martes, 3 de diciembre de 2019

Elucubraciones acerca de la New Age. La nueva conjunción. O lo que es lo mismo: la nueva forma de conjugar la civilización humana.


La nueva era de Acuario, dicen los astrólogos que llega y anuncian que va a convertir a la Humanidad en una especie de mundana sopa del Nirvana. Esta idea tan excitante para los que la predican como para los que esperan verla realizada significa en realidad alcanzar aquello que Brecht y tantos otros pidieron a gritos: el Paraíso aquí y ahora. A decir verdad, no hacía falta que gritaran tanto. Antes que ellos ya lo habían intentado los idealistas alemanes. Su pasión por la Naturaleza, sinónimo de Razón, sinónimo de Espíritu, revelaba sus más profundas intenciones. Lo que consciente o inconscientemente alentaba sus tesis no era más que la consecución de lo que ya antes que ellos la alquimia había perseguido: la obtención de la piedra filosofal.

“Piedra filosofal” extraño concepto éste; compuesto por dos términos a todas luces antagónicos: “Piedra”: la materia más inerte por antonomasia y “Filosofía”, la búsqueda de la Verdad. Filosofía sinónimo de amor a la Verdad, de búsqueda de la Verdad, donde el enunciado lógico trasciende hasta convertirse en Espíritu que impregna. “¿Qué es la Verdad?”, preguntó Jesús. “Yo soy la Verdad”, contestó.

“Piedra filosofal”: la contradicción en sus puros términos. Sin embargo, nada que ver con la vulgar oposición que significa “realidad virtual”. En el binomio "realidad virtual" la realidad real se espanta al verse involucrada en una amistad que para nada desea, porque la relación entre “realidad” y “virtualidad” es tan antagónica como la que se da entre Esaú y Jacob, si no más. Esaú es el realismo que pierde; Jacob, el sueño que vence da igual cómo, aunque sea utilizando trucos de magia, trucos de prestidigitador – con la inestimable ayuda de la colaboradora de turno:  su madre.

La realidad virtual está compuesta a base de una “realidad” que ni se impone, ni se aleja en busca de un nuevo lugar donde construirse y de un “sueño” que no pretende vencer a ningún ángel, ni siquiera de un sueño que ansíe convertirse en realidad, sino simplemente una fantasmagoría que se disfraza de realidad, porque en el mundo de las apariencias es verdad que el traje hace al hombre por más que el hábito no haga al monje.

No. El concepto de “Piedra filosofal” no tiene nada que ver con ese terrible concepto, - terrible por sinsentido, - de “realidad virtual”.

En el concepto “Piedra filosofal”, la piedra cumple el doble papel de protector, por una parte, y de guardián por otra. En efecto: la piedra; dura y resistente envuelve al espíritu para evitar que sufra daño alguno, pero al tiempo impide que el espíritu siempre etéreo, siempre deseoso de ascender a las altas e insondables esferas pierda su fuerza conforme se expande.

Piedra filosofal es Jesús. Jesús: el espíritu divino dentro de la materia de un cuerpo humano.

El espíritu siempre necesita de una materia que sea su defensor tanto como su celador. De ahí que los idealistas alemanes no sólo se vieran incapaces de desterrar a la Naturaleza de su pensamiento, sino que le concedieran una importancia capital. El hombre vive y se desarrolla en la Naturaleza, pero esa Naturaleza no es sólo un ecosistema; no es simplemente un hábitat físico. Es también allí donde tiene lugar el despliegue de la Razón. Y la Razón-Espíritu ha de estar vigilada, custodiada, por la materia. Es la única forma de que mantenga su energía, su fuerza interior, su esencia.

Y aquí, de repente, uno se acuerda de aquellos muros de la ortodoxia de los que Chesterton hablaba. El individuo, cualquier individuo, necesita de esas paredes protectores para no caer al abismo de la Nada, que es el abismo del Nihilismo. Es cierto que los muros de la ortodoxia religiosa tienden a estrecharse hasta un punto en que el individuo queda asfixiado, en vez de permitir la libre acción de los individuos sin temor a despenarse en el vacío se convierte en el frio patio de una cárcel en el que los presos no tienen más posibilidad de movimiento que el de dar paseos en círculos mientras hablan o pegan una desganada patada a algún balón salido de no se sabe muy bien dónde. Sí. Es cierto. Hay que cuidar que los muros de la ortodoxia, como cualquier muro que se precie, sirvan de protección y no de impedimento. Hecha esta advertencia, la conclusión sin embargo sigue siendo la misma: la existencia humana, cualquier existencia humana, requiere de muros, de diques de contención que guarden de caer en el abismo de la Nada. 
Héroe, como muy bien señaló Nietzsche, es aquel que es capaz de ascender a lo alto del muro y de pasearse en la peligrosa estrechez contemplando el lejano horizonte, sin caer en el precipicio.

Las vidas exigen de un hábitat, de un territorio conocido en el que poder construirse, desarrollarse y expandirse en conjunto con otras vidas. “No hay libertad sin cadenas”, cantaba el grupo onubense Jarcha en sus días.
 No. No la hay. La libertad es espíritu y como tal necesita de anclajes materiales y firmes en los que poder sostenerse.

La ciencia, en cambio, que exige de la total y absoluta libertad de pensamiento, - porque el pensamiento para ser pensamiento auténtico ha de ser espíritu libre -, tiende a parapetarse entre paredes que levantadas aquí y allá, construyen lóbregos y húmedos laberintos en los que se pierde y moribunda se arrastra a ciegas y a falta de libertad y de espíritu vive acosada por las fantasmagorías y los espejismos.

El mejor arquitecto de todos los tiempos, Dédalo: el constructor del laberinto de Creta, no quiso permanecer en su creación.

 Dédalo es la ciencia que huye de la cárcel que ella misma ha erigido en torno suyo. Pero el pensamiento para escapar de la materia que lo aprisiona, para no vagar envuelto en fantasmagorías, necesita de la materia: las alas de cera.

 Dédalo abandona el laberinto no con el "puro" pensamiento, porque el pensamiento científico no puede liberarse de la fría materia. 

Dédalo escapa con el pensamiento oculto en la técnica. El científico que construye su propio laberinto es consciente de que únicamente con la materia puede alzar el vuelo de la libertad, y únicamente en libertad puede la ciencia existir como ciencia y no como simple ciencia material, no como simple técnica. Si la técnica permanece dentro de los muros del laberinto, será simple técnica, pero en ningún caso ciencia y, desde luego, jamás pensamiento radical.

La ciencia exige como requisito sine qua non aquello que le está vedado a la existencia humana: la absoluta libertad. La ciencia es pensamiento que piensa hasta el final, pero que jamás logrará elevarse a las alturas sin sus alas de cera. 

La ciencia es pensamiento que ha de pensar en libertad para comprender la realidad, pero la realidad no puede ser escindida de la materia. En otro caso caemos en las fantasmagorías que acorrala al pensamiento cautivo en el laberinto.

Las fantasmagorías que las luces y sombras de las piedras del laberinto crean no son el único peligro que acecha a la ciencia. El "pensamiento puro" y el conciencialismo, por llamarlo de alguna manera, representan una amenaza no menos peligrosa: el pensamiento que se libera de la materia para a continuación creer que puede construir mundos, cualquier mundo, con el poder de la mente. 
Icaro es el conciencialista de la mitología. El joven cuya mente quiere acercarse al sol y está convencido de que su mente en libertad no necesita ya de alas en las que sostenerse. 

El conciencialismo no es pensamiento que piensa sino pensamiento que siente. 

En primer lugar, porque el pensamiento "puro" - ése que piensa sin materia -, sólo puede ser metafísica o matemática y llega un momento en que ese pensamiento "puro" consigue liberarse de lo único que le unía con lo real: los signos. Es entonces cuando los signos dejan de ser formas de comunicación para expresar intuiciones individuales, ideas claras y distintas personales, visiones inefables.

En segundo lugar, porque el conciencialismo se trata de un pensamiento que construye con el pensamiento lo que él mismo sienten y desea, lo cual es – por definición- una contradicción en sus términos porque el "puro" pensamiento – que es pura libertad, absoluta libertad – únicamente puede pensar, jamás construir; y ello porque me el pensamiento que construye no puede renunciar a la piedra, a la materia.

La ciencia, que necesita ser apoyada por un espíritu en libertad para poder desarrollarse adecuadamente, necesita ser sostenida y apoyada por la piedra, por la materia. Apoyada, sostenida, pero no envuelta – porque eso la aprisionaría, como bien saben los Dédalos de este mundo, en terribles laberintos y la ahogaría en insoportables fantasmagorías. 

Por eso, la ciencia, aun estando formada por pensamiento y materia nunca puede ser ella misma la piedra filosofal de la que hablábamos al principio.

Hete aquí la miseria de la Ciencia actual: o la mantienen en fríos laberintos materialistas, como le sucede a la física teórica, sin permitirle descubrir y surcar los espacios siderales y metafísicos sobre los cuales versa su trabajo, o la someten a la presión de encumbrarse hasta espacios tan elevados que termina por derretir sus alas de cera y desintegrarse.

Materialistas y concencialistas blanden cada cual sus espadas y la guerra de ambos ensombrece a los Dédalos de este mundo, que tristes y solitarios prosiguen su camino hasta el final del viaje.

Pero se hace necesario volver a nuestro punto de partida y el punto es la era de Acuario, esa era que dicen algunos, va a ser la era de las grandes colectividades humanas, la era de las grandes fusiones humanas; así, sin más, a lo Nirvana. Y a eso le llaman algunos, progreso de la Humanidad, desarrollo ascendente de lo que hasta ahora ha sido la Humanidad.

Lo dicen algunos.

Yo me asusto.

1.  Si caemos en los movimientos colectivistas, da igual de dónde procedan, cuál sea su contenido y cuánto su éxito, la sociedad y el individuo están ambos condenados a desaparecer.

Dos son las grandes estructuras colectivistas que ha habido en Occidente. Uno ha sido la Iglesia Católica. El segundo el materialismo, cuya expresión política fueron el régimen de la unión soviética y, aunque a primera vista parezca erróneo, el fascismo. El fascismo aparece envuelto en valores, pero son valores sombríos, esclavos de ese movimiento colectivista.

a)    El colectivismo de la Iglesia Católica sin embargo nunca ha sido global, sino universal, y por tanto trascendente. Eso significa que de alguna manera tenía que tomar en consideración al individuo y a su fuerza creadora. Lo hizo en tanto en cuanto permitió la libre expresión artística, que es la manifestación más radical de lo que el ser humano es. En efecto, el arte incluye técnica e inspiración. El arte es creación en soledad, que no se queda en la soledad, sino que se comunica y transmite en sociedad. Incluso en las fases más puritanas, se han pintado sensuales “madonnas” y se han escrito canciones con doble significado.  El arte medieval talla demonios y escenas pornográficas en sus columnas y escribe obras de terror, dignas de Lovecraft.

Pese a todo, Lutero se vio en la obligación de luchar contra el colectivismo de la Iglesia Católica cuando comprendió que dicho colectivismo, como todo colectivismo, tiene un centro, poco importa lo grande y organizado que ese centro sea, cuya existencia consiste en su propia contemplación y admiración por una parte, y en el apuntalamiento de su poder, por otra. 

Cada tipo de centralismo necesita, en efecto un centro de estas características. Y todo centro, a qué negarlo, tiende tarde o temprano a adoptar dichas connotaciones.  Es ese centro justamente el que impide y destroza la sociedad, en tanto que hace imposible la existencia del individuo. 

Desde ese Poder central que puede identificarse con el cielo, con el sol, con la verdad, o con el término que se prefiera, se imparten las órdenes que todos han de seguir. El individuo se convierte en parte de ese aparato, de ese sistema, de esa estructura.

La batalla llevada a cabo por Lutero alcanzó un desigual éxito. Por una parte, es verdad que gracias a ella se reforzó el individualismo; por otro, sin embargo, al intensificar el poder de los príncipes, consolidó el poder feudal o de clan.

b)      Con el materialismo sucede algo similar. Como muy bien señalaron los intelectuales del siglo XIX, el materialismo es una fe viva, una religión. 

Desde el punto de vista materialista, los hombres son simplemente animales altamente evolucionados; de ahí que la ley por la que se rigen es la del estado de naturaleza y todo se transforma en una lucha de poder de los unos contra los otros. Para impedir la guerra y el miedo constante, así como para crear las plataformas que permitan la paz y el desarrollo del comercio y la industria, se hace necesario un Leviatán al estilo de Hobbes. Como cualquier colectivista, los materialistas también necesitan un centro desde el que establecer todas y cada una de las normas y reglas que rigen las vidas de los seres humanos. Este centro es el Estado. Un Estado que es totalitario, en el sentido de “total”, pero que nunca puede ser, por definición, tiránico puesto que permite la paz y la comunicación entre los hombres. En el colectivismo materialista no hay individuos. Hay funciones. Cada cual tiene que estar en su puesto. El individuo como tal no existe y no tiene validez salvo dentro de un grupo. Ni siquiera el ciudadano puede entenderse bajo su definición clásica, porque un “ciudadano” que ha de ser obediente a lo que se le dicte es un adepto o un rebelde (caso de que se oponga), es un ciudadano que está dentro o está fuera del aparato estatal, pero desde luego no está construyendo la ciudad de la que forma parte, porque de eso ya se encarga el Estado totalitario, no sólo en el sentido de imperativo y punitivo sino de total; esto es: de presencial. El Estado totalitario ocupa cada esfera de la vida del sujeto y éste mantiene la necesaria pervivencia de ese Estado que, recordemos, implanta la paz y el orden en lo que sin él simplemente regiría la ley de la jungla, con su obediencia. 
La figura dominante en las estructuras materialistas no es pues, ni la del individuo ni la del ciudadano sino la del funcionario, en tanto que la persona cumple una función, en tanto que funciona inserto en unas estructuras determinadas por el Estado. Su relevancia social corre pareja a estos requisitos, de tal manera que el que no cumple una función determinada es relevada o abandonada a su suerte. Esto, desde luego, no tiene nada que ver con la fuerza física de un individuo. Los minusválidos, los drogadictos, los grupos minoritarios sean del tipo que sea… todos ellos cumplen una determinada función. No. No nos estamos refiriendo a las asociaciones que existen en un Estado individualista, nacidas de la necesidad mutua de los individuos de ayudarse y sostenerse. Estamos hablando de la función que cumple en un Estado totalitario, el paternalismo y las emociones como instrumento para afianzar la pervivencia de ese Estado, que no sólo asegura el orden, sino que además protege en cualquier momento de la existencia.

2.       La cultura china y la cultura árabe tienen en común más de lo que en un principio pueda pensarse. La verdad del dicho “las apariencias engañan” es en este caso más que evidente. Ambas culturas han sido tradicionalmente colectivistas, polígamas y anti-sociedad. Digo anti-sociedad, para diferenciarla del término “social”.

 Como ya en su día señaló Aristóteles, el hombre es un ser social por naturaleza. La sociedad, en cambio, no es algo preestablecido, ni tan siquiera natural. La existencia de la sociedad representa y exige un arduo esfuerzo. No es en absoluto banal que movimientos herméticos, esotéricos o como se le desee llamar, hayan puesto tal énfasis en la idea de “construcción de una sociedad”.

La estructuración de lo social se ha realizado tanto en la cultura china como en la árabe a través del modelo de Clan, - o si se prefiere denominarlo de otra manera: del modelo de las grandes familias -, que es el que se corresponde con las formas pre-industriales o agrícolas de existencia y que siguen manteniéndose hoy en día sumamente arraigadas en la conciencia social pese a los adelantos técnicos e incluso tecnológicos. La técnica y la tecnología cambian, como bien suele decirse, las “formas” de vida, pero no el “fondo” de las concepciones acerca de lo que la vida es. Una mujer con burka utilizando un ordenador no es contradictorio en absoluto. Ni siquiera el hecho de que trabaje y ocupe un puesto de responsabilidad supone un cambio en el “fondo”, porque en las sociedades agrícolas y pre-industriales sólo unas muy pocas mujeres han permanecido fuera del mundanal ruido. Las mujeres de los emperadores chinos han sido grandes intrigantes de palacio, lo que no es más que una forma despectiva de decir que han sido grandes políticas; las mujeres de los negociantes árabes han organizado y propiciado muchos negocios de sus maridos, bien a partir de las relaciones con otras mujeres, bien en la plaza del mercado. La frase “Detrás de todo gran hombre, hay una gran mujer”, no debería olvidarse nunca. Mucho menos aún, en este tipo de estructuras sociales dirigidas, como ya he dicho por el modelo de Clan.

El Clan es un aparato de poder regido por sus propias reglas y en el que el individuo como tal (sea mujer u hombre) no juega prácticamente ningún papel relevante. La figura del Jerarca y del Líder son importantes en lo que a su función se refiere. La condición de individuo está supeditada a su función. Es un hijo del cielo o un enviado del cielo en tanto en cuanto detenta un cargo, lo que conlleva, claro, una determinada posición y privilegios dentro de ese clan. En el momento en que ya no desempeña esa función, - es decir: en el momento en que recobra su condición de “simple” individuo -, deja de poseer también las cualidades que le unen al cielo y pasa de ser “hijo del cielo” a ser un “vulgar” mortal. Por eso conservar el Poder, cueste lo que cueste, se convierte en la principal tarea del sujeto, más incluso que la función dentro del clan. La “vida”, y nunca mejor dicho, va en ello. Este es igualmente el motivo de que los clanes resulten siendo ineficaces e inefectivos a la hora de generar progreso dentro de las estructuras sociales en las que están presentes.

Una sociedad, sin embargo, no han construido y ello porque la existencia de dichos clanes socava e impide tanto la aparición de la sociedad como – nuevamente a pesar de las apariencias- la existencia de un gran Estado, entendiendo por Estado allí donde una sociedad compleja encuentra cabida y posibilidad de ser y desarrollarse. 
El Estado en la cultura de clanes significa únicamente el lugar en el que dichos clanes muestran y confrontan su fuerza y poder con respecto a otros clanes; no un lugar donde se estudia y discute la posibilidad de un trabajo conjunto. Existen alianzas de Poder por el Poder mismo. Es el Poder quien establece las líneas a seguir, y la primera es, justamente, defender y asegurarse el Poder que detenta, porque el Poder es sinónimo de vida.

La posibilidad de una cohesión interna es por definición imposible y sólo puede obtenerse por mecanismos externos: coacción, control. No es que una sociedad no disponga de sus propios dispositivos punitivos y de inspección y registro. El grado aquí es el que marca la diferencia.

3.       La sociedad es una organización mucho más compleja que el colectivismo y, por consiguiente, también mucho más delicada, mucho más sensible y mucho más necesitada de grandes esmeros y cuidados. Necesita de reglas, tanto como de libertad. La Paz ha de ser comprendida como la Paz surgida de la armonía del individuo que se sabe en una Libre Seguridad, y no como el resultado del Orden Social obtenido por diversos sistemas de vigilancia – bien a través de medios tecnológicos, bien por el control social de unos sujetos sobre otros - realizan.

Actuar conjuntamente tampoco debería reducirse al significado que actualmente se le otorga. Esto es: luchar juntos contra un poder mayor porque, en primer lugar, ese “luchar juntos” puede estar infectado por mecanismos de propaganda y mensajes subliminares desarrollados desde la psicología manipulativa y manipuladora; en segundo lugar, un “poder mayor” no es de per se un enemigo del individuo. Un Estado democrático es un aparato mayor que el individuo, y no obstante es el único aparato que concede al individuo el marco para desarrollar su propia personalidad. Cosa distinta es que el individuo lo utilice o no. En tercer lugar, porque la guerra es otra forma del colectivismo, la más radical y extrema. Cualquier lucha -civil o militar – exige que el individuo se pliegue al objetivo común.

Actuar conjuntamente debería contemplar la posibilidad de construir un edificio sin que dicha tarea implique romper un anterior edificio; ni tan siquiera los colindantes-


    Aunque la soledad no significa aislamiento, en la concepción colectivista está considerada, por definición, como algo negativo.  Para qué se reúnen las personas con otras personas en los movimientos colectivistas: Principalmente para no estar solas.

En la colectividad social, el hombre ha de estar en constante contacto y comunicación con los demás, pero puesto que tan apenas tiene tiempo a desarrollarse en soledad, los encuentros con los otros se tornan cada vez más superficiales, más insustanciales en el sentido de no poseer sustancia.

Se habla de “small talk”, pero lamentablemente hay que aceptar que esa brevedad se ha hecho cada vez más extensa hasta alcanzar una extensión ilimitada. Si alguien desea hablar de sus problemas con alguien, mejor que vaya a un psicólogo para no intoxicar ni a la familia ni a los amigos. De lo que se trata es de dejar los problemas existenciales y contingentes fuera de las relaciones; de evitar intoxicar las relaciones con lágrimas, ni con dolor. Hablar de uno mismo significa ser narcisista; cocinar galletitas: intentar comprar amor a base de cocinar; es decir, manipular a base de adular y agasajar; ser simpático equivale a ser un sociópata. Curiosamente en toda esta madeja de psicología popular que tantos bolsillos alimenta, los únicos que realmente siguen triunfando son los auténticos sociópatas, que se reúnen entre sí y se conceden sonrisas de aprecio y aprobación mutua, transmitiendo hacia el exterior la sensación de auténticos amigos cuando nada más lejos de la verdad. Los otros, los simplemente humanos, se desangran en una soledad improductiva, vacía y sangrante. Cuando se reúnen con el otro es simplemente para “pasar el rato”. Como no han tenido tiempo para reflexionar, la mayoría de los diálogos son repeticiones de las opiniones mayoritarias en pro o en contra de un determinado tema. Normalmente si uno hace una afirmación, se ve obligado el otro a llevarle la contraria. Como de lo que se trata es de mantener una atmósfera agradable, es mejor desviar las conversaciones a temas cada vez mas impersonales. Impersonal sin exigencia de reflexión personal.

Así pues, aquellas reuniones que en la sociedad de individuos permitían la comunicación entre las diferentes soledades activas desaparecen en los colectivismos sociales para en su lugar dar paso a encuentros intrascendentes que únicamente satisfacen a los de naturaleza superficial. La carencia de buenas lecturas no sólo leídas sino sentidas y reflexionadas y la incultura en general se propaga lenta pero inexorablemente. Y el solitario activo queda dejado a su suerte; y si alguna vez, por casualidad, se halla frente a alguien como él, siempre le invade la sospecha de haber tropezado con otro “inadaptado."

5.    Allí donde la sociedad . y no solamente lo social - existe, la soledad es considerada como un elemento positivo. Es comprensible. Desde la concepción de sociedad, el individuo existe donde y cuando la soledad es activa y no meditativa o mística, como sucede, por ejemplo, en las culturas tradicionales de los clanes. 

El individuo existe allí donde su fuerza individual y personal que ha originado un resultado en esa soledad activa, que ha llegado a determinados logros, se comunica con las fuerzas individuales y personales de los otros individuos que, a su vez, también han trabajado y han llegado a determinados resultado y es entonces, y sólo entonces, cuando pueden trabajar en grupo: sea en un taller de arte, de mecánica o en un laboratorio altamente sofisticado tecnológicamente hablando. Esto es: los individuos se reúnen para construir conjuntamente. En una sociedad así, el individuo aparece reunido con otros hombres en la única esfera donde puede comunicar lo que él es: y esto es su trabajo. Trabajo como expresión material del ser, no como función del hombre. La soledad es ese estado en el cual el hombre se encuentra consigo mismo y trabaja, en el sentido de crear desde la libertad, la paz y la cohesión consigo mismo. Y después, y sólo después, sale de sí mismo y comunica el resultado de su trabajo con los otros. Así pues, la comunicación es igualmente productiva.

6.       Para el hombre individual el trabajo es expresión de sí mismo. El trabajo dignifica porque no es tarea del esclavo, es tarea del hombre que es señor de sí mismo. Hegel encuentra la posibilidad de convertir al esclavo en amo en esa gran historia que es la dialéctica del amo y del esclavo. El esclavo adquiere condición de hombre a través de un trabajo, que deja de ser esclavitud; esto es. Simple materia y va adquiriendo el espíritu del que parte. Esta es la gran diferencia con el trabajo de los movimientos colectivistas. 
Y. Soy consciente de la aberrante utilización de la frase. "El trabajo hace libre., por parte de los nazis.

 Y tampoco me pasa desapercibido que la dialéctica del amo y del esclavo de Hegel nace de una premisa falsa. A saber: que el amo no tiene miedo a la muerte y el esclavo, en cambio, sí. 
Seamos claros: aparte de que la valentía y cobardía no son exclusividad de estamentos sociales, aquellos que más tienen que perder son los más cuidadosos con sus vidas. Yo podría nombrar a unos cuantos amos que entre la bolsa y la vida, darían gustosos la bolsa a sabiendas de que la conservación de la vida, de su vida, les permitirá al día siguiente adquirirr nuevas ganancias. Y conozco a "esclavos" que lucharían por su bolsa sin temor a perder su vida porque de esa bolsa depende la vida de su familia y lucharían sin temor a perder una vida que tan penosa existencia le ofrece.

Para los colectivistas el trabajo se desprende de cualquier ideal, incluso la de la corrupción del ideal. 
Para los colectivistas el trabajo supone simplemente una función y además una función económica, no una exteriorización de la personalidad del hombre que ha logrado algo en soledad primero, y en comunicación con los otros lo ha matizado o perfeccionado. Es por eso también, que, en una sociedad, en un Estado no colectivista, tanto la soledad activa como la comunicación de esa soledad activa exigen como requisito sine causa, la cultura, la libertad y la igualdad de nivel, que poco tiene que ver con el igualitarismo social, porque no se trata tanto de la igualdad de Poder Social como el de la asociación de los iguales, o lo que es lo mismo: “pares cum paribus congregantur.”

La era de Acuario llega cargada de colectividades y colectivismos que poco o nada tienen que ver con la construcción conjunta de la sociedad.

La construcción conjunta de la sociedad exige la destrucción de laberintos, la muerte de los Minotauros, la conservación de las alas de cera, el pensamiento que piensa radicalmente. Se hace necesario liberar a la física teórica del laberinto materialista en el que ha caído, sin por ello lanzar a los infelices Icaros - demasiado jóvenes todavía, o demasiado insensatos, o ambos, para comprender que la mente no puede crear mundos con la mera conciencia; que ni siquiera el arte puede separarse de la materia, de la técnica, de los límites del lienzo o del lienzo mismo.

La era de Acuario se aproxima.

En vez de anunciar colectividades que salven a una Humanidad, nunca salvada por las colectividades, mejor haríamos en ocuparnos y preocuparnos de la conservación de las aguas del planeta.

Si hemos de comernos la sopa del Nirvana, si hemos de nadar en ella y aun mucho más si hemos de fundirnos en ella, por lo menos que sean aguas limpias.

Isabel Viñado Gascón












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