El ejemplar que he manejado es “El concepto de lo político. Texto de 1932
con un prólogo y tres corolarios” publicado por Alianza Editorial, Madrid 1991,
en versión española de Rafael Agapito. ISBN:84-206-2688-0
Nota introductoria al comentario
Esta la primera obra que leo de Schmitt y he de reconocer que hasta ahora
desconocía a este autor. Llegué a él de la misma manera que he llegado a
otros muchos: por casualidad.
A la hora de introducirse en una
nueva materia los novatos adoptan diferentes posturas: Algunos exlaman un entusiasta: “Me
encanta”, otros la condenan con un
lacónico: “La odio”, y no faltan quienes
manifiestan un expectante: “Vamos a ver”.
Justamente esta tercera actitud ha sido la mía: la de adentrarme en la obra
de Schmitt llevada por el deseo de indagar en lo desconocido, de conocerlo y de
comprender las premisas en las que se apoya. Esto requiere objetividad –lo
cual, como el mismo Schmitt afirma, raramente es posible porque la objetividad
es sinónimo de neutralidad y la neutralidad ya implica en sí misma una posición
-, pero también exige una decisiva
apertura de mente, en donde decisiva
tiene un sentido primario, sincero y radical.
Las críticas de Schmitt al
liberalismo, a la pretendida neutralidad de los valores y de la técnica y a su
consiguiente arrogación por parte de determinados poderes me parecen tan
lúcidas y se han revelado tan certeras que más que criticar al crítico
tendríamos que sentarnos a considerar cómo salir del bache. Descalificar sin
más al que denuncia el fallo no lo resuelve, por más que lo quisiéramos. Por
otra parte, al día de hoy, en los que muchos cuestionan la madurez política e
incluso el sentido común de los votantes al tiempo que otros promueven el voto
a partir de los dieciséis años, obliga a abrir un profundo debate ante el
sentido de una democracia que parece que va a ser devorada, si no lo está siendo
ya, por los vaivenes populistas.
En cuanto a la tan discutida dicotomía
amigo/enemigo quizás no estaría de más que reflexionáramos acerca de sus
límites y de su alcance; y lo mismo podría afirmarse respecto a la utilización
de los valores universales, para evitar, entre otras cosas, caer presos del
sentimentalismo hipócrita del que ya había avisado Lewis Carroll en 1871, en su
poema "la morsa y el carpintero" contenida en su libro “Alicia a través del
Espejo.”
La primera impresión que me embargó al enfrentarme por vez primera a sus
escritos fue la de que Carl Schmitt cumple en la teoría política lo que Zenon
en la filosofía: el papel de un aporético que niega brillantemente lo que todos admiten y afirman como algo naturalmente real y existente.
Carl
Schmitt construye sus aporías respecto a la democracia liberal igual que Zenon
construyó sus aporías dirigidas a negar el movimiento. Y del mismo modo que
alguien - tras no haber encontrado ninguna solución satisfactoria - exclamó:
“el movimiento se demuestra andando”,-
donde lo importante no es sólo el verbo "andar" sino especialmente la forma en
gerundio -, podríamos afirmar que pese a todas sus limitaciones y errores, el
liberalismo se ha configurado como la gran conquista del ciudadano. No
obstante, hemos de tener presentes y bien presentes las aporías de Zenon y de
Schmitt.
Las de Zenon para interrogarnos cuándo ese “andando” es verdaderamente
movimiento en acción y no parálisis, o lo que es lo mismo: cuándo el movimiento
deja de ser movimiento para convertirse en un simple “activo estancamiento”, en
donde ese “activo” le otorga una apariencia ilusoria de movimiento que en nada
se corresponde con la realidad.
Las de Schmitt para interrogar cuándo ese
liberalismo es un liberalismo vacío de contenido; un mero formalismo apoyado en
palabras altisonantes y acciones huecas. Las aporías de Schmitt cuestionan las
bases en las que se apoya el liberalismo económico mismo, de modo que exigen
críticos dispuestos a examinar el grado de fortaleza de dichos cimientos
independientemente de las mareas subterráneas y de los tiburones y peligros de
las profundidades marinas además de una sociedad presta a acometer los trabajos
de reparación y reestructuración necesarios, por costosos que estos sean.
Desde esta perspectiva, - es mi sincera opinión, opinión que la lectura de Schmitt
ha reforzado, por más que, como luego veremos, no fuera ése en absoluto ni su
objetivo ni mucho menos áun su deseo, sino más bien todo lo contrario – estoy
absolutamente convencida de que si el liberalismo desea sobrevivir ha de tener
presente en cada momento y en cada instante la idea ilustrada de que el progreso
ha de ser visto no sólo desde un punto de vista técnico sino también moral y cognitivamente completo, esto es: integrando a las llamadas ciencias del espíritu. De otro modo los días del liberalismo están, en efecto, contados
–con o sin Schmitt.
En este sentido Zenon y Carl
Schmitt han de ser considerados más que como los destructores del movimiento y
del liberalismo, como los respectivos fiscales de ambos conceptos.
Cuando se lee a Zenon lo primero que a uno se le pasa
por la cabeza es gritar: “¡El movimiento se demuestra andando!”. Pero ni siquiera dicho grito, que muchos equiparan al grito del niño en el cuento “El
traje nuevo del emperador”, exonera de la responsabilidad de contestar si el tipo de movimiento que se demuestra andando es en efecto
movimiento real o, como ya hemos dicho en líneas anteriores, únicamente activo
estancamiento.
Del mismo modo, cuando se lee a Schmitt uno puede exclamar “El liberalismo
se demuestra liberalizando!”, pero tampoco eso nos exonera del deber de
determinar si realmente se trata de un verdadero movimiento liberal donde
formas y fondo coinciden o si se trata más bien de una simple denominación
vacía de contenido, como esas estatuas huecas y carcomidas que se mantienen en
pie por no se sabe qué extraño milagro.
En mi opinión ambos, Zenon y
Schmitt, son la encarnación de aquella Esfinge griega que destruia a todo aquél
que no sabía contestar adecuadamente a sus enigmas.
Es así como el lector ha de entender mi comentario a la hora de sumergirse en él. En ningún modo he pretendido
escribir un ensayo teórico político porque ello me hubiera obligado a poseer un
conocimiento intensivo y profundo de la obra de Carl Schmitt, del que en
este momento carezco, aparte de que hubiera traspasado las pretensiones de
este blog que consiste en realizar una reflexión crítica y sincera de
diferentes lecturas y diversos autores llevada de la curiosidad y no desde los
prejuicios por más que esto raramente sea posible porque, como ya escribí en
otro de mis artículos, el lector suele introducirse en la obra que tiene entre
las manos provisto de unos determinados criterios. Valga observar, sin embargo,
que, si bien es innegable que tales criterios forman parte indisoluble de él, la curiosidad y el deseo de
enfrentarse a nuevas ideas y retos son igualmente elementos constituyentes de cualquiera que se decide ocupar su tiempo en atender los pensamientos del desconocido que es el escritor que tiene entre sus manos.
Respecto al comentario he de admitir que es muy largo. No espero que
ustedes lo lean. Es simplemente una muestra personal de los grandes esfuerzos
que he hecho para salir de la simple repetición de las interpretaciones académicas de las ideas de Schmitt; ideas
que, como ustedes mismos comprobarán, no resultan en los tiempos actuales ni
novedosas ni “revolucionarias”.
El problema sin embargo, y eso es lo que tanto
tiempo me ha llevado, ha sido comprender por qué Schmitt dice lo que dice.
Muchos conservadores lo utilizan hoy en día para posicionarse frente a las
teorías liberales e incluso democráticas. Debo decir que a mi juicio Schmitt no
es ni antiliberal ni antidemocrático, por más que lo parezca y que él mismo
llegue a creerlo a pies juntillas. Schmitt es un demócrataliberal que asiste
con dolor, terror y cólera a la destrucción del liberalismo y que cuando
estudia los motivos comprueba horrorizado que el liberalismo lleva desde su
nacimiento el gérmen de su propia destrucción. El pesimismo arroja a Schmitt a
un pozo del que no es capaz de salir. Debiera haber pensado que la vida va
indisolublemente acompañada desde sus orígenes a la muerte y no obstante eso
no le impide vivir mientras está viva; debiera haber pensado en la regenación,
en la renovación e incluso en la resurrección – al menos del ave fénix. Prefirió
precipitarse en los avernos a la espera del apocalipsis. De otro modo no se
explica su biografía. Porque para ser honesta no han sido las tesis de su libro
sino su biografía, su, se mire como se mire, incomprensible biografía, lo que
hasta el día de hoy no he sido capaz de entendernder, ni haciendo empleo de toda
mi buena voluntad y de todo mi razonamiento. Imposible.
En lo que a la finalidad de
“El concepto de lo político” respecta, creo sinceramente que Schmitt no miente
al afirmar en el épilogo a la edición de 1932 que “cada una de sus proposiciones está pensada como punto de partida para
un desarrollo ulterior del tema.” (Pg.123)
COMENTARIO
Comentario previo en
consideración a la biografía de Schmitt
Lo cierto es que después de
haber leido este librito de Carl Schmitt todavía me pregunto cómo es posible
que sus premisas puedan seguir causando tanta polémica en nuestra sociedad.
Una primera respuesta podría ser la de que muchas de sus tesis, sobre todo en lo que a la
(no) neutralidad de la técnica y de los conceptos universales se refiere, son,
hoy como ayer, ciertas.
Un segundo motivo residiría en su concepción
de la antropología pesimista del hombre y en la defensa que hace de los teóricos
políticos considerados realistas, como Maquiavelo y Hobbes.
Un tercero, en la
despiadada crítica que hace de las teorías liberales.
Un cuarto en su
consideración de que lo político descansa en la oposición de dos categorías
básicas como son amigo/enemigo igual que el ámbito de la estética se apoya en
la oposición bello/feo y el moral en bueno/malo;
Y una quinta posibilidad se asentaría en la explicación
que Schmitt ofrece del Estado, que se trata de un Estado unitario y total. Según
Schmitt el Estado es una unidad política que ha surgido de la decisión soberana
de un grupo para constituirlo y en el que se encuentra ya la idea de
amigo/enemigo.
Existe, sin embargo, otra
cuestión que escandaliza cuando uno se adentra en el pensamiento de Schmit: su
adhesión al partido nazi, su manifestado antisemitismo y su renuncia a
retractarse de su pertenencia al nazismo, acabada la contienda.
En este sentido, he de
admitir que la biografía de Schmitt, (que conocí cuando ya había empezado el
libro, porque no es mi costumbre informarme de la vida de los autores antes de
introducirme en ellos sino durante la lectura y en ocasiones incluso ya acabada
ésta), me sumió en el dilema de decidir cómo abordar sus teorías. ¿Tenía que
rechazarlas a priori? ¿Tenía que exponerlas sin más? ¿Podía defenderlas pese a
ser malinterpretada por mis lectores? Esa fue la primera pregunta. La segunda
fue la imposible conexión, el terrible abismo que se abre entre lo que es la
participación de Schmitt en el nazismo, de una parte y su rechazo a retractarse
del mismo, de otra. Quizás ustedes no entiendan qué puede existir de ruptura
entre alguien que pertenece a un determinado movimiento, sea el que sea, y su
negativa a abjurar de dicha participación. Eso justamente parece lo coherente.
Quizás en casos normales sea así. No en cambio en éste.
Especialmente el hecho de
su negativa a retractarse de su participación en el nazismo, (Entnazifizierung)
llamó especialmente mi atención. El asombro provocado se debía por una parte a
que a dicho retractamiento se habían apresurado a (y esforzado por) acogerse la mayor
parte de los que habían colaborado con el régimen hitleriano, algunos incluso
mucho más activamente que él. Eso sin olvidar que con su negativa a retractarse
del nazismo, Schmitt rechazaba igualmente muchas ventajas tanto económicas como
honoríficas y quedaba por tanto en una precaria situación tanto a nivel
material como social. En efecto, aceptar la Entnazifizierung le hubiera
supuesto la posibilidad de regresar a las aulas académicas como profesor,
además de la consiguiente facilidad para publicar y dar conferencias. ¿Por qué
no lo hizo?¿Tan arraigado estaba en él el nazismo? Mi sorpresa fue en aumento
al leer que las SS habían desconfiado de su fidelidad al régimen y lo habían
ido apartando cada vez más de cargos relevantes.
El conflicto interior al
que personalmente he tenido que enfrentarme y desde el que he considerado al
Schmitt hombre era el siguiente:
Apoyándome en la época y en el ambiente intelectual en el
que se desarrolló su trabajo (y que se apoyaba en una consideración elitista
del saber entendido como un Todo y no como un cúmulo de especializaciones
desunidas, así como un miedo patológico a la masificación y popularización del
conocimiento, a la idea del hombre que no tiene que responder ante la sociedad
sino únicamente ante sí mismo, la idea del individuo frente a la masa) podía
entender su negativa a retractarse.
Pero paradójicamente eran justo estos mismos motivos (la idea de preeminencia del individuo sobre la masa, etc) los
que me impedían entender su adhesión al nazismo, con todo lo que de populismo,
vulgarización del saber clásico y hermético, masificación y destrucción del
individuo como tal, encerraba y todo esto incluso antes de que empezara el
proceso del holocausto.
Del lado contrario, si
consideraba su adhesión al nazismo desde la perspectiva de error fatal de una
serie de intelectuales que confundieron la solución al caos político, social y
moral por el que atravesaba en aquel momento una sociedad alemana casi recién
constituida en nación, al modo y manera en que estuvo a punto de cometerlo el
mísmisimo Thomas Mann y del que únicamente pudo salvarse gracias “al tirón de
orejas político-intelectual-fraternal” de su hermano Heinrich, y admitía que la postura de Carl Schmitt durante el nazismo fue una emigración interior al modo de Benito
Cereno, como alguna vez el mismo Schmitt afirmó, entonces, y diga lo que él
diga, no había (ni hay) forma de comprender su negativa a retractarse.
“
In seinem Tagebuch notierte er am 1. Oktober 1949: „Warum lassen Sie sich
nicht entnazifizieren? Erstens: weil ich mich nicht gern vereinnahmen lasse und
zweitens, weil Widerstand durch Mitarbeit eine Nazi-Methode aber nicht nach
meinem Geschmack ist.“[77] (Fuente:
Wikipedia alemana. Carl Schmitt)
Qué signican sus palabras? Cómo desencriptar su sentido? La primera frase "weil ich mich nicht gern vereinnahmen lasse" parece clara: Carl Schmitt no se deja acaparar fácilmente; es decir, no cambia de opinión sólo porque alguien se lo ordene. Pero paradójicamente esa primera afirmación, que lo sitúa en el bando del nazismo, choca con la afirmación que le sigue a continuación: "weil Widerstand durch Mitarbeit eine Nazi-Methode aber nicht nach meinem Geschmack ist". Lo cual implica una crítica en toda regla al nazismo y a sus prácticas pero supone también una advertencia a los vencedores: los nazis no dejan de ser nazis sólo porque se hayan avenido a la "Entnazifizierung". Los nazis seguirán trabajando por sus ideales fingiendo una colaboración por los nuevos fines democráticos que en absoluto sienten.
Qué es Schmitt? Un nazi? Un nazi renegado? Un liberal? Un liberal renegado?
En cualquier caso, es dicha
relación de Schmitt con el nazismo lo que determina que muchos estudiosos se
opongan a cualquiera de las tesis de este libro, por más que fuera escrito
antes de la llegada de Hitler al poder y a que su contenido se refiera
especialmente a la crisis por las que atravesaba el liberalismo de la República
de Weimar, (de ahí, por ejemplo, la contraposición que Schmitt establece entre
monarquía y democracia más que a la oposición entre democracia y fascismo, que
aunque en incubación aún no se había manifestado en toda su acritud.
He de señalar no obstante
que en mi opinión los comentaristas “tan demócratas” que denigran a priori
las tesis de Schmitt y que no dudan siquiera en reprochar a los colegas que se
introducen en el estudio de los escritos políticos y jurídicos de Schmitt creyendo ingenua y superficialmente que revisten en el fondo la sensatez y
el equilibrio teórico que aparentan tener en la forma, deberían considerar varios aspectos.
El primer aspecto, que pese a la superioridad con la que pretenden
recubrir su postura calificándose a sí mismos de “objetivos” y tan inteligentes
que ellos, al contrario de lo que les sucede a sus otros colegas, “no se dejan engañar”
por Schmitt, terminan lamentablemente alejándose de una postura objetiva
académica y adoptan una postura asentada en prejuicios y encaminada no a
analizar sino sencillamente a destruir, con lo cual terminan argumentando desde
la posición amigo/enemigo y con ello le dan la razón al mismo Schmitt que ellos
pretenden aniquilar.
El segundo aspecto
sobre el que no estaría de más que reflexionaran, relacionado con el anterior, es que negar o descalificar a priori al teórico Schmitt por lo que el hombre Schmitt
ideológicamente defendió y no entrar ni siquiera a considerar sus argumentos
desde el punto de vista teórico representa a la larga un error fatal. Ni
siquiera Kelsen lo hizo y eso a pesar de que tenía suficientes y buenos motivos
para ello, (quizás el que más). Ni siquiera lo hizo Leo Strauss.
En tercer lugar, he
de confesar a aquellos que me leen, que si bien he abandonado la mochila de los
prejuicios a la hora de introducirme en esta obra de Schmitt, no en cambio he
dejado atrás mis convicciones. Soy, lo reconozco, una convencida ilustrada con
todo lo que ello conlleva: entre otros la desconfianza crítica hacia lo que se
me presenta y eso me incluye a mí misma.
Tanto Bertrand Russell como
Kojève pronosticaron una vuelta a la barbarie el uno y a la animalidad natural,
el otro. Russell, optimista después de todo, consideraba que tal vez ese paso
fuera necesario antes de que el hombre se sintiera nuevamente con fuerzas para
elevarse por encima de él mismo. En esta idea descansa mi esperanza. ¿Sería capaz
de morir por mis ideas o dejaría que ellas murieran por mí? Sinceramente no lo
sé ni creo que nadie pueda saberlo hasta llegado dicho momento, y ni siquiera
entonces podrá estar seguro de que el elegir vaya a estar dentro de sus
posibilidades. Zweig consideraba a Servet un gran necio por haber ido libre e
ingenuamente a la guarida del lobo Calvino a discutir de temas teológicos y a
dejarse matar inútilmente; no obstante, y para ser honestos, él mismo no lo
hizo mucho mejor. Brecht defendió en sus escritos que la preservación de la
vida es más importante que la conservación de las ideas, sin embargo no logró
convencer a sus contemporáneos, mucho menos a los macarthistas americanos, de
la veracidad de dicha idea y tuvo que trotar por medio mundo antes de que
alguien le diera acogida, e incluso en ese caso fue gracias a sus ideas políticas y no al axioma primero de Brecht que, como digo, consistía en la salvaguarda de la
vida más que en la de las ideas.
Estoy sinceramente convencida de la importancia que reviste conocer el
pensamiento político de Carl Schmitt, máxime en los momentos actuales en los
que muchas de sus premisas están siendo utilizadas por los antiliberales, sean
de la ideología extrema que sean. Ignorar las ideas de Schmitt, no tomarlas en
serio o negarlas en consideración a su biografía no representa ninguna
solución. Incluso en el caso de que alguno de ustedes considere a Schmitt como
enemigo nada más inteligente que tomar sus consideraciones en serio y desdeñar
el desafío que lanza. En efecto ¿cómo oponerse a sus aporías sin oponerse al
mismo tiempo a la verdad que encierran? ¿Cómo oponerse a sus aporía sin caer
uno mismo en la contradicción o en el mismo discurso que se pretende superar?
Tan
peligroso como sobreestimar al enemigo es infravalorarlo y no tomar en serio
sus lúcidas críticas.
Introducción al
comentario
Advertencia en relación a
la extensión del comentario.
Existen blogs cuya función
consiste en presentar y reseñar publicaciones y van destinadas a lectores que
deseen una aproximación rápida y fidedigna del libro que les interesa. Otros
proporcionan un par de notas acerca de la biografía del autor, exponen de forma
resumida el contenido del libro y concluyen ofreciendo una breve opinión
personal. Estos blogs, así estructurados, suelen ser tremendamente útiles
porque no se pierden en detalles ni en consideraciones profundas, animan a leer
el libro e invitan a que los que lo han leido compartan sus impresiones con
ellos.
En mi caso, los libros que aparecen en este blog aparecen porque han provocado
verdaderos terremotos en mi alma, auténticos descubrimientos que han zarandeado
todo mi ser. Los comentarios, por tanto, no pueden ser ni breves ni concisos
aun queriéndolo y deseándolo con todas mis fuerzas, sencillamente porque son el
relato y la conclusión de tales convulsiones. No espero que ustedes los lean ni
creo, sinceramente, que su contenido les interese realmente, entre otras cosas
porque a pesar de que no es mi pretensión escribir ensayos académicos, he de
reconocer que todos mis escritos carecen de la ligereza de la primera impresión.
Situados
en el punto de intersección entre el rigor y la superficialidad, cada uno
de mis comentarios han de entenderse como el resultado del diálogo, de la
discusión, de la guerra incluso, con el autor de la obra que acabo de terminar,
el final de largas e interminables semanas escribiendo, borrando y hablando
acerca de lo que el autor dice y escribe; en definitiva: pensando en el tema.
Mi encuentro con cada uno de los autores que están presentes en este Blog me ha
lanzado al “ruedo”, a la “arena” del confrontamiento y enfrentamiento con lo
que yo pienso y por tanto soy. Un ser que no puede entenderse sin el pensar.
Este tan denostado lema cartesiano “pienso,
luego existo”, es algo a lo que por su propio bien uno debería aferrarse en
cualquier circunstancia. Este “pienso”,
obliga a pensar en “qué” pienso y a
determinar qué significa el pensar mismo, a separarlo de otros conceptos
parecidos, como elucubrar, maquinar, soñar, etc, pero a unirlo con un concepto
que a muchos les pasa desapercibido: la
intuición, que sin embargo Descartes sí incluyo al considerar las ideas como
claras y distintas. Ese pensar no es simplemente racional; es también intuitivo
y por intuitivo espiritual, trascendental y no mecánico. En ese “pienso luego existo”, el vocablo “existo” apremia a decidir su
significado y a elegir un tipo de existencia en vez de otro y ambos conceptos: pensar y existir aparecen unidos por eso “luego” que muestra que primero uno ha de pensar y en función de lo
que piense y cómo piense existirá. Ese “pienso
luego existo” no es sólo racionalista; es también idealista porque asienta
la existencia en el pensar y no en el comer, que es lo que tendrá que recordar
Feuerbach a los puros idealistas, al menos para conseguir que no se mueran de
hambre y que si se venden al mejor postor sepan por qué lo hacen y no tengan
tantos escrúpulos en hacerlo por un trozo de pan; sí, en cambio, por un
palacio. No crean, he de decir que incluso aquí me he encontrado con muchas
sorpresas en mi deambular por los caminos literarios y del pensamiento; una de
ellas ha sido el autor que ocupa este artículo : Carl Schmitt. Y así, Schmitt,
cuyas teorías políticas pertenecen a la corriente “realista” y que critica al
pensamiento liberal sin compasión, se muestra sumamente idealista e ilustrado
cuando se trata de considerar el trabajo intelectual.
“Todos los nuevos y grandes
impulsos, toda revolución y toda reforma, toda nueva élite nace de la ascésis y
de una carencia deliberada o involuntaria, y aquí carencia significa sobre todo
renuncia a la seguridad del status quo. (...) Todo genuino ritornar al
principio (sic), toda vuelta a una
naturaleza intacta y no corrompida, se muestra frente al confort y bienestar
del status quo vigente como una nada cultural o social. Crece calladamente en
las tinieblas, y en sus primeros comienzos un historiador o un sociólogo no
reconocería más que una nada. El momento de su representación resplandeciente
es ya también el momento en el que esa conexión con los comienzos secretos e
inaparentes comienza ya a estar amenazada” (Pg.120/121)
No será su única contradicción: su dicotomía amigo/enemigo lo expulsa del
relativismo y lo introduce nuevamente en el idealismo, por más que él se empeñe
en afirmar que esos conceptos primarios han de ser concretizados en atención a
las circunstancias y sociedad del momento. Eso es algo que, francamente,
cualquier persona sensata comprende. Si ustedes leen mi artículo sobre la “libertad, igualdad y fraternidad, aparecido
en este mismo Blog el día 23 de Agosto de 2012 observarán que justo ése es el
tema que se trata: el de concretizar la universalidad.
En definitiva: mis comentarios son tan largos, justamente porque todo mi
proceso mental acerca del libro lo es y eso es algo a lo que no deseo renunciar
a la hora de publicar algo que no pertenece ni al ámbito académico ni al
comercial sino pura y simplemente al personal. Espero que lo entiendan.
COMENTARIO
Creo que es sumamente difícil acercarse a Schmitt sin hacer referencia a lo
que se ha dado en llamar FRACASO ILUSTRADO, fracaso que visto desde su perspectiva podría resumirse en tres
errores:
El primer error de la Ilustración fue el inhabilitar
el Axioma Primero metafísico-religioso (por decirlo de algún modo) poniendo en su lugar
al Individuo. La ilustración cegada por el progreso tecnológico y convencida de
que éste también tendría lugar en la esfera moral y cognitiva, no pudo prever
la aparición del nihilismo, de consecuencias catastrofales tanto para el
individuo como para la sociedad y el gran reto a resolver por parte de los
intelectuales del siglo XIX
y siguientes. En su optimismo desmesurado los ilustrados tampoco previeron los grandes
problemas que provocarían la popularización y masificación del saber ya que en
ningún modo ayudarían ni al progreso, ni al mejoramiento de la sociedad ni a
superar la cuestión nihilista; más bien todo lo contrario. (Para ser honestos
Voltaire ya se ocupó en su tiempo de esta cuestión; su respuesta fue la de que
muchos libros malos son mejor que ninguno, porque es seguro que entre la
multitud de obras deplorables alguna buena habrá. La pregunta que surge casi instántaneamente es cómo encontrar las mejores obras en una cordillera formada por libros de pésima calidad y cimentada por intereses varios).
El segundo error que según
Schmitt cometió la ilustración en su vertiente política consistió en derrocar
al Axioma Político por antonomasia: el Estado. La Ilustración lo enfrentó y lo
subordinó a los ciudadanos, que pasarían a organizarse desde las tesis del
liberalismo económico en asociaciones plurales a veces con diferencias
inconciliables, sin pensar que ello dinamitaría la unidad
interna del Estado y terminaría por sembrar el caos social y político; a este
problema había que añadir un segundo: el de que con la desaparición del Estado
(Axioma Político) el liberalismo económico hacía
desaparecer las categorías últimas en las que se apoya lo político; a saber: la
dicotomía amigo/enemigo. En vez de eso el liberalismo económico, dice Schmitt,
introduce la figura del oponente discursivo y la del competidor. Esta desaparición de
la dicotomía amigo/enemigo niega por un lado lo político y por otro lo que
es connatural a lo político, que es la lucha. A partir de estas premisas, los
conflictos se realizan de modo distinto al acostumbrado, con la consiguiente
confusión a la hora de plantear y hacer la guerra, que sólo beneficia a sus
adversarios –los revolucionarios- y que provocarán la caída del liberalismo (Cfr.pg.42).
El tercer error que Schmitt señala es que la tan en un
primer momento revolucionaria declaración
de los derechos universales como atemporales, eternos e inmutables,
resultará ser un terrible fiasco. De un lado impedía prestar atención a las
circunstancias de cada sociedad. Por otro, la declaración de los derechos universales implicaba proclamar la
neutralidad en tres esferas: la legal, al separar entre legitimidad y legalidad
y declarar la neutralidad de la ley, defendida por la teoría del positivismo; la moral, al apoyarse en la neutralidad de los valores, por su creencia en
los derechos universales y la científica,
por considerar a la técnica como neutral.
Desde esta consideración, el sistema
liberal economico pasaba a autoproclamarse fiel defensor de los derechos y
valores universales y dispuesto a
provocar las guerras más cruentas en nombre de la salvaguarda de la paz, de la
libertad y de la humanidad.
Estos tres errores como digo, no fueron preocupación única de
Schmitt sino de todo el conjunto de intelectuales de su época y aunque no cabe
duda de que cada uno de ellos lo resolvió de una forma distinta es claro que
todos tuvieron en cuenta las tesis de los otros; es por esto por lo que resulta
tan difícil, por no decir imposible, tratar a uno de ellos desvinculado del
resto. En este sentido hay que admitir que ninguno de esos intelectuales está
libre de contradicciones y ninguno de ellos queda libre de la influencia de sus
colegas. Tampoco Schmitt. De ahí que determinadas frases y términos, haya que
entenderlas dirigidas no al mortal lector, que no tiene ni idea de a qué se
refieren y que, como es mi caso, han llegado hasta él por pura y simple
casualidad, sino a sus colegas y discípulos que es para quienes en realidad
escribe. “Mi primer axioma dice: El
concepto del Estado presupone el de lo político. ¿Quién podría entender una
tesis formulada tan en abstracto? (...) Su misma forma de tesis provocativa
contribuye a poner de manifiesto cuáles son sus destinatarios principales, a
saber: los conocedores del ius publicum
Europaeum, los conocedores de su historia y de su problemática
contemporánea.” (pg.43)
En efecto, el intercambio de tesis e ideas -bien en forma de publicación,
bien en forma epistolar-, el diálogo y la discusión fueron continuos y ejercieron
una innegable mutua influencia.
Primer error, primer
problema.
1. La desaparición del Axioma Primero.
a) El fracaso de la supremacía del Individuo. El fracaso del progreso. (Popularización
y masificación del saber)
b) El nihilismo.
1. La desaparición del
Axioma Primero.
Generalmente se olvida que cuando los intelectuales hablan de “el mundo”, a
lo que se están refiriendo en realidad es a “su mundo” y que cuando nombran a
la humanidad es en “su humanidad” en la que están pensando. Es por eso
probablemente por lo que cuando el lector tiene ante sus ojos el término
“humanidad” le inunda la sensación de que “humanidad” es sinónimo de “jardín de
las delicias”.
Así es, en efecto: la humanidad para cualquier
intelectual nunca es “el mundo” sino que hace referencia a un mundo bastante
limitado: el de las cabezas pensantes. Es quizás también por eso mismo por lo
que resulta tan complicado hacerles comprender a los intelectuales las
repercusiones últimas y generalmente catastrofales que sus teorías pueden
llegar a provocar en el mundo normal. Para muchos de ellos sus teorías son
constructos de la mente, juegos de posibilidades y sus lectores patrocinadores
de su existencia pensante. Tomarlos al pie de la letra puede resultar sumamente
peligroso y del mismo modo, no se puede pensar que un hombre de acción sea un
hombre teórico. Mientras se es consciente de ello, el mundo se mantiene en
equilibrio. Unos pocos se dedican a ganar dinero y a patrocinar al pequeño
grupo de literatos, artistas y pensantes de la sociedad; otros pocos se dedican
a inventar ingenios con los que otros puedan ganar dinero y patrocinar, y unos
cuantos se dedican a estafar a todos los anteriores. La mayoría silenciosa es
la que, sin embargo, mantiene con su trabajo y su tesón las bases en las que
los grupos anteriores se asientan, participando, al mismo tiempo, de las actividades de todos ellos, en mayor o menor medida.
Desde el Renacimiento pero especialmente en la Ilustración el progreso
humano comenzó a desarrollarse de modo imparable y en paralelo a la pérdida de
influencia que la Iglesia – a partir sobre todo de la guerra de los treinta
años – había experimentado.
Las guerras de religión, su dureza, su
radicalización, su exceso de violencia, su falta de espíritu cristiano, -cómo hablar de espíritu cristiano en una lucha de hombres contra hombres aunque la excusa de tanta sangre derramada sea Dios - sumieron a la población europea en una crisis de creencias. El imparable desarrollo
del progreso, los nuevos adelantos tecnológicos y los nuevos descubrimientos
cuyo imparable desarrollo transcurría en paralelo a la influencia de la
Iglesia, dio como resultado que concluyera en la Ilustración lo que ya desde el
Renacimiento se había estado gestando: la negativa del individuo a sostener su
existencia en otro Axioma Primero que no fuera él mismo.
El hombre ilustrado es un hombre optimista y confía en la mejorabilidad del
ser humano si se le ofrece la opción de aprender. El optimismo en el hombre
como ser universal y axioma inunda la atmósfera europea desde el s.XVII. Es el
tiempo en que el progreso se entiende no sólo como tecnológico sino también en
el ámbito educativo, moral, social...; es decir, a todos los niveles. El convencimiento de
que cualquier hombre es dueño de sí mismo si invierte en él el adecuado y
suficiente esfuerzo se extiende a todos los niveles.
Los intelectuales ilustrados estaban total y plenamente convencidos de que
abriendo las bibliotecas a todos por igual y sin excepción, esos todos
sentirían ante el saber el mismo arrebato espiritual que ellos mismos sentían. Así considerado, la “igualdad” no se refería a que ellos, los intelectuales, fueran a descender de su Torre hasta nivelarse con los no intelectuales, sino que la igualdad determinaría que los otros, los iletrados, subieran a la misma esfera intelectual, y además por convencimiento, en la que ellos ya se encontraban..
a) El fracaso de la
supremacía del Individuo. El fracaso del progreso. Popularización y masificación
del saber.
En el siglo XIX Nietzsche había descubierto el fracaso de esta idea y sus
perniciosas consecuencias. Las universidades se habían transformado en fábricas
del conocimiento en las que había que formar a los estudiantes lo más
rápidamente posible para no retardar “inútilmente” su rendimiento y el saber se
había popularizado hasta un punto que amenazaba con dinamitar lo que era el
verdadero saber.
Los intelectuales del s.XIX no eran distintos de los anteriores
intelectuales y estaban fuera “del mundo”, considerado éste como lugar en el
que habita el común de los mortales; no cabe duda de que pese a los
intentos ilustrados de igualdad seguían estando en “su mundo” y este “su mundo”
digamos que era un castillo, o si ustedes lo prefieren, una especie de club
privado en el que lo que contaba a la hora de ser admitido no era el montante
bancario sino el cognitivo. En el tiempo de Schmitt lo exigido consistía en la
posesión de profundos conocimientos repartidos en las diversas Torres y Alas
del “Castillo del Saber”. Allí se albergaba la cultura y filosofía
greco-latina, teología, ciencias de la naturaleza, matemáticas, arte, música,
filosofía, historia, política y, aunque raramente se nombre, los conocimientos
acerca del pensamiento esotérico, místico y, en definitiva, hermético, porque
también este saber formaba parte de lo que ellos consideraban Saber Total, que era precisamente lo que
conformaba el “Castillo”, el “club” o como ustedes deseen llamarlo; para entrar
en ese círculo de intelectuales se exigía que lo que suele denominarse saber
erudito fuera lo más extenso posible para a partir de ahí formar y conformar
sus reflexiones acerca del mundo en que vivían que, como ya digo, no era “el
mundo de los mortales” sino el suyo propio.
Y sí, es cierto, la mayoría de los
intelectuales, con independencia de sus concepciones políticas, los realistas
como los idealistas, los liberales como los tradicionalistas, eran elitistas;
lo eran en tanto que se movían en círculos restringidos y separados del mundo y
no tenían la menor duda de la conveniencia de que así fuera; es por este motivo
y desde este punto de vista considerado, lo que determina que todos los
intelectuales fueran en mayor o menor medida antidemocráticos – incluso por muy
democráticas que a primera vista parecieran sus teorías: todos ellos estaban
intentando salvar “su mundo”, “su castillo” de los advenedizos, igual que los
integrantes de los clubs ingleses más prestigiosos se oponen ferozmente a la
apertura al “público” (“¡Público!”, piensan aterrorizados, “¡qué desagradable
palabra!”) al tiempo que criticaban la popularización del saber, puesto que a
sus ojos ello implicaba la deformación y la disolución del saber mismo (la
popularización del saber es la toma del poder del mundo de la sabiduría por ese
“¡Público!” al que tanto temen los socios de los más selectos clubs ingleses.)
Esto se muestra especialmente en el capítulo final de la era de las neutralizaciones y de las despolitizaciones en el
apartado 2, titulado “Las etapas de la neutralización y despolitización” “Del abismo de una nada cultural y social
surgían una y otra vez nuevas masas ajenas y hasta hostiles a la cultura y al
gusto tradicionales. (...) El miedo a la nada cultural y social fue en parte
más bien producto de un terror pánico ante las amenazas al status quo que de un
conocimiento ecuánime sobre la peculiaridad de los procesos espirituales y de
su dinámica”. (pg.120) y
anteriormente en la página 113 había
escrito; “Al teólogo y predicador del siglo XVI le sigue el erudito sistemático
del siglo XVII, que vive en una verdadera república de los sabios y se encuentra
muy alejado de las masas.” La pregunta que formula Schmitt es la de “hasta
qué punto los economistas nacionales y
los síndicos con formación de economistas pueden representar una élite
espiritual con capacidad de dirección.”
En efecto: los nuevos tiempos a los que todos esos intelectuales hubieron
de hacer frente no resultaron fáciles en absoluto. La Torre de Marfil en la que
los estetas se habían refugiado había sido derruida. Oscar Wilde murió
sepultado bajo sus escombros y Huxley aún tuvo tiempo de huir y aunque nunca
llegó a decidir en cual de las otras Torres del Castillo refugiarse: si en la
Torre de la Mística o en la Torre Racionalista, al final de sus días pareció
decantarse por la primera.
Carl Schmitt y sus contemporáneos estaban parapetados
en la Torre Racionalista del Castillo del Saber; Torre que, al igual que la
Torre de Marfil de los estetas en su momento, estaba empezando a temblar y
amenazaba con desmoronarse de un momento a otro ante las embestidas del
exterior y su fragilidad interior.
Lo que se ha dado en llamar pesimismo cultural, que no es más que la
repetida advertencia que los intelectuales alemanes de la época hacen ante el
peligro de la decadencia cultural, expresa en realidad el desasosiego que éstos
experimentaban al constatar que la Torre Racionalista en la que todos ellos
habitaban, fuera cual fuera su tendencia, se estaba tambaleando. En dicha situación
unos intentan resguardarse en otra Torre, otros huyen y algunos hacen alianzas
con el enemigo: popularizan el saber y se integran en el proceso de marketing.
En definitiva, se venden a la consideración y demanda social, adaptando sus
teorías a la moda y al gusto “del mundo” en vez de dedicarse al desarrollo y
criterio individual independiente de cualquier valoración social.
La confianza ilustrada en “el mundo” y en el libre deseo de mejorarse del individuo dinamitó el castillo del saber en el
que los intelectuales normalmente habitaban y éstos no tardaron en comprender que ese
“su mundo” había desaparecido. Los miembros de los más selectos clubs ingleses
asistían con pavor al hundimiento de sus estructuras; uno de los cataclismos
más terribles, peor aún que el del ingreso de los advenedizos, de eso no me
cabe la menor duda, fue el ingreso de las mujeres. (Que en nuestros días actuales las intenten llevar
“casi” a rastras al mundo de la tecnología, porque en el de la ciencia hace
siglos que están, me inclina a pensar que se trata de una conspiración para que
dejen de “husmear” en los legajos que los hombres consideran propios. La conspiración se agrava cuando se observa que,
curiosamente, los medios de comunicación alientan a los varones a mostrar su
lado más sensible, pero no les animan ni a escribir poesía, ni a dedicarse a la
cultura.)
Esto no es más
que una muestra de hasta qué punto ese “su mundo” había quedado derruido. No es
que los intelectuales formen parte del grupo de los “sin techo” es que son
además los “sin suelo”.
b) El nihilismo.
La desaparición del Axioma Primero (al cual los ilustrados no mataron sino
que, como Nietzsche muy bien supo ver, simplemente murió) y su sustitución por
el Axioma Hombre dejó al descubierto tanto la debilidad como la soledad del
individuo. Ser Axioma lo obligaba primero a confrontarse con la figura del
héroe (naturaleza humana y divina), dejando al descubierto la debilidad de su
naturaleza humana; pero es que además, tenía que enfrentarse al hecho de que ya
no existía un refugio en el que poder fortalecer esta debilidad, porque el
Axioma Primero Dios, que era el que hasta entonces se lo había prestado, había
muerto. El hombre quedaba así pues sentenciado a ser "en el mundo" hombre sin refugio
y sin ideales supremos.
En eso consiste el nihilismo: en que el hombre descubre, comprende, que no
es un héroe, que no tiene fuerza para hacer suyas los ideales ilustrados de
progreso infinito y ascendente y de que está solo ante la eternidad sin axiomas
últimos y con una sola arma: la elección.
El hombre nihilista está condenado a
elegir.
En la práctica la actitud que el individuo puede tomar ante el nihilismo
son fundamentalmente tres. A decir:
1.La elección de la muerte.
2.La elección ética.
3.La elección anti-ética.
En cada una de estas opciones, la elección no es sólo
libre sino consecuente. Sin embargo en esta “elección” cabe una cuarta
posibilidad, que es la que Nietzsche denuncia una y otra vez, por ejemplo en su
obra “Utilidad y Perjuicio de la Historia para la vida”. En este ensayo el
autor alemán expone el problema que padece el individuo de su tiempo: el de no
tomarse en serio a sí mismo.
Este no tomarse en serio a sí mismo le aparta de
la autenticidad de la toma de decisión.
En efecto, en cualquiera de los otros
tres casos la elección del individuo era radical y auténtica. Ahora el
individuo ha descubierto que puesto que lo lineal se ha demostrado ilusorio, su
decisión tampoco tiene por qué serlo y por tanto no tiene porqué ser
consecuente ante una existencia carente de sentido. Es en este preciso instante
cuando el individuo deja de tomarse en serio a sí mismo y por tanto tampoco
puede tomar en serio sus propias elecciones. La existencia no tiene sentido, su
existencia tampoco; por tanto, tampoco sus decisiones la tienen ni tienen por
qué tenerla. Este no tomarse en serio provoca, pues, que la toma de su decisión
no sea ni radical ni auténtica. Así que, enlazando con el planteamiento de
Nietzsche, el individuo que no se toma a sí mismo en serio, primero adopta la
pose irónica y luego termina cayendo en el cinismo. Ese hombre no tiene una
actitud ni coherente, ni sincera ni responsable, ni consecuente. Elige según el
momento y el humor; elige sin reglas ni motivos; elige simplemente “porque sí”
o “porque no”. En su elección no hay motivos, únicamente “apetencias”. Le
apetece o no le apetece. Esto conduce, en efecto, al nacimiento del primer
hombre o del último, según se prefiera, pero en cualquier caso genera el caos
en la personalidad del individuo que al no considerarse en serio ha perdido el
último asidero que le quedaba a la posibilidad de elegir y se ve arrojado
indefectiblemente al cinismo.
Ello conduce no sólo al estancamiento y caída del individuo (que es lo que
principalmente le interesaba a Nietzsche) sino de la sociedad entera (que es lo
que a mí me desasosiega) porque de repente no es que no haya Axioma Primero, es
que tampoco hay individuos responsables dispuestos a mantener la sociedad en
pie, aunque sea por el simple hecho de que como dijo Terencio en boca de su
personaje Cremes: “Homo sum: humani nihil a me alienum puto” (“Nada de lo
humano me es ajeno”).
Schmitt no permanece ajeno a su tiempo, un tiempo que asiste con horror a
las consecuencias en las que la desaparición del Axioma Primero ha abocado al hombre
y a su sociedad: el nihilismo; y además al más terrible de todos ellos: al
nihilismo cínico.
Unos tomarán la postura “realista” y
desde ahí analizarán la situación político-estatal intentando resolverla según
se presenten los hechos y las circunstancias, lo que desembocará en un
tratamiento casuístico de los problemas políticos; otros tomarán la postura
teológica e intentarán restablecer la importancia de la religión porque la
considerarán espíritu en contra del nihilismo y de la técnica, que es materia
muerta. Schmitt se niega a considerar que el nihilismo materialista al que debe
enfrentarse su época sea simplemente “materia muerta”. En su opinión el
materialismo es una metafísica activista. La religión no puede recuperarse sin
más, la tradición no puede simplemente ser restablecida. Justo porque el
materialismo es una metafísica y además activa (lo que en palabra de Ortega y
Gasset podría denominarse “fe viva”) es por lo que aquellos que quieran
reinstaurar la religión y la tradición
tendrán que luchar para conseguirlo.
Sin embargo la victoria, apunta Schmitt, no es fácil. Se necesita “la fuerza de un saber íntegro”. Nótese
que dice “fuerza”. Ello hace referencia a que ha de tratarse de un saber vivo y
sentido, que además haya de ser “íntegro” implica su carácter ético unido al carácter de
absoluto, de atender a todas las perspectivas que se abran. Ha de contener la
fuerza de un saber vivo. Este "saber vivo" no tiene en mi opinión nada que ver con "popularización", sino una llamada de atención a los intelectuales a mantenerse
activos y a considerar el conocimiento no como un producto en conserva, que se
toma directamente después de abrir la lata, ni como instrumento escolástico
sino como auténtica actividad mantenidad por el deseo, la curiosidad y la sinceridad; esto es: la integridad.
“El espíritu de la
tecnicidad que ha conducido al credo masivo de un activismo antirreligioso en
el más acá, es espíritu; puede que sea
un espíritu maligno y demoníaco, pero lo que no se puede es rechazarlo como
mecanicista y atribuírselo a la técnica. Puede que sea algo cruel, pero en sí
mismo no es ni técnico ni cosa de la máquina. Es la convicción de una
metafísica activista, es fe en un poder y dominio sin límites del hombre sobre
la naturaleza, incluso un poder sobre la physis humana, en un ilimitado “retroceso
de las barreras naturales” en posibilidades ilimitadas de modificación y
felicidad de la existencia humana en el más acá. A esto se lo podrá llamar
fantástico o satánico, pero no simplemente muerto, carente de espíritu o
mecánica sin alma” (Pg.120).
Y es justo por esta última frase por lo que Schmitt está convencido de la
imposibilidad de neutralidad en ningún ámbito de la existencia, mucho menos en
el moral. Porque de tratarse de una mecánica sin alma no haría falta luchar.
“Una agrupación que vea de
su lado sólo espíritu y vida, y del otro sólo muerte y mecánica, no significa
ni más ni menos que la renuncia a la lucha (...) Pues la vida no lucha con la
muerte, ni el espíritu con la falta de él. El espíritu lucha contra el
espíritu, la vida contra la vida, y es de la fuerza de un saber íntegro de
donde nace el orden de las cosas. Ab integro nascitur ordo. (pg
121/122)
Segundo error, segundo problema.
2. La inhabilitación del Axioma Político (Estado) y su sustitución por el
liberalismo económico.
El Estado se enfrentaba al mismo problema que el individuo: al problema del
nihilismo En este sentido, el hecho de que el Estado ya no se asentara en
premisas teológicas obligaba a replantearse al Estado como axioma de lo
político. Esto no le pasó desapercibido a Schmitt.
“Encontrar
una respuesta al problema de la desaparición del Estado clásico y a la
confusión de conceptos no es fácil. El tiempo de los sistemas ha pasado. (...)
ahora ya no se puede seguir edificando de esa manera (...) una posibilidad
distinta y alternativa sería pasarse al aforismo. Pero a mí como jurista que
soy, eso me resulta imposible. En el dilema entre sistema y aforismo sólo
conozco una salida: mantener presente el fenómeno y someter las cuestiones que
brotan incesantemente de situaciones siempre nuevas y tumultuosas a la
verificación de sus criterios. Así un conocimiento enlaza con el anterior y
empieza a formarse una cadena de corolarios” (pg. 46/47)
¿Qué actitud tomar ante la falta de sentido final de la existencia y ante
la carencia de un Axioma Primero y Absoluto? Como sucedía en la esfera de lo
individual, tres eran las posibilidades principales:
1) La de la elección de la muerte para que la libertad no pueda ser
impedida por la existencia aun a sabiendas de que esta libertad se corresponde
con la Nada. En el plano de una sociedad esto se traduce en un descenso
preocupante de la natalidad, la introducción de la eutanasia, la legalidad del
aborto, de la esterilización y del suicidio; desde la perspectiva de Schmitt
(inspirada por Maquiavelo) un pueblo elige la muerte cuando se declara no
beligerante o se opone a combatir al enemigo cuando es asaltado por éste, o
cuando busca un protector que le defienda con lo que se someterá libremente a
las premisas de ese defensor. En cualquier caso, afirma Schmitt, el resultado
es que un pueblo débil desaparecerá.
2) La del imperativo categórico que un individuo se da a sí mismo y que
implica la responsabilidad del individuo hacia la existencia y la libertad de
elección del modo de actuar aunque esa actuación no esté respaldada por un
Axioma Primero sino únicamente por la decisión libre del individuo, lo cual
supera desde un punto de vista práctico el nihilismo. Trasladado al plano político, ésta sería la
del Estado Liberal, que asienta sus premisas en los Derechos universales -
entre los que se incluyen los derechos universales del individuo - y en el
principio de Humanidad. (Schmitt sin embargo es el hombre que sufre la ruptura
y caída de la sociedad liberal de su tiempo. Y es justo aquí donde se centra
todo su pensamiento y toda su desesperación)
3) La consideración de que puesto que “Dios no existe, todo está permitido”
. El más nítido representante de esta idea en el ámbito político es el Estado
totalitario, que emplea cualquier medio e instrumento que permita la pervivencia
del régimen. (Y que Schmitt sarcásticamente pondrá como contra-ejemplo a ese
liberalismo que agoniza. Más como el infierno que les espera, que como una nueva
esperanza. A veces tengo la impresión de que se unió al nazismo para tirarse de
cabeza al infierno y luego no quiso salir de él. ¿Pero quién sabe? Por lo visto
incluso en sus diarios se declara antisemita; pero ¿puede uno confiar en los
diarios del paranoico que según se dice era Schmitt? En fin. Dejemos el tema de
su biografía porque no le veo solución alguna)
En cualquier caso y al igual que sucedía en el caso del individuo, hay que
considerar que cada una de estas decisiones son libres, radicales y
consecuentes. Desde la perspectiva estatal, el problema del cinismo no afecta
ni a la sociedad que lenta pero inexorablemente elige morir ni a los Estados totalitarios cuyo principal
objetivo desde el momento mismo de su constitución es utilizar la ley y los
medios que sean necesarios para mantener el régimen estatal y su unidad.
El único Estado pues al que incumbe la cuestión del cinismo, con todas las
consecuencias que conlleva es al Estado Liberal (o ético por excelencia), en
tanto que únicamente él puede perder realmente la eticidad.
En efecto, si el Estado Liberal deja de tomarse en serio a sí mismo, si su
unidad está formada a base de individuos cínicos que no creen lo que dicen y
por tanto tampoco creen en la unidad del Estado, en la importancia de lo
político y de la cohesión social, en la distinción clara de amigo/enemigo y
puesto que no cree en nada tampoco es capaz de determinar quién es amigo y
quién enemigo, si los ciudadanos se reúnen en asociaciones no políticas con
conflictos irresolubles entre ellas, resulta entonces que los derechos
universales pasan a ser el trofeo de aquél que antes se haga con ellos y los
presente como suyos, y las leyes son no la expresión de la imparcialidad y
objetividad sino la consecuencia de la voluntad del
legitimador. La ley deja de ser el garante contra los abusos del legitimador,
que es lo que las teorías positivistas pretendían y se convierten en el instrumento de
un legitimador oculto tras el velo de los derechos y principios universales. Y
desde el momento en que uno los presenta como suyos ese uno puede lanzarse a la
guerra más monstruosa para justamente luchar por ellos sin ni siquiera tener
que declarar la guerra, jurídicamente regulada y declarada por Estados,
primero: porque no hay Estados, puesto que la unidad no existe y no existe
porque ni siquiera hay una unidad individual y segundo: porque cada uno puede
considerarse “propietario”, “representante” y “defensor” de esos derechos. Mientras
el sistema liberal permanece ajeno a la realidad, son sus enemigos: los
revolucionarios y fundadores de los nuevos sistemas totalitarios precisamente,
asegura Schmitt, quienes han percibido
su debilidad.
Desde mi punto de vista lo que Schmitt intenta es, más que imponer
determinados criterios concretos, denunciar el abismo en el que el estado
liberal está cayendo sin que sus contemporáneos anclados en el ciego optimismo
en el hombre y en la sociedad de la ilustración, lo noten.
Y ese abismo se
llama cinismo. Los principios se mantienen por inercia, como si marcharan por
sí solos, como si no hiciera falta más que seguir camino del ascendente y sin
que , por tanto, se requiera de ninguna creencia para llevar a sus principios
adelante y da igual lo que se haga y lo que se diga, da igual la ruptura
individual. Como en la sociedad cínica ni la existencia, ni el individuo, ni
tan siquiera la muerte, son conceptos a tener en cuenta, tampoco lo son el
conocimiento, la consideración y el respeto hacia el otro. A partir de ese momento
lo único que cuenta es el instante separado de todos los otros instantes. De
ahí a llegar al estado de naturaleza que describía Hobbes en su libro El
Leviatán, en el que rige la guerra de
todos contra todos, sólo hay un paso.
La cuestión del Estado en
Schmitt es una de la más
problemáticas a pesar de que en principio no parece plantear problemas.
“El concepto del Estado
supone el de lo político. De acuerdo con el uso actual del término, el Estado
es el status político de un pueblo organizado en el interior de unas fronteras
territoriales. (...) El Estado representa un determinado modo de estar de un
pueblo, esto es, el modo que contiene en el caso decisivo la pauta concluyente,
y por esa razón, frente a los diversos status individuales y colectivos
teóricamente posibles, él es el status por antonomasia”. (Pg.49)
“El hecho de que el Estado sea su unidad, y
que sea justamente la que marca la pauta, reposa sobre su carácter político.
Una teoría pluralista es, o la teoría de un Estado que alcanza su unidad en
virtud de un federalismo de asociaciones sociales, o bien simplemente una
teoría de la disolución o refutación del Estado.” (pg.73)
Llegados a este punto se
hace necesario explicar la distinción que Schmitt traza entre Estado como
unidad política, Estado liberal y Estado total.
1. Estado considerado como unidad política
Esta, según Schmitt, es la definición correcta de Estado.
“El Estado como unidad política
es constituido por una agrupación humana que es decisiva y soberana en el
sentido de que siempre por necesidad conceptual posee la competencia para
decidir en el caso decisivo aunque se trate de un caso excepcional”. (pg
68)
Esta “unidad” en Schmitt no plantea ningún problema porque se
trata de una agrupación según la dicotomía amigo/enemigo y sus motivos pueden
ser, dice Schmitt, de diferente naturaleza en cada momento y época. Lo que en
la teoría no pasa de ser una concepción contractual de la constitución del
Estado, obliga dada la especial biografía y el especial momento en que Schmitt
vivió, cómo de coherente ha de ser ese grupo. En mi opinión, sin embargo, creo
que lo importante para Schmitt no es la homogeneidad de raza ni de religión, y
puede que ni siquiera la de cultura sino la homogeneidad en la consideración de
amigo/enemigo.
“Lo político puede extraer
su fuerza de los ámbitos más diversos de la vida humana, de antagonismos
religiosos, económicos, morales, etc. Por sí mismo lo político no acota un
campo propio de la realidad, sino sólo un cierto grado de intensidad de la
asociación o disociación de hombres. (...)La agrupación real en amigos y
enemigos es en el plano del ser algo tan fuerte y decisivo que, en el momento
en que una oposición no política produce una agrupación de esa índole pasan a
segundo plano los anteriores criterios “puramente” religiosos o “puramente”
económicos o “puramente” culturales, y dicha agrupación queda sometida a las
condiciones y consecuencias totalmente nuevas y peculiares de una situación
convertida en política con frecuencia harto inconsecuentes e “irracionales”
desde la óptica de aquel punto de partida “puramente” religioso, “puramente”
económico o fundado en cualquier otra “pureza”. (Pg. 68)
La cuestión que le interesa a Schmitt es la de afirmar que el Estado es una
agrupación humana que constituye una unidad política. Esta unidad política
además “marca la pauta” en el sentido
de que se trata de una unidad decisiva y soberana, en tanto en cuanto que puede
decidir en el caso decisivo, aunque se trate de un caso excepcional. (Pg.68)
“El Estado, en su condición
de unidad política determinante, concentra en sí una competencia aterradora: la
posibilidad de declarar la guerra y en consecuencia de disponer abiertamente de la vida de
las personas. Pues el ius
belli implica tal capacidad de
disposición: significa la doble posibilidad de requerir por una parte de los
miembros del propio pueblo la disponibilidad para matar y ser muertos, y por la
otra de matar a las personas que se encuentran del otro lado del enemigo. Sin
embargo la aportación de un Estado normal consiste sobre todo en producir dentro del Estado y su territorio una pacifiación
completa, esto es, en procurar “paz, seguridad y orden” y crear así la
situación normal que constituye el presupuesto necesario para que las normas
jurídicas puedan tener vigencia en general, ya que toda norma presupone una
situación normal y ninguna norma
puede tener vigencia en una situación anómala por referencia a ella.
Esta necesidad de
pacificación dentro del Estado tiene como consecuencia, en caso de situación
crítica que el Estado como unidad política, mientras exista como tal, está
capacitado para determinar por sí mismo también al “enemigo interior” (Pg.75)
Es en esta cita, en mi opinión, en la que muchos extremistas (sean de la
tendencia que sean) se apoyan para reivindicar
a Schmitt como inspirador intelectual. Tres son los conceptos de los que se
sirven: “unidad”, “posibilidad de declarar la guerra” y “determinar al enemigo
interno”. Esto les resulta suficiente como base para a partir de ahí empezar a
edificar su propio proyecto. Lamentablemente concluyen en lo que el propio
Schmitt anticipó: en el Estado Total y esto no tiene nada que ver con la idea
primera de Schmitt. Lo que Schmitt pretende salvar es la unidad del Estado y la
dicotomía: amigo/enemigo.
Hasta cierto punto, lo que Schmitt pretende es
superar el caos y la confusión que imperan en la Torre Académica y Política de
su tiempo. No es un Estado Total ni totalitario lo que pretende, sino un Estado
unitario. Son dos cosas diferentes. La unidad en Schmitt no se basa, vuelvo a
repetir, en la religión ni en la economía ni en los presupuestos morales sino
en el claro establecimiento de quiénes son los amigos y quiénes son los
enemigos y contra quién hay que luchar sin ser un asesino y contra quién no. Lo
que pretende, por muy “realistas” (al estilo de Maquiavelo y Hobbes) que sean
sus premisas, es superar el relativismo e incluso el cinismo de toda una época
(la suya) concretizando los fines y los objetivos políticos, pero puesto que lo
político incluye la posibilidad de lucha, lo primero que hay que hacer es
concretar el amigo y el enemigo; y eso incluye tanto el exterior como el
interior del Estado. En realidad, algo así es lo que se ha visto obligado a
hacer el Estado de Derecho a causa de los atentados terroristas
perpretados por residentes en el propio país.
2. El Estado concebido como
Estado Liberal
La definición de Estado
liberal que ofrece Schmitt es indisoluble a la crítica que le hace y se apoya
en varias premisas.
a) El liberalismo no es una verdadera teoría del Estado ni una idea política
“Pues si bien es cierto que
el liberalismo no ha negado radicalmente el Estado, no lo es menos que tampoco ha
hallado una teoría positiva ni una reforma propia del Estado, sino que tan sólo
ha procurado vincular lo político a una ética y someterlo a lo económico; ha
creado una doctrina de la división y equilibrio de los “poderes”, esto es, un
sistema de trabas y controles del Estado que no es posible calificar de teoría
del Estado o de principio de construcción política” (Pg. 90)
La consecuencia más inmediata que se deriva de esto es, a decir de Schmitt,
la de que puesto que las dos únicas teorías que defienden la antropología del
hombre son el anarquismo y el liberalismo y teniendo en cuenta que el
anarquismo niega radicalmente el Estado (apoyado en esta bondad natural del
hombre) y el liberalismo no es una auténtica teoría del Estado ni una idea
política (puesto que transforma y diluye hasta hacerla desaparecer la oposición
amigo/enemigo), no queda más remedio que admitir algo que “no dejará de inquietar a muchos: que todas las teorías políticas
propiamente dichas presuponen que el hombre es “malo” y lo consideraran como un
ser no sólo problemático sino “peligroso” y dinámico” (pg.90)
Schmitt apoya esta afirmación asegurando que “Teóricos de la política como Maquiavelo, Hobbes, frecuentemente
también Fichte, lo único que hacen con su “pesimismo” es presuponer la realidad
o posibilidad real de la distinción entre amigo y enemigo. En este sentido hay
que entender en Hobbes, pensador político grande y sistemático donde los haya,
en primer lugar la concepción “pesimista” del hombre; en segundo lugar, su
correcta comprensión de que lo que desencadena las más terribles hostilidades
es justamente el que cada una de las partes está convencida de poseer la
verdad, la bondad y la justicia, y finalmente, en tercer lugar, que el bellum
de todos contra todos no es un engendro de una fantasía obcecada y cruel, ni
tampoco una mera filosofía de una sociedad burguesa que se está construyendo
sobre la base de la libre “competencia” (Tönnies), sino que se trata de
presupuestos elementales de un sistema de ideas específicamente político.” (Pg. 93/94)
Por otra parte es consciente de que “los hombres en general, al menos
mientras la vida les resulta soportable o mientras les va bien, aman la ilusión
de una quietud no amenazada y no soportan a los “pájaros de mal agüero”, (Pg
94) con lo cual no les resulta difícil descalificar a los pensadores políticos
realistas de “inmorales, no económicos, acientíficos, y sobre todo –que es lo
que importa políticamente- declararlos hors-la-loi en calidad de obra diabólica
que hay que combatir” (pg. 94) Al leer esta última expresión supuse que con
ella Schmitt se estaba refiriendo de manera encubierta a la obra que Strauss
había escrito sobre Maquiavelo, en la que llega a calificarlo de demoniaco y a
compararlo con el Príncipe de las Tinieblas. Pero la obra de Schmitt es de 1932
y la de Strauss fue publicada en 1958, así que imagino que la utilización del
calificativo de “demoniaco” debía estar a la orden del día en aquella época.
La pregunta que se hará Schmitt es la de si el liberalismo individualista
puede llegar a ser una idea política.
“La respuesta tiene que ser negativa.
Pues la negación de lo político que contiene todo individualismo consecuente
conduce desde luego a una práctica política, la de la desconfianza contra todo
poder político y forma del Estado imaginable, pero nunca a una teoría positiva
propia del Estado y de la política. Existe pues una política liberal, en el
sentido de una contrapropuesta polémica a las limitaciones estatales (...) Pero
lo que no hay es una política liberal de carácter general, sino siempre
únicamente una crítica liberal a la política. (...) Se trata de convertir al
Estado en un “compromiso” y a sus instituciones en “válvulas” (...) (pg98)
b) El liberalismo afirmando la pluralidad,
destruye el Estado.
Lo convierte en una asociación política equiparable a las asociaciones de
carácter religioso, económico, etc. Esto genera, a juicio de Schmitt, graves
consecuencias: en primer lugar las teorías liberales son, llegados a esta
situación, incapaces de definir qué es lo político; con lo cual el Estado
termina transformándose en una sociedad en competencia con otras. (pg.73); en segundo lugar, cuando el
liberalismo disuelve la unidad del Estado y afirma que la vida de un individuo
se desarrolla en una pluralidad de asociaciones, olvida que muchas de esas
asociaciones resultan inconciliables y vinculan al individuo “a una “pluralidad
de obligaciones y lealtades” sin que quepa decir de alguna de estas
asociaciones que es la incondicionalmente decisiva y soberana.” (pg.70) Es decir, se abandona el axioma
Estado y con ello se despoja al sujeto del último reducto que le quedaba para
poder agarrar y sostener su existencia. Su unidad como individuo quedaba rota
cuando la Ilustración metafísica le despojó del Axioma Dios y ahora la
Ilustración política le arrebata su unidad como ciudadano al destruir el Axioma
político Estado. Si la pérdida del Axioma Dios lo dejaba a expensas del
Nihilismo, la pérdida del Axioma Estado lejos de hacer desaparecer lo político
a base de convertir al Estado en apolítico, consigue o bien tener que recurrir
a “un concepto último, abarcante,
monista-universal y nada pluralista”, como hacen Cole y Laski con su idea
de “sociedad” y de “humanidad” (pg.73) o
bien que todo sea político, con lo que se origina el Estado Total (pg.53)
Igualmente se muestra contrario a la ecuación que identifica política con
política de partidos porque en su opinión esta política de partidos aparece a
medida que se debilita la unidad política del Estado. La rivalidad entre los
partidos adquiere entonces una intensidad de tal embergadura que la oposición
amigo/enemigo deja de pensarse con respecto a la política exterior y empieza a
ser interna, con lo que se puede llegar al estallido de la guerra civil. (pg. 62)
c) La ingenuidad del liberalismo de creer en el sueño utópico-místico de un
solo Estado.
El liberalismo estaba convencido que las cosas irían por sí solas, sin
ningún grupo de poder que las dirigiese, aunque fuera de forma oculta, lo que a
juicio de Schmitt encierra una ingenuidad destructiva. “Lo que hay que preguntarse es a qué hombres correspondería el
tremendo poder vinculado a una civilización económica y técnica que
comprendiese el conjunto de la Tierra. La pregunta no se puede desvirtuar con
la esperanza de que para entonces todo “iría solo” que las cosas “se
administrarían a sí mismas” y que ya no haría falta que unos hombres gobernasen
a otros, ya que todos serían absolutamente “libres”. La pregunta es justamente
“libres para qué” (pg.87)
d) El liberalismo comete un grave error cuando abandona la dicotomía
amigo/enemigo e introduce en su lugar la desmilitarización y la
despolitización.
En lugar de conservar la dicotomía esencialmente política amigo/enemigo,
dice Schmitt, el liberalismo prefiere moverse en “el seno de una polaridad típica y recurrente entre dos esferas
heterogéneas, las de la ética y economía, espíritu y negocio, educación y
propiedad” (Pg.98/99) (...) Conviene no olvidar que estos
conceptos liberales se mueven siempre típicamente entre la ética (espiritualidad)
y la economía (los negocios), e intentan, desde estos dos polos, aniquilar lo
político como esfera de la “violencia invasora". Así el concepto político de la
lucha se transforma en el pensamiento liberal, por el lado económico en
competencia, y por el lado espiritual, en discusión.” (pg.99)
La tesis que defiende el liberalismo es que el individuo no tiene que
combatir a vida y muerte contra ningún enemigo si él no lo quiere
personalmente; “obligarle a combatir
contra su voluntad sería desde el punto de vista del individuo privado, falta
de libertad, violencia” (pg.99)
El resultado de todo ello es la introducción de lo que Schmitt denomina sistemas de conceptos desmilitarizados y
despolitizados y la sustitución de los opuestos “guerra” y “paz” por los de
la “competencia eterna” y de la “eterna discusión”.”El Estado se torna sociedad: del lado ético-espiritual, como
representación ideológico-humanitaria de la humanidad; del lado contrario como
unidad técnico-económica de un sistema unitario de producción y tráfico. La
voluntad lógica y natural de rechazar al enemigo, dada dentro de la situación
de lucha, se convierte en la construcción racional de un ideal o programa
social, en una tendencia o un cálculo económico. El pueblo como unidad política
se convierte, por un lado, en público interesado culturalmente, por el otro en
personal laboral o empresarial y en masa de consumidores. Dominio y poder se
convierten en propaganda y manipulación de masas, por lo que se refiere al
aspecto espiritual, y en control por lo que se refiere al aspecto económico” (pg.100)
"Por otra parte pensar que una posición política obtenida con ayuda de la
superioridad económica tendría que ser “esencialmente no belicosa” (como
afirmaba J. Schumpeter) (...) era igualmente equivocado. Lo único esencialmente
no belicoso aquí es la terminología, y ello por la esencia misma de la
ideología liberal. (...) El adversario ya no se llama enemigo, pero en su
condición de estorbo y ruptura de la paz se lo declara hors-la loi y hors
l´humanité. (...) también este sistema, presuntamente apolítico y en apariencia
incluso antipolítico está al servicio de agrupaciones de amigos y enemigos
(...) y no podrá tampoco escapar a la consecuencia interna de lo político.” (pg. 106)
e) El Estado liberal deja de tomarse en serio y consiguientemente deja de ser
ético.
Con ello terminan de derrumbarse los presupuestos éticos en los que el
liberalismo económico pretendía apoyarse y adopta posturas cínicas, hedonistas
o derrotistas.
En opinión de Schmitt es el concepto liberal de “autonomía”, el que termina de dar el “coup de grace” al
liberalismo; en primer lugar porque especializa los diferentes ámbitos de la
existencia hasta llegar incluso a aislarlos; en segundo lugar, porque desaparecen
los criterios de valor con lo cual llegamos a la posmodernidad, en la que nada
tiene que ver con nada y en la que cualquier opinión es válida. “Le parece totalmente natural que el arte
sea hijo de la libertd, que los juicios de valor estéticos hayan de ser
incondicionalmente autónomos y el genio artístico soberano. En algunos países
no se produjo un pathos genuinamente liberal hasta que esa libertad autónoma
del arte no se sintió amenazada por el moralismo de los “apóstoles de la
moralidad”. A su vez la moral se autonomizó respecto de metafísica y religión,
la ciencia se desligó de religión, arte y moral, etc.” (pg.100)
Por otra parte, Schmitt denuncia lo que también otros muchos intelectuales
de la época denunciaran: la falacia del
lenguaje. El lenguaje tampoco se
toma en serio a sí mismo y por eso,
lejos de servir para razonar y argumentar en búsqueda de la verdad, sirve para
mentir, encubrir y ocultar. Se inventan nuevos términos para significar nuevas
ideas que en realidad están encubriendo viejos conceptos. En realidad, dice
Schmitt, ello se debe a que el propio lenguaje lleva en sí mismo la lucha. "El
sentido polémico que tienen todos los conceptos y palabras y que es utilizado
con vistas a un antagonismo concreto (...) cuya consecuencia última es una
agrupación según amigos y enemigos (...) pero que en cuanto pierde vigencia esa
situación se convierte en abstracciones vacías (...)” (pg. 60). Un ejemplo que pone Schmitt es el del empleo del término
apolítico, que puede utilizarse descalificativamente en el sentido de estar
fuera del mundo, o positivamente en el sentido de objetivo y
neutral, en contraposición a político.
Esto sin embargo, no tiene nada que ver con el hecho –reconoce Schmitt- de
que los términos y los conceptos cambian de significado a través del tiempo y
de que las connotaciones que tenían en un principio han ido transformándose e
incluso perdiéndose a lo largo del proceso histórico y que justamente por este
motivo se hace necesario interpretar y reinterpretar los conceptos adecuadamente
para no ser “estafados” por la inadecuada traslación de conceptos que algunos
hacen. “Si a lo largo de lo últimos
cuatro siglos ha estado desplazándose sin cesar el centro de gravedad de la
vida espiritual, con él han tenido que ir modificándose también incesantemente
la totalidad de los conceptos y de las palabras y es necesario tomar conciencia
de la polivalencia de cada palabra y de cada concepto. La mayoría de los
malentendidos, y ciertamente los más groseros de entre ellos (de los cuales por
cierto viven muchos estafadores), se explican como traslación incorrecta de un
concepto cuya raíz está en un cierto campo (sólo en la metafísica, o sólo en la
moral, o sólo en la economía) a los demás dominios de la vida espiritual.” (Pg 112)
Un tercer rasgo de este liberalismo decadente consiste según Schmitt,
además del fenómeno de la industrialización en el que se unen técnica y
economía, en la mercantilización del
arte y en el papel relevante que adquiere la economía en la sociedad, “el ejemplo más característico de esto lo
constituye la conocida construcción teórica de historia y sociedad del sistema
marxista.” (Pg.111)
“Con el siglo XIX lo que
aparece es la era en la que se establece una conexión al parecer híbrida e
imposible entre tendencias estético-románticas y económico-técnicas. En
realidad el romanticismo del XIX (...) no significa sino la etapa intermedia de
lo estético entre el moralismo del XVIII y el economicismo del XIX, una mera
transición que se logró introduciendo la estética en todos los dominios del
espíritu, y por cierto con gran facilidad y éxito. Pues el camino que va de la
metafísica y la moral a la economía pasa por la estética, y la via del consumo
y disfrute estéticos, todo lo sublime que se quiera, es la más cómoda y segura
para llegar a una “economificación” general de la vida espiritual y a una
constelación del espíritu que halle las categorías centrales de la existencia
humana en la producción y el consumo.” (Pg. 111)
Respecto al marxismo, Schmitt lo
pone como ejemplo de un sistema en el cual “la
economía es la base y el fundamento, la “infraestructura” de todo lo
espiritual. (...) En su conjunto el marxismo quiere pensar en términos
económicos y se mantiene en ello hijo del siglo XIX, que es esencialmente
económico.” (Pg. 111)
Con su despiadada crítica al liberalismo Schmitt pretende mostrar y
demostrar que la desaparición del Estado como Axioma político no introduce más
libertad individual, sino que convierte a esos individuos descompuestos y
rotos, que no se toman en serio a sí mismos, en descompuestos y rotos conceptos
que no significan lo que dicen significar, que construyen una ecuación en la
cual “economía = espiritualidad”, que pretenden superar e incluso negar la
realidad a base de nuevos constructos terminológicos como competidor,
discutidor, lo que lejos de cambiar lo real únicamente introduce más confusión
y caos en el pensamiento. En resumen: el liberalismo se engaña a base de ideas
y términos ilusorios simplemente porque los avances tecnológicos le han llevado
a creer que todo es posible. Incluso lo imposible. El nihilismo se impone en
todos los terrenos porque el hombre en esa infinita posibilidad ha perdido su
centro y ha dejado de tomarse en serio.
Conclusión
Así pues el liberalismo niega lo político al negar lo que es connatural a
él que es la lucha y hacer desaparecer la dicotomía amigo/enemigo, Pg 65) – “pues es constitutivo del
concepto de enemigo que en lo dominio de lo real se dé la eventualidad de una
lucha” (pg 62) aunque lo político no
sea la lucha misma sino “la conducta
determinada por esta posibilidad real (...) así como en el cometido de
distinguir correctamente entre amigos y enemigos” (pg 67) - e introduce en su lugar las figuras del adversario oral y
el competidor económico pensando que así evita la confrontación
amigo/enemigo, al tiempo que hace fracasar a la libertad porque en un Estado
único, en el que todo marchara por si solo dependería únicamente de “una confesión de fé antropológica” (pg.87), más que de la posibilidad real
del uso de la libertad. Por otra parte intentar acabar con el fenómeno de la
guerra no es más que una ilusión porque la guerra “no tiene un sentido normativo sino existencial” (pg 78) “Desde este punto de vista “renegar de la guerra como asesinato para
pretender luego que los hombres hagan guerras, se maten y se dejan matar en
ellas, para “que nunca más haya guerra” es un engaño manifiesto” (pg. 78)
El Estado Total
En contraposición al Estado como unidad y al Estado liberal, el tercer tipo
de Estado que aparece en la obra de Schmitt es el del Estado total. El Estado total se basa en la identidad entre Estado
y sociedad y está dispuesto a abarcar en potencia todos los dominios de lo
real. Todo lo que antes era estatal se vuelve social y todo lo que antes era
social se vuelve estatal, cosa que se produce con carácter de necesidad en una
comunidad organizada democráticamente. El Estado total se basa en la identidad
entre Estado y sociedad. En esta modalidad de Estado todo es, al menos potencialmente, político. (pg.53) La conclusión de Smitt es que ese Estado total acabará con
la despolitización del S.XIX y pondrá fin al principio (axioma) de una economía
libre (apolítica) y de un Estado libre respecto de la economía (pg. 56)
Para ser sinceros, Schmitt apunta más que describe las peculiaridades del
Estado Total.
Un tipo de Estado Total es el Estado Totalitario.
Uno podría preguntarse por qué Schmitt critica tan ferozmente al
liberalismo económico y no al comunismo, que Schmitt pone como ejemplo máximo del
Estado Total y al que en ocasiones incluso parece alabar. En mi opinión, porque
ya digo que no conozco la obra de Schmitt en profundidad, la impresión que he
tenido al leer sus comentarios acerca del comunismo bolchevique es la de que se
trata de un elogio amargo: Son justamente los revolucionarios comunistas como
Mao y Lenin los que muestran con absoluta claridad y nitidez la veracidad de las
tesis de Schmitt al aprovecharse de la debilidad del liberalismo económico para
conseguir el poder. Son ellos los que se benefician de la difumación y
dispersión de los límites entre amigo y enemigo, de la debilidad de considerar
el imperio de la ley olvidando la cuestión de la legitimidad. (pg.68) Por otra parte Schmitt reconoce
que el comunismo bolchevique ha hecho lo que el liberalismo burgués no se ha
atrevió a hacer: definir claramente al enemigo, provocar la ruptura y abolir la
monarquía.
El
comunismo bolchevique implica una unidad en el Estado, en tanto que ese Estado
es constituido por la decisión soberana de un grupo de hombres y a partir de
ahí se imponen una serie de leyes. Ese Estado se caracteriza por poseer una
unidad que posibilita en el interior la paz, el orden y la seguridad e
igualmente le capacita para determinar el enemigo interior a fin de evitar la
guerra civil. Respecto al exterior el Estado es el que establece la distinción
amigo/enemigo.
Por otra parte, y he aquí la paradoja, el Estado Total(itario) en tanto que representa una "unidad" y es capaz de determinar claramente quién es amigo/enemigo, encarna la definición de Estado que Schmitt considera apropiada. He aquí el grave problema que constituye la postura de Schmitt.
En cualquier caso, justamente porque el comunismo bolchevique utiliza las contradicciones
internas del liberalismo, se apropia de ellas y las utiliza en su propio
beneficio para imponerse frente a sus adversarios, representa, y Schmitt es
consciente de ello, el mejor ejemplo para mostrar hasta sus últimas
consecuencias adónde conducen la debilidad del liberalismo por un lado y las
advertencias de Schmitt, por otro. No tardará en surgir el fenómeno de los
fascismos, que no es sino otra forma de totalitarismo. Algunos pueden pensar
que el totalitarismo es cínico. Pese a las apariencias, esto es un error. El
totalitarismo es anti-ético y en este sentido utiliza cualquier medio a su
alcance para lograr su objetivo; pero no hay duda de que no es cínico en tanto
que se toma en serio, muy en serio, a sí mismo y a sus objetivos. En cambio es
el Estado Liberal, apoyado en una postura ética, el que se precipita al cinismo
cuando utiliza los derechos éticos para su propio hedonismo y capricho. Esa es
la caída del Angel,que le precipita en los avernos.
Es por ello por lo que resulta imperiosamente necesario atender a las
críticas de Schmitt y superarlas y esto por la misma razón por la que se hacía
ineludible responder al acertijo de la esfinge: Para mantener la vida, - como los
hechos inmediatamente posteriores se encargarán de demostrar.
¿Cómo solucionar los
inconvenientes de la pluralidad sin caer en el Estado Total?
He de reconocer que aquí
Schmitt hace malabarismos intelectuales cuando introduce el tema de la
pluralidad.
En primer lugar Schmitt reivindica la necesidad de una pluralidad política de Estados, lo que
en su terminología podría expresarse en la existencia de una pluralidad de
unidades políticas, que permita la existencia de lo político, es decir: la
distinción amigo/enemigo y la posibilidad real de lucha. “La humanidad como tal no puede hacer una guerra, pues carece de
enemigo, al menos sobre este planeta. El concepto de la humanidad excluye el
del enemigo, pues ni siquiera el enemigo deja de ser hombres, de modo que aquí
no hay ninguna distinción específica.” (Pg.83)
En segundo lugar, Schmitt admite una pluralidad cultural en la “Era de las Neutralizaciones y de las
Despolitizaciones”. Allí afirma que en los últimos cuatro siglos el espíritu
europeo ha ido recorriendo varias etapas o, lo que es lo mismo, dice, “ha ido
dando pasos de un centro de gravedad a otro”. Sin embargo, a juicio de Schmitt
“sería también un malentendido interpretar la secuencia de etapas como si en
cada uno de esos siglos no hubiese habido nada más que ese centro de gravedad.
Lo que existe siempre es más bien una cierta coexistencia pluralista de etapas
que ya han sido recorridas. Personas del mismo tiempo y el mismo país, incluso
de una misma familia, viven juntas cada una en una etapa diferente, y por
ejemplo el Berlin actual está más cerca, medido en distancia cultural, de Nueva
York o de Moscú que de Munich o de Tréveris” (Pg.110)
Así pues, Schmitt no sólo introduce el pluralismo sino incluso el
movimiento en su concepción. En efecto: los centros cambian y las etapas
coexisten y se superponen.
Hasta cierto punto es lógico que lo haga porque como después veremos la
construcción de Schmitt es, a mi modo de ver, dialéctica aunque distinta de la dialéctica
hegeliana. Y por dialéctica, el pluralismo no puede quedar a su libre albedrío.
¿Qué es pues lo que promueve el movimiento manteniendo al mismo tiempo la
unidad en ese pluralismo cultural cuyos sujetos se mueven en etapas diferentes?
La respuesta de Carl Schmitt no se hace esperar: las clases dirigentes.
“El desplazamiento de los
ámbitos centrales se refiere pues tan sólo al hecho concreto de que en estos
cuatro siglos de historia europea han ido cambiando las élites dirigentes; la
evidencia de sus convicciones y argumentos se ha ido modificando sin cesar,
como se ha ido modificando también el contenido de sus intereses espirituales,
el principio de su actuar, el secreto de sus éxitos políticos y la disposición
de las grandes masas a dejarse impresionar por una determinada clase de
sugestiones” (Pg 110)
Que las élites son como son, es algo que Schmitt no se preocupa en
justificar lo más mínimo; pero tampoco oculta el desprecio que siente por las
grandes masas y a su propensión a dejarse impresionar por el brillo de las
apariencias y no por la realidad del ser; masas que carecen del gusto por la
reflexión y del juicio crítico y que van sin más motivo que el dejarse
arrastrar por la opinión dominante, sea ésta cual sea y sin pasar por las
etapas necesarias para asimilar las nuevas ideas correctamente.
“Bajo el impacto arrollador
de inventos y realizaciones cada vez más novedosos y sorprendentes se ve nacer
una religión del progreso técnico para la cual cualquier otro problema habrá de
resolverse por sí solo gracias a aquél. Para las grandes masas de los países
industrializados esta creencia fue tan evidente como natural. Ellas se saltaron
todas las etapas intermedias que marcaron el pensamiento de las élites
dirigentes, y entre ellas la religión de los milagros y del más allá se
convirtió, sin solución de continuidad, en una religión del milagro técnico
(...) Una religiosidad mágica da paso a una técnica no menos mágica.(Pg.110/111)
En tercer lugar Schmitt admite una pluralidad espiritual
sociológica; sin embargo esta pluralidad queda relativizada en tanto en cuanto
pertenece a un centro y en tanto que en ese centro existe una figura espiritual
dominante: el clerc. Esto se mantiene claramente hasta el siglo XVIII, siglo todavía
aristocrático; en lo que al siglo XIX respecta, Schmitt indica que “no hay que dejarse inducir a error por el
“intermezzo” del genio romántico ni por los muchos sacerdotes de una religión
privada. El clerc del siglo XIX (el máximo exponente es K. Marx) se convierte
en experto económico.” (Pg.114) La pregunta que lanza Schmitt
es si la de si los economistas pueden verdaderamente representar “una élite
espiritual con capacidad de dirección”
Esta frase que en nuestro momento actual ha sido repetida hasta la saciedad
para atacar al liberalismo desde posturas marxistas, no es, sin embargo, así pensada por Schmitt. Su
crítica a la “economificación” como él la denomina, se dirige tanto a los
ámbitos liberales como a los marxistas. Los unos mercantilizan el arte y los
otros espiritualizan a la economía hasta convertir a la técnica en lo que
Schmitt considera una mera vulgarización. En el fondo esta es la idea dominante
de la época y será compartida por otros muchos intelectuales, entre ellos –como
ya hemos visto en entradas anteriores en este mismo Blog - Huxley y Bertrand
Russell. Lo que en realidad subyace a esta denuncia no es más que la
constatación de que la Torre de Marfil Intelectual, su Torre, se está derrumbando sin remedio.
Y éste, justamente este, es
el problema crucial que ocupa y preocupa a Schmitt.
Lo que yo denomino “Torre de Marfil” es lo que Schmitt llama “Centro
espiritual” y es él quien otorga al Estado su unidad.
“Ahora bien, es sobre todo
el Estado el que adquiere su realidad y su fuerza a partir de lo que en cada
caso constituye ese ámbito central, ya que los temas en litigio que marcan la
pauta para las agrupaciones de amigos y enemigos se determinan igualmente por
referencia al ámbito de la realidad que es el decisivo en cada caso. Mientras
lo teológico-religioso ocupó una posición central, la frase cuius regio eius
religio tuvo un sentido político. Cuando lo teológico-religioso dejó de ser el
dominio central, también esta frase perdió su interés práctico. Entretanto se
ha desplazado primero al estadio cultural de la nación y del principio de la
nacionalidad (cuius regio eius natio), para terminar en el reino de lo
económico, donde lo que quiere decir es que en el interior de un mismo Estado
no pueden existir dos sistemas económicos contrarios. (...) Lo
esencial de este fenómeno es que un Estado de economía homogénea se corresponde
con un determinado pensamiento económico.” (Pg. 115)
¿Cuál es el objetivo último de Schmitt al afirmar que es el ámbito central
el que confiere la unidad del Estado?
Ni más ni menos que demostrar el absurdo del Estado Liberal por establecer
su centro en la neutralidad. La neutralidad, a decir de Schmitt, es imposible
desde el momento en que sistemas económicos contrarios no pueden convivir en un
mismo Estado, y lo mismo respecto a sistemas de valores contrarios.
Schmitt reconoce que el esfuerzo de la sociedad occidental se ha orientado
a lo largo de los últimos cuatro siglos a la búsqueda de una esfera neutral;
fue por este motivo por lo que según Schmitt se abandonó el centro teológico
que tantas guerras y conflictos originó en el siglo XVI y sus conceptos se
convirtieron en cuestiones privadas. El problema es que “En Europa la humanidad está siempre saliendo de un campo de batalla para
entrar en un terreno neutral, y una y otra vez el recién alcanzado terreno
neutral se vuelve nuevamente campo de batalla y hace necesario buscar nuevas
esferas de neutralidad. Tampoco la ciencia natural pudo traer la paz. Las
guerras de religión se convirtieron en las guerras nacionales del siglo XIX,
todavía en parte culturales, pero ya también determinadas en parte por la
economía. Al final fueron puras y simples guerras económicas.” (Pg. 117)
Tercer error, tercer problema.
3. El fracaso de la declaración de los derechos universales
Lo que Schmitt intenta es primero: determinar los cimientos en que ese
Estado liberal ha de asentarse si quiere mantenerse firme frente a las
embestidas. No se trata de defender derechos universales, absolutos y sin
contenido, del que cualquiera puede apropiarse sino que se trata de concretizarlos
y de atender a la realidad y circunstancia del momento. En este sentido se
puede considerar un autor realista. Segundo: arremete contra las
contradicciones internas del liberalismo al afirmar que es imposible ser amigo
de todos y enemigo de nadie y que ello únicamente provoca confusiones en el
Estado que serán aprovechados por el enemigo para conquistarlo; que hay que
desconfiar de la validez de la teoría antropológica del individuo según la cual
el hombre es bueno por naturaleza y va a preocuparse únicamente por su
desarrollo ascendente porque la realidad demuestra el error de esta premisa; que no hay que dinamitar al Estado ya que éste simboliza la unidad y menos aún enfrentarlo al individuo, que se reune en
asociaciones porque las asociaciones dentro de un Estado poseen diferencias
irreconciliables, además que a base de no querer lo político termina
convirtiéndose todo en político, o sea, en Estado Total y finalmente Schmitt afirma que es necesario negar la neutralidad de los
valores y de las leyes y aceptar que son la expresión de un poder o grupo de
poderes y que por tanto, la neutralidad es siempre falsa: un espejismo.
a) El fracaso de considerar a los valores eternos, inmutables e imparciales,
porque ello impide prestar atención a las circunstancias de cada sociedad.
. Los derechos universales son así conceptos
vacíos que todos usan para su propio provecho y para lanzarlos como arma
arrojadiza contra la espalda del adversario, dice Schmitt.
b) El fracaso de la neutralidad en la esfera legal, moral y científica.
La neutralidad
(imparcialidad) en la esfera legal hará olvidar la cuestión de la legitimidad.
Referido a la esfera estatal, el positivismo era una forma de limitar
el poder a los que se consideraban legitimados para imponer su ley, siempre arbitraria.
Schmitt se situó en contra del positivismo por considerar que representaba
en el ámbito jurídico, lo que la técnica en el ámbito científico y los derechos
universales en el moral: la neutralidad. Schmitt se opuso siempre a la
posibilidad de que el Estado, la vida en general, pudiera ser neutral. En su
opinión la neutralidad, incluso la neutralidad de la ley que el pensamiento
positivista defendía, no enmascara más que nuevas fórmulas de poder y nuevos
grupos que lo detentan tras las bambalinas. Schmitt cuestiona tanto la
neutralidad de la legalidad como la propia capacidad de la legalidad para hacer
frente por sí sola a situaciones inesperadas. A su juicio el problema del
positivismo es que centra toda su atención en el tema de la legalidad
olvidando, en cambio, el problema de la legitimidad, lo que permite convertir
la cuestión de la legalidad o ilegalidad en un arma arrojadiza contra la
espalda del adversario político. De hecho esto es lo que justamente muestra en
el prólogo de 1963 de su libro
“Legalidad y Legitimidad” (1932). Allí, en ese prólogo de 1963, Schmitt narra cómo Hitler pudo acceder
al poder sirviéndose de la legalidad; concretamente del artículo 48, sección
2 de la Constitución del Reich que otorgaba el derecho a promulgar ordenanzas
de necesidad, al tiempo que la Ley Fundamental de 1949 de Bonn “pretende
restaurar el concepto clásico de ley; por eso considera a la ley como norma
general cuando se trata de establecer limitaciones a los derechos fundamentales
(art.19, párrafo 1) También procura limitar a las disposiciones el puente legal
existente en toda concesión legislativa de poderes (art.80) (...) Así pues la
distinción entre leyes y disposiciones ha penetrado en la propia ley y ha
llevado a establecer una distinción entre leyes jurídicas y leyes-disposiciones
o normativas. Con ello no se hace otra cosa que poner de manifiesto la
progresiva evolución hacia el Estado administrativo providencia”. (pg.XV-XVII, prólogo de 1963 "Legalidad y Legitimidad") Con respecto a este Estado Administrativo, Schmitt lo
considera por un lado un Estado en el que todo marcha por sí mismo y las cosas
se administran por sí mismas (pg.7 "Legalidad y Legitimidad") pero por otro afirma que todo Estado
totalitario es un Estado administrativo (pg. 9. "Legalidad y Legitimidad") (Ver la tesis de Schmitt en contra del
positivismo pg. 32-33 de “Legalidad, Legitimidad”)
Referido al nivel individual, el caos político social en que la
sociedad de su tiempo se encontraba obligó a muchos de ellos a decidir entre
sus convicciones individuales o las órdenes sociales. Aunque a decir verdad,
¿qué epoca no lo ha hecho? En su obra “Diario de un filósofo” Kojève escribió
en 1917 en Moscú un pasaje donde narra la batalla de Arginusas (406 a.d.C) y
cuya conclusión final es: “Hier stehen wir wieder einmal vor dem Konflikt der
Individuellen un der sozialle Moral. Der vor sich selbst und unschuldige Mensch ist vor der Gesellschaft
verbrecherisch; unschuldig vor der Gesellschaft, aber verbrecherisch vor sich
selbst. Anders gesagt, der ideell Unschuldige ist faktisch verbrecherisch. Dies beweist noch einmal das Vorhandensein des metaphysischen Parallelismus im Universum. Die Idee
und die Realität verlaufen parallel, ohne aufeinander einzuwirken.“) („Estamos aquí nuevamente ante el
conflicto de la moral social e individual. El que se ve así mismo inocente, es
culpable ante la sociedad; inocente ante sí mismo, culpable ante la sociedad.
Dicho de otro modo: el inocente ideal es de hecho culpable. Esto muestra
nuevamente la existencia del paralelismo metafísico en el Universo. La Idea y
la Realidad transcurren en paralelo sin influirse la una a la otra”. Moscú
1917)
Como se muestra en el pasaje arriba citado, el conflicto entre convencimiento
individual y normativa social ya había surgido mucho antes. La única forma
posible que muchos vieron para conciliar ambas dimensiones, la individual y la
social, fue el positivismo. Las creencias eran individuales; el cumplimiento de
la ley, no.
Los posteriores acontecimientos, y sobre todo el genocidio judío, que obligaron
a preguntar “por qué los ciudadanos no se negaron a cumplir órdenes a toda
vista no sólo injustas sino inhumanas” dieron la razón a Schmitt y terminaron
por derruir las bases positivistas abriendo la puerta a la conciencia
individual y a la desobediencia a la ley.
-
La neutralidad en los valores, permitirá
que un determinado grupo se apropie de ellos, se erija en su leal defensor y en
nombre de esos principios eternos: paz, libertad, humanidad... declare las
guerras más cruentas por considerarlas la “última” de las guerras
“Cuando un Estado combate a
su enemigo político en nombre de la humanidad, no se trata de una guerra de la
humanidad sino de una guerra en la que un determinado Estado pretende apropiarse
un concepto universal frente a su adversario, con el fin de identificarse con él
(a costa del adversario), del mismo modo que se puede hacer un mal uso de la
paz, el progreso, la civilización con el fin de reivindicarlos para uno mismo
negándoselos al enemigo. “La humanidad” resulta ser un instrumento de lo más útil
para las expansiones imperialistas, y en su forma ético-humanitaria constituye
un vehículo específico del imperialismo económico. (...) Aducir el nombre de la
“humanidad”, (....) confiscar el término (...) sólo puede poner de manifiesto
la aterradora pretensión de negar al enemigo la calidad de hombres, declararlos
hors-la-loi y hors l´humanité, y llevar así la guerra a la más extrema
inhumanidad” (Pg. 83/84)
-
El doble fracaso de la técnica: ni
neutral, ni liberadora.
“La técnica es siempre sólo
instrumento y arma, y porque sirve a cualquiera no es neutral.(...) Un progreso
técnico no necesita ser progreso metafísico ni moral, ni siquiera económico. Y
si muchos hombres siguen esperando hoy día del perfeccionamiento técnico un
progreso humanitario y moral, es que están vinculando técnica y moral de forma
mágica, y además de esto están presuponiendo con no
pequeña ingenuidad que el grandioso instrumental de la técnica contemporánea sólo
va a ser utilizado en el sentido que ellos le darían.” (Pg.118)
La tan cacareada neutralidad de la técnica únicamente conduce a la nada
espiritual. (Crf. Pg. 119)
Por otra parte, al contrario del papel liberador para el individuo que
cumplió la técnica en otros periodos de la historia, en el que vive Schmitt no
sólo promueven el individualismo (y la rebelión) sino que lo impiden. A lo único
que contribuyen los nuevos inventos es a la masificación y a la servidumbre. “Hoy en día los inventos técnicos son medios
para una inaudita dominación de las masas” (Pg. 119) y lo que una
religión de masas vulgar esperaba de esa neutralidad aparente de la técnica era
justamente un paraiso humano (Cfr. Pg 119) Lejos de alcanzarlo, lo que las
masas sufren es miedo, terror. “Pero el
miedo no era en definitiva otra cosa que un desesperar de la propia capacidad
de poner a su servicio el grandioso instrumental de la nueva técnica, a pesar
de que éste no espera otra cosa que alguien que se sirva de él” (Pg.120)
Carl Schmitt seguirá dedicándose a este tema y escribirá un librito
titulado “Die Tyrannei der Werte” (“La tiranía de los valores”) cuya tesis
central puede resumirse en la cuestión “Wer
ist es nun, der hier die Werte setz? (pg. 39 de Die Tyrannei der Werte. Ed.
Duncker und Humblot. Berlin) Es
decir, la pregunta por quién impone los valores, porque éstos, sostiene
Schmitt, no son nunca ni neutrales ni eternos sino que representan líneas y
directrices de poder.
Conclusión final.
La paz no ha conseguido superar las aporías que Schmitt formuló, aporías
que partían todas ellas del mismo núcleo: el nihilismo. De todos sus desafíos,
el más preocupante y el que antes urge resolver es su tesis de que el liberalismo
económico está condenado desde su propia raiz al fracaso. Dificilmente sin
embargo podemos resolver esta si no decidimos antes cómo solucionar la cuestión
del nihilismo; esto es: la conducta que un hombre ha de seguir a pesar de que sabe que su vida no tiene sentido porque
no hay ningún Axioma Primero que se la otorgue.
En mi opinión, Schmitt se caracteriza por ser todo menos nihilista materialista. Primero
porque él cree en principios eternos e inmutables aunque esas categorías sean:
amigo/enemigo. En segundo lugar porque su alabanza del comunismo no es tal sino
la muestra de adónde conduce la caída del liberalismo. En tercer lugar porque
desconfía y es tan crítico e individualista como pudieron serlo cualquiera de
los ilustrados anteriores. No es ajeno a los vaivenes de su época y apela a un
saber íntegro pero justamente debido a su antropología negativa del hombre y a
su propia experiencia es consciente de que a ese saber íntegro no se llega ni
directa ni linealmente sino que es la consecuencia de una constante lucha.
Por otra parte creo que
refutar las teorías de Schmitt resulta –desde un plano estrictamente teórico-
sencillamente imposible.
El motivo que me lleva a esta conclusión, que a muchos puede parecer
escandalosa y por escandalosa ni siquiera digna de ser atendida, no se debe ni
al derrotismo ni a mi conformidad con las tesis de Schmitt sino al hecho de que
su argumentación se desarrolla a partir del razonamiento dialéctico y éste
resulta, nos guste o no, indestructible. En eso por ejemplo se basa la grandeza
(y miseria) del sistema dialéctico hegeliano. En realidad puede afirmarse que
con Hegel se acaba la Filosofía y comienza otra fase que quizás puede ser
denominada Anti-filosofía con la
esperanza de que algún día (tal vez) lleguemos a una síntesis; pero desde luego
al día de hoy hemos de aceptar que la Filosofia como tal ha desaparecido y
únicamente pueden analizarse teorías filosóficas sumergidas en formol. A esto
es a lo que se refiere Schmitt en el prólogo de la edición de 1963 al constatar
que “el tiempo de los sistemas ha pasado” (Pg.46) Es cierto que en la pg.
101/102 Schmitt asegura que a las tríadas de Hegel y de Comte “les falta el
incisivo vigor polémico de la antítesis bipolar. Tal es la razón por la que,
pasados los tiempos de calma, fatiga e intentos de restauración, y reanudada la
lucha, volvió a imponerse de inmediato la simple contraposición dual.(...) El
ejemplo más llamativo, y de más abultadas consecuencias histórcas, es la
antítesis entre burgués y proletario formulada por Karl Marx (...)” (pg.102)
Sin embargo, esta vuelta a la antítesis bipolar –que a Schmitt le resulta
igualmente útil para afianzar la oposición por él establecida de amigo/enemigo
no significa ni mucho menos la desaparición del sistema dialéctico, sino
únicamente que la tríada es sustituida por un antagonismo de dos conceptos. Y
el sistema dialéctico le sirve a Schmitt por la sencilla razón de que es indestructible. Lo
más que se puede hacer es lo que Nietzsche llevó a cabo en su día: protestar
vehementemente y exigir la salida inmediata de esa “cárcel” en la que el
proceso dialéctico introduce al individuo y a todo lo que tiene que ver con
éste ya que posee además los instrumentos necesarios para posibilitar la
autoregeneración del sistema. De ahí también que resulte tan difícil, por no
decir imposible, contrarrestar las tesis de Schmitt salvo que se empleen los
mismos métodos que se utilizan contra el sistema hegeliano: la destrucción
completa del mismo.
No obstante es indudable que
entre el sistema dialéctico hegeliano y el de Schmitt existen algunas
diferencias, más allá del existente entre tríadas (hegelianas) y binomio (schmittiano)
En primer lugar el sistema dialéctico hegeliano es ascendente y se
autorealiza hasta llegar al Absoluto. El sistema de Schmitt, en cambio, se
caracteriza por ser autodestructivo.
Esto no contradice en nada nuestra anterior premisa según la cual el sistema
dialéctico es indestructible. Trasladado al pensamiento de Schmitt podríamos
afirmar que su sistema se trata de un sistema
indestructiblemente autodestructivo. Y esto porque la decisión soberana y
primaria del grupo que constituye el Estado lleva dentro de sí el germen de su
propia corrupción. En efecto: el sistema dialéctico de Schmitt no está pensado
para el cumplimiento de una Absoluto sino para una sucesión de estadios que
pasan del Estado normal de cosas al Estado de excepción y a la necesidad de la
constitución de una nueva decisión soberana. En este sentido recuerda, aunque
sea lejanamente, al esquema de Maquiavelo acerca de los sucesivos sistemas de
gobierno, con la diferencia de que en Schmitt no se trata de una caída de
gobierno y su cambio por otra, sino de una caida de una decisión soberana
constituyente y la formación de otra decisión soberana constituyente a partir
de la situación excepcional que la caida de la anterior ha provocado. En Schmitt
no son gobiernos los que se suceden sino Estados los que se constituyen.
En segundo lugar, y en relación con lo anterior, el sistema dialéctico
hegeliano puede denominarse “positivo” en tanto que supone un ascenso y una
realización además de un proceso superador de la negación y de la antítesis.
Por el contrario el sistema dialéctico de Schmitt es “negativo” en tanto en
cuanto el gérmen de su destrucción está contenido en la decisión soberana del
grupo de constituir el Estado y empieza a actuar desde la constitución misma
del Estado. Esto no lo dice Schmitt pero es que no hay otra forma de entender
cómo se pierde la unidad y se origina la guerra civil.
En tercer lugar, el sistema dialéctico de Hegel introduce la negación y la
supera. El sistema dialéctico de Schmitt, en tanto que introduce la oposición
frontal amigo/enemigo no prevé la posibilidad de una superación más que a
través del conflicto (que entraña lucha y victoria). Es un sistema dialéctico
en el que hay una dicotomía enfrentada. Es un sistema dialéctico en tanto que
dicha oposición no es alternante. No se trata de que durante un tiempo rige uno
y acto seguido rige el otro, sino que se trata de una oposición que o bien
mantiene el status quo o bien es una oposición superadora en tanto en cuanto que
provoca la ruptura (el estado excepcional) y ello exige nuevamente la decisión
soberana de constituir un nuevo Estado.
En cuarto lugar y a pesar del empeño de Schmitt de superar las tríadas en
su versión hegeliana y comtiana y de afirmar que es la contraposición dual lo
que termina imperando, hay que reconocer que él mismo no lo consigue. A mi modo
de ver, cuando establece las categorías últimas de lo político “enemigo/amigo”,
creo que Schmitt debería haber pensado en un tercer concepto: el de extraño (Fremde), que como muestra
Philip Claudel en “El informe de Brodeck” no es sinónimo de otro, distinto (Anderer), que sería la figura del "enemigo" en Schmitt. El “Fremde” aunque sea en su concepción de
pueblo extraño todavía no es "enemigo", todavía no es el "otro"; el "Fremde" se coloca en el
borde del círculo y ocupa una posición pasiva. El Estado todavía no ha decidido
cómo considerarlo ni ha resuelto qué hacer con ese pueblo extraño a él que, sin
embargo, no es ni amigo ni enemigo. Puede admitirlo como “amigo” o rechazarlo
como “enemigo” pero en tanto que la consideración de “Fremde” se mantiene no
hay una hostilidad manifiesta contra él ni un vínculo amical. Es una relación
que o bien se mantiene en suspenso hasta aclararla o bien provoca el fastidio
pero no es ni lo uno ni lo otro. Pretender que amigo/enemigo sea lo mismo que
bello/feo a la estética y bueno/malo a la moral no es más que establecer una
simplificación de conceptos que si bien no encuentran obstáculos en el plano
teórico, en la realidad presentan constantemente dificultades y obstáculos que
superar. Con la distinción amigo/enemigo sucede lo mismo que con la distinción
bello/feo o bueno/malo: en el momento en que abandonamos el plano teórico o
tenemos que recurrir a críticos o a jerarquías y no es raro que se termine en
la simple casuística. Que Schmitt intente solucionar este problema
distinguiendo entre inimicus (amigo/enemigo a nivel privado) y hostis
(amigo/enemigo entre pueblos) y afirme que él se refiere a hostis, no soluciona
en absoluto el problema que tal dicotomía encuentra al trasladarse al plano
práctico.
Éste es por ejemplo uno de los problemas que la sociedad europea ha de
resolver actualmente respecto a los emigrantes y refugiados: ¿son “Fremde” en
el sentido de extraños, de ajenos, de sitaudos en el borde del círculo europeo y
por tanto con la posibilidad de integrarse porque quieren y se le permite
integrarse o son “der Anderer”, el enemigo al que hay que vencer antes que
tolerar ser vencidos por él? He aquí la cuestión que con tanta urgencia es
necesario contestar. Aquéllos que toman en cuenta únicamente la dicotomía amigo/enemigo sin dejar margen para más
conceptos únicamente pueden apoyar el conflicto como posibilidad real. Sin
embargo los que consideran el término “Fremde” como una posibilidad mantienen
la esperanza en que las estructuras del Estado disponga de mecanismos de
perpetuación incluso ante la introducción de nuevos elementos sin que éstos
hayan de ser forzosamente definidos como “amigos” o “enemigos” y por tanto cabe
la posibilidad de un diálogo conciliador; al menos hasta donde ese diálogo
conciliador es posible. Para estos últimos la distinción amigo/enemigo no es
algo constitutivo de la política sino algo restringido a la lucha,
especialmente a la guerra. Y esto porque esencial a la política no es la lucha
sino la resolución de conflictos y la conciliación de intereses. En suma: una
construcción en tensión pero no en oposición.
Desde la consideración dialéctica de Schmitt tal discusión, sin embargo,
podría compararse a la confrontación que él traza entre pacifistas y
no-pacifistas. En su opinión, si los
pacifistas se decantasen por declarar una guerra por la no-guerra, habrían
caido en lo mismo que habían querido evitar con el agravante de que puesto que
se llevaría a cabo con el convencimiento de que se trataba de una guerra última
para acabar con todas las guerras futuras, sería una guerra de consecuencias
apocalípticas en el sentido de que intentaría aniquilar total y absolutamente
al enemigo y no únicamente devolverlo dentro de sus fronteras originarias. El
dialéctico-negativo Schmitt no deja opción para la paz porque en caso de que el
pueblo se negase a luchar o buscase la protección en otro pueblo sería,
sencillamente, arrasado o simplemente desaparecería como entidad independiente.
Cabe hacer una última observación: Afirmar que el pensamiento de Schmitt
conduce al fascismo no es sólo una conclusión demasiado fácil sino inexacta. Y
ello porque en principio el pensamiento de Schmitt no conduce a nada que no sea
la consideración de la constitución y corrupción del Estado conforme su unidad
se va debilitando, y en tanto que se trata de una dialéctica negativa no cabe
duda de que el debilitamiento de esta unidad es inevitable y se hace
especialmente inevitable –afirma Schmitt- en el Estado liberal. En el Estado
liberal más que en el totalitario porque éste no tiene ningún escrúpulo en
utilizar todos los medios a su alcance para perpetuarse y la posibilidad de la
existencia de un enemigo interior queda bastante debilitada. El Estado liberal,
en cambio, ha de hacer frente tanto al enemigo interno, a la pluralidad de
asociaciones, a la inconexión de valores y objetivos, a la lucha de partidos,
tanto como al enemigo externo.
En este sentido, el libro de Schmitt y su crítica al liberalismo podría muy
bien titularse “Crónica de una muerte anunciada”. En realidad este título no es
más que la expresión de una verdad total y absoluta que no hay forma de
contradecir: cualquier vida es la crónica de una muerte anunciada. Nacemos para
morir. El hombre vive hasta que muere. La afirmación de Schmitt es la de que el
liberalismo ha nacido especialmente débil. Pero esto tampoco es afirmar mucho.
Mozart, Novalis y muchos otros genios son la prueba evidente de que a veces un
periodo corto de existencia resulta mucho más fructífero que una larga vida
inactiva, ineficaz y degradada.
Nadie duda de que el liberalismo se caracteriza por una gran debilidad y
sólo puede prosperar en periodos caracterizados por un firme deseo del
individuo de automejorarse y de desarrollar al máximo las facultades de la
virtud y del conocimiento así como la existencia de una cierta prosperidad
económica en la sociedad. Eso es cierto y nadie lo niega. Pero una vez sabidos
cuáles son los requisitos no cabe duda de que es a la sociedad y al individuo
mismo a los que compete llevarlos adelante y convertirlos en fuerza activa. El
mismo Schmitt que señala que el liberalismo está condenado a una pronta muerte
por la debilidad constitucional que lo caracteriza es el que ofrece la solución
para mantenerlo el máximo tiempo no sólo con vida sino activo: la fuerza de un saber íntegro.
Sin la fuerza de un espíritu vivo todo, dice Schmitt, está perdido y es
entonces cuando la sombra del Estado totalitario y del espíritu nihilista
materialista, que tanto atormentó a los pensadores y artistas de la época y que
no han sido capaces de superar los pensadores y artistas de la nuestra, se
perfila cada vez más visiblemente en el horizonte.
Schmitt es la esfinge a la que
resulta preciso contestar, no con palabras sino con acciones dirigidas desde el
pensamiento ilustrado.
Lo que Schmitt denominó “la fuerza de un saber íntegro”.
Isabel Viñado Gascón.