jueves, 6 de septiembre de 2012

ÉTICA E INFINITO (1982) -Emmanuel Lévinas

Le libre de Poche. Biblio Essais. Fayard / France Culture (1982).

« Les entretiens présentés dans ce volume ont été enregistrés et diffusés par France-Culture en février-mars 1981. Ils ont été légèrement remaniés et complétés pour l’édition. Ils constituent une présentation succincte de la philosophie d’Emmanuel Lévinas, à l’ensemble de laquelle pourrait sans doute convenir le titre Éthique et Infini. Les dix entretiens suivent le développement de la pensée de Lévinas depuis ses années de formation jusqu’aux articles les plus récents qui viennent d’être réunis en recueil –en passant par deux œuvres brèves mais importantes : De l’existence à l’existant, Le Temps et l’Autre, et les deux œuvres philosophiques majeures : Totalité et Infini et Autrement qu’être ou au-delà de l’essence. » Philippe Nemo. (Pg.5)

“Las entrevistas presentes en este volumen fueron registradas y difundidas por Francia-Cultura en Febrero-Marzo de 1981. Han sido ligeramente relaboradas y completadas para esta edición. Constituyen una presentación sucinta de la filosofía de Emmanuel Lévinas al conjunto de la cual le convendría sin duda el título de Ética e Infinito. Las diez entrevistas siguen el desarrollo del pensamiento de Lévinas desde sus años de formación hasta sus artículos más recientes que acaban de ser reunidos en una colección - pasando por dos obras breves pero importantes: De la existencia al existente, El Tiempo y el Otro y las dos obras filosóficas mayores: Totalidad e Infinito y Del otro modo de Ser o más allá de la esencia.” Philippe Nemo.  (Pg.5)

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En general, no suelo incluir ninguna cita en mis comentarios. En primer lugar, porque lo que pretendo no es repetir lo que el autor ha escrito –para eso basta con leer sus obras. En segundo lugar, porque me parece irresponsable utilizar las palabras de los escritores para apoyar mis opiniones.  Sus historias y las ideas que en ellas se contienen me sirven de excusa, eso sí,  para desarrollar mis propias interpretaciones personales. El blog, por su parte, me obliga a donarles una estructura. Lo último que desearía sería caer en la escolástica.

En el caso de Lévinas mis consideraciones han surgido a partir de sus palabras. Son ellas las que han provocado mi reflexión. Así pues no puedo ni debo obviarlas. Este es el motivo que me lleva a acudir a las citas del texto original acompañadas de mi traducción. Dos ideas me han parecido especialmente interesantes: el estudio de lo que significa el “hay” (il y a) y la imposibilidad de comunicar la existencia. El ser no puede salir de su soledad ni siquiera a través del conocimiento puesto que  el saber es inmanente y en su transmisión el otro se encuentra al lado y no enfrente del interlocutor.

Sin embargo es el tema de la responsabilidad, tal y como Lévinas lo trata, el que más me ha impresionado.  No obstante, confieso mi escepticismo hacia la posibilidad de que sus observaciones al respecto puedan llegar a ser válidas a nivel práctico y no meramente filosófico.

He de manifestar, igualmente, que no soy especialista en su Filosofía. De hecho, estas entrevistas me han introducido por vez primera en su trabajo.

A lo dicho me remito: las historias y los esquemas que construyen los diferentes autores  suponen el punto de partida de mi reflexión personal, no una recensión ni una asunción de sus posturas. Como todas las consideraciones, también la mías guardan en su haber una parte irreductible de subjetividad de la que me hago responsable.

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Lo primero que hice al terminar la lectura del libro, fue consultar la biografía de Lévinas. Un hombre que decía lo que decía acerca del Otro, acerca de la responsabilidad, acerca de la exigencia de una responsabilidad absoluta, había de albergar por fuerza algún elemento en su historia personal que le llevara a elaborar una teoría moral tan exigente. Es justamente la  radicalidad moral de su pensamiento lo que cautiva al lector.

La idea central es que yo soy responsable del otro. Tal responsabilidad se caracteriza, de un lado por ser total y de otro, no-simétrica. Lévinas sostiene que su responsabilidad –que es una responsabilidad por el otro-  exige tal grado de compromiso que se ha de aceptar incluso la posibilidad de  que su ejercicio pueda conducir a la muerte.

“La relation intersubjective est une relation non symétrique. En ce sens, je suis responsable d’autrui sans attendre le réciproque, dût-il m’en coûter la vie » (Pg.94)

C’est moi qui supporte tout (…) je suis responsable d’une responsabilité totale, qui répond de tous les autres et de tout chez les autres, même de leur responsabilité. Le moi a toujours une responsabilité de plus que tous les autres. (pg.95)

“La relación intersubjetiva es una relación no-simétrica. En este sentido, yo soy responsable del otro sin esperar de él un comportamiento recíproco, aunque ello me cueste la vida.”

“Soy yo el que soporta todo (…) yo soy responsable de una responsabilidad total, que responde de todos los otros y de todo en los otros, incluso de su responsabilidad. Mi yo siempre tiene una mayor responsabilidad que todos los demás”

Al lector sin embargo no le pasa desapercibido el carácter utópico de estas ideas porque como muy bien dice Philipp Claudel en su libro “El informe Brodeck”:

« (…) nous ne sommes jamais à la hauteur de nous-même. Cette impossibilité est inhérente à notre nature. » (pg271)

 “(...) nosotros no estamos jamás a la altura de nosotros mismos. Dicha imposibilidad es inherente a nuestra naturaleza.”

A mí también me invade la sospecha de que, salvo muy contadas excepciones ninguno de nosotros somos santos, ni podemos serlo, que es adonde en última instancia se dirige el pensamiento del autor de “Ética e Infinito”. Así pues, a mi modo de ver, la teoría de Lévinas contiene varias dificultades.

En primer lugar, aparece la pregunta de cómo conciliar la responsabilidad por el Otro, con la responsabilidad por el otro.

Lévinas reconoce : « Puisque je suis responsable même de la responsabilité d’autrui. Ce sont là des formules extrêmes, qu’il ne faut pas détacher de leur contexte. Dans le concret, beaucoup d’autres considérations interviennent et exigent la justice même pour moi. » (pg.96)

« Puesto que yo mismo soy responsable de la responsabilidad del otro. Estas son fórmulas extremas que no hay que separar de su contexto. En lo concreto intervienen muchas otras consideraciones y exigen la justicia incluso para mí.”

Nos enfrentamos, por tanto, al problema del que ya hablé en mi blog: “Reflexiones sobre la Libertad, la Igualdad y la  Fraternidad”, de la concretización del Absoluto. Porque lo cierto, es que el Otro abstracto nunca es el otro concreto. El Otro abstracto nunca abarca a un uno sino a muchos, sin especificar quiénes. Por consiguiente, ese Otro abstracto termina encerrando un concepto vacío que puede ser empleado y malempleado según convenga.

En resumidas cuentas: mientras el Otro sea un otro Absoluto o como dice Lévinas un “Otro extremo”, ese otro resulta un gran desconocido.

Pero es que además, Lévinas no sólo habla del otro sino de los otros, lo cual viene a complicar el panorama. Primero, porque él mismo es consciente de que los universalismos corren el peligro de caer en el totalitarismo. Segundo, porque Lévinas defiende la importancia del rostro del otro y el otro, por indeterminado no tiene rostro. Y en el momento en que lo tiene, la ética de Lévinas ha de ser matizada –como él mismo admite.

En segundo lugar, y debido a lo que acabamos de explicar, mucho me temo que los principios éticos de Lévinas no nos acercan a la santidad sino a la perdición. A mi modo de ver, llevados a la práctica provocan dos consecuencias, a cuál de ellas más funesta.

1.       Ser responsable por el otro puede interpretarse como la obligación moral de indicarle el camino a seguir. (Lo que en un mundo plural como el nuestro significa: ‘en la dirección más apropiada en mi opinión.”)

En un primer momento esta interpretación nos introduce en la problemática de la educación. Llevada a sus extremas consecuencias, engendra la dictadura.

 El “otro” puede elegir entre dos opciones para defenderse del control asfixiante que sobre él se ejerce:
-       a)   Una alternativa es que acepte mi responsabilidad. La consecuencia es el deber de obediencia a mis reglas.

-       b)   La otra posibilidad es que se considere autorizado a liberarse de mi opresión puesto que en función de la responsabilidad que él tiene hacia mí ha de liberarme de la condición de tirano.

La consecuencia de esta postura es:

-          A nivel individual, la rebelión.

-          A nivel político, la revolución.

En cualquier caso, la violencia termina estallando.

 

2.      Ser responsable del otro implicar cargar todas sus acciones sobre mis espaldas. La educación cae en el descrédito, al no poder desprenderse de sus elementos coactivos. El otro es libre porque la relación  ética no es simétrica, dice Lévinas. Sólo yo no soy libre. Da igual lo que el otro haga: yo siempre soy responsable de él y esa responsabilidad no tiene límites.

 

En este segundo caso, ser responsable del otro significaría:

-          a) En la relación del otro con el mundo exterior, que yo soy su garante.

-         b)  En la relación del otro conmigo, que únicamente yo soy el que está obligado a ejercer la liberalidad y el perdón.

En mi pensamiento se agolpan todas esas madres que han sacrificado sus vidas, las vidas de sus otros hijos, sus haciendas, sus riquezas, por sentirse responsables de seres que ni siquiera se sentían responsables de sí mismos. Como muy bien puede imaginarse, su sacrificio no ha servido para nada. Si acaso, para provocar más dolor,  más problemas, más muertes.

En este sentido, la consecuencia a la que arrastra esta segunda postura es que la responsabilidad que me exigen algunos “otros” concretos a los cuales me debo, puede implicar destrozar a algunos “otros” concretos a los cuales me debo igualmente.

Vuelvo a señalar las dificultades que he encontrado en Lévinas para saber cuándo el otro es otro abstracto, cuándo concreto y cómo se puede llegar desde ese otro abstracto al otro concreto. Ni siquiera he podido determinar con claridad cuándo hace referencia a otro singular o a otro plural.
  
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A mi juicio, los problemas éticos surgen a partir de tres tipos de actitudes. La primera, cuando uno se siente absolutamente responsable del otro. La segunda, cuando nadie se siente responsable de nadie - ni siquiera de sí mismo. La tercera, cuando nadie se siente culpable de nada – ni siquiera de sus propias acciones.
Aparece entonces el sentimiento de la angustia. Pero ya no como el sentimiento que se puede experimentar ante una circunstancia determinada sino como un estado de hecho del que no se puede salir. El absurdo del ser y el absurdo de la existencia toman la apariencia de verdades inquebrantables y eternas.

Es precisamente en ese instante cuando surge la necesidad de una ética de la responsabilidad hacia mí, hacia el otro y hacia el mundo.
- Por lo que al yo se refiere, el hecho de estar dentro de la vida le obliga a desarrollar sus capacidades y aptitudes. Para conseguirlo, la primera exigencia ética es sobrevivir. La segunda, la capacidad para trascender el materialismo vital que, aunque sea la base del ser humano, no es el único elemento que lo constituye.

- El otro es mi frontera, puede que incluso mi barrera, pero en tanto que ser humano como yo, me permite aprender de sus errores  y aciertos tanto como de mis errores y aciertos.
- El mundo, por ser el lugar en el que la vida se desarrolla ha de posibilitar la “existencia” para permitir la “coexistencia.” De otro modo, la única exigencia ética sería la de la supervivencia individual. Al mismo tiempo, sus pobladores han de preocuparse de que el mundo siga posibilitando la existencia para sus descendientes ya que ello es la base de cualquier sociedad. Esto les obliga a esforzarse en conservar el hábitat en el que coexisten.

Así pues, comparto con Lévinas que la responsabilidad ética no sólo es necesaria sino imprescindible. Lo que no acepto es el grado extremo que ha de alcanzar, según el cual la conservación de nuestra vida cuenta menos que el otro.
A mi memoria viene una poesía de Brecht. En ella un árbol muy fuerte vence a todos los cuervos que se enfrentan a él. Sin embargo, cuando los cuervos –habiendo aceptado la victoria del árbol- se acuestan a dormir apoyados en él, el árbol muere. El peso era demasiado.

Ese justamente es el peso que Lévinas propone y el que a mí me parece tan realmente peligroso. La ética de Lévinas es una ética para un mundo que no existe. Su sistema es posible en el Paraíso pero no en un mundo de hombres. No tanto porque el mundo de los hombres esté sumido en el pecado y la perversión como por el hecho de que  una espesa niebla lo envuelve de manera que nadie ve muy bien por dónde tiene que ir. Al final, ser responsable de unos significa tener que dejar en el camino a otros.
En Internet he leído que “Levinas identificará al otro con las figuras del huérfano, el extranjero y la viuda por su situación especial de pérdida y sufrimiento” (XII Congreso Internacional de la Teoría de la Educación 2011. Eduardo Romero y Marta Gutiérrez. Universidad de Murcia)

Lévinas en efecto, hace suyas las palabras de Dostoievski.  « Nous sommes tous responsables de tout et de tous devant tous, et moi plus que tous les autres” (Pg. 98) “Todos somos responsables de todo y de todos ante todos y yo más que los otros”

Y yo que no soy santa, temo que esta idea acabe conduciendo a una ética basada en el complejo de culpabilidad, debido entre otras cosas a que nuestras fuerzas morales son limitadas.
Es, ciertamente, complejo de culpabilidad lo que uno cree encontrar en Lévinas al leer su teoría de la responsabilidad. Un sentimiento de culpabilidad terrible, ignoro si confesado, por no haber podido salvar a su familia, asesinada en los campos de concentración. Por no haber podido salvar ni a sus padres ni a sus hermanos habiendo él, sin embargo, sobrevivido.
Hay una posibilidad de redención para ese sentimiento de culpabilidad. Lévinas mismo la vislumbra, aunque no estoy muy segura de que él la haya asumido para sí mismo cuando cita un proverbio portugués que Claudel ha utilizado para uno de sus trabajos. “Dieu écrit droit par des lignes tortueuses” (Pg 107) « Dios escribe recto en líneas torcidas. »
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En mi opinón, al centrar su ética en la responsabilidad por el otro, Lévinas olvida la importancia del “yo” y del “mundo”, como elementos éticos a tener en cuenta y si lo hace es sólo en tanto que tienen relación con el otro. Ese otro absoluto, que no puede ser conjugado con el otro ni con los otros concretos es lo que determina el carácter extremo o utópico de su filosofía moral.

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No cabe duda de que la intención del filósofo es encontrar una solución radical a la crisis que atraviesan los esquemas de valores morales contemporáneos. Pero tal vez sería mejor determinar en primer lugar, de dónde parte un conflicto que comienza a tomar dimensiones preocupantes.

A juicio de algunos, el hombre ético se enfrenta hoy en día a dos graves obstáculos. Por un lado, el laicismo ha desplazado a Dios como axioma moral. Por otro, la pluralidad de valores impide el consenso social. A mi modo de ver ambas afirmaciones son falsas y sumamente peligrosas porque abren la puerta a esquemas dictatoriales en la moral que sólo conducen a uniformar una sociedad y a empobrecerla espiritualmente – aunque sea el nombre de Dios el que los abandere.

En realidad, el laicismo no representa ningún inconveniente, si existe una ética humanista coherente. En cuanto a la pluralidad de valores se refiere, hay que reconocer que ella representa el motor dinámico de cualquier sociedad tolerante y expresa el triunfo de la libertad.

El problema, pues, no es que existan demasiados modelos éticos a elegir. El problema es que no hay ninguno.

La verdadera, la auténtica catástrofe a la que nos enfrentamos hoy en día es la fragmentación individual.

Y es que entre las mónadas leibnizianas, que Kant –de alguna manera- recoge en su ética y la fragmentación ética del ser humano, que le imposibilita para darse un esquema organizado de valores a sí mismo, - de modo que únicamente dispone de unas cuantas normas sueltas que le ayudan a sortear el momento según éste se presente - , hay una gran diferencia. La misma que existe entre el maestro fontanero y el chapucero.

El relativismo moral del que tanto gusta el hombre moderno hoy en día, impide cualquier concretización de los valores absolutos, no ya a nivel social sino – y esto es lo terrible- a nivel individual.

La ausencia de valoración moral no viene dada por ni por la excesiva tolerancia a las convicciones del otro ni por la falta de respeto hacia ellas sino, justamente, por la propia falta de convicciones. Es por ello, por lo que más de un listillo, comienza sus demagógicas frases a ritmo de manipulación: “¿No crees que deberías hacer esto?” ¿No opinas que sería mejor hacer aquello?”. Tales sujetos se han dado cuenta de que los esqueletos brillantes de los hombres que les rodean carecen de estructura interna y no pierden la ocasión para conseguir sus propios fines que, por supuesto, no descansan ni en la buena voluntad ni en el deseo de universalidad.

Al final, son los cínicos  los que salen beneficiados de la falta de un proyecto ético individual organizado.

La única ética que puede hacer frente a esta situación es la ética kantiana.
 
Esta ética es la más adecuada y la menos peligrosa puesto que cada individuo establece su propio grado de exigencia. Hay que subrayar que menos no significa que no sea peligrosa.
Tres son los principios en los que se asienta la también llamada ética del imperativo categórico: el libre albedrío, la racionalidad dirigida por la buena voluntad y la universalidad. Se trata de una universalidad originada a partir del individualismo. Es la voluntad racional del uno la que decide qué principios pueden convertirse en universales.
Como puede observarse, ello no se parece en nada a la globalización actual, que impone desde el exterior determinadas conductas una vez que ha conseguido atomizar al individuo en momentos inconexos que le impiden pensar y estructurar su propia existencia dentro de una comunidad social.
Algunos achacan este problema al hecho de que la gran circulación de datos de que se dispone actualmente no genera una mayor comunicación sino simplemente un intercambio –igualmente fragmentado - de información.

No nos engañemos.

También en la ética kantiana la comunicación a nivel moral se basa, sobre todo, en un intercambio de información, puesto que la soberanía individual construye para sí misma su propio esquema de valores basados en la racionalización de la buena voluntad y la aspiración de universalidad a partir de los datos con los que cuenta. La discusión ética no es posible o, por lo menos no es aconsejable debido al principio de juicio individual en el que tal sistema moral descansa. Enjuiciar el comportamiento de los otros sólo puede realizarse a nivel interno debido justamente al respeto que la decisión del otro en virtud de su autonomía exige. Internamente se puede aceptar o no la validez de los principios morales que guían el comportamiento del otro. Pero la  expresión pública de dichas consideraciones han de ser lo más comedidas posible. El respeto a las decisiones morales ajenas obliga a la tolerancia al mismo tiempo que permite poner  libremente en juego los propios principios.

La tragedia, pues, no es que la información carezca de estructura. La información –si libre- ha de carecer necesariamente de ella. La tragedia, la verdadera tragedia es que la atomización que padecen los individuos es la que les impide dotar de una estructura –individual, libre y racionalizada- a esa información. Nadie sabe si este fenómeno se debe a que beber el zumo de manzana resulta más cómodo que comérse la manzana a bocados o a que el hombre actual se ha quedado sin dientes y los únicos que se ven –de vez en cuando – son postizos.

No obstante, la ética kantiana es también peligrosa en el sentido de que alguno puede imponerse como responsabilidad propia el  mejoramiento espiritual del mundo. Es ahí donde comienza el puritanismo y la imposición de normas morales a los otros.

Nadie duda de que a lo largo de cada día y en distintas situaciones los individuos han de hacer frente a la amenaza de que unos cuantos se empeñen en imponer  su propia visión del mundo. Según algunos este peligro obliga a introducir un elemento que no existía previamente en la ética kantiana: el diálogo. Lo cierto es que ello requiere una serie de condiciones que difícilmente se dan en la realidad y que entrañan nuevos riesgos como la utilización de la persuasión. A nivel político, las armas parecen ser cada vez el “mejor” modo de asegurar el canje de opiniones.

Para contrarrestar esta amenaza es necesario que el yo del uno termine donde comienza el yo del otro, de modo que cada individuo sea una norma ética para sí mismo. Corresponde a las leyes jurídicas poner en comunicación todas estas normas individuales.

Quizás la individualidad reflexiva –el eterno y siempre válido “Sapere Aude” - pudiera erradicar al virus de la atomización espiritual que cada individuo, en mayor o menor medida, padece hoy en día. Quizás el eterno y siempre válido “Sapere Aude” trascendente a todos los planes de estudio existentes, pudiera lograrlo. Tal vez así  acertáramos a ver mejor nuestro rostro, el rostro de aquellos que están a nuestro lado y el rostro del mundo en el que vivimos, para poder atrevernos a ser responsables  de una vez por todas. Radicalmente responsables sin dejar de ser radicalmente hombres de carne y hueso.

Hasta la semana que viene.

Isabel Viñado Gascón.

 

 

 

 

 











 

 

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