viernes, 1 de abril de 2022

Recordando a Wittgenstein

Esta entrada apareció hace un par de días en mi Blog "La Estrella de la Bruja Ciega". He preferido trasladarlo aquí. 

 Ignoro si mis lectores creerán mis palabras cuando afirme que yo realmente no tenía ningunas ganas de hablar de Rusia, de China, de la guerra, de Europa o de cualquiera de esos sesudos temas que acaparan las portadas de los periódicos más importantes del planeta, o pensarán más bien que la declaración de mi desgana es una “forma de hablar”. 

¡Ah! Esas formas de hablar… A la mentira la califican hoy en día como “formas de hablar”, al insulto, a la difamación, las archivan bajo el genérico: “formas de hablar”. 

Interesante expresión esa de "formas de hablar". A qué darle más vueltas al asunto. Desde un punto de vista lógico todo esas deformaciones deformantes del lenguaje forman parte, en efecto, de lo que habitualmente se considera: “formas de hablar”.

Lamentablemente lo que desde el punto de vista lógicamente considerado resulta correcto, no lo es desde el punto de vista de las consecuencias que se derivan.  Y ello porque con la expresión “formas de hablar” se está afirmando algo que es sencillamente falso: la neutralidad del lenguaje. 

O lo que es lo mismo: recurriendo a la expresión "formas de hablar" se está negando la intención, el contenido, que el lenguaje arrastra dentro de sí cuando miente, insulta y difama. Al interpretar una difamación como una “forma de hablar” se pretende descargarla de su trasfondo negativo a través de la técnica que consiste en introducir la difamación en el vasto océano de “formas de hablar”. 

Puesto que un tigre es un ser vivo, se le equipara al gusano, que es también, a qué negarlo, un ser vivo. Al gusano, por su parte, se le define como "ser vivo" y sube a la altura del tigre.

La diferencia queda negada. Los límites no son traspasados. No pueden ser traspasados por inexistentes.

Pues bien. No. No son “formas de hablar” a lo que me refiero cuando digo que yo no tenía ningún deseo de escribir ni sobre Rusia, ni sobre Ucrania, ni sobre China. A decir verdad, me había propuesto callar sobre todos y cada uno de los temas que hoy en día ocupan a los periódicos mundiales del globo terráqueo.

Bastante tengo con mi supervivencia. – Pensé.

En cualquier caso, yo recordaba la famosa frase de Wittgenstein: de lo que no se puede hablar, mejor callar. Y bien, hete aquí que resulta más factible y viable hablar sobre la Filosofía Hermética, por lo menos hasta los tiempos de Swedenborg, que de política y todos los demás asuntos mundanos que últimamente no sólo provocan grandes dolores de cabeza sino terribles convulsiones estomacales.

Pero cuando un día y otro también se escuchan, se leen tantas estupideces, - no hay forma humana de denominarlas de otra manera -, uno intenta callar y calla y calla, hasta que ya no puede más porque la obligación moral última del hombre, que es la obligación de pensar radicalmente, o sea, a lo Descartes, o sea: a lo racional, o sea: con el pensamiento lógico sí, pero también con las ideas claras y distintas, esto es: con la intuición, la imaginación, la emoción, el espíritu o cómo ustedes: mis sesudos lectores fantasmas, deseen denominarlo, le corroe las entrañas y no le deja tranquilo hasta que no se lanza a la tarea que le ha sido encomendada. Es entonces cuando uno comprende por qué Prometeo robó el fuego a los dioses: porque el castigo por haberlo robado era infinitamente más pequeño que el remordimiento por no hacerlo. 

Eso y no otro es el dilema moral que queda resuelto de forma elevada: cuando la supervivencia de uno es supeditada a lo que uno considera que su conciencia le dicta. Hobbes fue uno de los que se reía de los dictados de la conciencia porque los identificaba con voluntades personales. Querido Hobbes: no. El dictado de la conciencia no es el dictado de la voluntad. Es la determinación de un impulso que nos precipita en una dirección en la que preferiríamos no adentrarnos. El dictado de la conciencia es la fuerza que convierte en hombre al cerdo que ha determinado ser cerdo y dejar de ser hombre.  “¿Por qué yo?” Se pregunta el cerdo que antes fue hombre y que ahora se ve constreñido a ser hombre nuevamente. Ni él mismo lo sabe. “Es ist so”, explica su conciencia. “Es así”, repite.

Ah, mis queridos lectores fantasmas. Les aseguro que yo no quería hablar de aquéllo que no se puede hablar. Yo no quería. Pero supongo que alguien tiene que hacerlo. ¿Soy yo la única que dice lo que dice? No. No soy la única. Tampoco el cerdo que primero fue hombre y ahora se dispone otra vez a serlo es el único hombre; como tampoco fue el único cerdo; como tampoco fue el único en sufrir tantas transformaciones.

Pocas veces el único es el único.

Bien. Al punto. No hay un punto. Hay cinco. Y los cinco van dirigidos tanto a los enemigos de Occidente, como a todos aquéllos que a estas alturas aún siguen convencidos de que Occidente no tiene enemigos, porque Occidente no existe, porque Occidente no es un monolito, porque los únicos que tienen enemigos son los Estados Unidos. Hay cinco puntos erróneos que en la actualidad crean caos y confusión. Confusión y caos que son aprovechados por esos que propugnan "a río revuelto, ganancias de pescadores" y que atemorizan a todos los que firmamente creen que "siembra viento y recogerás tempestades." En fin, que "hay gente pa tó" y "tó er mundo es güeno" pero "cada uno en su casa y Dios en la de todos" o, lo que es lo mismo, "juntos pero no revueltos" porque "dime con quién andas y te diré quién eres" y en esto hay que poner sumo cuidado puesto que aunque "se cree el ladrón que todos son de su condición, lo cierto es que a "quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija". 

Sí. Existen grandes similitudes entre el saber ancestral espanol y el saber ancestral chino. El nuestro es todavía más ancestral que el chino, puesto que el nuestro se pierde en los inicios de los tiempos. Allí donde los nombres han quedado sumidos en el olvido, mientras que el chino todavía es capaz de recordar a los grandes hombres que pronunciaron las sabias máximas.

Humor aparte, creo que ha llegado el momento de hacer referencia a los cinco puntos erróneos que en este momento deambulan sin pies ni cabeza por las tabernas de los medios de comunicación.

El primer punto es el análisis de la sentencia que afirma que Occidente son los Estados Unidos.

Francamente reducir Occidente a los Estados Unidos no sólo es simplista. Es injusto. 

Antes de Estados Unidos ya había un Occidente llamado Europa. 

Y no me refiero a los tiempos justamente anteriores a la conquista y colonización de América. No. Europa fue Occidente al menos desde la partición del Imperio romano en Oriente y Occidente. Eso sí, fuerza es reconocerlo: la parte más importante insignificante del imperio. 

Tenga razón o no Pirenne al asegurar que la invasión árabe determinó la decadencia de Occidente, al impedir el comercio, lo cierto es que el aislamiento de Occidente dejó al descubierto su debilidad. Pirenne sin embargo olvida que esa fragilidad y esa endeblez estaban ya presentes cuando Diocleciano decidió que era necesario convertir el imperio en una diarquía en el año 285 de nuestra era para gobernarlo mejor. Constantino convirtió Constantinopla en el 304 en un centro administrativo de fundamental importancia. Pero fue Teodosio el emperador que finalmente reconoció la hegemonía del imperio oriental sobre el occidental cuando a su muerte, acaecida en el año 395, legó la parte oriental a su hijo primogénito Arcadio, mientras que el imperio occidental lo dejó en manos de su hijo menor Honorio, que por aquel entonces contaba aproximadamente diez años de edad. Que fuera el primogénito el que se hiciera cargo del imperio oriental debería hacer comprender a algunos la falta de importancia que revestía lo que se le confiaba a un tierno infante.

Así pues: Guste o no guste: Occidente no se reduce únicamente a los Estados Unidos.

Existe un Occidente previo al nacimiento de los Estados Unidos .

Existe también un tronco común a Oriente y Occidente que es Roma, igual que existe un tronco común a las religiones judía, cristiana y musulmana que se llama Abraham.

Roma y Abraham son importantes, no crean; igual que lo son Mahoma y Jesús. Pero todavía no hemos llegado a ese punto.

Con el devenir de los siglos, Occidente se ha transformado en una entidad espiritual -por mucho que haya quienes no se cansan de repetir que el espíritu está en oriente. No. El Oriente tiene una entidad espiritual propia, nadie lo niega. Pero el Occidente también la tiene; de forma y manera que la expansión occidental se admite en función de la expansión de los valores, virtudes y formas de vida (que, estoy de acuerdo, se parecen mucho a aquello de “formas de hablar”) que se consideran pertenecen a su espíritu.

¿Es necesario hablar de espíritu occidental y espíritu oriental?

Mi opinión personal: En este sentido tengo que confesarme maquiavelista, que no maquiavélica. Yo, al igual que el famoso politólogo italiano, soy de las que piensan que los hombres, sus pasiones y sus anhelos son universales y traspasan y trascienden cualquier barrera geográfica, religiosa y social. Pero sería de necios ignorar la importancia de la educación en la formación y desarrollo de los ciudadanos así como el espíritu que dicha educación transmite. Es en función de esta educación por lo que se puede hablar de Oriente y Occidente. La naturaleza humana es siempre eso: humana. Al final todas las divisiones chocan con esta gran verdad. Pero hasta que chocan con la verdad… cuánta sangre derramada y cuanta insensatez vertida sobre la razón y cuánto experimento con técnicas y políticas educativas.

Bien. Seguimos.

Hay un Occidente y hay un Oriente. 

A todos esos que afirman que ni el Occidente es monolítico ni el Oriente lo es, les agradecería que, por favor, evitasen decir verdades de Perogrullo. No hay tiempo para ello. Por supuesto que no son monolitos. ¡En tiempos posmodernos qué vienen a decirnos que han descubierto! ¡Pero si ni siquiera el ser humano lo es!! ¡Si ni siquiera el individuo puede comunicarse consigo mismo!

Pero donde no hay un monolito hay una alianza.

A lo que asistimos en estos instantes es a una reflexión acerca de las alianzas. 

A los lectores fantasmas que me leen asiduamente ya sabrán lo mucho que a mí me asombraba aquel juego de hace unos cuantos anos en los que todos los líderes políticos de este mundo jugaban al juego de “ser amigos de todo el mundo.”. Máxime en un mundo en el que las personas destinadas a ser amigos de todo el mundo no tienen ni un solo amigo y en el que el mobbing, bullying y demás tipos de violencia local y localizada hacen estragos a diario.

La situación actual me parece mucho más real que la antigua realidad virtual.

Y sí, no lo niego. ¿Quién no desea vivir en el Paraíso, aunque sea un paraíso creado por la realidad virtual? ¿Qué Pinocho de este mundo se libra de la Isla de los asnos sin un Pepito Grillo?

Pero cómo la realidad siempre se impone, los pinochos de este mundo se ven obligados de una manera u otra, a salir de esa Isla de los Asnos y a regresar confusos y deformados al camino del que nunca debieron apartarse. No. No se puede ser amigo de todo el mundo. No. La vida no es una constante fiesta. Sí. La existencia es el camino que lleva a la escuela, a la que necesariamente hay que acudir para que las emociones y las pasiones no sean las que determinen nuestro rumbo, sino la conciencia. O sea: la razón y la emoción bien dirigidas.

El segundo punto es el que asegura que Occidente no tiene enemigos.

Lamentablemente, Occidente tiene enemigos y ello se debe a que el éxito genera enemigos. A más éxito, más enemigos. Una pluralidad de enemigos permite clasificarlos evitando así inútiles errores de estrategia. 

-          Existen los enemigos envidiosos. Aquéllos que desean lo que el otro tiene.

 Existen los enemigos destructores. Aquéllos que siendo conscientes de que no pueden alcanzar el éxito del otro, lo intentan aniquilar para hacerse con su “trono”. De esta manera generalmente suelen alcanzar el poder los inactivos y mediocres pero agresivos.

 Existen los enemigos resentidos. Aquéllos que aseguran que esa posición de éxito es una falsa posición porque son ellos no sólo los que tienen la capacidad para dominar el mundo sino incluso el mandato divino para hacerlo. Ellos son el centro del mundo.

Con respecto a los enemigos hay distintas teorías. Hobbes aconsejaba hacerles regalos y ofrendas para contentarlos. Maquiavelo, más realista, aseguraba en las Discursos sobre la primera década de Tito Livio que ante los enemigos envidiosos sólo cabían dos posibilidades: huir de ellos o matarlos.

En mi opinión, de todos los enemigos de Occidente el último grupo son, con diferencia, los más peligrosos. Porque a la injusticia de la situación, que es lo que asegura el primer grupo y a la contundencia militar que usa el segundo, se une la determinación no sólo a desposeer al otro de su tiara sino a hacerla suya para el resto de la historia de la humanidad y ello no por gracia no de Dios, porque Dios ha muerto, sino por el designio del Cielo – sea lo que el Cielo sea.

El tercer punto es el que asegura que Occidente es dualista.

Falso. Nuevamente falso. Occidente no ha sido nunca dualista. Los únicos dualistas que hubo en Occidente fueron los maniqueos y se les declaró herejes y no sé cuántas cosas más. Los pobres. Lo que peor se les tomó a mal, todo hay que decirlo, no es tanto que se empeñaran en dividir en buenos y malos, sino que consideraran que esto era el infierno y que, por tanto, había que ser piadoso con él. O sea, con nosotros.

Como de costumbre: muchos que hubieran aceptado con ganas que la Tierra era el infierno rechazaban de plano mostrar humanidad con el infierno y esos que se consideraban santos en su santidad se veían incapacitados para aceptar la posibilidad de que hubieran aterrizado en el mundo de Lucifer.

Tantas complicaciones hacían inviable aceptar el maniqueísmo.

No. Occidente no ha sido nunca dualista.

Occidente ha sido dialéctico en su argumentación y trinitario en su composición. Dios, Hijo, Espíritu Santo. Azufre, mercurio, sal. Libertad, Igualdad, Fraternidad. Poder ejecutivo, legislativo, judicial. Ni siquiera un símbolo como la Cruz que, a primera vista parece dual por aquello de horizontal y vertical, es dual. La Cruz es tres: La línea horizontal, la línea vertical y el punto donde ambas líneas convergen.

El cuarto punto es que existen países con distintos valores que Occidente con los cuales Occidente puede y debe relacionarse pacíficamente por el bien de las relaciones comerciales y de la paz.

Este cuarto punto requiere un inciso.

La afirmación es verdadera siempre y cuando esos países con distintos valores de Occidente con los cuales Occidente se relaciona pacíficamente por el bien del comercio, de los negocios y de la paz, quieren lo mismo: el bien del comercio, de los negocios y de la paz.

PERO

Cuando esos otros países con distintos valores de Occidente con los cuales Occidente se relacione pacíficamente por el bien del comercio, de los negocios y de la paz persiguen la bancarrota del otro, su descomposición interna y detentar finalmente la hegemonía, habría que volver a reconsiderar seriamente el asunto.

Si el dinero que los comerciantes hoy ganan, les convierte mañana en esclavos a ellos y a sus familias, no sé yo francamente si las ventajas económicas merecen la pena.

Por otra parte, considerar la prosperidad económica cómo la vara de medir la paz me parece cuanto menos, peligroso. Que se ponga a una dictadura como modelo social no es sólo una falacia lógica es también un disparate político, por muy realista que la política sea. Ni Maquiavelo en sus mejores momentos, vaya.

Puede ser que la población que habita en los reductos de una dictadura conozca fases de gran prosperidad económica. Los españoles asistimos a ello en tiempos de Franco, cuando los americanos ayudaron a su desarrollo para evitar la expansión del comunismo soviético. Pero la prosperidad económica por sí sola no garantiza la paz a menos que esta paz vaya acompañada de la libertad. La libertad de pensar y la libertad de expresar ese pensamiento.

Llegados a un punto: o la prosperidad económica exige la libertad de pensar y de expresar ese pensamiento o la prosperidad económica convierte a una población en un establo de cerdos, con grandes y bellas instalaciones, pero establo, al fin y al cabo. La aparición de la gripe porcina está garantizada.

Hasta ahora muchos de esos comerciantes pacíficos se han guiado por un solo axioma: beneficio, lo más rápido mejor. Esos comerciantes pacíficos no han amado ni a sus propias empresas. Muchos de ellos han fundado empresas cuanto más punteras e innovadoras mejor; les han sacado y exprimido el zumo y cuando ya intuían que no iba a dar mucho más de sí o bien las han vendido, las han fusionado o, sencillamente, las han declarado en quiebra. En definitiva, muchos de esos comerciantes pacíficos han jugado al juego de Vini, Vidi, Vinci, en el que la rapidez era un factor fundamental. Y cuando la rapidez ha dejado de serlo, lo ha sido la resiliencia. Pero no nos equivoquemos la resiliencia no por y para el éxito de la empresa, sino por y para el beneficio propio. No para el beneficio de la nación ni para el beneficio de la paz.

La llamada “guerra comercial” no es más que la defensa que la política hace de su población. Y cuando se trata de políticas democráticas hay que admitir que con ellas no se está defendiendo la paz, - ni la interna ni la externa -, porque la política democrática que decide lanzarse a la guerra comercial tiene que lidiar con los obstáculos de sus propias empresas inter y supra-nacionales tanto como con las políticas enemigas. Lo que está defendiendo es la libertad. Y seamos justos: la libertad va más allá de la libertad de vender y comprar. Hay cosas que no se deben vender ya se trate de órganos humanos o del alma humana.

El punto de que los países grandes vencen a los pequeños o el nuevo determinismo histórico.

Y llegamos al último punto que circula por los numerosos medios de comunicación. El de que Occidente está compuesto de multitud de pequeños países que carecen de fuerza y de medios para enfrentarse a los países grandes.

De todas las estupideces que he oído esta es una de las mayores, por no decir la mayor.

Significa una traición tanto a la confianza en las posibilidades de uno mismo como en la esperanza, y - esto es lo peor – un enorme desconocimiento de la historia.

Repasemos un poco.

Roma. Una pequeña ciudad se convierte en el mayor imperio de todos los tiempos.

Roma. Dos veces Roma. Por Roma y por el Vaticano. Caído el imperio romano es el Vaticano el que recoge su antorcha en Occidente. No me hablen de las miserias de Roma y del Vaticano. Las conocemos todos. Las aborrecemos todos. Ninguna persona normal en su sano juicio puede justificarlas. Es su pequeñez convertida en universal lo que nos interesa en este momento.

Jesús. Un hombre insignificante se convierte en una de las mayores figuras, por no decir la mayor figura, de todos los tiempos.

Mahoma, el profeta, consigue reunir a tribus escindidas y enemistadas entre sí y forma un ejército cuya fuerza llega hasta nuestros días.

En cuanto a los países grandes, gigantescos… Estados Unidos colonia antes que imperio. Heredero más que origen. Rusia y China sumergidas en dictaduras milenarias, sonando sueños de riqueza, paz y libertad mientras libran guerras hobbesianas apaciguadas a lo hobbesiano, creyendo que son guerras divinas.

Pregúntense y sepan cómo llegó India a ser británica. 

Pregúntense cómo es posible que los más grandes imperios de este mundo hayan caído y empresas familiares surgidas de un simple taller se hayan convertido en poderosos negocios textiles globales.

En fin…

Hora de pensar ¿para la libertad?

No. Para podernos llamar “ser humano” delante del espejo.

Wittgenstein tenía razón: de lo que no se puede hablar, mejor callar.

Más interesante, sin embargo, es recordar que ni él mismo lo consiguió.

Isabel Viñado Gascón

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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