martes, 9 de junio de 2015

Inspector Barnaby en Ferguson

Hay series de televisión que son obras maestras por más que su contenido se base en los mismos esquemas en los que se basan otras muchas series. En el caso que nos ocupa, el crimen y el suspense. Inspector Barnaby trata los casos que ha de resolver un inspector jefe de un condado británico.
 Dicho inspector jefe es guapo, elegante y activo. Su mujer, por el contrario, es un ama de casa de aspecto flemático –casi indolente- que permanece a su lado sin hacerle sombra. Tampoco lo pretende. A ella le preocupa el jardín,  planear las vacaciones, comprar una botella de vino para los invitados que acudirán a cenar, los ensayos en el coro de la parroquia, sus reuniones con las vecinas para organizar pequeños festejos. Tienen una hija que quiere ser actriz pero que a falta de trabajo, ha de mantenerse ecónomicamente  con empleos  temporales de escasa remuneración. Pese a ocupar un segundo plano, las observaciones de las dos mujeres ayudan frecuentemente – aunque sea de forma inconsciente – al cabeza de familia.
Esta estructura familiar que se basa más en la “separación de papeles”, que en el machismo propiamente dicho, se encuadra dentro de una atmósfera profesional jerárquica, En efecto, el inspector Barnaby “insta” a su ayudante a que éste le abra la puerta del coche, haga la guarda nocturna y se manche los zapatos, sin jamás permitirle una palabra más alta que la otra; ni tan siquiera una pequeña palabrota. Nada que ver con los modales a las que las series americanas nos tienen acostumbrados. Barnaby no es un “superhéroe”. Barnaby es un inspector inglés chapado a la antigua al que le gusta que las cosas se mantengan en su lugar sin apelmazarse. Uno de esos hombres cuyo sentido común le hace amar las estructuras no tanto por el orden sino por la comodidad. A Barnaby le molesta todo lo que sea incómodo. En este sentido hay que decir que el exceso –aunque sea un exceso  de orden- le molesta tanto como el crimen: ambos enturbian su paz y su tranquilidad.
En lo que respecta al condado donde trabaja Barnaby cabe señalar que es tan tradicional que la primera vez que el espectador presencia la serie no sabe muy bien en qué época se desarrolla la acción. Es como si el tiempo no hubiera pasado por allí: ninguna música pop vociferando por los altavoces, los aparatos electrónicos aparecen sólo y exclusivamente cuando son verdaderamente necesarios. No hay grandes discusiones políticas ni graves conflictos sociales. Los pequeños problemas se resuelven en asambleas locales en los que todos tienen el mismo derecho de participación. Las gentes visten de forma intemporal, nada de extravagancias, nada de cortes de pelo rocambolescos, ninguna tendencia punk,  ninguna tendencia gótica, nada de pluralidad ni étnica ni religiosa. Las fiestas populares se basan en pequeños juegos y actividades que los propios habitantes del pueblo organizan. A los extraños se les trata con cortesía pero con frialdad y de ellos se espera que se marchen en cuanto hayan dejado sus libras en la caja.
Así pues, el mundo del inspector Barnaby es un mundo compacto, sereno, tranquilo, tradicional. Los grandes propietarios con sus antiguos títulos siguen disfrutando del mismo trato privilegiado que durante siglos han gozado sus antepasados aunque, eso sí, sin tanto dinero como aquéllos. Arreglar las grandes mansiones constituye siempre un penoso esfuerzo económico y los nobles, por muy nobles que sean, se ven obligados a ganar – a veces de formas muy poco nobles - el dinero necesario para arreglar el tejado del castillo.
Y sin embargo…
Sin embargo, y en esto justamente radica la grandeza y la genialidad de la serie, ese mundo íntegro, coherente, sosegado y sin fisuras sociales oculta rencillas y odios que a veces se han arrastrado durante siglos y generaciones. Los espías americanos son aprendices en comparación con los habitantes de esos pueblos, dedicados a investigar a sus vecinos. Los vicios no confesados y escondidos entre las cuatro paredes de los lugares más variopintos, se multiplican por doquier. Además del dinero – que es el clásico motivo - los asesinatos que se cometen tienen por objetivo o bien la venganza o bien el intento de impedir que dichos “pecados” salgan a la luz pública. Los asesinos no son delincuentes comunes, no son drogadictos, no provienen de otras culturas, no son ciudadanos marginales. Los asesinos son personas normales y corrientes. Más aún: mucho de ellos pertenecen a las esferas llamadas “respetables” de la sociedad. Los asesinos son curas, ancianas, lores, sires, médicos… Y no se trata de asesinos que comentan un crimen. 
A lo largo de cada episodio el espectador ha de esperar entre tres y cuatro asesinatos.
Así pues, Inspector Barnaby termina por ser una profunda crítica del mundo claro y diáfano, de ese mundo en el que parece que “nunca pasa nada”, ni siquiera el tiempo. 
La serie significa una advertencia hacia aquéllos que se empeñan en creer y en hacer creer que un mundo pluralista provoca más enfrentamientos y más asesinatos e introduce más desorden social. Lo que capítulo por capítulo se muestra es que un mundo inmovilista no es sinónimo de un mundo mejor sino de un mundo estancado en el que el pasado juega un papel protagonista del que los personajes no pueden separarse porque es ese pasado y no el futuro el que gobierna sus existencias y sus pasiones. La codicia y la avaricia no sólo dominan a las clases populares sino, y sobre todo, a las clases respetables que desean llevar un nivel de vida que ya no pueden mantener con sus propios medios económicos.
La “limpieza” que el exterior ofrece es sólo aparente. Los pueblos están manchados de sangre porque el que quiere matar siempre encuentra alguna razón para hacerlo. Lo “limpio” no siempre es “limpio”. Lo “limpio” esconde lo “sucio”. Y así, Barnaby consigue romper el círculo del principio de identidad e introduce de forma majestuosa, brillante y elegante el principio de contradicción. Principio de contradicción en el que dos antagonistas eternos: “lo que parece” y “lo que es”, libran la eterna batalla que él, Barnaby, ha de ganar en cada capítulo.
Pero la sociedad, claro, no tiene tiempo para ver series como Barnaby y mucho menos para reflexionar sobre ellas. La sociedad zapea cuando mira la televisión, surfea cuando se  sienta delante del ordenador y lee diagonal cuando entre sus manos tiene un periódico o un libro. La sociedad todavía no se ha enterado de que una sociedad compacta, sea de la religión y de la ideología política que sea, esconde inmoralidades, venganzas, avaricias no confesadas, que se hace imprescindible ocultar paa seguir manteniendo ese "orden" y "paz social".
La sociedad americana, tampoco lo sabe.
Lleva años asistiendo a tiroteos ejecutados por niños y adolescentes. Un par de noticias sensacionalistas en los periódicos internacionales, un par de aclaraciones acerca de las condiciones socio-familiares de los asesinos y un par de discusiones sobre la tenencia de armas por los ciudadanos. Dos horas de cine y a casa.
Las urbanizaciones residenciales en las que el grado de seguridad garantizado es proporcional a las normas de comportamiento que han de seguir sus habitantes proliferan por doquier. Los jardines siempre verdes y cuidados, las  casas siempre relucientes, y las personas impecablemente vestidas se rodean de grandes verjas y cámaras de seguridad. La gente busca “gente como yo” y se parapeta dentro de su bastión. “Gente como yo”. Esto es: gente que se dedique a lo mismo que yo, sin ser mi colega, que tenga mis mismos hábitos, mis mismos horarios, mis mismas ideas políticas y si puede ser, incluso mis mismas macetas – o al menos macetas cuyas flores formen un bonito cuadro con las mías.
Al final uno comprueba que esos lugares no son ni los paraísos que "las gentes como yo" aseguran que son, y posiblemente tampoco las cárceles que sus críticos describen. 
A decir verdad, esos lugares se corresponden con el principio de identidad. La entidad es idéntica consigo misma. Pero lo es en su variante masificada: las casas son iguales, los jardines son iguales, los residentes son iguales. Todos ellos parecieron sacados en su momento de una fábrica de producción en cadena y ahora de una impresora 3d. Entre medio, un producto artístico de Andy Warhol.
¿Y qué se hace con lo diferente? De momento se le mantiene bajo sospecha. Y lo diferente incluye todo lo que no pertenezca aquí, todo lo que no se comporte como se comporta “todo el mundo”. Hace unos meses, puede ser que unos años, un joven de quince, tal vez dieciséis años, a los que sus padres le habían castigado a quedarse en casa se escapó por la ventana, se fue con sus amigos, se emborrachó y regresó a su casa. Lamentablemente se equivocó de portal. Era de noche. El vecino lo confundió  con un atracador y lo mató. Ese “era de noche” es importante. Era de noche y el presunto atracador era negro. Negro como la noche. Por eso se le podía confundir tan tranquilamente. Si hubiera sido blanco, hubiera podido imperar el principio de contradicción pero siendo negro y siendo de noche…. Principio de Identidad. Nuevamente ese terrible, peligroso, peligrosísimo, principio de identidad.
Me asombró entonces que los compungidos padres aceptaran en sus declaraciones el principio de identidad. Pero ¿podían hacer otra cosa? Hicieron lo que se esperaba que hicieran. Aceptaron el principio de identidad. Era un “mal” chico, borracho, que no aceptaba los castigos paternos y era negro como la noche. Mala suerte.
Curiosamente lo que no me asombra nada es lo que parece asombrar a todos. Esto es: que ante el caso de Michael Brown una ciudad entera indignada, justamente indignada, decida oponerse al principio de identidad y se lance a anunciar el principio de contradicción. Ya era hora.
El presidente de los Estados Unidos llama a la calma para -explica-  no caer en el caos y con ello ignora –o quiere ignorar- -o quiere hacer ignorar- que con su reacción  los habitantes de Ferguson no están provocando el caos. ¡Al revés! ¡Lo están denunciando! Y eso pese a las amenazas de cárcel, de palizas y de presiones que están  recibiendo por parte del Principio de Identidad. Llevan años denunciándolo de forma cívica. La discriminación negativa les molesta tanto como la positiva, a la que tantos integrantes del Principio de Identidad aluden una y otra vez para ridiculizarlos.
Llega un momento en el que un individuo no puede más y el otro tampoco, y el otro tampoco. Y de repente, el grupo se hace uno. Principio de identidad, sí. Principio de identidad. El grupo se hace uno no porque todos quieran ser iguales y sacrifiquen u olviden sus diferencias,  sino porque realmente todos son iguales. Principio de identidad y Principio de Solidaridad, que por una vez no tiene nada que ver con el Principio de Caridad en el que se ha convertido (o lo han convertido). 
Y a ese grupo, compacto en su dolor y en su rabia tanto tiempo contenida, sólo le puede detener, en efecto la fuerza militar. O sea una fuerza que sea diez veces mayor que la fuerza del grupo. El dolor es ciego pero cuando se le infravalora es atroz. Hoy es una revuelta. Si las autoridades americanas no hacen nada y pretenden que todo siga como siempre, mañana tendrán que hacer frente a una revolución.
¿Dónde se han quedado los indios americanos? Ah, sí. Ya me acuerdo. En sus reservas.
Es cierto, sí. Es cierto, que la mayoría de los componentes de los guetos socialmente más problemáticos son negros, mestizos e hispanos. Es cierto y no seré yo quien lo niegue. Pero no es menos cierto que el Ku Klux Klan existe en los Estados Unidos desde el final de la guerra de secesión y el racismo y el esclavismo desde mucho antes. 

Lo que une a marginados y marginadores: la marihuana. 

Tal vez sea ese el motivo que les lleva a liberarlizarla: el deseo de fraternización, "haz la paz y no la guerra". Pero no, no es éste el caso. Lo sabemos todos. Es una cuestión pura y simplemente comercial. Aquí se encuentra el único punto de intersección en el que amigos y enemigos se reúnen, bromean, ríen y estrechan sus manos. El comercio, el único comportamiento realmente global, ( y" global" digan lo que digan sus detractores no es lo mismo que "Principio de Identidad" sino "Principio de Concentración", o sea, "Principio de Anulación y Victoria"); el comercio, basado en la oferta y en la demanda, ignorante de las barreras sociales y étnicas poque no se rige por otro valor que no sea el beneficio económico, así lo exige. 
La pluralidad comercial empieza a ser tan sospechosa como la unidad del sistema de vida que se presenta en la serie "Inspector Barnaby".
Los americanos, eternos liberadores de los oprimidos, constructores de un mundo en paz, defensores de un mundo plural y tolerante, no han sabido liberar a los suyos.
La partida de ajedrez continúa…

Isabel Viñado Gascón.
Publicado por primera vez el 19 de Agosto de 2014 en mi Blog "El Comentario del Día".
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