viernes, 1 de mayo de 2015

Oriente y Occidente (1924) René Guénon

Hace una semana cayeron en mis manos, casi sin saber cómo ni por qué, un par de libros titulados “La crisis del mundo moderno“ (1927) y “Oriente y Occidente” (1924), escritos por René Guenon, un católico francés, masón, alumno de Papus, matemático, conocedor de las filosofías orientales, crítico de la tan en su tiempo en moda Teosofía de Helena Blavatsky por considerarla una pseudo religión adecuada a los gustos occidentales y crítico, sobre todo, de la cultura occidental; Guenon se convirtió a la religión musulmana. Falleció en El Cairo en 1951.

Tal vez ustedes lo conozcan. Para mí era, hasta la semana pasada, un perfecto desconocido.

Una de las ideas centrales que defiende es la de que Oriente es la pura espiritualidad mientras que Occidente, en cambio, sólo se interesa por el materialismo. 

Guenon considera que un posible encuentro entre Oriente y Occidente será difícil de lograr. 

- Por un lado, la carencia del hombre occidental moderno de un principio fundamental que sustente sus acciones, difícilmente le va a permitir entablar un contacto sincero con el mundo oriental y ésto incluye el mundo asiático. Sus relaciones se van a reducir a las económicas, entre otras cosas porque el verdadero hombre oriental, conocedor de las limitaciones espirituales del hombre occidental, no siente deseos de entablar conversaciones con él. Y así, lo que el hombre occidental conoce de oriente son en realidad escritores sin autoridad, en ocasiones incluso pagados por el propio hombre europeo. Guenon se burla del miedo que el hombre occidental siente ante una posible invasión china que, caso de producirse, sería a través de métodos pacíficos y de su temor al panislamismo que puede ser fácilmente evitado si se comprende adecuadamente la civilización islámica. Ésta, dice Guenon, es profudamente tradicional y no puede, según él, identificarse por tanto con movimientos políticos como el bolchevismo, del que -justamente por el papel que los judíos han jugado- los jóvenes orientales se han mantenido apartados. Aquí me gustaría introducir un comentario personal: Si hubieran sabido dónde iban a terminar la mayoría de aquellos hombres judíos que tanto ayudaron a propagar las ideas marxistas....
A juicio de Guenon los orientales sólo estarán en contra de cualquier potencia que quiera oprimirles, con respecto a las otras se mantendrán neutrales.

- Por otro lado la unión entre Oriente y Occidente se ve obstaculizada porque el interés del hombre de occidente cuando se acerca al oriente o bien está dirigido por el interés o por la moda, pero nunca por un interés real y sincero. Muchos de los considerados orientalistas sólo quieren ser eruditos que se comportan como si se tratara de reconstruir civilizaciones desaparecidas. Otros, como los orientalistas alemanes, no quieren ver en Oriente más que religión y filosofía y Guenon pone de ejemplo a Schopenhauer, a Max Müller y a Oldenberg. Ese Orientalismo, denuncia, sirve únicamente a las ambiciones nacionales sin que ellos ni siquiera lo intuyan. Su error no descansa en la mala fe, dice Guenon, sino en la ceguera.

Si Guenon se hubiera limitado a señalar las diferencias entre alimentar al alma y alimentar al cuerpo, si se hubiera centrado en explicar las ventajas que supone ser generoso con la primera y tacaño con el segundo, yo no hubiera tenido nada que alegar en su contra. Su explicación de que las necesidades materiales son insaciables y se haga lo que se haga por complacerlas nunca terminan de estar satisfechas y siempre exigen más y más, hasta la extenuación de nuestras fuerzas, es indudablemente cierta y la experiencia así lo demuestra. Sin embargo, ese empeño en dividir a los pueblos y a los hombres en justos e injustos, en buenos y malos, en pueblos materialmente desprendidos y pueblos cegados por su avaricia, conduce igualmente al abismo. Guenon se resiste a admitir que los hombres son siempre hombres, no razas ni culturas; que los hombres son siempre hombres; o sea: la unión de un cuerpo y una alma; un cuerpo individual y un alma individual; únicos en su conflictos, destinados a lidiar en soledad sus diferencias. Quizás los maestros ayuden pero al final es cada uno el que realiza su camino y el que cada uno elige por donde puede, quiere y debe y hasta donde puede, quiere y debe. Y cada uno de esos “poder”, “querer” y “deber” ocupan a su vez nuevos desgarramientos y sufrimientos. Un intelectual como Guenon, que trató con personas y culturas tan diferentes, debiera haber comprendido que en ningún lugar de este mundo llamado Tierra los hombres son ángeles y en ninguno demonios. Que los hombres son simplemente eso: hombres. Hombres desgarrados en su existencia, siempre a la búsqueda y siempre perdidos.

Pero Guenon no atiende a razones. El alma y el cuerpo, esas dos mitades necesariamente obligadas a entenderse, quedan encerradas y cautivas en lugares geográficamente separados: el alma en Oriente, el cuerpo en Occidente. De esta forma cree Guenon poder justificar su afirmación de que Oriente y Occidente están “condenados” a dialogar. Esto, que además de ser verdad, es sumamente sensato se ve empañado por la superioridad que otorga al Oriente con respecto del Occidente puesto que el alma es superior al cuerpo. Guenon niega que dicho entendimiento pueda realizarse en un mismo plano de igualdad, lo que determina que Occidente haya de adoptar una actitud de sumisión frente al Oriente. Vuelvo a repetir: otorgar a un enclave geográfico, sea el que sea, una superioridad moral me parece arriesgado, sobre todo cuando los que allí habitan son hombres. Hombres y no santos ni ángeles.

La segunda consideración de Guenon es su crítica al progreso y al cientificismo cuando este no va acompañado de unos principios superiores que lo sustenten. Guenon critica la mediocridad, la igualdad en la jerarquía de valores y la uniformización en el pensamiento y en los comportamientos sociales. El hombre moderno cree que sabe todo, simplemente porque sabe algo y por tanto, es imposible que pueda aprender. En este sentido, su situación es más miserable que la del ignorante. Éste, al menos, es consciente de que no sabe y puede llegar por medio del conocimiento al saber. Guenon protesta también de la falta de contenido de las palabras, cuyo sentido ha quedado reducido al de sonoridad. Esto, asevera Guenon, es superstición. Critica igualmente a esa fiebre por la actividad que la cultura occidental considera tan importante para su funcionamiento, al contrario que Oriente que sabe de la importancia del no hacer, del no actuar.

En algunos puntos sus recriminaciones recuerdan a las que Nietzsche hacía respecto del cientificismo y de la pedantería superficial de su sociedad. La ciencia termina precipitándose en lo que Guenon denomina superstición, que viene a ser lo mismo que Nietzsche llamaba popularización de la ciencia, pseudo ciencia, y las Universidades en vez de ser centros del Saber son, utilizando la terminología de Nietzsche, simplemente fábricas de estudiantes que han de desarrollar el conocimiento en orden únicamente a generar riqueza material.

Ambos se lamentan de que esa instrucción a medias, superficial, que recibe el hombre moderno le lleva a pensar que sabe más de lo que sabe; en vez de dedicarse a la profundización intelectual, cae víctima del orgullo y de la soberbia intelectual que termina abocándole al sentimiento de que su cultura y su civilización son superiores al resto.

El diagnóstico al que los dos - Guenon y Nietzsche - llegan, es idéntico. Las soluciones que cada uno de ellos adoptan son sin embargo completamente  distintas. Guenon se convierte a la religión musulmana y la actitud de Nietzsche le conduce a un nihilismo que, como todo el discurso de Nietzsche, admite diferentes interpretaciones.

Guenon tiene razón al afirmar que  una gran parte de la crisis social se debe a la carencia de fe en un Principio Superior, necesario incluso para sostener cualquier sistema científico que se precie (axioma). Su crítica al racionalismo se acerca en determinados pasajes a la de Chesterton en su obra "Ortodoxia". 

En efecto: en mi opinión, cuando el progreso es simplemente material pero no moral, sus frutos resultan siempre insípidos y no sacian. Además, los laicistas, en los cuales los espiritualistas de Occidente tanta confianza habían depositado, fueron incapaces de prestar la ayuda que de ellos se esperaba. Los laicistas se autodestruyeron no al proclamar ese Principio Superior Unificador, sino al negarlo y deformarlo a base de construcciones filosóficas basadas más en los sofismas que en la búsqueda de la Verdad y en luchas internas por la conquista del poder. Al final, el único principio superior que ha quedado es el de la Opinión Pública, tan voluble como insensato.

Algo que llama la atención al lector es el tono conspiracionista que adopta en algunas partes de su escrito, dando a entender que este estado de cosas, este materialismo estéril, esta letrada incultura, este conocimiento mediocre e insuficiente, es buscado e incluso pretendido. Así por ejemplo, cuando escribe: "Por lo demás, que nadie se engañe: los "dirigentes", conocidos o desconocidos, saben bien que, para actuar eficazmente, les es menester ante todo crear y mantener corrientes de ideas o pseudoideas, y no se privan de ello; aunque estas corrientes son puramente negativas, por ello no son menos de naturaleza mental, y es en el espíritu de los hombres donde debe germinar primero lo que se realizará después en el exterior; incluso para abolir la intelectualidad, es menester en primer lugar persuadir a los espíritus de su inexistencia y volver su actividad hacia otra dirección."

La tercera consideración de Guenon es que él considera que la tradición occidental se rompe con el inicio del Renacimiento. Esto es harto curioso porque MacIntyre, autor de “Tras la Virtud” denuncia también las funestas consecuencias que ha tenido en la civilización occidental la ruptura en la Tradición. Sin embargo, el autor americano la sitúa en la Ilustración. 
A mí, lo confieso, siempre que se habla de Tradición me da por pensar en los lamentos de Lutero: “Yo grito ¡Evangelio! ¡Evangelio! Y ellos exclaman al unísono ¡Tradición! ¡Tradición!”(⅟). (Seguramente estaban ensayando para cantarlo siglos más tarde en la película “El violinista sobre el tejado” ¡Ah! Este extraño humor mío...).

Debo confesar que la consideración de Guenon de que el Renacimiento hubiera provocado una ruptura en la cultura, no me sorprendió demasiado. Para un hombre sumamente religioso como él, el humanismo renacentista debía suponer un duro revés. Y en efecto, la tesis de Guenon es que hasta la llegada del Renacimiento el hombre occidental y el oriental pueden comunicarse porque sus respectivas sociedades son tradicionales y están jerárquicamente organizadas. 

La solución de Guenon consiste en otorgarle al catolicismo aquél espíritu cristiano originario, restituir la antigua "Cristiandad", rota por la Reforma Luterana. Esta renovación religiosa, consistente en un regreso a la Tradición, - (por cierto, tendríamos que preguntarle a Lutero qué opina él de dicha Tradición) -  es el único camino que Guenon cree posible para el hombre occidental. Para ello, según él,  es imprescindible: primero, ir a las fuentes orientales y segundo, hay que hacerla con orden: de los principios a las consecuencias. Consta de dos planos superpuestos y complementarios: el aspecto metafísico-espiritual, necesario para la élite y la forma religiosa, que satisface las expectativas de la masa.

La élite a la que hace referencia Guenon no es ni la política, ni la económica. Se refiere a la élite de la espiritualidad tradicional, capaz de no dejarse arrastrar por el constante movimiento al que está incesantemente sometida. Esa élite no existe en la actualidad en occidente, dice y encontrarla es difícil; su trabajo tendría que ser realizado en secreto porque la masa sería incapaz de comprenderlo. Es en dicha élite en la que, en última instancia, deposita Guenon todas sus esperanzas.

Llegados a este punto he de hacer algunas puntualizaciones personales respecto de la Tradición y respecto de la élite.

En primer lugar, ninguna Tradición puede ser restablecida cuando se ha perdido. Si se restablece o simplemente se hacen grandes esfuerzos por mantenerla sin que exista una verdadera confianza en ella puede pasar que se convierta en un modo más de poder o en una palabra vacía de sentido; igual que se lamentaba Lutero cuando, al pretender una renovación espiritual de la Iglesia, el único argumento que le oponían sus atacantes era el de una "Tradición" sostenida por la deformación de las líneas espirituales y una ambición económica y política desmesurada.

Una tradición se abandona, o ha de abandonarse, cuando ya no representa las creencias vivas de una sociedad. Y por muchas técnicas de reanimación que se hagan, nada ni nadie podrá poner en pie otra cosa que no sea un simple fantasma de lo que fue. Si, por ejemplo, alguien propusiera volver a la tradición de los druidas o a la tradición que adoraba a los dioses griegos, sería considerado  un excéntrico o un loco pero desde luego no sería tomado en serio. Una tradición o es el cable de energía que alimenta a una sociedad o no lo es y entonces hay que cambiarlo por otro. El hombre europeo sabe que su cable de energía está roto y bien roto pero por mucho que busca todavía no ha encontrado ninguno que lo restablezca y anda aquí y allá experimentando sin cesar, a ver si en algún golpe de suerte lo encuentra. Ese deseo que muchos expresan por volver a la Tradición es siempre peligroso porque implica volver a estructuras ya superadas, y que era preciso superar no en función del progreso de la sociedad sino para permitir la supervivencia de los hombres que componían esa sociedad.

Con la Tradición cristiana de la Edad Media y sus estructuras sociales jerárquicas pasó lo mismo. Claro que el poder establecido intentó mantener dicha estructuras hasta que le resultó imposible seguir haciéndolo por más tiempo, claro que las fuerzas contrarias tienen que hacer siempre frente a las fuerzas de resistencia. Pero el sostenimiento artificial de dicha Tradición conducía a la sociedad al inexorablemente estancamiento social, económico y político que la dinámica de los nuevos tiempos impedían sostener por más tiempo. No entro a valorar moralmente dicho ímpetu, pero desde luego sí podemos afirmar que las estructuras del viejo sistema estaban podridas y consumidas hasta la raíz y que el gran objetivo de la élite intelectual del Renacimiento aspira sobre todo a una renovación espiritual. Dicho objetivo debía obedecer a algún motivo y el motivo era que la antigua Tradición había dejado un hedor moral y espiritual que era necesario limpiar, renovar y purificar.
De igual manera, la Reforma Luterana pretendía una revisión de la vida espiritual cristiana antes que una ruptura. Quienes propiciaron la escisión dentro de la Iglesia no fueron los reformadores; fueron aquéllos que se obstinaban en refugiarse en un término que había quedado vacío: "Tradición", en lugar de preocuparse por el mantenimiento de una fe viva.

Vuelvo a repetir, esa llamada a un regreso a la Tradición perdida, abandonada, superada, es siempre peligrosa y no tiene nada que ver, o muy poco, con la renovación espiritual que es fundamentalmente esencial y necesaria para la existencia del individuo y que ha de mantenerse en continuo movimiento, como un río; porque en el momento en que la espiritualidad se queda estancada, empieza a oler mal y los peces que nadan en sus aguas mueren envenenados.

En segundo lugar, la renovación espiritual, la meditación en soledad, la reflexión, el estudio sereno, la curiosidad desinteresada por el conocimiento, todo eso son los elementos que construyen una sociedad, una cultura, una civilización; no  el regreso a una tradición agotada y estéril.

En cuanto a la élite se refiere, la élite es siempre individualista e insociable. Se hace visible sólo cuando sus esfuerzos y trabajos solitarios han dado sus frutos, no antes. Igual que el artesano sólo se da a conocer como maestro genial una vez terminada su obra y no mientras permanece encerrado y aislado en su frio cuarto de trabajo. La élite es primeramente individual y sólo se pone en contacto con los otros individuos a partir de su trabajo. Sin embargo, dicho trabajo es considerado élite o no, en función de los frutos que ha dado. No antes. Por eso la mayor parte de los genios, se dediquen a lo que se dediquen, alcanzan un reconocimiento sólo posterior a la época en que vivieron. En la sociedad en la que viven, los hombres excelsos pueden sentirse contentos si no son apresados, condenados, torturados o simplemente menospreciados y rechazados por el resto de sus semejantes.


La oculta y ocultada Filosofía de la Edad Media

Después de leer a Gueno no pude evitar, sin embargo, preguntarme cómo era posible que un hombre de su talla ignorara lo profundamente religioso que fue – digan lo que digan - el Renacimiento. Fue, eso sí, una pregunta  tibia, una de esas que rápidamente se sumergen en el lago de la inconsciencia.

Curiosamente no una afirmación sino una cuestión lanzada por Guenon vino a despertar, finalmente, a mi dormida conciencia. Guenon se preguntaba cómo era posible que el conocimiento acerca de la Edad Media hubiera caído en el olvido, cómo era posible que ni siquiera las generaciones posteriores más cercana tuvieran un gran conocimiento de esa etapa de la historia. A decir verdad, a mi sueño no lo rompió tanto la pregunta como su tono conspirativo. Me asaltó la sospecha de que Guenon sabía más de lo que estaba diciendo y de que daba por supuesto que yo también lo sabía o, al menos, que debía interesarme por saberlo. Un aire de culpabilidad golpeó a mi, hasta entonces, somnolienta conciencia.

Lo escribí al inicio de la serie de mis reflexiones sobre el libro de Huxley “Contrapunto” que aparecen en mi blog “El libro de la semana”y lo repito ahora: lo que más me molesta de mi educación no son los profesores que me la impartieron sino mi falta de curiosidad por ir más allá de lo que a ellos los planes de estudio y las propias condiciones de su trabajo les permitía. Desde luego yo podría aducir en mi defensa que en aquél entonces, tan lejano y al mismo tiempo tan cercano, los estudiantes disponíamos de muy pocos medios y que carecíamos de la información a la que hoy en día es posible acceder gracias a Internet. Sin duda para muchos resultaría dicha explicación una coartada irrefutable. Lástima que no lo sea. La pereza, ésa y no otra, es la causa de tanta ignorancia. Nada de docta ignorancia; necia y bien necia es la mía.

Y es que uno debería preguntarse – y ese “debería” es un deber moral y no simplemente intelectual – cómo es posible que la Filosofía de la Edad Media se estudie tan poco, cómo es posible que se nos enseñe de forma tan desordenada, que se salte de San Agustín a Santo Tomás, a lo más nombrando entre medio y sin detenerse  a Abelardo. La simple mención de Averroes y Avicena podría habernos llevado a intuir “algo”, al menos eso, pero ¿qué son las palabras para un sordo? Y así proseguimos nuestro camino sintiéndonos casi eruditos porque sabemos quiénes son San Agustín, Juan Escoto, San Anselmo de Canterbury, Santo Tomás de Aquino y otros cuántos más.

¡Es nuestra propia satisfacción la que nos sume en el sueño de los haraganes!

En fin... Despertada la conciencia sólo quedaba por detenerse a investigar. Como siempre se encuentra algún compañero de viaje, me topé en mis andanzas con Edward Gibbon que además de escribir “Decadencia y caída del imperio romano” (1776-1789), también escribió “Der Sieg des Islams” (“La victoria del islam”)
Escribo el título en alemán porque curiosamente en el único lugar que aparece es en la wikipedia alemana. Ni en la wikipedia española ni en la inglesa dan constancia de ella. Tampoco se encuentra ninguna referencia en la  versión francesa. El título “Der Sieg des Islams” aparece en la wikipedia alemana sin que se indique la editorial o el año de publicación. Dudaría de su existencia si no fuera porque poseo un ejemplar en mi biblioteca digital.

En cualquier caso, uno no tarda en descubrir desde las primeras páginas del libro que de aquélla división en Oriente y Occidente que hizo del imperio romano Teodosio,- dejándole a su hijo pequeño, a cargo todavía de un  Honorio, Occidente y a su hijo mayor Arcadio, Oriente -, la más importante no es la que se refiere a Occidente sino la de Oriente. Que fuera el hermano mayor el que la heredara debería habernóslo hecho intuir, que debido a su edad tuviera que poner a Honorio un tutor, debería haber confirmado nuestras sospechas. ¿Pero a qué escolar le preocupa quién es el hermano mayor y quién es el menor? Y además en cuestiones de herencia es difícil asegurar que sea el primogénito el que necesariamente hereda la parte principal. Hay suficientes casos a lo largo de la Historia que prueban lo contrario. 

Pero en este caso, fue Arcadio, el mayor de los hermanos, el que heredó la parte más importante del reino: Oriente. En efecto, la verdadera Historia, el verdadero futuro de la Humanidad no se estaba dirimiendo en Occidente sino en Oriente. Fue el territorio del Imperio romano de Oriente, conformado por los Balcanes, Anatolia, Egipto y Oriente Próximo, cuna y hogar del saber clásico, rica en metales preciosos, en productos agrícolas y experta en las artes del comercio y de los oficios,  el encargado de defender y de mantener los despojos del cada vez más debilitado Imperio Romano. Roma había caído, es cierto,  pero de eso estaban enterados muy pocos y es fácil comprender que en el transcurrir de la vida diaria se mantuvo la situación de hecho que existía antes. La distinción  entre Imperio romano, Imperio romano Oriental y Bizancio apenas fue considerada seriamente por gentes que tenían cosas más importantes en qué pensar, como eran las envestidas de los Persas, ya antes del nacimiento de la religión musulmana. Incluso los lombardos que durante mucho tiempo habían constituido el terror de Italia tuvieron que ser llamados para defenderla ante el ataque de los avaros, aliados de los Persas. Y el gran y esforzado Heraclius, emperador del Imperio del imperio del Oriente derrotó, en efecto, al ejército Persa en la terrible batalla de Ninive pero para conseguirlo tuvo que aliarse con el Khan turco.

Sin embargo, el escolar ha de conformarse, y se conforma, con estudiar las consabidas y nada interesantes invasiones de los bárbaros occidentales en la europa occidental, cuyo mayor mérito consiste, según los libros, en haber atravesado, saqueado e incenciado media Europa para terminar convirtiéndose al cristianismo y quedar derrotados ante la embestida de los árabes.
Como no hay mucho que aprender, el escolar aprovecha el tiempo y se duerme con la cabeza apoyada en el pupitre. Hasta que llega alguien como Guenon y le despierta.

La Edad Media no fue occidental. Fue oriental y bien oriental. En comparación con lo que estaba sucediendo a partir de los balcanes, las luchas entre los señores feudales de los distintos reinos de la Europa occidental eran juegos de colegiales. Y lo mismo puede decirse con respecto a las ciencias, las artes y la filosofía. Los cruzados, incluidos los mendigos de la primera,  se encaminaron a Tierra Santa porque era la excusa ideal para entrar en los territorios del néctar y la ambrosía ¿qué otra razón si no podía empujar a los desheredados de este mundo a lanzarse a un viaje en el que corrían el riesgo de perder lo único que todavía poseían: la vida? 

Lo que allí encontraron los caballeros medievales fue mucho más de lo que nunca se habían atrevido a soñar. Oro y plata, sí; pero también conocimiento y arte.

Y en lo que a la Filosofía Occidental respecta, ¿qué decir de ella? ¿ qué decir de la Patrística, de la Escolástica? ¡Menudas historias!

La filosofía patrística se refiere, sobre todo, a la de San Agustin. San Agustín vivió entre los siglos IV y V de nuestra Era. Había nacido en Hipona, ciudad que en la actualidad se encuentra en Argelia y que entonces todavía pertenecía al imperio romano. San Agustín era cristiano, sí,  pero no puede ser considerado un occidental al modo moderno. Su filosofía es hija de su tiempo y su tiempo sigue siendo el romano. A su muerte, acontecida en el 430, ni siquiera se había producido la caída oficial de Roma.

A finales del siglo V  (480-523) encontramos a Boecio, del que se puede afirmar que es sobre todo un caballero culto y sensible de su tiempo. Pero como los encargados de escribir los manuales de Filosofía para los estudiantes no encuentran otro mejor, lo presentan como un verdadero filósofo. Y aunque curiosamente muchos escritos lo hacen como si de un príncipe del Renacimiento se tratara, lo cierto es que entre la fecha de su nacimiento y la que marca la caída del Imperio romano sólo distan cuatro años. Dudo mucho que tal acontecimiento le arrancara de su cultura romana y le precipitara en la cultura cristiana-occidental en el sentido moderno del término. Si bien es verdad que de su familia salieron algunos Papas, no lo es menos el que también habían salido algunos Emperadores romanos; del mismo modo que por muy cristiano que Boacio sea, su filosofía está profundamente influída por el pensamiento estoico que de ninguna manera puede calificarse de pensamiento cristiano, a pesar de que posteriormente haya sido cristianizado. 

En cuanto a la escolástica por mucho que se afirme que comienza en el siglo IX, lo cierto es que no es hasta finales del s.XI, principios del XII, con Anselmo de Canterbury y Abelardo cuando empieza su auténtico desarrollo.

Durante los siglos VIVII y VIII no encontramos en la lista de filósofos medievales ningún filósofo “occidental”. Todos los filósofos, los más importantes, proceden del Oriente. La mayor parte de religión musulmana, aunque también aparecen algunos filósofos judíos, indios y chinos. 

Es en el s. IX cuando aparece Juan Escoto Erígena. Juan Escoto Erígena cometió dos errores: uno el pretender unificar, en épocas como aquélla, Razón y Fe y por si esto no fuera poco, en caso de conflicto, conceder prioridad a la Razón. En segundo lugar, afirmar el panteísmo. 
En el s.XII la Iglesia Cristiana todavía no habia apaciguado su enfado con Erígena: el Papa Honorio III mandó quemar sus obras y si no hicieron lo propio con él en el s.IX, ello se debió a que la protección de la Razón – o sea, la amistad del rey - lo salvó de tener que enfrentarse a aquella penosa situación.

Los filósofos más representativos del s.X también tienen nombre árabe. No hay ningún filósofo occidental en el s.X y los que encontramos en la Península tienen nombre occidental, salvo un tal Recemundo al que sólo conocen en su casa a las horas de comer.... Su talla intelectual de ningún modo puede compararse con la de Avicena, persa que vivió entre los s.X y XI, y cuyas traducciones volvieron a introducir el pensamiento aristotélico en Occidente, anclado todavía en el pensamiento platónico y neoplatónico.

En el S.XI encontramos finalmente en el vacío océano de Occidente una isla  llamada Anselmo de Canterbury cuya obra es sencillamente inigualable y que ha servido de inspiración a muchos autores a la hora de demostrar la existencia de Dios.. Permítanme que les aconseje leerla. Merece la pena. Pero en cualquier caso la mayoría de los filósofos siguen portando en su mayoría nombres árabes, salvo algún que otro filósofo judío

Esta situación se mantiene incluso en el s. XII. En ese siglo aparecen en la lista de los filósofos de la Edad Media, dentro de la categoría “Filósofos de España del s.XII” en Wikipedia, los nombres de Averroes y Maimónides: árabe el uno, judío el otro. 

Hasta el s.XIII no hace su aparición en Italia el grandioso Tomás de Aquino que tanto le debe a las traducciones del persa musulmán Avicena. En Inglaterra despunta Bacon; en Alemania, Alberto Magno y el místico Eckhart. En mi opinión hay que ser sumamente precavidos a la hora de introducir a los místicos dentro del campo de la Filosofía. Los místicos constituyen siempre un problema para las estructuras religiosas por el individualismo que caracteriza a sus visiones y a las revelaciones sentidas y más de una vez han sido condenados por herejes o por locos.. Convendría, pues,  distinguir entre éxtasis místico y contemplación. Dicha distinción es mía propia; con ella me refiero a la diferencia entre la unión mística con Dios, que es única, irrepetible, limitada a un instante, y  la vida contemplativa, que es una existencia en meditación acerca de la palabra de Dios. La vida contemplativa puede dar origen a una filosofía; la mística, no. 
Pese a todo, los místicos cumplen en Occidente un papel relevante. Su existencia demuestra que el alma de Occidente es también espiritual y no sólo material.
En Escocia, en este periodo,  hallamos a Juan Escoto, escolástico. 

El s.XIV es el siglo de Ockham, Marsilio de Padua, Rinini y Buridan. Hasta el s.XV no aparece el gran Nicolás Cusa en Alemania y los grandes italianos: Maquiavelo, Pico de la Mirandolla, Marsilio Ficino, entre otros....

No es que no se estudie la Edad Media porque se menosprecie su valor o no se lo tome en su justa consideraciónEs que el único valor que tenía: el oriental, había de ser ocultado y bien ocultado porque ese saber estaba desarrollado por “el infiel”. 
En unos momentos en los que la Iglesia cristiana occidental estaba luchando por su construcción cualquier elemento del “infiel” podía desequilibrarla y provocar su derrumbamiento. Salvo la patrística y decir patrística es decir sobre todo “San Agustín”, cualquier otra corriente de pensamiento corría el peligro de ser considerada hereje o perteneciente a la filosofía gnóstico que con tanto ahínco combatía la línea ortodoxa. Las guerras internas y el miedo a que cualquier teoría pudiera ser declarada herética por el poder ortodoxo dominante, no contribuyeron en modo alguno a facilitar el pensamiento. Al mismo tiempo, las guerras civiles entre los diferentes nobles, lejos de mejorar la situación contribuían a agudizar no sólo el hambre: también el analfabetismo.

No. No ha habido un desinterés por la Edad Media. Lo que ha habido ha sido un ocultamiento de la realidad para que siguiéramos ignorando que la Edad Media no fue occidental sino oriental; no cristiana sino musulmana, con algunas voces judías. 
Musulmana y judía, no por la fuerza de la religión como muchos se esfuerzan en creer y hacer creer sino por la fuerza y la tradición de la cultura oriental de la que procedían y que se había estado desarrollando a lo largo de los siglos anteriores, antes incluso del nacimiento del Imperio Romano. 

En Oriente el hombre se había hecho Humanidad y la Humanidad se había hecho sociedad, pensamiento y arte. Oriente no surgió ni con la religión musulmana ni con la religión judía. Oriente había existido desde el principio de los tiempos y su influencia se extendió hasta la Edad Media. 
Pero en Occidente, igual que en Oriente, la religión lejos de ser como dicen una expresión del Ser Supremo, ha sido la más de las veces un instrumento del Poder terrenal. En Occidente hubo una ocultación querida y deseada por todos aquéllos que querían elevar una religión - la cristiana - al nivel de Universal. Universal era Católico. (Católico significa Universal) y Católico era lo que se admitía dentro de aquélla concepción dominante y dominadora a base de sentimentalismo, censura, espada y fuego. Todo lo demás o no existía o no era digno de consideración. En unos momentos en los que en Occidente todavía no estaban bien fijados los cimientos de la religión cristiana y del edificio sólo podían verse los andamios,  una nueva religión - la musulmana - se estaba extendiendo a una velocidad inusitada. Era necesario por tanto que en Occidente se intentaran callar y acallar los logros que, no la religión musulmana pero sí la cultura oriental de la que aquélla bebía, había alcanzado a lo largo de una experiencia de cientos, miles de años.

En este sentido he de aclarar que me parece un tremendo error identificar la cultura del Oriente con la religión musulmana, a pesar de que después de siglos en contacto la una y la otra se hayan influído mutuamente. Del mismo modo es también, desde mi punto de vista, un error identificar Occidente con la religión cristiana aunque es igualmente cierto que cultura occidental y cristianismo se han influído. Una cultura no puede reducirse nunca a una religión. La cultura acoge y supera a cualquier religión. 

Oriente no puede identificarse con religión musulmana porque otras creencias como el zoroastrismo, el animismo y la magia jugaron un papel sumamente importante. 
Occidente no puede identificarse con la religión cristiana no sólo por la importancia de los dioses del Olimpo, sino por la relevancia de las creencias paganas. 
Es por eso por lo que el Occidente no pudo nunca, ni siquiera en sus fases más profundamente cristianas: Edad Media y Renacimiento,  renunciar a la filosofía natural, al respeto que en el Norte de Europa se profesaba a las criaturas de la Naturaleza y a las fuerzas naturales que hacían posible su existencia.

A una conclusión parecida llega Guenon cuando escribe: "Solamente, lo que es menester no olvidar, es que en los orientales la tradición no reviste la forma específicamente religiosa que en los orientales la tradición no reviste la forma específicamente religiosa, a excepción de los musulmantes, quienes tienen también algo de Occidente."

En cualquier caso debería constituir un serio objetivo acabar con la censura y ocultamiento, que los manuales de Filosofía e Historia han venido haciendo de la verdadera historia del Oriente desde los tiempos del Imperio romano hasta nuestros días.

Quizás eso supusiera un acercamiento más provechoso, más sincero y más firme que cualquiera de esos que se empeñan en dividir entre buenos y malos.

Oriente no es más espiritual que Occidente. Guenon se equivoca. Es normal que para un orientalista como él, el Renacimiento – occidental y bien occidental- le supusiera un gran disgusto. Fue, en efecto, una ruptura pero no fue una ruptura con el cristianismo, como él sostiene, sino con el Oriente. Y esto, posiblemente, es lo que al amante del Oriente Guenon le resulta tan doloroso aceptar.

EL RENACIMIENTO SIGNIFICÓ UNA RUPTURA CON EL ORIENTE. Por mucho que todos los manuales de filosofía e historia lo repitan, en el Renacimiento no es el Hombre el que ocupa el centro de la Creación. EL RENACIMIENTO SIGUIÓ SIENDO RELIGIOSO Y BIEN RELIGIOSO. Es cierto: esa religiosidad no siempre coincide con la ortodoxia religiosa. El Renacimiento occidental, debido a la influencia de las religiones paganas de los bárbaros europeos y de la influencia de la filosofía oriental, se ocupa de la filosofía natural y de la magia, pero, por vez primera en la Historia de la Humanidad, el HOMBRE OCCIDENTAL se convierte en el CENTRO DE SU PROPIA HISTORIA Y DE LA HISTORIA DEL MUNDO.

EN ESO JUSTAMENTE CONSISTE EL HUMANISMO RENACENTISTA: EL HOMBRE OCCIDENTAL SUPERA SU DEPENDENCIA DEL HOMBRE ORIENTAL. DEJA DE SER UN SATÉLITE DEL PENSAMIENTO ORIENTAL Y COGE LAS RIENDAS DE SU PROPIO DESTINO.

El precio que tiene que pagar es alto: el de convertir la filosofía griega en la patria de la filosofía occidental, sobreseyendo o minimizando las raíces orientales en las que ésta se asienta;  ignorar, censurar, olvidar, la Historia y la Filosofía oriental. 

En todo esto consiste la ruptura a la que se refiere Guenon. Ruptura que él,  justamente por lo que de supresión y deformación de la cultura árabe conlleva, considera un error (y ES un error). Su conversión a la religión musulmana suponía a su modo de ver un regreso a las fuentes de la cultura. 

En mi opinión, sin embargo, el problema entre Oriente y Occidente no descansa en el hecho de que existan diferentes sino en el desconocimiento e incomunicación cultural que la lucha entre religiones, ansiosas ambas de poder y sedientas de conquistas produjo. No la creencia en sí, sino la lucha por implantar esa creencia y obtener, de este modo, el poder es lo que ha generado esa escisión. Ya he expuesto en otros artículos mi consideración al respecto.

Justo cuando se podía haber iniciado una relación, no digo amistosa pero sí comunicativa, Oriente y Occidente fueron separados por la espada de los poderes religiosos. Por eso era tan importante para los templarios primero y para los masones, después, establecer una unidad religiosa que superara los muros construidos por dichas fuerzas. En este sentido la gran catástrofe sociocultural de los últimos tiempos ha sido justamente la traición del laicismo que ha preferido concentrarse él mismo en la adquisición de poder local, olvidando así cuál era su tarea inicial. Esta es: la reunificación de Oriente y Occidente, más allá de las diferencias culturales y religiosas. La tarea de los caballeros del Occidente y de los caballeros del Oriente no era, como muy bien dice Guenon,  ni la fusión ni la sustitución, sino la comunicación y el diálogo. Se trataba de construir una mesa redonda. La media luna que necesita de la otra media en un sentido filosófico, no religioso. Del mismo modo que la luna creciente en la religión musulmana tampoco tiene un significado religioso. Es únicamente un símbolo al que algunos le atribuyen un valor de calendario lunar, utilizado frecuentemente en la zona. Ése es, posiblemente,  el círculo que desde tiempos inmemoriales se trata de unir. En vez de eso, el desconocimiento llevó a los aprendices a identificar la unión de ese círculo con la rueda del Samsara o sufrimiento, cuya unidad sí que era preciso romper por medio de la purificación espiritual para conseguir alcanzar la liberación del alma. 


Oriente tiene una Historia y una Filosofía que Occidente ignora. A mi modo de ver, mientras esta situación subsista, el Occidente verá en Oriente o su inferior o su superior, pero nunca su igual.

Es hora pues de que se nos de a conocer la Filosofia del Oriente que tanto tiempo se nos ha mantenido oculta tanto tiempo. Hasta el punto de  que hubo un instante en el que casi llegamos a olvidar que existía. E incluso ahora se nos sigue descubriendo en forma de enfrentamiento ideológico y político. Y todo ¿Para qué? Para favorecer la construcción y desarrollo de un edificio religioso, tan grande y tan viejo que las goteras lo están hundiendo sin necesidad de que vengan otros a hacerlo. En estos momentos la escisión entre Occidente y el Próximo y Medio Oriente es tan profunda que una gran parte de los europeos occidentales prefieren ir a beber de la fuente espiritual de la lejana India y otros sólo ven en el Oriente una religión: la musulmana. Paradoja de paradojas, esos mismos europeos occidentales a los cuales no les importa acercarse a una filosofía y religión que le son absolutamente desconocidas, además de incomprensibles, y a las que sólo accede después de que aquéllas hayan sido deformadas y adaptadas a los gustos occidentales, como el mismo Guenón muy acertadamente denunció, todo hay que decirlo, al referirse a la Sociedad Teosófica, son reacios, en cambio, a interesarse por la historia, la filosofía y el pensamiento del Oriente Próximo y del Oriente Medio, cuya influencia ha impregnado su propia Historia por mucho que ellos lo ignoraran. Se quedan insertos en un único punto, como esos turistas que contratan una habitación de hotel para quince días y no salen de sus maravillosas instalaciones: de la piscina a la pista de tenis y de allí a la sauna y a los masajes. Lo más que emprenden es alguna excursión a los alrededores para visitar los lugares más representativos y conocidos y poder demostrar a sus conocidos que ellos "también han estado allí."

La comunicación sólo es posible desde el conocimiento auténtico y este conocimiento nunca es posible alcanzarlo por medio de viajes organizados. 

He de hacer sin embargo, un último inciso. Guenon afirma que tal conocimiento y tal comunicación sólo pueden alcanzarse cuando el Occidente retome la Tradición de la Edad Media, la Tradición religiosa de la Edad Media (el cristianismo antes de la Reforma) y las estructuras jerárquicas de dicha sociedad. 

A mi juicio esto supone un tremendo error y lo es en dos sentidos.


En primer lugar, porque Occidente, ya lo hemos dicho,  no puede volver a ser lo que fue, de modo que el hombre y el viejo tampoco pueden volver a ser el muchacho de antaño, por mucho que envidien las fuerzas del pasado. El hombre y el viejo han de valorar sus propias fuerzas: la experiencia, la serenidad.... De este modo podrán aportar nuevos ingredientes y perspectivas a su sociedad, podrán seguir construyendo el edificio. Occidente ha de aceptar sus glorias y sus derrotas pasadas; pero no puede quedar anclado ni en las unas ni en las otras porque eso supondría el inmovilismo, el estancamiento; la muerte, en definitiva.

En segundo lugar, porque el Oriente tampoco es lo que era. El Oriente, igual que el Occidente, es un mundo vivo y viviente; es un caminante caminando. Sus estructuras cambian constantemente. Es cierto que no tienen por qué hacerlo en la dirección y rapidez en la que las de Occidente lo hacen; pero es innegable que cambian. Muchos aspectos de su Edad Media les resultan tan lejanos como a nosotros.

Lo importante no es que Occidente tenga que adoptar la Tradición del Oriente ni que el Oriente tenga que adoptar la Tradición de Occidente para poder entenderse. Tampoco es necesario que  Oriente y Occidente hayan de retomar sus respectivas Tradiciones en el punto en que ambas estaban en la Edad Media. Lo fundamental ahora es que se nos desvele la oculta Edad Media que, como ya he explicado arriba, es Oriental y Oriental, que se nos acerquen los textos desconocidos de aquéllos grandes filósofos persas, indios, chinos, cuyos nombres y doctrinas ignoramos; saber cuánto debemos al imperio bizantino, tan oculto y ocultado como el Oriente mismo.

A los niños pequeños se les explica que el Sol sale de día y la Luna de noche. La verdad, sin embargo, es que ambos astros están siempre presentes en el Firmamento. Para saberlo no hace falta ser astronauta, ni transformarse en estrella. Basta con mirar al cielo.

Isabel Viñado Gascón.

Ustedes, claro, ya sabrían seguramente todo lo que les acabo de contar. Yo acabo de enterarme y estoy exhausta.

(⅟). Historia de la Filosofía. Nicolás Abbagnano. Vol.II. Ed. Hora. S.A. Barcelona. Cuarta Ed. 1994. Pg.90










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