lunes, 9 de abril de 2012

“SOSTIENE PEREIRA.” (1994), de Antonio Tabucchi


No cabe duda de que es un buen libro. Tabucchi muestra cómo los cambios políticos transforman las sociedades y cómo, consiguientemente,  modifican también a los individuos que las conforman; a veces, llevándolos hacia direcciones inusitadas. En las últimas páginas, el ritmo se torna vertiginoso debido a la rapidez con la que se suceden los últimos acontecimientos.

El protagonista, Pereira, es un hombre normal de 1938, que vive anclado en el pasado y en el amor a su mujer ya muerta. Inmerso en una existencia solitaria, su único interés lo constituye la cultura.

 Los acontecimientos del momento le forzarán a cambiar su modo de vida. Sin embargo, para sorpresa del lector, ello no se deberá a las convulsiones políticas. Al menos, no en un primer momento. A decir verdad, éstas le resultan tan indiferentes a Pereira que no tendría ningún inconveniente en amoldarse a las nuevas exigencias y dedicarse a la cultura que el Nuevo Régimen exige aunque dicha cultura no fuera la que más le agradara.

 El hecho trascendental que marca un antes y un después en la vida de Pereira y que le expulsa de su monotonía y arrastrándole hacia nuevas posiciones e inclus a audacias de las que nunca se había sentido capaz es la muerte del joven disidente político Mario Rossi.

Así pues, es la injusticia y no la política lo que le lleva a salir de su letargia espiritual.

Muchas de las conversaciones de la obra transcurren en el entrañable café Orquídea que transporta al lector español al café Gijón de Madrid. Manuel, el camarero, pertenece al tipo genérico de camareros que hablan de todo sin decir nada, que se preocupa si no ve a los clientes felices y que cree que con un Oporto se arregla todo. Aunque para ser honestos lo cierto es que, después de asistir a tantas limonadas acompañando a tortillas de queso, que es lo que Pereira siempre pide, el vino típico portugués queda relegado a un segundo lugar. 

No obstante, el café Orquídea significa sólo un punto de encuentro. En realidad, el sitio más importante dentro de la obra, es la casa de Pereira, por ser allí donde está el retrato de su mujer ya fallecida y con la que habla todos los días. 

Existe un espacio todavía más fundamental, si cabe, que es aquél donde Pereira guarda y protege sus recuerdos. Ese lugar se llama Portugal.

La obra entera es una pregunta por el destino de Portugal, por lo que dicho concepto entraña y por lo que significa ser portugués. Cuando el editor saca a relucir la “raza portuguesa”, Pereira no sale de su asombro: “¿Qué raza? ¡Si han pasado miles de razas por este país, desde los celtas hasta los árabes pasando por los romanos! “ 
Pero el lector sabe que no se trata de “raza” en el sentido estricto del término sino de resaltar la autosuficiencia portuguesa. Como aquello de “Santiago y cierra España”. ¿Es eso ser portugués?, se pregunta Pereira, ¿Querer lo portugués y sólo lo portugués aunque lo portugués no siempre sea lo mejor? ¿Publicar un artículo sobre una novela mediocre de Castelo Blanco en vez de sobre Alphonse Daudet simplemente porque el primero es portugués y el segundo francés y porque en ese momento los políticos no quieren ni oír hablar de Francia sino únicamente (y como mucho) de Alemania? Y si es verdad que lo que se pretende es proteger a lo portugués ¿por qué tiene que ir a combatir el batallón “Viriato” desde Portugal a España para ayudar a Franco?

La reflexión de Tabucchi es así una reflexión por los nacionalismos y por las bases ideológicas en las éstos se asientan y cómo el comprensible y razonable amor a la patria es deformado y caricaturizado por las dictaduras impregnando todo el clima social del país.

A la pregunta sobre qué significa ser portugués, se une la pregunta por la relación de la cultura y la política. A Pereira no le interesa la política pero sí la cultura. Daudet le gusta porque escribe , independientemente de que uno de sus personajes escriba en la pizarra “Viva la France”, sobre todo porque Daudet reivindica la soberanía francesa frente a la invasión prusiana, y pertenece al siglo XIX, tiempo en el que hay que reconocer –según Pereira- que la cultura está esencialmente influenciada por el mundo francés. 

En su opinión, el pensamiento escrito es francés. La política es anglosajona. En Portugal se escucha al que más grita. 

La conclusión a la que llega Pereira es que es normal que aquellos que se interesan por los ideales políticos de libertad sean pro-anglosajones, los que se interesan por la cultura sean afrancesados y los que se decantan por el grado de nivel de voz tienen que ser fascistas por fuerza –ya sean italianos, alemanes o españoles.

 En el momento en que los cambios políticos afectan a la cultura, hasta el punto de llegar a la censura, es cuando Pereira se cuestiona por cuál debe ser su actitud: ¿Resistencia? ¿Sumisión? Ninguna de las dos soluciones termina de convencerle. Pereira no es un revolucionario. A lo único que aspira es a que le dejen en paz para poder dedicarse a lo que le gusta. Que Marta, la chica joven que se opone al régimen fascista que amenaza con imponerse por la fuerza, lo califique de anarquista individualista sólo demuestra la necesidad que sienten algunos de etiquetar al resto de la humanidad. Marta, a los ojos de Pereira, está tan politizada que no puede hablar con nadie sin clasificarle en una u otra categoría política.

Pereira es, además, un católico convencido. En lo único que no cree es en la resurrección de la carne. Afirmar que todo el catolicismo apoya a los movimientos fascistas es mucho decir y Tabucchi va demostrando a lo largo del libro la falsedad de esta afirmación basándose sobre todo en Bernanos y su obra “Journal d’un cure de champagne”. Los franceses aparecen de este modo a lo largo de la obra como los únicos capaces de ayudar a superar el fascismo y ello desde la cultura y no desde la política –de la que, como ya ha remarcado, se ocupan principalmente los anglosajones.

La primacía que “Tabucchi- Pereira” atribuye en el mundo cultural a lo francés, se refleja igualmente en el campo de la medicina. Los médicos franceses no se preocupan solamente del cuerpo sino de la relación del cuerpo con el alma y de la gran influencia que los problemas del alma tienen sobre las enfermedades corporales. De tal manera que se puede deducir que la obesidad que sufre Pereira se debe además de a un escaso ejercicio, a una mala alimentación provocada seguramente por la ansiedad. Esta ansiedad viene determinada por su estancamiento en el pasado, en unas determinadas concepciones y por no saber cómo enfrentarse al futuro, a lo nuevo, representado por las ideas de Marta y Montero Rossi.

¿Y si los jóvenes tuvieran razón? –se pregunta Pereira.

El libro termina con la muerte de Montero Rossi, a mano de tres fascistas que se han hecho pasar por policías y con la salida de Pereira de Portugal, acompañado del retrato de su mujer, gracias a uno de los pasaportes falsos que Mario Rossi había dejado en su casa. Antes de su partida, sin embargo, consigue publicar un artículo en el periódico condenando el asesinato de su amigo.

Conclusión y comentario personal
Las conclusiones del libro son variadas. Por una parte, Tabucchi denuncia la deformación por parte de las dictaduras fascistas, de los valores en los que una sociedad se apoya: el patriotismo, la religión y la cultura. La demagogia banaliza aquello que es verdaderamente importante para el hombre y lo despoja de cualquier tipo de apoyo porque todo está contaminado por una determinada ideología. Ello provoca no solo la inseguridad física sino  la enajenación anímica,  la incapacidad para tomar decisiones que  conduzcan a actuar con libertad y con serenidad.
A la deformación de los valores y al sentimiento de angustia e  indeterminación que ello determina en los ciudadanos que constituyen esa sociedad, Tabucchi añade la imposibilidad de mantenerse al margen de la locura que suponen los totalitarismos.
Las dictaduras deforman los valores y los esquemas sociales, los ridiculizan, los manipulan en su propio provecho y no permiten que nadie ni nada permanezca ajeno a su ideología. Por eso, las sociedades que han soportado la intolerancia durante largo tiempo deben enfrentarse después al dificil proceso de subsanar sus perniciosos efectos. Cuanto más tiempo haya durado la dictadura más duro será volver a la normalidad. La cultura y los valores habrán quedado arrasados de tal manera que exigirá el esfuerzo de generaciones enteras para regresar al punto donde se quebraron. Da igual qué carácter revista el totalitarismo: militar, político o religioso. Las consecuencias son siempre desastrosas porque los valores han sido tan falseados y desfigurados que cuando las dictaduras llegan a su fin, los ciudadanos se niegan a aceptar cualquier tipo de valor, sea del tipo que sea: únicamente les recuerdan a la opresión y a los opresores.
Sin embargo, no queda más remedio que seguir adelante. Hay que hacer realidad aquello que  un día nuestros padres soñaron porque es justamente la diferencia en el carácter de los sueños lo que distingue a las dictaduras de las democracias.

En las dictaduras,  los sueños no pueden salir al exterior, no pueden construirse. Se quedan, así, en simples y vanas quimeras.

Hacer realidad los sueños es de vital importancia para la supervivencia de cualquier sociedad. Esto solo es posible teniendo como base a la libertad y, como herramientas, valores tales como la constancia, el esfuerzo, la paciencia, la disciplina y sobre todo, la fe.
Los mismos valores que las dictaduras falsean y desfiguran para que, en efecto, no los utilicemos; para que los despreciemos en lo más profundo de nuestros corazones y de esta manera, nuestros sueños no se hagan realidad y se queden sólo en eso: en vanas quimeras sin consistencia.
Constituye nuestra responsabilidad mostrar a las generaciones futuras que los valores están  para ser usados como instrumentos que permiten hacer realidad los sueños y a las pasadas que somos dignos herederos de sus esfuerzos. Es hora de que limpiemos y restauremos los valores, de que los recuperemos del lamentable estado en que lo dejaron los totalitarismos, que han conseguido que parezcan inservibles.

Dejemos atrás las quimeras. 

Es hora de empezar a trabajar  para conseguir que los sueños existan en la realidad real.

Hasta la semana que viene.

Isabel Viñado Gascón.


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