La misma historia, la misma tragedia de Sófocles con
distintos diálogos. Como si cambiando los diálogos pudiéramos cambiar la
historia, que es siempre la misma. Siempre. Por lo menos en lo que al final se
refiere.
La pregunta de Jean Anouilh en “Antígona” es la
misma que la de Chejov en el “Tío Vania”: ¿Se ha de trabajar (Chejov), vivir
(Anouilh) aunque sea para un fin que no merece la pena?
Tanto la respuesta de Anouilh como la de Chejov es
la misma: Sí.
Ambos están de acuerdo. La vida no tiene sentido. Lo
que nos rodea es un absurdo. Vivir es
hacer un camino que conduce a la Nada. Da igual, de todas formas hay que
seguir. Es en este punto donde el individuo ha de buscar mecanismos de ayuda.
En el caso de Vania, el trabajo sublima
la desesperación por el sin sentido, de manera que se dota de significado a lo
que no lo tiene. En el caso de Creonte, es el valor de la responsabilidad lo
que le lleva a aceptar el papel que le ha tocado en suerte y a realizar una tarea por la que no siente
ningún interés. Se trata de representar el personaje que a cada uno le corresponde,
aunque sea el del antipático y pragmático dictador, no de buscar razones para
hacerlo.
Cuando Creonte
le desvela a Antígona la verdad: que sus dos hermanos eran unos sinvergüenzas y
unos vagos que a lo único a lo que se dedicaron toda su vida fue a beber y a
desestabilizar el imperio y que si uno es considerado un héroe y otro es
considerado un traidor no es porque eso se ajuste a la realidad, sino para
contentar al pueblo y que por tanto es una tontería morir por hermanos que nunca
pensaron en nada que no fuese su propio provecho, Antígona comprende que su tío
tiene razón. Sin embargo, se aferra a la idea de la muerte, como una mártir que
busca el martirio por el martirio mismo: por lo que ello conlleva de oposición
a la vida. Antígona quiere morir da igual la razón y cueste lo que cueste. Ese es su papel.
No tardará pues, en encontrar un nuevo motivo –esta
vez irrebatible - para su auto sacrificio. Si como dice Creonte la vida feliz no es más que
una sucesión de autoengaños, entonces es preferible morir. La muerte constituye
la última verdad; la verdad más radical y auténtica.
La autoinmolación de Antígona sume en la
desesperación a Hemón, hijo de Creonte, que al no sentirse capaz de vivir sin
ella, muere a su lado. Esta segunda muerte a su vez empuja al suicidio a la
esposa del tirano cuando se entera del fallecimiento de su hijo.
Tres muertes. Tres. Dos se hubieran podido evitar
pero la primera, la inevitable, las ha arrastrado en su caída.
Con ello, sin embargo, no se consigue nada. Como le
dice Creonte: morir tenemos que morir todos. Aunque las tres personas a las que
él más amaba han muerto y su corazón está destrozado, Creonte no abandona ni su
deber ni su puesto. Los tres fallecidos ya tienen su paz y su tranquilidad,
pero aquí en el mundo – en la vida- aún quedan pendientes muchas cuestiones que
solucionar y que arreglar. Los únicos que permanecen ajenos al conflicto existencial
son los guardianes. Ellos encarnan al pueblo, a la gente normal, a las almas
inmediatas. Esto es: aquellos que lloran cuando les falta un trozo de pan y
están contentos cuando lo tienen. Preocupados únicamente por sus problemas
cotidianos - de los cuales los más
importantes después del alimento son la paga y los juegos de cartas, o sea, el
ocio -, su papel consiste en apoyar y destituir a los tiranos según éstos les paguen
más o menos. Están al lado de Creonte mientras no aparezca otro tirano más
fuerte. “Por el momento sirven a Creonte, hasta que un buen día obedeciendo órdenes
de un nuevo jefe de Tebas ellos mismos le detendrán.” La mayor parte de la gente sirve
a cualquiera porque sólo le importa su interés personal.
Acaso en eso consista
ser persona. La tragedia no es algo que compita a los seres normales, a los
seres de carne y hueso. La tragedia es cosa de dioses y de hombres marcados -sentenciados- por los dioses. Brecht se
equivoca al intentar despojar a la tragedia de su verdadero y auténtico
carácter. La tragedia se escapa al dominio de los hombres y pertenece al
destino dispuesto para los hombres superiores. Intentar convertir la tragedia
en un drama, que es lo que hace el autor alemán, no destruye su carácter trágico-divino-destino.
Del mismo modo, que negar la realidad no significa cambiarla.
A juicio de Anouilh, lo
que caracteriza en primer lugar a la tragedia es que en ella no cabe hablar de
culpables. Cada uno
ha de aceptar y desempeñar el papel que le ha tocado en suerte. En este caso,
Creón ha de servir a la comunidad aunque él hubiera preferido continuar en la
soledad de su habitación. Debe, por tanto, olvidarse de sí mismo. A su vez,
Antígona ha de ser auténtica y por consiguiente, tiene que morir. Este “tener
que morir” es un tener que morir absoluto, independiente de cualquier razón y de cualquier motivo. Esto justamente es lo
terrible y lo que la diferencia del drama: en la tragedia nunca hay razones. Por
eso, en la tragedia no cabe hablar de culpables e inocentes, sino solamente de
inocentes cumpliendo su papel.
En segundo lugar, el desarrollo de la acción podría modificarse si
pudiera rectificarse la respuesta que cada uno de los personajes está obligado
a dar según el papel que le ha tocado desempeñar. En principio, no parece que a
Antígona le resultara difícil comprender la actitud de Creón. La situación en
la que el tirano de Tebas se encuentra es similar a la situación a la que
constantemente han de enfrentarse la mayoría de las mujeres desde el momento en
que son madres. Esto es: a la exigencia de olvidarse de sí mismas y de sus
intereses para preocuparse por sus hijos. Sin embargo, la Antígona de Anouilh,
encerrada en sus propios planteamientos, no
puede entender la tragedia personal de Creón que carga con la tarea de
gobernar la ciudad a pesar de que él preferiría dedicarse al estudio. Antígona
considera que la renuncia de Creonte a la autenticidad es absurda.
¿Es egoísta Antígona o solamente “auténtica”? ¿Hay
alguna diferencia entre estos conceptos? El “no” de la Antígona de Anouilh es
un “no” radical a todo lo que implique un obstáculo a la libertad absoluta del
individuo y consiguientemente a su desarrollo individual. Es un rechazo a los
límites que la sociedad impone, sean éstos del tipo que sean y está dispuesta a
pagar por ello cualquier precio: incluido el de la muerte. No es de extrañar.
Esta Antígona representa la posmodernidad en su vertiente más pura. Para dicha
concepción filosófica, la vida implica desde su comienzo no una posibilidad
sino un escollo al desarrollo esencial de nuestro “yo”. A medida que transcurre
el tiempo, mayores son las responsabilidades, los compromisos y, por tanto,
mayores los impedimentos para el progreso de una persona en absoluta libertad,
que es la constante obsesión de esta Antígona y de todos los que piensan como
ella. La muerte aparece así como la única solución posible para alcanzar ese
ideal. La muerte, que es la absoluta negación, la absoluta imposibilidad de
ser, es, al mismo tiempo, la absoluta negación de los límites. Desde el no-ser
es imposible encadenar al ser. He ahí el sentido que Antígona encuentra en la
muerte.
Creonte es asimismo incapaz de comprender la postura
de Antígona. En su opinión, la obsesión por la autenticidad individual conduce
inexorablemente al hundimiento del barco. ¿Es el barco tan importante como para
sacrificar la felicidad individual de uno mismo? Tal vez no, pero ha de cumplir
el papel que le corresponde, aunque ello exija responsabilidad, esfuerzo,
trabajo, sudor y lágrimas. Para la muerte siempre hay tiempo y, en cualquier
caso, la muerte como tal es infructuosa.
¿Quién de ellos tiene razón? ¿Quién está en posesión
de la Verdad? ¿Los muertos: olvidados y libres? ¿Los vivos: cansados y
fatigados? Todos. Nadie. Da igual. Aquí
reposa justamente el segundo elemento de la tragedia: la imposibilidad de que
los personajes encuentren un “modus vivendi” que solucione la situación, la
ausencia de un punto, sea el que sea, que pueda servir como puente entre las
posiciones radicales que cada uno de ellos defiende.
La obra de Anouilh muestra lo que ya en su día
mostró Sófocles, aunque fuera de modo tímido e insuficiente: una doble
tragedia. La del que ha sido sentenciado por el destino a la muerte y la del
que ha sido condenado por los dioses a dictar la sentencia y a ocupar un lugar
que en ningún modo desearía ocupar pero al que no puede negarse porque es
necesario servir a los intereses públicos. Para ello hace falta renunciar a los
propios intereses y deseos, al propio desarrollo individual e incluso a lo que
uno en esencia es. Creonte no ha elegido el papel que le toca representar. En
realidad preferiría permanecer sentado sin tener que dirigir la nave, pero
tampoco puede dejarla hundir. Ser rey no significa gozar de derechos sino de
cumplir con la responsabilidad de enfrentarse a deberes y obligaciones sean o
no de nuestro agrado. La Antígona de Anouilh trata de mostrar el desgarramiento
del líder, que no puede permitirse el lujo de ser auténtico porque el deber
hacia lo colectivo se impone como prioridad absoluta.
La diferencia entre Creonte y Antígona es que
Creonte dice “Sí” a las responsabilidades y Antígona dice “No”. También podría
afirmarse que Creonte dice “No” a la autenticidad y Antígona dice “Sí”.
En cualquier caso, vivir implica siempre una
renuncia a la verdad existencial aunque sea para servir a una colectividad que Anouilh considera tan
perezosa como desagradecida. El hombre que vive sin ser él mismo es a juicio de
Antígona un muerto en vida. Por eso es preferible una muerte que abre las
puertas a la libertad absoluta.
Sin embargo, Anouilh muestra que Creonte no renuncia a todo. Hay un principio que sostiene su vida. Es cierto que la vida no tiene sentido y que la tripulación del barco no es consciente de los sacrificios que el mando conlleva. Sin embargo el principio de la responsabilidad es el motor que impulsa a continuar adelante. Hay que hacerlo y se hace. Creonte termina renunciando a la vida individual en favor de una vida dedicada a la polis, que no le reportará más beneficio que el de la ingratitud. Sin embargo, está absolutamente convencido de que el pueblo necesita de alguien que lo mantenga a flote. El desgarramiento de Creonte es tan auténtico como su sentido de la responsabilidad. El lector termina sintiendo admiración por la resignación y la dedicación con la que desempeña su función. Al mismo tiempo que Antígona queda expuesta como la representante de una autenticidad tan absoluta como improductiva.
Sin embargo, Anouilh muestra que Creonte no renuncia a todo. Hay un principio que sostiene su vida. Es cierto que la vida no tiene sentido y que la tripulación del barco no es consciente de los sacrificios que el mando conlleva. Sin embargo el principio de la responsabilidad es el motor que impulsa a continuar adelante. Hay que hacerlo y se hace. Creonte termina renunciando a la vida individual en favor de una vida dedicada a la polis, que no le reportará más beneficio que el de la ingratitud. Sin embargo, está absolutamente convencido de que el pueblo necesita de alguien que lo mantenga a flote. El desgarramiento de Creonte es tan auténtico como su sentido de la responsabilidad. El lector termina sintiendo admiración por la resignación y la dedicación con la que desempeña su función. Al mismo tiempo que Antígona queda expuesta como la representante de una autenticidad tan absoluta como improductiva.
La “Antígona” de Jean Anouilh es un manifiesto contra la muerte inútil, contra los falsos sentimientos románticos
que precipitan a un final que, en
cualquier caso va a llegar y que muchas veces no ocultan más que un terrible
miedo a madurar, a envejecer y a la aceptación de la responsabilidad que todo
este proceso conlleva.
Hasta la
semana que viene.
Isabel Viñado Gascón.
Nota: Algunos, muchos, la mayoría de los críticos, se
empeñan en ver en Creonte al dictador nazi y en Antígona a la Resistencia
Francesa. No se quién fue el primero en hacer semejante afirmación. Suena bien.
Sobre todo porque la obra fue escrita en 1944. He leído la obra tres o cuatro
veces. Créanme: no he encontrado ni un
solo pasaje en el que se pueda apoyar dicha interpretación.
El tema que una y otra vez se me muestra es el del sentido de la existencia y de los límites que la vida impone a la
autenticidad, así como la imposibilidad de elegir el personaje a representar;
es decir, la determinación absoluta a la que nuestra conducta está expuesta
desde el principio de nuestro nacimiento. La política en el caso de Anouilh es
una excusa para tratar el tema, pero no es la cuestión central. Creonte es el
hombre que renuncia a la autenticidad personal en virtud de la responsabilidad a la que está obligado, que es la de gobernar
–por más que él preferiría dedicarse al estudio. Antígona, por su parte,
representa el anhelo absoluto de autenticidad aunque haya que renunciar a la
vida, que es justamente la que lo hace imposible.
Si fuera cierto que Antígona representa a la Resistencia Francesa, ésta quedaría, desde mi punto de vista, muy mal parada. En la obra, Antígona aparece una y otra vez más preocupada por su autenticidad y libertad individual que por la libertad colectiva. Su muerte no es para vengar a sus hermanos que, como ya se ha visto, eran dos necios inútiles ni para derrocar al tirano. Antígona simplemente quiere alcanzar su autenticidad absoluta aunque ello implique la inmovilidad absoluta. Esto es: su muerte. No puede seguir viviendo porque la vida, como ya le ha mostrado Creonte, es un cúmulo de negociaciones, de autoengaños y de renuncias.
Si fuera cierto que Antígona representa a la Resistencia Francesa, ésta quedaría, desde mi punto de vista, muy mal parada. En la obra, Antígona aparece una y otra vez más preocupada por su autenticidad y libertad individual que por la libertad colectiva. Su muerte no es para vengar a sus hermanos que, como ya se ha visto, eran dos necios inútiles ni para derrocar al tirano. Antígona simplemente quiere alcanzar su autenticidad absoluta aunque ello implique la inmovilidad absoluta. Esto es: su muerte. No puede seguir viviendo porque la vida, como ya le ha mostrado Creonte, es un cúmulo de negociaciones, de autoengaños y de renuncias.
Sin embargo,
los defensores de esta teoría - Creonte: nazi/ Antígona: Resistencia -, están
tan convencidos de que sólo puede ser así, que la última vez que alguien sugirió
en clase de literatura francesa que se trataba de una obra existencialista, el
profesor, sin atender a razones, amenazó con suspenderle.
Ante semejante dilema –seguir sus propias
consideraciones o las del profesor- dilema que sin duda encerraba una cuestión
de carácter absolutamente existencial, el alumno cambió de opinión y llegada la
hora del examen escribió lo que el profesor quería leer. Sacó la mejor nota.
“La autenticidad” – explicó el alumno más tarde – “es cosa de
muertos.”
Hasta la semana que viene.