Lo que aquí aparece es un
resumen del Tercer Libro de los Discursi de Maquiavelo. He preferido recoger
las ideas más sobresalientes, dejando a un lado los ejemplos históricos, a fin
de que el lector impaciente o que no disponga de mucho tiempo pueda, sin
embargo, apreciar la profundidad del pensamiento del autor italiano. Según los
críticos, esta parte es la que más se asemeja al contenido de su obra “El
Príncipe”, entre otras cosas por la temática, puesto que Maquiavelo dedica el
Tercer Libro a los líderes, entendiendo por tales, esos hombres magníficos y
superiores tanto por su virtud como por su valor y prudencia cuyas dotes de
mando sirven al engrandecimiento y esplendor de la república a la que sirve.
En este sentido podríamos afirmar que Maquiavelo no se aleja en absoluto del axioma
moral que sustenta su obra: el Bien General. El lider es lider en tanto que
sostiene la realización del Bien Común y deja de serlo en cuanto desatiende los
intereses de la república en consideración a los suyos propios.
Como es mi costumbre, recomiendo encarecidamente la lectura de “Discursos
sobre la Primera Década de Tito Livio”. A pesar de no ser muy conocido por el
gran público, puede ser considerada como una de las grandes obras de la
literatura política y abarca temas que todavía hoy en día pueden ser
considerados de suma actualidad, como la separación entre política estatal y
política religiosa, el papel esencialmente necesario que cumplen tanto las
creencias religiosas como las buenas costumbres en la fundación, mantenimiento
y desarrollo de una sociedad, la importancia de la libertad, de la pobreza y
del trabajo para conservar la virtud, las perversiones que las llevan a la
ruina, los problemas a considerar en el fenómeno de expansión y defensa de las
ciudades y estados y el difícil reto que supone mantener en equilibrio –aunque
sea inestable- a los distintos poderes que conviven en una sociedad, los
peligros que representan para la supervivencia de una sociedad las oleadas
migratorias así como los grandes desastres que causan la envidia y la ambición
desmedida, el igualitarismo que la envidia provoca y que lleva a los hombres
ociosos a considerarse igual, si no más, que los meritorios.
Las tesis de Maquiavelo serán acogidas en gran medida por los utilitaristas
franceses y las críticas que hace a la religión cristiana, en el sentido de que
obliga a cargar con la cruz y debilitan la naturaleza del hombre en tanto que
sus fuerzas deben servir a la resignación en vez de a la lucha por desarrollar
sus potencias y sus posibilidades, serán retomadas por Heine y especialmente
por Nietzsche.
Sin embargo no faltan los críticos. Muchos son los que califican a
Maquiavelo de amoral e incluso de inmoral. Uno de ellos es Bodino, en el
prólogo de su libro “Los seis libros de la República” que, o bien no había
leído la obra de Maquiavelo o que conscientemente prefirió malinterpretarla para
ganarse las simpatías de un determinado público aferrado a la firme convicción
de que el Estado debe sumisión a la religión. Es necesario recalcar que Maquiavelo
no niega en absoluto la importancia de las creencias ni el terreno privado ni
en el público. Es más: las considera fundamentales en una sociedad porque ayudan a conservar las buenas costumbres y alientan a la valentía y a la honestidad,
pero se niega a admitir una y otra vez la política religiosa dictada por el
Vaticano. Dicha política, dice Maquiavelo, sirve a sus propios intereses y
descuida los de la república italiana que por esta causa no ha podido, al
contrario de Francia y España, alcanzar la unificación.
Para la redacción de este trabajo he utilizado una edición española (en pdf) ”Discurso sobre la primera década de Tito
Livio” http://biblio.juridicas.unam.mx/libros/libro.htm?l=1569
y una edición alemana (en eBook) “Die
Discorsi: Das Wesen einer starken Republik” (Copy right e-artnow, 2014. ISBN 978-80-268-2659-0)
Capítulo I
Cuando se quiere que una
religión o una república tengan larga vida, es preciso restablecer con
frecuencia su primitivo estado.
Según Maquiavelo, las
instituciones como son las repúblicas y las sectas religiosas, han de estar en
constante renovación porque de no hacerlo perecen. Sin embargo, dichas
alteraciones han de ir encaminadas a la
constante restitución de las primitivas formas “porque los principios de las religiones, repúblicas y reinos, por
necesidad contienen en sí algo bueno en que fundan su primer prestigio y su
primer engrandecimiento y como con el transcurso del tiempo aquella bondad se
corrompe, si no ocurre algo que la vivifique, por necesidad mata el organismo
que animaba. (...) El restablecimiento de las primitivas instituciones,
hablando de una república, lo produce un suceso exterior, o es efecto de la
prudencia de los ciudadanos.”
En efecto, asegura Maquiavelo, los terribles sucesos sirven para que las
instituciones del estado se reorganicen y se restablezca la práctica de la
virtud, esto es: la necesidad de observar la religión y la justicia y de honrar
a los buenos ciudadanos en primer lugar por su buen espíritu. En este punto, parece que se aleja de la frase: “el
fin justifica los medios”. Su distanciamiento es, sin embargo, relativo porque
el fin al que se refiere Maquiavelo no es el pequeño y rápido éxito sino el
Bien Común.
Cuando dichos sucesos externos no acontecen, los hombres, advierte el florentino,
empiezan a relajar sus costumbres.
En su opinión estos periodos de renovación
tienen que sucederse como máximo cada diez años; si este periodo se dilata, los
perjuicios de la corrupción serán mayores y el restablecimiento de la virtud
resultará más difícil. Dichos mecanismos exteriores son ventajosos pero
enormemente peligrosos, por esta razón, Maquiavelo recomienda poner en
funcionamiento los interiores.
En cuanto a los acontecimientos interiores que sirven al restablecimiento
del carácter originario de las instituciones de la república pueden deberse a
la virtud de la ley o a la virtud de un hombre magnífico. Y ello tanto en las
repúblicas como en las Monarquías. Así en Francia, por ejemplo, del cumplimiento
de la ley cuidan los Parlamentos. Y Maquiavelo, gran analista y por eso gran
profeta, observa que si los abusos de la nobleza se multiplicaran impunemente
ello conllevaría o “la necesidad de
corregirlos con gran riesgo, por el número y poder de los culpados, o la
disolución del reino.”
Dicha renovación es necesaria no sólo en las repúblicas; también en la
religión. Maquiavelo presenta a las órdenes franciscanas y dominicanas como
ejemplo de la renovación de las raíces cristianas de pobreza y humildad. Fueron
ellos, dice, quienes detuvieron la ruina que pontíficies y prelados habían
causado a la religión. Pero llegados aquí el realista, y por realista
necesariamente irreverente, da un giro imprevisto a su discurso. La acción de
los dominicos y franciscanos paralizaron, en efecto, la ruina a la que estaba
abocada la Iglesia debido a la corrupción de los máximos poderes eclesiáticos.
Pero no, como algunos pueden pensar porque esos poderes se renovaron y
volvieron a la virtud original que su cargo exigía sino porque las órdenes
mendicantes llamando al perdón y a la obediencia a los creyentes, animando a
aceptar, sin quejarse y sin murmurar, las disposiciones que los gobertantes
disponían dejando a Dios y a su Juicio la sentencia sobre acciones que influían
en el mundo terreno, propiciaron que la conducta de los hombres influyentes
empeorara cada vez más por no creer en castigos que no veían.
La conclusión de
Maquiavelo no puede ser más contundente:“Este
restablecimiento de la primitiva doctrina ha conservado y conserva la
religión.” La crítica de Maquiavelo
a las nuevas órdenes, franciscanas y dominicos es visible: predican al pueblo
con argumentos del Más Allá, en beneficio de los príncipes terrenos del Más
Aquí, y de esta manera, conservan el poder y la influencia de una religión
cristiana, cada vez más corrupta. ¿Todavía puede extrañar a alguien la
aparición de una figura como la de Lutero? ¿Todavía puede alguien sorprenderse
que no le quedara más remedio que el de la ruptura?
En cualquier caso, es en
este punto en el que Maquiavelo descubre su verdadera intención. En efecto: la
renovación y los principios originarios a los que se refiere Maquiavelo no
tienen nada que ver con la renovación espiritual y mucho menos con la
individual. Ya hemos constatado repetidamente que el axioma en el que su ética
se asienta es el “Bien General” y desde luego
considera a las instituciones eclesiásticas maestras en el arte de
mantener ese “Bien General”.
Sus frecuentes críticas a la
Iglesia se deben, pues, a otros motivos..
Primero, que la Iglesia no trabaja
en favor de la realización del “Bien General de la sociedad republicana”, que
es, no lo olvidemos ,el axioma al que Maquiavelo aspira, sino que todo el
Aparato Eclesial está pensado y organizado en función de la consecución del “Bien
General de la Institución eclesiástica.”
Peor aún: Maquiavelo
considera a la Iglesia una peligrosa contrincante de los intereses de la
República, sea cual sea la constitución política de ésta, porque la Iglesia
persigue sus propios intereses –con independencia de los de la República-; es
desmedidamente ambiciosa, una gran estratega y utiliza cualquier medio a su
alcance para lograr sus propósitos.
En segundo lugar, la Iglesia es una gran tramposa pero no,como algunos
creen, por no tener ningún escrúpulo en utilizar la Fe de los individuos en un
Mundo Celestial para conservar su Poder terrenal.
Ya hemos dicho anteriormente
que las creencias individuales y espirituales de los hombres interesan a
Maquiavelo no en tanto que individuales sino en tanto que el predominio de
hombres virtuosos crea y mantiene una república virtuosa y ordenada, mientras
que si imperan las corrupciones individuales las repúblicas se desestabilizan,
habiendo de procurarse remedios, no siempre agradables, para el restablecimiento
de la virtud porque en otro caso la república desaparece. Sin embargo, según
Maquiavelo, la Iglesia Vaticana a pesar del grado de corrupción que
internamente la corroe, no busca la renovación de sí misma sino que se sostiene
gracias a la virtud de sus fieles. No es Ella la que rema, sino que exhorta a
otros a remar usando y abusando de premios y castigos futuros en el Mundo de
los Cielos, mientras Ella goza de los placeres terrenos.
Que además lo consiga porque
haya tantos buenos hombres dispuesta a creerla,
llena a Maquiavelo tanto de indignación como de admiración porque él
mismo es consciente de que lo que se trata es, ante todo, de conservar el
prestigio y el crédito de la institución.
“En resumen, lo más
necesario en la vida social para una religión, monarquía o república es
devolverle el crédito que tuvieron en su origen, procurando conseguirlo por
medio de buenas leyes o de buenos hombres y no por una causa exterior; pues aun
cuando ésta sea a veces óptimo remedio, como lo fue en Roma, es tan peligroso
que no se debe desear en modo alguno.”
Capítulo II
De cómo es cosa
sapientísima fingirse loco durante algún tiempo.
El ejemplo que pone es el de Brutus y se muestra en desacuerdo con Tito
Livio acerca de las razones que le condujeron a mostrarse loco. Según Tito
Livio, Brutus lo hizo para conservar su tranquilidad y su patrimonio. Según
Maquiavelo fue para ser menos observado y liberar al pueblo del rey en la
ocasión más propicia.
Maquiavelo aprovecha este ejemplo para aconsejar que si uno puede
abiertamente enfrentarse a su adversario, puede entonces hacerlo. Pero que si
no dispone el suficiente poder ha de procurarse su amistad. Maquiavelo
recomienda estos dos posibilidades extremas: o enfrentarse abiertamente o vivir
en armonía junto a él. El término medio, asegura, no es beneficioso porque a
los hombres de una posición elevada nadie les creería si afirmaran que lo único
que desean es vivir tranquilamente sin preocuparse de nada y, por tanto, en ese
caso, es necesario fingirse estúpido o loco, como hizo Brutus.
Su crítica al término medio
no es nueva y no será esta la última vez que lo ponga de manifiesto. La radicalidad se hace necesaria para
sobrevivir: o uno se enfrenta abiertamente, cuando dispone de fuerzas
suficientes para hacerlo, o se aviene a las circunstancias y contemporiza con
ellas hasta que el peligro pase. Algo así recomienda Brecht en una de sus
“Historias de K.”, cuando cuenta que un tirano pregunta a un hombre si quiere
ser su sirviente y éste sin contestar empieza a servirlo hasta que éste muere y
entonces contesta: “no”. Se puede servir a un tirano un periodo limitado; de
alguna manera es una apuesta contra el tiempo: quién de los dos resiste más. En
cambio, la muerte es eterna.
Por eso, la resistencia sólo debe ser ejercida si
se dispone del poder y los medios necesarios; en caso contrario es mejor
practicar el fingimiento “hablando,
viendo y obrando contra tus propósitos y por complacer al príncipe” Este
fingimiento al que Maquiavelo se refiere, bien podría considerarse como la
justificación de su propia conducta: la de ofrecer sus servicios a los Medici y
la confesión de que se trata de una lealtad fingida para conservar la vida, el
puesto e incluso, al igual que Brutus, ayudar a la república. Sin embargo, como
todos sabemos, este fingimiento pareció tan real que, caídos los Medici en
desgracia, ningún republicano quiso contratar al que había sido su más fiel
servidor Maquiavelo. Y es que a Maquiavelo se le olvidó que no se puede servir
a dos señores aunque se hayan escritos sendos libros para cada uno de ellos.
Capítulo III
De cómo fue indispensable
matar a los hijos de Brutus para mantener en Roma la libertad conquistada
A pesar de que Brutos dictó sentencia como juez contra sus propios hijos, Maquiavelo
lo exime y lo pone como ejemplo para demostrar a todos que lo que más le
importaba era el bienestar de la república y no su propio interés. A juicio de
Maquiavelo “el Bien General” ha de prevalecer por encima de cualquier
sentimiento individual y ello justifica incluso que un padre condene a sus
hijos.
Capítulo IV
No vive un príncipe
seguro en su Estado mientras viven los que han sido despojados por él.
Unos pierden la corona por no saberse cuidar del odio de aquéllos a quienes
se la quitaron. Las viejas ofensas no se borran con los nuevos beneficios mucho
menos cuando éstos son de menor valor que la injuria sufrida.
Capítulo V
Lo que hace perder la
corona a un rey que lo es por derecho hereditario.
Algunas de las causas que nombra Maquiavelo son: no observar las leyes de
los que le precedieron en el trono, gobernar tiránicamente, enemistarse con los
poderosos y con el pueblo, quebrantar los usos y costumbres que han prevalecido
largo tiempo. Por el contrario, cuando los hombres son bien gobernados, no
desean otras libertades.
Capítulo VI
De las conjuraciones.
Los reyes han perdido su vida y su corona más frecuentemente a causa de las
conjuraciones que por los desastres de la guerra. La explicación es sencilla:
pocos hombres pueden declarar abiertamente la guerra a un monarca, sin embargo son
muchos los que pueden conspirar contra él. Sin embargo, Maquiavelo reconoce que
llevar a cabo una conspiración es difícil y de la gran mayoría de las que se
planean apenas se realizan unas cuantas.
Maquiavelo advierte a los príncipes algunas acciones que deben evitar para
no exponerse a una conspiración. No hacerse odioso al pueblo con una conducta
tirana, no proferir amenazas puesto que una amenaza es peligrosísima para el
que la lanza porque pone sobreaviso al contrario y le hace tomar medidas preventivas.
Por otra parte, los ultrajes dirigidos a los bienes y a la honra son los que
más ofenden a los hombres y ello incluye la honra de sus mujeres tanto como el
vilipendio de sus personas. Así pues, la decisión más inteligente que el
príncipe puede tomar es la de renunciar a la tiranía.
Pero que un príncipe se haga odioso a causa de su tiranía no es el único
motivo para convertirse en víctima de una conspiración. A ella se arriesgan los
muy poderosos porque cuando ya tienen todo, aun ambicionan la corona. Por
tanto, el príncipe ha de controlar a aquellos que ha beneficiado tanto o más
que a aquéllos a quienes ha injuriado. El deseo de ambicionar es tan peligroso
para el príncipe como el sentimiento de venganza.
En cuanto a los peligros a los que los conspiradores se exponen no cabe
duda de que son sumamente graves porque han de ser sumamente cautos a la hora
de confiar su plan, incluso cuando se trata de comentarlo a los que hasta
entonces han considerado amigos. La escasa prudencia es motivo de que muchas conjuras
se descubran. Una forma de salvar estos obstáculos es ejecutarlas con rapidez y
sorpresa y no dejar ninguna prueba escrita porque palabra contra palabra no
muestra nada. Otro de los peligros a los que se ven expuestos los conspiradores
es el que presenta la necesidad de cambiar de planes, especialmente cuando no
queda tiempo para reorganizarlos. Esto lleva, con frecuencia, al fracaso porque
perturba el ánimo. La falta de coraje y la indecisión a la hora de atacar es
otro elemento que suele desbaratar las conspiraciones, por ello es necesario
buscar hombres experimentados y no solamente valerosos. Hay igualmente que
considerar que si conjurar contra una persona es harto difícil, mucho más
contra dos.
De los peligros que acechan después de ejecutada la conspiración,
el más importante es el de la venganza de algún amigo o familiar por la muerte
del príncipe pero sobre todo, la de la venganza del pueblo contra el asesino de
un príncipe amado.
Cuando se trata de una conjura contra la patria, el método más eficaz es el
de utilizar la astucia y el engaño. Si bien tramarlas no es difícil,
ejecutarlas es sumamente arriesgado y casi todas fracasan.
Maquiavelo advierte que las conspiraciones a las que se refiere son las
ejecutadas indistintamente con armas o con veneno, aunque en su opinión estas
últimas son más peligrosas: acceder al veneno resulta más complicado y hay que
entrar en comunicación con su poseedor.
En cualquier caso, el príncipe que se salva de una conjura ha de considerar
serenamente el alcance y la proporción de aquélla antes de dictar un castigo
contra los ejecutores porque éstos podrían contar con un gran número de
partidarios, con lo cual el príncipe ha de reunir las suficientes fuertes para
oponerse a ellos. La lentitud del príncipe les hace creer a los conspiradores
que tienen tiempo y no aceleran sus propósitos. Por el contrario, si la conjura
carece de fuerza, el príncipe ha de actuar inmediatamente y con toda
contundencia.
Maquiavelo dedica un largo
capítulo a las conjuras: a tramarlas y a librarse de ellas. Sus palabras se
dirigen a advertir a los príncipes tanto como a aconsejar a los conspiradores.
Las dos almas de Maquiavelo se encuentran aquí frente a frente en una especie
de “que gane el mejor”. Salir vivo de una conjura es tan difícil como realizar
la conjura misma. Ser príncipe y mantenerse con vida tan complicado como
matarlo y hacerse con el Poder. En tiempos tan revueltos como los que vivió
Maquiavelo las conjuras bien por arma, bien por veneno, estaban a la orden del día.
Los castigos rápidos y severos eran inflingidos en muchas ocasiones a
inocentes; de eso, el propio Maquiavelo tuvo su propia experiencia. Así pues,
no es extraño que utilizando la excusa de la prudencia, no vaya a ser que haya
muchos partidarios apoyando a los conspiradores, aconseje al príncipe prudencia y una buena
investigación a la hora de establecer dichos castigos.
Capítulo VII
Por qué los cambios de la
libertad a la servidumbre y de la servidumbre a la libertad son unas veces
sangrientos y otras no.
Eso depende de que el orden de cosas que se cambian se haya o no originado
con violencia.
Capítulo VIII
Quien desee ejecutar
cambios en una república debe examinar el estado en que se encuentre.
“Los hombres deben ajustar
su conducta, sobre todo en las grandes acciones, a la condición de los tiempos
sobre todo ateniéndose a ella, y los que por error o inclinación natural se
ponen en contradicción con su época, viven las más de las veces infelizmente y
sus actos tienen un éxito funesto. Lo contrario sucede a los que saben
acomodarse a su época.”
“Para tiranizar una
república es, pues, indispensable que las costumbres públicas se estén viciando
de tiempo atrás, y que poco a poco y de generación en generación se camine al
desorden, al que necesariamente se llega si (...) no se procura con frecuencia
(...) restablecer la primitiva pureza de las costumbres públicas.”
Capítulo IX
De cómo conviene variar
con los tiempos si se quiere tener siempre buena fortuna.
“El que menos se equivoca y
goza de más próspera fortuna es quien acomoda sus acciones al tiempo en el que
vive y procede aprovechando las circunstancias.”
Las repúblicas tienen más larga que vida que las monarquías porque son más
flexibles que éstas. Sin embargo, también perecen por no acomodar sus instituciones
a los nuevos tiempos.
Maquiavelo observa dos impedimentos para adaptarse a las circunstancias:
una, son las propias inclinaciones naturales. La otra, la dificultad de
convencerse, sobre todo cuando se ha tenido éxito, de la necesidad de variar de
método y procedimiento.
Ya hemos dicho que el pensamiento de Maquiavelo es, en realidad, un fino
alambre en el que continuamente hay que mantener el equilibrio, una lucha de
contrarios en la que el resultado obtenido es siempre inestable, y por tanto no
es de extrañar, ni conlleva contradicción alguna, que por un lado abogue por
mantener e incluso restablecer las costumbres primitivas y por el otro, inste a
adaptar las instituciones de la república y las acciones individuales a las
circunstancias momento.
Capítulo X
De cómo un general no
puede evitar una batalla cuando su adversario la quiere dar de cualquier modo
En lo que más se debiera imitar a los antiguos es en el arte de la guerra y
es donde menos se hace. Los príncipes deberían personarse en el campo de
batalla en vez de dejar la organización del ejército en otras manos. No se
presentan y cuando lo hacen es sólo por pompa y no por motivos loables.
Por otra parte, es necesario señalar que los principes que se involucran en
la guerra cometen menos errores que las repúblicas, que no entienden de temas
militares y cuando, por soberbia, toman decisiones, cometen innumerables y
fatales errores.
Es útil no combatir cuando se tienen tan buenos ejércitos que son temidos
por el enemigo y éste no ataca. Pero en cualquier otro caso hay que combatir
porque la huida equivale a la derrota, además de significar el deshonor. Y
mucho menos puede evitarse el combate cuando el territorio propio es invadido.
Capítulo XI
Quien tiene que combatir con varios enemigos, si puede
resistir el primer ataque, aunque sea inferior a ellos en recursos, logrará
vencerles.
“(...) siempre podrá el que
está solo, empleando alguna astucia, desunir a los aliados y con ello,
debilitarlos.”
Capítulo XII
De cómo un general
prudente debe poner a sus soldados en la necesidad de batirse y quitar esta
necesidad a sus enemigos.
Según Maquiavelo, la necesidad es un elemento sumamente importante para la
acción humana y es ella inspiradora y causa de los hechos gloriosos. Por tanto,
un general debe convencer a sus tropas de la necesidad de combatir y al mismo
tiempo, debe ser tan prudente que el enemigo no note que está alertando a su
ejército de la necesidad de combatir. Maquiavelo
alude aquí tanto a la propaganda como a la propaganda encubierta. Y en
cuanto a las ofertas de paz, Maquiavelo advierte cautela a la hora de aceptarlas
porque no siempre son ciertas las intenciones que afirman. La astucia sigue
siendo un elemento a tener en cuenta. Así, por ejemplo, relata el caso de
Camilo, un general romano, que estando dentro de la ciudad de los veyenses ordenó
en voz alta a sus soldados, para que todos, también los sitiados, pudieran
oirle que respetaran a los hombres sin armas. Esto hizo que muchos arrojaran
las armas al suelo y la ciudad fue tomada casi sin derramamiento de sangre.
Capítulo XIII
De si debe inspirar más
confianza un general que tenga mal organizado ejército, o un buen ejército
mandado por general inhábil.
Maquiavelo afirma que tan poco vale un ejército mal mandado como un buen
general que mande malas tropas. Por otra parte, el florentino da ejemplos de
que a veces es más importante el valor y la capacidad de organización de un
general y ejemplos que que en otras ocasiones el motivo de la victoria se debe
al esfuerzo de los soldados. Su conclusión, sin embargo, es que un buen
ejército necesita de un buen general porque si lo dirige uno malo, corre el
peligro de caer en la insumisión y en el desorden. Y así Maquiavelo sigue su
idea de que un hombre que es capaz no sólo de vencer al enemigo sino también de
organizar e instruir a un ejército, merece doble alabanza.
Capítulo XIV
Efecto que producen en
una batalla las nuevas estratagemas y las voces inesperadas.
“Debe tenerse en cuenta que
la disciplina es necesaria no sólo para combatir ordenadamente, sino para
evitar que cualquier accidente desorganice las fuerzas. Por esta causa las
aglomeraciones de gente del pueblo no sirven para la guerra, pues cualquiera
voz, cualquier ruido, cualquier estrépito las hace huir. Y un buen general debe
determinar, entre otras cosas ,quiénes son los que han de recibir sus órdenes y
comunicárselas a los demas, acostumbrando a sus soldados a no dar crédito más
que a los oficiales y a éstos a decirles sólo lo que mande el jefe. Por la
inobservancia de dicha regla han ocurrido grandísimos males.”
“En cuanto a las
estratagemas, los generales deben de inventar algunas durante la lucha que
anime a sus soldados y amilane al enemigo, porque entre los accidentes en una
batalla éste es eficacísimo. (...)”
“Todo buen general debe
inventar algún ardid para asustar al enemigo y estar prevenido contra los que
éste invente, para descubrirlos e inutilizarlos. (...) Hay que advertir que,
cuando en tales invenciones hay más de verdadero que de fingido, pueden muy bien
emplearse contra todos los hombres porque lo cierto oculta por algún tiempo lo
aparente; pero cuando lo fingido supera a lo verdadero, lo mejor es no hacerlo,
y si se hace, mantenerlo a distancia para que no pueda ser pronto descubierto
(...) sin esto la debilidad real se descubre enseguida, y el ardid perjudica
más que favorece.”
Capítulo XV
El mando del ejército
debe tenerlo uno y no varios, porque en más de uno es perjudicial.
Maquiavelo no es un gran partidario del trabajo en equipo salvo cuando hay
un dirigente encargado de organizarlo y coordinarlo. En su opinión la
existencia de un mando plural sólo origina confusión.
Capítulo XVI
El verdadero mérito
buscase en los tiempos difíciles. En los fáciles no son los hombres meritorios
los favorecidos, sino los más ricos o los mejor emparentados.
“Siempre ha ocurrido y
sucederá que las repúblicas hagan poco caso de los grandes hombres en tiempo de
paz, porque envidiándoles muchos hombres la fama que han logrado adquirir,
desean ser sus iguales y aún superiores.(...)”
“Existe pues, en las
repúblicas la irregularidad de estimar en poco a los hombres de mérito en las
épocas tranquilas; cosa que ofende a éstos doblemente, por no ocupar el lugar
que les corresponde y por ver como iguales o superiores a personas indignas o
de menos capacidad que ellos. Estas injusticias han causado grandes males en
las repúblicas, porque los ciudadanos que inmerecidamente son desdeñados y
comprenden que la causa de ello es la tranquilidad y seguridad del estado,
procuran perturbarlo promoviendo nuevas guerras con perjuicio de la nación.”
Reflexionando sobre los medios de evitar este mal, sólo encuentro dos: uno,
impedir que los ciudadanos se hagan ricos, a fin de que no puedan, con riquezas
y sin virtud, corromper a los demás; otro, organizarse de tal suerte para la
guerra, que en cualquier momento se pueda hacer y constantemente sean precisos
los servicios de los ciudadanos famosos.”
Capítulo XVII
No se debe ofender a un
ciudadano y darle después una administración o mando importante.
Como para los desórdenes de la república no hay ningún remedio seguro,
tampoco es posible pensar en la perpetuidad de una república porque puede
llegar a su ruina por medio de muchos caminos.
Capítulo XVIII
La mayor habilidad de un
general consiste en adivinar los designios del enemigo.
Y en este sentido, es más fácil conocerlos cuando el enemigo está cercano.
Capítulo XIX
Si para gobernar a la
multitud es preferible la indulgencia o la severidad.
Hay ejemplos históricos que avalan una y otra actitud. Maquiavelo distingue
según se trate de compañeros o de súbditos. Según el florentino, a los primeros
hay que tratarlos de forma bondadosa. Pero si se trata de súbditos es preciso
ser cuidadoso para que no se insolenten y menosprecien a la autoridad; de aquí
que haya que utilizarse la severidad, si bien una severidad moderada que no
despierte el odio. La forma más segura es respetar los bienes de su súbdito.
Capítulo XX
Un rasgo de humanidad
pudo más en el ánimo de los faliscos que todo el poder de Roma
Capítulo XXI
Por qué Anibal,
procediendo de distinto modo que Escipión fue tan victorioso en Italia como
éste en España
Escipión obró bondadosamente y se ganó la amistad de España. Anibal,
actuando cruel y pérfidamente, obtuvo los mismos resultados en Italia.
Maquiavelo considera indiferente que se utilice uno u otro modo porque el amor
y el temor son los sentimientos que con mayor fuerza mueven al hombre. A su
juicio lo realmente importante es no excederse y no caer en la debilidad por
bondadoso, ni ser tan cruel hasta el punto de despertar el odio y la rebelión.
Capítulo XXII
De cómo alcanzaron igual
gloria Manlio Torcuato con su severidad, y con su humanidad Valerio Corvino.
“Para ordenar cosas
enérgicas y difíciles conviene ser fuerte, y los que tienen esta fortaleza de
ánimo, no emplean blandura para hacerse obedecer (...) rigor conveniente en una
república para restablecer la antigua pureza de las costumbres y las leyes.
(...) Valerio, por su parte, podía proceder bondadosamente, porque le bastaba que
se cumpliera lo que era costumbre observar en el ejército romano y, como lo
acostumbrado era bueno, bastaba para su honrosa reputación (...) la
observancia."
Sin embargo, la conclusión a la que llega Maquiavelo es que en una
república la actitud de Manlio es más adecuada porque atiende a la utilidad
pública y no a la satisfacción de la ambición individual. La de Valerio, en
cambio, puede parecer un tanto sospechosa por populista y demagógica “por el especial cuidado en atraerse el
cariño de los soldados”.
Capítulo XXIII
Por qué causa fue Camilo
desterrado de Roma.
El pueblo, dice Maquiavelo, perdona muchas cosas pero no que le quiten
aquéllo que le resulta de utilidad. Otras causas son el orgullo y la altanería,
sobre todo a los pueblos libres.
Capítulo XXIV
La prolongación del mando
militar causó la pérdida de libertad en Roma.
Capítulo XXV
Pobreza de Cincinato y de
muchos ciudadanos romanos.
La pobreza era honrada en Roma porque ella conservaba la virtud al impedir
las consecuencias nefastas de una ambición desmedida. Incluso a un hombre tan
meritorio como Cincinato le bastaban cuatro yugadas de tierra para sobrevivir.
En este apartado cabe hacer
dos consideraciones. La primera, que al referirse a la necesidad de la pobreza,
Maquiavelo está pensando en toda la población y ello incluye también a los
poderosos.
En segundo lugar, es muy posible que Maquiavelo estuviera pensando
en las precarias circunstancias por las que estaba atravesando en aquél momento
y lo utilizara como argumento para conformarse a sí mismo con su situación; de
ahí tal vez que una y otra vez identifique la pobreza con la libertad de
espíritu, la grandeza de ánimo, la humildad, el ahorro, respeto para con los
mayores y atento a sus pequeñas propiedades.
Capítulo XXVI
De cómo por causa de las
mujeres se arruina un estado
Curiosamente, y aunque el
título de este capítulo pueda en un primer momento conducir a confusión, lo
cierto es que Maquiavelo no se refiere a las cualidades morales de las féminas,
sino a un asunto que pocos autores se atreven a tratar. En efecto, muchos
–incluido el piadoso Bodino- están de acuerdo en que la mujer debe obediencia y
sumisión al marido y que, por tanto, en ese comportamiento ha de ser educada a
fin de mantener el orden en la familia, primero y en la sociedad, después. Maquiavelo, en cambio, se ocupa de las terribles
consecuencias que tiene para un tirano el ofender a los hombres atentando
contra las mujeres deshonrándolas, violándolas o desmoralizando los
matrimonios.
Capítulo XXVII
De cómo se ha de restablecer
la unión en una ciudad donde hay divisiones, y de lo falsa que es la opinión de
la conveniencia de éstas para conservar el poder.
Según Maquiavelo sólo existen tres modos de terminar los disturbios. O
matar a los jefes, o el destierro o convenir la paz. De estos tres
procedimientos, Maquiavelo considera el último el más inútil porque una paz
forzosa difícilmente se mantiene cuando ha corrido la sangre y los que se han
enfrentado tienen que verse las caras a diario: cualquier pequeña conversación
puede iniciar nuevamente el altercado. Por otra parte, resulta imposible al
príncipe contentar a los dos bandos y así el espírtu de descontento se extiende
por toda la república.
Según Maquiavelo, la flaqueza de ánimo de sus contemporáneos debida a una educación
afeminada y a una ignorancia de los hechos pasados, lleva a considerar las
soluciones antiguas en parte inhumanas y en parte irrealizables. En su opinión
pertenece al deber ineludible de los gobernantes el de demostrar la energía y valor necesaria para
conservar sus estados.
Capítulo XXVIII
De cómo deben vigilarse
los actos de los ciudadanos, porque muchas veces algunos, al parecer virtuosos,
esconden un principio de tiranía.
Maquiavelo advierte que algunas obras que parecen caritativas esconden en
realidad intereses privados que tienden a favorecer la corrupción de las leyes
y de las costumbres. Es necesario que ganen la reputación aquéllos que prestan
servicios públicos en la República y no aquéllos que la procuran con favores
privados.
Capítulo XXIX
Las faltas de los pueblos
provienen de las de los príncipes.
Maquiavelo saca aquí su lado más republicano e incrimina al príncipe de que
su mal ejemplo repercute en las costumbres de los ciudadanos. No será el único.
Montesquieu en sus “Cartas Persas” también afirma de las negativas
consecuencias que la mala conducta de un ministro tiene en la sociedad.
Capítulo XXX
Cuando un ciudadano desea
hacer algún bien a su república con un acto personal, necesita primero acallar
la envidia. Cómo se debe ordenar la defensa de una ciudad al aproximarse el
enemigo.
La envidia, asegura Maquiavelo, impide a los hombres ser útiles a su patria
porque les quita la autoridad en las cuestiones importantes. La envidia puede
vencerse de dos maneras: o realizando tantos servicios a la patria que la
envidia desaparezca por sí sola o matando a los envidiosos a los que les
resulta insoportable la preponderancia del hombre de mérito. Maquiavelo
advierte que a los envidiosos criados en ciudades corruptas, en los que la
educación no pueda inculcar ninguna virtud, ningún acto, por notable y valioso
que sea, podrá contener sus malas inclinaciones. Al contrario, para satisfacer
sus perversos instintos estarían dispuestos incluso a conducir a su patria a la
ruina.
Mientras el hombre meritorio esté rodeado de envidiosos no podrá tener
éxito en sus empresas. Uno de los ejemplos que Maquiavelo pone es Moisés, del
que dice que tuvo que matar a muchísimos hombres que se oponían a sus proyectos
llevados únicamente de la envidia.
Igualmente, dice Maquiavelo, “Soderini creía vencer a los envidiosos con el
transcurso del tiempo, su bondadoso carácter, su fortuna y los beneficios que
repartía. Viéndose joven aún y con gran popularidad por su comportamiento,
juzgó poder vencer sin escándalos, violencias ni tumultos a los que por envidia
se le oponían; pero ignoraba que del tiempo nada se debe esperar, que el
carácter bondadoso no basta, que la fortuna no varía y que no hay favores
capaces de aplacar la envidiosa malignidad.”
En cuanto a la defensa de la ciudad, está convencido de que no se le deben
confiar armas a la masa desorganizada e inexperta sino sólo a los formados en
el ejercicio militar. Son estos los que, siguiendo las órdenes del jefe, deben
defender la ciudad. Los otros, es mejor que se queden en su casa y la guarden.
Capítulo XXXI
Las repúblicas fuertes y
los grandes hombres tienen el mismo ánimo e igual dignidad en la próspera que
en la adversa fortuna.
Maquiavelo cita una frase que Tito Livio pone en boca de Camilo: “Nec mihi
dictatura animos fecit, nec exilium ademit” (Ni la dictadura aumentó mi valor,
ni lo disminuyó mi destierro). A los grandes hombres, afirma Maquiavelo, ni la
prosperidad los vuelve insolentes ni la adversidad los asusta.
En cambio los hombres débiles cuando se ven beneficiados por la fortuna lo
atribuyen a un mérito del que carecen y se convierten en seres soberbios y
arrogantes. Y cuando la suerte desaparece pasan a ser cobardes y son fáciles de
abatir.
Por eso es necesario que los ciudadanos se ejerciten en la práctica del
valor y en la lucha contra la adversidad, para que cuando ésta llegue sepan
hacerle frente con éxito.
Capítulo XXXII
Medios que han empleado
algunos para hacer imposible la paz
“Cuando alguno quiere quitar
a un pueblo o a un príncipe el deseo de un convenio, el medio más eficaz y
duradero consiste en hacerle cometer una gran maldad contra aquel con quien no
se quiere que se trate, porque el temor del castigo que crea merecer por el
crimen cometido, le tendrá siempre alejado de él.”
Capítulo XXXIII
Para ganar una batalla se
necesita la confianza de las tropas, o en sí misma o en su general
La confianza la da el estar bien armados y bien disciplinados además de
conocerse, para lo cual es preciso que vivan y se adiestren todos juntos. También
la religión inspira confianza a la hora de lanzarse a la lucha y por eso, todos
los generales romanos consultaban los auspicios antes de la batalla.
Sin embargo nada de esto sirve si no van acompañadas del valor.
Capítulo XXXIV
De cómo la fama, la voz pública,
la opinión conquistan a un ciudadano el favor popular, y de si los pueblos
eligen con mayor prudencia que los príncipes las personas que han de desempeñar
los cargos públicos.
Hay tres posibilidades: una, por la
presunción que de su mérito se tiene bien por la personalidad que aparentan o
por ser hijos de grandes hombres y considerarse que han de valer tanto como sus
progenitores; dos, por conocerse sus buenas costumbres y saber que se codean
con personas respetables y virtuosas caracterizadas por sus profundos
conocimientos; la tercera, por la realización de un acto notable y
extraordinario.
De estos caminos el más adecuado es el tercero. Pero con independencia del
que se tome, Maquiavelo recomienda que en una república sea siempre posible que
cualquier ciudadano pueda dar a conocer al público los defectos de un candidato
que desee ocupar un puesto sin poseer el mérito necesario para ejercerlo.
Capítulo XXXV
Peligros a que se expone
a quien aconseja una empresa, los cuales son mayores cuanto esta es más
extraordinaria
Muchos son los peligros que acarrea a un hombre el aconsejar en una
empresa, sobre todo si ésta no tiene éxito. Maquiavelo afirma: “no veo otro camino que el de proceder con
moderación, no hacer empresa alguna cuestión de amor propio y decir la opinión
y defenderla sin apasionamiento, de suerte que si el príncipe la sigue sea por
su exclusiva voluntad y no parezca obligado por importunas instancias. (...)
Quien obre como digo, no adquiere la gloria que corresponde al que solo, contra
muchos, aconseja cosa que resulta bien; pero en cambio goza de dos ventajas:
una, librarse del peligro; otra, que si aconsejas modestamente alguna cosa y
por la oposición de tus contradictores el consejo no es seguido, aceptándose el
del otro, si de ello resulta alguna catástrofe, tu reputación aumentará
notablemente.”
La solución de callarse es inútil al príncipe y a la república y no evita
el peligro porque el silencio levanta sospechas. Y tampoco lo es enumerar las
faltas que han llevado al fracaso de una empresa una vez que ya ha pasado
porque esto solivianta al príncipe y lo conduce a la ira.
Capítulo XXXVI
Motivos por qué se dijo
de los galos y se dice de los franceses que son más que hombres al empezar la
batalla y son menos que mujeres al terminarla.
Maquiavelo distingue tres clases de ejércitos.
El primer tipo de ejércitos posee valor y disciplina porque la disciplina
mantiene el verdadero valor. “Cuando el
valor está sujeto a la disciplina, se emplea a propósito y en la forma
conveniente sin que pueda abatirlo ni desalentarlo ningún obstáculo.”
En la segunda clase de ejércitos sucede lo contrario. En ella domina el furor y no la disciplina y así
eran las tropas de los galos. Como les faltaba la disciplina, si no ganaban en el primer embate
enseguida se venían abajo y eran vencidos. Los ejércitos de este tipo poseen
valor pero carecen de la organización y la disciplina necesaria.
La tercera clase de ejércitos es aquella en la que las tropas no tienen valor
natural ni disciplina militar. Según Maquiavelo de este tercer tipo son los ejércitos
italianos de su tiempo.
Capítulo XXXVII
Si es preciso que a una
batalla general precedan combates parciales; y, caso de querer evitarlos, qué
debe hacerse para conocer las condiciones de un enemigo con quien por primera
vez se pelea.
Maquiavelo considera de vital importancia que un general arriesgue total y
absolutamente toda su fortuna en la batalla pero al mismo tiempo resulta
ventajoso llevar a cabo algunas escaramuzas con la idea de que los soldados
conozcan al enemigo y se acostumbren a enfrentarse a él. Sin embargo debe
esforzarse por no desalentar a su ejército y por eso debe iniciar las escaramuzas
cuando sepa que la ventaja le va a dar la victoria.
Capítulo XXXVIII
Cualidades que debe tener
un general para inspirar cualidades a su ejército.
A la suma prudencia ha de unirse la habilidad para disciplinar y organizar
a los hombres. Un buen general sabe manejar las armas y no tiene medio de
participar en medio de la batalla. Un buen general muestra a sus soldados el
valor que de ellos exige. No con palabras se llega a ser un buen general, sino
con hechos.
Capítulo XXXIX
El general debe conocer
el terreno donde opera con su ejército.
Capítulo XL
De cómo el uso de engaños
en la guerra merece elogio
Dos ideas quedan recogidas en este capítulo. La primera, que aunque
normalmente el ardid sea considerado algo perjudicial, no lo es en el caso de
la guerra. La segunda, que el término medio no es adecuado en caso de
enfrentamiento porque ni pone amigos ni quita enemigos.
En definitiva no es más que la afirmación de que en la guerra el objetivo
principal es la victoria y para la consecución de ese fin todo vale.
Capítulo XLI
La patria debe ser
siempre defendida, sea con ignominia, sea con gloria, porque de cualquier modo
la defensa es indispensable.
Capítulo XLII
Las promesas hechas por
fuerza no pueden ser cumplidas
Capítulo XLIII
Los nacionales de un estado
tienen casi constantemente el mismo carácter.
Saber esto es importante, dice Maquiavelo, para la previsión de males. Así,
por ejemplo, si los etruscos hubieran prestado atención al carácter avaro de
los galos no les hubiera pasado lo que les pasó.
Los etruscos no disponían de fuerzas necesarias para derrotar a los
romanos, así que pidieron ayuda a los galos. Estos se la concedieron a cambio de
dinero. Los etruscos les pagaron pero llegado el momento de la batalla los
galos no quisieron empuñar las armas. De este modo, por no atender al carácter
avaricioso y de mala fe de los galos los etruscos perdieron todo: dinero y
auxilio.
Capítulo XLIV
Con el ímpetu y la
audacia se consigue muchas veces lo que con los procedimientos ordinarios no se
obtendría jamás
Cuando un príncipe desea obtener algo de otro no debe dejarle tiempo para
pensar y mostrarle la necesidad de que ha de decidirse rápidamente.
Capítulo XLV
Si la determinación de esperar
en la batalla el ataque de un enemigo, y, rechazado, atacarle, es preferible a
la de iniciar impetuosamente el ataque
De esta forma, dice Maquiavelo, se ahorran fuerzas y pueden emplearse
ventajosamente cuando la furia del enemigo ha sido vencida.
Capítulo XLVI
Por qué se conserva el
mismo carácter en una familia durante largo tiempo
A juicio de Maquiavelo, la distinción no hay que buscarla en la sangre, que
varía a causa de las distintas alianzas matrimoniales, sino en la diferente
educación recibida en el seno de cada familia y hay juicios que se escuchan y
que se convierten en reglas morales para toda la vida.
Capítulo XLVII
El amor a la patria debe
hacer olvidar a un buen ciudadano las ofensas privadas
Capítulo XLVIII
Cuando se ve que el enemigo
comete una gran falta, debe sospecharse que intenta un gran ardid
Los errores evidentes que cometa el enemigo deben ser detenidamente
considerados porque es improbable que tal imprudencia se deba al descuido.
Capítulo XLXIX
La república que quiere
conservar su libertad debe tomar cada día nuevas precauciones. Servicios que
valieron a Quintio Fabio el calificativo de Máximo.
Hay veces que una república sufre males terribles sin sufrir daños
irremediables porque tales males pueden ser subsanados. Sin embargo, cuando atacan
a los fundamentos de las instituciones, si no son corregidas a tiempo, arruinan
al estado. Uno de los problemas a los que Maquiavelo hace referencia es a la
liberalidad con la que Roma concedió la ciudadanía a los extranjeros. En Roma
aumentó enormemente el número de familias nuevas y éstas empezaron a tener una
gran influencia en las elecciones. Comenzaron los cambios en el gobierno,
dejaron de desempeñar los cargos los hombres que estaban acostumbrados a
hacerlo y no se alcanzaron los efectos acostumbrados. A Favio, entonces censor,
no le quedó más remedio que separar estas familias en cuatro tribus a fin de
limitar su influencia. Por este hecho, dice Maquiavelo, sus conciudadanos le
otorgaron el nombre de “Máximo”.
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Así acaba el tercer libro de la república dedicado a los líderes. A juicio
de Maquiavelo, el valor y la disciplina son las virtudes más importantes a
ejercitar. No obstante no olvida el papel esencial que en determinados momentos
puede jugar el ardid y la desconfianza hacia los actos del enemigo. Ni el príncipe
ni el general han de bajar la guardia. También pueden ser de utilidad los
consejos siempre y cuando los consejeros sepan resguardarse de las iras de sus
superiores, caso de fracasar la empresa que han emprendido.
Cuarenta y nueve capítulos
para mostrar que el lider debe caracterizarse por tener una mente fria y
calculadora. Conseguirlo sólo es posible manteniendo una férrea y constante
disciplina. En cuanto a los ciudadanos, han de velar por la defensa de su
patria y la defensa de la libertad. De ahí que tengan que prestar tanta atención
a que detrás de obras aparentemente buenas se esconda la pretensión de
instaurar la tiranía.
Esto es, a fin de cuentas, la
idea que resume este Tercer Libro.