Hace unos meses publiqué un blog dedicado a
comentar “La Broma Infinita”, de David Foster Wallace. En él reconocía que a
pesar de que el autor era un buen escritor y de que el libro era un buen libro,
la obra no me había gustado. La principal razón que esgrimí fue que el autor americano identificaba una parte de la sociedad con la
sociedad entera.
Pues bien, estoy empezando a preguntarme si
tal vez David Foster Wallace no anduviera después de todo tan equivocado y la
sociedad se encuentre realmente en el estado lamentable que él describía, justo por los mismos motivos que enunciaba: droga, hedonismo y lucha por el
triunfo que la sociedad considera triunfo. O sea, por una falta total y
absoluta de valores auténticos.
Vuelvo a decir lo que no me canso de repetir:
que en lo que a la sociedad respecta, la
virtud se necesita para construirla y mantenerla. Y en lo que al individuo se
refiere, las normas morales sirven sobre todo al instinto de supervivencia. Las normas de comportamiento más famosas
dentro de la cultura judeo-cristiana son los diez mandamientos, destinados a
eso: a facilitar la supervivencia individual y la convivencia social. El famoso “no matarás” no es más que una
advertencia de que “el que a hierro mata, a hierro muere.” Los otros mandamientos pueden resumirse en
“no hagas al otro, lo que no te gustaría que te hicieran a ti”. El “no
mentirás” protege la trasparencia que en toda relación ha de haber.
Sin embargo resulta imprescindible no olvidar
que las normas morales están hechas para facilitar la vida del ser humano, no
para complicarle aún más la existencia. Esto, que ya explicó Aristóteles en su
día con su teoría del Justo Medio, lo
profundizó Kant con su exigencia
de la reflexión individual y se encargó de recordarlo Nietzsche con su
apelación a la sinceridad consigo mismo. Todos ellos coincidían en su
afirmación: Son las normas morales las que sirven al individuo, no al
contrario.
Y bien, aquí estamos. Tendidos en la hamaca;
con el espejo en una mano, la droga en
la otra y viendo la televisión, de forma
que ya no queda modo alguno de coger la moral y utilizarla. Es preferible
dejarla abandonada en el suelo, sentenciando, burlones, que eso es cosa de curas y por el
camino que vamos, ya ni eso. Así pues se
tira, se abandona y se menosprecia lo único que en este preciso instante sería
de utilidad: la virtud.
El hedonismo – que es siempre narcisista porque se trata de
nuestro placer y no del placer del otro- impide la construcción auténtica de
cualquier sociedad que se precie debido a que sume a los individuos en un
estado de aletargamiento moral, espiritual, psíquico y racional. El individuo
deja de pensar – lo cual no significa ni mucho menos que deje de hablar como si
hubiera pensado largo y tendido (especialmente tendido) – y deja de interesarse por todo lo que no sea
el aquí y el ahora, y eso lo incluye a él mismo. El hedonismo individual
primero y social, después permite a las distintas organizaciones actuar sin
excesivos obstáculos hasta conseguir el triunfo social al que aspiran. Triunfo
social, todo hay que decirlo, en el que la competencia escasea cada vez más –puesto
que nadie tiene demasiadas ganas de moverse del sillón para esforzarse por algo
que no sea una experiencia que provoque emociones rápidas, aquí y ahora. El
éxito lo recogen siempre aquéllos para los cuales la competición se basa en un
largo recorrido y no simplemente en un sprint. La mayoría, sin embargo, cree
que el triunfo depende –igual que las posturas hedonistas- del instante, del
presente. De ahí que la derrota desmotive a tantos. A mí me hace gracia que
esto del hedonismo haya desembocado en lo que ha desembocado: en la
inactividad, en la apatía; en que los hombres jóvenes tengan que recurrir a la
Viagra para poder disfrutar ellos de una noche de excesos y a un producto nuevo
llamado “Foria” elaborado a partir de sustancias que se encuentran en la
marihuana, para que las mujeres disfruten del placer sexual porque ellos ya han
ahogado todas sus energías en el alcohol y en las drogas. Como mujer me asombra
que a las mujeres esto no les importe y sólo se dediquen a hacer escenitas de
celos con la “mejor” amiga de turno amén de seguir la misma marcha que los
varones porque si los hombres lo hacen, ellas también. Principio de identidad.
Principio de Igualdad y Principio de insensatez.
En lo que a la droga se refiere, en vez de
dedicarnos a luchar todos contra todos, sin que pueda determinarse con claridad
por qué luchamos cuando todos hablamos de paz, (eso sí: con el fusil en la mano)
deberíamos construir una mesa redonda y solucionar un problema que está
costando más vidas y más dinero que todas las guerras y virus juntos. Créanme,
me gustaría utilizar el tono ligero y cínico de otras ocasiones, pero es
imposible. Desde hace un par de semanas, desde que en Estados Unidos andan con
la legalización a cuestas y una fracción de “los Verdes” alemanes se lanzó a la
calle a pedir la legalización de la marihuana porque los cigarrillos y el
alcohol también lo están, el tema no me deja dormir. ¡Ay que ver las tonterías
que dicen algunos con tal de ganar electores! Es entonces cuando uno no sabe si
coger un megáfono y lanzarse a grito pelado a la calle o marcharse a una isla
desierta. Al final se termina pensando en David Foster Wallace y escribiendo un
blog.
En fin, vayamos a lo que nos ocupa: la droga.
No pienso detenerme en estadísticas porque
resulta imposible conocer las cifras reales del número de toxicómanos. Algunas
se rigen por el número de muertes
causadas por la droga, lo que las convierte en absolutamente inexactas ya que los adelantos en medicina permiten que muchas enfermedades se conviertan en
crónicas y otras veces los efectos mortales de la droga quedan enmascarados
bajo un ataque al corazón, una neumonía, una infección de hígado o de riñón, un
ataque cerebral… Es decir, la causa de defunción no muestra los hábitos
drogodependientes del fallecido.
Pese a todas estas dificultades, no me resisto a hacer una serie de observaciones.
Pese a todas estas dificultades, no me resisto a hacer una serie de observaciones.
En primer lugar, es una soberana estupidez –
perdón pero es que en este caso no me considero capaz de escribir “es una profunda equivocación”, o “es un
grave error” – defender la legalización de la marihuana basándose en el hecho
de que los cigarrillos y el alcohol también lo están. Suena a algo parecido a
“si mi hermano puede, yo también”. Mejor
que legalizar el consumo de marihuana, habría que empezar a hacer una campaña
contra el alcohol como la que se ha hecho contra los cigarrillos. ¿Por qué no
se ha llevado a cabo tal acción? En primer lugar, porque el alcohol supone para
el Producto Interior Bruto de los países productores ingentes beneficios,
beneficios a los que en una época de crisis como la que se enfrentan en estos
momentos, no pueden renunciar. En segundo lugar, y enlazando con lo anterior,
el negocio de los cigarrillos ha sido sustituido por el no menos rentable de
los cigarrillos eléctricos mientras que para el del alcohol no resulta tan
fácil encontrar sustituto. En tercer lugar, determinados vinos y determinados
licores simbolizan el poder, el éxito y el lujo, de la misma manera que lo
simbolizan determinados coches. Y los buenos ciudadanos aceptan dejar de fumar
por aquello de preservar la salud, sin cuestionar que no se haga lo mismo con
el alcohol a pesar de que los daños que
éste provoca tanto al individuo como a la sociedad, son mucho mayores. Así se
puede gritar aún más alto que se
legalice la marihuana.
En segundo lugar: Todas las drogas son dañinas. No hay drogas blandas y
drogas duras. Esta distinción comúnmente admitida se basa en el diferente grado
de dependencia que provocan y en los efectos que causan en el cuerpo. Algunas actúan
más rápida y agresivamente que otras, produciendo consecuencias irreversibles.
El alcohol es una droga tan peligrosa como la heroína pero al no generar tanta
dependencia puede ser socialmente tolerado. A largo plazo, sin embargo, los
alcohólicos dependientes sufren consecuencias parecidas: enfermedades crónicas,
imposibilidad de trabajar, imposibilidad de llevar una vida familiar,
depresiones, muerte.
En tercer lugar: No es cierto que tomar droga
sea sinónimo de libertad y rebeldía anti sistema. Los drogadictos forman parte
del lucrativo negocio de carteles, lobbys y oligarquías extremadamente
poderosas, adineradas y sobre todo sumamente silenciosas y fantasmagóricas de
las que nadie habla porque sencillamente introducirse en ellas y salir vivo
representa un imposible. Y si se sigue vivo es porque se forma parte del
sistema. No sé ni cuantos periodistas mejicanos han muerto por intentar
conseguir información para un reportaje. Incluso caso de que uno de los capos sea
detenido, el lector se pregunta si ha sido verdaderamente capturado o su
detención se debe a un ajuste de cuentas o a una traición de su propia
organización.
En cuarto lugar no hay un antídoto contra la
droga, no hay un correctivo, no hay un sustituto. Las terapias llamadas de
“desintoxicación” pocas veces obtienen resultados positivos. La reincidencia es
un peligro constante y desde luego los daños a los que el cuerpo ha de
enfrentarse son irremediables. Y lo mismo podría decirse de la metadona. No
estoy afirmando que el éxito de tales intentos sea igual a cero pero sí que es
menor de lo que se supone y altamente
costoso. El que entra en el mundo de la droga sólo puede salir de él hasta un determinado punto. Esa historia que suelen contar los drogodependientes de que se puede
salir de la droga en cuanto uno quiera y que lo único que tiene que hacer es
proponérselo, es factible única y exclusivamente hasta un concreto estadio. A partir de ahí, el drogadicto
está inexorablemente condenado a permanecer en el mundo de la droga, ya sea
vivo, muerto, medio vivo o medio muerto. Las puertas de salida han quedado
definitivamente cerradas para él. Si algo enseña David Foster es que en este
sentido liberarse de la dependencia al alcohol conlleva los mismos efectos que
dejar la marihuana: la depresión. Al abandonar la dependencia, muchos de los
toxicómanos han de enfrentarse tanto a enfermedades corporales que la
dependencia les ha provocado, como a profundas depresiones que les abocan al
suicidio y a la autodestrucción. Sin olvidar que los hijos de toxicómanos son
también toxicómanos.
En quinto lugar, la droga no es una
enfermedad individual sino grupal. Yo me atrevería incluso a añadir que viral.
Se contagia. La capacidad de sugestión y autosugestión de los drogodependientes
es digna de mérito. No sé qué argumentos esgrimirán ahora. En mis tiempos se
trataba de un signo de rebeldía, de atentar contra los esquemas establecidos y
caducos. En muchos casos llevaba aparejada un discurso socio-político que
trascendía las ideas de amor y paz del movimiento hippie. La transmisión de la
drogo-dependencia es sumamente fácil. Implica la pertenencia a un grupo y la
posibilidad de poder discutir y comunicar acerca de las sensaciones y las
impresiones que se tienen. Se trata, en efecto, de la posibilidad de conversar
sobre un viaje a Marte que sólo unos pocos pueden llevar a cabo. Todos conocen
el riesgo a morir, pero la emoción de llegar a un planeta desconocido al que
“sólo unos pocos” tienen acceso, les hace relativizar los peligros. “Atreverse
a saltar de una montaña” es otra de las frases que se decían en mi tiempo.
Jamás pensé que ello derivaría en “balconing”. El rasgo viral de la
drogadicción determina que el consumo de droga esté aumentando de forma
alarmante.
En sexto lugar, la droga es la mercancía más
global que existe. No es patrimonio de los Unos, ni de los Otros, ni de los del
Más Allá, ni de los del Más aquí. Las sustancias químicas fabricadas en simples
cocinas circulan con suma facilidad de un lado a otro del planeta. Y junto con
la droga, el tráfico de armas, la prostitución y el blanqueo de capitales.
En séptimo lugar, quizás la marihuana tenga
efectos beneficiosos para la salud pero auto medicarse es perjudicial para la
salud. Que la morfina tenga aplicaciones terapéuticas implica que los médicos
puedan recetarla en determinados casos, no que se pueda comprar en la máquina
de refrescos de la esquina. El argumento de legalizar la marihuana por sus
efectos beneficiosos para la salud me resulta tan divertida que cada vez que la
escucho no puedo dejar de reír. El arsénico es utilizado por los médicos
homeópatas, pero tampoco puedo comprar arsénico en cualquier tienda ni de
cualquier manera. Tres son al menos, los motivos, por los que la marihuana se
va a legalizar, porque es seguro que se legalizará.
Un motivo (social) es el propiciado por la
oferta y la demanda. La demanda de marihuana ha aumentado de tal manera que
resulta sencillamente imposible mantenerla prohibida por más tiempo. ¡Si
existen ya pastelillos de marihuana! ¡Ya no se sabe ni cómo evitarla! O se
detiene a medio mundo o se legaliza. Así que se legalizará. Al menos así podrá ponerse el cartelito de “Pastel con
marihuana”.
Otro motivo (económico) es que el Estado
ingresará más impuestos. Esto es, a mi modo de ver, más realista que el
argumento que asegura que así desaparecerán las mafias. Lo dudo. No creo que
las mafias desaparezcan por la sencilla razón de que las mafias, como cualquier
empresario que se precie, han diversificado sus negocios. Ni siquiera se les
acabará el de la marihuana porque entonces se dedicarán al contrabando de
marihuana.
Otro motivo (político) es que si la mayor
parte de los electores consumen regularmente marihuana, hay que hacer todo lo
posible por contentar a ese electorado. Sobre todo, si de lo que se trata es de
ganar las elecciones.
Sí. No me cabe la más mínima duda. Legalizarán
la marihuana. Y por mí, que legalicen también la heroína, la cocaína, el
cristal y todas las sustancias habidas y por haber. Que legalicen todo. Si una
fracción de los verdes alemanes desea legalizar la marihuana porque el alcohol
es legal, entonces que defiendan la legalización de la cocaína y de la heroína
y de todas las demás drogas sintéticas. Si la marihuana es legal ¿por qué no lo
va a ser las demás? Principio de Identidad ¿Se acuerdan?
Sí. Legalizarán la marihuana. No pueden hacer
otra cosa para resolver el problema. Hay demasiados consumidores. Demasiados
vendedores. Demasiados productores. No es un problema de nadie en concreto. Es
un problema globalmente mundial. Por una vez, los americanos, los rusos y todos
los demás que no tengo ganas de detenerme a nombrar, deberían dejar las armas y
sentarse a discutir qué van a hacer con todos esos habitantes de sus
respectivas poblaciones que están suicidándose por nada. ¿Qué van a hacer?
Legalizar la marihuana. ¿Y después? ¿Qué van a hacer con la cocaína, las
anfetaminas, la heroína, el cristal, el cocodrilo, la droga caníbal y todas las
demás drogas sintéticas?
Si legalizan la marihuana pensando en el
número de consumidores, tienen que dar receta libre para las anfetaminas y similares y lo mismo para la
cocaína y la heroína.
Si legalizan la marihuana alegando que así
acabarán con la mafia, tienen que legalizar todas.
¿Y qué pasa con los toxicómanos? ¿Y qué pasa
con las generaciones futuras?
Una sombra se aproxima.
“Si hay que morir, por lo menos por algo” –
dice la sombra.
Y deja un fusil encima de la mesa.
Seguimos tendidos en la hamaca.
El fusil en una mano.
La droga en la otra
Isabel Viñado Gascón.