lunes, 6 de julio de 2015

Consideraciones personales al Primer Libro de los Discursos de Maquiavelo, (2015), Isabel Viñado Gascón

La falsa fama de amoral, e incluso, en ocasiones, de inmoral, acompaña la obra del escritor italiano. Ello se debe tal vez a que Maquiavelo no apoya su código ético-político en argumentos absolutos e ideales, ya sean estos neo-platónicos o religiosos. Bueno y malo no constituyen valores preexistentes y eternos. En su opinión, la moral nace cuando un grupo de hombres se reúne con el propósito de organizar una defensa más eficaz  y  consiguientemente decide elegir y obedecer a un jefe. (Capítulo II Libro I ) Es a partir de entonces cuando el conocimiento de lo bueno y lo malo le lleva a establecer una Constitución y una serie de leyes.

Así pues, en tanto que considera que la moral tiene un origen social, Maquiavelo sigue la teoría del Contrato social.

Se equivocan, por tanto, aquéllos que afirman que la moral está ausente en sus escritos. El pensamiento de Maquiavelo es moral y bien moral, pero en vez de basarse en preceptos absolutamente prohibitivos o absolutamente preceptvios, se desarrolla a lo largo de serie de una serie de consideraciones, consejos y advertencias destinadas a aquéllos que deseen conservar la vida y los bienes porque la moral no habita en un mundo ideal sino que se desarrolla en el seno de una comunidad y por tanto ha de ser puesta en práctica sin perder el contacto con la realidad cotidiana y las circunstancias que la conforman. Esto implica que en vez de considerar a Maquiavelo como un “escritor amoral”, habría que incluirlo dentro de la tradición de la ética utilitarista. 

Utilitarista pero en ningún modo relativista, porque lo cierto es que está convencido de que sus palabras tienen una vigencia que se prolonga en el tiempo puesto que las pasiones que los hombres albergan en sus almas son siempre y en todo lugar, las mismas.

Las circunstancias cambian, no así la naturaleza y el carácter humano. Las pasiones que dominan a los hombres, sus vicios y sus virtudes influyen y alteran el orden social, hasta el punto de que – en opinión del autor florentino- únicamente las leyes-  y no el rey o el pueblo - pueden defender a una república de los excesos de sus ciudadanos y esto, siempre y cuando, no estén excesivamente corruptos porque en ese caso, dice Maquiavelo, las leyes que se promulguen en vez de refrenar las conductas reprobables, las aprobarán. En su opinión (Capítulo III, Libro I) las leyes no son necesarias cuando reinan las buenas costumbres; pero el realismo de Maquiavelo le obliga a admitir lo que la experiencia constata: que los hombres dejan de hacer el Bien en cuanto su realización ya no es necesaria.

Esta consideración pesimista acerca de la naturaleza del individuo es la que también le lleva a afirmar que uno de los motivos por los que Alemania ha conservado sus virtudes es que se ha mantenido apartada de sus vecinos y no ha tenido tratos, ni siquiera comerciales,  con ellos. Al contrario de lo que hoy se predica en todos los medios sociales, Maquiavelo está convencido que el trato social, lejos de ayudar y mejorar a los hombres, los corrompe. No obstante, por el temor, tal vez, de haberse excedido en su pesimismo, o porque, simplemente, no quiera ser tachado de resentido habida cuenta de los precarios momentos que atraviesa,  termina asegurando que los hombres no son nunca ni totalmente buenos ni totalmente malos (Capítulo XXVII, Libro I). Dicha afirmación podría traducirse en lo que nosotros no dejamos de repetir una y otra vez: los hombres no son ni ángeles ni demonios. Pero en el caso de la teoría política de Maquiavelo esto podría interpretarse no simplemente desde una perspectiva moral sino como alegato contra castigos demasiados severos (Capítulo XXXI, Libro I) e incluso contra la pena de muerte, al menos por causas morales e ideológicas que no atenten contra las leyes.

En cualquier caso, la consecuencia de sus convicciones es doble. Por un lado le conducen a defender el papel fundamental que han de cumplir las leyes en una república; por otro,  le llevan a afirmar, al contrario de Montesquieu, la interrelación entre comportamiento privado y comportamiento público a la hora de alcanzar “el bien general”, el axioma máximo de su moral. Ambas esferas son inseparables, intentar escindirlas no sólo es imposible: es también insensato porque pone en peligro la supervivencia de la república al pretender ignorar lo mucho que influyen las pasiones y costumbres individuales en los asuntos públicos. La única distinción que Maquiavelo permite es de corte legalista: lo que está permitido por la ley y lo que no; lo que está censurado por la ley y lo que no. Y la fuerza de la ley descansa en la persona o personas que la han establecido y el modo en que ha sido establecida. La fuerza de la ley tampoco es absoluta y eterna, sino que ha de descansar en la virtud. Maquiavelo no es pues, un positivista intransigente. Es el consenso de los ciudadanos virtuosos el que le otorga el poder a los legisladores para promulgar leyes y es la virtud de éstos los que inspiran leyes virtuosas que conservan el orden, esto es: el Bien General, en la república.

De hecho, podría afirmarse que todos sus esfuerzos van dirigidos en una sóla dirección: cómo defender “el bien general” que ha de reinar en una república para que ésta pueda considerarse libre, - otra de sus grandes máximas.

 Con ello queda eximido Maquiavelo de toda sospecha de relativismo.

Lo que Maquiavelo presenta en realidad es el equilibrio inestable – cuando no lucha- entre el bien general y el bien privado, entre la libertad de la república y la esclavitud de los hombres a sus pasiones. Para que el bien general impere, el hombre ha de refrenar sus pasiones. Sin embargo, resulta altamente peligroso para la conservación de la libertad de la república que los hombres virtuosos se alejen de la esfera pública porque en cuanto lo hacen, los hombres ambiciosos aprovechan ese momento para ocupar un poder que no merecen y que termina arrastrando a la república a la corrupción al hacer primar sus negocios e intereses privados sobre los públicos.

¿Cuáles son las pasiones peligrosas a las que debe hacerse frente?

La envidia es una de ellas, la ingratitud y la calumnia aparecen citadas en el Capítulo VIII, Libro I. Los otros dos peligros a los que Maquiavelo hará referencia no sólo en el Prológo sino también en otros apartados de su obra, son la debilidad de la sociedad debida a los vicios de la educación de su sociedad, y los desastres que el ocio orgulloso ha causado y causa en muchas ciudades cristianas. De hecho, Maquiavelo asegura que es preferible el trabajo por necesidad al voluntario, porque ello determina un incremento de la virtud, y aunque recomienda el asentamiento de ciudades en terrenos fértiles que potencien el incremento de población a fin de favorecer la defensa del lugar, Maquiavelo insiste que es necesario conjurar el peligro que el ocio representa para la conservación de cualqier sociedad, a base de leyes dictadas por los legisladores a este respecto. En este sentido, propone la instrucción militar de los ciudadanos, no sólo para organizar una mejor defensa sino para conjurar el peligro que suponen habitar un lugar fértil, que no precisa de grandes esfuerzos para lograr el bienestar. En su radicalidad, Maquiavelo llegará a afirmar repetidamente que el hambre y la pobreza es lo que libran al hombre de la pereza y lo convierten en un ser trabajador. (Capítulo I, Libro I)

No es posible que una república alcance el Bien Común si las acciones de la mayor parte de los ciudadanos están viciadas por las pasiones arriba enumeradas: ambición desmedida, envida, ingratitud, calumnia, ocio e impiedad porque todas ellas entorpecen el establecimiento de leyes justas y apropiadas para garantizar la existencia de la libertad. En efecto, en opinión de Maquiavelo, la libertad sólo puede alcanzarse y conservarse si en una república las actuaciones públicas de los ciudadanos están regidas por la práctica de sus virtudes privadas. Por eso, considera fundamental observar los ritos religiosos y las creencias. No se trata de que los ciudadanos hayan de escribir tratados de metafísica acerca del tema y tampoco afirma que la Fe pueda conseguir lo imposible, porque se requieren también otras virtudes como el valor y el esfuerzo. Lo esencial, a juicio de Maquiavelo, es que los efectos positivos de la Fe y de las creencias repercutan en sus actos de modo que les inspiren valentía y confianza en la batalla y honradez en el comercio en tanto que respetan un juramente hecho y temen romperlo. Maquiavelo censura la falta de religiosidad de la Iglesia romana, que ha llevado a Italia tanto a perder la suya como a impedir la unión de la península. (Capítulo XI- Capítulo XV, Libro I)

Utilitarismo, sí. Pero, como ya hemos apuntado,  en ningún modo relativismo. La máxima del Bien General, de la Libertad y de la necesidad de virtudes que las mantengan se prolonga en el tiempo porque, como ya hemos dicho, el hombre, hombre queda y por tanto, cada sociedad se ve obligada, para conservar ambos principios, a luchar contra sus enemigos.

La defensa exige lucha, en efecto. Y puede ser tanto politica como militar. En ambos casos, se trata de lo mismo: de mantener los principios que sostienen las columnas de una sociedad. Es aquí, y dada la importancia del asunto, donde Maquiavelo no muestra ningún escrúpulo en recurrir a los medios que sean necesarios para conseguir dicho propósito.  En el Capítulo IX del lIbro I, Maquiavelo afirma que sólo es censurable la violencia que destruye, no la que construye. No será el único momento y a la hora de referirse al fundador de una ciudad escribe “si el hecho le acusa, que el resultado le excuse”. No se queda ahí y continúa: “y si el resultado es bueno, como sucedió en el caso de Rómulo, siempre se le absolverá”. El motivo es que asesinó a su hermano llevado por su amor al Bien Común y no por la ambición personal. Realismo frio y duro, muy en consonancia, posiblemente, con los momentos políticos que le tocó vivir unido a un utilitarismo político dedicado a atender el Bien común.

En lo que a la defensa militar se refiere, Maquiavelo se mostrará tanto aquí como en su obra “Del Arte de la guerra” (1519-1520), en contra de los mercenarios y de cualquier ejército que no sea el nacional. En su opinión son censurables aquellos príncipes y repúblicas que no tienen ejército nacional (Capítulo XXI) puesto que llegado el momento de la batalla, sólo sus ciudadanos se mostrarán dispuestos a perder incluso la vida en su defensa. Los que cobran por ello no tardarán en huir. En cambio los que combaten por su república, por su propia gloria, son excelentes soldados. (Capítulo XLIII, Libro I) Maquiavelo no se equivoca: todos conocemos aquellas historias que cuentan cómo los mercenarios fingen matar a los enemigos para de este modo incrementar sus honorarios, cuando en realidad han acordado con éstos la repartición de las ganancias.

Es justamente también el realismo que impregna la obra de Maquiavelo, el que impide que la estrategia maquiavélica pueda establecerse sin atender a las circunstancias del momento y al carácter humano. Maquiavelo recomienda que en casos de conflictos, se contemporice con ellos en vez de atacarlos frontalmente. (Capítulo XXXIII) En vez de ello, la mejor táctica es adelantarse a las intenciones de los ambiciosos y evitar que consigan sus propósitos (Capítulo LII, Libro I)

Es muy posible que algunos practiquen dichos consejos sin necesidad de haber leído a Maquiavelo; sobre todo aquellos cuyas vidas se han desarrollado en el seno de una gran familia o en los límites de una pequeña comunidad. Tales individuos se ven obligados, desde su nacimiento,  a que se respeten sus posturas, a resguardar sus bienes y a defender sus herencias. Es precisamente en tales círculos en los que los que es preciso potenciar los instintos a los que se refería Nietzsche para no ser devorado por los otros miembros que componen tales círculos, en los que muchas veces uno es “sentenciado” a adoptar un determinado rol desde el mismo instante de su nacimiento, ya sea el de esclavo, tonto, o malvado.
Otros, en cambio, no aprenderán ninguna de las enseñanzas que Maquiavelo propone por más que hayan aprendido los discursos de Maquiavelo de memoria.

Algunos están hechos para la vida activa y otros, no. Algunos gastan enormes energías en establecer defensas y preparar ataques y otros a lo único que aspiran es a su paz y a su tranquilidad, cosa que únicamente la pobreza, que no la miseria, y la soledad, que no el aislamiento, consiguen.
Maquiavelo es consciente de ello.
Por eso avisa de que incluso el más tranquilo y pobre de los hombres, cuya vida transcurre en un lugar inhóspito se verá atacado por las aldeas vecinas, en cuanto éstas vean que el orden de costumbres y la temperancia de los hábitos proporcionan paz. No es a los ambiciosos a quienes Maquiavelo dirige sus consejos sino a todos aquellos que simplemente desean vivir. Su obra es un aviso a los hombres de buena voluntad y virtuosos de que los ambiciosos y envidiosos no van a atender su deseo de vivir en paz y libertad, bien porque no creen que este deseo sea sincero, bien porque sus instintos de conquista les ciegan. El consejo final de Maquiavelo es que hay que estar preparado para cualquier ataque y contrariedad, venga de donde venga. En realidad, su tratado va más encaminado a preparar la defensa que el ataque. Maquiavelo deja reservado éste para aquellas repúblicas jóvenes, fuertes y sanas, en absoluto corrompidas, que sienten el deseo, la necesidad casi, de expansión. Pero una vez llegada esta a su fin, lo que más le interesa a Maquiavelo, como ya hemos dicho, es lograr que la república y sus ciudadanos conserven sus virtudes, de modo y manera que puedan enfrentarse con éxito a sus enemigos, ya sean estos exteriores o interiores.

¿Cuáles son estas virtudes?

Aparte del trabajo y la pobreza, otra de las virtudes que nombra Maquiavelo es la disciplina. En el Capítulo III, del Libro I afirma que donde hay disciplina hay orden y raramente falta la buena fortuna, así como el cumplimiento de los ritos y creencias religiosas. (Capítulo XI, XII)

Así pues, Maquiavelo se muestra claro a la hora de establecer la máxima principal de sus esquemas morales: el bien general y la base que lo sostiene: la libertad. Es también consciente de que ni el uno ni el otro son valores absolutos ni ideales y que se corresponden a tiempos y situaciones determinadas, pero igualmente sabe que la naturaleza del hombre, sus miserias y anhelos, permanecen constantes. De ahí que no tenga grandes dudas a la hora de aconsejar qué virtudes la posibilitan y sostienen y de advertir qué vicios resultan peligrosos. Maquiavelo es consciente que la existencia de una república es el resultado de la tensión entre el orden y el desorden, entre la práctica de las virtudes y  de los vicios. De ahí que incida una y otra vez en lo importante que es para la conservación de la salud de un estado, la recompensa a los hombres de mérito y el castigo a aquellos que han abusado de su poder e incluso de su éxito. Como ya hemos visto anteriormente, Maquiavelo está convencido de que cuando un pueblo corrompido recupera la libertad, difícilmente la conserva. Ni siquiera las leyes pueden lograrlo, porque se aprueban leyes que lejos de condenar las conductas reprobables de los ciudadanos, las permiten, y en vez de recompensar a los hombres de más mérito, les conceden los honores a los más poderosos.(Capítulo XVII, LibroI). Del mismo modo es igualmente consciente de lo difícil que resulta conservar la libertad. Si conservarla es difícil, alcanzarla mucho más y, a decir de Maquiavelo, para aquellos pueblos que nunca gozaron de ella es cosa harto difícil, (Capítulo XVI, Libro I),  por no decir imposible. (Capítulo XLIX, Libro I)


Llegado aquí al pragmático Maquiavelo le asalta el problema de qué formas de gobierno son las más idóneas  y de quién o quiénes son los hombres más apropiados para dirigir una república.
Tal vez la cuestión más radical sea la de monarquía o república. A su juicio, donde hay igualdad no hay monarquía, y donde no la hay, es imposible la república. (Capítulo LV) Pero una vez expuesta esta premisa prefiere concentrarse en la virtud de la hace gala el pueblo alemán. ¿Confusión? No. Más bien la afirmación subliminar de que “tanto monta, monta tanto”, es decir, monarquía o república es indiferente, si es la virtud la que impera en el grupo social.

En cualquier caso, en el capítulo II, Libro I, Maquiavelo ya se ha detenido a considerar las diferentes formas de gobierno. Maquiavelo – al igual que siglos después Montesquieu – reconoce que todas las buenas de forma de gobierno están condenadas a la corrupción. Su conclusión es doble. En primer lugar, cuanto más cambios de formas de gobierno experimente una república más peligro corre de desaparecer y en segundo lugar, la mejor y más estable forma de gobierno es una mixta, en la que participen el príncipe, los nobles y el pueblo “porque cada uno de estos poderes vigila y contrarresta los abusos de los otros.”

Mucho más confuso y contradictorio se muestra, en cambio,  a la hora de determinar quién es el más apropiado para dirigir una república: si el príncipe o el pueblo.

Curiosamente, en la primera oportunidad que se presenta, Maquiavelo les niega a los nobles la posibilidad de ser las cabezas reinantes. Pueden, eso sí, participar y colaborar en las funciones pero no ocupar el trono, por así decirlo. La razón que el florentino da es que la variedad de opiniones impide gobernar. También considera que hay que temer a los que desean conservar lo que tienen que a los que desean adquirir lo que todavía no poseen (Capítulo V, Libro I), lo cual se contradice abiertamente con la constante crítica que hace a la ambición desmedida. Maquiavelo es consciente de ello y la intenta salvar afirmando que los que tienen se ven obligados a adoptar actitudes insolentes y a poseer siempre más, justamente por el miedo a perder lo que ya tienen.

La conclusión a la que llega Maquiavelo es que la rivalidad entre los nobles y el pueblo es necesaria para mantener la libertad (Capítulo IV,  VI, Libro I) Pero es necesario que las leyes y las instituciones vigilen tanto a los unos como a los otros para lo que no suceda que uno consiga alzarse con el poder por medio de engaños, como sucedió en tiempo de los tarquinios, traicionados por los nobles (Capítulo III, Libro I) o en tiempos de los decenviros, que arrebataron el poder a los nobles (Capítulo XXXV, XXXVII, Libro I) En este sentido, Maquiavelo le reprocha al pueblo  su imprudencia a la hora de enfrentarse a los nobles, puesto que este enfrentamiento es utilizado por grupos populistas que usan dicha confrontación para fingirse su amigo, ganar su confianza y proclamarse tirano, como fue el caso de Apis en tiempos de los decenviros,  de tal manera que cuando el pueblo comprende el engaño de que ha sido víctima no tiene nadie a quien recurrir.

Sigue así el principio que mantiene toda su obra del equilibrio que resulta de la lucha entre contrarios, equilibrio, por ese motivo, siempre inestable y al que hace falta proteger de los numerosos peligros que constantemente le acechan.

Pero aún así, el republicano que habita en el corazón de Maquiavelo, le mueve una y otra vez a alabar al pueblo e incluso a justificar sus errores. Así, por ejemplo, en lo referente a la ingratitud, Maquiavelo exonera al pueblo de dicha falta. (Capítulo XXIX y Capítulo XXX, Libro I). En los últimos capítulos este tono populista se acentúa y así afirma que el pueblo sabe más y es más constante que el príncipe (Capítulo LVIII, Libro I), de que las confederaciones hechas con el pueblo merecen más confianza que las establecidas con el príncipe (Capítulo LIX, Libro I), que los hombres se engañan en los asuntos generales pero no en los particulares. No obstante, en el capítulo LIII, observa que el pueblo desea muchas veces su ruina engañado por una falsa apariencia de bienestar,  y fácilmente se le agita con grandes esperanzas y halagüeñas promesas.

Tal vez, debido a la ingenuidad de la que adolece el pueblo, la posición final que Maquiavelo adopta, pese a las simpatías que siente por él, sea la de mostrarse favorable a la existencia de un individuo que vele por encima de los intereses de ambos grupos. En este sentido, Maquiavelo acude una y otra vez a la figura de un hombre superior tanto por su valor como por su virtud, que sea capaz de poner orden cuando reina el desorden y de recomponer las costumbres cuando la corrupción amenaza en invadir a la república. (Capítulo IX, Libro I) Ello no significa que los ciudadanos puedan desentenderse de la marcha de la república. Ya hemos visto que la república es producto de un contrato social que un grupo de hombres organiza, por tanto su cuidado es asunto de todos, pero la figura de este individuo superior cobra importancia tanto en el momento fundacional, a la hora de organizar, como en los momentos en los que el peligro es desorbitado. Maquiavelo tienen en mente la figura del dictador romano: un dictador elegido por el resto de los ciudadanos y con un poder temporal. (Capítulo XXXIV, Libro I)

En conclusión,  Maquiavelo no admite un orden absoluto e ideal y traza sus teorías desde una posición firmemente utilitarista, al mismo tiempo se aleja del relativismo en el instante en que pretende que las ciudades se rijan por un axioma moral: el Bien General. Niega que los hombres sean absolutamente buenos o absolutamente malos pero no cree en la bondad natural del hombre; sabe de su facilidad para corromperse, pero cree en la existencia de un hombre virtuoso capaz de tomar el poder cuando se lo piden y de cederlo una vez que su misión ha concluido. Aprueba las virtudes del pueblo pero considera esencial la existencia de un equilibrio inestable y en tensión, entre el poder popular y el poder de los nobles porque es consciente que unos hombres son más ambiciosos que otros y por tanto, tarde o temprano, se formarán grupos de hombres más poderosos que otros; así pues, de lo que se trata es de que al menos lo sean por mérito propio y no por nepotismo, por medio de engañosas buenas obras y a promesas halagüeñas.

¿Contradictorio?

No. Yo diría que un hombre intentando sobrevivir, e incluso vivir, sin desesperar en el empeño.

Isabel Viñado Gascón.
(Continuará)
                                   


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