sábado, 8 de noviembre de 2014

El juez y su verdugo. (1950-1951) Dürrenmatt.




Novela aparecida por capítulos entre el 15 de Diciembre 1950 y el 31 de Marzo de 1951 en 8 series, en el “Beobachter”


El juez y su verdugo.

 Argumento

El 3 de Noviembre de 1948, el inspector Alfonso Clenin encuentra aparcado un Mercedes azul al borde de la carretera. Se acerca a él pensando que el conductor está borracho, pero cuando abre la puerta del auto encuentra un hombre asesinado. Se trata de Ulrich Schmied, un teniente de policía de Bern.Schmied era un hombre culto, con estudios, y pertenecía a una buena familia. A su coche le llamaba “el Caronte azul”, en alusión a la mitología griega. Caronte era el barquero encargado de conducir a las almas al mundo de los muertos.

Su superior, el comisario Bärlach, es informado de este hecho. Bärlach había vivido un gran número de años en el extranjero y en Constantinopla y más tarde en Alemania,  se había perfilado como un gran criminalista.Había vivido en Frankfurt am Main, pero en el año treinta y uno regresó a su ciudad natal. La razón era que había dado una bofetada a un alto funcionario alemán. En Alemania se condenó ese acto de violencia y en Suiza levantó indignación. Sólo más tarde se consideró que dicho acto era el único posible en un ciudadano suizo: en el año cuarenta y cinco.

Mientras Bärlach prefiere guardar la confidencialidad de las investigaciones, al contrario que su superior Lucius Lutz influido por una visita a los centros policiales de Chicago y Nueva York. La falta del cosmopolitismo del suizo, su provincialismo, es un tema presente a lo largo de la novela. Esta vez, sin embargo, Bärlach no tiene tiempo para semejantes discusiones. Clenin y él se dan cita en el lugar del crimen. Allí, Bärlach encuentra un bala de revólver. La cuestión que, sin embargo, ocupa los pensamientos del detective que sufre de grandes dolores en el estómago es qué quería Schmied con un traje de etiqueta en el desfiladero de la ciudad de Twann. Su colega Tschanz pide a Bärlach si ya ha pensado en algún sospechoso.Éste le dice que su sospecha no se basa en la ciencia criminalística. Aunque es cierto que tiene una idea de quién podría ser el asesino, necesita  las pruebas que lo demuestren.

En uno de los varios reconocimientos, Bärlach encuentra un perro, que más que animal es bestia. El perro se avalanza contra su cuello. Es Tschanz quien dispara y mata al perro.  Más tarde averigüan que se trata de una raza exótica que viene de SudaméricaLas pesquisas les llevan hasta un tal Gastmann, un hombre extremadamente rico y generoso con las propias que celebra numerosas reuniones sociales a las que asisten incluso personas cuyo nombre desconoce. Es posible, por tanto, que Schmied hubiera estado en una de ellas pero lo cierto es que ninguno de los otros invitados ha oído nunca hablar de él. El señor Gastmann es filósofo, una actividad  a la que – como uno de ellos dice – se dedican todos aquéllos que piensan mucho y no hacen nada. En cualquier caso a la recepción a la que se supone que asistió Schmied bajo un nombre falso acudieron tres tipos de grupos. El primero estaba compuesto por artistas, el segundo por empresarios y el tercer grupo por una delegación política extranjera que bajo ningún concepto está dispuesta a permitir que trascienda que ha estado en contacto con el grupo de empresarios. Que tales grupos se encontraran en casa de Gastmann lo explica el hecho de que Gastmann fue representante de Argentina en China y presidente administrativo del consorcio de la hojalata. Por eso disfruta de la confianza tanto del Poder extranjero, como de los industriales.

Una de las primeras conclusiones es que Schmied conociera dicha conexión y hubiera sido descubierto y asesinado. No obstante, Schmied no actuaba cumpliendo órdenes de sus superiores, por lo cual, una posibilidad que se baraja es que Schmied fuera un espía. Lo que el abogado de Gastmann pide a la policía es que dejen de importunar a Gastmann. Hay millones en juego.

Acuden al entierro de Schmied. En el cementerio Bärlach y Tschanz encuentran a Anna, la novia de Schmied. El encuentro más sorprendente, sin embargo, lo tiene el comisario al regresar a su casa. Allí está, esperándole, el mísmisimo Gastmann, que lejos de ser un desconocido resulta ser un antiguo amigo del policía. El nombre “Gastmann” no es su verdadero nombre y el individuo que se hace llamar así es un peligroso delincuente cuyos crímenes nunca han podido ser demostrados por Bärlach. Cada vez le queda menos tiempo para conseguirlo. Los dolores de estómago se deben a una enfermedad incurable. Aún decidiéndose a operarse, los médicos no le pronostican más de un año de vida. “Te queda un año de vida y has estado cuarenta persiguiéndome. Ésa es el balance “ – le dice el falso Gastmann. (pg.67)

Es aquí donde tiene lugar la parte más interesante de la novela.

El discurso de Gastmann explica las diferentes posiciones de cada uno.

Bärlach defendía que cometer un crimen era una tontería porque es imposible predecir el comportamiento del otro. Resulta imposible tratar a las personas como figuras de ajedrez.

La tesis de Gastmann, por el contrario, afirmaba que justo la confusión de las relaciones humanas permite cometer delitos que no sólo no sean descubiertos sino que incluso impide el tan siquiera pensar en la posibilidad de que se haya cometido un delito.

Apostando cada uno de ellos por su argumentación y animados por el alcohol, Bärlach acepta la apuesta que le propone Gastmann y que consiste en probar en la realidad sus respectivas ideas, a ver quién de ellos tiene razón. Bärlach reconoce que nunca hubiera pensado que un ser humano pudiera tomar semejante apuesta en serio. Gastmann se ríe de él y le responde con las palabras cristianas “no nos hagas caer en la tentación”. Bärlach, según reconoce Gastmann, le hizo caer en la tentación.

Tres días más tarde Gastmann, en presencia de Bärlach, tiró a un comerciante alemán por el puente. Aquél hombre no sabía nadar. Aunque el comisario lo detuvo, el crimen de Gastmann no pudo ser demostrado. El tribunal de Gastmann creyó la versión que éste les proporciono: el comerciante estaba en bancarrota y había intentado salvarse intentando una estafa.

A partir de ahí, la vida de Gastmann ha estado dedicada a cometer crimen tras crimen. En su opinión él se ha mejorado como delincuente y Bärlach como criminalista. Al mismo tiempo le hace notar los diferentes resultados de sus actividades. Bärlach ha fracasado en su profesión, mientras él ha adquirido prestigio y dinero.

Gastmann se marcha llevándose con él, el acta con los resultados de las pesquisas que Schmied había llevado a cabo con sus actividades. Sabe que son las únicas pruebas que Bärlach tiene contra él y que el viejo detective no tiene ningún duplicado de las mismas.

La pregunta que Bärlach se hace cuando finalmente se queda a solas es una: ¿Qué es el hombre?

No tiene mucho tiempo en que pensar. Se encuentra con su colega Tschanz, que ha comprado el mercedes azul del asesinado Schmied y se dirigen a casa de un escritor amigo de Gastmann. A la pregunta directamente formulada por Bärlach si cree que Gastmann es el asesino de Schmied, contesta el escritor que a pesar de que le considera capaz de cometer cualquier crimen, en este caso  está plenamente convencido de que Gastmann no es el asesino. El escritor admira que Gastmann actúe movido por los principios nihilistas y no, como otros, para conseguir determinados fines: la mujer del otro, su dinero... Según el escrito, Gastmann puede practicar el bien, tanto como el mal. Es una cuestión que depende de su humor. A veces tiene la impresión de que el Mal es la filosofía de Gastmann de manera tan fanática como para otros lo es el Bien. Y pese a todo, el Mal para Gastmann, no es, en su opinión una expresión de ninguna filosofía, sino de su libertad: la libertad de la Nada.

En este caso, el escritor tiene razón. Gastmann no es el asesino. El verdadero asesino asalta a Bärlach y éste a duras penas puede defenderse. Cuando Bärlach encuentra a Gastmann le anuncia: “No he podido demostrar los crímenes que has cometido, pero podré culparte del crimen que no has cometido.” Más aún: Bärlach le comunica que va a ser su verdugo y que Gastmann no sobrevirá ese día.

Y en efecto, Tschanz asesina a Gastmann en su propia casa, después de haber ido a Anna, la novia de Schmied, a declararle su amor. Uno de los criados dispara. Gastmann muere riéndose. El acta que la policía encuentra acerca de Schmied, no deja lugar a dudas de que él es su asesino.

Sólo dos personas conocen la auténtica verdad: Bärlach y el verdadero asesino de Schmied: Tschanz, que le odiaba porque tenía todo lo que él no tenía pero hubiera querido tener y que ahora que ha muerto, está consiguiendo: su coche, su novia, su éxito profesional... Bärlach lo descubrió cuando Tschanz disparó al perro que lo atacó. La bala era la misma que se había acabado con la vida de Schmied. Bärlach confiesa a Tschanz que lo ha utilizado para acabar con Gastmann. Bärlach ha utilizado a Tschanz aprovechándose de la desesperación del asesino, que necesitaba encontrar a otro asesino y aparecer así como inocente. Bärlach le desvela que Tschanz ha sido en realidad su marioneta, que cuando asaltaron su casa para coger el acta con las notas de Schmied sabía que era Tschanz el asaltante y que si uno de los criados de Gastmann empezó a disparar es porque Bärlach había anunciado a éste que mandaría a alguien para matarlo.

“Entonces usted ha sido el juez y yo el verdugo” – concluye Tschan.

“Efectivamente” – reconoce Bärlach

Sin embargo, Bärlach le promete no delatarlo. Ya es suficiente con que haya ajusticiado a uno.

Tschanz se suicida arrojándose al tren.

Bärlach tiene que ir al Hospital a operarse. Sólo le queda un año de vida.

 
 
Comentario
En mi opinión, el gran tema alrededor del cual gira la mayor parte de la producción literaria de Dürrenmatt es la validez de la norma moral en un mundo gobernado por las directrices nihilistas.


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Una gran parte de la obra de Dürrenmatt se centra en analizar las desastrosas consecuencias que el nihilismo genera en la vida social. La más funesta de ellas : la desaparición de la moral, se deriva del siguiente enunciado: 

“Si Dios no existe, todo está permitido. Dios no existe. Ergo, todo está permitido”.

En un sistema así, únicamente el descubrimiento de los crímenes que lleva a cabo el malvado puede interrumpir su actividad delictiva.

Dos son, en esencia, las cuestiones  que preocupan a Dürrenmatt.

-          La primera es de naturaleza teórica. Se refiere a la pregunta por la supervivencia de la moral en un mundo dominado por semejante filosofía.

-          La segunda reviste un carácter práctico: Dürrenmatt trata de determinar cuál ha de ser el comportamiento del justo en una sociedad sin moral. Esto es: cómo se puede llegar a impartir justicia a un criminal que es tan sumamente inteligente que demostrar su autoría resulta imposible, a pesar de conocerse con absoluta certeza las monstruosidades que ha cometido a lo largo de toda su vida

1.- En lo que al primer tema se refiere, Dürrenmatt se decanta por la ética humanista y  se opone al nihilismo desde el nihilismo mismo. El propósito del autor suizo no es el de verificar o falsear la primera premisa del argumento nihilista: “Dios ha muerto”. Lo que Dürrenmatt plantea es la coherencia lógica entre ambos enunciados. ¿”Todo está permitido” se deriva necesariamente de la premisa “Dios ha muerto”?

Dürrenmatt niega la existencia de cualquier conexión lógica y necesaria entre ambas aseveraciones. Pretender derivar “la muerte de la moral” de “la muerte de Dios” es una falacia. Aún en el supuesto caso de que no haya ningún Dios, el hombre ha de enfrentarse al hecho evidente y palpable de la existencia de él mismo, primero; y de los otros hombres y de los otros seres vivos, después. Ello, lejos de eximirlo de la responsabilidad moral, le aboca en la obligación de esforzarse en el desarrollo positivo de su propia existencia y de respetar y auxiliar al resto de las que le rodean.

2.- Es esta moral humanista la que servirá a Dürrenmatt para abordar la segunda cuestión: la actitud del justo ante un comportamiento nihilista, incapaz de aceptar ningún axioma moral, dispuesto a contravenirlos todos y lo suficientemente inteligente, además, como para no ser descubierto.

Tradicionalmente ante la pregunta por la acción moral cabían muchas respuestas. Las más importantes eran dos.

-          La primera era de corte religioso.

La tesis religiosa sostiene que el hombre está condenado a elegir. Por tanto, ha de elegir y ha de elegir bien, puesto que después de su muerte será juzgado por el Juzgador Eterno. Hemos de reconocer que ante una filosofía nihilista, que niega la existencia de Dios, un argumento así no posee grandes expectativas de triunfo.

-          La segunda, era la denominada funcional.

Es la que ofrecieron los filósofos ilustrados y la que recogieron los utilitaristas. La moral es importante para mantener la sociedad. Una sociedad sin moral provocaría caos e incertidumbre en las  relaciones sociales. Ello acabaría por corromper y destruir a la sociedad. Así pues, la moral tiene sentido sólo en cuanto que colabora al mantenimiento de las estructuras sociales. Pero, en efecto, si surgiera una sociedad capaz de subsistir y desarrollarse sin moral, ésta ya no sería necesaria.

Este supuesto no previsto por las antiguas teorías de la moral: el de la existencia de una sociedad que no necesita de la moral para subsistir, es justamente el que plantea el nihilismo.

Ante esta situación, tres son los posibles modos de proceder:

-          O el justo supera en inteligencia al delincuente y logra demostrar sus fechorías.

-          O el justo se resigna a su suerte.

-          O el justo se decide a actuar por su cuenta.


 “El juez y su verdugo” es la obra  en la que Dürrenmatt examina el método que ha de utilizar el justo para vencer al malvado cuando éste es tan inteligente que no pueden ser demostrados sus delitos y cuando el justo no quiere resignarse a su suerte y se opone, por tanto, a vivir en un mundo sin moral.
No se trata de dirimir si la justicia a mano propia imparte “justicia” o “venganza”; ni tampoco cuál es la mejor fórmula a adoptar: si la del  “ojo por ojo y diente por diente”, o la de “poner la otra mejilla”. Éstos son quizás los temas subyacentes en obras como “La sospecha” o  “La visita de la vieja dama”. En esta última, Dürrenmatt muestra –más que plantea-  la soledad y la indefensión a la que el individuo se ve abocado en una sociedad sin moral. Cuando la amistad, la lealtad y el honor únicamente son fonemas que conforman palabras, en vez de directrices del comportamiento, cualquiera puede convertirse en víctima de la injusticia y de la inmoralidad, porque el mundo se ha convertido en un paraje sombrío, donde el hombre es lobo para el hombre y en el que, por tanto, sólo impera la ley de la supervivencia.




La pregunta fundamental a la que contesta "El juez y su verdugo" es la siguiente: ¿Cómo puede vencer el justo al malvado?  ¿Si el justo no puede vencer al malvado con la justicia, esto es: con la moral,  puede derrotarlo con sus propias armas, esto es: con la inmoralidad? En resumidas cuentas: ¿Es lícito vencer al Mal utilizando los mismos métodos del Mal?

Responder a esta pregunta exige previamente determinar qué es el Bien y qué es el Mal. Lo cual, en una sociedad pluralista como la nuestra, resulta poco menos que imposible. Y sin embargo... Imaginemos que sabemos que existe un criminal que ha matado a cientos de personas sin levantar sospechas. Sólo nosotros conocemos que él es el autor de dichos asesinatos. ¿Estaría justificado el matarlo?

Dürrenmatt contesta afirmativamente a esta cuestión.  De este modo opta por la tercera via: la justicia a mano propia. Dicha opción, sin embargo, plantea más polémica que soluciones, porque en efecto, en tal caso , ¿qué valor tienen las normas jurídicas que garantizan a todo imputado un juicio justo?

Si los procesos judiciales no están exentos de error, a pesar del normal cuidado que se pone en averiguar la verdad ¿cómo estar completamente seguros de que nuestras sospechas son exactas y no son producto de falsas asociaciones y conclusiones? ¿Y qué sucede cuándo no es un individuo, sino un grupo el que está convencido de conocer la identidad del asesino? ¿está justificado el linchamiento?

Examinemos nuevamente el caso que nos ocupa:

 
 

Gastmann, el malvado, y Bärlach, el detective, se conocen desde hace años y en una noche de borrachera cierran una apuesta. Según Bärlach decidirse a cometer un crimen es un absurdo puesto que no se puede predecir la conducta humana. Los hombres no pueden ser gobernados como si de marionetas se tratara. Gastmann, en cambio, está convencido de que es precisamente la confusión que prima en las relaciones humanas la que permite no sólo no ser descubierto, sino ni siquiera levantar la sospecha de que se trata de un crimen. Y sí. Los hombres sí pueden ser dirigidos como si fueran peones en un tablero de ajedrez.

De esta forma empieza la carrera delictiva de Gastmann. Su actividad se desarrolla a lo largo de cuarenta años sin que nadie haya podido nunca probar nada en su contra. Puesto que a Bärlach, enfermo de muerte, sólo le queda un año de vida, parece que Gastmann saldrá ganador en dicha apuesta.

Cuando se comete un nuevo homicidio: el del policía Schmied, todo parece indicar que es Gastmann nuevamente el asesino. Para sorpresa de Bärlach, esta vez no es Gastmann el autor del crimen.

Bärlach aprovecha la ocasión que el azar le brinda. Consigue que el verdadero asesino de Schmied –un policía llamado Tschaz- mate a Gastmann sin saber que en realidad está haciendo justo lo qe Bärlach quiere que haga. Sin tener conciencia de ello, Tschach ha ejecutado lo que el mismo Bärlach había anunciado a Gastmann unas horas antes: que no acabaría el día vivo. Bärlach ha sido su juez y Tschaz, su verdugo.

Gastmann muere riéndose. Tschaz más desolado por su condición de títere que de asesino se lanza a las vías del tren, a pesar de que Bärlach le había prometido no delatarlo.

El criminal ha tenido la condena que se merecía. El bien ha vencido.

¿Realmente ha vencido?

Es aquí donde la controversia hace su aparición.

Bärlach utiliza los mismos métodos y pone en práctica la misma filosofía y psicología que había dirigido a Gastmann.  El asesino termina siendo considerado culpable por un delito que no ha cometido y con ello, a los ojos de Bärlach, paga los otros crímenes cometidos y no penados. Sin embargo, no me extraña que Gastmann muera riéndose. Después de todo, para conseguir atraparlo, Bärlach no ha tenido más remedio que utilizar la misma técnica de Gastmann. La misma en contra de la cual se pronunció en su juventud: la de manejar a los hombres como si fueran muñecos y quedar libre de cualquier sospecha o condena. Bärlach ha utilizado a Tschaz y ha logrado que éste asesinara a su archienemigo , sin que Tschaz mismo fuera consciente de la manipulación a la que estaba siendo sometido. Sólo así ha conseguido Bärlach vencer a Gastmann.

Los nihilistas consideran a la moral algo inútil que sólo sirve para pasar el rato.  En su obra “La avería” (1955) Dürrenmatt mostrará que la moral no es más que la excusa para que unos viejos se entretengan con el recién llegado y de esta forma amenizar una velada que en un primer momento se presentaba aburrida.
Dürrenmatt se opone a la actitud nihilista argumentando que aunque Dios no exista, existe el hombre. De ahí que no todo esté permitido y que la moral no pueda considerarse un simple juego.

El nihilismo afirma que si Dios no existe, todo está permitido y por tanto, resulta indiferente qué métodos se utilicen para cazar al criminal. Lo importante es alcanzar el objetivo deseado ya sea éste justo o injusto. A través de la conducta de Bärlach, Dürrenmatt introduce al lector en los sótanos de la no menos peligrosa frase: “los fines justifican los medios”.  La tesis del “No hay Dios. Ergo, todo está permitido” y la tesis de que es factible manejar a las personas como si de marionetas se tratara.Pero si Dürrenmatt permite que su figura Bärlach utilice los planteamientos  de Gastmann “el nihilista” para conseguir derrotarle ¿no está  aceptando el nihilismo, dando con ello  la victoria final a su enemigo Gastmann? ¿Dónde está la solución? ¿Se ha metido Dürrenmatt  en un círculo cerrado sin pretenderlo? ¿Existe alguna posibilidad de romper el círculo nihilista?
Las consideraciones de Dürrenmatt dejan cada vez menos cabida a la esperanza. Su conclusión es la del hombre desesperado que ve cómo se tambalean los cimientos de la sociedad en la que ha crecido y aunque no quiere dejarlos caer es consciente de que no puede hacer nada por mantenerlos en pie.  Curiosamente sólo cuando Dürrenmatt se resigna a su derrumbamiento surge la solución desde los escombros.  Cuando todo parecía irremisiblemente perdido, "el escritor", uno de los personajes de “El juez y su verdugo”, explica la filosofía nihilista y la actuación de Gastmann. Según "el escritor"para el nihilista el Bien y el Mal son únicamente conductas que reflejan  estados de ánimo individuales. Este comportamiento no es más que la expresión de la más absoluta Libertad. La libertad de la Nada. Nada tiene sentido por tanto da igual qué se haga y cómo se haga. Los límites existentes entre el Bien y el Mal han quedado diluidos. Guste o no guste, uno puede ser un fanático del Bien tanto como un fanático del Mal.

Dürrenmatt no se ha metido en ningún callejón de salida e igual que hizo con respecto a la pregunta primera - a la pregunta por la posibilidad de la existencia de la moral- contesta a la segunda pregunta  - a la pregunta por la acción moral práctica- desde el nihilismo mismo.


En efecto, en un mundo sin Dios todo está permitido. Y ese “todo”, lejos de excluir al Bien, lo incluye. Es cierto. Estamos condenados a ser libres. Y el individuo decide sin Dios e incluso, en situaciones extremas, sin Ley. Decide solo y libremente. En “La avería” Dürrenmatt demostrará que ante una misma situación, un hombre puede tomar distintas resoluciones. Lo fundamental, sin embargo, es que es el individuo el que se ve obligado a decidir la conducta a seguir en cada momento y en cada situación, o siempre y en cualquier situación. Es al individuo al que corresponde decidir su conducta, el cómo y el cuándo. La obligación de decidir del hombre, le aboca en la pregunta por las razones de dicho comportamiento. No basta con decidir una conducta. Es importante justificarla ¿A los otros? No. ¡A nosotros! Incluso Gastmann lo hace y explica a Bärlach que fue aquélla conversación de taberna la que le tentó a elegir una determinada dirección y no otra. Existen, desde luego, otras justificaciones más profundas, más racionales, más sociales, más inteligentes, incluso. Lo importante, sin embargo, es que se trata de una decisión individual y libre


La libertad precisamente es el “talón de Aquiles” de la sociedad nihilista. No cabe duda de que introduce el problema de la amoralidad pero también la posibilidad de la moral.

En efecto, nuestra pretensión de manejar a los otros como si fueran títeres, se corresponde con la pretensión de los demás de hacer lo mismo. Lo más importante y al mismo tiempo lo más complicado en una sociedad nihilista, es no dejarnos persuadir por los argumentos ajenos; no aceptar sin más los criterios de los otros. En definitiva, defender nuestra libertad individual hasta el último reducto, evitar ser sugentionados y no permitir ser influidos ni por las palabras ni por los comportamientos de los demás  por muy “de moda” que estén o por muy “imperantes” que sean.

La construcción crítica e individual de la conducta es el único axioma moral posible en la sociedad nihilista. Pero desde el momento en que dicho axioma existe, existe la Moral.
La tercera opción para una conducta práctica moral elegida por Dürrenmatt consistía en la actuación por cuenta propia. No cabe duda de que ello genera grandes dilemas y riesgos. Justamente los que el hombre moral se ve obligado a asumir si quiere salvaguardar no sólo la existencia teórica de la moral sino su puesta en práctica. La moral es elección justificada y racional. El hombre moral como el hombre inmoral se ven abocados a la elección. Cada uno lo hace en función de sus criterios. Para el inmoral el argumento puede ser simplemente "divertimento". Para el moral "hacer justicia" y ese "hacer justicia" ya no se imparte ni utilizando las premisas religiosas ni las funcionales. Se cumple desde el nihilismo mismo, desde la máxima libertad, desde la ausencia de cualquier deber impuesto desde afuera. Es el nihilismo mismo el que al final crea la justicia moral desde sí mismo. No. No es Gastmann el que vence. En realidad, es el nihilismo el que se derrota a sí mismo.La libertad absoluta que el nihilismo proclamaba es justamente la que lo termina aniquila. Gastmann hacía el mal porque esa había sido su elección. Bärlach elige el Bien. Y desde esa elección que es libre, ambos pueden libremente utilizar los medios  necesarios - "buenos" o "malos" han perdido relevancia y son simplemente conceptos vacíos- para conseguir sus propósitos. Y sí, eso incluye la justicia a mano propia.
Lo importante es el fin libremente elegido y los medios libremente utilizados para alcanzar dichos fines. El nihilismo no es ni bueno ni malo. No impide la Moral pero tampoco la establece. El único y primer axioma del nihilismo es la libertad y es el individuo dentro de esa libertad que es tan absoluta como solitaria el que debe decidir cómo llenarla.


¿Hay algo peor que una sociedad nihilista?

Sí.

Una sociedad cínica.

Una sociedad cínica no se asienta en ningún axioma. Ni siquiera en el de la libertad. El cínico es un hombre encadenado al caos, a la improvisación, a la falta de argumentos libremente elegidos. En una sociedad así no hay un individuo como Gastmann que elige el Mal porque él, Gastmann, lo quiere elegir y lo elige racional y consecuentemente. En una sociedad cínica la elección no genera consecuencias permanente porque los criterios cambian con el viento. En una sociedad así no hay ni Bien, ni Mal, ni nada que se le parezca. Todo está en continuo movimiento. Gastmann tenía un comportamiento lineal, aunque se tratara de una línea hacia el Mal. Bärlach tenía también un comportamiento lineal. Pero en la sociedad cínica el movimiento es espiral, circular y mutante. No hay una dirección. Hay miles y éstas cambian cada segundo. En una sociedad cínica sólo hay retales sucios, desordenados y descoloridos de Bien y Mal.

Es el hombre cínico, lo que preocupaba a Nietzsche.

Es la sociedad cínica la que me preocupa a mí.


Isabel Viñado Gascón

 

 

 

 

 

viernes, 22 de agosto de 2014

Es tan fácil morir y tan difícil vivir… Isabel Viñado Gascón. Segundo Comentario acerca de La Broma Infinita, de David Foster Wallace.


Hace unos meses publiqué un blog dedicado a comentar “La Broma Infinita”, de David Foster Wallace. En él reconocía que a pesar de que el autor era un buen escritor y de que el libro era un buen libro, la obra no me había gustado. La principal razón que esgrimí fue que el autor americano  identificaba una parte de la sociedad con la sociedad entera.

Pues bien, estoy empezando a preguntarme si tal vez David Foster Wallace no anduviera después de todo tan equivocado y la sociedad se encuentre realmente en el estado lamentable que él describía, justo por los mismos motivos que enunciaba: droga, hedonismo y lucha por el triunfo que la sociedad considera triunfo. O sea, por una falta total y absoluta de valores auténticos.

Vuelvo a decir lo que no me canso de repetir: que en lo que a la sociedad respecta,  la virtud se necesita para construirla y mantenerla. Y en lo que al individuo se refiere, las normas morales sirven sobre todo al instinto de supervivencia.  Las normas de comportamiento más famosas dentro de la cultura judeo-cristiana son los diez mandamientos, destinados a eso: a facilitar la supervivencia individual y la convivencia social.  El famoso “no matarás” no es más que una advertencia de que “el que a hierro mata, a hierro muere.”  Los otros mandamientos pueden resumirse en “no hagas al otro, lo que no te gustaría que te hicieran a ti”. El “no mentirás” protege la trasparencia que en toda relación ha de haber.

Sin embargo resulta imprescindible no olvidar que las normas morales están hechas para facilitar la vida del ser humano, no para complicarle aún más la existencia. Esto, que ya explicó Aristóteles en su día con su teoría del Justo Medio, lo  profundizó  Kant con su exigencia de la reflexión individual y se encargó de recordarlo Nietzsche con su apelación a la sinceridad consigo mismo. Todos ellos coincidían en su afirmación: Son las normas morales las que sirven al individuo, no al contrario.

Y bien, aquí estamos. Tendidos en la hamaca; con el espejo en una mano, la droga en la otra y viendo la televisión,  de forma que ya no queda modo alguno de coger la moral y utilizarla. Es preferible dejarla abandonada en el suelo, sentenciando, burlones, que eso es cosa de curas y por el camino  que vamos, ya ni eso. Así pues se tira, se abandona y se menosprecia lo único que en este preciso instante sería de utilidad: la virtud.

El hedonismo –  que es siempre narcisista porque se trata de nuestro placer y no del placer del otro- impide la construcción auténtica de cualquier sociedad que se precie debido a que sume a los individuos en un estado de aletargamiento moral, espiritual, psíquico y racional. El individuo deja de pensar – lo cual no significa ni mucho menos que deje de hablar como si hubiera pensado largo y tendido (especialmente tendido) – y deja de interesarse por todo lo que no sea el aquí y el ahora, y eso lo incluye a él mismo. El hedonismo individual primero y social, después permite a las distintas organizaciones actuar sin excesivos obstáculos hasta conseguir el triunfo social al que aspiran. Triunfo social, todo hay que decirlo, en el que la competencia escasea cada vez más –puesto que nadie tiene demasiadas ganas de moverse del sillón para esforzarse por algo que no sea una experiencia que provoque emociones rápidas, aquí y ahora. El éxito lo recogen siempre aquéllos para los cuales la competición se basa en un largo recorrido y no simplemente en un sprint. La mayoría, sin embargo, cree que el triunfo depende –igual que las posturas hedonistas- del instante, del presente. De ahí que la derrota desmotive a tantos. A mí me hace gracia que esto del hedonismo haya desembocado en lo que ha desembocado: en la inactividad, en la apatía; en que los hombres jóvenes tengan que recurrir a la Viagra para poder disfrutar ellos de una noche de excesos y a un producto nuevo llamado “Foria” elaborado a partir de sustancias que se encuentran en la marihuana, para que las mujeres disfruten del placer sexual porque ellos ya han ahogado todas sus energías en el alcohol y en las drogas. Como mujer me asombra que a las mujeres esto no les importe y sólo se dediquen a hacer escenitas de celos con la “mejor” amiga de turno amén de seguir la misma marcha que los varones porque si los hombres lo hacen, ellas también. Principio de identidad. Principio de Igualdad y Principio de insensatez.

En lo que a la droga se refiere, en vez de dedicarnos a luchar todos contra todos, sin que pueda determinarse con claridad por qué luchamos cuando todos hablamos de paz, (eso sí: con el fusil en la mano) deberíamos construir una mesa redonda y solucionar un problema que está costando más vidas y más dinero que todas las guerras y virus juntos. Créanme, me gustaría utilizar el tono ligero y cínico de otras ocasiones, pero es imposible. Desde hace un par de semanas, desde que en Estados Unidos andan con la legalización a cuestas y una fracción de “los Verdes” alemanes se lanzó a la calle a pedir la legalización de la marihuana porque los cigarrillos y el alcohol también lo están, el tema no me deja dormir. ¡Ay que ver las tonterías que dicen algunos con tal de ganar electores! Es entonces cuando uno no sabe si coger un megáfono y lanzarse a grito pelado a la calle o marcharse a una isla desierta. Al final se termina pensando en David Foster Wallace y escribiendo un blog.

En fin, vayamos a lo que nos ocupa: la droga.

No pienso detenerme en estadísticas porque resulta imposible conocer las cifras reales del número de toxicómanos. Algunas se rigen por el  número de muertes causadas por la droga, lo que las convierte en absolutamente inexactas ya que los adelantos en medicina permiten que muchas enfermedades se conviertan en crónicas y otras veces los efectos mortales de la droga quedan enmascarados bajo un ataque al corazón, una neumonía, una infección de hígado o de riñón, un ataque cerebral… Es decir, la causa de defunción no muestra los hábitos drogodependientes del fallecido. 

Pese a todas estas dificultades, no me resisto a hacer una serie de observaciones.

En primer lugar, es una soberana estupidez – perdón pero es que en este caso no me considero capaz de escribir  “es una profunda equivocación”, o “es un grave error” – defender la legalización de la marihuana basándose en el hecho de que los cigarrillos y el alcohol también lo están. Suena a algo parecido a “si mi hermano puede, yo también”.  Mejor que legalizar el consumo de marihuana, habría que empezar a hacer una campaña contra el alcohol como la que se ha hecho contra los cigarrillos. ¿Por qué no se ha llevado a cabo tal acción? En primer lugar, porque el alcohol supone para el Producto Interior Bruto de los países productores ingentes beneficios, beneficios a los que en una época de crisis como la que se enfrentan en estos momentos, no pueden renunciar. En segundo lugar, y enlazando con lo anterior, el negocio de los cigarrillos ha sido sustituido por el no menos rentable de los cigarrillos eléctricos mientras que para el del alcohol no resulta tan fácil encontrar sustituto. En tercer lugar, determinados vinos y determinados licores simbolizan el poder, el éxito y el lujo, de la misma manera que lo simbolizan determinados coches. Y los buenos ciudadanos aceptan dejar de fumar por aquello de preservar la salud, sin cuestionar que no se haga lo mismo con el alcohol a pesar de que  los daños que éste provoca tanto al individuo como a la sociedad, son mucho mayores. Así se puede gritar aún más alto que se  legalice la marihuana.

En segundo lugar: Todas las drogas son dañinas. No hay drogas blandas y drogas duras. Esta distinción comúnmente admitida se basa en el diferente grado de dependencia que provocan y en los efectos que causan en el cuerpo. Algunas actúan más rápida y agresivamente que otras, produciendo consecuencias irreversibles. El alcohol es una droga tan peligrosa como la heroína pero al no generar tanta dependencia puede ser socialmente tolerado. A largo plazo, sin embargo, los alcohólicos dependientes sufren consecuencias parecidas: enfermedades crónicas, imposibilidad de trabajar, imposibilidad de llevar una vida familiar, depresiones, muerte.

En tercer lugar: No es cierto que tomar droga sea sinónimo de libertad y rebeldía anti sistema. Los drogadictos forman parte del lucrativo negocio de carteles, lobbys y oligarquías extremadamente poderosas, adineradas y sobre todo sumamente silenciosas y fantasmagóricas de las que nadie habla porque sencillamente introducirse en ellas y salir vivo representa un imposible. Y si se sigue vivo es porque se forma parte del sistema. No sé ni cuantos periodistas mejicanos han muerto por intentar conseguir información para un reportaje. Incluso caso de que uno de los capos sea detenido, el lector se pregunta si ha sido verdaderamente capturado o su detención se debe a un ajuste de cuentas o a una traición de su propia organización.

En cuarto lugar no hay un antídoto contra la droga, no hay un correctivo, no hay un sustituto. Las terapias llamadas de “desintoxicación” pocas veces obtienen resultados positivos. La reincidencia es un peligro constante y desde luego los daños a los que el cuerpo ha de enfrentarse son irremediables. Y lo mismo podría decirse de la metadona. No estoy afirmando que el éxito de tales intentos sea igual a cero pero sí que es menor de  lo que se supone y altamente costoso. El que entra en el mundo de la droga sólo puede salir de él hasta un determinado punto. Esa historia que suelen contar los drogodependientes de que se puede salir de la droga en cuanto uno quiera y que lo único que tiene que hacer es proponérselo, es factible única y exclusivamente  hasta un concreto estadio. A partir de ahí, el drogadicto está inexorablemente condenado a permanecer en el mundo de la droga, ya sea vivo, muerto, medio vivo o medio muerto. Las puertas de salida han quedado definitivamente cerradas para él. Si algo enseña David Foster es que en este sentido liberarse de la dependencia al alcohol conlleva los mismos efectos que dejar la marihuana: la depresión. Al abandonar la dependencia, muchos de los toxicómanos han de enfrentarse tanto a enfermedades corporales que la dependencia les ha provocado, como a profundas depresiones que les abocan al suicidio y a la autodestrucción. Sin olvidar que los hijos de toxicómanos son también toxicómanos.

En quinto lugar, la droga no es una enfermedad individual sino grupal. Yo me atrevería incluso a añadir que viral. Se contagia. La capacidad de sugestión y autosugestión de los drogodependientes es digna de mérito. No sé qué argumentos esgrimirán ahora. En mis tiempos se trataba de un signo de rebeldía, de atentar contra los esquemas establecidos y caducos. En muchos casos llevaba aparejada un discurso socio-político que trascendía las ideas de amor y paz del movimiento hippie. La transmisión de la drogo-dependencia es sumamente fácil. Implica la pertenencia a un grupo y la posibilidad de poder discutir y comunicar acerca de las sensaciones y las impresiones que se tienen. Se trata, en efecto, de la posibilidad de conversar sobre un viaje a Marte que sólo unos pocos pueden llevar a cabo. Todos conocen el riesgo a morir, pero la emoción de llegar a un planeta desconocido al que “sólo unos pocos” tienen acceso, les hace relativizar los peligros. “Atreverse a saltar de una montaña” es otra de las frases que se decían en mi tiempo. Jamás pensé que ello derivaría en “balconing”. El rasgo viral de la drogadicción determina que el consumo de droga esté aumentando de forma alarmante.

En sexto lugar, la droga es la mercancía más global que existe. No es patrimonio de los Unos, ni de los Otros, ni de los del Más Allá, ni de los del Más aquí. Las sustancias químicas fabricadas en simples cocinas circulan con suma facilidad de un lado a otro del planeta. Y junto con la droga, el tráfico de armas, la prostitución y el blanqueo de capitales.

En séptimo lugar, quizás la marihuana tenga efectos beneficiosos para la salud pero auto medicarse es perjudicial para la salud. Que la morfina tenga aplicaciones terapéuticas implica que los médicos puedan recetarla en determinados casos, no que se pueda comprar en la máquina de refrescos de la esquina. El argumento de legalizar la marihuana por sus efectos beneficiosos para la salud me resulta tan divertida que cada vez que la escucho no puedo dejar de reír. El arsénico es utilizado por los médicos homeópatas, pero tampoco puedo comprar arsénico en cualquier tienda ni de cualquier manera. Tres son al menos, los motivos, por los que la marihuana se va a legalizar, porque es seguro que se legalizará.

Un motivo (social) es el propiciado por la oferta y la demanda. La demanda de marihuana ha aumentado de tal manera que resulta sencillamente imposible mantenerla prohibida por más tiempo. ¡Si existen ya pastelillos de marihuana! ¡Ya no se sabe ni cómo evitarla! O se detiene a medio mundo o se legaliza. Así que se legalizará. Al menos así  podrá ponerse el cartelito de “Pastel con marihuana”.

Otro motivo (económico) es que el Estado ingresará más impuestos. Esto es, a mi modo de ver, más realista que el argumento que asegura que así desaparecerán las mafias. Lo dudo. No creo que las mafias desaparezcan por la sencilla razón de que las mafias, como cualquier empresario que se precie, han diversificado sus negocios. Ni siquiera se les acabará el de la marihuana porque entonces se dedicarán al contrabando de marihuana.

Otro motivo (político) es que si la mayor parte de los electores consumen regularmente marihuana, hay que hacer todo lo posible por contentar a ese electorado. Sobre todo, si de lo que se trata es de ganar las elecciones.

Sí. No me cabe la más mínima duda. Legalizarán la marihuana. Y por mí, que legalicen también la heroína, la cocaína, el cristal y todas las sustancias habidas y por haber. Que legalicen todo. Si una fracción de los verdes alemanes desea legalizar la marihuana porque el alcohol es legal, entonces que defiendan la legalización de la cocaína y de la heroína y de todas las demás drogas sintéticas. Si la marihuana es legal ¿por qué no lo va a ser las demás? Principio de Identidad ¿Se acuerdan?

Sí. Legalizarán la marihuana. No pueden hacer otra cosa para resolver el problema. Hay demasiados consumidores. Demasiados vendedores. Demasiados productores. No es un problema de nadie en concreto. Es un problema globalmente mundial. Por una vez, los americanos, los rusos y todos los demás que no tengo ganas de detenerme a nombrar, deberían dejar las armas y sentarse a discutir qué van a hacer con todos esos habitantes de sus respectivas poblaciones que están suicidándose por nada. ¿Qué van a hacer? Legalizar la marihuana. ¿Y después? ¿Qué van a hacer con la cocaína, las anfetaminas, la heroína, el cristal, el cocodrilo, la droga caníbal y todas las demás drogas sintéticas?

Si legalizan la marihuana pensando en el número de consumidores, tienen que dar receta libre para  las anfetaminas y similares y lo mismo para la cocaína y la heroína.

Si legalizan la marihuana alegando que así acabarán con la mafia, tienen que legalizar todas.

¿Y qué pasa con los toxicómanos? ¿Y qué pasa con las generaciones futuras?

Una sombra se aproxima.

“Si hay que morir, por lo menos por algo” – dice la sombra.

Y deja un fusil encima de la mesa.

Seguimos tendidos en la hamaca.

El fusil en una mano.

La droga en la otra


Isabel Viñado Gascón.



miércoles, 28 de mayo de 2014

LA CASA DE MATRIONA (1962) Solschenizyn

En esta narración el autor cuenta su experiencia en un pueblo del interior de Rusia: uno de esos lugares perdidos en el interior de los bosques rusos en los que nunca hace calor y en los que sólo se escucha el murmullo de las hojas. Solschenizyn explica que tras su regreso del ardiente desierto en 1953 busca voluntariamente un trabajo como maestro de matemáticas para enterrarse allí. Su solicitud causa desconcierto porque todos quieren ir a la ciudad. Finalmente obtiene un puesto en Wyssokoje Pole. La crítica del autor al sistema político que impera en ese momento no se hace esperar. En vez de encontrar un pueblo idílico, dedicado a las tareas tradicionales, Solschenizyn descubre una colonia en la que no hay ninguna panadería y que los habitantes compran los alimentos en la ciudad más próxima y los llevan hasta sus casas arrastrándolos en sacos. Los bosques otrora frondosos han desaparecido y se dedican a la producción de turba. El humo de la chimenea de la fábrica sobresale entre los tejados y pequeñas locomotoras arrastran vagones cargados del carbón vegetal. A pesar del combustible, las gentes se ven obligadas a robarlo. Sólo los principales del pueblo y de la ciudad lo obtienen. Por las noches los escándalos y la bebida se dan cita y el brillo de cuchillos palidece entre las costillas de algún borracho. Las casas construidas son barracas en las que alquilar una habitación resulta imposible. El sueño de un refugio tranquilo se ha esfumado incluso antes de haber comenzado. Después de grandes dificultades encuentra un alojamiento en Talnowo, un pueblo próximo. No ha sido fácil. A pesar de que tiene un sueldo fijo y que recibirá un cargamento entero de turba para calentarse durante el invierno, la escasez de vivienda hace imposible alojarle. Lo consigue en casa de Matriona: una mujer enferma y sola que no entiende muy bien por qué quiere vivir en las condiciones tan míseras de su cabaña. Además de ellos dos, dice, viven un gato, ratones y cucarachas. El horno calienta pero no cocina homogéneamente. La comida básica son las patatas. La más grande la recibe él, la mediana Matriona y la más pequeña, la cabra. Comer, se come dos veces al día, como en el frente. La personalidad de Matriona cautiva al autor. Se dedica a ayudar a los demás sin cobrar nada a cambio. Los parientes la evitan. Su marido está ausente desde hace doce años. A pesar de estar enferma no cobra invalidez. Pese a todo, siempre parece tranquila. Su método para conseguir estar siempre de buen humor es el trabajo. Constantemente está atareada. Va al bosque a recoger ramas para el invierno porque sabe que el camión de turba que le van a dar al maestro no será suficiente en un clima tan duro. Poco a poco va recibiendo visitas de los parientes y antiguos amigos debido al dinero que ahora recibe del alquiler. De alguna manera todos en el pueblo son parientes. El nepotismo no es algo que el nuevo régimen haya hecho desaparecer y así, Faddej,  el cuñado de Matriona aparece para pedirle al maestro que apruebe a su hijo. Al negarse éste, Matriona se enfada. Faddej, además de ser el hermano de Jefim, su marido, fue también su primer amante. Se casó con Jefim pensando que Faddej había muerto en la guerra. Cuando Faddej regresó y la vió casada con su hermano, buscó como esposa a una mujer también llamada Matriona a la que nunca ha dejado de pegar y maltratar. Sin embargo, Faddej ha tenido seis hijos con su mujer mientras que Matriona no ha tenido ninguno. Por ese motivo le pidió a la segunda Matriona que le dejara como hija a Kira, la más pequeña de los seis hijos y la ha criado como suya propia. Poco antes de la llegada del maestro, Kira se ha casado con un maquinista. Faddej quiere que Matriona le regale a Kira la mejor habitación de su casa. Y aquí comienzan los problemas. Lo que debiera haberse hecho en dos viajes se pretende hacer en uno. Matriona se empeña en seguirlos. Por si fuera poco, antes de iniciar el viaje, el conductor bebe hasta llegar a estar borracho. En las vías del tren se produce una colisión. El tractorista, un hijo de Faddej y Matriona mueren en el acto. Una amiga de Matriona, Mascha, se presenta en su casa para darle las condolencias al maestro y de paso pedirle un jersey de Matriona para su hija, antes de que aparezcan los parientes a llevarse el resto, lo que, en efecto, sucede a la mañana siguiente entre llantos y lamentaciones. Hasta el último objeto es repartido. Faddej tampoco se olvida de la sala de Matriona para su hija y consigue la autorización para recuperarla y llevarla a su destino. Sin embargo, ni una sola voz se alza para alabar a Matriona. Al contrario, todos se refieren a ella con desprecio. Jefim, el marido de Matriona, no está muerto. Al contrario que Matriona, que amaba la vida campesina, él anhelaba la cultura. En uno de sus viajes a la ciudad encontró trabajo y se quedó allí. Lejos de reprochar su conducta, los parientes le alaban su elección. Matriona nunca había ahorrado, nunca había poseído nada suyo. No tenía ni siquiera lo que tenía todo el mundo: un cerdo. La ropa no le interesaba en absoluto. Incomprendida, escribe Solschenizyn, había enterrado a seis hijos, había sido considerada por los demás como una persona ridícula, lo suficientemente tonta como para ir a trabajar gratis para otros y lo único que le había quedado al final era una sucia cabra y un gato cojo. Y termina escribiendo: “Habíamos vivido junto a ella sin comprender que se trataba de aquélla justa sin la que ningún pueblo puede subsistir. Y ninguna ciudad. Y ni nuestro país entero.”
Comentario
En principio esta narración estaba destinada a convertirse en el blog de Febrero pero aclarar mis ideas al respecto me ha llevado más tiempo de lo que yo creía. Fundamentalmente dos son las tesis que aparecen recogidas en el texto. Una, la de que el nuevo sistema político-económico ruso: el bolchevique, no había mejorado las condiciones del pueblo más bien todo lo contrario. La segunda, la que aparece recogida en las últimas líneas: la de que una sociedad únicamente puede subsistir con el absoluto desprendimiento material.
El análisis de la primera consideración no presentaba grandes dificultades. Si no fuera por la constante alusión del autor a las fábricas y a la máquina de tren, podría pensarse que se trata de una descripción de la vida de Rusia en la Edad Media. En efecto, la suerte de los ciudadanos rusos seguía siendo igual de precaria sencillamente porque el nuevo sistema había asentado sus bases en los mismos pilares que el zarismo. A decir: el totalitarismo. 
La novedad del sistema bolchevique con respecto al anterior régimen es la imposición irracional de la técnica, que destruye la naturaleza y convierte a los habitantes en desarraigados en su propia tierra porque no ellos sino los otros – los poderosos, los que disponen de riqueza o de influencia o de ambas - son los únicos  que pueden beneficiarse de sus ventajas. A la población le resta la contaminación y la miseria a las que la pérdida de sus ocupaciones tradicionales les condena. La industria y la técnica sólo han traído una nueva forma de opresión: nuevos esclavos, nuevos siervos de la gleba encadenados a una tierra que no les pertenece salvo para trabajarla de noche y día. Otros son los dueños de los frutos recogidos.
No nos detendremos a comentar los peligros que el totalitarismo entraña. De sobra son conocidos: inmovilización cultural; corrupción, miedo, desconfianza social enmascarada tras el ensamblaje un gran número de instituciones político-sociales... Sin embargo para ser honestos en lo que se refiere a la crítica de Solschenizyn dirigida a denunciar la insensatez de una industrialización interesada exclusivamente en el beneficio rápido en vez de en el cuidado del planeta, hay que señalar que no debe ser dirigida únicamente  al partido bolchevique o a la sociedad rusa. Ya mucho antes Huxley, en su novela “Contrapunto”, había remarcado que tanto el capitalismo como el comunismo nos iban a llevar al infierno; lo único que les diferenciaba era el modo de hacerlo: en coche privado o en autobús colectivo y los dos por la misma razón: el consumo descabellado de los recursos del planeta que no eran ni mucho menos inagotables. 
Hasta el día de hoy no hemos conseguido resolver este problema. Peor aún, se agrava por momentos y creemos que con ocuparnos del calentamiento global del planeta  ya es suficiente. Nunca fue más cierto aquello de “ver el bosque pero no ver el árbol.” En fin ¡Qué voy a decir que no sepamos ya todos!
Ha sido la segunda afirmación, la de que una sociedad sólo se mantiene con el absoluto desinterés material, la que me ha mantenido ocupada todo este tiempo. Me gustaría explicar el proceso de reflexión seguido.
En primer lugar, me detuve en el aspecto político: El comunismo ha caído; el liberalismo parece ser que también. Ambos sistemas se han revelado como Huxley y Russell anticiparon dos caras de la misma moneda.  Así pues abandoné la reflexión política y dirigí mi atención al terreno social del aquí y ahora. Es cierto: Solschenizyn muestra la avaricia de los parientes y amigos de Matriona en toda su crudeza y exactitud. Lejos de exagerar ha descrito el reparto de los pocos bienes de la buena mujer en su forma más racional y civilizada. Pero yo tendría que exclamar aquí lo mismo que Johanna, en la obra de Brecht “Die heiliger Johanna der Schlachthöfe” cuando Mauler pretende enseñarle la inmoralidad de los trabajadores: No es su maldad lo que me muestras –exclama Johanna enojada- ¡es su pobreza!
Aquí sucede lo mismo. A ninguno de los personajes le ciega la codicia. El cuñado quiere la buena habitación no para él sino para la casa que quiere construirle a su hija; el buen matrimonio que ésta ha hecho le llena de felicidad y orgullo paterno y quiere contribuir a la prosperidad de los jóvenes. Si comete la imprudencia de intentar llevar en una sola vez lo que debería haber sido transportado en dos viajes ello se debe, justamente, a su precariedad económica. Incluso después del accidente  no abandona su objetivo, recupera los restos y obtiene el permiso para llevarlos a su nuevo destino. La vecina quiere el abrigo no para ella misma sino para su hija y lo mismo sucede si hablamos del resto de los parientes. Todos ellos son padres preocupados por sus retoños y sus condiciones de vida. Lo que le recriminan las otras mujeres a Matriona es que ella no haya atendido a dichas necesidades básicas. Y hasta cierto punto, pensé yo entonces, tienen razón. Si Matriona se hubiera ocupado un poco más de la cultura, su marido no habría huido a la ciudad; si hubiera tenido un cerdo hubiera podido comprar una vaca y a lo mejor, quién sabe, su constitución física hubiera sido más fuerte y sus hijos no se le habrían muerto y si su egoísmo le hubiera llevado a negarse a las pretensiones del cuñado tal vez se habrían ahorrado incluso unas cuantas muertes.
Todas estas diatribas me llevaron a reflexionar sobre el egoísmo. A mi modo de ver hay dos tipos de egoísmo: el infantil y el maduro. Un niño está delante de una pastelería. Ante él se presentan decenas y decenas de pasteles de diferentes formas, colores y sabores. El niño los quiere todos. Así pues, compra todos los pasteles. Primero pasea por el pueblo para que los otros niños del pueblo vean la cantidad de pasteles que lleva y luego corre a su habitación a comérselos. Al día siguiente, el niño no acude al colegio. Está empachado. Sin embargo, una semana más tarde, ya ha olvidado los dolores de vientre que la ingesta masiva de pasteles le originó y vuelve corriendo a la pastelería.
Allí se encuentra con otro niño. Ese niño acaba de comprarse un pastel y se lo está comiendo saboreando cada mordisco con tal ilusión que ni siquiera nota la presencia del recién llegado. El egoísta infantil compra el resto de los pasteles sin poder evitar contemplar asombrado a ese que se deleita en el único pastel que tiene. El otro le mira y le explica que acaba de comprar  el mejor pastel que había en la pastelería. El egoísta infantil se lo intenta comprar, se lo intenta quitar. Pero el egoísta maduro no permite ni lo uno ni lo otro. El egoísta infantil llega  a su casa y tira todos los pasteles a la basura: el único que merecía la pena ya se lo ha llevado otro.
El egoísmo infantil impide la felicidad, el egoísmo maduro la posibilita. El absoluto desprendimiento material es imposible. No somos santos. No somos dioses. Necesitamos un hogar y si puede ser confortable, mejor. Necesitamos pan y si puede ser tierno, mejor. Necesitamos vestir y si puede ser con ropas calientes o con ropas frescas, según la época del año, mejor. Y ese “mejor” ha de estar dirigido por un egoísmo maduro y cabal: un egoísmo que nos permita apreciar y valorar lo que tenemos. No. El desprendimiento material absoluto, confesémoslo, no es cosa de humanos.
De ahí, y sin saber muy bien por qué, pasé a pensar en las diferencias entre los Estados Unidos y Rusia. Quizás la crisis en Ucrania fuera la razón. No lo sé. En cualquier caso mi pregunta era por qué una nación simbolizaba la prosperidad de la sociedad y la otra, no. Por qué en los Estados Unidos la gente parecía más rica, más feliz y más despreocupada que en Rusia. En realidad no hay tantas diferencias que les separen: los paisajes de ambos estados, aun siendo distintos, contienen desiertos, valles y bosques sin hablar de los grandes recursos de sus suelos; en Estados Unidos se bebe whisky y en Rusia vodka; en Estados Unidos están los lobbies y en Rusia los oligarcas; los ciudadanos de uno y otro lugar sufren injusticia sociales; muchas ciudades americanas están tan alejadas de la realidad como las rusas; más de un lugar estadounidenses es tan salvaje como puede serlo uno ruso; es cierto que los rusos han sido antisemitas, pero también los americanos han sido a lo largo de la historia grandes racistas. Sabemos que los americanos nos espían pero ¿podemos estar seguro de que los rusos y los chinos no lo hacen? ¿Podemos estar seguros que en este mundo no hay ningún “cotilla”, salvo los americanos? Porque yo tengo la impresión de que la curiosidad del ser humano por lo que hace y dice su vecino es insaciable y el mundo, no lo olvidemos, se ha convertido en un pueblo…
Bien, pues he aquí mi problema: ¿Qué diferencia a los Estados Unidos de Rusia? ¿Por qué uno –pese a sus limitaciones – simboliza la alegre prosperidad y  el otro –pese a sus esfuerzos- simboliza la triste pobreza?  ¿Por qué uno es el  optimista "tío Sam" y la otra es " la madrecita Rusia”, remarcando “madrecita”? Pensé que en Estados Unidos los ciudadanos participan en la sociedad a través de las diferentes  organizaciones religiosas y comunales pero a decir verdad dichas asociaciones pueden llegar a ser tan asfixiantes y controladores como las antiguas organizaciones bolcheviques rusas. Pensé en la importancia de la democracia y de la libertad y no me cabe que ese es un punto importante pero termina en el momento en que un padre ha de plantearse cómo costear los servicios sanitarios y educativos. La libertad nunca es gratis y en los Estados Unidos ni la sanidad ni la enseñanza pública se caracterizan por su calidad. Así pues, el problema seguía en pie.
He estado dos meses reflexionando sobre el tema. Llegué a pensar que no resolvería jamás mi dilema. Mientras que ayer, mientras meditaba en activo –he de confesar que soy incapaz de meditar en pasivo pero me niego a revelar lo que hacía mientras meditaba (No malpiensen. Es que sencillamente se trata de una ocupación  demasiado trivial)- llegó la respuesta.
Ayer llegué a la conclusión de que la diferencia relevante, esencial,  entre Estados Unidos y Rusia no son ni sus estructuras ni la organización de su sociedad. Lo que las distingue son sus héroes. Sí, sus héroes. Los héroes americanos como Superman, Spiderman, Batman y compañía. Todos ellos son héroes que luchan contra la maldad y la corrupción. Igual que Matriona no piensan en sí mismos pero al contrario que ella jamás se habrían enfadado porque el maestro se hubiera negado a aprobar a su perezoso sobrino. Todos ellos son hombres que han de mantener su identidad oculta, incluso ante sus mejores amigos. Ninguno de ellos desea utilizar sus poderes para enriquecerse porque la posesión material no les interesa pero esto no es el axioma central de su comportamiento. El objetivo principal de todos ellos es la consecución de la justicia. Sus abuelos comunes son Robin Hood y  Guillermo Tell. Los dos luchan contra el tirano, renunciando para conseguirlo a llevar vidas confortables. Dicha renuncia ha de considerarse  una consecuencia, no un principio.
Los rusos, en cambio, sólo tienen antihéroes. Oblomov , por ejemplo, el protagonista de la novela del mismo nombre de Gontscharow, es un buen chico capaz de no hacer nada durante todo el día; el protagonista de “Almas muertas”, de Gogol, Chíchicov, es un pícaro que disculpa su comportamiento mostrando que el mundo está lleno de gente mucho peor que él. La antítesis que de él introduce Gogol en la segunda parte de la novela – Murasow- es más un ideal al que aspirar que una realidad, sin grandes consecuencias, por tanto, en el desarrollo de la acción. Raskólnikov, el personaje de “Crimen y Castigo” de Dostoievski es un joven apacible y bueno al que la miseria conduce al asesinato. Nuevamente resuenan las palabras de Brecht: “No es su maldad lo que me enseñas. Es su pobreza.”
Los rusos no tienen ningún héroe, ningún Robin Hood, ningún Guillermo Tell, ningún Superman. Al menos ninguno conocido. Tienen a Matriona, que renuncia a los bienes materiales y va a trabajar gratis para otros pero protesta cuando el maestro no quiere aprobar al vago de su sobrino. Tienen a tipos extraños como Rasputín y Elena Blavatsky cuyas vidas fueron, de eso no me cabe la menor duda, tan excitantes como la de Superman, pero no tienen a Superman.
¿Cuál es la diferencia? Matriona trabaja para los demás pero no tiene conciencia de que esté haciendo un bien a la comunidad. No se sabe si su acto nace del amor a sus semejantes o de la incapacidad para negarse  a ayudar a cada uno que llama a su puerta con voz de mando más que de ruego. El lector no llega a estar seguro de si su afabilidad cuando tiene dinero nace de su deseo de ser aceptada en la sociedad o de un auténtico desinterés por lo material. Es trabajadora, sí. Pero todos recordamos a la figura del caballo en “Rebelión en la Granja” de George Orwell.
 El personaje de Matriona es también el de un antihéroe. Su vida no beneficia a la sociedad; permanece al margen de ella. Su actitud no hace sino perpetuar las estructuras que tradicionalmente han caracterizado al sistema ruso: basadas en las relaciones de amistad y parentesco, jerárquicas hasta el inmovilismo y económicamente ruinosas. Las acciones de Matriona no ayudan a mejorar la justicia social ni la igualdad. Aunque todos sus vecinos y parientes se comportaran como Matriona, aunque toda la sociedad lo hiciera, ello no contribuiría a elevar el nivel de vida sino a aceptar resignadamente la mala situación. Lo único que faltaría es revestir todo ello de un sentido religioso-manipulador y decirles que no se preocupen por sus padecimientos porque serán recompensados en la otra vida. ¿Es que es imprescindible pasar frio, hambre y esclavitud para ser recompensado? ¿Es que la madre que va corriendo a casa de Matriona a buscar el abrigo para su hija no será recompensada?

Lo dicho. El problema de Matriona no es de naturaleza ni política, ni social, ni religiosa. El problema de Matriona es el de ser un antihéroe.

Seamos sinceros: el mundo no necesita santos que  mueran inútilmente por él. El mundo necesita seres dispuestos a luchar  con capa y espada (en los tiempos modernos, láser) por los grandes valores en cada momento  y  a cada instante, sin desfallecer ante los contratiempos.
Hasta la semana que viene.
Isabel Viñado-Gascón.
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