viernes, 25 de marzo de 2016

"La llamada del Dalai Lama al mundo", con Franz Alt "Etica es más importante que la religión" (2016)

A qué negarlo. Plasmar los pensamientos en palabras es difícil. Hacerlo a la velocidad del pensamiento, cuando el pensamiento mismo está formándose, mucho más. Sin embargo, a una determinada edad no es que no se pueda, es que sencillamente uno no siente ningunas ganas de cambiar de carácter y empezar a detenerse a pensar lo que dice, máxime no habiéndolo hecho nunca. Compréndanme: uno ha ido perdiendo a lo largo del camino a sus amigos, a sus parientes, patria, idioma, ciudades varias, salud, memoria... Al menos le queda algo: su carácter. Ese terrible e insoportable carácter que es suyo y de nadie más que suyo; ese carácter por el que todos le recordarán poco  importa si con amor o con odio porque digan lo que digan los otros y piensen lo que piensen los demás, es suyo y, si tanto me apuran, de Dios. Justamente por eso, por ser mío y de Dios, por compartirlo ambos, respeto y amo mi carácter y me niego rotundamente a repasar mis escritos antes de publicarlos. La luz primero, los retoques después.

Digo esto para que nadie se rompa las vestiduras al observar con estupefacción que  alguien como yo se ha decidido a escribir un artículo para corregir los meditados pensamientos de una autoridad espiritual como es la del Dalai Lama, al cual –justo es admitirlo - no conozco  en absoluto. Consideren mi osadía producto de un fallo de carácter, efecto de una imprudencia surgida de la necedad o, consecuencia de mis genes mosqueteros. Callar, es lo único que aun deseándolo con todas mis fuerzas, no puedo hacer. Reconozco que dialogar con el Vaticano me resulta más apasionante. Al fin y al cabo, y aunque me saque de quicio como me saca, dos mil años caminando juntos, - si no más- son muchos años. Santos y herejes mueren y son llamados a la Gloria de Dios o del Diablo, depende de lo que Dios quiera. Al menos habremos de concederle a Dios el poder de la salvación. ¿No están de acuerdo? Pero hasta que ese momento llegue santos y herejes recorren, unas veces codo con  codo y otras veces a codazos, las mismas veredas.

“¿Qué Dios?” – preguntan las religiones universales alzando la cabeza.

Y yo suspiro profundamente. “Estas religiones”, me digo, “siempre buscando motivos por los que luchar por su Dios y por su Verdad, ignorando que Dios no necesita que nadie mate ni muera por él.”

Eso mismo, supongo piensa el Dalai Lama, cuando alguien le comunica el atentado de París de 2015. Un atentado más en la interminable lista de las atrocidades cometidas en nombre de Dios. Y el Dalai Lama, harto de ver derramar sangre, harto de muertes inútiles, de odios y rencores que no expresan el deseo de justicia sino sólo el deseo de ver cumplidos los intereses de un grupo, harto de palabras altisonantes que exigen Luz donde no hay más que sombras, llora amargamente. Llora porque el mundo –pese a su tecnología- sigue anclado en la barbarie y en la violencia. Y la causa más frecuente para iniciar actos vandálicos se escuda en la diversidad de creencias y religiones. En Enero del 2015 afirma: “Hay días en los que pienso que sería mejor si no tuviéramos ninguna religión. Todas las Religiones y Escrituras Sagradas encierran en sí mismas el potencial de la violencia. Por eso necesitamos una ética secular más allá, aparte, de las religiones. En los colegios la enseñanza de ética es más importante que la clase de religión. ¿Por qué? Porque para que la Humanidad pueda sobrevivir, la conciencia de lo que une es más importante que realzar y destacar constantemente lo que separa. (“ Ich denke an manchen Tagen, dass es besser wäre, wenn wir gar keine Religionen mehr hätten. Alle Religionen und alle Heiligen Schriften bergen ein Gewaltpotential in sich. Deshalb brauchen wir eine säkulare Ethik jenseits aller Religionen. In den Schulen ist Ethik-Unterricht wichtiger als Religionsunterricht. Warum? Weil zum Überleben der Menschheit das Bewusstsein des Gemeinsamen wichtiger ist als das ständige Hervorheben des Trennenden.“)

Bien, a qué negarlo. Hace muchos, muchos años, esta bloggera opinaba exactamente lo mismo que el Dalai Lama. Introducirme en el conocimiento de la ética le supuso a mi alma tal emoción que ni siquiera al día de hoy puedo expresarlo correctamente. Por un lado, era la manifestación palpable de que la libertad democrática había llegado a mi vida privada y no sólo a un país llamado España. Hasta aquel instante lo único que se podía aprender en los colegios era religión y por ende, religión católica. La posibilidad de elegir ética en vez de catolicismo, constituyó una auténtica revolución democrática y doy fe de la cautela con la que la pusieron en práctica muchos centros educativos y con la profesionalidad con la que la impartieron los docentes, que en aquel primer, primerísimo momento, por no disponer no disponían ni de manuales y mucho menos de criterios fijos. Fue, además, el camino que me introdujo en el pensamiento budista y, por último, el que me llevó al estudio de la filosofía.

El estudio de la ética me enseñó a relativizar las creencias religiosas sin desprenderme de la mía propia y a empatizar con los sentimientos de las personas desde la dimensión humana y no desde el temor al infierno ni a las llamas. Me permitió seguir creyendo en la Omnipotencia de Dios, sin tener que obligarle a perdonar, por misericordia, ni a Satanás ni a nosotros. Dios sigue siendo Dios, pero nosotros, hombres, seguimos siendo hombres y por eso podemos actuar sin miedo a las llamas del infierno o al castigo eterno porque eso, sencillamente, le corresponde decidirlo a Dios y no a nosotros, simples mortales y por tanto, somos libres de actuar según nuestra conciencia de hombres y no según la conciencia de los otros hombres, igual de torpes e indefensos que nosotros mismos. Y es por eso precisamente, por lo que para poder formar y desarrollar esa conciencia se hace tan imperiosamente necesario el conocimiento, el diálogo con aquellos hombres que vivieron antes que nosotros a través de sus obras. Es por eso por lo que la educación ha de ser vivida, sentida y hasta sufrida pero desde luego, nunca embotellada ni puesta en adobo, ni siquiera triturada, que es lo que se hace hoy en día, para que los alumnos no tengan que esforzarse en masticar. Se les van a caer los dientes sin haber aprendido a usarlos. Pero esto es ya otra historia...

Volviendo al tema que nos ocupa, hubo un tiempo en el que yo, al igual que Wittgenstein, también exclamé: ¡de lo que no se puede hablar, mejor no hablar! No sé cuáles fueron los motivos que llevaron a Wittgenstein a pronunciar estas palabras. A mí, justo es reconocerlo, me empujaron los terribles e insoportables dolores de cabeza que me producían las discusiones –no entre las distintas religiones, que eso en España no había-  sino entre creyentes, ateos y agnósticos. Después de conocer la expulsión de los judíos y de los árabes de la Península, la dictadura de la Inquisición, las guerras de religión entre protestantes y católicos que asolaron Europa, yo, igual que el Dalai Lama, también llegué a la conclusión de que la existencia de las religiones era nefasta para la Humanidad y busqué otros caminos.

El primero fue el asiático.

Por aquel tiempo tenía quince años. Estudié el confucianismo, el zen, leí a Laot-se... y como suele ser normal en mí, una vez que lo hube leído, estudiado, comprendido y asimilado, lo abandoné. No me lo tomen a mal. Demasiada espiritualidad termina siempre por empacharme. No me quedó, pues, más remedio que volver al Vaticano Romano, mucho más equilibrado en ese aspecto.

El segundo fue el laicista.

Al laicismo lo conocí más profundamente en mi época universitaria. He de reconocer que yo me sentía más a mis anchas en el laicismo que en las filosofías asiáticas. Primero, porque el laicismo al cual yo tuve acceso era europeo y bien europeo; segundo, porque el laicismo europeo – justo por ser europeo- se ha desarrollado siempre a la sombra de la religión cristiana, religión que era la mía propia; y en tercer lugar, porque en mi familia –dialéctica hasta la ruptura- el laicismo se respiró con igual intensidad que el catolicismo.

Hube de abandonar el laicismo por las razones contrarias que me habían llevado a dejar la filosofía asiática: por demasiado mundano y materialista. El Amor era sexo. La Verdad universal había degenerado, por un lado, en una verdad relativa y por tanto imposible de concretar mientras que por otro lado, curiosamente, había quedado sujeta al capricho del momento. La Libertad se había transformado en sinónimo de irresponsabilidad; la ética en estética; la cultura en cultura de la anticultura; el diálogo, en un “What´s the point?” y las tertulias, en gallineros donde se cacareaba no para ser escuchado sino para ser admirado según el último modelo. Asistí con horror al hecho de que el laicismo se había traicionado a sí mismo.  Compréndame:  Demasiada espiritualidad me empacha, pero demasiado materialismo me abruma:  ¿Qué hacemos entonces, me pregunto, con la magia? ¿Donde la dejamos?

Para los que como yo, que creemos en la fuerza del Pan tanto como en la fuerza del Amor, ni las filosofías orientales ni el laicismo europeo moderno sirven de gran ayuda...

Ha pasado mucho tiempo desde mi época de juventud. El camino de la vida nos presenta situaciones a las que hemos de hacer frente rápidamente. A veces hemos de tomar decisiones con las que nosotros mismos nunca hubiéramos estado de acuerdo antes de ese instante y de las que seguramente jamás nos sentiremos orgullosos pero que lamentablemente se imponen, no para sobrevivir sino, sencillamente, para proseguir el cumplimiento de la misión que la propia vida nos ha encomendado. A lo largo de nuestra ruta encontramos a grandes escritores con los que mantenemos largos y profundos diálogos. Con otros, en cambio, se trata de una mera relación esporádica y superficial. He conocido a hombres y mujeres de muchos lugares y de muchos estratos. Todos ellos eran humanos pero a la Humanidad no la he visto nunca. Cada uno de esos hombres era distinto del otro, aunque vivieran en la misma calle. Cada uno tenía una historia distinta, una preocupación distinta, un criterio distinto. Dos mujeres solteras y embarazadas. Una decide abortar y la otra, no. La misma situación. Distintas decisiones. 

Con Dios o sin Dios ¿qué está bien? ¿qué está mal?

La ética, lamento decirlo, no resuelve el dilema.

La ética, igual que las religiones –cualquier religión- termina cayendo en los mismos problemas que intenta superar.

En primer lugar. Ética Secular ¿qué ética secular? ¿Basada en qué principios? El Dalai Lama aconseja en uno de los pasajes del libro que hay que escuchar más, pensar más y meditar más. (“Mehr zuhören, mehr nachdenken, mehr meditieren”) y finalmente enumera seis principios primeros: Atención, Educación, Respeto, Tolerancia, Cuidado y Pacifismo: (Achsamkeit, Bildung, Respekt, Toleranz, Fürsorge, und Gewaltlosigkeit.) Afirma además que el Principio de responsabilidad global es uno de los elementos clave en su concepto de ética secular (“Das Prinzip globaler Verantwortung ist ein Schlüsselelement meines Konzepts einer säkularen Ethik”) "y que la compasión y la empatía son las bases que posibilitan una vida en común y deja claro que una verdadera ética secular que ayuda, no sólo depende del saber sino del actuar. A menudo sabemos lo que hacemos pero no hacemos lo que sabemos." (“Mitfühlen ist die Basis des menschlichen Zusammenlebens. Und Klar ist auch, dass eine wirklich hilfreiche säkulare Ethik nicht nur eine Frage des Wissens ist, sondern noch mehr eines Frage des Handelns. Wir wissen ja oft, was wir tun, aber wir tun nicht, was wir wissen.“)

Esto es, a grandes rasgos, lo que el Dalai Lama expone en su obra. El problema es que esos Principios, todos y cada uno de esos bellos, bellísimos Principios, ya están formulados en todas y cada una de las Religiones Universales. Sin salir de la Religión Católica: el cuidado al viajero, el respeto a la mujer de mala vida, la tolerancia a los que nos insultan y maltratan porque no saben lo que hacen, el perdón, la responsabilidad ante nuestros actos puesto que Dios nos ha hecho libres, el respeto a la naturaleza, a los pájaros y flores que no necesitan preocuparse de sí mismos porque es Dios quien los cuida... Existe una ética católica, tanto como existe una ética cristiana, una ética judía y una ética musulmana.

La solución no consiste en establecer Principios éticos seculares porque esa solución introduce nuevos problemas que resolver. Como el de dirimir qué principios son los prioritarios y cuáles son los que han de predominar en las situaciones conflictivas. Dos mujeres solteras y las dos sin recursos, una decide abortar y la otra, no. ¿Qué principio ético secular aceptamos: el de la conservación de la vida o el de la tolerancia a la decisión de la madre? ¿El de la no violencia y el no matarás o el del respeto a sus circunstancias?
Y donde surge el conflicto, se hace necesario un juez. Y donde hay un juez, hay sentencia. Y donde hay sentencia, o hay un condenado o todo queda admitido. Y si hay condena es que alguien ha convertido un principio ético en Principio y donde hay Principio hay Axioma Primero y donde hay Axioma Primero hay Dios y donde hay Dios hay religión. La Ética Secular acaba convirtiéndose ella misma en religión.
Pero si todas las decisiones individuales quedan admitidas, porque en unos casos se acepta la libertad de la madre para elegir y en  otros el respeto al nasciturus, al final sólo queda un principio: el de que cada cual haga lo que considere oportuno según sus criterios y bajo su responsabilidad privada. Lo cual, obviamente, impide el establecimiento, la consideración siquiera, de una responsabilidad global.

La solución no estriba en situar la ética a un lado y la religión al otro. No se trata de agarrar desesperadamente la ética secular para conseguir deshacernos de los problemas que la religión plantea porque, con Dios o sin Dios, los problemas a resolver siguen inamovibles y las respuestas a estos problemas son diferentes y hay muchos que cuando ya no pueden luchar con la lengua, luchan con la espada. Con Dios o sin Dios ¿Homosexualidad, sí u homosexualidad, no? Con Dios o sin Dios ¿Respeto al individuo o a la procreación? Con Dios o sin Dios ¿Vientre subrogado sí, o vientre subrogado, no? Contestar a cada una de estas preguntas exige el establecimiento de un Principio basado en un Axioma Primero, da igual como se llame ese Axioma Primero por el cual muchos hombres están dispuestos a matar y otros tantos, a morir.

La solución no está tampoco en la meditación. El hombre espiritual, con Dios o sin Dios, medita. El hombre material que tiene tiempo para meditar muchas veces elucubra y otras, urde conspiraciones.

La solución no está en establecer una ética secular que supere a las religiones para evitar que los hombres se maten por cuestiones religiosas, porque entonces se matarían por cuestiones éticas. La convivencia entre los hombres raramente transcurre pacíficamente. Ni siquiera en la India, país en donde el Dalai Lama asegura que coexisten los diferentes templos de las diferentes religiones. Coexisten en paz los templos, sí. Pero no los hombres. Ante la fuerza del hinduismo, poco pueden hacer los sikhs y los musulmanes; no hablemos ya de los grupos cristianos. Revueltas y contra-revueltas ha habido unas cuantas. Eso, sin contar los conflictos entre budistas y musulmanes.

La compasión de la que habla el Dalai Lama es similar a la caridad que aconseja el buen Papa Francisco y si ambos se reunieran, estoy convencida de que estarían de acuerdo en todos y cada uno de los puntos a tratar. En cuestiones de meditación, doy fe de ello y lo digo sin ironía alguna, los jesuitas son auténticos maestros. Las convivencias y ejercicios espirituales que organizan y que otras órdenes, siguiendo su ejemplo, han llevado a la práctica, representan para los jóvenes de diez a veinte años una ayuda inestimable. Allí se lee y, lo que es más importante, se piensa sobre lo que se lee sin atender ni al tiempo ni a las prisas. Son ellos los que me enseñaron que a meditar se medita primero en activo y sólo mucho después, a veces jamás, en pasivo. Es una lástima que por unas u otras causas, se vaya perdiendo esta tradición. 

Y así, el hombre que quiere meditar se encuentra solo. Lo único que se le presenta es el centro de meditación budista en el cual muchos no nos sentimos a gusto porque nos resulta demasiado espiritual y porque además la historia de la reencarnación no nos hace gracia ni en boca de Platón.

Querido Dalai Lama, usted es un hombre bueno, un hombre santo, un hombre noble. Y yo, que no tengo ni patria ni idioma ni tierra a la que llamar mía, entiendo lo que usted quiere decir y entiendo que usted no entienda lo que no entiende. Usted no entiende por qué la gente se mata por grandes palabras cuando basta con vivir con pequeños gestos. Usted no entiende por qué la gente se mata por grandes ideas, cuando basta vivir con pequeñas normas de vida. Usted no entiende por qué la gente no se sienta a pensar antes de actuar, a escuchar al otro antes de dispararle en la sien, de comprender las circunstancias del otro, antes de sentenciarlo a muerte o al destierro.

Le entiendo. Posiblemente le entendemos todos.

El problema es que los buenos hacen siempre, sin necesidad de pensar, sin necesidad de escuchar, sin necesidad de meditar, lo que usted aconseja. Lo llevan en el alma. Otros, necesitan más esfuerzo para conseguirlo y luchan por ello.

Pero los que desean conseguir el Poder al precio que sea, los ambiciosos, los envidiosos, los que pretenden dominar al mundo, esos –querido Dalai Lama- no le escuchan ni a usted, ni a la ética ni a Dios. Esos llaman débiles a los buenos y los encadenan pero no con cualquier tipo de cadenas, sino con las cadenas de los grandes Principios, que ellos han convertido en sus Principios. No son las religiones las que matan sino los hombres que dominan esas religiones. Poco importa que esa religión se llame Católica, Musulmana o Ética Secular. No es Dios el que mata sino los hombres que utilizan su nombre para justificar el asesinato, el Poder, la Dominación. Y del mismo modo que da igual cómo se llame el Axioma Primero, también da igual cómo se llame a una Religión. La Ética secular también corre el peligro de convertirse en un instrumento del Poder, en forma de leyes, en forma de dictámenes. Basta con que uno decida utilizarla en su favor para, instaurándola por medio de las leyes y con la excusa de que las religiones son violentas, alzarse con el Gobierno Mundial.

Las religiones son necesarias; al menos los hombres no pueden vivir sin ellas. Una pluralidad de religiones no sólo es conveniente. También es necesaria. Igual que lo es la existencia de un grupo de laicos responsables. Es importante que cada religión cuide de que los principios que las rigen se cumplan en su justa medida y que ese equilibrio no se rompa ni por exceso ni por defecto. En el caso del laicismo, en concreto, hora sería que se propinaran escobazos a diestro y siniestro a todos esos laicos haraganes y vagos que han convertido al laicismo en hedonismo y a la ética en estética, incluso cuando advierten del calentamiento de la Tierra.

Las religiones son necesarias porque el hombre es finito y tiende al infinito. El hombre ve milagros y sueña con mundos prodigiosos y con mundos mágicos; y cuando no sueña, es que el hombre ha muerto. La religión es necesaria y por eso el laicismo, que es otro tipo de religión, tiene su Dios universal, su Principio Primero. La religión, los ritos, la forma de organización de la espiritualidad en la materialidad, el modo en que ese Principio Primero ha de ser llamado y reverenciado, es connatural a la esencia humana. Donde no hay religión sólo pervive la superstición. Y esto,  lo sabemos todos, es aún peor.

Pero del mismo modo que afirmo que las religiones son necesarias. Afirmo, repito, exijo, que las religiones se mantengan en el terreno que les corresponde: el de la Fe. Que luchen con uñas y dientes contra la superstición y la santurronería; que en vez de atemorizar con ridículos temores y remordimientos de conciencia a los buenos, a los humildes, a los benditos, la emprendan contra aquellos fuertes y poderosos que utilizan los principios religiosos para subyugar a los buenos. Si los fuertes y poderosos quieren someter a los débiles, que lo hagan, pero de frente y mirando a los ojos, en vez de acudir a triquiñuelas o deformando los principios más respetables que rigen al ser humano.

Por eso es por lo que afirmo, repito y exijo que las religiones se mantengan al margen de la política. Porque bastante trabajo tienen ya ellas en evitar en que algunos políticos la utilicen para hacerse con el Poder, ya sea usando su favor o esperando su desaparición, como para que ellas decidan meterse en el ruedo de las ideologías y de la politología. Es justamente en este ruedo donde ha de encontrar su lugar la ética secular. La ética secular es importante, fundamental, diría yo, a la hora de promulgar la legislación de una sociedad. Una sociedad en la que rigen diferentes creencias, diferentes ideas, tiene por fuerza que encontrar un modo de pactar y negociar. La ética secular se hace precisa en la legislación, no en las cuestiones de Fe. Cuando la ética secular se hace Fe, se convierte en Laicismo. Esto es, otra religión y por tanto, ha de quedar fuera del campo político.

No he terminado. Sé que no he terminado. Sé que volveré a corregir mi texto. Pero ahora estoy sumamente cansada. Llevo prácticamente toda mi vida pensando en estos temas. He pensado en la estupidez de las religiones tanto como en la necesidad de Dios. Dios, Fuerza Absoluta, es Puro Espíritu por Pura energía. Los hombres no son ni puro espíritu, ni pura materia, ni pura energía. El espíritu necesita encontrar un camino material, del mismo modo que lo material ha de encontrar su sentido espiritual para aspirar energía y de esta forma dejar de ser materia inerte. El hombre busca la luz y a veces lo envuelven las sombras. En ocasiones, es la meditación la que lo salva y en otras, qué le vamos a hacer, es el escobazo de la bruja el que le libra de la prisión oscura.

Religión, Ética Secular. Poco importa. Los Principios Primeros son siempre los mismos. Lo esencial es separa a Dios del Hombre, y a la Religión de la Política. Es por eso por lo que a pesar del Panteísmo que sentí de niña, me he visto obligada a tomar partido por el deísmo: para poder separar ambas esferas. A Dios, lo que es de Dios y a la política, lo que es de la política.
Estoy cansada. Demasiados recuerdos, demasiadas ideas. Tiempos que pensaba olvidados me han zarandeado hoy con inusitada fuerza...

Isabel Viñado Gascón

Las citas están tomadas de su libro "Der Appell des Dalai Lama an die Welt" mit Franz Alt "Ethik ist wichtiger als Religion" ("La llamada del Dalai Lama al mundo", con Franz Alt "Etica es más importante que la religión")





lunes, 7 de marzo de 2016

Una petición desesperada al Papa Francisco

Lo digo y lo repito: este Papa va a terminar por erosionar los últimos cimientos estables en los que a duras penas todavía se apoya la Iglesia Católica. Hoy ha decidido ocuparse de la cuestión de la invasión o de la migración, según se quiera traducir o interpretar. El Papa, el buen Papa, aconseja cómo han de comportarse los Estados y los ciudadanos con respecto a los nuevos recién llegados y exhorta a no ser egoístas porque para que todos ganemos, sentencia el Papa Francisco, es necesario perder algo.

Tras esta profunda reflexión el Papa calla, satisfecho con las palabras de su propio discurso, al tiempo que yo, retomando las formas de Quevedo me pregunto desconcertada: ¿Se ha de pensar siempre lo que se dice? ¿Se ha de decir siempre lo que se piensa?

Como sucede de un tiempo a esta parte, los periodistas prefieren quedarse en lo llamativo.  Mi carácter, en cambio, suele detenerse a examinar aquéllo que los observadores consideran baladí y desesperarse por lo que ellos enjuician como cabal y  sensato.
Por eso mientras los periódicos publican incansablemente titulares acerca de si el Papa Francisco en su discurso se refiere a una invasión árabe o a una migración árabe y los lectores dirimen acerca de este asunto en los foros y redes sociales, yo he de tomar un café doble para tranquilizarme por la recomendación papal que todos, a excepción mía, aplauden. Según ellos, dicha recomendación contiene la prueba clara e inequívoca de la voluntad dialogante del Papa, así como la muestra de su buena fe.

La propuesta es esa que anima no ser egoístas porque, sentencia el Papa Francisco, es necesario perder algo para que todos ganemos.

¡Por favor, por favor querido Papa, deje de meterse en aspectos mundanos y empiece a animar a los feligreses a leer la Biblia y los Evangelios! A este paso, con tanta justicia social, no va a quedar tiempo para la reflexión sobre los asuntos divinos y sus parroquianos se van a ir con las sectas que les ofrecen –aunque sea pagando- más espiritualidad de la que usted les está ofreciendo. 
Los jóvenes querido Papa no quieren sermones acerca de la justicia social y de la caridad, que para eso ya tienen a las ONGs y a los partidos socialdemócratas, los demócratas cristianos, los comunistas, los conservadores liberales, los Verdes...  
Los jóvenes quieren, sueñan, con que les hablen de almas perdidas y encontradas, con mundos a los que sólo los que están en posesión de la Fuerza pueden acceder; mundos en los que Fuerza es sinónimo de FE y en los que la ecuación de esa Fuerza no es masa por aceleración, sino  Espíritu por Energía. Por eso, querido Papa, los jóvenes se acercan a las novelas de Fantasía y de Historia Épica como se acercan. Los jóvenes quieren saber quién es Abelardo y por mí, incluso quién es San Francisco de Asís. Quieren saber de sus aventuras y de sus derrotas pero también de sus victorias contra ellos mismos y contra sus adversarios gracias a la Fuerza, a esa Fuerza que no descansa en la Física sino en la Fe. Y esto, querido Papa, lo ha llegado incluso a vislumbrar la misma Ciencia, la misma Física. Y por eso hay un momento, un instante, en el que a la Física -esa que llaman teórica- no le queda más remedio que dar un paso al frente y atreverse a ser Metafísica. ¿Por qué otra razón si no, querido Papa, cree usted que en este momento hay tantos jóvenes, - los mejores, los más dotados, los más esforzados,- que se entregan con desmedido afán y coraje a la especialidad de la Física más abstracta y más complicada de cuántas existen? 

¿Y qué les ofrece usted, en cambio? El mismo programa que los partidos establecidos. Usted cree que es un revolucionario. La revolución social, querido Papa Francisco, llegó a Europa hace muchos años y no se hizo precisamente con ayuda de la Iglesia Católica. Se hizo, más bien, a pesar de ella. Ahora usted afirma que hay que ceder algo para que todos tengan. Y esa frase, querido Papa, es un gran problema porque introduce más conflictos de los que soluciona.

En primer lugar porque algunos están convencidos de que con lo poco que tienen sólo les queda por perder la camisa, cosa que en absoluto están dispuestos a consentir libremente. Sus palabras, querido Papa, lejos de dejar al descubierto sus sentimientos generosos, les causan miedo. Ese que sienten los pobres cada vez que piensan que van a quedarse sin nada. El número de necesitados en Europa no deja de crecer y el de temerosos aumenta proporcionalmente.

En segundo lugar porque otros, los trabajadores de este mundo, preguntan reticentes qué han hecho esos recién llegados para ganarse tan fácilmente lo que a ellos mismos les ha costado conseguir con el sudor de su frente y sienten una gran desconfianza hacia esos a los que hay que ceder algo para que todos tengan. Porque a eso, los trabajadores de este mundo le denominan “tener más cara que espalda”. Y dicen que nones, que el que quiera algo que trabaje. Pero si encima a esos trabajadores les dicen que lo que tienen que ceder es su trabajo, o parte de su trabajo, ahí sí que tenemos la revolución. Porque habrá de saber querido Papa Francisco que para los trabajadores de este mundo el trabajo es sagrado y lo sagrado se defiende a vida o muerte.

En tercer lugar, porque eso que usted considera una invitación cristiana a ceder para que todos puedan tener más de uno la entiende como una amenaza encubierta: "o le doy algo, o me mata. Así pues, he de ceder al recién llegado mis posesiones para que él, a cambio, me ceda la vida: mi vida."

En cuarto lugar porque para muchos “ceder” implica ceder la cultura, entregar al recién llegado “su” cultura y “sus” tradiciones a las que en ningún modo están dispuestos a renunciar. Y esto no porque las amen especialmente, sino porque están acostumbrados a ellas, igual que están habituados a los cuadros que cuelgan en la pared de su casa y para los cuales no desean otra pared que no sea esa pared, ni para esa pared otros cuadros que no sean esos cuadros.

En quinto lugar, porque la justicia social del Evangelio no se refiere a la justicia social material de este mundo. No se refiere a la desigualdad social entre pobres y ricos, sino a la desigualdad social espiritual. 
Lo que Jesús predica es que los pobres, los desheredados de este mundo, también pueden acceder al mundo del espíritu, que también ellos entrarán en el Reino de los Cielos. El mensaje de Jesús no se dirige a la repartición de Bienes Terrenales sino a la repartición de Bienes Espirituales. 
La "revolución" de Jesús consiste en negarse a aceptar la moral de los poderosos y la validez de sus sentencias morales a la hora de decidir qué está bien y qué está mal, aunque tales poderosos sean los mismísimos sacerdotes del Sanedrín. Jesús se niega a aceptar dichas prescripciones y dichas sentencias. Bien está lo que dicta su Padre, Dios Todopoderoso. La ensenanza de Jesús es la de que la  moral no pertenece a ningún  ámbito social determinado, ni siquiera al de los grandes sacerdotes; ni siquiera al de los poderosos y ricos.
La doctrina de Jesús afirma que la moral y la salvación pertenecen al Espíritu y el Espíritu pertenece a Dios y que allí tienen cabida todos los Bienaventurados de este mundo con independencia de la cuantía de su bolsa. La justicia social de Jesús va dirigida a predicar que el Reino de Dios está abierto a los pobres y no sólo a los ricos; que la moral no está ni ha de estar en manos de los ricos y poderosos; que las buenas obras no son exclusiva del estamento social de los ricos, que también los pobres tienen alma y buenos sentimientos y son caritativos con los necesitados; que la salvación espiritual no está en manos de ningún grupo social sino en manos de Dios y es a Él a quién le incumbe juzgar quién entrará y quién no en su Reino y por tanto, el individuo es libre, libre ante los poderosos, libre ante sus iguales, libre ante los dictados de la sociedad, porque sólo ha de responder ante Dios.

Pero la Iglesia Católica le da la vuelta al discurso, convierte a Jesús en un ser material, en un ser humano y bien humano hasta lograr que la "Justicia social" que Jesús predica suene del mismo modo y manera que la que persiguen cualquiera de los revolucionarios políticos. Con ello, sin embargo, la Iglesia Católica olvida e ignora que la Justicia Social cristiana es ante todo, y sobre todo, una justicia social espiritual; no una justicia social material.

A Jesús la justicia social material le importa muy poco. Por eso insta a contemplar las flores y los pájaros y pronuncia aquélla magistral frase que hoy tantos parecen haber olvidado: "No sólo de pan vive el hombre".

En cambio es a los hombres - ateos o creyentes,  con Dios o sin él - a los que corresponde reivindicar y luchar por el pan que otros hombres diariamente les usurpan. Es al hombre al que le corresponde reclamar ante otro hombre lo que es suyo; son los hombres los que han de restablecer la justicia y destruir el sometimiento que sufren por parte de los hombres que se arropan en su poder para ejercer la tiranía, sea cuál sea el alcance del poder de esos déspotas: legal o ilegal, global o limitado a un par de calles. Es a los oprimidos, a quienes  les corresponde reclamar y luchar por su pan. Pero no por caridad sino por derecho! Son esos  hombres, esos a los que la necesidad ha convertido en revolucionarios al tiempo que los unía, los que tienen la obligación de luchar por su pan porque, como muy bien dice Feuerbach, "el hombre es lo que come".

Jesús y Feuerbach no están en contradicción. Y no lo están, no porque los dos afirmen lo mismo, sino porque cada uno dice una cosa distinta, tan distinta que lo que uno dice no tiene nada que ver con lo que el otro afirma . Jesús y Feuerbach no están en contradicción porque cada uno de ellos se refiere a ámbitos completamente distintos del hombre. 
A Jesús le preocupa el derecho de todos, incluidos los pobres, los desterrados y los perseguidos, a entrar en el Reino de los Cielos. De ahí que una y otra vez intentara serenar los ánimos de aquéllos que le malinterpretaban afirmando: "Mi Reino no es de este Mundo." 
El mensaje de Jesús es un mensaje es espiritualidad, de justicia social espiritual, de ahí la importancia del Amor. Es el Amor lo que conecta a unos hombres con otros, sí; pero sobre todo: es el Amor lo que conecta a un hombre con Dios. Y este amor que conecta a Dios y al hombre es anterior y más importante que el Amor que conecta a los hombres: "Un mandamiento nuevo os doy: que os améis los unos a los otros como Yo os he amado." 
El interés de Jesús es única y exclusivamente espiritual.
A Feuerbach le preocupa el derecho de todos, incluidos los pobres, los desterrados y los perseguidos, a vivir como hombres en el Reino Terrenal. El reino de Feuerbach es el material y bien material. El de carne y hueso. El reino del aquí y ahora.
"a" no es "a" Justicia social cristiana no es lo mismo que Justicia social política.

Pero la Iglesia Católica, la misma que prometía a través de las bulas y "a golpe de talonario" la entrada a los ricos pecadores en el Reino de Dios, y que gracias a ellos pudo edificar el Vaticano en toda su grandeza, es la misma que hoy se acuerda de la Justicia Social pero no de la justicia social espiritual sino de la justicia social material, olvidando con tal actitud que la única justicia social que le preocupa a Jesús es la ESPIRITUAL:  esa que permite a los pobres, a los más menesterosos, a esos que no pueden permitirse el lujo de ser caritativos, ni socialmente justos, ni nada de eso, entrar en el Reino de su Padre, en el Reino de Dios. 
La Iglesia Católica mezcla Justicia social material con Justicia social espiritual; se erige en juez y parte de ambos y el resultado de semejante mezcla sólo puede ser confusión, caos y miseria tanto en el terreno espiritual como en el material. 

Querido Papa Francisco, deje la Justicia social material a los políticos y a los revolucionarios y céntrese, por Dios Santo, en la Justicia social espiritual: esa que se refiere a que en cuestiones de Fe. Allí  la distinción entre ricos y pobres resulta innecesaria y superflua porque poco importa ser pobre o ser rico, porque otro es el tema a tratar:ése de la relación entre el individuo y Dios, el de la Fe, el de la Gracia.
Ya verá cómo esta nueva siembra no dejará de dar sus frutos en la otra justicia social: en la material. Ya verá cómo está siembra logrará unir no sólo a los pueblos, también a los estamentos sociales.
Ya verá cómo esta siembra cerrará heridas y resentimientos y conseguirá superar sentimientos sociales tan perniciosos y negativos como "el victimismo" por un lado y "el derecho a todo", por el otro.

Querido, querídisimo Papa Francisco, déjese de dar sermones acerca de la política de este mundo, que es mucho más compleja de lo que usted piensa y para la cual -además- ya están los políticos.
Si tanto le importan los asuntos de Estado reúna a todos los representantes de las Naciones de la Tierra en el Vaticano e imparta una sesión de conferencias acerca de cómo mantenerse en el Poder durante dos mil años sin que la Banca quiebre, o algo por el estilo.

Pero por favor, por favor, hable de una vez por todas de los Evangelios, con nombres y citas. Predique el estudio de la Biblia. Promueva círculos de lectura de los Libros Sagrados. ¡Hable de Fe! Inculque la Esperanza, despierte al Espíritu cristiano dormido. ¡Intente que los jóvenes sueñen con mundos de Luz!
Por Dios Santo, querido Papa, lo que el hombre moderno necesita no es la predicación de la Justicia Social Material por parte de una Iglesia Católica que mantiene sus tesoros cerrados a cal y canto. Lo que el hombre moderno ansía son sueños y poesía.

¡Hable de Fe, por Dios Vivo!

Y deje la política a los políticos.

Isabel Viñado Gascón.



Desesperada.   

martes, 1 de marzo de 2016

"De Servo Arbitrio" de Lutero" (2016) "¿Somos libres? Una reflexión a partir de la obra de Lutero Isabel Viñado Gascón

Advertencia

El texto que aparece a continuación está basado en “De Servo Arbitrio” (1525) de Lutero, que se puede encontrar en internet en formato pdf traducido al español, sin ninguna referencia respecto a la editorial.

Los enfrentamientos con la Iglesia Católica llevaron a Lutero a desear la radical separación entre individuo e Institución eclesiástica.

En "De Servo Arbitrio" aparecen dos afirmaciones sumamente interesantes. Por un lado, que cada hombre es un Pastor y que lo que le distingue de los Pastores que dirigen las parroquias es que estos se dedican de una forma pública y no privada. Por el otro, se afronta una pregunta de esencial importancia: el de la libertad de la voluntad del hombre. Dicha cuestión implicaba, igualmente, el tema por la cuestión de la Omnipotencia divina y el problema del Mal. 

La obra es, además, la réplica del teólogo alemán al “Libero Arbitrio” de Erasmus de Rotterdam, que defendía categóricamente la libertad humana.  Lutero, en cambio, niega la libertad de la voluntad del individuo para afirmar la absoluta Omnipotencia de Dios y reprocha a Erasmus que su deseo de mantenerse en paz con el Papado le lleve a negar la verdad. Lo que Lutero pretende una y otra vez es reforzar la importancia de la Fe. La Fe, sin adjetivos. La Fe, al modo de las ideas cartesianas: Una Fe que ve clara y distintamente. Una Fe que trasciende y se desliga de la Razón. Lutero defendía una Fe sin cadenas humanas, sujeta única y exclusivamente por la gracia y la omnipotencia divina y no por la recompensa que pudieran esperarse.
79) "Consta que con la recompensa no se puede mostrar la existencia de un mérito (...) Consta además que con el mérito no se puede probar la existencia de un libre albedrío."

Lutero deseaba el restablecimiento de una Iglesia sencilla basada en el estudio y cumplimiento sincero y humilde de las Escrituras y no en las apariencias juzgadas siempre por las pasiones humanas. 
Sin embargo, la afirmación de la Omnipotencia divina no está exenta de complicaciones en tanto en cuanto obliga a esclarecer la cuestión del Mal. Lutero ofrece dos explicaciones a lo largo de su obra. La primera es que el hombre es un caballo y a sus espaldas cabalgan Dios o Satán. De ahí que la salvación no dependa del individuo mismo. Hay una parte en la que parece asegurar que Dios y Satán se disputan el caballo, lo cual tal vez sea un primer intento para disculpar a Dios de la existencia del Mal. (Pg.28)

Más adelante, sin embargo, parece haber aclarado sus ideas y dice que Dios actúa en el hombre pero que en el hombre malo, al ser un mal instrumento, no puede más que hacer un mal trabajo. Dios, sin embargo, no va a renunciar a su Omnipotencia por el mero hecho de estar trabajando con un instrumento en mal estado.
(Pg.86)"Esto te hace ver que cuando Dios obra en los malos y por medio de ellos, por cierto resulta algo malo, y no obstante, Dios no puede obrar mal aunque haga lo malo por medio de los malos; porque siendo bueno él mismo no puede hacer lo malo, sin embargo usa a los malos como instrumentos que no pueden eludir el impulso de la potencia divina que los arrastra. Por lo tanto, el defecto está en los instrumentos, a los cuales Dios no deja estar ociosos, de modo que se produce lo malo como efecto de un impuls del propio Dios. Es lo mismo que si un carpintero corta mal con un hacha dentada o mellada. De ahí resulta que el impío no puede sino errar y pecar constantemente, movido por el impulso de la potencia divina no puede permanecer ocioso, pero su voluntad, sus deseos y obras son de calidad igual que él mismo."
Pese a todo, Lutero reservó un espacio a la libertad del hombre: ése en el que se desarrollan los asuntos que están por debajo de su naturaleza : negocios, contratos... Pero en lo que se refiere a su salvación o condenación, el hombre es un cautivo ya sea de la voluntad de Dios o de la de Satanás. (Pg.30)

Los argumentos de Lutero no terminan de convencer. Por un lado, él mismo, grandioso teólogo, lo reconoce –aunque de manera indirecta- al final de la obra, cuando le da las gracias a Erasmus por haber puesto el dedo en la llaga de su sistema. (Pg.150)"Tú solamente tú llegaste a discernir el punto cardinal de todo lo que actualmente está en controversia y me echaste la mano a la garganta")

Por otro, lo que sus teorías perseguían como último objetivo era en realidad fundamentar teológicamente su oposición al Papado, a la Iglesia de Roma y a las leyes, tradiciones y convenciones de los hombres que suelen basarse en el propio provecho e interés y que impiden al individuo el ejercicio libre de su propia conciencia, conciencia que toma su fuerza de la Fe en Dios, de que Dios le ha bendecido con su Gracia.

(pg.22)"Nosotros sabemos y con certeza, que es la palabra de Dios la que insiste en la libertad cristiana, para que no nos dejemos esclavizar por las tradiciones y leyes humanas.(...) El príncipe del mundo no permite al papa y a sus obispos observar las leyes de ellos sino que su intención es atar y cautivar las conciencias. Esto a su vez no puede permitirlo el Dios verdadero. Así, la palabra de Dios y las tradiciones humanas luchan entre sí con implacable discordia, de igual manera como Dios mismo y Satanás combaten el uno al otro, y uno destruye e invalida las obras del otro como cuando dos reyes asolan uno el país del otro." 

Teniendo en cuenta que Lutero identifica Satanás con el "Príncipe del mundo", podemos fácilmente determinar quién a su juicio dirige al Papa de Roma  y a sus obispos. 

(Pg.24) "Así que, si no lo sabes, te lo vuelvo a decir: resoluciones humanas y palabra de Dios no pueden observarse juntamente, porque aquéllas atan las conciencias y ésta las desata.


Sin embargo, en la práctica tales teorías dieron lugar a la aparición de fenómenos sumamente deplorables. Los más importantes: el puritanismo y  la proliferación de las sectas. 

En efecto, desde el mismo instante en que se afirma que Satán puede cabalgar sobre el caballo-hombre, el hombre religioso se ve obligado a distinguir dónde está el mal y a apartarse de todo aquéllo que sea sospechoso de ser pecaminoso. Eso sin contar con que el mismo Lutero había escrito:
(pg.21) "El mundo y su dios no pueden ni quieren tolerar la palabra del Dios verdadero, y el Dios verdadero no quiere ni puede callar. Y si estos dos Dioses están en guerra el uno con el otro ?qué otra cosa puede producirse en el mundo enero sino tumulto?
Por lo tanto: querer aplacar estos tumultos no es otra cosa que querer abolir la palabra de Dios y prohibir su predicación."

Todo ello enciende las fantasías más retorcidas y ofrece a los rencorosos la oportunidad de vengarse de sus enemigos. Por su parte, el hecho de que cada hombre pueda ser considerado Pastor, abre la posibilidad de que cada individuo pueda interpretar las Escrituras de acuerdo a su entendimiento. Lutero, el hombre independiente en su juicio y firme en sus convicciones, estaba empeñado en luchar por la libertad de pensamiento y de corazón de sus congéneres sin pensar que el hombre tiende a reunirse bajo la influencia de otros hombres más poderosos que él. Así pues, su intento de superar y acabar con la dictadura de la ortodoxia católica romana, abocó en la práctica en el nacimiento de sectas dirigidas por psicópatas.

Pero a su vez la teoría contraria, defendida por Erasmus y la Iglesia Católica, que afirma la libertad de la voluntad del hombre tampoco resulta satisfactoria. En efecto, además de negar la Omnipotencia divina y justo por negarla, la teoría de Libre Arbitrio del hombre desembocaba,  llevada a sus extremas consecuencias en lo que Lutero mismo ya había vislumbrado y lo que Nietzsche mostró con toda dureza y nitidez : el nihilismo. 
70) "Qué necesidad hay ya de Cristo, qué necesidad hay del Espíritu? (...) Cuán tonto fue ese Cristo que con el derramamiento de su misma sangre compró para nosotros aquél Espíritu que no nos hace falta (...)! Si esto lo traemos ya en la naturaleza!"
A estas dificultades había que añadir la de la contradicción en la que  la misma Iglesia Católica incurría al repetir una y otra vez que la libertad del hombre, por débil, siempre elegía lo malo; con lo que nuevamente se hacía necesario apelar a la gracia de Dios y volvía a introducirse en la problemática de la omnipotencia divina, la cuestión del mal, etc.

Así pues, la defensa de la libertad de la voluntad del hombre afirmaba la maldad humana en tanto en cuanto su arbitrio, como la experiencia demuestra, siempre desea lo malo y  había de ser corregido a base de penitencia y castigos; al tiempo que negaba la Omnipotencia divina tenía que acudir a ella para explicar que la libertad de la voluntad del hombre se dirigiera al bien; Y, en definitiva, no aclaraba el problema del mal puesto que hacía a la voluntad del hombre mala por naturaleza.

Como vemos ninguna de las dos respuestas son concluyentes. Y sin embargo, una reflexión acerca del problema –aunque se trate de una consideración superficial - me parece de suma importancia, máxime en los momentos actuales. En mi opinión, abordar una obra –sea la que sea- exige al lector dos grandes tareas: una, la de situarla en el momento concreto de su aparición y ello incluye tanto las circunstancias personales de autor como el momento socio-económico-cultural que él vivió. Hay autores que a pesar de ser contemporáneos, sus diferentes modos de vida les llevan a mantener opiniones y consideraciones sumamente dispares. La otra es la de traerla al presente al objeto de que nos ayude a clarificarlo. La sociedad humana es un edificio en permanente construcción. Ello exige conocer los cimientos en que se apoya, estudiar los primeros planos para introducir correcciones, sí, pero también saber utilizar los conocimientos de los que son herederas las nuevas generaciones. Olvidar esto nos aboca al terrible destino de tener que convertirnos en el último hombre, o en el primero. Lo mismo da. El hombre está sujeto a sus orígenes. Se trata de impedir que ese pasado nos aprisione hasta el punto de no dejarnos actuar pero no de liberarnos de él hasta el punto de precipitarnos en el vacío. Esto es, más o menos, lo que Nietzsche sostiene. Esto es, más o menos, lo que yo trato de hacer en mis comentarios.
La reflexión que sigue a continuación es absolutamente individual. Vuelvo a repetir que se trata de las consideraciones personales que surgieron a raíz de la lectura. Algunos amigos me han dicho que el artículo aborda con suma claridad la dialéctica de la libertad de Lutero. Debo avisar, sin embargo, que en este caso se trata únicamente de una explicación intuitiva.

Una última nota: cuando en el artículo hablo de libertad me refiero a la libertad de la voluntad. 

¿SOMOS LIBRES?

La preocupación por China aumenta. Bueno, por China y por el resto de los países del Planeta Tierra: Rusia y Siria a un lado; al otro, Brasil, Argentina, Méjico y Venezuela, cada cual por sus propios motivos. China está a punto de caer, aseguran algunos; su situación es peor de lo que muchos quieren creer, gimen otros. Déjenme dudar de estos análisis, al menos en lo que se refiere al significado de “caer” e “ir peor de lo que se piensa”, que hacen referencia única y exclusivamente a los beneficios económicos que los negocios chinos reportan y que, sin embargo, han obviado, olvidado o ignorado las condiciones miserables en las que han tenido que vivir los trabajadores y sus familias durante todo este tiempo de modernización e industrialización. Eso, sin contar con los terribles daños que la ecología ha sufrido. China va a replegarse sobre sí misma y quién sabe: tal vez la crisis económica le lleve a concentrarse en sus propias necesidades y en sus propios deseos y recupere el sentido de la armonía a la que tradicionalmente ha aspirado como valor primero. En cualquier caso, lo cierto es que al paso que vamos, quien parece que va a caer sin remedio es el mundo al completo: donde no hay guerras, hay virus; donde no hay ni guerras ni virus, hay paro y pobreza; donde no hay ni paro ni pobreza, hay decadencia. Mientras tanto, la corrupción en el deporte sale a flote sin que se tenga tiempo de prestarle la atención adecuada porque los ciudadanos andan absortos contemplando la corrupción en la política que en España, curiosamente, parece estar en manos de un solo partido que al paso que va no tardará en denominarse el “lobby de la corrupción”, o algo por el estilo. De los asuntos de los otros o bien no se tiene noticia o no provocan el interés suficiente o quizás, tal vez, no hayan alcanzado las dimensiones del “lobby”.


El ciudadano de a pie se ve desbordado por las crisis globales que él se ve tan incapaz de solucionar como su propia crisis individual. El Papa grita “caridad” ,escribe un Best Seller acerca del tema e impone un límite a la caridad: el famoso "no seas egoísta, no seas egoísta." Mientras tanto el arzobispo Marx en Alemania, en la cuestión de los refugiados, admite que no sólo se trata de caridad sino también de sensatez (Vernunft) aunque la caridad, añade, ha de ser ilimitada.

http://www.faz.net/aktuell/politik/fluechtlingskrise/kirche-und-fluechtlinge-kardinal-marx-koennen-nicht-alle-notleidenden-aufnehmen-14055521.html

La lógica sufre mareos. Yo también.


¿Son caridad y sensatez términos opuestos, complementarios, sinónimos? Depende, hermano. Depende. “Donde no tengas una idea pon una palabra”, le aconsejaba el diablo a Fausto. El consejo sigue siendo válido hoy en día. La palabra a poner no es ni solidaridad ni caridad. La palabra esencial hoy en día es “flexibilidad”. El bíblico Job y todos los que son como él mueren acribillados por este dardo que se lanza a diestro y siniestro. ¿Qué es la flexibilidad? Lo contrario de la Fe. A la Fe radical en sí misma y en sus propios principios se le llama dogmatismo. Sí. La Fe es siempre dogmática porque el hombre que cree, cree. El hombre que cree en lo que cree, cree incluso cuando la Fe ya no cree en Axioma Primero “Dios” sino en el Axioma Primero “Hombre”. El problema al que nos enfrentamos en nuestros días es que la Fe actual no cree ni en Dios ni en el Hombre. La Fe del s.XXI prefiere dirigirse a la inteligencia artificial. La inteligencia artificial como sustituta del hombre, la inteligencia artificial como superadora del hombre. Los nuevos creyentes son también los nuevos profetas, los nuevos sacerdotes de una nueva religión que proclama el derrocamiento del Hombre como Axioma Primero, del mismo modo que el Hombre derrocó a Dios como Primer Axioma.


“Dios”, “Hombre”, “Robot”. Ya escribí algo al respecto y no tengo ganas de volver a ocuparme de un asunto que me desagrada profundamente y que hiere mi sensibilidad.


Pero hete aquí que esta cuestión, la de la Fe, es sobreseída en los últimos tiempos por una Iglesia que habla de Justicia social, de caridad y de historias semejantes pero no de Fe. Con la “caridad” sucede lo que con el perdón: se la exige el amo al esclavo, el verdugo a la víctima, el fuerte al débil. La hipocresía está servida. Lo sabemos todos; todos excepto los buenos de corazón que terminan siendo siempre el cordero, la ofrenda inocente, de una sociedad maldita y a los que únicamente se les reconoce su nobleza de corazón una vez muertos y a veces ni eso.


Pero llega un momento en que esa víctima propiciatoria, delante ya del altar del sacrificio, se pregunta por algo tan simple como la libertad de la voluntad, de su voluntad. ¿Es o no es libre? Si no es libre ¿quién y por qué ha decidido colocarle en esa situación? Si su voluntad es libre significa que tiene el derecho a marcharse ¿quién lo detiene? ¿A qué tirano ha de enfrentarse?

Ahí empiezan los problemas. Lutero comprendió que el Hombre libraba con Dios una batalla por erigirse en el Axioma Primero y mal que les pese a muchos hizo lo más medievalista que podía hacer: apoyarse única y directamente en ese Axioma Primero Dios, (a punto ya de ser destronado por un nuevo Axioma Primero: el Hombre). Lutero intentaba de esta forma poder liberarse de la tiranía de aquellos que parapetados tras  el poder eclesiástico que detentaban, deformaban y utilizaban la palabra de Dios para su propio beneficio y hasta suplantaban a Dios  en su Poder.

La misión de Lutero es justo la contraria de Prometeo. El objetivo final no consiste en robarle el fuego a los dioses sino en devolvérselo para impedir que los hombres sigan quemando pueblos y bosques. Al contrario de lo que muchos opinan, Lutero trata de restituirle a Dios lo que es de Dios para permitir que el individuo pueda desarrollarse como tal sin caer víctima de los delirios de Poder de sus congéneres.


A este dilema hubo que enfrentarse Lutero en la vida real y no sólo en la teórica: ¿Era  él mismo libre o no para enfrentarse a la Iglesia católica?


El grave problema que conllevaba responder afirmativamente a esta pregunta es que hacer uso de la libertad de la voluntad individual para enfrentarse a la Iglesia Católica no expresaba, ni expresa, a los ojos de la Iglesia Católica, a los ojos de ninguna Iglesia, a los ojos de ninguna corporación, institución o semejante,  el comportamiento responsable de un hombre que se decide a mostrar sus ideas y opiniones. Expresaba, y así sigue siendo salvo en la restringida área en la que se permite la existencia de la opinión personal sin considerarla herejía, ni más ni menos que la soberbia, - en el caso de la religión -, y la revolución,- en el caso de las organizaciones civiles. En cualquier caso: soberbia, rebeldía, escándalo... son términos que desacreditan hasta sus más profundas raíces el ejercicio de esa libertad que todos, sobre el papel, defienden a capa y espada y que una y otra vez se ven obligados a delimitar haciendo uso de las excusas más variadas. La moral que, como diariamente comprobamos, está sujeta a modas y la ley que, como también diariamente observamos, está sujeta a los cambios sociales y a los vaivenes de la llamada “política real”.


¿Es  la voluntad del hombre libre o no? Esa la pregunta esencial, fundamental.


El más radical de todos a la hora de plantearla hasta sus límites más extremos: Nietzsche.


Nietzsche; el nunca bien interpretado Nietzsche porque a la mayoría de sus lectores les faltaba la cultura protestante en la que había sido educado el autor. Nietzsche, ese al que muy pocos comprenden cuando afirma “Dios ha muerto” y algunos creen incluso que ha sido él quien lo ha asesinado, como esos malos policías que cuando descubren a un hombre arrodillado ante el cadáver con el cuchillo de sangre en la mano le declaran culpable de inmediato. No, Nietzsche no mató a Dios. Ni siquiera “inventó” el nihilismo. Lo único que hizo fue llevar la cuestión de la libertad del hombre a sus conclusiones más radicales. Nieztsche era tan radical como lo había sido Lutero. Nietzsche no creía realmente en la libertad. Nietzsche creía en Dios. Pero Nietzsche había visto morir a Dios o creía haberle visto morir y Nietzsche no quería quedar al acecho de la tiranía de los otros hombres.


Nietzsche se arrodilla: ve a Dios muerto y la espada de la Suprema Libertad yaciendo junto a él. Nietzsche recoge la espada. ¿La queréis?, pregunta Nietzsche a sus coétaneos con lágrimas en los ojos. ¿de verdad queréis y anheláis la Libertad Absoluta?, sigue preguntando.


“Sí”, grita el Hombre, nuevo Axioma Primero de los nuevos tiempos. “Sí” vuelve a gritar. Y este grito es más una exigencia que un deseo. 
El nuevo Axioma Primero Hombre reclama sus Poderes. Y es entonces cuando Nietzsche, transformado en profeta,  le presenta al nuevo Axioma Primero Hombre la realidad en su más clara nitidez: el Hombre se ha erigido como Axioma Primero porque Dios ha muerto. El Hombre, como Axioma Primero, está solo. Tan solo como lo estuvo Dios antes que él. Y el Hombre, en efecto, puede hacer uso de la Libertad Absoluta pero para ello es necesario que se atreva a ser aquello que con tanta fuerza exige: el Axioma Primero. Esto es: un superhombre, porque está claro que el hombre, el hombre como tal, no es, no puede ser, un Axioma Primero. El hombre como tal es contingente y finito y está sujeto a lo que Dios disponga por él. La noción del superhombre no es un concepto político, ni tan siquiera social. La noción del superhombre es un concepto religioso con el que Nietzsche pretende hacer comprender a sus semejantes la responsabilidad que conlleva ser un Axioma Primero. La Libertad Absoluta es la Espada de su Poder, sí. La Libertad Absoluta le confiere la Omnipotencia pero ello exige a su vez que el Hombre sea lo suficientemente poderoso como para blandir semejante Espada. 
La Espada de la Libertad Absoluta requiere un Axioma Primero;  No un hombre normal, que muere en cuanto se aproxima a ella sino un Hombre. Esto es: un superhombre.


Para Lutero, en cambio, es impensable que el Axioma Primero muera y mucho menos que pueda ser sustituido por el Axioma Hombre. Lutero no ve a Dios muerto sino ignorado. “De servo Arbitrio” (Pdf) (Pg.12) “Más si desconozco las obras y el poder de Dios, desconozco a Dios mismo, y si desconozco a Dios, poco puedo rendirle culto ni deberlo ni darle gracias ni servirle puesto que no sé cuánto debo atribuirme a mí mismo, y cuánto a Dios. Es necesario, por tanto, poder distinguir con absoluta certeza entre el poder de Dios y el nuestro, entre su obra y nuestra obra, si queremos vivir piadosamente. Así que también esto es ante todo necesario para un cristiano y de provecho para su salvación; el saber que la presencia de Dios no es tal que deje juego libre a la contingencia, sino que él prevé y se propone y hace todas las consas con voluntad inmutable, eterna e infalible. Mediante este rayo fulminante es echado por tierra y totalmente aniquilado el libre albedrío; por lo tanto, los que quieran sostener el libre albedrío, tendrán que negar esta razón, o hacer caso omiso de él, o desviarlo de alguna otra manera.”


Para Lutero la Libertad de la voluntad no representa ni la salvación ni el poder. Es curioso que muchos vean en él un ilustrado, un rompedor de tradiciones, cuando en realidad lo único que hace es salvar la individualidad del  individuo apoyándose en el Axioma Primero más tradicional de todos los tiempos: Dios.


Dios es, en Lutero, el único Axioma y el único, por tanto, que puede salvar al hombre como individuo. Lutero no pretende afirmar al individuo frente a Dios, sino al individuo frente a los otros individuos. 
El dique de contención del individuo es Dios y el campo que se extiende entre el individuo y Dios es la Fe del hombre en Dios y la Gracia de Dios para el individuo. La Fe del individuo en que Dios se ha apoyado en él, la Fe de que es Dios y no el Demonio quien cabalga sobre las espaldas de su voluntad. “De Servo Arbitrio” (pdf) (Pg.28) “Así, la voluntad humana es puesta en medio cual bestia de carga: si se sienta encima Dios, quiere lo que Dios quiere y va en la dirección que Dios le indica (...); si se sienta encima Satanás, quiere lo que Satanás quiere y va en la dirección que Satanás le indica. Y no está en la libre elección correr hacia un jinete u otro y buscarlo, sino que los jinetes mismo se disputan su adquisición y posesión.” En Lutero, el hombre sigue estando entre Dios y Satán. Lo moderno, lo único moderno de su pensamiento, es que suficiente problema es no tener como jinete a Dios, como para tener como jinete además de a Satanás al poder terrenal de los otros hombres. Y lo único individual que encontramos en la teología luterana es que Dios no conversa con los hombres. Dios dialoga con el hombre. 

Al día de hoy sigo sin comprender cómo puede uno ser un auténtico Luterano y aceptar convertirse en miembro de una secta por muy cristiana que esta secta sea y aceptar las directrices que los otros le fijan porque por mucho que sea Satan el que cabalga sobre las espaldas del individuo. Es a Dios a quien corresponder juzgar su alma y a la ley su condición de ciudadano, pero los otros hombres no se conforman en ser jueces de ciudadanos y es por esto por lo que se nombran jueces absolutos del alma y deciden quién es el metafísicamente malo y el metafísicamente bueno y empiezan a quemar en la hoguera por endemoniados a todos aquellos que no concuerdan con sus ideas.


Para el ferviente católico Chesterton, en cambio, los muros de contención del hombre son los construidos por la ortodoxia eclesiástica. Esa ortodoxia es la que impide que el individuo se precipite en el vacío. Pero en la práctica las consecuencias son tan terribles como las que generan las teorías luteranas. En la práctica con frecuencia esos muros de contención llamados Ortodoxia Católica se convierten en los muros de una siniestra prisión y todo el que se oponga a esa ortodoxia es considerado hereje y ha de sufrir las mismas consecuencias que los declarados endemoniados: la excomunión, la hoguera; destierro o muerte.


Y sin embargo, y pese a estas coincidencias en la actuación de los que se nombran a sí mismos “justos”, hoy como ayer la brecha entre Lutero y la Iglesia Católica sigue abierta. Y sigue abierta porque Lutero no admite más Axioma Primero ni más muros de contención que Dios y la Fe y no la ortodoxia eclesiática sometida siempre a luchas de poder y a opiniones humanas flexibles y equivocadas. El gran conflicto al que debió enfrentarse Lutero es que en la Iglesia Católica el individuo que se atreve a criticarla es presentado automáticamente como soberbio. Si soberbio, hermano del Príncipe de las Tinieblas. Eso, supongo, fue lo que el inteligente Lutero hubo de cuestionarse antes de afirmar su tajante, radical “Aquí estoy, no puedo de otro modo”. Donde ese “no puedo” expresa que su acto de rebeldía no proviene de su soberbia sino de una necesidad que le constriñe a él desde fuera de sí mismo. De una Necesidad superior y anterior a él que está además por encima de él. El problema de los muros ortodoxos, de los que habla Chesterton, es que están tan convencidos de su indestructibilidad que no atienden ni siquiera a las grietas profundas que cada vez resultan más visibles y preocupantes. Es por eso por lo que la Iglesia Católica ha tardado tanto en atender a los problemas de pederastia y corrupción y aun entonces ha intentado individualizarlos a unos pocos casos en vez de enfrentarse a la cuestión que ha originado su silencio tantos años y ha extendido sus raíces pecaminosas a lo largo de todo el Planeta: la del Perdón Universal y gratuito basado en el Amor Universal por aquello del Todo en el Uno y el Uno en el Todo. Y ahora sigue hablando de caridad y de justicia social, en donde la caridad es blandida, no por la víctima, que tendida en el suelo no tiene fuerzas ni para gritar, sino por el verdugo a la víctima porque en otro caso la víctima demuestra resentimiento y rencor que eso sí son pecados muy graves porque fastidian la fiesta, y por su parte la justicia social hace referencia a la cuestión económica. Pero ¿y la Fe? ¿Y la Justicia? ¿Y la justa ira? “De Servo arbitrio” (pdf) ( Pg.21) “El mundo y su dios no pueden ni quieren tolerar la palabra del Dios verdadero y el Dios verdadero no quiere ni puede callar. Y si estos dos Dioses están en guerra el uno con el otro ¿qué otra cosa puede producirse en el mundo entero sino tumulto?” Al día de hoy comprendo por qué más de un revolucionario extremista alemán ha provenido de casas de pastores luteranos.


Lutero se declara no libre de actuar como actúa. Lutero señala al mísmisimo Dios como causa última de su actuación. Lutero no invoca a su libertad como ser humano, no apela a la responsabilidad individual de cambiar el mundo y la Iglesia. Lutero no se afirma en su propia intuición ni en sus propias ideas u opiniones, que es lo que tanto prolifera hoy en día. Lutero dice: “aquí estoy y no puedo de otro modo”. Y ese “no puedo” refleja su imposibilidad de agir, de actuar, en forma distinta a la que lo hace. Pero hete aquí que esa Necesidad, que es más fuerte que su libertad porque es además anterior a ella, es la misma que lo desencadena de la opresión de los otros; la que lo hace libre frente a los otros; esa Necesidad le urge a actuar de acuerdo con Ella y no según los dictámenes de los otros.


No. Dice Lutero. No soy libre. Y este “no”, paradójicamente, le hace libre. Libre para aceptar su Fe. Libre para aceptar sus más profundas y radicales convicciones. Libre para aceptar sus actos. La Necesidad, por más que esta palabra no le guste por inexacta, determina su voluntad y esta determinación le deja libre para ser Lutero individuo igual que la Necesidad dejó libre a Job para ser Job individuo.


“No”, repite Lutero. No somos libres. 

Y esta falta de libertad le otorga a Lutero su individualidad. No me extraña que cuando Heine se decidió abandonar el judaísmo por cuestiones puramente pragmáticas y convertirse al cristianismo, eligiera el protestantismo y no el catolicismo. El luteranismo era sin duda más acorde con una personalidad independiente como la suya. El Axioma Primero se impone sobre sus derivados, lo eterno sobre lo perecedero, lo necesario sobre lo contingente. Y el hombre, derivado, perecedero y contingente, sólo puede decir: “Hágase Tu voluntad”, donde esa voluntad es la Voluntad de Dios y no la voluntad de los hombres; la Voluntad del Axioma Primero y no la voluntad de los derivados, perecederos y contingentes.


¿Es la voluntad del  hombre libre o no?


Y la pregunta que muchos han dejado de plantearse hoy en día por considerarla innecesaria, innecesaria por superflua, porque está claro que la voluntad del hombre es libre, recobra la importancia y el sentido que el hombre moderno, empeñado en la afirmación absoluta de su absoluta libertad, ha olvidado.


Pero un buen día, uno que ya ha olvidado estas cuestiones, que más que olvidar es que las ha dejado abandonadas en el desván porque las creía obsoletas, y por obsoletas inservibles, uno, en su diario paseo por el parque del pensamiento, se encuentra con Hobbes. Un Hobbes poco y mal traducido. Uno tropieza con Hobbes y tiene que enfrentarse si quiere detenerse a  dialogar con él en un inglés antiguo, usando unas expresiones en desuso y unas argumentaciones que ya casi nadie recuerda. Y no, no me refiero únicamente al Leviatán: esa obra de la que la mayoría de los traductores sólo se centran en los dos primeros libros y dejan abandonados los últimos por considerarlos, dice alguno, demasiado teólogicos. ¡Demasiado teológicos! ¡Demasiado teológicos porque están llenos de citas de la Biblia! ¡Demasiado teológicos en un momento en que Dios es el Axioma Primero en el cual se apoyan las ciencias, las humanidades, la política y hasta la guerra! ¡Demasiado teológicos porque deben pensar que a los lectores lo único que les interesa es la famosa frase del “hombre es un lobo para el hombre”, frase que, francamente, es – de todas las que ha dicho- la menos interesante por ser verdad cierta y comprobada.

¿Es la voluntad del hombre libre o no?, le pregunto a Hobbbes.


El hombre es libre de sus decisiones pero no libre de la voluntad divina. El hombre es libre, explicará Hobbes en “The Questions concerning Liberty, Necessity and Chance”, de decidir entre comer o no comer si tiene hambre pero no del hambre que padece y lo mismo sucede con los preceptos de Dios: el hombre es libre o no de seguir los preceptos de Dios pero no está libre de la existencia de esos preceptos. El hombre es libre de sus actos pero no de la causa que origina esa decisión. El hombre es libre de resistir o saciar el hambre, el hombre es libre de desobedecer o acatar los preceptos, pero el hombre no puede crear ni el hambre ni los preceptos divinos y por tanto, tampoco puede decidir las cuestiones a las que ha de enfrentarse. Y con ello intenta limar la aspereza del alemán Lutero. La cuestión sigue ahí. 
Y de repente el “yo soy yo y mis circunstancias” de Ortega y Gasset resuena con fuerza.
El hombre no puede librarse de su estado, pero puede decidir sobre él a fin de mejorarlo o empeorarlo. Hobbes deja al hombre, ese ser perecedero y contingente, en el relativismo y mantiene a Dios, Axioma Primero, en el Absoluto.  Por mucho que más de uno se apresurara a acusar a Hobbes de ateo, tales recriminaciones resultan falsas. Hobbes no es en absoluto ateo. Hobbes es un hombre que cree profundamente en Dios pero no en sus representantes religiosos. Hobbes no lucha contra Dios. Hobbes reflexiona sobre Dios y en esa reflexión llega a consideraciones que están en contra de lo que las ideas dominantes de la época sostienen.

Quedamos en encontrarnos otro día y sigo mi camino.


En cualquier caso, me digo, la cuestión entre la libertad y necesidad no es baladí.


Por un lado, afecta a la cuestión de la responsabilidad individual del hombre ante sus actos.


Por otro, alude al tema de la grandiosidad de Dios.


En general, cuando se enfoca la cuestión de la libertad se hace desde la única y exclusiva perspectiva de la responsabilidad del hombre tanto a la hora de determinar su camino como a la hora de responder de sus acciones. En este sentido, parece insensato despojar al ser humano de la libertad de voluntad. Hacerlo significaría que su responsabilidad es inexistente y, consiguientemente, que el castigo resulta innecesario. No sólo el castigo terrenal deja de tener sentido, aún mucho más absurdo lo es la pena eterna. En efecto, si un hombre no tiene poder sobre su voluntad, tampoco puede inculpársele por el resultado de sus acciones puesto que no podía comportarse de otro modo. Del mismo modo, si no somos libres tampoco podemos ser condenados al castigo eterno.


Hasta aquí el discurso es comprensible y tiene sentido. Pero en los últimos tiempos circula por algunos lares de la Iglesia Católica una teoría según la cual somos libres, sin embargo y pese a esta libertad absoluta y radical del hombre, que produce consiguientemente su absoluta responsabilidad por sus actos, la grandeza de Dios nos librará a nosotros e incluso hasta a Lucifer del castigo eterno. Y yo, cuando escucho semejantes discursos, no puedo por menos de preguntarme en qué lamentable estado se encuentra la Iglesia Católica para no disponer de buenos teólogos y buenos lógicos que pongan las cuestiones teóricas, al menos esas, en su sitio. Es que a poco que pensemos, semejantes ideas, que ya digo pululan por más de un círculo católico, provocan tales dolores de cabeza que uno ha de recuperarse antes de replicar por escrito porque resulta imposible enfrentarse oralmente a tantas locuras.


En primer lugar, si somos libres somos responsables y por tanto, hemos de responder a Dios de nuestras culpas. Esta teoría responde al mérito y al esfuerzo.


En segundo lugar, la grandeza de Dios nos librará si a Dios le da la divina gana, nos creamos o no nos creamos nosotros meritorios, porque para eso es la grandeza de Dios. Esta teoría responde a la idea Luterana de la gracia de Dios y de su empeño en dejar las obras en manos de la moral humana y no en manos de la religión porque a la moral humana pertenecen las obras humanas pero a la religión ha de pertenecer la Fe y no la búsqueda del reconocimiento de la sociedad por las acciones llevadas a cabo. Sobre todo porque como muestra la historia, cuando la sociedad se convierte en Tribunal, los seres  mejores son muchas veces falsamente inculpados como herejes y brujas por los envidiosos, mientras que los hipócritas y santurrones se erigen en guardianes de la virtud.


Pero hete aquí que estos buenos católicos unen peras y manzanas y consiguen un híbrido mutante. Somos libres y responsables pero nuestro esfuerzo no nos dignifica porque al final seremos todos iguales por la grandeza de Dios que quiere que seamos todos iguales y santos, liberados de cualquier pena. Será al final de los tiempos, claro, cuando la grandeza de Dios quiera este perdón total y absoluto. Pero la grandeza de Dios, de eso no cabe duda, aseguran,  lo querrá. Lo querrá, dicen, porque para eso Dios es Grande y la grandeza de Dios no conoce límites, y su caridad tampoco. Amén. Y así afirmando la grandeza de Dios, despojan a Dios de ella; y afirmando la Caridad divina, la vician.


¿Dónde han ido a parar los buenos teólogos de la Iglesia Católica? Lo mismo que me pregunto yo, se lo preguntaba Hobbes en su época.


Y de repente me acuerdo de Benedicto XVI y no puedo por menos que suspirar, comprender y callar.


¿Es la voluntad del hombre libre o no?


¿Es Dios Omnipotente o no?


Afirmar la libertad del hombre desposee a Dios de su Absoluto Poder.


Afirmar la Omnipotencia divina desemboca en el siempre espinoso problema del Mal. ¿Es Dios, Libre Absoluto, Voluntad Absoluta, Omniconsciente Absoluto, responsable del Mal?


Es por esto por lo que muchos teólogos consideraron que se hacía preciso afirmar la libertad del hombre. Con ello, el hombre se convertía en responsable de sus actos puesto que podía elegir entre el Bien y el Mal y se liberaba a Dios del problema de la causalidad del Mal.


Pero hete aquí que el Hombre se proclama a sí mismo Axioma Primero y en consecuencia quiere reclama y exige la Libertad Absoluta pero no quiere las consecuencias que de ello se derivan: las consecuencias del Mal.


Así que primero coge la espada y luego empieza a justificar los muertos que va dejando a su lado: las circunstancias medio-ambientales, la disposición genética, los traumas sufridos en la infancia que no recuerda e incluso del stress sufrido en el feto materno, el poder dictatorial y tiránico de los sistemas políticos...


Todos estos factores, concebidos para liberarle de las consecuencias de su libertad absoluta terminan, sin embargo, por generar en el hombre una debilidad aun más angustiosa y frágil que la que padecía cuando estaba en manos de Dios.

Una Libertad Absoluta que está limitada por su genética, por su situación medio-ambiental, por sus circunstancias, es una Libertad Absoluta No-Absoluta.  O sea, la contradicción. A esta contradicción el hombre le llama enajenación, desgarramiento interno, o como quiera. De repente el hombre tiene conciencia de su Absoluta-No-Absolutez y de su No-Absolutez-Absoluta. Este es el círculo en el que está preso. A partir de ahí se introduce en la cárcel maloliente de la teoría del Todo en el Uno y el Uno en el Todo. Y a partir de ahí el hombre ha de construirse una realidad virtual, una teoría del pensar positivo, una teoría de la irrealidad para poder soportar el estado lamentable en el que se encuentra, para poder sobrevivir en una prisión que cada vez más se estrecha en torno a él.


El hombre se desencadena de Dios para a continuación encadenarse en sí mismo o dejar que sean otros los que lo encadenen en nombre de Dios y de otros nuevos axiomas como la Libertad, el Amor Universal, el Perdón Universal, la Justicia Social e incluso la Inteligencia Articial. El hombre se desencadena de Dios para dedicarse  mezclar Axiomas Primeros con objetivos políticos humanos y bien humanos. Y hace de los Axiomas Primeros objetivos políticos y de los objetivos políticos Axiomas Primeros porque el hombre actual no sabe ni lo que es un Axioma Primero ni lo que es un objetivo político. Encerrado en su cárcel el hombre conversa con los otros presos pero es una conversación desde la celda, a trompicones, entre gritos e interrupciones, entre palabras que se utilizan sin saber el significado  y de las que además tampoco interesa conocerlo porque en realidad lo único que importa es que suenan bien.


El hombre debería dejarse de tantas conversaciones de salón y empezar a dialogar directamente con Dios. Para eso no estaría de más que en vez de acudir en masa y en olor de multitud a ver al Papa se recogiera en su aposento a conocer las obras y el poder de Dios, a conocer a Dios mismo para poder rendirle culto, darle las gracias y servirle. Y es hora de que lo haga pronto, antes de que otros hombres decidan quién y qué es Dios.


Pero claro, el hombre no tiene muchas ganas de devolver a Dios su título de Axioma Primero y prefiere entregárselo al robot, a la inteligencia artificial o, como es costumbre en tiempos de la barbarie, al más fuerte: a ese que lo consiga a base de sangre, miseria y lágrimas y decida qué es lo justo y qué es lo injusto.


En comparación con esto, el Estado de Naturaleza del Leviatán de Hobbes, es un Estado paradisiaco.


En fin... ¿para qué seguir?


Por eso me considero incapaz de comentar las últimas noticias. No tiene sentido.


Los problemas son los mismos. Lo que se acentúa es su complicación. Complicación laberíntica que se intenta solucionar con la ley del más fuerte que no siempre es el más inteligente y que lo más problable que haga es terminar cortando el nudo por la mitad, del mismo modo que fue cortado el nudo gordiano por la espada de Alejandro Magno, con la única diferencia que esta vez somos nosotros los que estamos dentro de la madeja enrollada y que a la espada que viene le falta lo que la espada de Alejandro siempre tuvo:


La Fe.


La Fe, falta la Fe.


Y cuando la Fe falta se impone la realidad virtual,  el cinismo, la demagogia, la hipocresía y la debilidad anímica.


 Díganme:

¿Para qué quiere entonces el hombre la libertad de su voluntad?


¿Para qué la necesita?


Isabel Viñado Gascón




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