domingo, 2 de agosto de 2015

Discursos sobre la Primera Década de Tito Livio, de Maquiavelo. Tercer Libro."Sobre los Líderes" Comenzado en 1513, terminado en 1519 y publicado en 1531.

Lo que aquí aparece es un resumen del Tercer Libro de los Discursi de Maquiavelo. He preferido recoger las ideas más sobresalientes, dejando a un lado los ejemplos históricos, a fin de que el lector impaciente o que no disponga de mucho tiempo pueda, sin embargo, apreciar la profundidad del pensamiento del autor italiano. Según los críticos, esta parte es la que más se asemeja al contenido de su obra “El Príncipe”, entre otras cosas por la temática, puesto que Maquiavelo dedica el Tercer Libro a los líderes, entendiendo por tales, esos hombres magníficos y superiores tanto por su virtud como por su valor y prudencia cuyas dotes de mando sirven al engrandecimiento y esplendor de la república a la que sirve. 
En este sentido podríamos afirmar que Maquiavelo no se aleja en absoluto del axioma moral que sustenta su obra: el Bien General. El lider es lider en tanto que sostiene la realización del Bien Común y deja de serlo en cuanto desatiende los intereses de la república en consideración a los suyos propios.

Como es mi costumbre, recomiendo encarecidamente la lectura de “Discursos sobre la Primera Década de Tito Livio”. A pesar de no ser muy conocido por el gran público, puede ser considerada como una de las grandes obras de la literatura política y abarca temas que todavía hoy en día pueden ser considerados de suma actualidad, como la separación entre política estatal y política religiosa, el papel esencialmente necesario que cumplen tanto las creencias religiosas como las buenas costumbres en la fundación, mantenimiento y desarrollo de una sociedad, la importancia de la libertad, de la pobreza y del trabajo para conservar la virtud, las perversiones que las llevan a la ruina, los problemas a considerar en el fenómeno de expansión y defensa de las ciudades y estados y el difícil reto que supone mantener en equilibrio –aunque sea inestable- a los distintos poderes que conviven en una sociedad, los peligros que representan para la supervivencia de una sociedad las oleadas migratorias así como los grandes desastres que causan la envidia y la ambición desmedida, el igualitarismo que la envidia provoca y que lleva a los hombres ociosos a considerarse igual, si no más, que los meritorios.

Las tesis de Maquiavelo serán acogidas en gran medida por los utilitaristas franceses y las críticas que hace a la religión cristiana, en el sentido de que obliga a cargar con la cruz y debilitan la naturaleza del hombre en tanto que sus fuerzas deben servir a la resignación en vez de a la lucha por desarrollar sus potencias y sus posibilidades, serán retomadas por Heine y especialmente por Nietzsche.

Sin embargo no faltan los críticos. Muchos son los que califican a Maquiavelo de amoral e incluso de inmoral. Uno de ellos es Bodino, en el prólogo de su libro “Los seis libros de la República” que, o bien no había leído la obra de Maquiavelo o que conscientemente prefirió malinterpretarla para ganarse las simpatías de un determinado público aferrado a la firme convicción de que el Estado debe sumisión a la religión. Es necesario recalcar que Maquiavelo no niega en absoluto la importancia de las creencias ni el terreno privado ni en el público. Es más: las considera fundamentales en una sociedad porque ayudan a conservar las buenas costumbres y alientan a la valentía y a la honestidad, pero se niega a admitir una y otra vez la política religiosa dictada por el Vaticano. Dicha política, dice Maquiavelo, sirve a sus propios intereses y descuida los de la república italiana que por esta causa no ha podido, al contrario de Francia y España, alcanzar la unificación.

Para la redacción de este trabajo he utilizado una edición española (en pdf) ”Discurso sobre la primera década de Tito Livio” http://biblio.juridicas.unam.mx/libros/libro.htm?l=1569 y una edición alemana (en eBook) “Die Discorsi: Das Wesen einer starken Republik” (Copy right e-artnow, 2014. ISBN 978-80-268-2659-0)

Capítulo I
Cuando se quiere que una religión o una república tengan larga vida, es preciso restablecer con frecuencia su primitivo estado.

Según Maquiavelo, las instituciones como son las repúblicas y las sectas religiosas, han de estar en constante renovación porque de no hacerlo perecen. Sin embargo, dichas alteraciones han de ir  encaminadas a la constante restitución de las primitivas formas “porque los principios de las religiones, repúblicas y reinos, por necesidad contienen en sí algo bueno en que fundan su primer prestigio y su primer engrandecimiento y como con el transcurso del tiempo aquella bondad se corrompe, si no ocurre algo que la vivifique, por necesidad mata el organismo que animaba. (...) El restablecimiento de las primitivas instituciones, hablando de una república, lo produce un suceso exterior, o es efecto de la prudencia de los ciudadanos.”

En efecto, asegura Maquiavelo, los terribles sucesos sirven para que las instituciones del estado se reorganicen y se restablezca la práctica de la virtud, esto es: la necesidad de observar la religión y la justicia y de honrar a los buenos ciudadanos en primer lugar por su buen espíritu. En este punto, parece que se aleja de la frase: “el fin justifica los medios”. Su distanciamiento es, sin embargo, relativo porque el fin al que se refiere Maquiavelo no es el pequeño y rápido éxito sino el Bien Común.

 Cuando dichos sucesos externos no acontecen, los hombres, advierte el florentino, empiezan a relajar sus costumbres. 

En su opinión estos periodos de renovación tienen que sucederse como máximo cada diez años; si este periodo se dilata, los perjuicios de la corrupción serán mayores y el restablecimiento de la virtud resultará más difícil. Dichos mecanismos exteriores son ventajosos pero enormemente peligrosos, por esta razón, Maquiavelo recomienda poner en funcionamiento los interiores.

En cuanto a los acontecimientos interiores que sirven al restablecimiento del carácter originario de las instituciones de la república pueden deberse a la virtud de la ley o a la virtud de un hombre magnífico. Y ello tanto en las repúblicas como en las Monarquías. Así en Francia, por ejemplo, del cumplimiento de la ley cuidan los Parlamentos. Y Maquiavelo, gran analista y por eso gran profeta, observa que si los abusos de la nobleza se multiplicaran impunemente ello conllevaría o “la necesidad de corregirlos con gran riesgo, por el número y poder de los culpados, o la disolución del reino.”

Dicha renovación es necesaria no sólo en las repúblicas; también en la religión. Maquiavelo presenta a las órdenes franciscanas y dominicanas como ejemplo de la renovación de las raíces cristianas de pobreza y humildad. Fueron ellos, dice, quienes detuvieron la ruina que pontíficies y prelados habían causado a la religión. Pero llegados aquí el realista, y por realista necesariamente irreverente, da un giro imprevisto a su discurso. La acción de los dominicos y franciscanos paralizaron, en efecto, la ruina a la que estaba abocada la Iglesia debido a la corrupción de los máximos poderes eclesiáticos. Pero no, como algunos pueden pensar porque esos poderes se renovaron y volvieron a la virtud original que su cargo exigía sino porque las órdenes mendicantes llamando al perdón y a la obediencia a los creyentes, animando a aceptar, sin quejarse y sin murmurar, las disposiciones que los gobertantes disponían dejando a Dios y a su Juicio la sentencia sobre acciones que influían en el mundo terreno, propiciaron que la conducta de los hombres influyentes empeorara cada vez más por no creer en castigos que no veían. 

La conclusión de Maquiavelo no puede ser más contundente:“Este restablecimiento de la primitiva doctrina ha conservado y conserva la religión.” La crítica de Maquiavelo a las nuevas órdenes, franciscanas y dominicos es visible: predican al pueblo con argumentos del Más Allá, en beneficio de los príncipes terrenos del Más Aquí, y de esta manera, conservan el poder y la influencia de una religión cristiana, cada vez más corrupta. ¿Todavía puede extrañar a alguien la aparición de una figura como la de Lutero? ¿Todavía puede alguien sorprenderse que no le quedara más remedio que el de la ruptura?

En cualquier caso, es en este punto en el que Maquiavelo descubre su verdadera intención. En efecto: la renovación y los principios originarios a los que se refiere Maquiavelo no tienen nada que ver con la renovación espiritual y mucho menos con la individual. Ya hemos constatado repetidamente que el axioma en el que su ética se asienta es el “Bien General” y desde luego  considera a las instituciones eclesiásticas maestras en el arte de mantener ese “Bien General”.
Sus frecuentes críticas a la Iglesia se deben, pues, a otros motivos..

Primero,  que la Iglesia no trabaja en favor de la realización del “Bien General de la sociedad republicana”, que es, no lo olvidemos ,el axioma al que Maquiavelo aspira, sino que todo el Aparato Eclesial está pensado y organizado en función de la consecución del “Bien General de la Institución eclesiástica.”
Peor aún: Maquiavelo considera a la Iglesia una peligrosa contrincante de los intereses de la República, sea cual sea la constitución política de ésta, porque la Iglesia persigue sus propios intereses –con independencia de los de la República-; es desmedidamente ambiciosa, una gran estratega y utiliza cualquier medio a su alcance para lograr sus propósitos.

En segundo lugar, la Iglesia es una gran tramposa pero no,como algunos creen, por no tener ningún escrúpulo en utilizar la Fe de los individuos en un Mundo Celestial para conservar su Poder terrenal.

Ya hemos dicho anteriormente que las creencias individuales y espirituales de los hombres interesan a Maquiavelo no en tanto que individuales sino en tanto que el predominio de hombres virtuosos crea y mantiene una república virtuosa y ordenada, mientras que si imperan las corrupciones individuales las repúblicas se desestabilizan, habiendo de procurarse remedios, no siempre agradables, para el restablecimiento de la virtud porque en otro caso la república desaparece. Sin embargo, según Maquiavelo,  la Iglesia Vaticana  a pesar del grado de corrupción que internamente la corroe, no busca la renovación de sí misma sino que se sostiene gracias a la virtud de sus fieles. No es Ella la que rema, sino que exhorta a otros a remar usando y abusando de premios y castigos futuros en el Mundo de los Cielos, mientras Ella goza de los placeres terrenos.
Que además lo consiga porque haya tantos buenos hombres dispuesta a creerla,  llena a Maquiavelo tanto de indignación como de admiración porque él mismo es consciente de que lo que se trata es, ante todo, de conservar el prestigio y el crédito de la institución.

“En resumen, lo más necesario en la vida social para una religión, monarquía o república es devolverle el crédito que tuvieron en su origen, procurando conseguirlo por medio de buenas leyes o de buenos hombres y no por una causa exterior; pues aun cuando ésta sea a veces óptimo remedio, como lo fue en Roma, es tan peligroso que no se debe desear en modo alguno.”

Capítulo II
De cómo es cosa sapientísima fingirse loco durante algún tiempo.

El ejemplo que pone es el de Brutus y se muestra en desacuerdo con Tito Livio acerca de las razones que le condujeron a mostrarse loco. Según Tito Livio, Brutus lo hizo para conservar su tranquilidad y su patrimonio. Según Maquiavelo fue para ser menos observado y liberar al pueblo del rey en la ocasión más propicia.

Maquiavelo aprovecha este ejemplo para aconsejar que si uno puede abiertamente enfrentarse a su adversario, puede entonces hacerlo. Pero que si no dispone el suficiente poder ha de procurarse su amistad. Maquiavelo recomienda estos dos posibilidades extremas: o enfrentarse abiertamente o vivir en armonía junto a él. El término medio, asegura, no es beneficioso porque a los hombres de una posición elevada nadie les creería si afirmaran que lo único que desean es vivir tranquilamente sin preocuparse de nada y, por tanto, en ese caso, es necesario fingirse estúpido o loco, como hizo Brutus.

Su crítica al término medio no es nueva y no será esta la última vez que lo ponga de manifiesto. La radicalidad se hace necesaria para sobrevivir: o uno se enfrenta abiertamente, cuando dispone de fuerzas suficientes para hacerlo, o se aviene a las circunstancias y contemporiza con ellas hasta que el peligro pase. Algo así recomienda Brecht en una de sus “Historias de K.”, cuando cuenta que un tirano pregunta a un hombre si quiere ser su sirviente y éste sin contestar empieza a servirlo hasta que éste muere y entonces contesta: “no”. Se puede servir a un tirano un periodo limitado; de alguna manera es una apuesta contra el tiempo: quién de los dos resiste más. En cambio, la muerte es eterna. 

Por eso, la resistencia sólo debe ser ejercida si se dispone del poder y los medios necesarios; en caso contrario es mejor practicar el fingimiento “hablando, viendo y obrando contra tus propósitos y por complacer al príncipe” Este fingimiento al que Maquiavelo se refiere, bien podría considerarse como la justificación de su propia conducta: la de ofrecer sus servicios a los Medici y la confesión de que se trata de una lealtad fingida para conservar la vida, el puesto e incluso, al igual que Brutus, ayudar a la república. Sin embargo, como todos sabemos, este fingimiento pareció tan real que, caídos los Medici en desgracia, ningún republicano quiso contratar al que había sido su más fiel servidor Maquiavelo. Y es que a Maquiavelo se le olvidó que no se puede servir a dos señores aunque se hayan escritos sendos libros para cada uno de ellos.

Capítulo III
De cómo fue indispensable matar a los hijos de Brutus para mantener en Roma la libertad conquistada

A pesar de que Brutos dictó sentencia como juez contra sus propios hijos, Maquiavelo lo exime y lo pone como ejemplo para demostrar a todos que lo que más le importaba era el bienestar de la república y no su propio interés. A juicio de Maquiavelo “el Bien General” ha de prevalecer por encima de cualquier sentimiento individual y ello justifica incluso que un padre condene a sus hijos.

Capítulo IV
No vive un príncipe seguro en su Estado mientras viven los que han sido despojados por él.

Unos pierden la corona por no saberse cuidar del odio de aquéllos a quienes se la quitaron. Las viejas ofensas no se borran con los nuevos beneficios mucho menos cuando éstos son de menor valor que la injuria sufrida.

Capítulo V
Lo que hace perder la corona a un rey que lo es por derecho hereditario.

Algunas de las causas que nombra Maquiavelo son: no observar las leyes de los que le precedieron en el trono, gobernar tiránicamente, enemistarse con los poderosos y con el pueblo, quebrantar los usos y costumbres que han prevalecido largo tiempo. Por el contrario, cuando los hombres son bien gobernados, no desean otras libertades.

Capítulo VI
De las conjuraciones.

Los reyes han perdido su vida y su corona más frecuentemente a causa de las conjuraciones que por los desastres de la guerra. La explicación es sencilla: pocos hombres pueden declarar abiertamente la guerra a un monarca, sin embargo son muchos los que pueden conspirar contra él. Sin embargo, Maquiavelo reconoce que llevar a cabo una conspiración es difícil y de la gran mayoría de las que se planean apenas se realizan unas cuantas.

Maquiavelo advierte a los príncipes algunas acciones que deben evitar para no exponerse a una conspiración. No hacerse odioso al pueblo con una conducta tirana, no proferir amenazas puesto que una amenaza es peligrosísima para el que la lanza porque pone sobreaviso al contrario y le hace tomar medidas preventivas. Por otra parte, los ultrajes dirigidos a los bienes y a la honra son los que más ofenden a los hombres y ello incluye la honra de sus mujeres tanto como el vilipendio de sus personas. Así pues, la decisión más inteligente que el príncipe puede tomar es la de renunciar a la tiranía.

Pero que un príncipe se haga odioso a causa de su tiranía no es el único motivo para convertirse en víctima de una conspiración. A ella se arriesgan los muy poderosos porque cuando ya tienen todo, aun ambicionan la corona. Por tanto, el príncipe ha de controlar a aquellos que ha beneficiado tanto o más que a aquéllos a quienes ha injuriado. El deseo de ambicionar es tan peligroso para el príncipe como el sentimiento de venganza.

En cuanto a los peligros a los que los conspiradores se exponen no cabe duda de que son sumamente graves porque han de ser sumamente cautos a la hora de confiar su plan, incluso cuando se trata de comentarlo a los que hasta entonces han considerado amigos. La escasa prudencia es motivo de que muchas conjuras se descubran. Una forma de salvar estos obstáculos es ejecutarlas con rapidez y sorpresa y no dejar ninguna prueba escrita porque palabra contra palabra no muestra nada. Otro de los peligros a los que se ven expuestos los conspiradores es el que presenta la necesidad de cambiar de planes, especialmente cuando no queda tiempo para reorganizarlos. Esto lleva, con frecuencia, al fracaso porque perturba el ánimo. La falta de coraje y la indecisión a la hora de atacar es otro elemento que suele desbaratar las conspiraciones, por ello es necesario buscar hombres experimentados y no solamente valerosos. Hay igualmente que considerar que si conjurar contra una persona es harto difícil, mucho más contra dos.

De los peligros que acechan después de ejecutada la conspiración, el más importante es el de la venganza de algún amigo o familiar por la muerte del príncipe pero sobre todo, la de la venganza del pueblo contra el asesino de un príncipe amado.

Cuando se trata de una conjura contra la patria, el método más eficaz es el de utilizar la astucia y el engaño. Si bien tramarlas no es difícil, ejecutarlas es sumamente arriesgado y casi todas fracasan.
Maquiavelo advierte que las conspiraciones a las que se refiere son las ejecutadas indistintamente con armas o con veneno, aunque en su opinión estas últimas son más peligrosas: acceder al veneno resulta más complicado y hay que entrar en comunicación con su poseedor.

En cualquier caso, el príncipe que se salva de una conjura ha de considerar serenamente el alcance y la proporción de aquélla antes de dictar un castigo contra los ejecutores porque éstos podrían contar con un gran número de partidarios, con lo cual el príncipe ha de reunir las suficientes fuertes para oponerse a ellos. La lentitud del príncipe les hace creer a los conspiradores que tienen tiempo y no aceleran sus propósitos. Por el contrario, si la conjura carece de fuerza, el príncipe ha de actuar inmediatamente y con toda contundencia.

Maquiavelo dedica un largo capítulo a las conjuras: a tramarlas y a librarse de ellas. Sus palabras se dirigen a advertir a los príncipes tanto como a aconsejar a los conspiradores. Las dos almas de Maquiavelo se encuentran aquí frente a frente en una especie de “que gane el mejor”. Salir vivo de una conjura es tan difícil como realizar la conjura misma. Ser príncipe y mantenerse con vida tan complicado como matarlo y hacerse con el Poder. En tiempos tan revueltos como los que vivió Maquiavelo las conjuras bien por arma, bien por veneno, estaban a la orden del día. Los castigos rápidos y severos eran inflingidos en muchas ocasiones a inocentes; de eso, el propio Maquiavelo tuvo su propia experiencia. Así pues, no es extraño que utilizando la excusa de la prudencia, no vaya a ser que haya muchos partidarios apoyando a los conspiradores,  aconseje al príncipe prudencia y una buena investigación a la hora de establecer dichos castigos.

Capítulo VII
Por qué los cambios de la libertad a la servidumbre y de la servidumbre a la libertad son unas veces sangrientos y otras no.

Eso depende de que el orden de cosas que se cambian se haya o no originado con violencia.

Capítulo VIII
Quien desee ejecutar cambios en una república debe examinar el estado en que se encuentre.

“Los hombres deben ajustar su conducta, sobre todo en las grandes acciones, a la condición de los tiempos sobre todo ateniéndose a ella, y los que por error o inclinación natural se ponen en contradicción con su época, viven las más de las veces infelizmente y sus actos tienen un éxito funesto. Lo contrario sucede a los que saben acomodarse a su época.”

“Para tiranizar una república es, pues, indispensable que las costumbres públicas se estén viciando de tiempo atrás, y que poco a poco y de generación en generación se camine al desorden, al que necesariamente se llega si (...) no se procura con frecuencia (...) restablecer la primitiva pureza de las costumbres públicas.”

Capítulo IX
De cómo conviene variar con los tiempos si se quiere tener siempre buena fortuna.

“El que menos se equivoca y goza de más próspera fortuna es quien acomoda sus acciones al tiempo en el que vive y procede aprovechando las circunstancias.”

Las repúblicas tienen más larga que vida que las monarquías porque son más flexibles que éstas. Sin embargo, también perecen por no acomodar sus instituciones a los nuevos tiempos.
Maquiavelo observa dos impedimentos para adaptarse a las circunstancias: una, son las propias inclinaciones naturales. La otra, la dificultad de convencerse, sobre todo cuando se ha tenido éxito, de la necesidad de variar de método y procedimiento.
Ya hemos dicho que el pensamiento de Maquiavelo es, en realidad, un fino alambre en el que continuamente hay que mantener el equilibrio, una lucha de contrarios en la que el resultado obtenido es siempre inestable, y por tanto no es de extrañar, ni conlleva contradicción alguna, que por un lado abogue por mantener e incluso restablecer las costumbres primitivas y por el otro, inste a adaptar las instituciones de la república y las acciones individuales a las circunstancias momento.
Capítulo X
De cómo un general no puede evitar una batalla cuando su adversario la quiere dar de cualquier modo

En lo que más se debiera imitar a los antiguos es en el arte de la guerra y es donde menos se hace. Los príncipes deberían personarse en el campo de batalla en vez de dejar la organización del ejército en otras manos. No se presentan y cuando lo hacen es sólo por pompa y no por motivos loables.
Por otra parte, es necesario señalar que los principes que se involucran en la guerra cometen menos errores que las repúblicas, que no entienden de temas militares y cuando, por soberbia, toman decisiones, cometen innumerables y fatales errores.

Es útil no combatir cuando se tienen tan buenos ejércitos que son temidos por el enemigo y éste no ataca. Pero en cualquier otro caso hay que combatir porque la huida equivale a la derrota, además de significar el deshonor. Y mucho menos puede evitarse el combate cuando el territorio propio es invadido.

Capítulo XI
Quien tiene que combatir con varios enemigos, si puede resistir el primer ataque, aunque sea inferior a ellos en recursos, logrará vencerles.

“(...) siempre podrá el que está solo, empleando alguna astucia, desunir a los aliados y con ello, debilitarlos.”

Capítulo XII
De cómo un general prudente debe poner a sus soldados en la necesidad de batirse y quitar esta necesidad a sus enemigos.

Según Maquiavelo, la necesidad es un elemento sumamente importante para la acción humana y es ella inspiradora y causa de los hechos gloriosos. Por tanto, un general debe convencer a sus tropas de la necesidad de combatir y al mismo tiempo, debe ser tan prudente que el enemigo no note que está alertando a su ejército de la necesidad de combatir. Maquiavelo alude aquí tanto a la propaganda como a la propaganda encubierta. Y en cuanto a las ofertas de paz, Maquiavelo advierte cautela a la hora de aceptarlas porque no siempre son ciertas las intenciones que afirman. La astucia sigue siendo un elemento a tener en cuenta. Así, por ejemplo, relata el caso de Camilo, un general romano, que estando dentro de la ciudad de los veyenses ordenó en voz alta a sus soldados, para que todos, también los sitiados, pudieran oirle que respetaran a los hombres sin armas. Esto hizo que muchos arrojaran las armas al suelo y la ciudad fue tomada casi sin derramamiento de sangre.

Capítulo XIII
De si debe inspirar más confianza un general que tenga mal organizado ejército, o un buen ejército mandado por general inhábil.

Maquiavelo afirma que tan poco vale un ejército mal mandado como un buen general que mande malas tropas. Por otra parte, el florentino da ejemplos de que a veces es más importante el valor y la capacidad de organización de un general y ejemplos que que en otras ocasiones el motivo de la victoria se debe al esfuerzo de los soldados. Su conclusión, sin embargo, es que un buen ejército necesita de un buen general porque si lo dirige uno malo, corre el peligro de caer en la insumisión y en el desorden. Y así Maquiavelo sigue su idea de que un hombre que es capaz no sólo de vencer al enemigo sino también de organizar e instruir a un ejército, merece doble alabanza.

Capítulo XIV
Efecto que producen en una batalla las nuevas estratagemas y las voces inesperadas.

“Debe tenerse en cuenta que la disciplina es necesaria no sólo para combatir ordenadamente, sino para evitar que cualquier accidente desorganice las fuerzas. Por esta causa las aglomeraciones de gente del pueblo no sirven para la guerra, pues cualquiera voz, cualquier ruido, cualquier estrépito las hace huir. Y un buen general debe determinar, entre otras cosas ,quiénes son los que han de recibir sus órdenes y comunicárselas a los demas, acostumbrando a sus soldados a no dar crédito más que a los oficiales y a éstos a decirles sólo lo que mande el jefe. Por la inobservancia de dicha regla han ocurrido grandísimos males.”

“En cuanto a las estratagemas, los generales deben de inventar algunas durante la lucha que anime a sus soldados y amilane al enemigo, porque entre los accidentes en una batalla éste es eficacísimo. (...)”

“Todo buen general debe inventar algún ardid para asustar al enemigo y estar prevenido contra los que éste invente, para descubrirlos e inutilizarlos. (...) Hay que advertir que, cuando en tales invenciones hay más de verdadero que de fingido, pueden muy bien emplearse contra todos los hombres porque lo cierto oculta por algún tiempo lo aparente; pero cuando lo fingido supera a lo verdadero, lo mejor es no hacerlo, y si se hace, mantenerlo a distancia para que no pueda ser pronto descubierto (...) sin esto la debilidad real se descubre enseguida, y el ardid perjudica más que favorece.”

Capítulo XV
El mando del ejército debe tenerlo uno y no varios, porque en más de uno es perjudicial.

Maquiavelo no es un gran partidario del trabajo en equipo salvo cuando hay un dirigente encargado de organizarlo y coordinarlo. En su opinión la existencia de un mando plural sólo origina confusión.

Capítulo XVI
El verdadero mérito buscase en los tiempos difíciles. En los fáciles no son los hombres meritorios los favorecidos, sino los más ricos o los mejor emparentados.

“Siempre ha ocurrido y sucederá que las repúblicas hagan poco caso de los grandes hombres en tiempo de paz, porque envidiándoles muchos hombres la fama que han logrado adquirir, desean ser sus iguales y aún superiores.(...)”

“Existe pues, en las repúblicas la irregularidad de estimar en poco a los hombres de mérito en las épocas tranquilas; cosa que ofende a éstos doblemente, por no ocupar el lugar que les corresponde y por ver como iguales o superiores a personas indignas o de menos capacidad que ellos. Estas injusticias han causado grandes males en las repúblicas, porque los ciudadanos que inmerecidamente son desdeñados y comprenden que la causa de ello es la tranquilidad y seguridad del estado, procuran perturbarlo promoviendo nuevas guerras con perjuicio de la nación.”

Reflexionando sobre los medios de evitar este mal, sólo encuentro dos: uno, impedir que los ciudadanos se hagan ricos, a fin de que no puedan, con riquezas y sin virtud, corromper a los demás; otro, organizarse de tal suerte para la guerra, que en cualquier momento se pueda hacer y constantemente sean precisos los servicios de los ciudadanos famosos.”

Capítulo XVII
No se debe ofender a un ciudadano y darle después una administración o mando importante.

Como para los desórdenes de la república no hay ningún remedio seguro, tampoco es posible pensar en la perpetuidad de una república porque puede llegar a su ruina por medio de muchos caminos.

Capítulo XVIII
La mayor habilidad de un general consiste en adivinar los designios del enemigo.

Y en este sentido, es más fácil conocerlos cuando el enemigo está cercano.

Capítulo XIX
Si para gobernar a la multitud es preferible la indulgencia o la severidad.

Hay ejemplos históricos que avalan una y otra actitud. Maquiavelo distingue según se trate de compañeros o de súbditos. Según el florentino, a los primeros hay que tratarlos de forma bondadosa. Pero si se trata de súbditos es preciso ser cuidadoso para que no se insolenten y menosprecien a la autoridad; de aquí que haya que utilizarse la severidad, si bien una severidad moderada que no despierte el odio. La forma más segura es respetar los bienes de su súbdito.

Capítulo XX
Un rasgo de humanidad pudo más en el ánimo de los faliscos que todo el poder de Roma

Capítulo XXI
Por qué Anibal, procediendo de distinto modo que Escipión fue tan victorioso en Italia como éste en España

Escipión obró bondadosamente y se ganó la amistad de España. Anibal, actuando cruel y pérfidamente, obtuvo los mismos resultados en Italia. Maquiavelo considera indiferente que se utilice uno u otro modo porque el amor y el temor son los sentimientos que con mayor fuerza mueven al hombre. A su juicio lo realmente importante es no excederse y no caer en la debilidad por bondadoso, ni ser tan cruel hasta el punto de despertar el odio y la rebelión.

Capítulo XXII
De cómo alcanzaron igual gloria Manlio Torcuato con su severidad, y con su humanidad Valerio Corvino.

“Para ordenar cosas enérgicas y difíciles conviene ser fuerte, y los que tienen esta fortaleza de ánimo, no emplean blandura para hacerse obedecer (...) rigor conveniente en una república para restablecer la antigua pureza de las costumbres y las leyes. (...) Valerio, por su parte, podía proceder bondadosamente, porque le bastaba que se cumpliera lo que era costumbre observar en el ejército romano y, como lo acostumbrado era bueno, bastaba para su honrosa reputación (...) la observancia."

Sin embargo, la conclusión a la que llega Maquiavelo es que en una república la actitud de Manlio es más adecuada porque atiende a la utilidad pública y no a la satisfacción de la ambición individual. La de Valerio, en cambio, puede parecer un tanto sospechosa por populista y demagógica “por el especial cuidado en atraerse el cariño de los soldados”.

Capítulo XXIII
Por qué causa fue Camilo desterrado de Roma.

El pueblo, dice Maquiavelo, perdona muchas cosas pero no que le quiten aquéllo que le resulta de utilidad. Otras causas son el orgullo y la altanería, sobre todo a los pueblos libres.

Capítulo XXIV
La prolongación del mando militar causó la pérdida de libertad en Roma.

Capítulo XXV
Pobreza de Cincinato y de muchos ciudadanos romanos.

La pobreza era honrada en Roma porque ella conservaba la virtud al impedir las consecuencias nefastas de una ambición desmedida. Incluso a un hombre tan meritorio como Cincinato le bastaban cuatro yugadas de tierra para sobrevivir.

En este apartado cabe hacer dos consideraciones. La primera, que al referirse a la necesidad de la pobreza, Maquiavelo está pensando en toda la población y ello incluye también a los poderosos. 
En segundo lugar, es muy posible que Maquiavelo estuviera pensando en las precarias circunstancias por las que estaba atravesando en aquél momento y lo utilizara como argumento para conformarse a sí mismo con su situación; de ahí tal vez que una y otra vez identifique la pobreza con la libertad de espíritu, la grandeza de ánimo, la humildad, el ahorro, respeto para con los mayores y atento a sus pequeñas propiedades.

Capítulo XXVI
De cómo por causa de las mujeres se arruina un estado

Curiosamente, y aunque el título de este capítulo pueda en un primer momento conducir a confusión, lo cierto es que Maquiavelo no se refiere a las cualidades morales de las féminas, sino a un asunto que pocos autores se atreven a tratar. En efecto, muchos –incluido el piadoso Bodino- están de acuerdo en que la mujer debe obediencia y sumisión al marido y que, por tanto, en ese comportamiento ha de ser educada a fin de mantener el orden en la familia, primero y en la sociedad, después. Maquiavelo, en cambio, se ocupa de las terribles consecuencias que tiene para un tirano el ofender a los hombres atentando contra las mujeres deshonrándolas, violándolas o desmoralizando los matrimonios.

Capítulo XXVII
De cómo se ha de restablecer la unión en una ciudad donde hay divisiones, y de lo falsa que es la opinión de la conveniencia de éstas para conservar el poder.

Según Maquiavelo sólo existen tres modos de terminar los disturbios. O matar a los jefes, o el destierro o convenir la paz. De estos tres procedimientos, Maquiavelo considera el último el más inútil porque una paz forzosa difícilmente se mantiene cuando ha corrido la sangre y los que se han enfrentado tienen que verse las caras a diario: cualquier pequeña conversación puede iniciar nuevamente el altercado. Por otra parte, resulta imposible al príncipe contentar a los dos bandos y así el espírtu de descontento se extiende por toda la república.

Según Maquiavelo, la flaqueza de ánimo de sus contemporáneos debida a una educación afeminada y a una ignorancia de los hechos pasados, lleva a considerar las soluciones antiguas en parte inhumanas y en parte irrealizables. En su opinión pertenece al deber ineludible de los gobernantes el de  demostrar la energía y valor necesaria para conservar sus estados.

Capítulo XXVIII
De cómo deben vigilarse los actos de los ciudadanos, porque muchas veces algunos, al parecer virtuosos, esconden un principio de tiranía.

Maquiavelo advierte que algunas obras que parecen caritativas esconden en realidad intereses privados que tienden a favorecer la corrupción de las leyes y de las costumbres. Es necesario que ganen la reputación aquéllos que prestan servicios públicos en la República y no aquéllos que la procuran con favores privados.

Capítulo XXIX
Las faltas de los pueblos provienen de las de los príncipes.

Maquiavelo saca aquí su lado más republicano e incrimina al príncipe de que su mal ejemplo repercute en las costumbres de los ciudadanos. No será el único. Montesquieu en sus “Cartas Persas” también afirma de las negativas consecuencias que la mala conducta de un ministro tiene en la sociedad.

Capítulo XXX
Cuando un ciudadano desea hacer algún bien a su república con un acto personal, necesita primero acallar la envidia. Cómo se debe ordenar la defensa de una ciudad al aproximarse el enemigo.

La envidia, asegura Maquiavelo, impide a los hombres ser útiles a su patria porque les quita la autoridad en las cuestiones importantes. La envidia puede vencerse de dos maneras: o realizando tantos servicios a la patria que la envidia desaparezca por sí sola o matando a los envidiosos a los que les resulta insoportable la preponderancia del hombre de mérito. Maquiavelo advierte que a los envidiosos criados en ciudades corruptas, en los que la educación no pueda inculcar ninguna virtud, ningún acto, por notable y valioso que sea, podrá contener sus malas inclinaciones. Al contrario, para satisfacer sus perversos instintos estarían dispuestos incluso a conducir a su patria a la ruina.

Mientras el hombre meritorio esté rodeado de envidiosos no podrá tener éxito en sus empresas. Uno de los ejemplos que Maquiavelo pone es Moisés, del que dice que tuvo que matar a muchísimos hombres que se oponían a sus proyectos llevados únicamente de la envidia.

Igualmente, dice Maquiavelo, “Soderini creía vencer a los envidiosos con el transcurso del tiempo, su bondadoso carácter, su fortuna y los beneficios que repartía. Viéndose joven aún y con gran popularidad por su comportamiento, juzgó poder vencer sin escándalos, violencias ni tumultos a los que por envidia se le oponían; pero ignoraba que del tiempo nada se debe esperar, que el carácter bondadoso no basta, que la fortuna no varía y que no hay favores capaces de aplacar la envidiosa malignidad.”

En cuanto a la defensa de la ciudad, está convencido de que no se le deben confiar armas a la masa desorganizada e inexperta sino sólo a los formados en el ejercicio militar. Son estos los que, siguiendo las órdenes del jefe, deben defender la ciudad. Los otros, es mejor que se queden en su casa y la guarden.

Capítulo XXXI
Las repúblicas fuertes y los grandes hombres tienen el mismo ánimo e igual dignidad en la próspera que en la adversa fortuna.

Maquiavelo cita una frase que Tito Livio pone en boca de Camilo: “Nec mihi dictatura animos fecit, nec exilium ademit” (Ni la dictadura aumentó mi valor, ni lo disminuyó mi destierro). A los grandes hombres, afirma Maquiavelo, ni la prosperidad los vuelve insolentes ni la adversidad los asusta.

En cambio los hombres débiles cuando se ven beneficiados por la fortuna lo atribuyen a un mérito del que carecen y se convierten en seres soberbios y arrogantes. Y cuando la suerte desaparece pasan a ser cobardes y son fáciles de abatir.

Por eso es necesario que los ciudadanos se ejerciten en la práctica del valor y en la lucha contra la adversidad, para que cuando ésta llegue sepan hacerle frente con éxito.

Capítulo XXXII
Medios que han empleado algunos para hacer imposible la paz

“Cuando alguno quiere quitar a un pueblo o a un príncipe el deseo de un convenio, el medio más eficaz y duradero consiste en hacerle cometer una gran maldad contra aquel con quien no se quiere que se trate, porque el temor del castigo que crea merecer por el crimen cometido, le tendrá siempre alejado de él.”

Capítulo XXXIII
Para ganar una batalla se necesita la confianza de las tropas, o en sí misma o en su general

La confianza la da el estar bien armados y bien disciplinados además de conocerse, para lo cual es preciso que vivan y se adiestren todos juntos. También la religión inspira confianza a la hora de lanzarse a la lucha y por eso, todos los generales romanos consultaban los auspicios antes de la batalla.

Sin embargo nada de esto sirve si no van acompañadas del valor.

Capítulo XXXIV
De cómo la fama, la voz pública, la opinión conquistan a un ciudadano el favor popular, y de si los pueblos eligen con mayor prudencia que los príncipes las personas que han de desempeñar los cargos públicos.

Hay tres posibilidades: una,  por la presunción que de su mérito se tiene bien por la personalidad que aparentan o por ser hijos de grandes hombres y considerarse que han de valer tanto como sus progenitores; dos, por conocerse sus buenas costumbres y saber que se codean con personas respetables y virtuosas caracterizadas por sus profundos conocimientos; la tercera, por la realización de un acto notable y extraordinario.

De estos caminos el más adecuado es el tercero. Pero con independencia del que se tome, Maquiavelo recomienda que en una república sea siempre posible que cualquier ciudadano pueda dar a conocer al público los defectos de un candidato que desee ocupar un puesto sin poseer el mérito necesario para ejercerlo.

Capítulo XXXV
Peligros a que se expone a quien aconseja una empresa, los cuales son mayores cuanto esta es más extraordinaria

Muchos son los peligros que acarrea a un hombre el aconsejar en una empresa, sobre todo si ésta no tiene éxito. Maquiavelo afirma: “no veo otro camino que el de proceder con moderación, no hacer empresa alguna cuestión de amor propio y decir la opinión y defenderla sin apasionamiento, de suerte que si el príncipe la sigue sea por su exclusiva voluntad y no parezca obligado por importunas instancias. (...) Quien obre como digo, no adquiere la gloria que corresponde al que solo, contra muchos, aconseja cosa que resulta bien; pero en cambio goza de dos ventajas: una, librarse del peligro; otra, que si aconsejas modestamente alguna cosa y por la oposición de tus contradictores el consejo no es seguido, aceptándose el del otro, si de ello resulta alguna catástrofe, tu reputación aumentará notablemente.”

La solución de callarse es inútil al príncipe y a la república y no evita el peligro porque el silencio levanta sospechas. Y tampoco lo es enumerar las faltas que han llevado al fracaso de una empresa una vez que ya ha pasado porque esto solivianta al príncipe y lo conduce a la ira.

Capítulo XXXVI
Motivos por qué se dijo de los galos y se dice de los franceses que son más que hombres al empezar la batalla y son menos que mujeres al terminarla.

Maquiavelo distingue tres clases de ejércitos.

El primer tipo de ejércitos posee valor y disciplina porque la disciplina mantiene el verdadero valor. “Cuando el valor está sujeto a la disciplina, se emplea a propósito y en la forma conveniente sin que pueda abatirlo ni desalentarlo ningún obstáculo.”

En la segunda clase de ejércitos sucede lo contrario. En ella domina el furor y no la disciplina y así eran las tropas de los galos. Como les faltaba la disciplina, si no ganaban en el primer embate enseguida se venían abajo y eran vencidos. Los ejércitos de este tipo poseen valor pero carecen de la organización y la disciplina necesaria.

La tercera clase de ejércitos es aquella en la que las tropas no tienen valor natural ni disciplina militar. Según Maquiavelo de este tercer tipo son los ejércitos italianos de su tiempo.

Capítulo XXXVII
Si es preciso que a una batalla general precedan combates parciales; y, caso de querer evitarlos, qué debe hacerse para conocer las condiciones de un enemigo con quien por primera vez se pelea.

Maquiavelo considera de vital importancia que un general arriesgue total y absolutamente toda su fortuna en la batalla pero al mismo tiempo resulta ventajoso llevar a cabo algunas escaramuzas con la idea de que los soldados conozcan al enemigo y se acostumbren a enfrentarse a él. Sin embargo debe esforzarse por no desalentar a su ejército y por eso debe iniciar las escaramuzas cuando sepa que la ventaja le va a dar la victoria.

Capítulo XXXVIII
Cualidades que debe tener un general para inspirar cualidades a su ejército.

A la suma prudencia ha de unirse la habilidad para disciplinar y organizar a los hombres. Un buen general sabe manejar las armas y no tiene medio de participar en medio de la batalla. Un buen general muestra a sus soldados el valor que de ellos exige. No con palabras se llega a ser un buen general, sino con hechos.

Capítulo XXXIX
El general debe conocer el terreno donde opera con su ejército.

Capítulo XL
De cómo el uso de engaños en la guerra merece elogio

Dos ideas quedan recogidas en este capítulo. La primera, que aunque normalmente el ardid sea considerado algo perjudicial, no lo es en el caso de la guerra. La segunda, que el término medio no es adecuado en caso de enfrentamiento porque ni pone amigos ni quita enemigos.

En definitiva no es más que la afirmación de que en la guerra el objetivo principal es la victoria y para la consecución de ese fin todo vale.

Capítulo XLI
La patria debe ser siempre defendida, sea con ignominia, sea con gloria, porque de cualquier modo la defensa es indispensable.

Capítulo XLII
Las promesas hechas por fuerza no pueden ser cumplidas

Capítulo XLIII
Los nacionales de un estado tienen casi constantemente el mismo carácter.

Saber esto es importante, dice Maquiavelo, para la previsión de males. Así, por ejemplo, si los etruscos hubieran prestado atención al carácter avaro de los galos no les hubiera pasado lo que les pasó.

Los etruscos no disponían de fuerzas necesarias para derrotar a los romanos, así que pidieron ayuda a los galos. Estos se la concedieron a cambio de dinero. Los etruscos les pagaron pero llegado el momento de la batalla los galos no quisieron empuñar las armas. De este modo, por no atender al carácter avaricioso y de mala fe de los galos los etruscos perdieron todo: dinero y auxilio.

Capítulo XLIV
Con el ímpetu y la audacia se consigue muchas veces lo que con los procedimientos ordinarios no se obtendría jamás

Cuando un príncipe desea obtener algo de otro no debe dejarle tiempo para pensar y mostrarle la necesidad de que ha de decidirse rápidamente.

Capítulo XLV
Si la determinación de esperar en la batalla el ataque de un enemigo, y, rechazado, atacarle, es preferible a la de iniciar impetuosamente el ataque

De esta forma, dice Maquiavelo, se ahorran fuerzas y pueden emplearse ventajosamente cuando la furia del enemigo ha sido vencida.

Capítulo XLVI
Por qué se conserva el mismo carácter en una familia durante largo tiempo

A juicio de Maquiavelo, la distinción no hay que buscarla en la sangre, que varía a causa de las distintas alianzas matrimoniales, sino en la diferente educación recibida en el seno de cada familia y hay juicios que se escuchan y que se convierten en reglas morales para toda la vida.

Capítulo XLVII
El amor a la patria debe hacer olvidar a un buen ciudadano las ofensas privadas

Capítulo XLVIII
Cuando se ve que el enemigo comete una gran falta, debe sospecharse que intenta un gran ardid

Los errores evidentes que cometa el enemigo deben ser detenidamente considerados porque es improbable que tal imprudencia se deba al descuido.

Capítulo XLXIX
La república que quiere conservar su libertad debe tomar cada día nuevas precauciones. Servicios que valieron a Quintio Fabio el calificativo de Máximo.

Hay veces que una república sufre males terribles sin sufrir daños irremediables porque tales males pueden ser subsanados. Sin embargo, cuando atacan a los fundamentos de las instituciones, si no son corregidas a tiempo, arruinan al estado. Uno de los problemas a los que Maquiavelo hace referencia es a la liberalidad con la que Roma concedió la ciudadanía a los extranjeros. En Roma aumentó enormemente el número de familias nuevas y éstas empezaron a tener una gran influencia en las elecciones. Comenzaron los cambios en el gobierno, dejaron de desempeñar los cargos los hombres que estaban acostumbrados a hacerlo y no se alcanzaron los efectos acostumbrados. A Favio, entonces censor, no le quedó más remedio que separar estas familias en cuatro tribus a fin de limitar su influencia. Por este hecho, dice Maquiavelo, sus conciudadanos le otorgaron el nombre de “Máximo”.

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Así acaba el tercer libro de la república dedicado a los líderes. A juicio de Maquiavelo, el valor y la disciplina son las virtudes más importantes a ejercitar. No obstante no olvida el papel esencial que en determinados momentos puede jugar el ardid y la desconfianza hacia los actos del enemigo. Ni el príncipe ni el general han de bajar la guardia. También pueden ser de utilidad los consejos siempre y cuando los consejeros sepan resguardarse de las iras de sus superiores, caso de fracasar la empresa que han emprendido.

Cuarenta y nueve capítulos para mostrar que el lider debe caracterizarse por tener una mente fria y calculadora. Conseguirlo sólo es posible manteniendo una férrea y constante disciplina. En cuanto a los ciudadanos, han de velar por la defensa de su patria y la defensa de la libertad. De ahí que tengan que prestar tanta atención a que detrás de obras aparentemente buenas se esconda la pretensión de instaurar la tiranía.

Esto es, a fin de cuentas, la idea que resume este Tercer Libro.

Isabel Viñado Gascón





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