jueves, 13 de septiembre de 2012

HOTEL SAVOY (1924), de Joseph Roth


La obra comienza con la llegada de Gabriel Dan al Hotel Savoy. Después de tres años de cautiverio en una prisión siberiana y un viaje financiado a base de trabajos mal pagados, Gabriel regresa a una ciudad en la que viven parientes de sus padres –judíos rusos. Cinco años le ha costado volver a encontrarse ante las puertas de Europa. Su intención, sin embargo, no es instalarse allí sino reunir el  suficiente dinero para poder continuar su marcha. De todos los hoteles del Este, el Savoy es el que más europeo le parece.

Allí se alojan gentes de toda clase y condición a las que, sin embargo, les une un denominador común: el desarraigo. Aunque la mayoría sueña con marcharse, el calor familiar que ofrece la atmósfera del hotel y la falta de otro lugar en el que asentarse, les determina a quedarse. En efecto, el hotel desempeña al mismo tiempo las funciones de hogar y de prisión. Para algunos será incluso su ataúd.  Gabriel Dan no tardará mucho tiempo en conocer a algunos de sus huéspedes.

Stasia, trabaja en un teatro de varietés. Gabriel Dan se enamora de ella, pero no se atreve a declararse debido a la pobreza en la que se encuentra sumido. Stasia acabará yéndose con el primo de Gabriel, Alexander: un cabeza de chorlito con dinero.

Santschin, es el payaso de la función. La gente dice que ha enfermado “de repente” pero Roth desvela que lleva diez años muriendo, día a día. Santschin se opone a que llamen al médico porque su abuelo y su padre también murieron sin él. Al fin sus amigos van a buscar al que vive en el hotel. Éste, ante el asombro de los demás, le receta vino. Su muerte está próxima. El médico les advierte que no sobrevivirá a más de dos botellas. De lo que se trata es de conseguir que muera feliz.

Hirsch Fisch, vive en la última habitación del piso más alto del hotel: la 864. Cuanto más pobre es el cliente más arriba se le aloja y menos servicios recibe. Industriales y comerciantes son los que pagan la habitación de Hirsch. Según se dice, hubo un tiempo en que también él  fue un rico comerciante y lo perdió todo por desidia. Hirsch se considera a sí mismo “soñador de los números de lotería” y vende los resultados que sueña.

Abel Glanz, es un hombre pequeño, mal vestido y sin afeitar. Trabajó como apuntador en un pequeño teatro rumano, ahora se dedica a hacer negocios en el mercado negro con el cambio de moneda extranjera.

Ignatz, el viejo “chico de hotel”. Cuando un cliente no tiene dinero para pagar la cuenta del hotel coge una de las maletas, tal como está y se la lleva. Con ello quedan las deudas satisfechas.

Frau Jetti Kupfer, es el “alma mater” del bar del hotel y la que se encarga de dirigir a las chicas para que entretengan a los clientes.

El médico, está cada día a las cinco en la Sala del hotel. Ha sido médico militar.

Xaver Zlogotor,  Magnetizador. Dice que ha aprendido su arte de los faquires cuando estuvo en la India.

Zwonimir Pausin, es un croata llegado de Rusia que estuvo en la misma compañía que Gabriel Dan. Al contrario que la mayoría, llega hasta la ciudad en tren en vez de a pie.  Zwonimir es un revolucionario nato. Pausin es un hombre que trata a todos como viejos conocidos y que se ríe de todos de tal forma que nadie se atreve a decirle nada.

Kaleguropulos, el dueño invisible del hotel al que nadie conoce.

Otros personajes que no viven en el hotel pero que también juegan un papel importante en el desarrollo de la obra son:

Phöbus Böhlaug, tío de Gabriel y padre de Alexandre. No sea aloja en el hotel pero vive en la ciudad. Böhlaug es un rico hombre de negocios, que sin embargo se niega a prestar ayuda a su sobrino Gabriel.

Neuner, dueño de la fábrica. Lo único que le interesa es ganar dinero. Cuando la crisis aparece prefiere especular en la bolsa suiza y con el cambio de monedas.

Bloomfield:  Se hospeda en el Hotel Savoy pero por muy poco tiempo. Es un millonario llegado de América del que todos los habitantes de esa ciudad esperan recibir ayuda financiera. En realidad sólo viene a visitar la tumba de su padre. Será Bloomfield, sin embargo, quien proporcionará a Gabriel Dan el dinero necesario para continuar su viaje hacia el Oeste.

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La situación social que se descubre en el libro es desastrosa. No hay trabajo y el único trabajo que hay está mal pagado y produce enfermedades pulmonares, de manera que muchos trabajadores mueren a los cincuenta años. Es la consecuencia de haber estado recogiendo durante años los pelos de los cerdos que yacen en medio del polvo y la suciedad para hacer cepillos para limpiar.

El malestar social aumenta. Un trabajador entra en la peluquería del hotel. Al no pagar, la policía se lo lleva. No se le concede la puesta en libertad. Los trabajadores se concentran frente al hotel y frente a la prisión. Se desencadena la revolución. A los primeros huelguistas se unen los del sector del textil. El tifus aparece. Bloomfield se marcha sin despedirse. Los trabajadores entran en el hotel buscando al empresario Neuner. Los soldados llegan. Zwonimir desaparece. El hotel arde. Muchos mueren, entre ellos Ignatz – el ascensorista, que resulta ser Kaleguropulos.  Gabriel Dan y Abel Glanz emigran a América.

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Muchos autores necesitan cientos de páginas para describir la fiebre antihumana que asoló la Europa de principios del siglo XX. Roth, en cambio, consigue exponer en pocas pero precisas palabras la soledad del individuo en el mundo absurdo y hostil que le rodea.

El tema central que le preocupa es el de las relaciones entre los hombres. Qué significan los lazos consanguíneos, qué representa la amistad y cuándo es posible la generosidad. El panorama que presenta es bastante pesimista.

La obra de Roth evidencia que la familia raramente constituye el refugio que se pretende hacer creer que es. De hecho, las relaciones de parentesco desaparecen en el mismo instante en que no se trata de reunirse a tomar un café sino de que uno ayude al otro desinteresadamente. En este sentido el autor no hace más que perpetuar la tradición de la Biblia.  En el Antiguo Testamento, la gran familia como tal no existe. Los hermanos constituyen “tribus”, la colaboración entre las cuales no está garantizada por vínculos de sangre, sino de interés. Esaú se marchó a Edom y la enemistad con los descendientes de Jacob continuó hasta el punto de no permitir el paso de Moisés por aquellas tierras. José fue arrojado a un pozo por sus hermanos, salvado por unos extraños y elevado a las altas esferas del palacio de Egipto por el mismísimo faraón. Y en la casa de David, Amnón viola a su hermana Tamar; Absalón mata a Amnón; y surgen las guerras por el trono entre David y Absalón. El tío de Gabriel Dan, por su parte, siente tantos escrúpulos en exteriorizar su riqueza como en ayudar a su sobrino. Es Bloomfield, con el que a Gabriel no le une ningún lazo de sangre, el que, en un gesto de simpatía, le proporciona finalmente el dinero que necesita. En efecto, el sueldo que  Dan recibe por su trabajo sobrepasa con creces lo considerado como una paga normal.

Podría pensarse, por tanto, que los lazos de sangre son siempre menos fuertes que los vínculos forjados por el aprecio entre las almas y que no son las relaciones de consanguinidad las que determinan el afecto de unas personas hacia otras sino el sentimiento natural de la amistad. Sin embargo, el pesimismo vital de Roth no deja lugar a vanas esperanzas: la ayuda entre los hombres, como expresa el ejemplo de Bloomfield, sólo es posible cuando al sentimiento de simpatía se unen los medios necesarios para poder prestarlos.

Por consiguiente, si compartir el mismo tronco genealógico no implica el apoyo incondicional entre las diferentes ramas, la amistad y la simpatía tampoco nacen de soportar un mismo destino.

La solidaridad entre los compañeros y camaradas en tiempos de crisis es imposible. La miseria de cada uno de ellos veda la generosidad. Cuando Gabriel Dan afirma sentirse unido a los que regresan del frente, se trata de un arranque más sentimental que real y tiene que confesar que salvo en ese instante nunca se ha sentido unido a ellos, ni siquiera en la guerra. El altruismo sólo es posible cuando las condiciones materiales resultan suficientes para ejercerlo. “Die Menschen sind nicht schlecht, wenn sie viel Raum haben”, escribe Roth. En tiempos de estrechez, como los que describe la obra, es el egoísmo lo que impera. Ello explicaría también el rechazo general hacia los llegados de Rusia. Los periódicos les señalan como los causantes de todas las desgracias y les acusan de traer a los países sanos el bacilo de la revolución.

En realidad, los que regresan sólo vienen a empeorar una situación ya de por sí terrible. La convivencia en un momento difícil lejos de generar el sentimiento de solidaridad entre los afectados provoca  más bien el grito de “sálvese quién pueda”. Como ya hemos comentado en blogs anteriores, la fraternidad es cosa de santos y de ángeles, no de hombres.

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 Roth no duda tampoco en criticar la miseria humana que la industrialización provoca.”Gott strafte diese Stadt mit Industrie. Industrie ist die härteste Strafe Gottes”. Pero en lo que a las revoluciones como medida para solucionar los problemas se refiere, se muestra más cauto.

Es cierto que la revolución está ahí. Un pequeño accidente –el del trabajador llevado a prisión por no pagar la peluquería-  ha sido el detonante de una explosión que se veía venir. Pero servir, lo que se dice servir, no sirve de mucho.

Roth, fiel a su pesimismo, desvela al lector que las revoluciones las originan los alborotadores porque el deseo de provocar es inherente a su naturaleza. A Zwonimir lo describe como un cabeza de chorlito, pero sincero, porque cree en su revolución. “Agitator, aus Liebe zur Unruhe. Er ist ein Wirrkopf aber ehrlich, und er glaubt an seine Revolution”. Aunque admira la sinceridad de los agitadores, afirma al mismo tiempo su convicción de que las revoluciones no sirven para nada. Acaso para engendrar aún más violencia. Neuner, el dueño de la fábrica, consigue huir con su familia en el coche. Zwonimir desaparece en medio de las víctimas que se amontonan por las calles. Gabriel Dan lo da por muerto. Las revoluciones, como las guerras, sólo dejan tropeles de cadáveres a su paso.

Gabriel Dan confiesa que las revoluciones no le interesan. Es demasiado egoísta y las huelgas de los trabajadores ni le van ni le vienen.

En mi opinión, no es egoísmo lo que insta a Dan a continuar su camino sin detenerse a resolver los conflictos sociales. Es sobre todo, el deseo de vivir y la nausea que siente ante las luchas humanas. Roth, como Remarque, denuncia la miseria espiritual y social que cualquier guerra entraña por obligar a asesinarse entre sí a hombres que son perfectos desconocidos entre ellos y a los que nada les vincula. Gabriel Dan se debate entre el sentimiento de solidaridad y el de egoísmo. Die Heimkehrer sind meine Brüder, sie sind hungrig.  Nie sind sie meine Brüder gewesen“.

La solución es la libertad radical: no pertenecer a ningún lugar ni a ningún grupo. La solución es partir. Sólo existe el seguir andando. El seguir y seguir. Se muestra el terror a una relación profunda y el deseo –al mismo tiempo- de conocer vidas y personas con las que sólo nos unen momentos y situaciones concretas. Todos aquellos que se detienen en un sitio creyendo que han llegado, mueren. La muerte es absurda y  alcanza a todos por igual.  No se trata de un “deambular” sino de un “dirigirse a” y sin embargo, el final del viaje está siempre más allá de nosotros mismos. Ello no se debe ni a la naturaleza intrínseca del ser humano ni a una maldición divina. Salvo que se piense equivocadamente que el desarraigo pertenece a una de esas dos categorías. En realidad, nosotros no somos nunca donde estamos. Es la consciencia de saber que no pertenecemos a ningún lugar lo que nos obliga a continuar adelante. No se trata de encontrar el Paraíso. Lo que impulsa a seguir es el anhelo de llegar allí donde “ser” y “estar” convergen. Algunas veces acomete el deseo de establecerse definitivamente,  pero la vida, el deseo de vivir, exhorta a proseguir la marcha. El eterno retorno no existe. El retorno es imposible. El mundo cambia inexorablemente. Creer que puede volverse al punto de partida es una quimera. Los lugares nunca son lo que fueron. Las gentes, tampoco. „Ein großes Heimweh geht von ihnen aus, die Sehnsucht vorwärtstreibt und eine verschüttete Erinnerung an Heimat.“ La marcha es siempre hacia delante. Tal vez no en línea recta pero desde luego jamás en círculo.

Es Bloomfield el que desvela a Gabriel Dan el emplazamiento del verdadero Hogar: allí donde nuestros muertos están.  Si estuvieran en América, consideraría a América su casa. La vida y la muerte van juntas. Es una continuación y un punto de partida. “Wenn mein Vater in Amerika gestorben wäre, ich könnte ganz in Amerika zu Hause sein. Mein Sohn wird ein ganzer Amerikaner sein, denn ich werde dort begraben werden.“ (...) Das Leben hängt so sichtbar mit dem Tod zusammen und der Lebendige mit seinen Toten. Es ist kein Ende da, kein Abbruch –immer Fortsetzung und Anknüpfung.“  Sin embargo, es Roth, Roth el pesimista, el que termina destruyendo “el hogar” del millonario dejándolo de esta forma en la indigencia espiritual. Las circunstancias socioeconómicas impedirán a Bloomfield volver a visitar la tumba de su padre. Er wird seine Sehnsucht unterdrücken, Henry Bloomfield”. La riqueza es indiferente. El dinero no puede salvar todos los obstáculos. Bloomfield, el millonario Bloomfield, es también un desarraigado y como todos los desarraigados de esta Tierra también él siente nostalgia por el hogar que no tiene. Su carencia no significa ni una maldición ni una liberación. El desarraigo constituye la realidad primera que el hombre ha de aceptar para poder sobrevivir y seguir adelante. No se sabe adónde, pero siempre adelante. La tan soñada América únicamente representa el nombre del nuevo destino, no el nombre del hogar. Los recién llegados continuarán arrastrando su naturaleza de desarraigados. Más incluso que antes, porque como muy bien señala Singer en  “Sombras sobre el Hudson” entre los padres llegados a América y los hijos nacidos allí, no existirá ni tan siquiera la afinidad del lenguaje. La soledad es el axioma en el que se basa la existencia del ser humano.  Únicamente siendo consciente de ello se puede evitar la muerte. A veces, es el pesimismo el que nos salva. 

Cuando somos más fuertes que él...
Hasta la semana que viene.
Isabel Viñado Gascón.



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