sábado, 31 de marzo de 2012

LAS HERMANAS COLORADAS (1970), de Francisco García Pavón



Cuando leí la contraportada del libro y vi que se trataba de una novela policiaca, me invadió la sospecha de que el protagonista sería un Sherlock Holmes a la española o, como mucho, un nuevo Don Quijote salido de Tomelloso, que es el pueblo de donde procede el protagonista. Sin embargo, su lectura me produjo una agradable sorpresa al comprobar que las intenciones del autor van más allá de la mera resolución de un crimen.

Lo cierto es que se trata de un buen libro y no solamente un libro para pasar el rato. Por un lado, la riqueza del lenguaje y el colorido de las imágenes es algo que asombra al lector moderno, acostumbrado en nuestros días a diálogos demasiado simples revestidos de una envoltura de cinismo que les otorga la impresión de profundidad. García Pavón utiliza la excusa del género de detectives para introducir largas parrafadas que obligan al lector a reflexionar sobre las diferencias entre los pueblos y las ciudades, el papel de las mujeres, de los extranjeros, el intercambio de diálogo entre la vida y la muerte, de los pocos que se dedican a pensar, de los muchos que no se dedican a nada. De lo vano de la vida y por tanto, de la banalidad de la nostalgia. Su prosa le sirve de vehículo para señalar la importancia de las pequeñas cosas, de los pequeños momentos y para expresar su creencia en la amistad y en la ayuda mutua. (¿Quién dijo que la solidaridad era un invento de la actualidad?)

La fe de García Pavón tiene que ver más con la confianza en el ser humano que con las creencias religiosas. Tampoco se trata de recurrir a la figura del héroe sino al hombre de carne y hueso, al hombre del día a día. En vez de narrar grandes hazañas o dedicarse a la ensoñación de situaciones épicas, se dedica a describir las relaciones y diálogos cotidianos de las personas que viven en un pueblo que es, a juicio del autor, el mejor lugar para que el hombre pueda desarrollarse como ser humano.

Lamentablemente, los pueblos han evolucionado al estilo de las ciudades y no han podido o no han querido permanecer ajenos a esa introversión, a ese participar menos de lo externo que García Pavón, con tanto acierto a mi modo de ver, critica de las urbes modernas y que, en cambio, no se puede hacer extensible a las antiguas. Simplemente recordar la cultura de salón de la Europa del siglo XIX, así denominada por ser el salón el centro de la reunión y de comunicación. Uno se retiraba a sus aposentos o para dormir o para convalecer por enfermedad y poco más.

Hoy, en cambio, se vive en la cultura del dormitorio. Cada miembro de la familia permanece en su habitación y únicamente sale para comer y últimamente ni a eso porque cada cual come en su sitio de trabajo. Las familias ni siquiera se reúnen ya para ver la televisión porque cada cual tiene su televisor y su ordenador propio y muchos matrimonios deciden dormir en estancias separadas a fin de disfrutar de su propio espacio. Incluso el término “individualismo” resulta inapropiado para definir esta nueva situación porque de lo que se trata es de un encierro absoluto dentro de sí mismo en vez de un salir hacia fuera, de un actuar, de un opinar, como ser distinto e irrepetible.

Sin embargo, como ya hemos apuntado, la dicotomía entre pueblos y ciudades no es el único aspecto que trata la obra de García Pavón. Además de algunas consideraciones que no se salen del tópico acerca de la vida y la muerte y las mujeres, el autor utiliza a sus personajes para exponer una crítica –yo casi diría que feroz, teniendo en cuenta que escribió el libro durante la dictadura franquista- a la sociedad española.

1.      La cuestión de la fugacidad de la vida.

García Pavón, en la figura de Plinio, se lamenta de la naturaleza pasajera del hombre. La vida se le escapa sin sentir. La vejez se hunde en los recuerdos pasados y se cierra a lo externo. La rigidez y petrificación anímica que el paso de los años conlleva “nos deja totalmente como una cosa”. Por otra parte, la razón –a diferencia de lo que sucede a los animales- le muestra al hombre su contingencia y “por eso su vida es un puñado de agonías’.

2.      Sobre las mujeres.

Según Plinio, las mujeres están más cerca de la condición de los irracionales y por eso muestran más indolencia a la hora de pensar en la muerte. Las mujeres son tierra de la que los hombres no pueden ni deben despegarse si quieren ser completos. Las mujeres son "las que nos hacen y nos deshacen la vida cada día, las que nos hacen ser”. Esta consideración de la mujer como “tierra” es la que le lleva a defender la corporalidad en sus dos vertientes: la creadora y la sensual. Por un lado, la maternidad significa para la mujer un elemento sin el cual no se puede realizar como persona. “Una mujer con el papo intenso y la barriga sin creación es el ciprés más triste y entristecedor del mundo. Hay que darle su juego a la barriga y sudarla en las noches entre abrazos y suspiros chillados, hay que parir de cuando en cuando echando cuerpos, placentas, licores y gritos.”


        3. La afirmación de que el hombre es cuerpo y alma y no sólo alma.

Por otro, hay que cuidar el alma sin descuidar el cuerpo porque al fin y al cabo forma parte de nosotros. “Hay, coño, que darle a la mitad del cuerpo de abajo lo que es suyo y no pasarse las noches como un busto de mármol sobre el embozo.”

4.      Critica social

Es quizás lo más sobresaliente del libro. García Pavón no regatea críticas a la sociedad española: su falta de iniciativa, la imaginación que muestra para salvar el momento y no, en cambio, para modificar el camino, de la hipocresía, de la falta de altos ideales y altas metas, de la pasión que siente por el fútbol en vez de por otros asuntos, de lo fácil que resulta manipularla “(…) gobernar está tirao y ahora más que nunca con televisores y radios.” Se queja también de que lo poco que se ha conseguido no ha sido gracias al propio esfuerzo de la sociedad española sino a los de afuera “(…) nosotros que hemos sido tan nacionales, la poca mejora que tenemos es debido a los extranjeros. Te digo que es para echarse y no pegar el ojo.”

De todo ello, la conclusión con la que García Pavón se resigna es que “Bien es verdad (…) que desde que el mundo es mundo, las pocas cosas que de verdad se piensan y hacen son labor de muy pocos, ya que la mayoría, aparte de querer cuartos y salud no se aclaran.” 
En este sentido, el ARTE cobra una importancia vital porque el artista es el que es capaz – a través de su propia visión – de mostrar lo que sin él los otros no verían.

Estoy convencida de que a muchos esta obra les parecerá obsoleta tanto en su filosofía como incluso en su sentido del humor, que recurre, ciertamente a los tópicos que ya todos conocemos; para las feministas supondrá sin duda motivo de enfado y los demagogos y cínicos que tanto abundan hoy en día calificarán el libro de naif y aún tendremos suerte si no lo califican de doctrinario.

En los tiempos en que yo estudiaba Derecho, una amiga mía – Carlota Gautier – me comentó con voz resignada en uno de esos días de lluvia: “Nosotros aún tenemos sueños, rotos si tú quieres, pero los tenemos. Los que vienen detrás no tienen ni siquiera eso” y Jorge Iranzo, un chico inteligente cuyos padres participaron en el 68 antes de dedicarse a profesiones liberales apuntó: “No me digas de qué religión eres. Déjame ver adónde te lleva tu religión”.

Han pasado muchos años y sus voces aún resuenan en mi memoria. Preferiría que se hubieran equivocado. A mí me gustaría saber, ciertamente, adónde lleva tanta religión del cinismo; tanto presente, sin sueños que lo trasciendan o que, al menos, lo intenten trascender. La vida no se hace a base de grandes epopeyas. Las grandes epopeyas no son las que hacen la vida. No la hicieron nunca. La transformaron, que es distinto. A la vida la han hecho, como dice el libro de García Pavón, las situaciones cotidianas, los diálogos del día a día, las relaciones del ser humano con el otro ser humano desde la confianza y el respeto mutuo.

El autor no es ajeno a la tendencia anímica del individuo a la indolencia y a que el mundo descansa en los hombros de unos pocos. De lo que se trata, sin embargo, es que al menos los otros muchos mantengamos la confianza en la vida y en lo que nos rodea. ¡Qué importa si a veces falla, con las veces que funciona!  El error del republicano que aparece en el libro  es  el no haber creído en la posibilidad de la paz.

La idea latente en la obra de García Pavón es que es necesario seguir adelante impulsados por la ilusión tranquila y serena del día a día. No se trata de destruir el pesimismo sino de convertirlo en una forma de reflexión para impulsar a la reforma.

Que hoy en día, en virtud de una modernidad mal entendida y alentados por series televisivas que únicamente buscan el éxito de las audiencias, se aleccione a los jóvenes que es de sabios vivir sin sueños y morir por cualquier causa porque la vida no tiene sentido, me parece no solo terrible sino preocupante. Los sueños,  no son, y no deben ser, exclusividad de una ideología ni de un determinado discurso filosófico. Sufro por los ataques que reciben hoy en día los jóvenes que se atreven en creer en un amor que dure toda la eternidad acompañados de hijos y nietos, sufro por los ataques que se lanzan contra los que están convencidos de que el hombre es mejorable y tiene el deber de mejorarse. Sufro y  siento miedo. El mismo que dejaba entrever Michael Ende en su “Historia Interminable” cuando el Mundo de la Fantasía empezó a ser tragado por la Nada.

Que la fuerza de los sueños y el deseo de hacerlos realidad nos acompañe.

Hasta la semana que viene.

Isabel Viñado Gascón.




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