jueves, 30 de agosto de 2012

“Reflexiones sobre la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad” (2012) Isabel Viñado Gascón


Francia ha sido siempre un país muy heterogéneo. Después de “disfrutar” del artístico y bélico reinado de Luis XIV, el país galo se sumió en una profunda crisis económica. Hay que reconocer que Europa no ha nadado jamás en la abundancia. Sus recursos pueden alimentar a los habitantes que la pueblan únicamente si están bien administrados. Las posibilidades materiales reales de Europa no  han permitido jamás grandes dosis ni de corrupción ni de prodigalidad. Luis XIV sacrificó el bienestar de muchos ciudadanos franceses para construir Versalles. En venganza, los ciudadanos franceses sacrificaron a la monarquía francesa cantando “Libertad, Igualdad y Fraternidad”. Es difícil determinar si este lema fue una broma o una provocación en toda regla de los ciudadanos. Yo nunca he comprendido cómo se puede hablar de “Libertad, Igualdad y Fraternidad” cuando se hace una revolución, aunque hablemos de la Revolución Francesa. Me gustaría conocer la opinión a este respecto de Luis XVI y sus amigos.

En mi opinión, los padres de la Revolución Francesa suscitaron un terrible malentendido al proclamar que los axiomas de la Declaración de los Derechos Humanos eran “Libertad, Igualdad, Fraternidad”. No estaría de más llevar a cabo un análisis de dichos conceptos a fin de comprenderlos mejor. Es innegable que son muy extraños.

En primer lugar, la “Libertad”.

Constituye una paradoja que los políticos, que son quienes por lo común más la reclaman para sus electores, sean ellos mismos los que menos la pueden utilizar debido a la “disciplina de partido”. Por otra parte, la posmodernidad ha mostrado que la Libertad pura lanza al Hombre al abismo. El hombre tiene necesidad de puntos de anclaje que constituyen al mismo tiempo sus cadenas. La libertad de un individuo se contrapone con frecuencia a sus obligaciones y deberes. Eso, sin nombrar que muchas veces ni él mismo sabe cómo o para qué utilizarla.

Por lo que respecta a la “Igualdad”:

Los hombres no son jamás iguales ni por su constitución física ni por su inteligencia ni por  su fuerza moral. Sin embargo, se aspira a la igualdad económica y social.

En lo que se refiere a la “Fraternidad”:

Es el valor más sorprendente de todos. Quisiera saber cómo un movimiento revolucionario ha podido llegar a declararlo valor universal cuando basta abrir La Biblia para darse cuenta de que es todo lo contrario. En efecto, desde Caín hasta Esaú pasando por José, al que sus hermanos abandonaron, sin olvidar las disputas entre Marta y María acerca de cuál sea la vida mejor, la Fraternidad aparece en el Libro Sagrado como la gran ausente. No me extraña que Dios quisiera evitar tantos problemas a su hijo y le educara como unigénito.

En el mundo griego, por su parte, la Fraternidad es practicada solamente por los héroes. Su ejercicio, sin embargo, no les aporta más que consecuencias desastrosas. Pensemos, por ejemplo, en Héctor, Agamenón e incluso en Orestes.

No obstante lo dicho, hay una multitud de gentes que no entienden cómo se puede mantener una República sin estos valores absolutos y, por tanto, abstractos e indeterminados.

Se ha pretendido modernizarlos cambiándoles el nombre. Hace unos años tuve ocasión de asistir a una conferencia en la que un profesor alemán explicaba que la “Libertad” se había transformado en “Tolerancia”, la “Igualdad” en Solidaridad y la “Fraternidad” en Pluralidad, o algo por el estilo.

Yo admiro a esos profesores que lanzan nuevas teorías que solamente aportan más confusión. Berthold Brecht hubiera sido el primero en protestar.

En efecto, el autor alemán y comunista no hubiera jamás admitido que la “Solidaridad” fuera ni un valor ni universal. A su juicio, la “Solidaridad” es solamente un instrumento que sirve para que aquéllos que están inmersos en la misma situación complicada, puedan salir de ella. Por consiguiente, jamás hubiera admitido la validez  del concepto de “Solidaridad” que en la actualidad ha llegado a ser sinónimo de caridad. La beneficencia nunca fue plato de su agrado. Según él arrastraba inexorablemente a la esclavitud.

Por lo que a la “Pluralidad” y a la “Tolerancia” se refiere, estos conceptos entrañan tantos problemas cómo la “Libertad” y la “Fraternidad” sin poseer su ‘flair”.

Se añaden, entonces, apellidos a estos axiomas. Así, se afirma que una sociedad republicana precisa de “Condiciones de Igualdad”, al menos en materias de “Educación”, “Sanidad” y “Justicia”. Es necesario disponer de ‘Libertad de Expresión” y de “Libertad de Conciencia”. En cuanto a la “Fraternidad” su importancia radica en el hecho de que hace falta trabajar Todos juntos para que una Sociedad prospere.

Los problemas, sin embargo, subsisten. Las personas son tan diferentes como sus circunstancias personales. En el colegio, se hace necesario introducir una educación diferenciada tanto para los alumnos más inteligentes como para los que sufren problemas de aprendizaje. En la sanidad, hay que promover una sanidad privada que sostenga la sanidad pública porque el Estado no puede pagar tantas instalaciones. En tiempos en los que cada vez más gente decide vivir sola –sin que en ello influya necesariamente la crisis económica- la “Fraternidad” se ha convertido en el axioma que exige aguantar con paciencia al imbécil que vive y trabaja a nuestro lado sin matarlo.

Parece, pues, que los valores de la ‘Libertad, Igualdad y Fraternidad” sólo pueden existir como Utopías, jamás en el mundo real.

Lejos de significar una desilusión, esto constituye un alivio. De existir, la “Igualdad” nos transformaría en clones; la “Libertad” en irresponsables; la “Fraternidad” nos impediría determinar nuestros intereses y proceder a su defensa. Todo ello nos terminaría arrastrando irremediablemente a la muerte.

No pretendo en absoluto caer en el discurso cínico. Lo que deseo es reflexionar sobre la crisis de valores de la sociedad actual, investigar dónde se encuentran sus raíces e intentar contestar a la pregunta por una solución. Porque estoy completamente convencida de que nos enfrentamos a una crisis de valores más profunda y terrible que la crisis económica misma.

En mi opinión, la crisis de valores es la consecuencia de una falsa utilización de ciertas palabras como “Libertad”, “Igualdad” y “Fraternidad”. Es cierto que éstos nunca fueron conceptos fáciles de comprender. Mi tesis es que actualmente no ofrecen ninguna solución a los problemas de nuestra sociedad. No por obsoletos, ni siquiera por caducados, sino porque les es imposible a su propia esencia.

Se les quiere transformar, se les quiere hacer resucitar. La última tentativa de la política fue en los años 68. La Iglesia por su parte, lo intentó a través del Concilio Vaticano II. En lugar de pensar que esos conceptos no pueden existir en la realidad sin ser destruidos, se prefiere creer que están “en crisis”.

Se han buscado soluciones para conseguir lo imposible. La comprensión de esta imposibilidad ha hecho que los hombres de Occidente reaccionen del mismo modo que cuando decidieron que Dios estaba muerto. Entonces afirmaron: “Si Dios está muerto, todo está permitido”. Ahora sostienen: “Si la “Libertad”, la “Igualdad” y la “Fraternidad” no existen, todo está permitido”.

¡Fantástico!

Pero…

No.

Permítanme, si no les importa, que haga algunas consideraciones que ayuden a explicar mejor mi punto de vista.

Es cierto que nosotros no podemos saber si Dios existe o no. Pero eso no significa ni mucho menos que se pueda defender la idea de que todo está permitido. Las relaciones humanas son parecidas al sistema financiero (¡cuidado!). Ellas son un sistema inter comunicado que se pasa en la confianza mutua (¡más cuidado aún!).

 

Hay, pues, que establecer una estrategia dirigida a mantener el equilibrio interno en la sociedad. Esto implica la necesidad de encontrar un concepto que no dependa de las circunstancias materiales y que, sin embargo, haga posible el progreso, aunque tal concepto ya no se llame “Dios”. Hace falta encontrarlo porque, precisamente aquéllos que afirman que todo está permitido son los mismos que nos han llevado a la terrible situación en la que nos encontramos.

Ese concepto es el “Humanismo”. Todos somos hombres e incluso aunque Dios no existiera por el mero hecho de pertenecer a la raza humana estaríamos obligados a respetarnos mutuamente. Se le puede definir como Razón Universal, como el concepto que abarca a los seres humanos, o simplemente como el concepto que permite superar, sin anularlas, las diferencias de raza, religión y nacionalidad.

Sin embargo, el concepto “Humanismo” no existe en el mundo real. Es necesario que cada sociedad lo concretice de acuerdo con las circunstancias y los tiempos históricos en los que se desarrolla. “El Humanismo” es, no hay duda, un valor eterno. Pero este valor no puede ser transferido como tal a la Humanidad, porque no existe una “Humanidad”. Hay solamente hombres distintos que habitan en diferentes grupos en momentos diversos.

Por la misma razón, es también evidente que la pura “Libertad” “Igualdad” y “Fraternidad” no pueden existir en la sociedad. Tampoco se puede hablar de “Libertad de Expresión” o de “Igualdad de Condiciones” o de “Solidaridad Fraternal”, en el sentido de eterno e invariable.

Al ser valores absolutos su existencia en la realidad es imposible, porque la realidad sigue las reglas de la eventualidad. Sin embargo, esto no quiere decir que esos conceptos sean ni mucho menos imaginarios o irreales.

Lo que significa es que son tan plenos de contenido que no pueden ser determinados en la realidad sin perder su contenido absoluto. Apelando a la “Libertad” o a “La libertad de Expresión” para conseguir objetivos concretos en el mundo real, se banaliza a estos conceptos. Ellos significan todo y por esta razón no significan nada.

Tal vez un análisis de la religión cristiana, sin adentrarnos en consideraciones teológicas pueda ayudar a esclarecer mis afirmaciones.

En la religión cristiana, Dios es el Axioma Primero. Todo parte de Él. Todo llega a Él. Pero Dios no ha venido Él mismo a la Tierra. En su lugar ha enviado a su Hijo. Jesús es Dios hecho hombre. En este sentido, Jesús es la concretización de Dios. En esta concretización, Jesús se ha hecho diferente de Dios. Se ha transformado. Ha adquirido un nuevo aspecto: Jesús se ha hecho histórico. Al venir a la Tierra, Jesús deja de ser absoluto. Por eso siendo Dios, es distinto de Dios. Jesús se ha hecho hombre y como tal, transitorio y condenado a la muerte. Su resurrección significa que el hombre Jesús ha recuperado su naturaleza divina y por esta razón ha de partir al Reino Absoluto de Dios. Se puede hablar de Él. Se pueden llevar a cabo investigaciones acerca de lo que ha hecho y dicho. Lo cierto es que Jesús únicamente posee su carácter Absoluto en su Absolutidad antes y después de su venida a la Tierra.

Desde un punto de vista estrictamente teológico, la vida histórica de Jesús no modifica en absoluto su constitución divina. Para los creyentes, Jesús es el Hijo de Dios, es decir, Dios hecho hombre. Para los ateos, Jesús es solamente un personaje histórico.

Para ambos grupos, la verdadera importancia de Jesús reside en su carácter histórico. Para los creyentes es esencial porque justamente ha renunciado a su poder divino para salvar a los hombres. Para los ateos y creyentes de otras religiones, la personalidad extraordinaria de Jesús sirve de guía moral a otros seres.

Así pues, como puede observarse es la existencia histórica de Jesús, la que ha transformado al mundo. Por otra parte es importante constatar que su figura no se ha mantenido invariable a lo largo del tiempo. Tanto el grupo de los cristianos como el de los no cristianos realizan constantemente interpretaciones de lo que Jesús dijo e hizo. Es este motivo, precisamente, el que justifica la existencia de diferentes órdenes y corrientes de pensamiento en el seno de la Iglesia. Esta es también la razón por la que la conversión en uno u otro sentido es posible.

De ello se deriva que los axiomas no existen nunca en estado puro en la realidad. La concretización es necesaria. Pero en la concretización el valor absoluto no llega nunca como valor absoluto. Ello no es posible. Hay que recordar que la venida de Dios a la Tierra supondrá el fin del mundo o, lo que es lo mismo, el fin de la historia.

Tanto para aquéllos que afirman la existencia de valores absolutos, como para los que la niegan, la situación es parecida. Lo que es verdaderamente decisivo es la concretización histórica de tales valores según las circunstancias de cada momento de la historia y de cada lugar del mundo.

Es en la concretización del valor donde éste se hace humano y temporal. Concretización no es sinónimo de relativismo. Todo lo contrario. El relativismo es la afirmación de que cualquier concretización es imposible.

Los revolucionarios de la Revolución Francesa exigieron “Libertad, Igualdad y Fraternidad”, pero no esperaban alcanzar la “Libertad, Igualdad y Fraternidad”. Los conceptos abstractos pertenecían a la esfera de los filósofos y la mayor parte de los revolucionarios eran gentes simples. El grito de “Libertad, Igualdad y Fraternidad” era un grito para llamar a la acción armada a los ciudadanos. Invocando los nombres de valores abstractos e indeterminados, los revolucionarios exigían derechos concretos que estaban prohibidos por la legislación. Los ciudadanos franceses no lucharon por la “Libertad de Expresión”, tan ideal como abstracta sino por una libertad de expresión de acuerdo con la situación histórica en que vivían. La libertad de expresión que querían era una libertad muy concreta: la de decir y escribir lo que  quisieran, sin por ello aterrizar en La Bastilla.

Ellos exigieron la igualdad. No la Igualdad, abstracta e indeterminada que cada momento puede cambiar a nuestro capricho. Por el contrario, la igualdad revolucionaria era una reivindicación contra el nepotismo y los derechos adquiridos que impedían la participación política de la mayoría de los ciudadanos.

En lo que concierne a la “Fraternidad”, nadie en su sano juicio puede creer que los revolucionarios buscaban la “Fraternidad”. En primer lugar, porque la “Fraternidad” encierra un sentido religioso y la mayoría de los revolucionarios consideraban a los obispos como sus enemigos naturales. En segundo lugar, porque la “Fraternidad” obliga a compartir una jarra de vino lo cual, nadie, por muy revolucionario que sea, está dispuesto a hacer.

En un país tan heterogéneo como la Francia, la fraternidad significaba, de una parte, la llamada solidaria a luchar juntos contra la tiranía. En ese contexto, Brecht podría sin duda aceptar que la fraternidad de la Revolución Francesa tenía un carácter solidario puesto que todos soportaban la misma situación de injusticia y de desigualdad. De otra, los revolucionarios perseguían con este término el logro de la cohesión social. Es decir, era una llamada a olvidar las diferencias regionales y lingüísticas con el fin de hacer juntos la revolución y triunfar.

Todas estas reivindicaciones, como vemos, estaban sujetas a circunstancias concretas e históricas. La llamada a la universalidad de sus derechos se ceñía al deseo de que los derechos concretos que ellos exigían, llegaran a ser universales. No al contrario.

Por este motivo, estamos obligados a revisarlos constantemente. Porque la libertad de expresión reclamada por los revolucionarios no es la misma libertad de expresión de la que nosotros necesitamos hoy en día.

Los gobiernos democráticos han comprendido que deben proteger y garantizar la posibilidad de existencia de la libertad, la igualdad y la fraternidad, que cada sociedad requiere.

La mayor parte de los ciudadanos parecen no saber todavía que son ellos mismos los que deben determinar primero qué libertad, qué igualdad y qué clase de fraternidad quieren para poder llevarla a la práctica después. En vez de eso, exigen del Estado lo posible y lo imposible, sin pensar que el Estado es simplemente garante y protector. No actor. Critican a la tiranía y ellos, sin darse cuenta, la instauran con su inactividad o protestan por temas que en realidad no les interesan, pero por los que hay que protestar porque “todos” lo hacen.

En este sentido, resulta apasionante la lectura de la obra de Alexis de Tocqueville: “La democracia en América”.

Hoy en día,  una multitud de gentes exigen la “Libertad, Igualdad y Fraternidad” para ayudar a países que no han visitado nunca, para ir a manifestaciones donde se protestan por causas que desconocen en su profundidad. Aunque exijan acciones concretas, no conocen en absoluto la situación real. Repiten lo que se considera “políticamente correcto”. Utilizan las palabras “Libertad y Solidaridad” para soltar cualquier parrafada biensonante delante de los periodistas y están muy satisfechos de ellos mismos por haber hablado como habla un verdadero revolucionario, sin darse cuenta de que están banalizando la cuestión. La “Política’ se convierte, de este modo, en un nuevo tipo de “moda”. La necesidad de establecer una concretización de los valores absolutos de la sociedad en la que viven les pasa, en cambio, desapercibida.

 

Nadie duda, por ejemplo, que la libertad de expresión sea importante. En los países democráticos, sin embargo, es más esencial todavía otro tipo de libertad: “la libertad de independencia”. En efecto, la mayor parte de los periodistas políticos no pueden ser independientes. La independencia de criterio a la hora de publicar se ha convertido en un lujo. Cuando escriben, lo hacen en periódicos que defienden unas determinadas ideas. Si quieren conservar su puesto de trabajo tienen que hacer lo mismo.

Se pide igualdad, pero no es la misma igualdad que reivindicaban los revolucionarios. Curiosamente, en una sociedad que se define a sí misma como “plural”, la uniformidad ha llegado a ser un peligro de tal magnitud, que tal vez habría que empezar a pensar en luchar a favor del derecho a la desigualdad. Es necesario insistir una y otra vez del riesgo que representa la monopolización de los medios de comunicación. La mayoría de los periódicos pertenecen a dos o tres propietarios que son quienes además controlan la totalidad de las cadenas de radio y televisión.

En otro contexto, todos los alumnos esperan obtener los mismos resultados sin esforzarse con la misma intensidad. Olvidando, con ello, el mérito del esfuerzo. El esfuerzo está mal visto; no es “cool”.

Así pues, el derecho a la igualdad es hoy en día tan indispensable como el derecho a la diferencia.

La fraternidad, a su vez, ya no se refiere a la cohesión social. Como acabamos de ver, los medios de comunicación la han conseguido en una dimensión de proporciones mundiales. La fraternidad actual tampoco pide ya la solidaridad para hacer rodar cabezas. Lo que la fraternidad reclama con urgencia en nuestro tiempo es la asociación libre de los ciudadanos a fin de realizar tareas comunes, aunque el trabajo en común incluya la discusión. La fraternidad ha de ser reivindicada para trabajar juntos, no para luchar juntos. Por eso, no puede ser utilizada como excusa para ayudar solamente a los países lejanos. Este género de “fraternidad solidaria” es siempre complicado porque no puede resolver los grandes problemas del planeta que sobrepasan nuestra capacidad, como por ejemplo la erradicación de la pobreza o el calentamiento del planeta. Hace falta que la fraternidad actual supere el modelo de fraternidad que los medios – de una u otra tendencia- proponen. Es por ello por lo que se hace imprescindible que la fraternidad sea ante todo local, de modo que se puedan obtener pequeños pero efectivos éxitos.

¿Por qué he escrito lo que aparentemente todos ya saben?

Porque estoy sumamente preocupada. Cada día escucho frases del tipo “El Gobierno tiene que hacer algo”, sin especificar en qué consiste ese “algo” ni que les gustaría que fuera ese “algo”; o los padres reclaman el aprobado para sus hijos, da igual cómo; o los jóvenes gritan indignados que “el Gobierno” les cree un puesto de trabajo, en vez de asociarse en cooperativas a partir de las cuales sus proyectos puedan ser desarrollados o exigir que los créditos se concedan a muy bajo interés para los que deseen crear una empresa. No pretendo caer ni en la demagogia ni en la arrogancia.

Sólo intento señalar que esta actitud encierra dos peligros sumamente graves.

El primero, creer que  el gobierno es “El Gobierno”. Es decir: Dios o el valor absoluto, como se prefiera. En cualquier caso, separado de la sociedad. El Gobierno es Todo. Únicamente lo concreto, no.

El segundo peligro, aún más arriesgado, es el de facilitar la instauración de gobiernos autoritarios puesto que ofrecen a los ciudadanos trabajos en actividades previamente establecidas por el gobierno mismo. Por este motivo hay que ser consciente que cuando se exhorta al Gobierno a que facilite un puesto de trabajo, -y no las líneas para que pueda generarse la actividad empresarial- se está solicitando, en realidad, la instauración de un Estado totalitario.

Difícilmente puede una persona alcanzar una meta estando aislada. Solamente trabajando juntos es ello posible. Esa es el gran reto actual de la fraternidad. ¿Pueden los ciudadanos educados en una sociedad individualista llegar a conseguirlo? Pueden porque los ciudadanos no habitan en la Sociedad sino en una sociedad. La asociación de ciudadanos es eso que hoy en día constituye la solución indispensable para salir de la crisis. Jamás, sin embargo, el gobierno (que es, por el contrario, el que normalmente suele meternos en ellas).

El gobierno debe garantizar la igualdad ante la ley, la gratuidad de la educación, de la sanidad y de la justicia; debe posibilitar la acción y la existencia de las asociaciones de ciudadanos; debe garantizar la libertad para hacer, para decir, para ir y, sobre todo, para ser independiente. Pero el gobierno no puede ni debe remplazar la acción de los ciudadanos porque esto no sólo es el derecho de los ciudadanos. Constituye también su obligación.

¡Dios mío: Se habla de la Libertad y al mismo tiempo se reivindica la esclavitud sin ni siquiera ser consciente de ello! Y todo porque, a pesar de sentarnos a protestar al lado del imbécil que vive a nuestro lado, no somos capaces de trabajar con él.

Hasta la semana que viene.

Isabel Viñado Gascón.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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