martes, 6 de marzo de 2012

„ NO SOY STILLER“ (1954) de Max Frisch




La idea central del libro muestra el empeño de Stiller, el protagonista, en rechazar la identidad que los demás le atribuyen. “¡Yo no soy Stiller!, es la primera frase con la que comienza la obra.

Su obstinación sume al lector en la confusión. Resulta imposible afirmar con seguridad si son los otros los que se equivocan, o es Stiller el que miente. Hasta el final del libro no se descubre la verdad, pero para entonces la verdad ya no tiene importancia.

La pregunta de Frisch es una pregunta por la identidad individual y los límites de la fuerza creadora. ¿En qué consiste nuestra identidad? ¿En nuestro nombre? ¿Nos convierte otro nombre en otro ser? ¿Podemos llegar a tener una personalidad diferente eligiendo un nombre distinto? ¿A quién le corresponde determinar lo que somos: a nosotros o a los demás? ¿Somos quienes y lo que nosotros afirmamos ser, o estamos condenados a ser aquello que los otros dicen de nosotros que somos? ¿Tenemos no solo la posibilidad sino también la libertad de ser un hombre distinto del que hemos sido hasta un momento determinado? ¿Nos lo permitiría la sociedad? 

El  pesimismo está presente en la obra: “Quizás no haya libertad, sino sólo distintas formas de no-libertad”, escribe Max Frisch. Cualquier manera de “ser” por muy nueva que sea, nos limita. La pregunta por la identidad se convierte así en la pregunta por la elección de cadenas.

La única solución posible es la de construir una vida que mire al futuro. “Para estar vivo se necesita una meta que vaya hasta el futuro”, asegura el autor. Y desde luego algo así nunca se puede alcanzar sentado. Hay que ser activo, atreverse a construir, a innovar, a jugar  no tanto con las posibilidades abstractas e inexistentes sino con nuestros propios recursos.

Max Frisch no es el único en defender tales premisas.  En 1920, Brecht se preguntaba en un artículo sobre la estética del teatro para qué elegir nuevas piedras si la arquitectura ya existente disponía de tanto sitio para las nuevas ideas y mucho antes Kant lanzaba su grito de guerra: “Sapere Aude”.

Max Frisch aprovecha la ocasión para reprochar a sus compatriotas la comodidad espiritual causada por  la riqueza. Ésta les lleva  a adoptar una actitud conformista y adormece la fantasía y el dinamismo. No obstante,  la crítica del autor suizo carece del dolor y del sarcasmo que contiene la crítica de Thomas Bernhard hacia Austria. La de Frisch es una crítica tranquila, que se queda en la superficie y en ocasiones incluso incita a pensar que sus consideraciones son meramente demagógicas; al fin y al cabo resulta innegable que sólo los ricos pueden ser generosos y sólo los ricos pueden poner proyectos en marcha. No obstante, hay que tener presente que Frisch está pensando en el hombre de clase media, no en los grandes empresarios ni en los genios intelectuales y lo que le inquieta es precisamente que el bienestar impida al individuo desarrollar la curiosidad  y lo estanque en una actitud pasiva y mediocre.

En mi opinión, tal preocupación es un tanto ingenua: Que sólo unos pocos están dispuestos a ser “Hombres” con todo lo que ello conlleva de esfuerzo lo sabemos, al menos, desde “La Odisea”

Isabel Viñado-Gascón


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