanto en un sentido moral como psíquico. 
La lectura, placer solitario, se ha equiparado al cine, placer social. Por tanto la lectura cobra cada vez más relevancia como tema de conversación; hay que leer lo mismo que lee el grupo con el que uno se relaciona. Hay que leer "Best Seller".
Nada de estar horas y horas con su propia lectura y en su propia casa; nada de dedicarse a escribir y a meditar. Eso lleva demasiado tiempo y obstaculiza las relaciones sociales. Hay que salir lo máximo y entrar lo mínimo. Eso sí, las conversaciones que se mantienen han de ser dinámicas, rápidas. Los comentarios sobre los libros que se han leído antes de salir de casa no pueden durar más de dos minutos. Una reflexión que dura tres minutos es calificada como monólogo; la de cuatro minutos, como conferencia; el que necesita cinco, es considerado un pelmazo insoportable que no deja hablar a los demás. 
En los encuentros sociales no se trata de desarrollar argumentos. Se trata de lanzar frases slogan. Por eso resulta más útil leer las resenas y críticas de los libros que enfrancarse en su lectura, que además de quitar tiempo, dificultan las conversaciones porque se corre el peligro de que a uno se le ocurra un pensamiento interesante que dure más de los consabidos dos minutos. Al final lo más normal es que los tertulianos se dediquen a chismorrear del vecino, al que ni siquiera saludan cuando lo encuentran en el ascensor y a comentar superficialmente las noticias de actualidad - porque con tanta vida social no hemos tenido tiempo de leerlas con tranquilidad y sólo acertamos a repetir el título de cabecera - a ver si alguien nos proporciona más información. Pero como todos llevan la misma vida nadie lo consigue. Al final, esa imperiosa "falta de tiempo" para hablar - que posiblemente se ha tomado de los programas de televisión, en los que siempre "falta el tiempo" para profundizar en el tema abordado - obliga a acortar cada vez más el contenido de la reflexión. Tal vez por ese motivo cuando últimamente dos tertulianos no están de acuerdo en sus posiciones el resumen de su discrepancia sea un "no tienes ni idea" o un "mientes". 

El principio del igualitarismo y el principio de masificación logran que el principio de identidad según el cual una entidad es idéntica a sí misma se convierta en: “todos” somos idénticos con “nosotros” mismos.

Ello impide superar la crisis. Puesto que “todos” es considerado como entidad, al no existir “un individuo” se hace imposible romper el círculo. Ese “todos” determina que ese “individuo” sea casi automáticamente “digerido” por la “masa” en el momento que aparece. ¿Cómo? A través del concepto “moda”. Todo lo nuevo se convierte automáticamente en “trend”.

El motivo económico es la sobreproducción. Hay un excedente de bienes que debido a la falta de clientes no han sido adquiridos. Esto determina que las empresas obtengan menos beneficios y se vean obligadas a cerrar sus plantas y reducir la plantilla de trabajadores. La precariedad económica de los nuevos desempleados aumenta el superávit de mercancías. La serpiente que se mueve la cola. Nuevamente más círculos.

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Hubo un tiempo en que me interesé por los sistemas pedagógicos. Un buen día cayó en mis manos un libro en el que se explicaba que cuando un niño no aceptaba las reglas del grupo, la estrategia (pedagogía) a seguir, era mantenerlo aislarlo. Esto es: no admitir su participación en las actividades del grupo, impedir su relación con los otros miembros… Así hasta conseguir que el pequeño autárquico cambiara su comportamiento y lo asimilara al del resto.

Me sentí obligada a preguntarme qué pasaría si aquél individuo poseyera en sí mismo la fuerza suficiente para resistir el chantaje del grupo y su propia soledad. Curiosamente observé que todos los grandes hombres a lo largo de la historia parecían haberse enfrentado a la misma situación y haber conseguido resistir a la presión del grupo y a su aislamiento. De ellos saqué en enseñanza que: a) Es mejor estar sólo que mal acompañado. b) El individuo, si es un auténtico individuo, vale por sí solo más que el individuo que  ha depositado su individualidad en el grupo. Al verdadero y auténtico individuo depositar su individualidad en el grupo no le reporta ningún beneficio. Más bien al contrario. Especialmente hoy en día, que los intereses están tan bajos. c) Los que determinan el aislamiento de un individuo auténtico raramente consiguen en grupo más de lo que ese individuo auténtico consigue por sí solo.

El grave problema: en un sistema industrial es sencillamente imposible actuar en soledad. Tal vez en la jungla puedan sobrevivir los luchadores solitarios. Como demuestra Brecht en su obra "La vida de Galileo", en la sociedad actual eso resulta prácticamente imposible. 
Mi temor: que las palabras de Huxley en "Nueva visita a un Mundo Feliz" sean ciertas y los psicópatas sean los más aptos para sobrevivir e imponerse en el medio moderno.


Isabel  Viñado Gascón.




Una pequeña introducción para un libro nunca publicado (2013) Isabel Viñado Gascón

Existen momentos en los que uno mira atrás buscando una explicación al presente y una guía para el futuro. Ese detenerse y volver el rostro a lo que un día fue pero  ya no es, encierra uno de los mayores peligros a los que posiblemente una persona debe hacer frente. Sus errores y sus fracasos,  las metas que un día se trazó sin llegar nunca a alcanzarlas, se le presentan con más fuerza que sus triunfos, sus aciertos y sus logros. Los sentimientos de culpa, las heridas que otros le infligieron, las humillaciones que sufrió, salen impetuosas e irrefrenables a la luz. El desierto más inmenso quedaría inundado por no poder absorber un llanto que viendo desaparecidas las puertas que hasta entonces lo habían contenido se lanza imparable hacia fuera. Pero hasta que ese instante llega, la vida –la lucha por ser- y la supervivencia –la lucha por el seguir siendo- son las que nos impulsan.  ¿Somos libres o es el destino el demiurgo de nuestros actos? ¿Quién tiene tiempo para contestar a eso? Cada minuto que transcurre trae nuevos contratiempos, nuevas amenazas a las que hacer frente.
Los retos que hemos de superar no nos encumbran a la gloria, sólo nos prestan un poco más de tiempo.

Isabel Viñado Gascón
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