viernes, 10 de julio de 2015

Discursos sobre la Primera Década de Tito Livio, de Maquiavelo.Segundo Libro: "Consideraciones sobre la política exterior y la guerra.

Lo que aquí aparece es un resumen del Segundo Libro de los Discursi de Maquiavelo. He preferido recoger las ideas más sobresalientes, dejando a un lado los ejemplos históricos, a fin de que el lector impaciente o que no disponga de mucho tiempo pueda, sin embargo, apreciar la profundidad del pensamiento del autor italiano. El entrecomillado recoge citas literales de la traducción que he utilizado. 

Como es mi costumbre, recomiendo encarecidamente la lectura de este libro. A pesar de no ser muy conocido por el gran público puede ser considerada como una de las grandes obras de la literatura política.

Para la redacción de este trabajo he utilizado una edición española (en pdf) ”Discurso sobre la primera década de Tito Livio” http://biblio.juridicas.unam.mx/libros/libro.htm?l=1569 y una edición alemana (en eBook) “Die Discorsi: Das Wesen einer starken Republik” (Copy right e-artnow, 2014. ISBN 978-80-268-2659-0)

Prólogo

Maquiavelo no comparte la opinión generalizada que sostiene que cualquier tiempo pasado fue mejor. A su juicio “el mundo siempre ha sido igual, con los mismos males y con idénticos bienes aunque variando los bienes y los males de pueblo en pueblo.” Y las noticias que se tienen de los antiguos reinos muestran, según Maquiavelo, los cambios que éstos sufrieron debido a la variación de costumbres. El autor florentino afirma que las virtudes pasaron de Asiria a la Media, de ahí a Persia y continuaron hasta llegar a Italia y Roma y a partir de allí se repartieron entre pueblos florecientes como el de Egipto, Turquía, Francia, Alemania, y antes que eso en el de los sarracenos.

Maquiavelo considera además que a la hora de analizar el pasado los hombres han de hacer frente a a los riesgos que su propia naturaleza entraña. En efecto, sus deseos son insaciables “porque su propia naturaleza le impulsa a quererlo todo mientras sus medios de acción le permiten conseguir pocas cosas” y de ahí que se dediquen a “maldecir los tiempos presentes, elogiar los tiempos pasados, y desear los futuros, aunque para ello no tengan motivo razonable alguno.”

Y aunque el propio Maquiavelo teme incurrir en el error anterior al alabar tanto las virtudes del antiguo imperio romano, comprende que los pueblos que han nacido en las ruinas del imperio romano prefieran los antiguos tiempos porque en los actuales “ni se practica la religión, ni se cumplen las leyes, ni se observa la ordenanza militar; manchando todas las conciencias los vicios más repugnantes, vicios tanto más detestables cuanto que sobresalen en los que forman los tribunales, o ejercen autoridad, o pretenden ser adorados.”

Y de ahí, por tanto, debido a que las virtudes antiguas son tan evidentes como los vicios actuales,  termine considerando apropiada y en absoluto exagerada su admiración por los antiguos romanos y su deseo de mostrarla a las nuevas generaciones, con el propósito de enseñarles el bien.

Capítulo I
De si fue el valor o la fortuna lo que más contribuyó a agrandar el imperio de los romanos.

Maquiavelo se muestra contundente: “Al valor de sus ejércitos debió su imperio y a sus propias y peculiares leyes, dadas por su primer legislador, el conservarlo.”

Y responde a aquéllos que afirman que su grandeza no se debe tanto a su valor como a su fortuna, porque Roma nunca llevó al mismo tiempo dos guerras peligrosas. Pero si se analiza la conducta de los romanos, dice Maquiavelo, se verá que a la fortuna se unió un gran valor y no una menor prudencia.Por un lado, porque los pueblos vecinos, atemorizados por su valor, no se atreven a atacar y por otro, porque los pueblos alejados, no se interesan por lugares y temas que no les conciernen; de modo, que cuando el peligro se acerque no contarán con más fuerzas que las suyas propias porque no habrán tenido tiempo de establecer alianzas ni una idónea estrategia defensiva. Otros pueblos, encandilados por la prosperidad romana, se aliaron con ellos y establecieron alianzas conjuntas hasta que cuando comprendieron su error ya era tarde y habían empezado a combatirlos, como les pasó a los cartagineses, pero no sólo a ellos. Y es que los romanos procuraban tener en las comarcas que invadían amigos que les permitieran “entrar o salir o permanecer”. Así, por ejemplo,los romanos entraron en España gracias a los saguntinos y en Samnio por medio de los capuanos.

Capítulo II
Con qué pueblos tuvieron los romanos que combatir y cuán tenazmente defendieron aquéllos su independencia.

Cinco son los puntos que trata en este tema: las ventajas de la libertad, la defensa del Bien Común, las desventajas de la servidumbre, cuál es el peor tipo de servidumbre y los problemas que la religión cristiana ha introducido en la educación de los ciudadanos y por consiguiente en la conservación de la república.

Los ejércitos romanos necesitaban gran valor porque conquistar no era fácil, debido al amor que los pueblos tienen a su independencia. Es fácil comprender este sentimiento tanto como el de odio a los tiranos porque “sólo cuando hay libertad aumentan el poder y riqueza de los ciudadanos.” Más adelante volverá a nombrar las ventajas que la libertad conlleva, entre otras la multiplicación de las riquezas que la industria y la agricultura reportan porque cada cual se dedica a aumentar las suyas, pudiendo gozar de ellas y sin temor a que le sean arrebatadas y conformen se incrementan las fortunas de los particulares aumentan también las del Estado. Todo ello determina un crecimiento en el número de matrimonios y nacimientos.

Se equivoca, sin embargo, el que crea que con ello Maquiavelo se muestra partidario de admitir un liberalismo darwiniano que sólo sea disfrutado por un pequeño grupo de individuos.. El Bien Común vuelve a aparecer como el axioma a partir del cual ha de regirse cualquier república.: “(...)no es el bien particular sino el bien común el que engrandece a los pueblos y al bien común únicamente atienden las repúblicas. En ellas sólo se ejecuta lo encaminado al  público aunque perjudique a algunos particulares; pues son tantos los beneficiados que imponen las resoluciones a pesar de la oposición de los pocos a quienes dañan.” Por el contrario, afirma Maquiavelo, en un régimen monárquico los intereses del príncipe no coinciden con los del estado y las conquistas serán provechosas sólo para el príncipe.

Maquiavelo repite una y otra vez repite los daños que la servidumbre causa en los pueblos; el más nocivo: la carencia de bienes que es mayor cuanto mayor es la falta de libertad.El peor tipo de servidumbre a un extranjero es, a su juicio, la impuesta por una república. En primer lugar porque tienden a perpetuarse en el tiempo y en segundo, porque tienden a debilitar a los otros estados para llegar ella a ser más fuerte. Por el contrario, el poder de un príncipe,que Maquiavelo considera nocivo para su propio estado porque antempone sus intereses a los de su república, en el caso de que ejerza el poder sobre un pueblo extranjero, resulta menos perjudicial. Primero, porque su poder suele ser temporal y  segundo porque - salvo en el caso del príncipe oriental al que considera “bárbaro, destructor de países y de instituciones de gobierno” – suele amar por igual a todos sus pueblos,  “dejándoles prosperar y que se rijan por sus antiguas leyes.”

Lo arregle como lo arregle, lo cierto es que de nuevo nos encontramos ante otra de las contradicciones de las que adolece de vez en cuando Maquiavelo.

Que los hombres antiguos fueran más amantes de la libertad que los actuales y tuvieran también mayor fuerza se explica, según Maquiavelo,  por las diferencias que existen en la educación basada en la diferencia de religión. Aquí aprovecha para hacer una crítica incisiva a la religión cristiana.
“Enseñando la nuestra, la verdad y el verdadero camino, hace que se tengan en poco las honras de este mundo; pero los gentiles estimándolas y considerándolas el verdadero bien, aspiraban a ellas con mayor vigor y energía. (...) Además la religión pagana sólo deificaba a hombres llenos de gloria mundana y la nuestra ha santificado más a los hombres humildes y contemplativos que a los de enérgica actividad. Además coloca el supremo bien en la humildad, en la abnegación, en el desprecio de las cosas humanas, mientras la pagana lo ponía en la grandeza del ánimo, en la robustez del cuerpo y en cuanto podía contribuir a hacer los hombres fortísimos. La fortaleza de alma que nuestra religión exige es para sufrir pacientemente los infortunios, no para acometer grandes acciones.” Así pues, los hombres, deseosos de alcanzar el paraíso se muestran más dispuestos a aceptar las injurias que a vengarlas. Y todo, concluye Maquiavelo, porque los hombres han interpretado a la virtud cristiana conforme a la pereza y no conforme a la virtud, porque si hubieran atendido a ésta, habrán comprendido que pertenece a la virtud la defensa y la gloria de la patria.

Maquiavelo incurre en un gravísimo error - el mismo que más tarde cometerá Nietzsche, aunque por razones distintas y en el que, en cambio, no caerán ni Heine ni Brecht - y es el de considerar a la religión cristiana como una “fábrica” de hombres débiles y de almas esclavas. Heine y Brecht supieron comprender el problema en su justa medida. Maquiavelo lanza su crítica a la “interpretación” que se hace de la religión cristiana y dicha intepretación, justo es señalarlo, viene dada por la Iglesia, una institución altamente jerárquica. La debilidad, el olvido a las injurias, el perdón sin más, la obediencia ciega al superior –incluido el progenitor- sólo porque es superior, indiferentemente de su comportamiento, de su sabiduría y de su virtud, es referida siempre a los inferiores. Se trata de “Sé bueno que Dios te recompensará”. “Tú, sé bueno. Yo, como superior tuyo ya lo soy y por tanto puedo permitirme hacer lo que me venga en gana. Ya pediré perdón y punto.” La religión cristiana no hace a los hombres más débiles; al contrario, los hace más fuertes porque les insta a ser capaces de llevar su cruz, sea lo pesada que esta sea y admite la cólera justa de un Jesús que cuando llega al templo expulsa a cajas destempladas a los comerciantes. Más aún: las cruzadas cristianas pueden analizarse de muchas maneras pero desde luego no como campañas de recogimiento y contemplación. No. No es la naturaleza de la religión cristiana lo que hace a los cristianos débiles. Es la jerarquía a la que deben someterse y de la que Lutero, bendito sea, luchó con todas sus fuerzas para liberarse.

Capítulo III
Roma se engrandece arruinando a las ciudades vecinas y concediendo fácilmente a los extranjeros la cualidad de ciudadanos romanos.

“Los que deseen que una ciudad llegue a tener grandes dominios deben procurar por todos los medios hacerla populosa, porque, sin grande abundancia de hombres jamás aumentará su poder. Esto se consigue de dos modos: por atracción cariñosa o por la fuerza. Por atracción, ofreciendo camino franco y seguro a los extranjeros que deseen venir a habitar en ella, de suerte que les agrade vivir allí; por  fuerza, destruyendo las ciudades inmediatas y obligando a sus vecinos a vivir en la vencedora.” Sólo las grandes repúblicas pueden engrandecerse y crecer. Las que mantienen su número de población constante, pierden, tarde o temprano, todos los territorios conquistados, como fue el caso de Esparta.

Capítulo IV
Las repúblicas han practicado tres procedimientos para engrandecerse.

1.       Formar una liga de varias repúblicas en las que ninguna de ellas domine. Dos son las desventajas que este modelo presenta: Una, las dificultades que se presentan a la hora de deliberar y resolver; dos, la imposibilidad de aumentar el territorio. Pero las ventajas que conlleva es también doble: no se ven obligadas a sostener guerras y además les permite conservar lo que ya tienen. Ejemplo de este procedimiento lo ofrecen Suiza y Suabia.

2.       Aliarse con otros estados, cuidando de conservar la autoridad del mando y la iniciativa de las empresas. Éste es, según Maquiavelo, el mejor método y es el que fue practicado por Roma.

3.       Convertir en súbditos, y no en aliados, a los vencidos. Este procedimiento resulta inútil porque a pesar de haber sido vencida, no lo acepta ninguna república acostumbrada a la libertad y requiere del despliegue de un número considerable de tropas y alianzas.

Capítulo V
Los cambios de religión y de lengua, unidos a los desastres de inundaciones y epidemias, extinguen la memoria de las cosas.

Respecto a lo primero se debe al ensañamiento con que se persiguen las creencias antiguas que, en el caso de Roma no se han perdido por la necesidad de conservar la lengua italiana pero que se hubieran, sin duda, olvidado si la lengua también hubiera desaparecido.

Respecto a lo segundo, Maquiavelo considera que son los métodos de los que se vale la naturaleza para limpiarse cuando una comarca está demasiado poblada y sus habitantes no pueden salir de ella por estar igualmente pobladísimas todas las demás. Una vez ocurridas las plagas, los lugares quedan más vacíos y las personas que han sobrevido pueden vivir en mejores condiciones.

Capítulo VI
De cómo hacían la guerra los romanos.

Si se trata de conquistar por elección o por ambición ha de hacerse de manera que la conquista y la conservación de los territorios suponga el menos costo posible en bien de la utilidad general.

Roma utilizó principalmente dos métodos:

-         - La creación de colonias fronterizas en los territorios vencidos, de manera que si atacaba el enemigo, acudían los romanos con fuerzas numerosas e imponían durísimas condiciones.

-          - El otro mecanismo fue el de emplear el botín en nuevas empresas militares.

Pero hubo otros: campañas militares frecuentes para no dar posibilidad al enemigo de reorganizarse, batallas rápidas, acuerdos ventajosos para Roma, destrucción de los ejércitos enemigos...

Capítulo VII
Cantidad de terreno que daban los romanos a cada colono.

No se trataba tanto de la extensión de tierra como del buen cultivo y del lugar dónde esta estuviera localizada. Tito Livio habla de tres jugadas y siete onzas de tierra, pero todo esto es difícil de precisar.

Capítulo VIII
Por qué motivos se expatrian los pueblos trasladándose a países extranjeros

Dos son los tipos de guerra: Unas, por ambición de ensanchar sus dominios; las otras, por invasión de  un pueblo entero que impulsado por el hambre o las guerras va en busca de nuevas tierras no para dominarlas sino para distribuírselas y poseerlas, y para conseguirlo mata o expulsa a los antiguos habitantes. “Esta guerra es cruelísima y espantosa.” Y explica el motivo: ”A un príncipe o a una república que invade un territorio le basta acabar con los que en él mandan; pero las invasiones de pueblos enteros necesitan ahuyentar o matar a todos los habitantes, para poder vivir con lo que éstos vivían.”

“Salen estos pueblos de sus comarcas, según ya hemos dicho, impulsados por la necesidad y ésta nace, o del hambre, o de guerras y opresiones en su propio país, hasta el extremo de verse obligados a buscar nuevas tierras. Cuando son en gran número, invaden violentamente el país ajeno, matan a sus habitantes, se apoderan de sus bienes, forman un nuevo reino y cambian el nombre de la comarca.(...) Son, pues, peligrosísimos los pueblos que abandonan sus tierras por extrema necesidad y sólo se les puede contener con formidable ejército. Pero cuando los emigrantes no son en gran número, el peligro es menor, pues no pudiendo emplear la fuerza, apelan a la astucia para ocupar algún terreno y, ocupado, mantenerse en él como amigos y aliados”.

Capítulo IX
Cuáles son ordinariamente los motivos de guerra entre los poderosos.

Unas veces se debe al azar y otras, al deseo de alguno de ellos.

Capítulo X
El dinero no es el nervio de la guerra, como generalmente se cree.

Las guerras pueden iniciarse a capricho pero no acabarlas  cuando se desee.  Y desde luego no basta lanzarse a una acción armada teniendo en consideración únicamente el dinero y el terreno. Esto ayuda pero no es lo principal. Lo principal es disponer de un ejército fiel y de buenos soldados. Si falta éste, todo dinero y todo apoyo ciudadano resulta inútil. El dinero debe, pues, considerarse, como un elemento secundario. Según Maquiavelo Tito Livio enumera como elementos imprescindibles para tener éxito en una guerra: buenos soldados, generales prudentes y buena fortuna (en donde fortuna, significa suerte) y no nombra para nada al dinero.

Capítulo XI
No es determinación prudente contraer alianza con un príncipe que tenga más fama que fuerza

Esto atañe tanto al que busca la alianza para ser defendido, como para el que acuerda defender. Maquiavelo pone como ejemplo el caso de los capuanos y sidicinos, que establecieron una alianza para defender a éstos de los samnitas. “Equivocáronse, pues, los capuanos, al creerse más fuerte de lo que eran, como se equivocan a veces los seres de escasa prudencia que, no sabiendo ni pudiendo defenderse, pretenden defender a otros.“

Capítulo XII
Si cuando se teme ser atacado vale más llevar la guerra enemiga que esperarla en la propia.

Hay que considerar que el que ataca procede con más valor que el que espera, pero por otra parte el que espera puede organizarse y proveerse mejor y además tiene un conocimiento más profundo del terreno e incluso en caso de ser derrotados, les resulta más fácil el reorganizarse.

A juicio de Maquiavelo resulta sumamente importante:

a)Considerar si el país está armado o desarmado.
Si están armados es importante saber de cuántas fuerzas disponen. Cuando están armados pero disponen de pocos hombres, cuanto más cerca se les ataca, más difícil resulta vencerlos porque pueden reunir más fuerzas para resistir que para invadir otros territorios. En cambio, resulta fácil vencerlos si se les saca fuera de su país.

b) Si un príncipe tiene al pueblo organizado para la guerra, o no.
Si el pueblo está preparado, puede esperar al enemigo. Pero si no es así, el príncipe tiene que alejar al enemigo de sus dominios todo lo que pueda.

Capítulo XIII
De cómo se pasa de pequeña a gran fortuna, más bien por la astucia que por la fuerza.

“Creo, pues, que jamás persona alguna de humilde estado ha logrado gran poder sólo por medio de la fuerza, empleándola franca e ingenuamente; pero sí sólo con la astucia. (...) Lo que necesitan hacer los príncipes al comenzar su engrandecimiento también necesitan hacerlo las repúblicas, hasta que llegan a ser tan poderosas que les baste la fuerza. (...) Se ve pues que los romanos al principio de su engrandecimiento no dejaron de emplear la astucia, recurso (...) menos vituperable cuanto más disimuladamente se emplea.”

Capítulo XIV
Engáñase muchas veces los hombres creyendo que la humildad vence la soberbia.

La humildad muchas veces perjudica, “sobre todo si se emplea con hombres insolentes que por envidia o cualquier otra causa os odian.”

“Así pues ningún príncipe debe descender de su rango, ni entregar voluntariamente cosa alguna, sino cuando la pueda o se crea que la puede conservar. Si se llega a término de tener que conservar algo, vale más que lo tomen por la fuerza que cederlo por temor, porque si lo das por miedo y deseo de evitar guerra, las más de las veces no la evitas; que aquél a quien apruebas con la cesión de tu cobardía no se dará por satisfecho y querrá apoderarse de otras cosas, atreviéndose a más cuanto menos te estime. Por otra parte encontrarás frialdad en tus defensores al creerte débil o cobarde.”
En cambio, dice Maquiavelo, si le ven a uno resoluto en la defensa quizás se una a ayudarle incluso alguno con el que no se contaba.

Esto si uno se enfrenta a un enemigo. Si uno se enfrenta a varios, lo más inteligente es el famoso “Divide et impera”.

Capítulo XV
Los estados débiles son siempre indecisos y la lentitud en las resoluciones es siempre perjudicial

Conviene tratar inmediatamente el hecho que preocupa y no permanecer en la incertidumbre. La ambigüedad impide hablar con claridad; en cambio, la resolución encuentra fácilmente justificaciones que expliquen la decisión tomada. A pie de nota, Maquiavelo aclara que  lo importante son los hechos y luego acomodar las palabras a éstos. “No es menos nociva la lentitud y tardanza en las resoluciones, sobre todo si se refieren a auxiliar a un aliado, porque le privan del auxilio y dañan al mismo que en ellas incurre. La lentitud en las determinaciones procede o, de flaqueza de ánimo, o de falta de fuerzas o de perfidia en los encargados de tomarlas, quienes, por deseo de arruinar la patria o de lograr cualquier aspiración personal, en vez de facilitar las determinaciones, las estorban y entretienen de mil modos. Los buenos ciudadanos, aunque vean que en un arrebato popular se toma decisión perniciosa, jamás la impiden, sobre todo tratándose de cosas que no admiten espera.”

Vuelve a aparecer aquí el tono populista que impera en algunas partes de su escrito. En mi humilde opinión eso se debe a dos razones.. Una, ya la hemos dicho, es que Maquiavelo – republicano en su juventud-  escribe sus Discursos desde la honestidad de sus convicciones; la segunda razón es que el “estratega” florentino se aseguraba con ello la vida, al menos eso, caso de que los Medici volvieran a caer y los republicanos regresaran al poder –como de hecho sucedió, aunque demasiado tarde como para que nadie pudiera aceptar al leal servidor del príncipe como un auténtico republicano. La verdad, la mentira, las convicciones, la astucia estratégica, se confunden en sus escritos y resulta sumamente difícil distinguir cuáles eran sus auténticos criterios, acaso porque en el fondo no tuviera más que dos: mantener la vida y el puesto. Y para ser justos, lo cierto es que Maquiavelo no ocultó nunca ninguno de estos dos propósitos.

Capítulo XVI
Diferencia entre los ejércitos modernos y los antiguos

Los generales actuales “han abandonado las reglas de organización, sin observar nada de la antigua disciplina.” Maquiavelo critica también que las diferencias en el posicionamiento de los soldados impiden que el enemigo pueda ser rechazado tres veces, como antiguamente, y únicamente lo permiten dos veces, lo que supone una gran desventaja que no puede achacarse al uso de artillería.

Capítulo XVII
De cómo debe apreciarse la artillería en los ejércitos de estos tiempos, y de si la opinión que generalmente se tiene de ella es cierta.

Maquiavelo se enfrenta a tres creencias generalmente aceptadas.

-      - La de que si en los tiempos de los romanos hubiera existido artillería, no les hubiera sido posible conquistar tantos territorios.

-          - Que debido a la artillería los hombres no pueden demostrar su valor tanto como antiguamente.

-       - La organización de fuerzas en el campo de batalla se ha hecho cada vez más complicada y  no se puede emplear el antiguo sistema de concentración.

- La respuesta de Maquiavelo es que la artillería en las plazas pronto rompe la defensa de éstas y por tanto no tarda en volverse a la lucha a mano armada. La artillería tampoco sirve para la defensa porque  no da tiempo a encontrar lugares en los que parapetarse y si el ejército atacante es numeroso, unos batallones empujan a otros y enseguida se hacen con la mecha. El monseñor de Foix pasó entre los cañones con sus tropas y se apoderó de todo. En las plazas grandes tampoco es útil, la artilería ha de subirse a lugares altos para desde allí establecer la defensa y en cambio los sitiadores pueden emplear artillería pesada.  Por tanto, las ciudades, hoy como ayer, hay que defenderlas con los brazos. E incluso en campo abierto depende la victoria las más de la veces del posicionamiento más que de la artillería.

La conclusión de Maquiavelo es que la artillería no es adecuada para la defensa y que por tanto, los pueblos atacados en tiempos de los romanos no hubieran podido librarse de la embestida de éstos aunque hubieran tenido artillería.

- Por lo que respecta al segundo argumento, Maquiavelo está convencido de que con o sin artillería siempre hay situaciones en las que un soldado ha de demostrar su valor. Por ejemplo, escalando un muro entre el fuego enemigo. El valor no es una cuestión que dependa de la artillería sino de la falta de disciplina y de la debilidad de los ejércitos que, “careciendo de valor en conjunto, no lo pueden mostrar individualmente.”

- Finalmente, la tercera objeción, consistente en que ya no se puede luchar cuerpo a cuerpo, es ttambién rechazada por Maquiavelo. Está convencido de que es necesario entrenar a los soldados para acostumbrarlos a acercarse lo más posible al enemigo, llegar al combate cuerpo a cuerpo y a la utilización del arma blanca. “Cuando la base de un ejército es la infantería organizada la artillería llega a ser inútil.” La razón es que la infantería es mucho más flexible. Y concluye que si los turcos vencieron a los egipcios y persas con la artillería no fue tanto a causa de ésta, como debido al hecho de que el estruendo que causaba espantó a la caballería enemiga.

Así pues, la artillería es útil en un ejército valeroso pero inútil en un ejército debilitado a causa de la indisciplina y la cobardía.

Capítulo XVIII
De cómo por la autoridad de los romanos y por los ejemplos de la milicia antigua se debe estimar más la infantería que la caballería.

La principal razón es la flexibilidad de la que disponen las tropas a pie, que pueden acceder a lugares inaccesibles para la caballería y cuya reordenación resulta más fácil. La ignorancia de los jefes de estado y la perversión de los generales les llevaron a no observar la importancia de la infantería, hasta el punto de que ejércitos muy poderosos apenas disponían de ella. Esta fue la causa, según Maquiavelo, de que Italia cayera en manos de príncipes extranjeros.

La conclusión de Maquiavelo es que no observar la organización de los antiguos, “con todo su valor y disciplina”, ha determinado que las conquistas se hayan convertido en una pesada carga para el estado que las realiza.

Capítulo XIX
Las conquistas hechas por repúblicas mal organizadas, que no toman por modelo a la romana, arruinan, en vez de engrandecer, al conquistador.

Si un príncipe o una república desea conquistar ha de tomar en cuenta, por verdaderas y útiles, las instituciones antiguas. De este modo “comprenderían que aumentando el número de ciudadanos, procurándose aliados y no súbditos, estableciendo colonias que mantengan en la obediencia a los países conquistados, reforzando con las presas del tesoro público, domando al enemigo con invasiones y batallas, y no con asedios de plazas, teniendo al estado rico y al ciudadano pobre y conservando cuidadosamente la disciplina militar, es como se hacen grandes las repúblicas y extienden su poder.”

Motivos en los que se ha de renunciar a la conquista:

-          Cuando se trata de un lugar pequeño que quiere vivir en paz. En ese caso es mejor concentrarse en la defensa y arreglar el estado con buenas leyes y buenas costumbres, como han hecho las repúblicas de Alemania, que han vivido libres largo tiempo.

Es cierto, reconoce Maquiavelo, que ya había advertido anteriormente que ninguna república por pequeña que sea puede vivir en paz y libre porque las repúblicas vecinas intentarán atacarla. Sin embargo, el caso de las repúblicas alemanas es un caso especial. Algunas repúblicas aprovechando la debilidad del imperio Galo y español, empezaron a liberarse a cambio de la entrega de un pequeño censo anual. Otras como la suiza, en cambio, alcanzaron tal fuerza que ni siquiera el emperador austriaco osó enfrentárseles. Así que Alemania “aparece dividida entre emperador, príncipes, repúblicas (llamadas ciudades libres) y los suizos.” Si no existe la guerra entre ellas eso se debe a la figura del emperador que, aunque casi no tiene autoridad, inspira respeto. Si el emperador quisiera apoyo de las repúblicas estas no lo ofrecerían en demasía debido a su pobreza y a su deseo de vivir en libertad. Las condiciones para mantener esta situación son dos: la protección del emperador es una; la otra, es la paz interior. En efecto, si en el interior se produjeran disturbios, éstos serían aprovechados por las ciudades vecinas para atacarlos.

Otras motivos para que la conquista resulte perjudicial:

-         -  Cuando las conquistas empobrecen o cuestan más de lo que producen.

-   -Cuando se adquieren repúblicas y provincias de costumbres voluptuosas que, con el trato, se extienden a los conquistadores. “Tales ciudades y comarcas se vengan del vencedor sin lucha y sin sangre, porque contagiándole sus malas costumbres, le exponen a ser vencido por el primero que le ataca.”

Capítulo XX
Peligros a que se exponen los príncipes o repúblicas que se valen de tropas auxiliares o mercenarias

Alude aquí Maquiavelo a un vicio del que ya había hecho mención en el Libro I: el ocio, el ocio corrompe las costumbres y convierte a una república en fácil presa para los enemigos porque impide una buena disciplina y organización. Si para defenderse se ven obligadas a contratar tropas auxiliares tienen que pagar pagar por los servicios prestados y además temer que en caso de victoria roben tanto al auxiliado que al vencido. Y en caso de que se utilicen fuerzas mercenarias para lanzarse a una conquista, todavía peor porque  lo que se conquista con falta de Poder es claro que no se puede mantener.

Esta idea es una constante en el pensamiento del escritor y la desarrollorá extensamente en su tratado sobre la guerra.

Capítulo XXI
El primer pretor que enviaron los romanos fuera de su ciudad, cuatrocientos años después de haber comenzado a guerrear con otros pueblos, fue a Capua.

Los capuanos lo pidieron y los romanos lo concedieron con razón, porque tal medida conlleva dos ventajas importantes:

-Conserva la paz conquistada “porque las ciudades acostumbradas a vivir libres y a ser gobernadas por sus habitantes están contentas y tranquilas con una dominación que no ven a diario” y que constantemente les recuerda su servidumbre.

-La otra ventaja es que puesto que los magistrados que dictan sentencia no dependen de los ministros del príncipe, no se puede crear contra él ningún sentimiento de odio.

Capítulo XXII
Cuán erróneas son a veces las opiniones de los hombres al juzgar las cosas grandes.

“Los que asisten a asambleas deliberantes han visto y ven cuán falsas son muchas veces las opiniones de los hombres, pues con frecuencia los acuerdos, si no los inspiran y dirigen personas notables son disparatados; y como los hombres eminentes en las repúblicas corrompidas, sobre todo en épocas tranquilas, por motivo de envidia o de ambición son odiados, se prefiere lo que el error común juzga bueno o lo que proponen hombres más deseosos del favor del público que del bien de la patria. La equivocación resulta evidente en las adversidades y entonces se acude a los que en tiempos de paz son olvidados.”

“Hay acontecimientos respecto de los cuales con facilidad se engañan los hombres que no tienen consumada experiencia, porque se presentan bajo aspectos capaces de hacer creer lo que no son.”
 Uno de los ejemplos que pone Maquiavelo es el de atacar al vencedor creyendo que este ha perdido muchos hombres. El vencedor, dice Maquiavelo, nunca pierde más hombres que el vencido y además la confianza de la victoria y el temor de los vencidos les dota de valor renovado.

Dos puntos importantes en este apartado: el anti-populismo que adopta Maquiavelo al considerar que no todos los hombres, sino sólo los más notables, están capacitados para llegar a acuerdos razonables. Aunque las repúblicas corrompidas los aparten, hay que ir a busarlos en tiempos de necesidad y turbulencias. El segundo punto se refiere a la necesidad de experiencia en las cosas públicas para evitar que los príncipes y las repúblicas se engañen. Es muy posible, que a la hora de escribir este capítulo Maquiavelo estuviera pensando en él mismo.

Capítulo XXIII
De cómo los romanos cuando tenían que tomar alguna determinación con respecto a sus súbditos, evitaban tomar los partidos medios.

“De todas las situaciones desgraciadas, la más infeliz es la de una república o un príncipe reducidos a términos de no poder estar en paz ni en guerra. En este caso se encuentran las que para la paz sufren condiciones demasiado gravosas, y para la guerra se exponen a ser presa de sus aliados o sus enemigos. A tal extremo se llega o por los malos consejos, o por las malas determinaciones o por no calcular bien las propias fuerzas.”

Lo mismo sucede en el interior de una república: “Lo honroso es conocer y castigar a los culpables,  no contenerlos a base de mil peligros” y “el príncipe que no castiga al que delinque de manera que no pueda volver a delinquir, es tenido por ignorante o por cobarde.”

Y cuando se conquista a una ciudad o república acostumbrada a vivir bajo libertad lo más sensato es, o favorecerla o destruirla por completo. Cualquier otra consideración, incluida la del término medio, resulta inútil.

Capítulo XXIV
Las fortalezas son en general más perjudiciales que útiles.

Hay que deliberar si las fortalezas se erigen para defenderse del enemigo o para sujetar a los súbditos. En el primer caso, dice Maquiavelo, resultan inútiles y, en el segundo, perjudiciales porque en este caso el problema es que el príncipe se ha hecho odioso a su propio pueblo, bien por su mal comportamiento o por su falta de fuerza y de prudencia. Hay dos causas por las que el pueblo toma las armas: o por furor o por miseria. Escribo miseria, aunque en la traducción aparece el término “pobreza” porque en otros muchos apartados Maquiavelo ha defendido la necesidad de mantener a los ciudadanos pobres y al estado rico, y esto porque la pobreza, en su pensamiento, es una forma de controlar la ambición desmedida, de mantener activa a la población evitando que caiga en el ocio, y de conseguir que las buenas costumbres se mantengan. Así pues deduzco que Maquiavelo no se refiere a un ajustado presupuesto sino a una total carencia de éste, que yo he denominado con el vocablo “miseria”, fuente de tanta corrupción como la desmedida riqueza.

Si es para defenderse del enemigo, tampoco sirven de nada porque se pierden, o por traición de quein las guarda, o por fuerza de quien las ataca o por hambre.

Lo más importante, pues, es disponer de un buen ejército.

Capítulo XXV
Que es mala determinación aprovechar las discordias entre los habitantes de una ciudad para asaltarla y ocuparla.

La razón es que lo más posible es que en ese caso los habitantes olviden sus disputas y se unan para salvar la ciudad. La causa de desunión procede la mayor parte de las veces del ocio que sigue a la paz “y el motivo de unión, del miedo a la guerra.”

Capítulo XXVI
Las injurias e improperios engendran odio contra quien las emplea y no les producen utilidad alguna.

Maquiavelo cita a los romanos, que las consideraban altamente perjudiciales e indignas tanto si eran dichas en serio como en broma.

Capítulo XXVII
Los príncipes y las repúblicas deben contentarse con vencer, porque muchas veces, por querer más, se pierde todo.

Uno de los mayores errores que puede cometer un príncipe que es atacado por fuerzas muy superiores a las suyas es el de no aceptar el acuerdo que le ofrecen porque lo más probable es que las condiciones que le ofrezcan no sean tan duras que no le benefien a él de algún modo.
Lo peor, sin embargo, es no limitar sus ambiciones porque ello deriva en su ruina.

Capítulo XXVIII
De lo peligroso que es para una república o un príncipe no castigar las ofensas hechas a los pueblos o a los particulares.

El sentimiento de ira les lleva a desear vengarse aunque sea a costa de la ruina de su patria y del príncipe e incluso poniendo en juego su propia vida.

Capítulo XXIX
La fortuna ciega el ánimo de los hombres cuando no quiere que éstos se opongan a sus designios.

Maquiavelo está convencido de que hay circunstancias y acontecimientos que escapan al designio y a la voluntad de los hombres. Por muy discretos y prudentes que éstos sean perecerán si los dioses han dispuesto otra cosa. Así pues, la libertad y la deliberación del hombre termina allí donde empieza la del destino. A los hombres “la mayoría de las veces se les verá caer en la desgracia o ascender a la mayor fortuna impulsados por una fuerza superior a ellos, que procede del cielo y que les da o quita la ocasión de mostrar su virtud. Cuando la fortuna quiere que se realicen grandes cosas, elige un hombre de tanta inteligencia y tanto valor, que comprenda y aproveche la ocasión que se le presenta. De igual manera, cuando quiere producir grandes ruinas presenta en primer término hombres que ayuden a realizarlas, y si hubiera alguno capaz de impedirlas, o lo mata o lo priva de los medios de ejecutar bien alguno.”

Capítulo XXX
Las repúblicas y los príncipes verdaderamente poderosos no adquieren aliados por dinero, sino con el valor y la reputación de su fuerza.

A las repúblicas poderosas, los estados vecinos les pagan tributos a cambio de protección. En cambio, los estados débiles se ven obligados a pagar a otros para ser protegidos. Ejemplo de ello, dice Maquiavelo, es el rey de Francia, quien a pesar de tener un reino tan extenso se ve obligado a tributar a los suizos y al rey de Inglaterra La causa de ello, señala, es la de mantener desarmado al pueblo para evitar rebeliones internas, “hacer cosas encaminadas a la seguridad y felicidad perpetua del estado. Esta política débil produce la paz durante algunos años; pero ocasiona, andando el tiempo, necesidades, daños y ruina irremediables.”

Ésta fue, también, la causa del imperio romano que, cuando empezó a decaer a causa de la maldad de los emperadores, buscó la protección unas veces en los germanos, otras veces en los pueblos límitrofes.

Así pues, Maquiavelo es absolutamente partidario de la necesidad de que cada estado disponga de ciudadanos ejercitados en el arte militar que puedan, en caso de ataque, defender al estado. Mantener al pueblo desarmado exige buscar ayuda en el exterior y esto provoca que el pueblo se debilite y si el enemigo consigue traspasar las fronteras, no encuentre resistencia en el interior. Aquí Maquiavelo compara al estado con un organismo vivo. Un estado bien organizado defiende y protege el interior al que identifica con el corazón, en vez de conceder tanta importancia a las zonas exteriores, o articulaciones. En cambio un estado mal organizado, en vez de proteger el interior, o sea, el corazón, vital para la supervivencia, arma las articulaciones exteriores.

Su conclusión es contundente: la suerte resulta esencial allí donde la insensatez y la corrupción reina. Sin embargo, su peso disminuye en aquellos estados que se distinguen por su prudencia y su valor, como es el caso de los antiguos. “(...) donde los hombres tienen escaso valor y poca prudencia, muestra la fortuna su poder; y, como ésta es variable, cambian frecuentemente los estados y las repúblicas sometidas a su influencia, y continuarán variando mientras no aparezca alguno tan amante de los preceptos de la antigüedad que domine a la fortuna, quitándole los medios de mostrar su extrema inconsistencia.”

Capítulo XXXI
De lo peligroso que es dar crédito a los desterrados

Capítulo XXXII
Diferentes sistemas de los romanos para tomar las plazas fuertes.

Procuraban no sitiar las plazas fortificadas por los gastos y molestias que ello generaba superaban los beneficios que conquistarlas producía. En cualquier caso, para tomar las fortificaciones utilizaban el asalto y la capitulación.

Para lograrlo, usaban la fuerza militar o la fuerza militar y la astucia. Si se decidían por la fuerza militar, sólo intentaban el asalto una vez y por sorpresa. Hacerlo varias veces, conllevaba situar en desventaja a su propio ejército. Otras veces, en cambio, lo intentaban procurando la ayuda de algunos de los sitiados. Esto era peligroso y, la mayor parte de las veces, infructuoso pues bastaba con un pequeña imprevisto, para que todo se viniera abajo.

En lo que a la rendición se refiere, hay que distinguir entre las hechas voluntariamentes y a la fuerza. Por lo general, estas últimas se producen después de un largo asedio que fue, en realidad, el método más utilizado por los romanos.

Capítulo XXXIII
Los romanos daban a los generales de sus ejércitos completa libertad para dividir las operaciones militares.

Y esta libertad la considera Maquiavelo con respecto al poder político de los cónsules, por considerar que no entienden en profundidad los problemas a los que han de enfrentarse los generales en la batalla. Maquiavelo establece en este punto una separación entre el poder político y el militar, en el sentido de que el poder político no puede, por falta de conocimiento, indicar al general cómo ha de llevar adelante una campaña militar. Si lo hace, no conseguirá más que abocar a la república a la ruina.

Fin del resumen del Segundo Libro

Nota final: 

A pesar del interés que muestra por el arte de la guerra, Maquiavelo no es un hombre violento y está convencido de que no todas las conquistas son prudentes. Sus escritos van más dirigidos a organizar la defensa que a dedicarse al ataque. Incluso cuando se ocupa de él, al lector le invade la sensación que su propósito no es otro que el de asegurar una mejor y más eficaz protección a la república, puesto que si su tamaño es reducido no tardará, salvo excepciones como la suiza, en ser conquistada. La organización de la defensa requiere, además de ciudadanos valerosos y honestos dispuestos a morir, si es necesario, por su patria.

Por todo esto no es posible considerar válida cualquier conquista. No lo son, por ejemplo, aquéllas que generan más gastos que beneficios; aquéllas que introducen elemenos de corrupción en el estado, por ejemplo, cuando una república vence a otra habitada por ciudadanos muy corruptos porque la relación con éstos relajará las buenas costumbres de los vencedores. (Cap. XIX. Libro II)

Para poder organizar adecuadamente el poder político-militar de un estado resultan imprescindibles la existencia de la libertad y la defensa del Bien Común.

Ambos elementos contribuyen a incrementar la riqueza de los ciudadanos y, consiguientemente, de los nacimientos. La población crece y prospera. La servidumbre, por el contrario, introduce la escasez de bienes y la corrupción de las costumbres. (Cap. II, Libro II)

En lo que se refiere al tema de la política exterior, ello incluye tanto las relaciones políticas como las militares de unos estados con otros.

Con respecto a los acuerdos políticos, es importante que las fuerzas entre unos y otros estén equilibradas a fin de que ninguno ose imponerse sobre el resto. Sin embargo, esto es harto difícil puesto que mantiene la misma opinión que expresaba en el Libro I: que una gran variedad de opiniones entorpece la toma de decisiones. Lo normal es que uno termine dominando sobre otros y este, en definitiva, fue el método empleado por Roma en sus relaciones con los otros estados.

Con respecto a las relaciones militares, Maquiavelo desarrolla las diferentes estrategias para defender y atacar al enemigo. En su opinión la estrategia militar antigua era más sensata porque los ejércitos disponían de mejores y más valerosos soldados y se muestra contrario a aceptar el dinero y la artillería como los elementos esenciales de la guerra.Lo esencial es contar con un ejército fiel y buenos soldados. (Cap.X, Libro II).

Ello implica:

a)      Una buena infantería es más importante que mucha caballería (Cap.XVIII, Libro II)

b)       Aunque Maquiavelo contempla la posibilidad de que unos estados se comprometan a la defensa de otros a cambio de un pago, no es idea que acepte de buen grado. (Cap.XX, Cap. XXI, Cap. XXX, Libro II)

En primer lugar, porque el estado protegido nunca puede estar seguro de que la protección sea real y no meramente formal por disponer el estado protecto de más fama que fuerza. 

En segundo lugar, porque hay que considerar la posibilidad de que el estado que se encarga de la defensa se convierta en atacante e invasor. 

Y en tercer lugar, dejar el cuidado del estado en manos extranjeras implica la debilidad e indefensión armada de los súbditos de un estado con lo cual, en caso de ataque, no pueden proteger a su patria.

Si Maquiavelo ve inadecuada, por insegura, la decisión de que que un estado encomiende su  protección de unos estados a otros, mucho más perjudicial considera que los ejércitos nacionales estén compuestos por mercenarios o tropas auxiliares que prestan sus servicios a cambio de dinero.

Una constante en el pensamiento de Maquiavelo, que ya aparecía también en el Primer Libro, y a la que dedicará mayor extensión en su tratado Sobre la Guerra, es la necesidad de que los estados tengan sus propios ejércitos y formen a sus ciudadanos como soldados para, de una parte, garantizar la defensa en caso de ataque y para otro, mantener, en tiempos de paz y de bonanza, ocupados a los habitantes de manera que no caigan en el ocio y en las malas costumbres.

Pero Maquiavelo no sería Maquiavelo si creyera ingenuamente que un pueblo únicamente puede ser conquistado por las tropas militares de otro.

Es por eso por lo que el florentino se ocupa extensamente del grave problema que representan las grandes migraciones, por las cuales unos pueblos, ya sea a causa del hambre o de la guerra, invaden territorios ya ocupados por otros habitantes.

Las invasiones nacidas de la necesidad son sumamente peligrosas porque los pueblos que llegan acuciados por la necesidad no tienen nada que perder y mucho que ganar y por tanto su crueldad no conoce límites y matan a todos los habitantes del territorio que desean ocupar. Si no son suficientes, penetran en los límites del nuevo lugar y se hacen acoger por ellos, procurándose a base de tiempo y astucia, un lugar para sí. (Cap.IX, Libro II)

Por el contrario, en lo que a las epidemias e inundaciones se refiere, Maquiavelo adopta un tono sereno y comprensivo tomándolas como un mal necesario en cuanto que se encargan de “limpiar” a la naturaleza de territorios o demasiado poblados o demasiado corruptos. De manera que una vez que este proceso ha tenido lugar, los supervivientes pueden vivir mejor que antes.

Sorprendentemente, Maquiavelo rompe en el capítulo XIII la estructura y pasa a ocuparse de temas que pueden considerarse únicamente relativos a las relaciones externas entre estados sino más propios de las relaciones entre los ciudadanos. Él dice que lo que necesita un príncipe para engrandecerse, también lo necesita una república, pero en cualquier caso, es inevitable que  la consideraciones que hace en los capítulos XIII y XIV, lleven al lector a pensar que Maquiavelo se refiere a individuos más que a repúblicas o, al menos, que establece una identificación entre ambos términos.En el capítulo XIII, Maquiavelo asegura que una pequeña fortuna sólo se engrandece a base de astucia. Por eso, hoy como ayer, sigue siendo tan importante que el poderoso conteste a la famosa pregunta de cómo consiguió su “primer millón”. y en el capítulo XIV, Maquiavelo advierte contra la envidia. Los hombres no dejarán de sentir envidia por el éxito que alcance el individuo esforzado y de mérito por más que este demuestre humildad y lleve a cabo buenas obras. El consejo que Maquiavelo les da es que se deshagan de ellos bien matándolos, bien alejándose, cuando esto sea posible. Lo repetirá en el Libro III y ha aludido al tema en el Libro I. Así pues, la envidia es el máximo peligro al que debe enfrentarse un hombre de mérito. Los otros riesgos son  la ambición desmedida y la falta de disciplina originadas muchas veces por una gran riqueza. De ahí que Maquiavelo vea en la pobreza una fuente de virtud (pobreza, considerada como limitación de los recursos, no como carencia absoluta de los mismos, que sería miseria) . A su juicio,  la pobreza de este tipo, fortalece el espíritu.

 A la vista de todo lo dicho:

¿Quién cree que las enseñanzas de Maquiavelo pertenecen a tiempos pasados y superados y que no necesiten ser tenidas en cuenta en las circunstancias actuales?

¿Hay alguien que todavía  considere a Maquiavelo un pensador “amoral”?

Isabel Viñado Gascón

Continuará...



























lunes, 6 de julio de 2015

Consideraciones personales al Primer Libro de los Discursos de Maquiavelo, (2015), Isabel Viñado Gascón

La falsa fama de amoral, e incluso, en ocasiones, de inmoral, acompaña la obra del escritor italiano. Ello se debe tal vez a que Maquiavelo no apoya su código ético-político en argumentos absolutos e ideales, ya sean estos neo-platónicos o religiosos. Bueno y malo no constituyen valores preexistentes y eternos. En su opinión, la moral nace cuando un grupo de hombres se reúne con el propósito de organizar una defensa más eficaz  y  consiguientemente decide elegir y obedecer a un jefe. (Capítulo II Libro I ) Es a partir de entonces cuando el conocimiento de lo bueno y lo malo le lleva a establecer una Constitución y una serie de leyes.

Así pues, en tanto que considera que la moral tiene un origen social, Maquiavelo sigue la teoría del Contrato social.

Se equivocan, por tanto, aquéllos que afirman que la moral está ausente en sus escritos. El pensamiento de Maquiavelo es moral y bien moral, pero en vez de basarse en preceptos absolutamente prohibitivos o absolutamente preceptvios, se desarrolla a lo largo de serie de una serie de consideraciones, consejos y advertencias destinadas a aquéllos que deseen conservar la vida y los bienes porque la moral no habita en un mundo ideal sino que se desarrolla en el seno de una comunidad y por tanto ha de ser puesta en práctica sin perder el contacto con la realidad cotidiana y las circunstancias que la conforman. Esto implica que en vez de considerar a Maquiavelo como un “escritor amoral”, habría que incluirlo dentro de la tradición de la ética utilitarista. 

Utilitarista pero en ningún modo relativista, porque lo cierto es que está convencido de que sus palabras tienen una vigencia que se prolonga en el tiempo puesto que las pasiones que los hombres albergan en sus almas son siempre y en todo lugar, las mismas.

Las circunstancias cambian, no así la naturaleza y el carácter humano. Las pasiones que dominan a los hombres, sus vicios y sus virtudes influyen y alteran el orden social, hasta el punto de que – en opinión del autor florentino- únicamente las leyes-  y no el rey o el pueblo - pueden defender a una república de los excesos de sus ciudadanos y esto, siempre y cuando, no estén excesivamente corruptos porque en ese caso, dice Maquiavelo, las leyes que se promulguen en vez de refrenar las conductas reprobables, las aprobarán. En su opinión (Capítulo III, Libro I) las leyes no son necesarias cuando reinan las buenas costumbres; pero el realismo de Maquiavelo le obliga a admitir lo que la experiencia constata: que los hombres dejan de hacer el Bien en cuanto su realización ya no es necesaria.

Esta consideración pesimista acerca de la naturaleza del individuo es la que también le lleva a afirmar que uno de los motivos por los que Alemania ha conservado sus virtudes es que se ha mantenido apartada de sus vecinos y no ha tenido tratos, ni siquiera comerciales,  con ellos. Al contrario de lo que hoy se predica en todos los medios sociales, Maquiavelo está convencido que el trato social, lejos de ayudar y mejorar a los hombres, los corrompe. No obstante, por el temor, tal vez, de haberse excedido en su pesimismo, o porque, simplemente, no quiera ser tachado de resentido habida cuenta de los precarios momentos que atraviesa,  termina asegurando que los hombres no son nunca ni totalmente buenos ni totalmente malos (Capítulo XXVII, Libro I). Dicha afirmación podría traducirse en lo que nosotros no dejamos de repetir una y otra vez: los hombres no son ni ángeles ni demonios. Pero en el caso de la teoría política de Maquiavelo esto podría interpretarse no simplemente desde una perspectiva moral sino como alegato contra castigos demasiados severos (Capítulo XXXI, Libro I) e incluso contra la pena de muerte, al menos por causas morales e ideológicas que no atenten contra las leyes.

En cualquier caso, la consecuencia de sus convicciones es doble. Por un lado le conducen a defender el papel fundamental que han de cumplir las leyes en una república; por otro,  le llevan a afirmar, al contrario de Montesquieu, la interrelación entre comportamiento privado y comportamiento público a la hora de alcanzar “el bien general”, el axioma máximo de su moral. Ambas esferas son inseparables, intentar escindirlas no sólo es imposible: es también insensato porque pone en peligro la supervivencia de la república al pretender ignorar lo mucho que influyen las pasiones y costumbres individuales en los asuntos públicos. La única distinción que Maquiavelo permite es de corte legalista: lo que está permitido por la ley y lo que no; lo que está censurado por la ley y lo que no. Y la fuerza de la ley descansa en la persona o personas que la han establecido y el modo en que ha sido establecida. La fuerza de la ley tampoco es absoluta y eterna, sino que ha de descansar en la virtud. Maquiavelo no es pues, un positivista intransigente. Es el consenso de los ciudadanos virtuosos el que le otorga el poder a los legisladores para promulgar leyes y es la virtud de éstos los que inspiran leyes virtuosas que conservan el orden, esto es: el Bien General, en la república.

De hecho, podría afirmarse que todos sus esfuerzos van dirigidos en una sóla dirección: cómo defender “el bien general” que ha de reinar en una república para que ésta pueda considerarse libre, - otra de sus grandes máximas.

 Con ello queda eximido Maquiavelo de toda sospecha de relativismo.

Lo que Maquiavelo presenta en realidad es el equilibrio inestable – cuando no lucha- entre el bien general y el bien privado, entre la libertad de la república y la esclavitud de los hombres a sus pasiones. Para que el bien general impere, el hombre ha de refrenar sus pasiones. Sin embargo, resulta altamente peligroso para la conservación de la libertad de la república que los hombres virtuosos se alejen de la esfera pública porque en cuanto lo hacen, los hombres ambiciosos aprovechan ese momento para ocupar un poder que no merecen y que termina arrastrando a la república a la corrupción al hacer primar sus negocios e intereses privados sobre los públicos.

¿Cuáles son las pasiones peligrosas a las que debe hacerse frente?

La envidia es una de ellas, la ingratitud y la calumnia aparecen citadas en el Capítulo VIII, Libro I. Los otros dos peligros a los que Maquiavelo hará referencia no sólo en el Prológo sino también en otros apartados de su obra, son la debilidad de la sociedad debida a los vicios de la educación de su sociedad, y los desastres que el ocio orgulloso ha causado y causa en muchas ciudades cristianas. De hecho, Maquiavelo asegura que es preferible el trabajo por necesidad al voluntario, porque ello determina un incremento de la virtud, y aunque recomienda el asentamiento de ciudades en terrenos fértiles que potencien el incremento de población a fin de favorecer la defensa del lugar, Maquiavelo insiste que es necesario conjurar el peligro que el ocio representa para la conservación de cualqier sociedad, a base de leyes dictadas por los legisladores a este respecto. En este sentido, propone la instrucción militar de los ciudadanos, no sólo para organizar una mejor defensa sino para conjurar el peligro que suponen habitar un lugar fértil, que no precisa de grandes esfuerzos para lograr el bienestar. En su radicalidad, Maquiavelo llegará a afirmar repetidamente que el hambre y la pobreza es lo que libran al hombre de la pereza y lo convierten en un ser trabajador. (Capítulo I, Libro I)

No es posible que una república alcance el Bien Común si las acciones de la mayor parte de los ciudadanos están viciadas por las pasiones arriba enumeradas: ambición desmedida, envida, ingratitud, calumnia, ocio e impiedad porque todas ellas entorpecen el establecimiento de leyes justas y apropiadas para garantizar la existencia de la libertad. En efecto, en opinión de Maquiavelo, la libertad sólo puede alcanzarse y conservarse si en una república las actuaciones públicas de los ciudadanos están regidas por la práctica de sus virtudes privadas. Por eso, considera fundamental observar los ritos religiosos y las creencias. No se trata de que los ciudadanos hayan de escribir tratados de metafísica acerca del tema y tampoco afirma que la Fe pueda conseguir lo imposible, porque se requieren también otras virtudes como el valor y el esfuerzo. Lo esencial, a juicio de Maquiavelo, es que los efectos positivos de la Fe y de las creencias repercutan en sus actos de modo que les inspiren valentía y confianza en la batalla y honradez en el comercio en tanto que respetan un juramente hecho y temen romperlo. Maquiavelo censura la falta de religiosidad de la Iglesia romana, que ha llevado a Italia tanto a perder la suya como a impedir la unión de la península. (Capítulo XI- Capítulo XV, Libro I)

Utilitarismo, sí. Pero, como ya hemos apuntado,  en ningún modo relativismo. La máxima del Bien General, de la Libertad y de la necesidad de virtudes que las mantengan se prolonga en el tiempo porque, como ya hemos dicho, el hombre, hombre queda y por tanto, cada sociedad se ve obligada, para conservar ambos principios, a luchar contra sus enemigos.

La defensa exige lucha, en efecto. Y puede ser tanto politica como militar. En ambos casos, se trata de lo mismo: de mantener los principios que sostienen las columnas de una sociedad. Es aquí, y dada la importancia del asunto, donde Maquiavelo no muestra ningún escrúpulo en recurrir a los medios que sean necesarios para conseguir dicho propósito.  En el Capítulo IX del lIbro I, Maquiavelo afirma que sólo es censurable la violencia que destruye, no la que construye. No será el único momento y a la hora de referirse al fundador de una ciudad escribe “si el hecho le acusa, que el resultado le excuse”. No se queda ahí y continúa: “y si el resultado es bueno, como sucedió en el caso de Rómulo, siempre se le absolverá”. El motivo es que asesinó a su hermano llevado por su amor al Bien Común y no por la ambición personal. Realismo frio y duro, muy en consonancia, posiblemente, con los momentos políticos que le tocó vivir unido a un utilitarismo político dedicado a atender el Bien común.

En lo que a la defensa militar se refiere, Maquiavelo se mostrará tanto aquí como en su obra “Del Arte de la guerra” (1519-1520), en contra de los mercenarios y de cualquier ejército que no sea el nacional. En su opinión son censurables aquellos príncipes y repúblicas que no tienen ejército nacional (Capítulo XXI) puesto que llegado el momento de la batalla, sólo sus ciudadanos se mostrarán dispuestos a perder incluso la vida en su defensa. Los que cobran por ello no tardarán en huir. En cambio los que combaten por su república, por su propia gloria, son excelentes soldados. (Capítulo XLIII, Libro I) Maquiavelo no se equivoca: todos conocemos aquellas historias que cuentan cómo los mercenarios fingen matar a los enemigos para de este modo incrementar sus honorarios, cuando en realidad han acordado con éstos la repartición de las ganancias.

Es justamente también el realismo que impregna la obra de Maquiavelo, el que impide que la estrategia maquiavélica pueda establecerse sin atender a las circunstancias del momento y al carácter humano. Maquiavelo recomienda que en casos de conflictos, se contemporice con ellos en vez de atacarlos frontalmente. (Capítulo XXXIII) En vez de ello, la mejor táctica es adelantarse a las intenciones de los ambiciosos y evitar que consigan sus propósitos (Capítulo LII, Libro I)

Es muy posible que algunos practiquen dichos consejos sin necesidad de haber leído a Maquiavelo; sobre todo aquellos cuyas vidas se han desarrollado en el seno de una gran familia o en los límites de una pequeña comunidad. Tales individuos se ven obligados, desde su nacimiento,  a que se respeten sus posturas, a resguardar sus bienes y a defender sus herencias. Es precisamente en tales círculos en los que los que es preciso potenciar los instintos a los que se refería Nietzsche para no ser devorado por los otros miembros que componen tales círculos, en los que muchas veces uno es “sentenciado” a adoptar un determinado rol desde el mismo instante de su nacimiento, ya sea el de esclavo, tonto, o malvado.
Otros, en cambio, no aprenderán ninguna de las enseñanzas que Maquiavelo propone por más que hayan aprendido los discursos de Maquiavelo de memoria.

Algunos están hechos para la vida activa y otros, no. Algunos gastan enormes energías en establecer defensas y preparar ataques y otros a lo único que aspiran es a su paz y a su tranquilidad, cosa que únicamente la pobreza, que no la miseria, y la soledad, que no el aislamiento, consiguen.
Maquiavelo es consciente de ello.
Por eso avisa de que incluso el más tranquilo y pobre de los hombres, cuya vida transcurre en un lugar inhóspito se verá atacado por las aldeas vecinas, en cuanto éstas vean que el orden de costumbres y la temperancia de los hábitos proporcionan paz. No es a los ambiciosos a quienes Maquiavelo dirige sus consejos sino a todos aquellos que simplemente desean vivir. Su obra es un aviso a los hombres de buena voluntad y virtuosos de que los ambiciosos y envidiosos no van a atender su deseo de vivir en paz y libertad, bien porque no creen que este deseo sea sincero, bien porque sus instintos de conquista les ciegan. El consejo final de Maquiavelo es que hay que estar preparado para cualquier ataque y contrariedad, venga de donde venga. En realidad, su tratado va más encaminado a preparar la defensa que el ataque. Maquiavelo deja reservado éste para aquellas repúblicas jóvenes, fuertes y sanas, en absoluto corrompidas, que sienten el deseo, la necesidad casi, de expansión. Pero una vez llegada esta a su fin, lo que más le interesa a Maquiavelo, como ya hemos dicho, es lograr que la república y sus ciudadanos conserven sus virtudes, de modo y manera que puedan enfrentarse con éxito a sus enemigos, ya sean estos exteriores o interiores.

¿Cuáles son estas virtudes?

Aparte del trabajo y la pobreza, otra de las virtudes que nombra Maquiavelo es la disciplina. En el Capítulo III, del Libro I afirma que donde hay disciplina hay orden y raramente falta la buena fortuna, así como el cumplimiento de los ritos y creencias religiosas. (Capítulo XI, XII)

Así pues, Maquiavelo se muestra claro a la hora de establecer la máxima principal de sus esquemas morales: el bien general y la base que lo sostiene: la libertad. Es también consciente de que ni el uno ni el otro son valores absolutos ni ideales y que se corresponden a tiempos y situaciones determinadas, pero igualmente sabe que la naturaleza del hombre, sus miserias y anhelos, permanecen constantes. De ahí que no tenga grandes dudas a la hora de aconsejar qué virtudes la posibilitan y sostienen y de advertir qué vicios resultan peligrosos. Maquiavelo es consciente que la existencia de una república es el resultado de la tensión entre el orden y el desorden, entre la práctica de las virtudes y  de los vicios. De ahí que incida una y otra vez en lo importante que es para la conservación de la salud de un estado, la recompensa a los hombres de mérito y el castigo a aquellos que han abusado de su poder e incluso de su éxito. Como ya hemos visto anteriormente, Maquiavelo está convencido de que cuando un pueblo corrompido recupera la libertad, difícilmente la conserva. Ni siquiera las leyes pueden lograrlo, porque se aprueban leyes que lejos de condenar las conductas reprobables de los ciudadanos, las permiten, y en vez de recompensar a los hombres de más mérito, les conceden los honores a los más poderosos.(Capítulo XVII, LibroI). Del mismo modo es igualmente consciente de lo difícil que resulta conservar la libertad. Si conservarla es difícil, alcanzarla mucho más y, a decir de Maquiavelo, para aquellos pueblos que nunca gozaron de ella es cosa harto difícil, (Capítulo XVI, Libro I),  por no decir imposible. (Capítulo XLIX, Libro I)


Llegado aquí al pragmático Maquiavelo le asalta el problema de qué formas de gobierno son las más idóneas  y de quién o quiénes son los hombres más apropiados para dirigir una república.
Tal vez la cuestión más radical sea la de monarquía o república. A su juicio, donde hay igualdad no hay monarquía, y donde no la hay, es imposible la república. (Capítulo LV) Pero una vez expuesta esta premisa prefiere concentrarse en la virtud de la hace gala el pueblo alemán. ¿Confusión? No. Más bien la afirmación subliminar de que “tanto monta, monta tanto”, es decir, monarquía o república es indiferente, si es la virtud la que impera en el grupo social.

En cualquier caso, en el capítulo II, Libro I, Maquiavelo ya se ha detenido a considerar las diferentes formas de gobierno. Maquiavelo – al igual que siglos después Montesquieu – reconoce que todas las buenas de forma de gobierno están condenadas a la corrupción. Su conclusión es doble. En primer lugar, cuanto más cambios de formas de gobierno experimente una república más peligro corre de desaparecer y en segundo lugar, la mejor y más estable forma de gobierno es una mixta, en la que participen el príncipe, los nobles y el pueblo “porque cada uno de estos poderes vigila y contrarresta los abusos de los otros.”

Mucho más confuso y contradictorio se muestra, en cambio,  a la hora de determinar quién es el más apropiado para dirigir una república: si el príncipe o el pueblo.

Curiosamente, en la primera oportunidad que se presenta, Maquiavelo les niega a los nobles la posibilidad de ser las cabezas reinantes. Pueden, eso sí, participar y colaborar en las funciones pero no ocupar el trono, por así decirlo. La razón que el florentino da es que la variedad de opiniones impide gobernar. También considera que hay que temer a los que desean conservar lo que tienen que a los que desean adquirir lo que todavía no poseen (Capítulo V, Libro I), lo cual se contradice abiertamente con la constante crítica que hace a la ambición desmedida. Maquiavelo es consciente de ello y la intenta salvar afirmando que los que tienen se ven obligados a adoptar actitudes insolentes y a poseer siempre más, justamente por el miedo a perder lo que ya tienen.

La conclusión a la que llega Maquiavelo es que la rivalidad entre los nobles y el pueblo es necesaria para mantener la libertad (Capítulo IV,  VI, Libro I) Pero es necesario que las leyes y las instituciones vigilen tanto a los unos como a los otros para lo que no suceda que uno consiga alzarse con el poder por medio de engaños, como sucedió en tiempo de los tarquinios, traicionados por los nobles (Capítulo III, Libro I) o en tiempos de los decenviros, que arrebataron el poder a los nobles (Capítulo XXXV, XXXVII, Libro I) En este sentido, Maquiavelo le reprocha al pueblo  su imprudencia a la hora de enfrentarse a los nobles, puesto que este enfrentamiento es utilizado por grupos populistas que usan dicha confrontación para fingirse su amigo, ganar su confianza y proclamarse tirano, como fue el caso de Apis en tiempos de los decenviros,  de tal manera que cuando el pueblo comprende el engaño de que ha sido víctima no tiene nadie a quien recurrir.

Sigue así el principio que mantiene toda su obra del equilibrio que resulta de la lucha entre contrarios, equilibrio, por ese motivo, siempre inestable y al que hace falta proteger de los numerosos peligros que constantemente le acechan.

Pero aún así, el republicano que habita en el corazón de Maquiavelo, le mueve una y otra vez a alabar al pueblo e incluso a justificar sus errores. Así, por ejemplo, en lo referente a la ingratitud, Maquiavelo exonera al pueblo de dicha falta. (Capítulo XXIX y Capítulo XXX, Libro I). En los últimos capítulos este tono populista se acentúa y así afirma que el pueblo sabe más y es más constante que el príncipe (Capítulo LVIII, Libro I), de que las confederaciones hechas con el pueblo merecen más confianza que las establecidas con el príncipe (Capítulo LIX, Libro I), que los hombres se engañan en los asuntos generales pero no en los particulares. No obstante, en el capítulo LIII, observa que el pueblo desea muchas veces su ruina engañado por una falsa apariencia de bienestar,  y fácilmente se le agita con grandes esperanzas y halagüeñas promesas.

Tal vez, debido a la ingenuidad de la que adolece el pueblo, la posición final que Maquiavelo adopta, pese a las simpatías que siente por él, sea la de mostrarse favorable a la existencia de un individuo que vele por encima de los intereses de ambos grupos. En este sentido, Maquiavelo acude una y otra vez a la figura de un hombre superior tanto por su valor como por su virtud, que sea capaz de poner orden cuando reina el desorden y de recomponer las costumbres cuando la corrupción amenaza en invadir a la república. (Capítulo IX, Libro I) Ello no significa que los ciudadanos puedan desentenderse de la marcha de la república. Ya hemos visto que la república es producto de un contrato social que un grupo de hombres organiza, por tanto su cuidado es asunto de todos, pero la figura de este individuo superior cobra importancia tanto en el momento fundacional, a la hora de organizar, como en los momentos en los que el peligro es desorbitado. Maquiavelo tienen en mente la figura del dictador romano: un dictador elegido por el resto de los ciudadanos y con un poder temporal. (Capítulo XXXIV, Libro I)

En conclusión,  Maquiavelo no admite un orden absoluto e ideal y traza sus teorías desde una posición firmemente utilitarista, al mismo tiempo se aleja del relativismo en el instante en que pretende que las ciudades se rijan por un axioma moral: el Bien General. Niega que los hombres sean absolutamente buenos o absolutamente malos pero no cree en la bondad natural del hombre; sabe de su facilidad para corromperse, pero cree en la existencia de un hombre virtuoso capaz de tomar el poder cuando se lo piden y de cederlo una vez que su misión ha concluido. Aprueba las virtudes del pueblo pero considera esencial la existencia de un equilibrio inestable y en tensión, entre el poder popular y el poder de los nobles porque es consciente que unos hombres son más ambiciosos que otros y por tanto, tarde o temprano, se formarán grupos de hombres más poderosos que otros; así pues, de lo que se trata es de que al menos lo sean por mérito propio y no por nepotismo, por medio de engañosas buenas obras y a promesas halagüeñas.

¿Contradictorio?

No. Yo diría que un hombre intentando sobrevivir, e incluso vivir, sin desesperar en el empeño.

Isabel Viñado Gascón.
(Continuará)
                                   


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