domingo, 12 de febrero de 2017

El concepto de lo político. (1927) Carl Schmitt. Texto de 1932. Resumen.

El ejemplar que he manejado es “El concepto de lo político. Texto de 1932 con un prólogo y tres corolarios” publicado por Alianza Editorial, Madrid 1991, en versión española de Rafael Agapito. ISBN:84-206-2688-0

Con respecto a la exposición que sigue, es importante hacer tres precisiones: la primera es que he preferido dejar a un lado la introducción hecha por Rafael Agapito y sumergirme directamente en el desarrollo del texto. La segunda es que como puede observarse el contenido de la exposición está construido a base de citas. Ello obedece a dos razones: a la de intentar presentar las teorías de Schmitt del modo más objetivo y neutral posible así como al hecho que la claridad con la que Schmitt escribe obligaría a repetir de forma distinta lo que él ya dice. No obstante las ideas principales aparecen expuestas en la cabecera de cada capítulo en negrita. La tercera, es que contrariamente a lo que suele ser mi costumbre, la publicación del resumen es posterior al de mi comentario. Mi decisión se debe a que el carácter controvertido de la biografia y el pensamiento de Carl Schmitt me obligaban moral e intelectualmente a ofrecer un comentario al respecto antes que a exponer sus ideas.  

Si lo que buscan es un comentario a esta obra lo encontrarán en este mismo blog. Ha aparecido con fecha 10 de Febrero de 2017. El título es "El concepto de lo político. (1927) Carl Schmitt. Comentario."

CONTENIDO

Prólogo

Ideas básicas

En el prólogo de la reimpresión de Marzo de 1963  de 1932, Schmitt incide sobre el carácter estrictamente didáctico del trabajo y afirma que “de lo que se trata fundamentalmente es de la relación y correlación de los conceptos de lo estatal y de lo político por una parte, y de los de guerra y enemigo por la otra (...)” (Pg. 39). Schmitt es consciente de que el concepto de lo político es “un problema inabarcable” y es por eso por lo que su único objetivo es “encuadrarlo” teóricamente.(pg.39)

La desaparición del Estado clásico que distinguía claramente entre guerra y paz, amigo y enemigo, dentro y fuera, ha provocado según Schmitt una ruptura en sus límites lo cual únicamente produce espejismos y confusión. Confusión porque al no poder ser claramente delimitadas introducen una relativización en todos los campos, incluido el de la guerra. Esto entraña varios peligros: jurídicamente porque impide que pueda ser regulada con normas, lo cual es un modo de suavizar la hostilidad; psicológicamente porque el concepto mismo de enemigo se desdibuja y por tanto no resulta fácil determinar quién o contra qué es necesario luchar; en la conciencia científica se introduce la ingenua creencia de que la guerra puede desaparecer. La existencia de la figura del partisano, que al contrario de lo que sucedía antiguamente se ha convertido “en pieza clave de la manera de hacer la guerra en nombre de revoluciones de ámbito mundial” (pg.47) y el de la guerra fria,  son dos buenos ejemplos a la hora de demostrar el error en el que se hayan.

En cualquier caso desconocer los hechos no libra de sus consecuencias. En este sentido Schmitt denuncia que revolucionarios profesionales como Mao y Lenin son conscientes de las desastrosas consecuencias que conlleva la desaparición del Estado en su concepto clásico y la subsiguiente confusión de los claros límites entre las diferentes categorías; en cambio, asegura Schmitt, sí lo ignoran  muchos juristas que “ni siquiera se dan cuenta del modo como se utilizan los conceptos tradicionales clásicos de la guerra regulada como armas para la guerra revolucionaria, armas de las que se hace un uso puramente instrumental, con plena libertad y sin obligación alguna de reciprocidad” (pg.42).

Encontrar una respuesta al problema de la desaparición del Estado clásico y a la confusión de conceptos no es fácil. El tiempo de los sistemas ha llegado a su fin y es imposible seguir edificando con ellos; queda la posibilidad del aforismo (lo que hoy tanto se utiliza: la frase-slogan) pero Schmitt se niega a esta solución porque su condición de jurista se lo impide. Schmitt afirma que en el dilema entre sistema y aforismo sólo conoce una salida: “mantener presente el fenómeno y someter las cuestiones que brotan incesantemente de situaciones siempre nuevas y tumultuosas a la verificación de sus criterios. Así un conocimiento enlaza con el anterior y empieza a formarse una cadena de corolarios” (pg.46/47). Con ello, Schmitt adopta una posición realista y concreta, al tiempo que en constante movimiento (dialéctico negativo, como ya hemos visto)

Capítulo I .

Equiparación entre Estado y lo político: posibilidad y conflicto. Contradicción entre democracia y Estado constitucional liberal. Estado total.

El concepto del Estado supone el de lo político. (...) el Estado representa un determinado modo de estar de un pueblo, esto es, el modo que contiene en el caso decisivo la pausa concluyente, y por esa razón, frente a los diversos status individuales y colectivos teóricamente posibles, él es el status por antonomasia. (Pg.49)

Es raro encontrar una definición clara de lo político (...) Casi siempre “político” suele equipararse de un modo u otro con lo “estatal”, o al menos se lo suele referir al Estado (50).

Según Schmit la equiparación entre Estado y político además de que conlleva caer en un círculo vicioso que no contenta a nadie (pg.51) presenta dos posibilidades: que funcione o, por el contrario, que se trate de una ecuación incorrecta.

En el caso de que dicha equiparación funcione, hay que tener en cuenta que esto sólo sucede mientras “siga siendo posible considerar al Estado y sus instituciones como algo firme, lógico y natural” y en tanto en cuanto que el Estado “mantenga el monopolio de lo político” y se encuentre por encima de la “sociedad” como poder estable y distinto (Pg.53)

 La ecuación estatal = político, en cambio, “se vuelve incorrecta e induce a error en la precisa medida en la que Estado y sociedad se interpenetran recíprocamente; en la medida en que todas las instancias que antes eran estatales se vuelven sociales y, a la inversa, todas las instancias que antes eran “meramente” sociales se vuelven estatales, cosa que se produce con carácter de necesidad en una comunidad organizada democráticamente. (...) surge un Estado total basado en la identidad entre Estado y sociedad, que no se desinteresa de ningún dominio de lo real y está dispuesto en potencia a abarcarlos todos. De acuerdo con esto, en esta modalidad de Estado todo es al menos potencialmente político, y la referencia al Estado ya no está en condiciones de fundamentar ninguna caracterización específica y distintiva de lo “político”. (pg.53). A pesar de las apariencias, el propósito de Schmitt no se dirige a atacar a la democracia como sistema político sino a la posibilidad de que un Estado liberal pueda ser democrático. Schmitt está convencido que las contradicciones que existen entre el Estado constitucional liberal y la democracia impiden la realización de esta última y para demostrarlo no duda en recurrir a un pasaje de las “Weltgeschichtliche Betrachtungen” escrito por Burckhardt que describe la situación real: “(El Estado) tiene que ser ciertamente omnipotente, ¡pero sólo ad hoc! Tiene que poder todo lo imaginable, pero nada le debe estar permitido; en particular no le debe estar permitido defender su propia forma vigente contra crisis alguna..., pero eso sí, todo el mundo quisiera tomar parte en el ejercicio del poder. Y así, mientras la forma del Estado se vuelve cada vez más discutible, el ámbito de su poder es cada vez más extenso. (Ed. de Kröner, pp.133, 135,197)

La consecuencia según Schmitt es que es a ese Estado total,  que ya no conoce nada que no pueda considerarse como absolutamente apolítico, al que corresponde eliminar la despolitización del s.XIX, poniendo así fin al axioma de una economía libre (apolítica) y de un Estado libre respecto de la economía.” (pg.56)

Capítulo 2.

Schmitt expone las categorías específicamente políticas: Amigo/Enemigo.

“Supongamos que en el dominio de lo moral la distinción última es la del bien y el mal; que en lo estético lo es la de lo bello y lo feo; en lo económico la de lo beneficioso o lo perjudicial, o tal vez la de lo rentable y lo no rentable. El problema es si existe alguna distinción específica, comparable a esas otras aunque, claro está, no de la misma o parecida naturaleza, independiente ellas, autónoma y que se imponga por sí misma como criterio simple de lo político; y si existe, ¿cuál es?

Pues bien, la distinción política específica, aquella a la que pueden reconducirse todas las acciones y motivos políticos, es la distinción de amigo y enemigo.” (Pg.56)

El enemigo político no necesita ser moralmente malo, ni estéticamente feo; no hace falta que se erija en competidor económico, e incluso puede tener sus ventajas hacer negocios con él. Simplemente es el otro, el extraño, y para determinar su esencia basta con que sea existencialmente distinto y extraño en un sentido particularmente intensivo.” (pg. 57)

Capítulo 3. 

Definición correcta de enemigo: Enemigo es hostis en su consideración de grupo “o en términos más precisos, a un pueblo entero” y no puede confundirse con inimicus, que tiene connotaciones privadas. El enemigo tampoco puede identificarse con un adversario verbal o con un competidor económico, que es lo que según Schmitt intenta el liberalismo a fin de disolver el concepto de enemigo. Es cierto que el lenguaje es antagónico por polémico. Lo constitutivo del enemigo es que se de la eventualidad de una lucha. Definición de “guerra”. El problema del pacifismo.

Los conceptos de amigo y enemigo deben tomarse aquí en su sentido concreto y existencial (Pg. 58). Según Schmitt “el liberalismo intenta disolver el concepto de enemigo, por el lado de lo económico, en el de un competidor, y por el lado del espíritu, en el de un oponente en la discusión.”(Pg.58)  En su opinión esto es una idea equivocada: “Enemigo no es pues cualquier competidor o adversario. Tampoco es el adversario privado al que se detesta por cuestión de sentimientos o antipatía. Enemigo es sólo un conjunto de hombres que siquiera eventualmente, esto es, de acuerdo con una posibilidad real, se opone combativamente a otro conjunto análogo. Sólo es enemigo el enemigo público.(...) Enemigo es en suma hostis, no inimicus en sentido amplio.” (pg.58/59)

“La convicción de que la esencia de las relaciones políticas se caracteriza por la presencia de un antagonismo concreto sigue vigente en la forma usual de emplear el lenguaje en este terreno, incluso en aquellos casos en los que falta toda conciencia de hablar “en serio.” (pg. 60)

Hay dos fenómenos que muestran esto.

En primer lugar: el sentido polémico que tienen todos los conceptos y palabras y que es utilizado con vistas a un antagonismo concreto (...) cuya consecuencia última es una agrupación según amigos y enemigos (que se manifiesta en guerra o en revolución), pero que en cuanto pierde vigencia esa situación se convierte en abstracciones vacías (...)” (pg. 60) Un ejemplo que pone Schmitt es el término apolítico que puede emplearse descalificativamente en el sentido de estar fuera del mundo, pero en contraposición a “político” mostrarse puramente objetivo.

En segundo lugar, la ecuación política = política de partido aparece cuando empieza a perder fuerza la idea de una unidad política (del “Estado”). (pg.62)  La rivalidad entre los partidos adquiere entonces una intensidad de tal embergadura que la oposición amigo/enemigo deja de pensarse con respecto a la política exterior y empieza a ser interna, con lo que se puede llegar al estallido de la guerra civil.
Por otra parte, “es constitutivo del concepto de enemigo el que en el dominio de lo real se dé la eventualidad de una lucha” (...) Guerra es una lucha armada entre unidades políticas organizadas, y guerra civil es una lucha armada en el seno de una unidad organizada (que sin embargo se vuelve justamente por ello problemática.” (Pg.62). Sin embargo Schmitt pone gran enfásis en remarcar que no se trata de que la vida política sea únicamente guerra sangrienta, sino de constatar que la guerra es un fenómeno a tener en cuenta justamente por la dicotomía que constituye lo político: amigo/enemigo. En su opinión, un mundo en el que se hubiese eliminado la guerra porque tal dicotomía amigo/enemigo hubiera desaparecido sería un mundo carente de política. En este sentido su argumentación entra dentro de lo que se podría llamar “realismo político”  “La definición que damos aquí no es belicista o militarista, ni imperialista ni pacifista. Tampoco pretende establecer como “ideal social” la guerra victoriosa ni el éxito de una revolución, pues la guerra y la revolución no son nada “social” ni “ideal”.(Pg.63). Schmitt denuncia que la oposición a la guerra, o sea el pacifismo, puede llegar a ser tan fuerte que derive en una guerra contra la guerra. Esto sería considerado como una necesidad última y justa para acabar de una vez por todas con la  guerra. “En la actualidad ésta se ha convertido en una de las más prometedoras maneras de justificar la guerra. Cada guerra adopta así la forma de “la guerra última de la humanidad”. Y esta clase de guerras son necesariamente de intensidad e inhumanidad insólitas, ya que van más allá de lo político y degradan al enemigo al mismo tiempo por medio de categorías morales y de otros tipos, convirtiéndolo así en el horror inhumano que no sólo hay que rechazar sino que hay que aniquilar definitivamente;” (pg.66)

Capítulo 4

Lo político no estriba en la lucha misma. Crítica a la teoría pluralista del Estado.. Schmitt niega la existencia de “sociedad” o “asociación” política y defiende la idea de “comunidad política”. El Estado es una unidad política con carácter decisivo y por eso en tanto que tiene la posibilidad real de agruparse como amigos y enemigos va más allá de lo social-asociativo. ¿Contradicción de Schmitt?: Aceptación del pluralismo sin destruir la unidad. En qué caso: en el caso del número de Estados. Es imprescindible que existan una pluralidad de Estados para que pueda existir lo político. Referencia al capítulo 6.

“Lo político no estriba en la lucha misma (...) pero está, como decíamos, en una conducta determinada por esta posibilidad real (...) así como en el cometido de distinguir correctamente entre amigos y enemigos.” (Pg. 67)

Siempre que existe una unidad política, es la agrupación humana la que posee competencia soberana “para decidir en el caso decisivo, aunque se trate de un caso excepcional” (Pg. 68). Aquí sin embargo, Schmitt se ve obligado a caer en una contradicción. Si bien critica el asociacionismo que caracteriza al Estado liberal y que termina por corroer la unidad estatal, ahora ha de defender la pluralidad. “El término “soberanía” tiene aquí su sentido correcto, igual que el de “unidad”. Ninguna de las dos cosas quiee decir que cada detalle de la existencia de toda persona que pertenece a una unidad política tenga que estar determinado por lo político o sometido a sus órdenes, ni que un sistema centralista haya de aniquilar cualquier otra organización o corporación.” (pg.68 )  El hecho de que el Estado sea una unidad, y que sea justamente la que marca la pauta, reposa sobre su carácter político. Una teoría pluralista es, o la teoría de un Estado que alcanza su unidad en virtud de un federalismo de asociaciones sociales, o bien simplemente una teoría de la disolución o refutación del Estado (...) y deja en penumbra qué es entonces lo que todavía puede considerarse la unidad política.” (pg. 73)

“En realidad no existe ninguna “sociedad” o “asociación” política; lo que hay es sólo una unidad política, una “comunidad” política. La posibilidad real de agruparse como amigos y enemigos basta para crear una unidad que marca la pauta, más allá de lo meramente social-asociativo, una unidad que es específicamente diferente y que frente a las demás asociaciones tiene un carácter decisivo.” (Pg.74)

“Es cierto que del concepto de lo político como mostraremos más adelante (en 6), derivan consecuencias pluralistas, pero no en el sentido de que dentro de una misma unidad política, y en lugar de la distinción decisiva entre amigos y enemigos, pueda darse un pluralismo que, al acabar con la unidd, destruiría también lo político.” En ese capítulo veremos que Schmitt en efecto necesita de un determinado pluralismo: el de Estados, de modo que sea posible establecer la dicotomía amigo/enemigo y que no desaparezca “lo político” que sí desaparecería en el caso de que sólo existiera un único Estado monolítico en el cual no pudiera darse ni siquiera la pluralidad interna porque todo marchara sobre sí mismo.

Capítulo 5

La guerra. El Estado como unidad política está capacitado para determinar al enemigo interior. Imposibilidad de un Estado de renunciar a la guerra. Influencia de Maquiavelo sobre Schmitt cuando establece las consecuencias que se derivan para el pueblo que desista.  

“Al Estado, en su condición de unidad esencialmente política, le es atribución inherente el ius belli, esto es, la posibilidad real de, llegado el caso, determinar por propia decisión quién es el enemigo y combatirlo”. (Pg.74) “Sin embargo la aportación de un Estado normal consiste sobre todo en producir dentro del Estado y su territorio una pacificación completa, esto es, en procurar “paz, seguridad y orden” y crear así la situación normal que constituye el presupuesto necesario para que las normas jurídicas puedan tener vigencia en general, ya que toda norma presupone una situación normal y ninguna norma puede tener vigencia en una situación anómala por referencia a ella. Esta necesidad de pacificación dentro del Estado tiene como consecuencia, en caso de situación crítica, que el Estado como unidad política, mientras exista como tal, está capacitado para determinar por sí mismo también al “enemigo interior”.  (Pg.75)

En cuanto a la guerra, es imposible que un pueblo pueda renunciar a ella. Si aún así lo hace ya no sería una comunidad política. En cualquier caso Schmitt prevé varias posibilidades. La primera que un pueblo se declare pacifista y en virtud de ese pacifismo se decida a hacer una “última” guerra contra la guerra, con lo cual no sólo se ha resuelto el problema sino que en virtud del calificativo de “última” es muy posible que sus efectos sean aniquiladores. En segundo lugar que un pueblo haga una declaración formal en contra de la guerra. Tal reserva, sin embargo, no habrá terminado, dice Schmitt, con la eventualidad de que esta guerra se produzca. En tercer lugar que un pueblo no se atreva a enfrentarse al enemigo y solicite ayuda externa; asumiendo esta protección contra los enemigos será el protector el que determne quién es el enemigo “sobre la base del nexo eterno de  protección y obediencia. En cuarto lugar que el pueblo no organice una defensa bajo la creencia que eso va a conmover al enemigo. “Lo único que desaparecerá en ese caso es un pueblo débil.” (Pg.82)
Si es una parte del pueblo la que afirma que no conoce enemigos, lo único que estará haciendo, afirma Schmitt, es “ponerse de parte de los enemigos y ayudarles, pero desde luego con ello no se cancela la distinción entre amigos y enemigos” (pg.81)

Capítulo 6

Defensa del pluralismo de Estados, puesto que la unidad política presupone la posibilidad real del enemigo. Contra la idea de Humanidad porque la Humanidad no puede declarar la guerra contra el enemigo, ya que éste es siempre humano. Por tanto lo político que descansa en las categorías amigo/enemigo exige una pluralidad de Estados. Si un Estado declara la guerra a otro Estado en nombre de la Humanidad, eso no es más que una utilización propagandística de un concepto universar al estar apropiándose de él para enfrentarse al adversario.Contra la idea de un Estado Mundial.

“Del rasgo conceptual de lo político deriva el pluralismo en el mundo de los Estados. La unidad política presupone la posibilidad real del enemigo y con ella la existencia simultánea de otras unidades políticas.” (Pg.82)

“Si un “Estado mundial” llegara a abarcar  toda la tierra y a todos los hombres, no sería ya una unidad política, y llamarlo “Estado” no sería más que una figura retórica vacía.” (Pg.86) Y si yendo más lejos, pretendiese llegar a formar también una unidad cultural, ideológica o “más elevada” en algún sentidopero sin dejar de ser estrictamente apolítica, lo que sería en tal caso es una corporación de consumo y producción a la busca del punto de indiferencia entre las polaridades ética y económica. (....) Lo que hay que preguntarse es a qué hombres correspondería el tremendo poder vinculado a una civilización económica y técnica que comprendiese el conjunto de la tierra. La pregunta no se puede desvirtuar con la esperanza de que para entonces (...) todos los hombres serían absolutamente “libres”. La pregunta es justamente “libres para qué.” (Pg.87)

“La humanidad como tal no puede hacer una guerra, pues carece de enemigo, al menos sobre este planeta. El concepto de la humanidad excluye el del enemigo, pues ni siquiera el enemigo deja de ser hombres (...) Cuando un Estado combate a su enemigo político en nombre de la humanidad, no se trata de una guerra de la humanidad sino de una guerra en la que un determinado Estado pretende apropiarse un concepto universal frente a su adversario, con el fin de identificarse con él (a costa del adversario), del mismo modo que se puede hacer un mal uso de la paz, el progreso, la civilización con el fin de reivindicarlos para uno mismo negándoselos al enemigo. “La humanidad” resulta ser un instrumento de lo más útil para las expansiones imperialistas, y en su forma ético-humanitaria constituye un vehículo específico del imperialismo económico.“ (Pg.83)

Capítulo 7

Clasificación de las teorías antropológicas subyacentes al Estado y clasificarlas según que partan de un hombre “bueno por naturaleza” o “malo por naturaleza”. En el pensamiento anarquista la idea de bondad natural del hombre y la negación del Estado derivan la una de la otra y se apoyan recíprocamente. En el pensamiento liberal la idea de bondad natural es simplemente un argumento (una utilización) para subordinar el Estado a la sociedad. Por tanto las teorías liberales no son ni una verdadera teoría del Estado ni una idea política. En consecuencia todas las teorías políticas propiamente dichas presuponen que el hombre es “malo”. Defensa de los teóricos políticos llamados realistas, a los que en época de paz nadie quiere escuchar. Crítica de la utilización propagandística de conceptos como “derecho” y “paz. Schmitt acepta las premisas de Hobbes, entre ellas la que afirma que la soberanía del derecho está determinada por la soberanía de los hombres que imponen las normas jurídicas. Siempre serán grupos de hombres concretos los que combatirán a otros grupos de hombres concretos en nombre de conceptos universales, como el “derecho”, “humanidad”, “paz”, etc.

Clasificación de las teorías antropológicas subyacentes al Estado y clasificarlas según que partan de un hombre “bueno por naturaleza” o “malo por naturaleza” (pg.87)

“Ya se ha señalado en más de una ocasión que justamente la oposición entre las llamadas teorías autoritarias y anarquistas puede retrotraerse a estas fórmulas. Parte de las teorías y construcciones que presuponen que el hombre es “bueno” en la forma ya enunciada son liberales y se orientan polémicamente contra la injerencia del Estado, sin por eso ser propiamente anarquistas. En el caso del anarquismo puro resulta evidente hasta qué punto la fe en la “bondad natural” está en conexión con la negación radical del Estado, que la una deriva de la otra y ambas se apoyan recíprocamente. Para los liberales en cambio la bondad del hombre no es otra cosa que un argumento con cuya ayuda se pone el Estado al servicio de la “sociedad”, y no quiere decir sino que la sociedad posee un propio orden en sí misma y que el Estado le está subordinado; ella lo controla con más desconfianza que otra cosa, y lo sujeta a límites estrictos. La formulación clásica de esta idea se encuentra en Thomas Paine” (Pg.89) (...) “Lo que ocurre es que en realidad no son una verdadera teoría del Estado ni una idea política. Pues si bien es cierto que el liberalismo no ha negado radicalmente el Estado, no lo es menos que tampoco ha hallado una teoría positiva ni una reforma propia del Estado, sino que tan sólo ha procurado vincular lo político a una ética y someterlo a lo económico; ha creado una doctrina de la división y equilibrio de los “poderes”, esto es, un sistema de trabas y controles del Estado que no es posible calificar de teorías del Estado o de principio de construcción política. En consecuencia (...) todas las teorías políticas propiamente dichas presuponen que el hombre es “malo”, y lo consideran como un ser no sólo problemático sino “peligroso” y dinámico.” (pg.90) “La cuestión no se resuelve con calificaciones psicológicas como “optimismo” y “pesimismo” (pg. 91)

“Mientras la teología no se diluya en una mera moral normativa o en pedagogía, y mientras la dogmática no se quede en pura disciplina, el dogma teológico fundamental del carácter pecaminoso del mundo y del hombre obliga, igual que la distinción entre amigo y enemigo, a clasificar a los hombres, a “tomar distancia”, y hace imposible el optimismo indiscriminado de un concepto del hombre igual para todos. (...) Teóricos de la política como Maquiavelo, Hobbes, frecuentemente también Fichte, lo único que hacen con su “pesimismo” es presuponer la realidad o posibilidad real de la distinción entre amigo y enemigo. En este sentido hay que entender en Hobbes (...) en primer lugar, la concepción “pesimista” del hombe; en segundo lugar, su correcta comprensión de que lo que desencadena las más terribles hostilidades es justamente el que cada una de las partes está convencida de poseer la verdad, la bondad y la justicia; y finalmente, en tercer lugar, que el bellum de todos contra todos no es un engendro de una fantasía obcecada y cruel, ni tampoco una mera filosofía de una sociedad burguesa que se está construyendo sobre la base de la libre “competencia” (Tönnies), sino que se trata de presupuestos elementales de un sistema de ideas específicamente político.” (Pg.93/94)

“(...) se puede afirmar sin duda que los hombres en general, al menos mientras la vida les resulta soportable o mientras les va bien, aman la ilusión de una quietud no amenazada y no soportan a los “pájaros de mal agüero” (Pg.94)

Hobbes ha afirmado que la soberanía del derecho significa únicamente la soberanía de los hombres que imponen las normas jurídicas y se sirven de ellas, que el imperio de un “ordenamiento superior” no es más que una frase vacía si no posee el sentido político de que determinados hombres pretendan gobernar, sobre la base de este ordenamiento superior, sobre personas de un “ordenamiento inferior.” Aquí el pensamiento político resulta irrefutable dentro de su esfera autónoma y cerrada, pues siempre serán grupos concretos de personas los que combatirán contra otros grupos igualmente concretos de ellas en nombre del “derecho” o de la “humanidad” o del “orden” (...)” (Pg.95)

Capítulo 8

Crítica al liberalismo

“El liberalismo del último siglo ha arrastrado consigo una singular y sistemática transformación y desnaturalización de todas las ideas y representaciones de lo político.” (Pg.97)

“La cuestión es, sin embargo, si del concepto puro y consecuente del liberalismo individualista puede llegar a obtenerse una idea específicamente política. La respuesta tiene que ser negativa. (...) lo que no hay es una política de carácter general, sino siempre únicamene una crítica liberal a la política.(...) Se trata de convertir al Estado en un “compromiso”, y sus instituciones en “válvulas”, y en particular de contraponer monarquía a democracia, y viceversa, con el fin de “establecer un contrapeso”.” (Pg.98)

La desconfianza del liberalismo frente al Estado, su deseo de ignorar y eludir lo político, determinan que obligar a un individuo privado a combatir al enemigo en contra de su voluntad supondría privarlo de libertad y por eso “se va edificando todo un sistema de conceptos desmilitarizados y despolitizados” (Pg.99)

“Conviene no olvidar que estos conceptos liberales se mueven siempre típicamente entre la ética (“espiritualidad”) y la economía (los negocios), e intentan, desde estos dos polos, aniquilar lo político como esfera de la “violencia invasora” (...) Así el concepto político de la lucha se transforma en el pensamiento liberal, por el lado económico, en competencia, y por otro, el lado “espiritual”, en discusión.En lugar de la distinción clara entre los dos estados opuestos de “guerra” y “paz” aparece aquí la dinámica de la competencia eterna y de la eterna discusión. El Estado se torna sociedad; del lado ético-espiritual, como representación ideológico-humanitaria de la humanidad; del lado contrario como unidad técnico-económica de un sistema unitario de producción y tráfico. La voluntad lógica y natural de rechazar al enemigo, dada dentro de la situación de lucha, se convierte en la construcción racional de un ideal o programa social, en una tendencia o un cálculo económico. El pueblo como unidad política se convierte, por un lado, en público interesado culturalmente, por el otro en personal laboral o empresarial y en masa de consumidores. Dominio y poder  se convierten en propaganda y manipulación de masas, por lo que se refiere al aspecto espiritual, y en control por lo que se refiere al aspecto económico.” (pg.99/100)

A las tríadas hegelianas y comtianas “les falta el incisivo vigor polémico de la antítesis bipolar. Tal es la razón por la que, pasaods los tiempos de calma (...) volvió a imponerse de inmediato la simple contraposición dual.” (pg.102)

“Lo decisivo es aquí la vinculación de la fe en el progreso, bajo la forma que adoptó en el XVIII, esto es, fundamentalmente humanitaria, moralizante e intelectual, “espiritual”, con el desarrollo económico, industrial y técnico del XIX.” (Pg.102)

Pero “esa  coalición tan compleja de economía, libertad, técnica, ética y parlamentarismo (...) ha acabado hace ya tiempo (...) La economía ya no es eo ipso libertad; la técnica no está tan sólo al servicio del confort, sino que sirve también para producir armas e instrumentos peligrosos; su progreso no comporta tampoco por sí mismo un perfeccionamiento humanitario y moral, como el siglo XVIII gustaba de representarse y una racionalización técnica puede llegar a convertirse en lo opuesto a una racionalización económica. A pesar de todo, la atmósfera espiritual de Europa sigue estando condicionada hasta ahora mismo por esta interpretación que el siglo XIX hacía de la historia (...)” (Pg.104)

“Por eso era también equivocado pensar que una posición política obtenida con ayuda de la superioridad económica tendría que ser “esencialmente no belicosa” (como afirmaba J.Schumpeter en su Sociología del Imperialismo de 1919) Lo único esencialmente no belicoso es aquí la terminología, y ello por la esencia misma de la ideología liberal. (...) El adversaio ya no se llama enemigo, pero en su condición de estorbo y ruptura de la paz se lo declara hors-la-loi hors y l´humanité. (...) también este sistema, presuntamente apolítico y en apariencia incluso antipolítico está al servicio de agrupaciones de amigos y enemigos (...) y no podrá tampoco escapar a la consecuencia interna de lo político.” (Pg.106)

La era de las neutralizaciones y de las despolitizaciones

Admiración de Schmitt hacia los rusos porque en su opinión el coraje de los rusos “para el racionalismo y su contrario, su vigor para la ortodoxia en lo bueno y en lo malo, son imponentes.” (pg.107)

En los últimos cuatro siglos de la historia europea la vida espiritual europea ha tenido cuatro centros de gravedad distintos que van de lo teológico a lo metafísico, de allí al moralismo humanitario, y de éste a la economía. “Los conceptos que elaboran las diversas generaciones sólo resultan comprensibles a partir de estos desplazamientos del núcleo central. (...) Sería también un malentendido interpretar la secuencia de etapas como si en cada uno de esos siglos no hubiese habido nada más que ese centro de gravedad. Lo que existe siempre es más bien una cierta coexistencia pluralista de etapas que ya han sido recorridas.” (Pg.109)

“Todos los conceptos de la esfera del espíritu, incluido el concepto mismo de espíritu, son en sí mismos pluralistas, y se entienden únicamente a partir de la existencia política concreta. Del mismo modo que cada nación posee su propio concepto de nación, (...) también cada cultura y cada época cultural poseen su propio concepto de cultura. Todas las ideas esenciales en la esfera espiritual del hombre son algo existencial, no normativo. Si a lo largo de los últimos cuatro siglos ha estado desplazándose sin cesar el centro de gravedad de la vida espiritual, con él han tenido que ir modificándose también incesantemente la totalidd de los conceptos y de las palabras, y es necesario tomar conciencia de la polivalencia de cada palabra y de cada concepto. La mayoría de los malentendidos (...) se explican como traslación incorrecta de un concepto cuya raíz está en un cierto campo (sólo en la metafísica, o sólo en la moral, o sólo en la economía) a los demás dominios de la vida espiritual.” (pg.112)

“No deja de ser un fenómeno curioso que el Estado liberal europeo del siglo XIX pudiera plantearse a sí mismo como stato neutrale ed agnostico y contemplara la justificación de su existencia precisamente en esa neutralidad. (...) Lo que aquí nos interesa es su condición de síntoma de una neutralidad cultural general; pues la doctrina del Estado neutral del siglo XIX se da en el marco de una tendencia general a un nuetralismo espiritual que es característico de la historia europea de los últimos siglos.” (Pg.115)

2. Las etapas de la neutralización y despolitización

“En Europa la humanidad está siempre saliendo de un campo de batalla para entrar en un terreno neutral, y una y otra vez el recién alcanzado terreno neutral se vuelve nuevamente campo de batalla y hace necesario buscar nuevas esferas de neutralidad. (...) Las guerras de religión se convirtieron enlas guerras nacionales del siglo XIX, todavía en parte culturales, pero ya también determinadas en parte por la economía. Al final fueron puras y simples guerras económicas.” (Pg.117) (...) “La esfera de la técnica parecía ser una esfera de paz, entendimiento y reconciliación. (...) Sin embargo la neutralidad de la técnica no se parece a la neutralidad de ninguno de los ámbitos anteriores. La técnica es siempre sólo instrumento y arma, y porque sirve a cualquiera no es neutral.” (Pg.118) (...) “Hoy en día los inventos técnicos son medios para una inaudita dominación de las masas” (pg.119) (...) “Con la técnica la neutralidad espiritual había accedido a la nada espiritual.Tras haber abstraído primero de la religión y de la teología, luego de la metafísica y del Estado, ahora parecía que se había abstraído de todo lo cultural en general y que se había alcanzado la neutralidad de la muerte cultural. Mientras una religión de masas vulgar esperaba de la neutralidad aparente de la técnica un paraíso humano, aquellos grandes sociólogos sentían que la tendencia que había gobernado toda la secuencia de etapas del más moderno espíritu europeo estaba amenazando ahora a la cultura misma. Se añadía a esto el miedo a las nuevas clases y masas surgidas de la tabula rasa de una tecnificación sin lagunas. Del abismo de una nada cultural y social surgían una y otra vez nuevas masas ajenas y hasta hostiles a la cultura y al gusto tradicionales. (...) El miedo a la nada cultural y social fue en parte más bien producto de un terror pánico ante las amenazas al status quo que de un conocimiento ecuánime sobre la peculiaridad de los procesos espirituales y de su dinámica. Todos los nuevos y grandes impulsos, toda revolución y toda reforma, toda nueva élite nace de la ascésis y de una carencia deliberada o involuntaria; y aquí carencia significa sobre todo renuncia a la seguridad del status quo. (...) Crece calladamente en las tinieblas, y en sus primeros comienzos un historiador o un sociólogo no reconocería más que una nada. El momento de su representación resplandeciente es ya el momento en el que esa conexión con los comienzos secretos e inaparentes comienza a estar amenazada. (pg.120/121)

“El proceso de neutralización progresiva de los diversos ámbitos de la vida cultural ha llegado a su fin porque ha llegado a la técnica. La técnica no es ya un terreno neutral en el sentido de aquel proceso de neutralización, y toda política fuerte habrá de servirse de ella. Por eso concebir nuestro siglo en sentido espiritual como la era técnica no puede tener más que un sentido provisional. El sentido definitivo se hará patente cuando quede claro qué clase de política adquiere suficiente fuerza como para apoderarse de la nueva técnica, y cuáles son las verdaderas agrupaciones de amigo y enemigo que prenden sobre este nuevo suelo. (...) Sin embargo la técnica no puede hacer otra cosa que incrementar la paz o la guerra (...) Conocemos incluso la ley secreta de ese vocabulario, y sabemos que hoy día la guerra más aterradora sólo se realiza en nombre de la paz, la opresión más terrible sólo en nombre de la libertad, y la inhumanidad más atroz sólo en nombre de la humanidad.” (Pg.121)

“Es de la fuerza de un saber íntegro de donde nace el orden de las cosas humanas. Ab integro nascitur ordo.

Corolario I. Resumen de los diversos significados y funciones del concepto de la neutralidad política interna del Estado (1931)

Corolario II. Sobre la relación entre los conceptos de guerra y enemigo (1938)

Corolario III. Sobre las posibilidades y elementos no estatales del Derecho Internacional.

Isabel Viñado Gascón



viernes, 10 de febrero de 2017

El concepto de lo político. (1927) Carl Schmitt. Texto de 1932. Comentario

El ejemplar que he manejado es “El concepto de lo político. Texto de 1932 con un prólogo y tres corolarios” publicado por Alianza Editorial, Madrid 1991, en versión española de Rafael Agapito. ISBN:84-206-2688-0

Nota introductoria al comentario

Esta la primera obra que leo de Schmitt y he de reconocer que hasta ahora desconocía a este autor. Llegué a él de la misma manera que he llegado a otros muchos: por casualidad.

 A la hora de introducirse en una nueva materia los novatos adoptan diferentes posturas:  Algunos exlaman un entusiasta: “Me encanta”,  otros la condenan con un lacónico:  “La odio”, y no faltan quienes manifiestan un expectante: “Vamos a ver”.

Justamente esta tercera actitud ha sido la mía: la de adentrarme en la obra de Schmitt llevada por el deseo de indagar en lo desconocido, de conocerlo y de comprender las premisas en las que se apoya. Esto requiere objetividad –lo cual, como el mismo Schmitt afirma, raramente es posible porque la objetividad es sinónimo de neutralidad y la neutralidad ya implica en sí misma una posición -, pero también exige una decisiva apertura de mente, en donde decisiva tiene un sentido primario, sincero y radical.

Las críticas de Schmitt al liberalismo, a la pretendida neutralidad de los valores y de la técnica y a su consiguiente arrogación por parte de determinados poderes me parecen tan lúcidas y se han revelado tan certeras que más que criticar al crítico tendríamos que sentarnos a considerar cómo salir del bache. Descalificar sin más al que denuncia el fallo no lo resuelve, por más que lo quisiéramos. Por otra parte, al día de hoy, en los que muchos cuestionan la madurez política e incluso el sentido común de los votantes al tiempo que otros promueven el voto a partir de los dieciséis años, obliga a abrir un profundo debate ante el sentido de una democracia que parece que va a ser devorada, si no lo está siendo ya, por los vaivenes populistas. 
En cuanto a la tan discutida dicotomía amigo/enemigo quizás no estaría de más que reflexionáramos acerca de sus límites y de su alcance; y lo mismo podría afirmarse respecto a la utilización de los valores universales, para evitar, entre otras cosas, caer presos del sentimentalismo hipócrita del que ya había avisado Lewis Carroll en 1871, en su poema "la morsa y el carpintero" contenida en su libro “Alicia a través del Espejo.”

La primera impresión que me embargó al enfrentarme por vez primera a sus escritos fue la de que Carl Schmitt cumple en la teoría política lo que Zenon en la filosofía: el papel de un aporético que niega brillantemente lo que todos admiten y afirman como algo naturalmente real y existente. 

Carl Schmitt construye sus aporías respecto a la democracia liberal igual que Zenon construyó sus aporías dirigidas a negar el movimiento. Y del mismo modo que alguien - tras no haber encontrado ninguna solución satisfactoria - exclamó: “el movimiento se demuestra andando”,-  donde lo importante no es sólo el verbo "andar" sino especialmente la forma en gerundio -, podríamos afirmar que pese a todas sus limitaciones y errores, el liberalismo se ha configurado como la gran conquista del ciudadano. No obstante, hemos de tener presentes y bien presentes las aporías de Zenon y de Schmitt.

Las de Zenon para interrogarnos cuándo ese “andando” es verdaderamente movimiento en acción y no parálisis, o lo que es lo mismo: cuándo el movimiento deja de ser movimiento para convertirse en un simple “activo estancamiento”, en donde ese “activo” le otorga una apariencia ilusoria de movimiento que en nada se corresponde con la realidad. 

Las de Schmitt para interrogar cuándo ese liberalismo es un liberalismo vacío de contenido; un mero formalismo apoyado en palabras altisonantes y acciones huecas. Las aporías de Schmitt cuestionan las bases en las que se apoya el liberalismo económico mismo, de modo que exigen críticos dispuestos a examinar el grado de fortaleza de dichos cimientos independientemente de las mareas subterráneas y de los tiburones y peligros de las profundidades marinas además de una sociedad presta a acometer los trabajos de reparación y reestructuración necesarios, por costosos que estos sean. 

Desde esta perspectiva, - es mi sincera opinión, opinión que la lectura de Schmitt ha reforzado, por más que, como luego veremos, no fuera ése en absoluto ni su objetivo ni mucho menos áun su deseo, sino más bien todo lo contrario – estoy absolutamente convencida de que si el liberalismo desea sobrevivir ha de tener presente en cada momento y en cada instante la idea ilustrada de que el progreso ha de ser visto no sólo desde un punto de vista técnico sino también moral y cognitivamente completo, esto es: integrando a las llamadas ciencias del espírituDe otro modo los días del liberalismo están, en efecto, contados –con o sin Schmitt.

En este sentido Zenon y Carl Schmitt han de ser considerados más que como los destructores del movimiento y del liberalismo, como los respectivos fiscales de ambos conceptos.

Cuando se lee a Zenon lo primero que a uno se le pasa por la cabeza es gritar: “¡El movimiento se demuestra andando!”. Pero ni siquiera dicho grito, que muchos equiparan al grito del niño en el cuento “El traje nuevo del emperador”, exonera de la responsabilidad de contestar si el tipo de movimiento que se demuestra andando es en efecto movimiento real o, como ya hemos dicho en líneas anteriores, únicamente activo estancamiento.

Del mismo modo, cuando se lee a Schmitt uno puede exclamar “El liberalismo se demuestra liberalizando!”, pero tampoco eso nos exonera del deber de determinar si realmente se trata de un verdadero movimiento liberal donde formas y fondo coinciden o si se trata más bien de una simple denominación vacía de contenido, como esas estatuas huecas y carcomidas que se mantienen en pie por no se sabe qué extraño milagro.

En mi opinión ambos, Zenon y Schmitt, son la encarnación de aquella Esfinge griega que destruia a todo aquél que no sabía contestar adecuadamente a sus enigmas.

Es así como el lector ha de entender mi comentario a la hora de sumergirse en él. En ningún modo he pretendido escribir un ensayo teórico político porque ello me hubiera obligado a poseer un conocimiento intensivo y profundo de la obra de Carl Schmitt, del que en este momento carezco, aparte de que hubiera traspasado las pretensiones de este blog que consiste en realizar una reflexión crítica y sincera de diferentes lecturas y diversos autores llevada de la curiosidad y no desde los prejuicios por más que esto raramente sea posible porque, como ya escribí en otro de mis artículos, el lector suele introducirse en la obra que tiene entre las manos provisto de unos determinados criterios. Valga observar, sin embargo, que, si bien es innegable que tales criterios forman parte indisoluble de él, la curiosidad y el deseo de enfrentarse a nuevas ideas y retos son igualmente elementos constituyentes de cualquiera que se decide ocupar su tiempo en atender los pensamientos del desconocido que es el escritor que tiene entre sus manos.

Respecto al comentario he de admitir que es muy largo. No espero que ustedes lo lean. Es simplemente una muestra personal de los grandes esfuerzos que he hecho para salir de la simple repetición de las interpretaciones académicas de las ideas de Schmitt; ideas que, como ustedes mismos comprobarán, no resultan en los tiempos actuales ni novedosas ni “revolucionarias”. 
El problema sin embargo, y eso es lo que tanto tiempo me ha llevado, ha sido comprender por qué Schmitt dice lo que dice. Muchos conservadores lo utilizan hoy en día para posicionarse frente a las teorías liberales e incluso democráticas. Debo decir que a mi juicio Schmitt no es ni antiliberal ni antidemocrático, por más que lo parezca y que él mismo llegue a creerlo a pies juntillas. Schmitt es un demócrataliberal que asiste con dolor, terror y cólera a la destrucción del liberalismo y que cuando estudia los motivos comprueba horrorizado que el liberalismo lleva desde su nacimiento el gérmen de su propia destrucción. El pesimismo arroja a Schmitt a un pozo del que no es capaz de salir. Debiera haber pensado que la vida va indisolublemente acompañada desde sus orígenes a la muerte y no obstante eso no le impide vivir mientras está viva; debiera haber pensado en la regenación, en la renovación e incluso en la resurrección – al menos del ave fénix. Prefirió precipitarse en los avernos a la espera del apocalipsis. De otro modo no se explica su biografía. Porque para ser honesta no han sido las tesis de su libro sino su biografía, su, se mire como se mire, incomprensible biografía, lo que hasta el día de hoy no he sido capaz de entendernder, ni haciendo empleo de toda mi buena voluntad y de todo mi razonamiento. Imposible.

En lo que a la finalidad de “El concepto de lo político” respecta, creo sinceramente que Schmitt no miente al afirmar en el épilogo a la edición de 1932 que “cada una de sus proposiciones está pensada como punto de partida para un desarrollo ulterior del tema.” (Pg.123)

COMENTARIO

Comentario previo en consideración a la biografía de Schmitt

Lo cierto es que después de haber leido este librito de Carl Schmitt todavía me pregunto cómo es posible que sus premisas puedan seguir causando tanta polémica en nuestra sociedad. 

Una primera respuesta podría ser la de que muchas de sus tesis, sobre todo en lo que a la (no) neutralidad de la técnica y de los conceptos universales se refiere, son, hoy como ayer, ciertas. 
Un segundo motivo residiría en su concepción de la antropología pesimista del hombre y en la defensa que hace de los teóricos políticos considerados realistas, como Maquiavelo y Hobbes. 
Un tercero, en la despiadada crítica que hace de las teorías liberales.
Un cuarto en su consideración de que lo político descansa en la oposición de dos categorías básicas como son amigo/enemigo igual que el ámbito de la estética se apoya en la oposición bello/feo y el moral en bueno/malo; 
Y una quinta posibilidad se asentaría en la explicación que Schmitt ofrece del Estado, que se trata de un Estado unitario y total. Según Schmitt el Estado es una unidad política que ha surgido de la decisión soberana de un grupo para constituirlo y en el que se encuentra ya la idea de amigo/enemigo.

Existe, sin embargo, otra cuestión que escandaliza cuando uno se adentra en el pensamiento de Schmit: su adhesión al partido nazi, su manifestado antisemitismo y su renuncia a retractarse de su pertenencia al nazismo, acabada la contienda.

En este sentido, he de admitir que la biografía de Schmitt, (que conocí cuando ya había empezado el libro, porque no es mi costumbre informarme de la vida de los autores antes de introducirme en ellos sino durante la lectura y en ocasiones incluso ya acabada ésta), me sumió en el dilema de decidir cómo abordar sus teorías. ¿Tenía que rechazarlas a priori? ¿Tenía que exponerlas sin más? ¿Podía defenderlas pese a ser malinterpretada por mis lectores? Esa fue la primera pregunta. La segunda fue la imposible conexión, el terrible abismo que se abre entre lo que es la participación de Schmitt en el nazismo, de una parte y su rechazo a retractarse del mismo, de otra. Quizás ustedes no entiendan qué puede existir de ruptura entre alguien que pertenece a un determinado movimiento, sea el que sea, y su negativa a abjurar de dicha participación. Eso justamente parece lo coherente. Quizás en casos normales sea así. No en cambio en éste.

Especialmente el hecho de su negativa a retractarse de su participación en el nazismo, (Entnazifizierung) llamó especialmente mi atención. El asombro provocado se debía por una parte a que a dicho retractamiento se habían apresurado a (y esforzado por) acogerse la mayor parte de los que habían colaborado con el régimen hitleriano, algunos incluso mucho más activamente que él. Eso sin olvidar que con su negativa a retractarse del nazismo, Schmitt rechazaba igualmente muchas ventajas tanto económicas como honoríficas y quedaba por tanto en una precaria situación tanto a nivel material como social. En efecto, aceptar la Entnazifizierung le hubiera supuesto la posibilidad de regresar a las aulas académicas como profesor, además de la consiguiente facilidad para publicar y dar conferencias. ¿Por qué no lo hizo?¿Tan arraigado estaba en él el nazismo? Mi sorpresa fue en aumento al leer que las SS habían desconfiado de su fidelidad al régimen y lo habían ido apartando cada vez más de cargos relevantes.

El conflicto interior al que personalmente he tenido que enfrentarme y desde el que he considerado al Schmitt hombre era el siguiente: 

Apoyándome en la época y en el ambiente intelectual en el que se desarrolló su trabajo (y que se apoyaba en una consideración elitista del saber entendido como un Todo y no como un cúmulo de especializaciones desunidas, así como un miedo patológico a la masificación y popularización del conocimiento, a la idea del hombre que no tiene que responder ante la sociedad sino únicamente ante sí mismo, la idea del individuo frente a la masa) podía entender su negativa a retractarse.

Pero paradójicamente eran justo estos mismos motivos (la idea de preeminencia del individuo sobre la masa, etc) los que me impedían entender su adhesión al nazismo, con todo lo que de populismo, vulgarización del saber clásico y hermético, masificación y destrucción del individuo como tal, encerraba y todo esto incluso antes de que empezara el proceso del holocausto.

Del lado contrario, si consideraba su adhesión al nazismo desde la perspectiva de error fatal de una serie de intelectuales que confundieron la solución al caos político, social y moral por el que atravesaba en aquel momento una sociedad alemana casi recién constituida en nación, al modo y manera en que estuvo a punto de cometerlo el mísmisimo Thomas Mann y del que únicamente pudo salvarse gracias “al tirón de orejas político-intelectual-fraternal” de su hermano Heinrich, y admitía que la postura de Carl Schmitt durante el nazismo fue una emigración interior al modo de Benito Cereno, como alguna vez el mismo Schmitt afirmó, entonces, y diga lo que él diga, no había (ni hay) forma de comprender su negativa a retractarse.  

In seinem Tagebuch notierte er am 1. Oktober 1949: „Warum lassen Sie sich nicht entnazifizieren? Erstens: weil ich mich nicht gern vereinnahmen lasse und zweitens, weil Widerstand durch Mitarbeit eine Nazi-Methode aber nicht nach meinem Geschmack ist.“[77]   (Fuente: Wikipedia alemana. Carl Schmitt)

Qué signican sus palabras? Cómo desencriptar su sentido? La primera frase "weil ich mich nicht gern vereinnahmen lasse" parece clara: Carl Schmitt no se deja acaparar fácilmente; es decir, no cambia de opinión sólo porque alguien se lo ordene. Pero paradójicamente esa primera afirmación, que lo sitúa en el bando del nazismo, choca con la afirmación que le sigue a continuación: "weil Widerstand durch Mitarbeit eine Nazi-Methode aber nicht nach meinem Geschmack ist". Lo cual implica una crítica en toda regla al nazismo y a sus prácticas pero supone también una advertencia a los vencedores: los nazis no dejan de ser nazis sólo porque se hayan avenido a la "Entnazifizierung". Los nazis seguirán trabajando por sus ideales fingiendo una colaboración por los nuevos fines democráticos que en absoluto sienten.

Qué es Schmitt? Un nazi? Un nazi renegado? Un liberal? Un liberal renegado? 

En cualquier caso, es dicha relación de Schmitt con el nazismo lo que determina que muchos estudiosos se opongan a cualquiera de las tesis de este libro, por más que fuera escrito antes de la llegada de Hitler al poder y a que su contenido se refiera especialmente a la crisis por las que atravesaba el liberalismo de la República de Weimar, (de ahí, por ejemplo, la contraposición que Schmitt establece entre monarquía y democracia más que a la oposición entre democracia y fascismo, que aunque en incubación aún no se había manifestado en toda su acritud.

He de señalar no obstante que en mi opinión los comentaristas “tan demócratas” que denigran a priori las tesis de Schmitt y que no dudan siquiera en reprochar a los colegas que se introducen en el estudio de los escritos políticos y jurídicos de Schmitt creyendo ingenua y superficialmente que revisten en el fondo la sensatez y el equilibrio teórico que aparentan tener en la forma, deberían considerar varios aspectos

El primer aspecto, que pese a la superioridad con la que pretenden recubrir su postura calificándose a sí mismos de “objetivos” y tan inteligentes que ellos, al contrario de lo que les sucede a sus otros colegas, “no se dejan engañar” por Schmitt, terminan lamentablemente alejándose de una postura objetiva académica y adoptan una postura asentada en prejuicios y encaminada no a analizar sino sencillamente a destruir, con lo cual terminan argumentando desde la posición amigo/enemigo y con ello le dan la razón al mismo Schmitt que ellos pretenden aniquilar. 

El segundo aspecto sobre el que no estaría de más que reflexionaran, relacionado con el anterior, es que negar o descalificar a priori al teórico Schmitt por lo que el hombre Schmitt ideológicamente defendió y no entrar ni siquiera a considerar sus argumentos desde el punto de vista teórico representa a la larga un error fatal. Ni siquiera Kelsen lo hizo y eso a pesar de que tenía suficientes y buenos motivos para ello, (quizás el que más). Ni siquiera lo hizo Leo Strauss.

En tercer lugar, he de confesar a aquellos que me leen, que si bien he abandonado la mochila de los prejuicios a la hora de introducirme en esta obra de Schmitt, no en cambio he dejado atrás mis convicciones. Soy, lo reconozco, una convencida ilustrada con todo lo que ello conlleva: entre otros la desconfianza crítica hacia lo que se me presenta y  eso me incluye a mí misma.

Tanto Bertrand Russell como Kojève pronosticaron una vuelta a la barbarie el uno y a la animalidad natural, el otro. Russell, optimista después de todo, consideraba que tal vez ese paso fuera necesario antes de que el hombre se sintiera nuevamente con fuerzas para elevarse por encima de él mismo. En esta idea descansa mi esperanza. ¿Sería capaz de morir por mis ideas o dejaría que ellas murieran por mí? Sinceramente no lo sé ni creo que nadie pueda saberlo hasta llegado dicho momento, y ni siquiera entonces podrá estar seguro de que el elegir vaya a estar dentro de sus posibilidades. Zweig consideraba a Servet un gran necio por haber ido libre e ingenuamente a la guarida del lobo Calvino a discutir de temas teológicos y a dejarse matar inútilmente; no obstante, y para ser honestos, él mismo no lo hizo mucho mejor. Brecht defendió en sus escritos que la preservación de la vida es más importante que la conservación de las ideas, sin embargo no logró convencer a sus contemporáneos, mucho menos a los macarthistas americanos, de la veracidad de dicha idea y tuvo que trotar por medio mundo antes de que alguien le diera acogida, e incluso en ese caso fue gracias a sus ideas políticas y no al axioma primero de Brecht que, como digo, consistía en la salvaguarda de la vida más que en la de las ideas.

Estoy sinceramente convencida de la importancia que reviste conocer el pensamiento político de Carl Schmitt, máxime en los momentos actuales en los que muchas de sus premisas están siendo utilizadas por los antiliberales, sean de la ideología extrema que sean. Ignorar las ideas de Schmitt, no tomarlas en serio o negarlas en consideración a su biografía no representa ninguna solución. Incluso en el caso de que alguno de ustedes considere a Schmitt como enemigo nada más inteligente que tomar sus consideraciones en serio y desdeñar el desafío que lanza. En efecto ¿cómo oponerse a sus aporías sin oponerse al mismo tiempo a la verdad que encierran? ¿Cómo oponerse a sus aporía sin caer uno mismo en la contradicción o en el mismo discurso que se pretende superar? 

Tan peligroso como sobreestimar al enemigo es infravalorarlo y no tomar en serio sus lúcidas críticas.

Introducción al comentario

Advertencia en relación a la extensión del comentario.

Existen blogs cuya función consiste en presentar y reseñar publicaciones y van destinadas a lectores que deseen una aproximación rápida y fidedigna del libro que les interesa. Otros proporcionan un par de notas acerca de la biografía del autor, exponen de forma resumida el contenido del libro y concluyen ofreciendo una breve opinión personal. Estos blogs, así estructurados, suelen ser tremendamente útiles porque no se pierden en detalles ni en consideraciones profundas, animan a leer el libro e invitan a que los que lo han leido compartan sus impresiones con ellos.

En mi caso, los libros que aparecen en este blog aparecen porque han provocado verdaderos terremotos en mi alma, auténticos descubrimientos que han zarandeado todo mi ser. Los comentarios, por tanto, no pueden ser ni breves ni concisos aun queriéndolo y deseándolo con todas mis fuerzas, sencillamente porque son el relato y la conclusión de tales convulsiones. No espero que ustedes los lean ni creo, sinceramente, que su contenido les interese realmente, entre otras cosas porque a pesar de que no es mi pretensión escribir ensayos académicos, he de reconocer que todos mis escritos carecen de la ligereza de la primera impresión. 

Situados en el punto de intersección entre el rigor y la superficialidad, cada uno de mis comentarios han de entenderse como el resultado del diálogo, de la discusión, de la guerra incluso, con el autor de la obra que acabo de terminar, el final de largas e interminables semanas escribiendo, borrando y hablando acerca de lo que el autor dice y escribe; en definitiva: pensando en el tema. 

Mi encuentro con cada uno de los autores que están presentes en este Blog me ha lanzado al “ruedo”, a la “arena” del confrontamiento y enfrentamiento con lo que yo pienso y por tanto soy. Un ser que no puede entenderse sin el pensar. Este tan denostado lema cartesiano “pienso, luego existo”, es algo a lo que por su propio bien uno debería aferrarse en cualquier circunstancia. Este “pienso”, obliga a pensar en “qué” pienso y a determinar qué significa el pensar mismo, a separarlo de otros conceptos parecidos, como elucubrar, maquinar, soñar, etc, pero a unirlo con un concepto que a muchos les pasa desapercibido: la intuición, que sin embargo Descartes sí incluyo al considerar las ideas como claras y distintas. Ese pensar no es simplemente racional; es también intuitivo y por intuitivo espiritual, trascendental y no mecánico. En ese “pienso luego existo”, el vocablo “existo” apremia a decidir su significado y a elegir un tipo de existencia en vez de otro y ambos conceptos: pensar y existir aparecen unidos por eso “luego” que muestra que primero uno ha de pensar y en función de lo que piense y cómo piense existirá. Ese “pienso luego existo” no es sólo racionalista; es también idealista porque asienta la existencia en el pensar y no en el comer, que es lo que tendrá que recordar Feuerbach a los puros idealistas, al menos para conseguir que no se mueran de hambre y que si se venden al mejor postor sepan por qué lo hacen y no tengan tantos escrúpulos en hacerlo por un trozo de pan; sí, en cambio, por un palacio. No crean, he de decir que incluso aquí me he encontrado con muchas sorpresas en mi deambular por los caminos literarios y del pensamiento; una de ellas ha sido el autor que ocupa este artículo : Carl Schmitt. Y así, Schmitt, cuyas teorías políticas pertenecen a la corriente “realista” y que critica al pensamiento liberal sin compasión, se muestra sumamente idealista e ilustrado cuando se trata de considerar el trabajo intelectual.

“Todos los nuevos y grandes impulsos, toda revolución y toda reforma, toda nueva élite nace de la ascésis y de una carencia deliberada o involuntaria, y aquí carencia significa sobre todo renuncia a la seguridad del status quo. (...) Todo genuino ritornar al principio  (sic), toda vuelta a una naturaleza intacta y no corrompida, se muestra frente al confort y bienestar del status quo vigente como una nada cultural o social. Crece calladamente en las tinieblas, y en sus primeros comienzos un historiador o un sociólogo no reconocería más que una nada. El momento de su representación resplandeciente es ya también el momento en el que esa conexión con los comienzos secretos e inaparentes comienza ya a estar amenazada (Pg.120/121)

No será su única contradicción: su dicotomía amigo/enemigo lo expulsa del relativismo y lo introduce nuevamente en el idealismo, por más que él se empeñe en afirmar que esos conceptos primarios han de ser concretizados en atención a las circunstancias y sociedad del momento. Eso es algo que, francamente, cualquier persona sensata comprende. Si ustedes leen mi artículo sobre la “libertad, igualdad y fraternidad, aparecido en este mismo Blog el día 23 de Agosto de 2012 observarán que justo ése es el tema que se trata: el de concretizar la universalidad.

En definitiva: mis comentarios son tan largos, justamente porque todo mi proceso mental acerca del libro lo es y eso es algo a lo que no deseo renunciar a la hora de publicar algo que no pertenece ni al ámbito académico ni al comercial sino pura y simplemente al personal. Espero que lo entiendan.

COMENTARIO

Creo que es sumamente difícil acercarse a Schmitt sin hacer referencia a lo que se ha dado en llamar FRACASO ILUSTRADO, fracaso que visto desde su perspectiva podría resumirse en tres errores:

El primer error de la Ilustración fue el inhabilitar el Axioma Primero metafísico-religioso (por decirlo de algún modo) poniendo en su lugar al Individuo. La ilustración cegada por el progreso tecnológico y convencida de que éste también tendría lugar en la esfera moral y cognitiva, no pudo prever la aparición del nihilismo, de consecuencias catastrofales tanto para el individuo como para la sociedad y el gran reto a resolver por parte de los intelectuales del siglo XIX y siguientes. En su optimismo desmesurado los ilustrados tampoco previeron los grandes problemas que provocarían la popularización y masificación del saber ya que en ningún modo ayudarían ni al progreso, ni al mejoramiento de la sociedad ni a superar la cuestión nihilista; más bien todo lo contrario. (Para ser honestos Voltaire ya se ocupó en su tiempo de esta cuestión; su respuesta fue la de que muchos libros malos son mejor que ninguno, porque es seguro que entre la multitud de obras deplorables alguna buena habrá. La pregunta que surge casi instántaneamente es cómo encontrar las mejores obras en una cordillera formada por libros de pésima calidad y cimentada por intereses varios).

El segundo error que según Schmitt cometió la ilustración en su vertiente política consistió en derrocar al Axioma Político por antonomasia: el Estado. La Ilustración lo enfrentó y lo subordinó a los ciudadanos, que pasarían a organizarse desde las tesis del liberalismo económico en asociaciones plurales a veces con diferencias inconciliables, sin pensar que ello dinamitaría la unidad interna del Estado y terminaría por sembrar el caos social y político; a este problema había que añadir un segundo: el de que con la desaparición del Estado (Axioma Político) el liberalismo económico hacía desaparecer las categorías últimas en las que se apoya lo político; a saber: la dicotomía amigo/enemigo. En vez de eso el liberalismo económico, dice Schmitt, introduce la figura del oponente discursivo y la del competidor. Esta desaparición de la dicotomía amigo/enemigo niega por un lado lo político y por otro lo que es connatural a lo político, que es la lucha. A partir de estas premisas, los conflictos se realizan de modo distinto al acostumbrado, con la consiguiente confusión a la hora de plantear y hacer la guerra, que sólo beneficia a sus adversarios –los revolucionarios- y que provocarán la caída del liberalismo (Cfr.pg.42).

El tercer error que Schmitt señala es que la tan en un primer momento revolucionaria declaración de los derechos universales como atemporales, eternos e inmutables, resultará ser un terrible fiasco. De un lado impedía prestar atención a las circunstancias de cada sociedad. Por otro, la declaración de los derechos universales implicaba proclamar la neutralidad en tres esferas: la legal, al separar entre legitimidad y legalidad y declarar la neutralidad de la ley, defendida por la teoría del positivismo; la moral, al apoyarse en la neutralidad de los valores, por su creencia en los derechos universales y la científica, por considerar a la técnica como neutral. 
Desde esta consideración, el sistema liberal economico pasaba a autoproclamarse fiel defensor de los derechos y valores universales y  dispuesto a provocar las guerras más cruentas en nombre de la salvaguarda de la paz, de la libertad y de la humanidad. 

Estos tres errores como digo, no fueron preocupación única de Schmitt sino de todo el conjunto de intelectuales de su época y aunque no cabe duda de que cada uno de ellos lo resolvió de una forma distinta es claro que todos tuvieron en cuenta las tesis de los otros; es por esto por lo que resulta tan difícil, por no decir imposible, tratar a uno de ellos desvinculado del resto. En este sentido hay que admitir que ninguno de esos intelectuales está libre de contradicciones y ninguno de ellos queda libre de la influencia de sus colegas. Tampoco Schmitt. De ahí que determinadas frases y términos, haya que entenderlas dirigidas no al mortal lector, que no tiene ni idea de a qué se refieren y que, como es mi caso, han llegado hasta él por pura y simple casualidad, sino a sus colegas y discípulos que es para quienes en realidad escribe. Mi primer axioma dice: El concepto del Estado presupone el de lo político. ¿Quién podría entender una tesis formulada tan en abstracto? (...) Su misma forma de tesis provocativa contribuye a poner de manifiesto cuáles son sus destinatarios principales, a saber: los conocedores del ius publicum Europaeum, los conocedores de su historia y de su problemática contemporánea.” (pg.43)

En efecto, el intercambio de tesis e ideas -bien en forma de publicación, bien en forma epistolar-, el diálogo y la discusión fueron continuos y ejercieron una innegable mutua influencia.

Primer error, primer problema.

1.       La desaparición del Axioma Primero.

a)      El fracaso de la supremacía del Individuo. El fracaso del progreso. (Popularización y masificación del saber)

b)      El nihilismo.

1. La desaparición del Axioma Primero.

Generalmente se olvida que cuando los intelectuales hablan de “el mundo”, a lo que se están refiriendo en realidad es a “su mundo” y que cuando nombran a la humanidad es en “su humanidad” en la que están pensando. Es por eso probablemente por lo que cuando el lector tiene ante sus ojos el término “humanidad” le inunda la sensación de que “humanidad” es sinónimo de “jardín de las delicias”. 

Así es, en efecto: la humanidad para cualquier intelectual nunca es “el mundo” sino que hace referencia a un mundo bastante limitado: el de las cabezas pensantes. Es quizás también por eso mismo por lo que resulta tan complicado hacerles comprender a los intelectuales las repercusiones últimas y generalmente catastrofales que sus teorías pueden llegar a provocar en el mundo normal. Para muchos de ellos sus teorías son constructos de la mente, juegos de posibilidades y sus lectores patrocinadores de su existencia pensante. Tomarlos al pie de la letra puede resultar sumamente peligroso y del mismo modo, no se puede pensar que un hombre de acción sea un hombre teórico. Mientras se es consciente de ello, el mundo se mantiene en equilibrio. Unos pocos se dedican a ganar dinero y a patrocinar al pequeño grupo de literatos, artistas y pensantes de la sociedad; otros pocos se dedican a inventar ingenios con los que otros puedan ganar dinero y patrocinar, y unos cuantos se dedican a estafar a todos los anteriores. La mayoría silenciosa es la que, sin embargo, mantiene con su trabajo y su tesón las bases en las que los grupos anteriores se asientan, participando, al mismo tiempo, de las actividades de todos ellos, en mayor o menor medida.

Desde el Renacimiento pero especialmente en la Ilustración el progreso humano comenzó a desarrollarse de modo imparable y en paralelo a la pérdida de influencia que la Iglesia – a partir sobre todo de la guerra de los treinta años – había experimentado. 
Las guerras de religión, su dureza, su radicalización, su exceso de violencia, su falta de espíritu cristiano, -cómo hablar de espíritu cristiano en una lucha de hombres contra hombres aunque la excusa de tanta sangre derramada sea Dios - sumieron a la población europea en una crisis de creencias. El imparable desarrollo del progreso, los nuevos adelantos tecnológicos y los nuevos descubrimientos cuyo imparable desarrollo transcurría en paralelo a la influencia de la Iglesia, dio como resultado que concluyera en la Ilustración lo que ya desde el Renacimiento se había estado gestando: la negativa del individuo a sostener su existencia en otro Axioma Primero que no fuera él mismo.

El hombre ilustrado es un hombre optimista y confía en la mejorabilidad del ser humano si se le ofrece la opción de aprender. El optimismo en el hombre como ser universal y axioma inunda la atmósfera europea desde el s.XVII. Es el tiempo en que el progreso se entiende no sólo como tecnológico sino también en el ámbito educativo, moral, social...; es decir, a todos los niveles. El convencimiento de que cualquier hombre es dueño de sí mismo si invierte en él el adecuado y suficiente esfuerzo se extiende a todos los niveles.

Los intelectuales ilustrados estaban total y plenamente convencidos de que abriendo las bibliotecas a todos por igual y sin excepción, esos todos sentirían ante el saber el mismo arrebato espiritual que ellos mismos sentían. Así considerado, la “igualdad” no se refería a que ellos, los intelectuales, fueran a descender de su Torre hasta nivelarse con los no intelectuales, sino que la igualdad determinaría que los otros, los iletrados,  subieran a la misma esfera intelectual, y además por convencimiento, en la que ellos ya se encontraban..

a) El fracaso de la supremacía del Individuo. El fracaso del progreso. Popularización y masificación del saber.

En el siglo XIX Nietzsche había descubierto el fracaso de esta idea y sus perniciosas consecuencias. Las universidades se habían transformado en fábricas del conocimiento en las que había que formar a los estudiantes lo más rápidamente posible para no retardar “inútilmente” su rendimiento y el saber se había popularizado hasta un punto que amenazaba con dinamitar lo que era el verdadero saber.

Los intelectuales del s.XIX no eran distintos de los anteriores intelectuales y estaban fuera “del mundo”, considerado éste como lugar en el que habita el común de los mortales;  no cabe duda de que pese a los intentos ilustrados de igualdad seguían estando en “su mundo” y este “su mundo” digamos que era un castillo, o si ustedes lo prefieren, una especie de club privado en el que lo que contaba a la hora de ser admitido no era el montante bancario sino el cognitivo. En el tiempo de Schmitt lo exigido consistía en la posesión de profundos conocimientos repartidos en las diversas Torres y Alas del “Castillo del Saber”. Allí se albergaba la cultura y filosofía greco-latina, teología, ciencias de la naturaleza, matemáticas, arte, música, filosofía, historia, política y, aunque raramente se nombre, los conocimientos acerca del pensamiento esotérico, místico y, en definitiva, hermético, porque también este saber formaba parte de lo que ellos consideraban Saber Total, que era precisamente lo que conformaba el “Castillo”, el “club” o como ustedes deseen llamarlo; para entrar en ese círculo de intelectuales se exigía que lo que suele denominarse saber erudito fuera lo más extenso posible para a partir de ahí formar y conformar sus reflexiones acerca del mundo en que vivían que, como ya digo, no era “el mundo de los mortales” sino el suyo propio. 

Y sí, es cierto, la mayoría de los intelectuales, con independencia de sus concepciones políticas, los realistas como los idealistas, los liberales como los tradicionalistas, eran elitistas; lo eran en tanto que se movían en círculos restringidos y separados del mundo y no tenían la menor duda de la conveniencia de que así fuera; es por este motivo y desde este punto de vista considerado, lo que determina que todos los intelectuales fueran en mayor o menor medida antidemocráticos – incluso por muy democráticas que a primera vista parecieran sus teorías: todos ellos estaban intentando salvar “su mundo”, “su castillo” de los advenedizos, igual que los integrantes de los clubs ingleses más prestigiosos se oponen ferozmente a la apertura al “público” (“¡Público!”, piensan aterrorizados, “¡qué desagradable palabra!”) al tiempo que criticaban la popularización del saber, puesto que a sus ojos ello implicaba la deformación y la disolución del saber mismo (la popularización del saber es la toma del poder del mundo de la sabiduría por ese “¡Público!” al que tanto temen los socios de los más selectos clubs ingleses.) Esto se muestra especialmente en el capítulo final de la era de las neutralizaciones y de las despolitizaciones en el apartado 2, titulado “Las etapas de la neutralización y despolitización” “Del abismo de una nada cultural y social surgían una y otra vez nuevas masas ajenas y hasta hostiles a la cultura y al gusto tradicionales. (...) El miedo a la nada cultural y social fue en parte más bien producto de un terror pánico ante las amenazas al status quo que de un conocimiento ecuánime sobre la peculiaridad de los procesos espirituales y de su dinámica”. (pg.120) y anteriormente en la página 113 había escrito;  “Al teólogo y predicador del siglo XVI le sigue el erudito sistemático del siglo XVII, que vive en una verdadera república de los sabios y se encuentra muy alejado de las masas.” La pregunta que formula Schmitt es la de  “hasta qué punto los economistas nacionales y los síndicos con formación de economistas pueden representar una élite espiritual con capacidad de dirección.”

En efecto: los nuevos tiempos a los que todos esos intelectuales hubieron de hacer frente no resultaron fáciles en absoluto. La Torre de Marfil en la que los estetas se habían refugiado había sido derruida. Oscar Wilde murió sepultado bajo sus escombros y Huxley aún tuvo tiempo de huir y aunque nunca llegó a decidir en cual de las otras Torres del Castillo refugiarse: si en la Torre de la Mística o en la Torre Racionalista, al final de sus días pareció decantarse por la primera. 
Carl Schmitt y sus contemporáneos estaban parapetados en la Torre Racionalista del Castillo del Saber; Torre que, al igual que la Torre de Marfil de los estetas en su momento, estaba empezando a temblar y amenazaba con desmoronarse de un momento a otro ante las embestidas del exterior y su fragilidad interior.

Lo que se ha dado en llamar pesimismo cultural, que no es más que la repetida advertencia que los intelectuales alemanes de la época hacen ante el peligro de la decadencia cultural, expresa en realidad el desasosiego que éstos experimentaban al constatar que la Torre Racionalista en la que todos ellos habitaban, fuera cual fuera su tendencia, se estaba tambaleando. En dicha situación unos intentan resguardarse en otra Torre, otros huyen y algunos hacen alianzas con el enemigo: popularizan el saber y se integran en el proceso de marketing. En definitiva, se venden a la consideración y demanda social, adaptando sus teorías a la moda y al gusto “del mundo” en vez de dedicarse al desarrollo y criterio individual independiente de cualquier valoración social.

La confianza ilustrada en “el mundo” y en el libre deseo de mejorarse del individuo dinamitó el castillo del saber en el que los intelectuales normalmente habitaban y éstos no tardaron en comprender que ese “su mundo” había desaparecido. Los miembros de los más selectos clubs ingleses asistían con pavor al hundimiento de sus estructuras; uno de los cataclismos más terribles, peor aún que el del ingreso de los advenedizos, de eso no me cabe la menor duda, fue el ingreso de las mujeres. (Que en nuestros días actuales las intenten llevar “casi” a rastras al mundo de la tecnología, porque en el de la ciencia hace siglos que están, me inclina a pensar que se trata de una conspiración para que dejen de “husmear” en los legajos que los hombres consideran propios. La conspiración se agrava cuando se observa que, curiosamente, los medios de comunicación alientan a los varones a mostrar su lado más sensible, pero no les animan ni a escribir poesía, ni a dedicarse a la cultura.)

Esto no es más que una muestra de hasta qué punto ese “su mundo” había quedado derruido. No es que los intelectuales formen parte del grupo de los “sin techo” es que son además los “sin suelo”.

b) El nihilismo.

La desaparición del Axioma Primero (al cual los ilustrados no mataron sino que, como Nietzsche muy bien supo ver, simplemente murió) y su sustitución por el Axioma Hombre dejó al descubierto tanto la debilidad como la soledad del individuo. Ser Axioma lo obligaba primero a confrontarse con la figura del héroe (naturaleza humana y divina), dejando al descubierto la debilidad de su naturaleza humana; pero es que además, tenía que enfrentarse al hecho de que ya no existía un refugio en el que poder fortalecer esta debilidad, porque el Axioma Primero Dios, que era el que hasta entonces se lo había prestado, había muerto. El hombre quedaba así pues sentenciado a ser "en el mundo" hombre sin refugio y sin ideales supremos.

En eso consiste el nihilismo: en que el hombre descubre, comprende, que no es un héroe, que no tiene fuerza para hacer suyas los ideales ilustrados de progreso infinito y ascendente y de que está solo ante la eternidad sin axiomas últimos y con una sola arma: la elección.
El hombre nihilista está condenado a elegir.

En la práctica la actitud que el individuo puede tomar ante el nihilismo son fundamentalmente tres. A decir:

1.La elección de la muerte.

2.La elección ética. 

3.La elección anti-ética. 

En cada una de estas opciones, la elección no es sólo libre sino consecuente. Sin embargo en esta “elección” cabe una cuarta posibilidad, que es la que Nietzsche denuncia una y otra vez, por ejemplo en su obra “Utilidad y Perjuicio de la Historia para la vida”. En este ensayo el autor alemán expone el problema que padece el individuo de su tiempo: el de no tomarse en serio a sí mismo. 

Este no tomarse en serio a sí mismo le aparta de la autenticidad de la toma de decisión.

 En efecto, en cualquiera de los otros tres casos la elección del individuo era radical y auténtica. Ahora el individuo ha descubierto que puesto que lo lineal se ha demostrado ilusorio, su decisión tampoco tiene por qué serlo y por tanto no tiene porqué ser consecuente ante una existencia carente de sentido. Es en este preciso instante cuando el individuo deja de tomarse en serio a sí mismo y por tanto tampoco puede tomar en serio sus propias elecciones. La existencia no tiene sentido, su existencia tampoco; por tanto, tampoco sus decisiones la tienen ni tienen por qué tenerla. Este no tomarse en serio provoca, pues, que la toma de su decisión no sea ni radical ni auténtica. Así que, enlazando con el planteamiento de Nietzsche, el individuo que no se toma a sí mismo en serio, primero adopta la pose irónica y luego termina cayendo en el cinismo. Ese hombre no tiene una actitud ni coherente, ni sincera ni responsable, ni consecuente. Elige según el momento y el humor; elige sin reglas ni motivos; elige simplemente “porque sí” o “porque no”. En su elección no hay motivos, únicamente “apetencias”. Le apetece o no le apetece. Esto conduce, en efecto, al nacimiento del primer hombre o del último, según se prefiera, pero en cualquier caso genera el caos en la personalidad del individuo que al no considerarse en serio ha perdido el último asidero que le quedaba a la posibilidad de elegir y se ve arrojado indefectiblemente al cinismo.

Ello conduce no sólo al estancamiento y caída del individuo (que es lo que principalmente le interesaba a Nietzsche) sino de la sociedad entera (que es lo que a mí me desasosiega) porque de repente no es que no haya Axioma Primero, es que tampoco hay individuos responsables dispuestos a mantener la sociedad en pie, aunque sea por el simple hecho de que como dijo Terencio en boca de su personaje Cremes: “Homo sum: humani nihil a me alienum puto” (“Nada de lo humano me es ajeno”).

Schmitt no permanece ajeno a su tiempo, un tiempo que asiste con horror a las consecuencias en las que la desaparición del Axioma Primero ha abocado al hombre y a su sociedad: el nihilismo; y además al más terrible de todos ellos: al nihilismo cínico.

Unos tomarán la postura “realista” y desde ahí analizarán la situación político-estatal intentando resolverla según se presenten los hechos y las circunstancias, lo que desembocará en un tratamiento casuístico de los problemas políticos; otros tomarán la postura teológica e intentarán restablecer la importancia de la religión porque la considerarán espíritu en contra del nihilismo y de la técnica, que es materia muerta. Schmitt se niega a considerar que el nihilismo materialista al que debe enfrentarse su época sea simplemente “materia muerta”. En su opinión el materialismo es una metafísica activista. La religión no puede recuperarse sin más, la tradición no puede simplemente ser restablecida. Justo porque el materialismo es una metafísica y además activa (lo que en palabra de Ortega y Gasset podría denominarse “fe viva”) es por lo que aquellos que quieran reinstaurar la religión y  la tradición tendrán que luchar para conseguirlo.

Sin embargo la victoria, apunta Schmitt, no es fácil. Se necesita “la fuerza de un saber íntegro”. Nótese que dice “fuerza”. Ello hace referencia a que ha de tratarse de un saber vivo y sentido, que además haya de ser “íntegro” implica su carácter ético unido al carácter de absoluto, de atender a todas las perspectivas que se abran. Ha de contener la fuerza de un saber vivo.  Este "saber vivo" no tiene en mi opinión nada que ver con "popularización", sino una llamada de atención a los intelectuales a mantenerse activos y a considerar el conocimiento no como un producto en conserva, que se toma directamente después de abrir la lata, ni como instrumento escolástico sino como auténtica actividad mantenidad por el deseo, la curiosidad y la sinceridad; esto es: la integridad.

“El espíritu de la tecnicidad que ha conducido al credo masivo de un activismo antirreligioso en el más acá, es espíritu;  puede que sea un espíritu maligno y demoníaco, pero lo que no se puede es rechazarlo como mecanicista y atribuírselo a la técnica. Puede que sea algo cruel, pero en sí mismo no es ni técnico ni cosa de la máquina. Es la convicción de una metafísica activista, es fe en un poder y dominio sin límites del hombre sobre la naturaleza, incluso un poder sobre la physis humana, en un ilimitado “retroceso de las barreras naturales” en posibilidades ilimitadas de modificación y felicidad de la existencia humana en el más acá. A esto se lo podrá llamar fantástico o satánico, pero no simplemente muerto, carente de espíritu o mecánica sin alma” (Pg.120).

Y es justo por esta última frase por lo que Schmitt está convencido de la imposibilidad de neutralidad en ningún ámbito de la existencia, mucho menos en el moral. Porque de tratarse de una mecánica sin alma no haría falta luchar.

“Una agrupación que vea de su lado sólo espíritu y vida, y del otro sólo muerte y mecánica, no significa ni más ni menos que la renuncia a la lucha (...) Pues la vida no lucha con la muerte, ni el espíritu con la falta de él. El espíritu lucha contra el espíritu, la vida contra la vida, y es de la fuerza de un saber íntegro de donde nace el orden de las cosas. Ab integro nascitur ordo. (pg 121/122)

Segundo error, segundo problema.

2.       La inhabilitación del Axioma Político (Estado) y su sustitución por el liberalismo económico.

El Estado se enfrentaba al mismo problema que el individuo: al problema del nihilismo En este sentido, el hecho de que el Estado ya no se asentara en premisas teológicas obligaba a replantearse al Estado como axioma de lo político. Esto no le pasó desapercibido a Schmitt.

 “Encontrar una respuesta al problema de la desaparición del Estado clásico y a la confusión de conceptos no es fácil. El tiempo de los sistemas ha pasado. (...) ahora ya no se puede seguir edificando de esa manera (...) una posibilidad distinta y alternativa sería pasarse al aforismo. Pero a mí como jurista que soy, eso me resulta imposible. En el dilema entre sistema y aforismo sólo conozco una salida: mantener presente el fenómeno y someter las cuestiones que brotan incesantemente de situaciones siempre nuevas y tumultuosas a la verificación de sus criterios. Así un conocimiento enlaza con el anterior y empieza a formarse una cadena de corolarios” (pg. 46/47)

¿Qué actitud tomar ante la falta de sentido final de la existencia y ante la carencia de un Axioma Primero y Absoluto? Como sucedía en la esfera de lo individual, tres eran las posibilidades principales:

1) La de la elección de la muerte para que la libertad no pueda ser impedida por la existencia aun a sabiendas de que esta libertad se corresponde con la Nada. En el plano de una sociedad esto se traduce en un descenso preocupante de la natalidad, la introducción de la eutanasia, la legalidad del aborto, de la esterilización y del suicidio; desde la perspectiva de Schmitt (inspirada por Maquiavelo) un pueblo elige la muerte cuando se declara no beligerante o se opone a combatir al enemigo cuando es asaltado por éste, o cuando busca un protector que le defienda con lo que se someterá libremente a las premisas de ese defensor. En cualquier caso, afirma Schmitt, el resultado es que un pueblo débil desaparecerá.

2) La del imperativo categórico que un individuo se da a sí mismo y que implica la responsabilidad del individuo hacia la existencia y la libertad de elección del modo de actuar aunque esa actuación no esté respaldada por un Axioma Primero sino únicamente por la decisión libre del individuo, lo cual supera desde un punto de vista práctico el nihilismo.  Trasladado al plano político, ésta sería la del Estado Liberal, que asienta sus premisas en los Derechos universales - entre los que se incluyen los derechos universales del individuo - y en el principio de Humanidad. (Schmitt sin embargo es el hombre que sufre la ruptura y caída de la sociedad liberal de su tiempo. Y es justo aquí donde se centra todo su pensamiento y toda su desesperación)

3) La consideración de que puesto que “Dios no existe, todo está permitido” . El más nítido representante de esta idea en el ámbito político es el Estado totalitario, que emplea cualquier medio e instrumento que permita la pervivencia del régimen. (Y que Schmitt sarcásticamente pondrá como contra-ejemplo a ese liberalismo que agoniza. Más como el infierno que les espera, que como una nueva esperanza. A veces tengo la impresión de que se unió al nazismo para tirarse de cabeza al infierno y luego no quiso salir de él. ¿Pero quién sabe? Por lo visto incluso en sus diarios se declara antisemita; pero ¿puede uno confiar en los diarios del paranoico que según se dice era Schmitt? En fin. Dejemos el tema de su biografía porque no le veo solución alguna)

En cualquier caso y al igual que sucedía en el caso del individuo, hay que considerar que cada una de estas decisiones son libres, radicales y consecuentes. Desde la perspectiva estatal, el problema del cinismo no afecta ni a la sociedad que lenta pero inexorablemente elige morir  ni a los Estados totalitarios cuyo principal objetivo desde el momento mismo de su constitución es utilizar la ley y los medios que sean necesarios para mantener el régimen estatal y su unidad.

El único Estado pues al que incumbe la cuestión del cinismo, con todas las consecuencias que conlleva es al Estado Liberal (o ético por excelencia), en tanto que únicamente él puede perder realmente la eticidad.

En efecto, si el Estado Liberal deja de tomarse en serio a sí mismo, si su unidad está formada a base de individuos cínicos que no creen lo que dicen y por tanto tampoco creen en la unidad del Estado, en la importancia de lo político y de la cohesión social, en la distinción clara de amigo/enemigo y puesto que no cree en nada tampoco es capaz de determinar quién es amigo y quién enemigo, si los ciudadanos se reúnen en asociaciones no políticas con conflictos irresolubles entre ellas, resulta entonces que los derechos universales pasan a ser el trofeo de aquél que antes se haga con ellos y los presente como suyos, y las leyes son no la expresión de la imparcialidad y objetividad sino la consecuencia de la voluntad del legitimador. La ley deja de ser el garante contra los abusos del legitimador, que es lo que las teorías positivistas pretendían y se convierten en el instrumento de un legitimador oculto tras el velo de los derechos y principios universales. Y desde el momento en que uno los presenta como suyos ese uno puede lanzarse a la guerra más monstruosa para justamente luchar por ellos sin ni siquiera tener que declarar la guerra, jurídicamente regulada y declarada por Estados, primero: porque no hay Estados, puesto que la unidad no existe y no existe porque ni siquiera hay una unidad individual y segundo: porque cada uno puede considerarse “propietario”, “representante” y “defensor” de esos derechos. Mientras el sistema liberal permanece ajeno a la realidad, son sus enemigos: los revolucionarios y fundadores de los nuevos sistemas totalitarios precisamente, asegura Schmitt,  quienes han percibido su debilidad.

Desde mi punto de vista lo que Schmitt intenta es, más que imponer determinados criterios concretos, denunciar el abismo en el que el estado liberal está cayendo sin que sus contemporáneos anclados en el ciego optimismo en el hombre y en la sociedad de la ilustración, lo noten. 

Y ese abismo se llama cinismo. Los principios se mantienen por inercia, como si marcharan por sí solos, como si no hiciera falta más que seguir camino del ascendente y sin que , por tanto, se requiera de ninguna creencia para llevar a sus principios adelante y da igual lo que se haga y lo que se diga, da igual la ruptura individual. Como en la sociedad cínica ni la existencia, ni el individuo, ni tan siquiera la muerte, son conceptos a tener en cuenta, tampoco lo son el conocimiento, la consideración y  el respeto hacia el otro. A partir de ese momento lo único que cuenta es el instante separado de todos los otros instantes. De ahí a llegar al estado de naturaleza que describía Hobbes en su libro El Leviatán, en el que rige la guerra de todos contra todos, sólo hay un paso.

La cuestión del Estado en Schmitt es una de la más problemáticas a pesar de que en principio no parece plantear problemas.

“El concepto del Estado supone el de lo político. De acuerdo con el uso actual del término, el Estado es el status político de un pueblo organizado en el interior de unas fronteras territoriales. (...) El Estado representa un determinado modo de estar de un pueblo, esto es, el modo que contiene en el caso decisivo la pauta concluyente, y por esa razón, frente a los diversos status individuales y colectivos teóricamente posibles, él es el status por antonomasia”. (Pg.49)

 “El hecho de que el Estado sea su unidad, y que sea justamente la que marca la pauta, reposa sobre su carácter político. Una teoría pluralista es, o la teoría de un Estado que alcanza su unidad en virtud de un federalismo de asociaciones sociales, o bien simplemente una teoría de la disolución o refutación del Estado.” (pg.73)

Llegados a este punto se hace necesario explicar la distinción que Schmitt traza entre Estado como unidad política, Estado liberal y Estado total.

1. Estado considerado como unidad política

Esta, según Schmitt,  es la definición correcta de Estado.

“El Estado como unidad política es constituido por una agrupación humana que es decisiva y soberana en el sentido de que siempre por necesidad conceptual posee la competencia para decidir en el caso decisivo aunque se trate de un caso excepcional”. (pg 68)

Esta “unidad” en Schmitt no plantea ningún problema porque se trata de una agrupación según la dicotomía amigo/enemigo y sus motivos pueden ser, dice Schmitt, de diferente naturaleza en cada momento y época. Lo que en la teoría no pasa de ser una concepción contractual de la constitución del Estado, obliga dada la especial biografía y el especial momento en que Schmitt vivió, cómo de coherente ha de ser ese grupo. En mi opinión, sin embargo, creo que lo importante para Schmitt no es la homogeneidad de raza ni de religión, y puede que ni siquiera la de cultura sino la homogeneidad en la consideración de amigo/enemigo.

“Lo político puede extraer su fuerza de los ámbitos más diversos de la vida humana, de antagonismos religiosos, económicos, morales, etc. Por sí mismo lo político no acota un campo propio de la realidad, sino sólo un cierto grado de intensidad de la asociación o disociación de hombres. (...)La agrupación real en amigos y enemigos es en el plano del ser algo tan fuerte y decisivo que, en el momento en que una oposición no política produce una agrupación de esa índole pasan a segundo plano los anteriores criterios “puramente” religiosos o “puramente” económicos o “puramente” culturales, y dicha agrupación queda sometida a las condiciones y consecuencias totalmente nuevas y peculiares de una situación convertida en política con frecuencia harto inconsecuentes e “irracionales” desde la óptica de aquel punto de partida “puramente” religioso, “puramente” económico o fundado en cualquier otra “pureza”. (Pg. 68)

La cuestión que le interesa a Schmitt es la de afirmar que el Estado es una agrupación humana que constituye una unidad política. Esta unidad política además “marca la pauta” en el sentido de que se trata de una unidad decisiva y soberana, en tanto en cuanto que puede decidir en el caso decisivo, aunque se trate de un caso excepcional. (Pg.68)

“El Estado, en su condición de unidad política determinante, concentra en sí una competencia aterradora: la posibilidad de declarar la guerra y en consecuencia de disponer abiertamente de la vida de las personas. Pues el ius belli implica tal capacidad de disposición: significa la doble posibilidad de requerir por una parte de los miembros del propio pueblo la disponibilidad para matar y ser muertos, y por la otra de matar a las personas que se encuentran del otro lado del enemigo. Sin embargo la aportación de un Estado normal consiste sobre todo en producir dentro del Estado y su territorio una pacifiación completa, esto es, en procurar “paz, seguridad y orden” y crear así la situación normal que constituye el presupuesto necesario para que las normas jurídicas puedan tener vigencia en general, ya que toda norma presupone una situación normal y ninguna norma puede tener vigencia en una situación anómala por referencia a ella.
Esta necesidad de pacificación dentro del Estado tiene como consecuencia, en caso de situación crítica que el Estado como unidad política, mientras exista como tal, está capacitado para determinar por sí mismo también al “enemigo interior(Pg.75)

Es en esta cita, en mi opinión, en la que muchos extremistas (sean de la tendencia que sean) se apoyan para reivindicar a Schmitt como inspirador intelectual. Tres son los conceptos de los que se sirven: “unidad”, “posibilidad de declarar la guerra” y “determinar al enemigo interno”. Esto les resulta suficiente como base para a partir de ahí empezar a edificar su propio proyecto. Lamentablemente concluyen en lo que el propio Schmitt anticipó: en el Estado Total y esto no tiene nada que ver con la idea primera de Schmitt. Lo que Schmitt pretende salvar es la unidad del Estado y la dicotomía: amigo/enemigo. 

Hasta cierto punto, lo que Schmitt pretende es superar el caos y la confusión que imperan en la Torre Académica y Política de su tiempo. No es un Estado Total ni totalitario lo que pretende, sino un Estado unitario. Son dos cosas diferentes. La unidad en Schmitt no se basa, vuelvo a repetir, en la religión ni en la economía ni en los presupuestos morales sino en el claro establecimiento de quiénes son los amigos y quiénes son los enemigos y contra quién hay que luchar sin ser un asesino y contra quién no. Lo que pretende, por muy “realistas” (al estilo de Maquiavelo y Hobbes) que sean sus premisas, es superar el relativismo e incluso el cinismo de toda una época (la suya) concretizando los fines y los objetivos políticos, pero puesto que lo político incluye la posibilidad de lucha, lo primero que hay que hacer es concretar el amigo y el enemigo; y eso incluye tanto el exterior como el interior del Estado. En realidad, algo así es lo que se ha visto obligado a hacer el Estado de Derecho a causa de los atentados terroristas perpretados por residentes en el propio país.

2. El Estado concebido como Estado Liberal

La definición de Estado liberal que ofrece Schmitt es indisoluble a la crítica que le hace y se apoya en varias premisas.

a)      El liberalismo no es una verdadera teoría del Estado ni una idea política

“Pues si bien es cierto que el liberalismo no ha negado radicalmente el Estado, no lo es menos que tampoco ha hallado una teoría positiva ni una reforma propia del Estado, sino que tan sólo ha procurado vincular lo político a una ética y someterlo a lo económico; ha creado una doctrina de la división y equilibrio de los “poderes”, esto es, un sistema de trabas y controles del Estado que no es posible calificar de teoría del Estado o de principio de construcción política” (Pg. 90)

La consecuencia más inmediata que se deriva de esto es, a decir de Schmitt, la de que puesto que las dos únicas teorías que defienden la antropología del hombre son el anarquismo y el liberalismo y teniendo en cuenta que el anarquismo niega radicalmente el Estado (apoyado en esta bondad natural del hombre) y el liberalismo no es una auténtica teoría del Estado ni una idea política (puesto que transforma y diluye hasta hacerla desaparecer la oposición amigo/enemigo), no queda más remedio que admitir algo que “no dejará de inquietar a muchos: que todas las teorías políticas propiamente dichas presuponen que el hombre es “malo” y lo consideraran como un ser no sólo problemático sino “peligroso” y dinámico” (pg.90)

Schmitt apoya esta afirmación asegurando que “Teóricos de la política como Maquiavelo, Hobbes, frecuentemente también Fichte, lo único que hacen con su “pesimismo” es presuponer la realidad o posibilidad real de la distinción entre amigo y enemigo. En este sentido hay que entender en Hobbes, pensador político grande y sistemático donde los haya, en primer lugar la concepción “pesimista” del hombre; en segundo lugar, su correcta comprensión de que lo que desencadena las más terribles hostilidades es justamente el que cada una de las partes está convencida de poseer la verdad, la bondad y la justicia, y finalmente, en tercer lugar, que el bellum de todos contra todos no es un engendro de una fantasía obcecada y cruel, ni tampoco una mera filosofía de una sociedad burguesa que se está construyendo sobre la base de la libre “competencia” (Tönnies), sino que se trata de presupuestos elementales de un sistema de ideas específicamente político.” (Pg. 93/94)

Por otra parte es consciente de que “los hombres en general, al menos mientras la vida les resulta soportable o mientras les va bien, aman la ilusión de una quietud no amenazada y no soportan a los “pájaros de mal agüero”, (Pg 94) con lo cual no les resulta difícil descalificar a los pensadores políticos realistas de “inmorales, no económicos, acientíficos, y sobre todo –que es lo que importa políticamente- declararlos hors-la-loi en calidad de obra diabólica que hay que combatir” (pg. 94) Al leer esta última expresión supuse que con ella Schmitt se estaba refiriendo de manera encubierta a la obra que Strauss había escrito sobre Maquiavelo, en la que llega a calificarlo de demoniaco y a compararlo con el Príncipe de las Tinieblas. Pero la obra de Schmitt es de 1932 y la de Strauss fue publicada en 1958, así que imagino que la utilización del calificativo de “demoniaco” debía estar a la orden del día en aquella época.

La pregunta que se hará Schmitt es la de si el liberalismo individualista puede llegar a ser una idea política.

La respuesta tiene que ser negativa. Pues la negación de lo político que contiene todo individualismo consecuente conduce desde luego a una práctica política, la de la desconfianza contra todo poder político y forma del Estado imaginable, pero nunca a una teoría positiva propia del Estado y de la política. Existe pues una política liberal, en el sentido de una contrapropuesta polémica a las limitaciones estatales (...) Pero lo que no hay es una política liberal de carácter general, sino siempre únicamente una crítica liberal a la política. (...) Se trata de convertir al Estado en un “compromiso” y a sus instituciones en “válvulas” (...) (pg98)

b)       El liberalismo afirmando la pluralidad, destruye el Estado.

Lo convierte en una asociación política equiparable a las asociaciones de carácter religioso, económico, etc. Esto genera, a juicio de Schmitt, graves consecuencias: en primer lugar las teorías liberales son, llegados a esta situación, incapaces de definir qué es lo político; con lo cual el Estado termina transformándose en una sociedad en competencia con otras. (pg.73); en segundo lugar, cuando el liberalismo disuelve la unidad del Estado y afirma que la vida de un individuo se desarrolla en una pluralidad de asociaciones, olvida que muchas de esas asociaciones resultan inconciliables y vinculan al individuo “a una “pluralidad de obligaciones y lealtades” sin que quepa decir de alguna de estas asociaciones que es la incondicionalmente decisiva y soberana.” (pg.70) Es decir, se abandona el axioma Estado y con ello se despoja al sujeto del último reducto que le quedaba para poder agarrar y sostener su existencia. Su unidad como individuo quedaba rota cuando la Ilustración metafísica le despojó del Axioma Dios y ahora la Ilustración política le arrebata su unidad como ciudadano al destruir el Axioma político Estado. Si la pérdida del Axioma Dios lo dejaba a expensas del Nihilismo, la pérdida del Axioma Estado lejos de hacer desaparecer lo político a base de convertir al Estado en apolítico, consigue o bien tener que recurrir a “un concepto último, abarcante, monista-universal y nada pluralista”, como hacen Cole y Laski con su idea de “sociedad” y de “humanidad” (pg.73) o bien que todo sea político, con lo que se origina el Estado Total (pg.53)

Igualmente se muestra contrario a la ecuación que identifica política con política de partidos porque en su opinión esta política de partidos aparece a medida que se debilita la unidad política del Estado. La rivalidad entre los partidos adquiere entonces una intensidad de tal embergadura que la oposición amigo/enemigo deja de pensarse con respecto a la política exterior y empieza a ser interna, con lo que se puede llegar al estallido de la guerra civil. (pg. 62)

c)       La ingenuidad del liberalismo de creer en el sueño utópico-místico de un solo Estado.

El liberalismo estaba convencido que las cosas irían por sí solas, sin ningún grupo de poder que las dirigiese, aunque fuera de forma oculta, lo que a juicio de Schmitt encierra una ingenuidad destructiva. “Lo que hay que preguntarse es a qué hombres correspondería el tremendo poder vinculado a una civilización económica y técnica que comprendiese el conjunto de la Tierra. La pregunta no se puede desvirtuar con la esperanza de que para entonces todo “iría solo” que las cosas “se administrarían a sí mismas” y que ya no haría falta que unos hombres gobernasen a otros, ya que todos serían absolutamente “libres”. La pregunta es justamente “libres para qué” (pg.87)

d)      El liberalismo comete un grave error cuando abandona la dicotomía amigo/enemigo e introduce en su lugar la desmilitarización y la despolitización.

En lugar de conservar la dicotomía esencialmente política amigo/enemigo, dice Schmitt, el liberalismo prefiere moverse en “el seno de una polaridad típica y recurrente entre dos esferas heterogéneas, las de la ética y economía, espíritu y negocio, educación y propiedad” (Pg.98/99) (...) Conviene no olvidar que estos conceptos liberales se mueven siempre típicamente entre la ética (espiritualidad) y la economía (los negocios), e intentan, desde estos dos polos, aniquilar lo político como esfera de la “violencia invasora". Así el concepto político de la lucha se transforma en el pensamiento liberal, por el lado económico en competencia, y por el lado espiritual, en discusión.” (pg.99)

La tesis que defiende el liberalismo es que el individuo no tiene que combatir a vida y muerte contra ningún enemigo si él no lo quiere personalmente; “obligarle a combatir contra su voluntad sería desde el punto de vista del individuo privado, falta de libertad, violencia” (pg.99)

El resultado de todo ello es la introducción de lo que Schmitt denomina sistemas de conceptos desmilitarizados y despolitizados y la sustitución de los opuestos “guerra” y “paz” por los de la “competencia eterna” y de la “eterna discusión”.”El Estado se torna sociedad: del lado ético-espiritual, como representación ideológico-humanitaria de la humanidad; del lado contrario como unidad técnico-económica de un sistema unitario de producción y tráfico. La voluntad lógica y natural de rechazar al enemigo, dada dentro de la situación de lucha, se convierte en la construcción racional de un ideal o programa social, en una tendencia o un cálculo económico. El pueblo como unidad política se convierte, por un lado, en público interesado culturalmente, por el otro en personal laboral o empresarial y en masa de consumidores. Dominio y poder se convierten en propaganda y manipulación de masas, por lo que se refiere al aspecto espiritual, y en control por lo que se refiere al aspecto económico” (pg.100)

"Por otra parte pensar que una posición política obtenida con ayuda de la superioridad económica tendría que ser “esencialmente no belicosa” (como afirmaba J. Schumpeter) (...) era igualmente equivocado. Lo único esencialmente no belicoso aquí es la terminología, y ello por la esencia misma de la ideología liberal. (...) El adversario ya no se llama enemigo, pero en su condición de estorbo y ruptura de la paz se lo declara hors-la loi y hors l´humanité. (...) también este sistema, presuntamente apolítico y en apariencia incluso antipolítico está al servicio de agrupaciones de amigos y enemigos (...) y no podrá tampoco escapar a la consecuencia interna de lo político.” (pg. 106)

e)      El Estado liberal deja de tomarse en serio y consiguientemente deja de ser ético.

Con ello terminan de derrumbarse los presupuestos éticos en los que el liberalismo económico pretendía apoyarse y adopta posturas cínicas, hedonistas o derrotistas.

En opinión de Schmitt es el concepto liberal de “autonomía”, el que termina de dar el “coup de grace” al liberalismo; en primer lugar porque especializa los diferentes ámbitos de la existencia hasta llegar incluso a aislarlos; en segundo lugar, porque desaparecen los criterios de valor con lo cual llegamos a la posmodernidad, en la que nada tiene que ver con nada y en la que cualquier opinión es válida. “Le parece totalmente natural que el arte sea hijo de la libertd, que los juicios de valor estéticos hayan de ser incondicionalmente autónomos y el genio artístico soberano. En algunos países no se produjo un pathos genuinamente liberal hasta que esa libertad autónoma del arte no se sintió amenazada por el moralismo de los “apóstoles de la moralidad”. A su vez la moral se autonomizó respecto de metafísica y religión, la ciencia se desligó de religión, arte y moral, etc.” (pg.100)

Por otra parte, Schmitt denuncia lo que también otros muchos intelectuales de la época denunciaran: la falacia del lenguaje. El lenguaje tampoco se toma en serio a sí mismo  y por eso, lejos de servir para razonar y argumentar en búsqueda de la verdad, sirve para mentir, encubrir y ocultar. Se inventan nuevos términos para significar nuevas ideas que en realidad están encubriendo viejos conceptos. En realidad, dice Schmitt, ello se debe a que el propio lenguaje lleva en sí mismo la lucha. "El sentido polémico que tienen todos los conceptos y palabras y que es utilizado con vistas a un antagonismo concreto (...) cuya consecuencia última es una agrupación según amigos y enemigos (...) pero que en cuanto pierde vigencia esa situación se convierte en abstracciones vacías (...)” (pg. 60). Un ejemplo que pone Schmitt es el del empleo del término apolítico, que puede utilizarse descalificativamente en el sentido de estar fuera del mundo,  o  positivamente en el sentido de objetivo y neutral, en contraposición a político.

Esto sin embargo, no tiene nada que ver con el hecho –reconoce Schmitt- de que los términos y los conceptos cambian de significado a través del tiempo y de que las connotaciones que tenían en un principio han ido transformándose e incluso perdiéndose a lo largo del proceso histórico y que justamente por este motivo se hace necesario interpretar y reinterpretar los conceptos adecuadamente para no ser “estafados” por la inadecuada traslación de conceptos que algunos hacen. “Si a lo largo de lo últimos cuatro siglos ha estado desplazándose sin cesar el centro de gravedad de la vida espiritual, con él han tenido que ir modificándose también incesantemente la totalidad de los conceptos y de las palabras y es necesario tomar conciencia de la polivalencia de cada palabra y de cada concepto. La mayoría de los malentendidos, y ciertamente los más groseros de entre ellos (de los cuales por cierto viven muchos estafadores), se explican como traslación incorrecta de un concepto cuya raíz está en un cierto campo (sólo en la metafísica, o sólo en la moral, o sólo en la economía) a los demás dominios de la vida espiritual.” (Pg 112)

Un tercer rasgo de este liberalismo decadente consiste según Schmitt, además del fenómeno de la industrialización en el que se unen técnica y economía, en la mercantilización del arte y en el papel relevante que adquiere la economía en la sociedad, “el ejemplo más característico de esto lo constituye la conocida construcción teórica de historia y sociedad del sistema marxista.” (Pg.111)

“Con el siglo XIX lo que aparece es la era en la que se establece una conexión al parecer híbrida e imposible entre tendencias estético-románticas y económico-técnicas. En realidad el romanticismo del XIX (...) no significa sino la etapa intermedia de lo estético entre el moralismo del XVIII y el economicismo del XIX, una mera transición que se logró introduciendo la estética en todos los dominios del espíritu, y por cierto con gran facilidad y éxito. Pues el camino que va de la metafísica y la moral a la economía pasa por la estética, y la via del consumo y disfrute estéticos, todo lo sublime que se quiera, es la más cómoda y segura para llegar a una “economificación” general de la vida espiritual y a una constelación del espíritu que halle las categorías centrales de la existencia humana en la producción y el consumo.” (Pg. 111)

Respecto al marxismo, Schmitt lo pone como ejemplo de un sistema en el cual “la economía es la base y el fundamento, la “infraestructura” de todo lo espiritual. (...) En su conjunto el marxismo quiere pensar en términos económicos y se mantiene en ello hijo del siglo XIX, que es esencialmente económico.” (Pg. 111)

Con su despiadada crítica al liberalismo Schmitt pretende mostrar y demostrar que la desaparición del Estado como Axioma político no introduce más libertad individual, sino que convierte a esos individuos descompuestos y rotos, que no se toman en serio a sí mismos, en descompuestos y rotos conceptos que no significan lo que dicen significar, que construyen una ecuación en la cual “economía = espiritualidad”, que pretenden superar e incluso negar la realidad a base de nuevos constructos terminológicos como competidor, discutidor, lo que lejos de cambiar lo real únicamente introduce más confusión y caos en el pensamiento. En resumen: el liberalismo se engaña a base de ideas y términos ilusorios simplemente porque los avances tecnológicos le han llevado a creer que todo es posible. Incluso lo imposible. El nihilismo se impone en todos los terrenos porque el hombre en esa infinita posibilidad ha perdido su centro y ha dejado de tomarse en serio.

Conclusión

Así pues el liberalismo niega lo político al negar lo que es connatural a él que es la lucha y hacer desaparecer la dicotomía amigo/enemigo, Pg 65) – “pues es constitutivo del concepto de enemigo que en lo dominio de lo real se dé la eventualidad de una lucha” (pg 62) aunque lo político no sea la lucha misma sino “la conducta determinada por esta posibilidad real (...) así como en el cometido de distinguir correctamente entre amigos y enemigos” (pg 67) - e introduce en su lugar las figuras del adversario oral y el competidor económico pensando que así evita la confrontación amigo/enemigo, al tiempo que hace fracasar a la libertad porque en un Estado único, en el que todo marchara por si solo dependería únicamente de “una confesión de fé antropológica” (pg.87), más que de la posibilidad real del uso de la libertad. Por otra parte intentar acabar con el fenómeno de la guerra no es más que una ilusión porque la guerra “no tiene un sentido normativo sino existencial” (pg 78) “Desde este punto de vista “renegar de la guerra como asesinato para pretender luego que los hombres hagan guerras, se maten y se dejan matar en ellas, para “que nunca más haya guerra” es un engaño manifiesto” (pg. 78)

El Estado Total

En contraposición al Estado como unidad y al Estado liberal, el tercer tipo de Estado que aparece en la obra de Schmitt es el del Estado total. El Estado total se basa en la identidad entre Estado y sociedad y está dispuesto a abarcar en potencia todos los dominios de lo real. Todo lo que antes era estatal se vuelve social y todo lo que antes era social se vuelve estatal, cosa que se produce con carácter de necesidad en una comunidad organizada democráticamente. El Estado total se basa en la identidad entre Estado y sociedad. En esta modalidad de Estado todo es, al menos potencialmente, político. (pg.53) La conclusión de Smitt es que ese Estado total acabará con la despolitización del S.XIX y pondrá fin al principio (axioma) de una economía libre (apolítica) y de un Estado libre respecto de la economía (pg. 56)

Para ser sinceros, Schmitt apunta más que describe las peculiaridades del Estado Total. 

Un tipo de Estado Total es el Estado Totalitario.

Uno podría preguntarse por qué Schmitt critica tan ferozmente al liberalismo económico y no al comunismo, que Schmitt pone como ejemplo máximo del Estado Total y al que en ocasiones incluso parece alabar. En mi opinión, porque ya digo que no conozco la obra de Schmitt en profundidad, la impresión que he tenido al leer sus comentarios acerca del comunismo bolchevique es la de que se trata de un elogio amargo: Son justamente los revolucionarios comunistas como Mao y Lenin los que muestran con absoluta claridad y nitidez la veracidad de las tesis de Schmitt al aprovecharse de la debilidad del liberalismo económico para conseguir el poder. Son ellos los que se benefician de la difumación y dispersión de los límites entre amigo y enemigo, de la debilidad de considerar el imperio de la ley olvidando la cuestión de la legitimidad. (pg.68) Por otra parte Schmitt reconoce que el comunismo bolchevique ha hecho lo que el liberalismo burgués no se ha atrevió a hacer: definir claramente al enemigo, provocar la ruptura y abolir la monarquía. 

El comunismo bolchevique implica una unidad en el Estado, en tanto que ese Estado es constituido por la decisión soberana de un grupo de hombres y a partir de ahí se imponen una serie de leyes. Ese Estado se caracteriza por poseer una unidad que posibilita en el interior la paz, el orden y la seguridad e igualmente le capacita para determinar el enemigo interior a fin de evitar la guerra civil. Respecto al exterior el Estado es el que establece la distinción amigo/enemigo.

Por otra parte, y he aquí la paradoja, el Estado Total(itario) en tanto que representa una "unidad" y es capaz de determinar claramente quién es amigo/enemigo, encarna la definición de Estado que Schmitt considera apropiada. He aquí el grave problema que constituye la postura de Schmitt.

En cualquier caso, justamente porque el comunismo bolchevique utiliza las contradicciones internas del liberalismo, se apropia de ellas y las utiliza en su propio beneficio para imponerse frente a sus adversarios, representa, y Schmitt es consciente de ello, el mejor ejemplo para mostrar hasta sus últimas consecuencias adónde conducen la debilidad del liberalismo por un lado y las advertencias de Schmitt, por otro. No tardará en surgir el fenómeno de los fascismos, que no es sino otra forma de totalitarismo. Algunos pueden pensar que el totalitarismo es cínico. Pese a las apariencias, esto es un error. El totalitarismo es anti-ético y en este sentido utiliza cualquier medio a su alcance para lograr su objetivo; pero no hay duda de que no es cínico en tanto que se toma en serio, muy en serio, a sí mismo y a sus objetivos. En cambio es el Estado Liberal, apoyado en una postura ética, el que se precipita al cinismo cuando utiliza los derechos éticos para su propio hedonismo y capricho. Esa es la caída del Angel,que le precipita en los avernos.

Es por ello por lo que resulta imperiosamente necesario atender a las críticas de Schmitt y superarlas y esto por la misma razón por la que se hacía ineludible responder al acertijo de la esfinge: Para mantener la vida, - como los hechos inmediatamente posteriores se encargarán de demostrar.

¿Cómo solucionar los inconvenientes de la pluralidad sin caer en el Estado Total?

He de reconocer que aquí Schmitt hace malabarismos intelectuales cuando introduce el tema de la pluralidad.

En primer lugar  Schmitt reivindica la necesidad de una pluralidad política de Estados, lo que en su terminología podría expresarse en la existencia de una pluralidad de unidades políticas, que permita la existencia de lo político, es decir: la distinción amigo/enemigo y la posibilidad real de lucha. “La humanidad como tal no puede hacer una guerra, pues carece de enemigo, al menos sobre este planeta. El concepto de la humanidad excluye el del enemigo, pues ni siquiera el enemigo deja de ser hombres, de modo que aquí no hay ninguna distinción específica.” (Pg.83)

En segundo lugar, Schmitt admite una pluralidad cultural en la “Era de las Neutralizaciones y de las Despolitizaciones”. Allí afirma que en los últimos cuatro siglos el espíritu europeo ha ido recorriendo varias etapas o, lo que es lo mismo, dice, “ha ido dando pasos de un centro de gravedad a otro”. Sin embargo, a juicio de Schmitt “sería también un malentendido interpretar la secuencia de etapas como si en cada uno de esos siglos no hubiese habido nada más que ese centro de gravedad. Lo que existe siempre es más bien una cierta coexistencia pluralista de etapas que ya han sido recorridas. Personas del mismo tiempo y el mismo país, incluso de una misma familia, viven juntas cada una en una etapa diferente, y por ejemplo el Berlin actual está más cerca, medido en distancia cultural, de Nueva York o de Moscú que de Munich o de Tréveris” (Pg.110)

Así pues, Schmitt no sólo introduce el pluralismo sino incluso el movimiento en su concepción. En efecto: los centros cambian y las etapas coexisten y se superponen.

Hasta cierto punto es lógico que lo haga porque como después veremos la construcción de Schmitt es, a mi modo de ver,  dialéctica aunque distinta de la dialéctica hegeliana. Y por dialéctica, el pluralismo no puede quedar a su libre albedrío.

¿Qué es pues lo que promueve el movimiento manteniendo al mismo tiempo la unidad en ese pluralismo cultural cuyos sujetos se mueven en etapas diferentes?

La respuesta de Carl Schmitt no se hace esperar: las clases dirigentes.

“El desplazamiento de los ámbitos centrales se refiere pues tan sólo al hecho concreto de que en estos cuatro siglos de historia europea han ido cambiando las élites dirigentes; la evidencia de sus convicciones y argumentos se ha ido modificando sin cesar, como se ha ido modificando también el contenido de sus intereses espirituales, el principio de su actuar, el secreto de sus éxitos políticos y la disposición de las grandes masas a dejarse impresionar por una determinada clase de sugestiones” (Pg 110)

Que las élites son como son, es algo que Schmitt no se preocupa en justificar lo más mínimo; pero tampoco oculta el desprecio que siente por las grandes masas y a su propensión a dejarse impresionar por el brillo de las apariencias y no por la realidad del ser; masas que carecen del gusto por la reflexión y del juicio crítico y que van sin más motivo que el dejarse arrastrar por la opinión dominante, sea ésta cual sea y sin pasar por las etapas necesarias para asimilar las nuevas ideas correctamente.

“Bajo el impacto arrollador de inventos y realizaciones cada vez más novedosos y sorprendentes se ve nacer una religión del progreso técnico para la cual cualquier otro problema habrá de resolverse por sí solo gracias a aquél. Para las grandes masas de los países industrializados esta creencia fue tan evidente como natural. Ellas se saltaron todas las etapas intermedias que marcaron el pensamiento de las élites dirigentes, y entre ellas la religión de los milagros y del más allá se convirtió, sin solución de continuidad, en una religión del milagro técnico (...) Una religiosidad mágica da paso a una técnica no menos mágica.(Pg.110/111)

En tercer lugar Schmitt admite una pluralidad espiritual sociológica; sin embargo esta pluralidad queda relativizada en tanto en cuanto pertenece a un centro y en tanto que en ese centro existe una figura espiritual dominante: el clerc. Esto se mantiene claramente hasta el siglo XVIII, siglo todavía aristocrático; en lo que al siglo XIX respecta, Schmitt indica que “no hay que dejarse inducir a error por el “intermezzo” del genio romántico ni por los muchos sacerdotes de una religión privada. El clerc del siglo XIX (el máximo exponente es K. Marx) se convierte en experto económico.”  (Pg.114) La pregunta que lanza Schmitt es si la de si los economistas pueden verdaderamente representar “una élite espiritual con capacidad de dirección”

Esta frase que en nuestro momento actual ha sido repetida hasta la saciedad para atacar al liberalismo desde posturas marxistas, no es, sin embargo, así pensada por Schmitt. Su crítica a la “economificación” como él la denomina, se dirige tanto a los ámbitos liberales como a los marxistas. Los unos mercantilizan el arte y los otros espiritualizan a la economía hasta convertir a la técnica en lo que Schmitt considera una mera vulgarización. En el fondo esta es la idea dominante de la época y será compartida por otros muchos intelectuales, entre ellos –como ya hemos visto en entradas anteriores en este mismo Blog - Huxley y Bertrand Russell. Lo que en realidad subyace a esta denuncia no es más que la constatación de que la Torre de Marfil Intelectual, su Torre, se está derrumbando sin remedio.

 Y éste, justamente este, es el problema crucial que ocupa y preocupa a Schmitt.

Lo que yo denomino “Torre de Marfil” es lo que Schmitt llama “Centro espiritual” y es él quien otorga al Estado su unidad.

“Ahora bien, es sobre todo el Estado el que adquiere su realidad y su fuerza a partir de lo que en cada caso constituye ese ámbito central, ya que los temas en litigio que marcan la pauta para las agrupaciones de amigos y enemigos se determinan igualmente por referencia al ámbito de la realidad que es el decisivo en cada caso. Mientras lo teológico-religioso ocupó una posición central, la frase cuius regio eius religio tuvo un sentido político. Cuando lo teológico-religioso dejó de ser el dominio central, también esta frase perdió su interés práctico. Entretanto se ha desplazado primero al estadio cultural de la nación y del principio de la nacionalidad (cuius regio eius natio), para terminar en el reino de lo económico, donde lo que quiere decir es que en el interior de un mismo Estado no pueden existir dos sistemas económicos contrarios. (...) Lo esencial de este fenómeno es que un Estado de economía homogénea se corresponde con un determinado pensamiento económico.” (Pg. 115)

¿Cuál es el objetivo último de Schmitt al afirmar que es el ámbito central el que confiere la unidad del Estado?

Ni más ni menos que demostrar el absurdo del Estado Liberal por establecer su centro en la neutralidad. La neutralidad, a decir de Schmitt, es imposible desde el momento en que sistemas económicos contrarios no pueden convivir en un mismo Estado, y lo mismo respecto a sistemas de valores contrarios.

Schmitt reconoce que el esfuerzo de la sociedad occidental se ha orientado a lo largo de los últimos cuatro siglos a la búsqueda de una esfera neutral; fue por este motivo por lo que según Schmitt se abandonó el centro teológico que tantas guerras y conflictos originó en el siglo XVI y sus conceptos se convirtieron en cuestiones privadas. El problema es que “En Europa la humanidad está siempre saliendo de un campo de batalla para entrar en un terreno neutral, y una y otra vez el recién alcanzado terreno neutral se vuelve nuevamente campo de batalla y hace necesario buscar nuevas esferas de neutralidad. Tampoco la ciencia natural pudo traer la paz. Las guerras de religión se convirtieron en las guerras nacionales del siglo XIX, todavía en parte culturales, pero ya también determinadas en parte por la economía. Al final fueron puras y simples guerras económicas.” (Pg. 117)


Tercer error, tercer problema.

3.       El fracaso de la declaración de los derechos universales

Lo que Schmitt intenta es primero: determinar los cimientos en que ese Estado liberal ha de asentarse si quiere mantenerse firme frente a las embestidas. No se trata de defender derechos universales, absolutos y sin contenido, del que cualquiera puede apropiarse sino que se trata de concretizarlos y de atender a la realidad y circunstancia del momento. En este sentido se puede considerar un autor realista. Segundo: arremete contra las contradicciones internas del liberalismo al afirmar que es imposible ser amigo de todos y enemigo de nadie y que ello únicamente provoca confusiones en el Estado que serán aprovechados por el enemigo para conquistarlo; que hay que desconfiar de la validez de la teoría antropológica del individuo según la cual el hombre es bueno por naturaleza y va a preocuparse únicamente por su desarrollo ascendente porque la realidad demuestra el error de esta premisa;  que no hay que dinamitar al Estado ya que éste simboliza la unidad y menos aún enfrentarlo al individuo, que se reune en asociaciones porque las asociaciones dentro de un Estado poseen diferencias irreconciliables, además que a base de no querer lo político termina convirtiéndose todo en político, o sea, en Estado Total y finalmente Schmitt afirma que es necesario negar la neutralidad de los valores y de las leyes y aceptar que son la expresión de un poder o grupo de poderes y que por tanto, la neutralidad es siempre falsa: un espejismo.

a)      El fracaso de considerar a los valores eternos, inmutables e imparciales, porque ello impide prestar atención a las circunstancias de cada sociedad.

. Los derechos universales son así conceptos vacíos que todos usan para su propio provecho y para lanzarlos como arma arrojadiza contra la espalda del adversario, dice Schmitt.

b)      El fracaso de la neutralidad en la esfera legal, moral y científica.

La neutralidad (imparcialidad) en la esfera legal hará olvidar la cuestión de la legitimidad.

Referido a la esfera estatal, el positivismo era una forma de limitar el poder a los que se consideraban legitimados para imponer su ley, siempre arbitraria.

Schmitt se situó en contra del positivismo por considerar que representaba en el ámbito jurídico, lo que la técnica en el ámbito científico y los derechos universales en el moral: la neutralidad. Schmitt se opuso siempre a la posibilidad de que el Estado, la vida en general, pudiera ser neutral. En su opinión la neutralidad, incluso la neutralidad de la ley que el pensamiento positivista defendía, no enmascara más que nuevas fórmulas de poder y nuevos grupos que lo detentan tras las bambalinas. Schmitt cuestiona tanto la neutralidad de la legalidad como la propia capacidad de la legalidad para hacer frente por sí sola a situaciones inesperadas. A su juicio el problema del positivismo es que centra toda su atención en el tema de la legalidad olvidando, en cambio, el problema de la legitimidad, lo que permite convertir la cuestión de la legalidad o ilegalidad en un arma arrojadiza contra la espalda del adversario político. De hecho esto es lo que justamente muestra en el prólogo de 1963 de su libro “Legalidad y Legitimidad” (1932). Allí, en ese prólogo de 1963, Schmitt narra cómo Hitler pudo acceder al poder sirviéndose de la legalidad; concretamente del artículo 48, sección 2 de la Constitución del Reich que otorgaba el derecho a promulgar ordenanzas de necesidad, al tiempo que la Ley Fundamental de 1949 de Bonn “pretende restaurar el concepto clásico de ley; por eso considera a la ley como norma general cuando se trata de establecer limitaciones a los derechos fundamentales (art.19, párrafo 1) También procura limitar a las disposiciones el puente legal existente en toda concesión legislativa de poderes (art.80) (...) Así pues la distinción entre leyes y disposiciones ha penetrado en la propia ley y ha llevado a establecer una distinción entre leyes jurídicas y leyes-disposiciones o normativas. Con ello no se hace otra cosa que poner de manifiesto la progresiva evolución hacia el Estado administrativo providencia”. (pg.XV-XVII, prólogo de 1963 "Legalidad y Legitimidad") Con respecto a este Estado Administrativo, Schmitt lo considera por un lado un Estado en el que todo marcha por sí mismo y las cosas se administran por sí mismas (pg.7 "Legalidad y Legitimidad")  pero por otro afirma que todo Estado totalitario es un Estado administrativo (pg. 9. "Legalidad y Legitimidad") (Ver la tesis de Schmitt en contra del positivismo pg. 32-33 de “Legalidad, Legitimidad”)

Referido al nivel individual, el caos político social en que la sociedad de su tiempo se encontraba obligó a muchos de ellos a decidir entre sus convicciones individuales o las órdenes sociales. Aunque a decir verdad, ¿qué epoca no lo ha hecho? En su obra “Diario de un filósofo” Kojève escribió en 1917 en Moscú un pasaje donde narra la batalla de Arginusas (406 a.d.C) y cuya conclusión final es: “Hier stehen wir wieder einmal vor dem Konflikt der Individuellen un der sozialle Moral. Der vor sich selbst und unschuldige Mensch ist vor der Gesellschaft verbrecherisch; unschuldig vor der Gesellschaft, aber verbrecherisch vor sich selbst. Anders gesagt, der ideell Unschuldige ist faktisch verbrecherisch. Dies beweist noch einmal das Vorhandensein des metaphysischen Parallelismus im Universum. Die Idee und die Realität verlaufen parallel, ohne aufeinander einzuwirken.“) („Estamos aquí nuevamente ante el conflicto de la moral social e individual. El que se ve así mismo inocente, es culpable ante la sociedad; inocente ante sí mismo, culpable ante la sociedad. Dicho de otro modo: el inocente ideal es de hecho culpable. Esto muestra nuevamente la existencia del paralelismo metafísico en el Universo. La Idea y la Realidad transcurren en paralelo sin influirse la una a la otra”. Moscú 1917)

Como se muestra en el pasaje arriba citado, el conflicto entre convencimiento individual y normativa social ya había surgido mucho antes. La única forma posible que muchos vieron para conciliar ambas dimensiones, la individual y la social, fue el positivismo. Las creencias eran individuales; el cumplimiento de la ley, no.

Los posteriores acontecimientos, y sobre todo el genocidio judío, que obligaron a preguntar “por qué los ciudadanos no se negaron a cumplir órdenes a toda vista no sólo injustas sino inhumanas” dieron la razón a Schmitt y terminaron por derruir las bases positivistas abriendo la puerta a la conciencia individual y a la desobediencia a la ley.

-          La neutralidad en los valores, permitirá que un determinado grupo se apropie de ellos, se erija en su leal defensor y en nombre de esos principios eternos: paz, libertad, humanidad... declare las guerras más cruentas por considerarlas la “última” de las guerras

“Cuando un Estado combate a su enemigo político en nombre de la humanidad, no se trata de una guerra de la humanidad sino de una guerra en la que un determinado Estado pretende apropiarse un concepto universal frente a su adversario, con el fin de identificarse con él (a costa del adversario), del mismo modo que se puede hacer un mal uso de la paz, el progreso, la civilización con el fin de reivindicarlos para uno mismo negándoselos al enemigo. “La humanidad” resulta ser un instrumento de lo más útil para las expansiones imperialistas, y en su forma ético-humanitaria constituye un vehículo específico del imperialismo económico. (...) Aducir el nombre de la “humanidad”, (....) confiscar el término (...) sólo puede poner de manifiesto la aterradora pretensión de negar al enemigo la calidad de hombres, declararlos hors-la-loi y hors l´humanité, y llevar así la guerra a la más extrema inhumanidad” (Pg. 83/84)

-          El doble fracaso de la técnica: ni neutral, ni liberadora.

“La técnica es siempre sólo instrumento y arma, y porque sirve a cualquiera no es neutral.(...) Un progreso técnico no necesita ser progreso metafísico ni moral, ni siquiera económico. Y si muchos hombres siguen esperando hoy día del perfeccionamiento técnico un progreso humanitario y moral, es que están vinculando técnica y moral de forma mágica, y además de esto están presuponiendo con no pequeña ingenuidad que el grandioso instrumental de la técnica contemporánea sólo va a ser utilizado en el sentido que ellos le darían.” (Pg.118)

La tan cacareada neutralidad de la técnica únicamente conduce a la nada espiritual. (Crf. Pg. 119)

Por otra parte, al contrario del papel liberador para el individuo que cumplió la técnica en otros periodos de la historia, en el que vive Schmitt no sólo promueven el individualismo (y la rebelión) sino que lo impiden. A lo único que contribuyen los nuevos inventos es a la masificación y a la servidumbre. “Hoy en día los inventos técnicos son medios para una inaudita dominación de las masas” (Pg. 119)  y lo que una religión de masas vulgar esperaba de esa neutralidad aparente de la técnica era justamente un paraiso humano (Cfr. Pg 119) Lejos de alcanzarlo, lo que las masas sufren es miedo, terror. “Pero el miedo no era en definitiva otra cosa que un desesperar de la propia capacidad de poner a su servicio el grandioso instrumental de la nueva técnica, a pesar de que éste no espera otra cosa que alguien que se sirva de él” (Pg.120)

Carl Schmitt seguirá dedicándose a este tema y escribirá un librito titulado “Die Tyrannei der Werte” (“La tiranía de los valores”) cuya tesis central puede resumirse en la cuestión “Wer ist es nun, der hier die Werte setz? (pg. 39 de Die Tyrannei der Werte. Ed. Duncker und Humblot. Berlin)  Es decir, la pregunta por quién impone los valores, porque éstos, sostiene Schmitt, no son nunca ni neutrales ni eternos sino que representan líneas y directrices de poder.

Conclusión final.

La paz no ha conseguido superar las aporías que Schmitt formuló, aporías que partían todas ellas del mismo núcleo: el nihilismo. De todos sus desafíos, el más preocupante y el que antes urge resolver es su tesis de que el liberalismo económico está condenado desde su propia raiz al fracaso. Dificilmente sin embargo podemos resolver esta si no decidimos antes cómo solucionar la cuestión del nihilismo; esto es: la conducta que un hombre ha de seguir a pesar de que sabe que su vida no tiene sentido porque no hay ningún Axioma Primero que se la otorgue.

En mi opinión, Schmitt se caracteriza por ser todo menos nihilista materialista. Primero porque él cree en principios eternos e inmutables aunque esas categorías sean: amigo/enemigo. En segundo lugar porque su alabanza del comunismo no es tal sino la muestra de adónde conduce la caída del liberalismo. En tercer lugar porque desconfía y es tan crítico e individualista como pudieron serlo cualquiera de los ilustrados anteriores. No es ajeno a los vaivenes de su época y apela a un saber íntegro pero justamente debido a su antropología negativa del hombre y a su propia experiencia es consciente de que a ese saber íntegro no se llega ni directa ni linealmente sino que es la consecuencia de una constante lucha.

Por otra parte creo que refutar las teorías de Schmitt resulta –desde un plano estrictamente teórico- sencillamente imposible.

El motivo que me lleva a esta conclusión, que a muchos puede parecer escandalosa y por escandalosa ni siquiera digna de ser atendida, no se debe ni al derrotismo ni a mi conformidad con las tesis de Schmitt sino al hecho de que su argumentación se desarrolla a partir del razonamiento dialéctico y éste resulta, nos guste o no, indestructible. En eso por ejemplo se basa la grandeza (y miseria) del sistema dialéctico hegeliano. En realidad puede afirmarse que con Hegel se acaba la Filosofía y comienza otra fase que quizás puede ser denominada Anti-filosofía con la esperanza de que algún día (tal vez) lleguemos a una síntesis; pero desde luego al día de hoy hemos de aceptar que la Filosofia como tal ha desaparecido y únicamente pueden analizarse teorías filosóficas sumergidas en formol. A esto es a lo que se refiere Schmitt en el prólogo de la edición de 1963 al constatar que “el tiempo de los sistemas ha pasado” (Pg.46) Es cierto que en la pg. 101/102 Schmitt asegura que a las tríadas de Hegel y de Comte “les falta el incisivo vigor polémico de la antítesis bipolar. Tal es la razón por la que, pasados los tiempos de calma, fatiga e intentos de restauración, y reanudada la lucha, volvió a imponerse de inmediato la simple contraposición dual.(...) El ejemplo más llamativo, y de más abultadas consecuencias histórcas, es la antítesis entre burgués y proletario formulada por Karl Marx (...)” (pg.102)

Sin embargo, esta vuelta a la antítesis bipolar –que a Schmitt le resulta igualmente útil para afianzar la oposición por él establecida de amigo/enemigo no significa ni mucho menos la desaparición del sistema dialéctico, sino únicamente que la tríada es sustituida por un antagonismo de dos conceptos. Y el sistema dialéctico le sirve a Schmitt por la sencilla razón de que es indestructible. Lo más que se puede hacer es lo que Nietzsche llevó a cabo en su día: protestar vehementemente y exigir la salida inmediata de esa “cárcel” en la que el proceso dialéctico introduce al individuo y a todo lo que tiene que ver con éste ya que posee además los instrumentos necesarios para posibilitar la autoregeneración del sistema. De ahí también que resulte tan difícil, por no decir imposible, contrarrestar las tesis de Schmitt salvo que se empleen los mismos métodos que se utilizan contra el sistema hegeliano: la destrucción completa del mismo.

No obstante es indudable que entre el sistema dialéctico hegeliano y el de Schmitt existen algunas diferencias, más allá del existente entre tríadas (hegelianas) y binomio (schmittiano)

En primer lugar el sistema dialéctico hegeliano es ascendente y se autorealiza hasta llegar al Absoluto. El sistema de Schmitt, en cambio, se caracteriza por ser autodestructivo. Esto no contradice en nada nuestra anterior premisa según la cual el sistema dialéctico es indestructible. Trasladado al pensamiento de Schmitt podríamos afirmar que su sistema se trata de un sistema indestructiblemente autodestructivo. Y esto porque la decisión soberana y primaria del grupo que constituye el Estado lleva dentro de sí el germen de su propia corrupción. En efecto: el sistema dialéctico de Schmitt no está pensado para el cumplimiento de una Absoluto sino para una sucesión de estadios que pasan del Estado normal de cosas al Estado de excepción y a la necesidad de la constitución de una nueva decisión soberana. En este sentido recuerda, aunque sea lejanamente, al esquema de Maquiavelo acerca de los sucesivos sistemas de gobierno, con la diferencia de que en Schmitt no se trata de una caída de gobierno y su cambio por otra, sino de una caida de una decisión soberana constituyente y la formación de otra decisión soberana constituyente a partir de la situación excepcional que la caida de la anterior ha provocado. En Schmitt no son gobiernos los que se suceden sino Estados los que se constituyen.

En segundo lugar, y en relación con lo anterior, el sistema dialéctico hegeliano puede denominarse “positivo” en tanto que supone un ascenso y una realización además de un proceso superador de la negación y de la antítesis. Por el contrario el sistema dialéctico de Schmitt es “negativo” en tanto en cuanto el gérmen de su destrucción está contenido en la decisión soberana del grupo de constituir el Estado y empieza a actuar desde la constitución misma del Estado. Esto no lo dice Schmitt pero es que no hay otra forma de entender cómo se pierde la unidad y se origina la guerra civil.

En tercer lugar, el sistema dialéctico de Hegel introduce la negación y la supera. El sistema dialéctico de Schmitt, en tanto que introduce la oposición frontal amigo/enemigo no prevé la posibilidad de una superación más que a través del conflicto (que entraña lucha y victoria). Es un sistema dialéctico en el que hay una dicotomía enfrentada. Es un sistema dialéctico en tanto que dicha oposición no es alternante. No se trata de que durante un tiempo rige uno y acto seguido rige el otro, sino que se trata de una oposición que o bien mantiene el status quo o bien es una oposición superadora en tanto en cuanto que provoca la ruptura (el estado excepcional) y ello exige nuevamente la decisión soberana de constituir un nuevo Estado.

En cuarto lugar y a pesar del empeño de Schmitt de superar las tríadas en su versión hegeliana y comtiana y de afirmar que es la contraposición dual lo que termina imperando, hay que reconocer que él mismo no lo consigue. A mi modo de ver, cuando establece las categorías últimas de lo político “enemigo/amigo”, creo que Schmitt debería haber pensado en un tercer concepto: el de extraño (Fremde), que como muestra Philip Claudel en “El informe de Brodeck” no es sinónimo de otro, distinto (Anderer), que sería la figura del "enemigo" en Schmitt. El “Fremde” aunque sea en su concepción de pueblo extraño todavía no es "enemigo", todavía no es el "otro"; el "Fremde" se coloca en el borde del círculo y ocupa una posición pasiva. El Estado todavía no ha decidido cómo considerarlo ni ha resuelto qué hacer con ese pueblo extraño a él que, sin embargo, no es ni amigo ni enemigo. Puede admitirlo como “amigo” o rechazarlo como “enemigo” pero en tanto que la consideración de “Fremde” se mantiene no hay una hostilidad manifiesta contra él ni un vínculo amical. Es una relación que o bien se mantiene en suspenso hasta aclararla o bien provoca el fastidio pero no es ni lo uno ni lo otro. Pretender que amigo/enemigo sea lo mismo que bello/feo a la estética y bueno/malo a la moral no es más que establecer una simplificación de conceptos que si bien no encuentran obstáculos en el plano teórico, en la realidad presentan constantemente dificultades y obstáculos que superar. Con la distinción amigo/enemigo sucede lo mismo que con la distinción bello/feo o bueno/malo: en el momento en que abandonamos el plano teórico o tenemos que recurrir a críticos o a jerarquías y no es raro que se termine en la simple casuística. Que Schmitt intente solucionar este problema distinguiendo entre inimicus (amigo/enemigo a nivel privado) y hostis (amigo/enemigo entre pueblos) y afirme que él se refiere a hostis, no soluciona en absoluto el problema que tal dicotomía encuentra al trasladarse al plano práctico.

Éste es por ejemplo uno de los problemas que la sociedad europea ha de resolver actualmente respecto a los emigrantes y refugiados: ¿son “Fremde” en el sentido de extraños, de ajenos, de sitaudos en el borde del círculo europeo y por tanto con la posibilidad de integrarse porque quieren y se le permite integrarse o son “der Anderer”, el enemigo al que hay que vencer antes que tolerar ser vencidos por él? He aquí la cuestión que con tanta urgencia es necesario contestar. Aquéllos que toman en cuenta únicamente la dicotomía amigo/enemigo sin dejar margen para más conceptos únicamente pueden apoyar el conflicto como posibilidad real. Sin embargo los que consideran el término “Fremde” como una posibilidad mantienen la esperanza en que las estructuras del Estado disponga de mecanismos de perpetuación incluso ante la introducción de nuevos elementos sin que éstos hayan de ser forzosamente definidos como “amigos” o “enemigos” y por tanto cabe la posibilidad de un diálogo conciliador; al menos hasta donde ese diálogo conciliador es posible. Para estos últimos la distinción amigo/enemigo no es algo constitutivo de la política sino algo restringido a la lucha, especialmente a la guerra. Y esto porque esencial a la política no es la lucha sino la resolución de conflictos y la conciliación de intereses. En suma: una construcción en tensión pero no en oposición.

Desde la consideración dialéctica de Schmitt tal discusión, sin embargo, podría compararse a la confrontación que él traza entre pacifistas y no-pacifistas. En su opinión, si los pacifistas se decantasen por declarar una guerra por la no-guerra, habrían caido en lo mismo que habían querido evitar con el agravante de que puesto que se llevaría a cabo con el convencimiento de que se trataba de una guerra última para acabar con todas las guerras futuras, sería una guerra de consecuencias apocalípticas en el sentido de que intentaría aniquilar total y absolutamente al enemigo y no únicamente devolverlo dentro de sus fronteras originarias. El dialéctico-negativo Schmitt no deja opción para la paz porque en caso de que el pueblo se negase a luchar o buscase la protección en otro pueblo sería, sencillamente, arrasado o simplemente desaparecería como entidad independiente.

Cabe hacer una última observación: Afirmar que el pensamiento de Schmitt conduce al fascismo no es sólo una conclusión demasiado fácil sino inexacta. Y ello porque en principio el pensamiento de Schmitt no conduce a nada que no sea la consideración de la constitución y corrupción del Estado conforme su unidad se va debilitando, y en tanto que se trata de una dialéctica negativa no cabe duda de que el debilitamiento de esta unidad es inevitable y se hace especialmente inevitable –afirma Schmitt- en el Estado liberal. En el Estado liberal más que en el totalitario porque éste no tiene ningún escrúpulo en utilizar todos los medios a su alcance para perpetuarse y la posibilidad de la existencia de un enemigo interior queda bastante debilitada. El Estado liberal, en cambio, ha de hacer frente tanto al enemigo interno, a la pluralidad de asociaciones, a la inconexión de valores y objetivos, a la lucha de partidos, tanto como al enemigo externo.

En este sentido, el libro de Schmitt y su crítica al liberalismo podría muy bien titularse “Crónica de una muerte anunciada”. En realidad este título no es más que la expresión de una verdad total y absoluta que no hay forma de contradecir: cualquier vida es la crónica de una muerte anunciada. Nacemos para morir. El hombre vive hasta que muere. La afirmación de Schmitt es la de que el liberalismo ha nacido especialmente débil. Pero esto tampoco es afirmar mucho. Mozart, Novalis y muchos otros genios son la prueba evidente de que a veces un periodo corto de existencia resulta mucho más fructífero que una larga vida inactiva, ineficaz y degradada.

Nadie duda de que el liberalismo se caracteriza por una gran debilidad y sólo puede prosperar en periodos caracterizados por un firme deseo del individuo de automejorarse y de desarrollar al máximo las facultades de la virtud y del conocimiento así como la existencia de una cierta prosperidad económica en la sociedad. Eso es cierto y nadie lo niega. Pero una vez sabidos cuáles son los requisitos no cabe duda de que es a la sociedad y al individuo mismo a los que compete llevarlos adelante y convertirlos en fuerza activa. El mismo Schmitt que señala que el liberalismo está condenado a una pronta muerte por la debilidad constitucional que lo caracteriza es el que ofrece la solución para mantenerlo el máximo tiempo no sólo con vida sino activo: la fuerza de un saber íntegro.

Sin la fuerza de un espíritu vivo todo, dice Schmitt, está perdido y es entonces cuando la sombra del Estado totalitario y del espíritu nihilista materialista, que tanto atormentó a los pensadores y artistas de la época y que no han sido capaces de superar los pensadores y artistas de la nuestra, se perfila cada vez más visiblemente en el horizonte.

Schmitt es la esfinge a la que resulta preciso contestar, no con palabras sino con acciones dirigidas desde el pensamiento ilustrado. 

Lo que Schmitt denominó “la fuerza de un saber íntegro”.

Isabel Viñado Gascón.








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