Las “Cartas Persas” de Montesquieu es un libro
escrito en forma epistolar cuyas ideas lejos de haber perdido vigor con el
transcurso del tiempo siguen siendo una referencia fundamental para encontrar
soluciones a una época que, como la nuestra, está marcada por la desorientación
moral y la crisis económica – aunque aludir a la “moral” esté hoy en día mal
visto y la crisis económica sea además ideológica y social. En cualquier caso espero
que mi blog sirva de estímulo a leer la obra original tal y como recomienda
Montesquieu en la carta LXVI donde asimismo critica las compilaciones por
considerar que no aportan nada nuevo.
La obra comienza cuando el político persa Usbek huye
de su país escudándose en un viaje de carácter científico. Como escribe en la Carta VIII a su amigo Rustan,
la verdad trae enemigos. Es importante, pues, saber librarse de ellos y en último
extremo emprender la huida.
Aunque durante el itinerario se muestran las
diferencias que existen entre las costumbres europeas y las costumbres
orientales, ello sólo sirve de pretexto a Montesquieu para responder a las dos
preguntas que verdaderamente le preocupan: cómo nacen las sociedades y cuáles
han de ser las bases en la que han de asentarse a fin de mantenerse y
prosperar.
En lo que se refiere al origen de la sociedad, ésta existe, al menos desde el punto de vista
físico, a partir del momento en que una familia ve aumentar el número de
miembros que la compone. En este sentido, Montesquieu se manifiesta en completo
desacuerdo con la teoría de Hobbes que considera el derecho público como origen
de la sociedad. (Carta LXCIV).
En cuanto a los fundamentos
que la sostienen, el autor francés demuestra a partir de su fábula sobre los
trogloditas que todas las formas políticas de gobierno, ya sea la democracia,
la monarquía o la tiranía adolecen de defectos
que con el tiempo llevan a las sociedades a la ruina. Montesquieu hace
depender la supervivencia de las sociedades del ejercicio de la virtud.
La intención de Montesquieu no es la de establecer
rasgos eternos e inamovibles para la virtud y los valores que la conforman: la tolerancia,
la justicia, la libertad y la educación.
Tales principios aparecen, en efecto, desprovistos de cualquier
connotación religiosa. Su relevancia hay que considerarla desde un punto de
vista esencialmente práctico y político. La virtud juega un papel esencial en
tanto en cuanto que sin ella la sociedad se corrompe y desaparece. Gracias a
ella, la sociedad se mantiene y progresa al permitir que los ciudadanos
desarrollen el comercio y la industria en un ambiente de paz y comunicación.
Así pues, la obra de Montesquieu no se interroga por definiciones eternas y
absolutas sino por las condiciones de posibilidad necesarias para la
construcción de una sociedad constituida por hombres para hombres.
La virtud más necesaria es
la natural. (Carta
L). O sea, la que no supone ningún esfuerzo al que la ejerce porque nace de su
interior. Los príncipes y las leyes se hacen necesarios cuando la fuerza moral
interior y natural de los ciudadanos que sustentaban la virtud ha decaído y
consiguientemente se hacen necesarios mecanismos exteriores que la protejan. Si
la virtud es ejercida por todos los ciudadanos, no se necesitan los príncipes.
Los príncipes son útiles a partir del momento en que los ciudadanos prefieren
estar sometidos a un príncipe y obedecer sus leyes, menos rígidas que sus costumbres
(Carta XIV). La motivación interior es siempre más inflexible y, por tanto, más eficaz que la presión
externa justamente por ser voluntaria.
En la Carta XII, Montesquieu asegura que la virtud es anterior a las leyes y en
la carta CXXIX, que la virtud es
superior a la ley. La justificación a esta afirmación, aparte de lo ya
dicho, se encuentra según él en el hecho de que los legisladores ocupan en
muchas ocasiones su puesto no por su valía sino por el azar y que las leyes que
aprueban están inspiradas por sus prejuicios y fantasías; crean instituciones
pueriles, apropiadas para los pequeños espíritus pero desacreditadas ante las
gentes sensatas. Montesquieu reconoce, sin embargo, que algunas leyes son
apropiadas: las que otorgan una gran autoridad a los padres sobre los hijos
porque ellos son los que transmiten los valores en una sociedad y estos valores
son los que la mantienen y defienden de la ruina.
En cualquier caso, la extravagancia humana a la hora
de elegir a sus gobernantes, por un lado,
(Carta XL) y la posibilidad siempre abierta de que los príncipes y sobre
todo los ministros caigan en la tentación de enriquecerse indebidamente hacen
necesario el control del ejercicio de sus funciones por parte de los
ciudadanos. Los súbditos dejan de estar sometidos a la obligación de obediencia
y recuperan su libertad natural cuando el príncipe en vez de procurar su felicidad,
intenta destruirlos. Montesquieu pone al pueblo inglés como ejemplo por ser uno
de los más proclives a ejercer este derecho. (Carta CIV)
Cuando Montesquieu habla de virtud está considerando
tres valores: la caridad, la humanidad y el respeto a las leyes del lugar donde
se vive, (Carta CXXXIV) aunque con los límites a la obligación de la obediencia,
que hemos visto. En principio no se trata más que de determinar qué conductas
son necesarias para construir una sociedad que tienda a la prosperidad. Como se
observa, el concepto de virtud en el pensador francés está provisto de un
carácter más político que moral.
Es por ello que la tolerancia, la libertad, la
igualdad, la justicia y la educación conforman los distintos aspectos de la
virtud a la que Montesquieu se refiere.
1.
Puede
ser que la libertad no parezca muy
virtuosa a primera vista, sin embargo es más honesta que la tiranía. La tiranía
que ante el exterior aparece revestida de virtud, decencia y humildad, esconde
en su interior la perversión y el engaño. La revolución está asegurada porque
los esclavos tarde o temprano se sublevan. (En el caso de “Las Cartas Persas”,
aprovechando la ausencia del tirano.) El uso de la fuerza se hace cada vez más
necesario y al mismo tiempo es cada vez más ineficaz. Los esclavos prefieren la
muerte antes que seguir vivos. La falta de libertad conduce al engaño y a la
rebelión. La sociedad termina sucumbiendo presa de las revueltas y los
desórdenes sociales.
Al mismo tiempo advierte contra los peligros que entraña el ejercicio abusivo
del poder y los perjuicios que
origina la falsa virtud.
-
En
la carta CXLVI, Montesquieu asegura que los ministros que engañan al príncipe y
arruinan al pueblo generan consecuencias desastrosas para la sociedad no
tanto por su ambición como por el mal
ejemplo que ofrecen y que termina contagiándose a otras esferas.
-
En
cuanto a la falsa virtud, Montesquieu considera como tal la conducta que un
individuo o grupo de individuos decretan arbitrariamente como virtud y que en
realidad encubren sus deseos personales. En la última carta de “Las Cartas
Persas”, la carta número CLXI, Roxane le incrimina a Usbek que aluda constantemente
a la virtud cuando en realidad lo único que pretende es imponer sus propias
convicciones, pasiones y deseos. Eso no tiene nada en común con la verdadera
virtud basada en la libertad, en la
igualdad y en la tolerancia. La virtud no puede fundarse jamás en la tiranía,
sea ésta del tipo que sea.
2. Tolerancia
religiosa y respeto a los que tienen ideas diferentes de las nuestras. La intolerancia, sea a nivel religioso, social o
económico genera la desigualdad dentro de las sociedades y ello desencadena
tarde o temprano amotinamientos y rebeliones. Así pues, la tolerancia cumple un
papel igualmente práctico en la obra de Montesquieu. El hecho de que todo lo
juzguemos según los modelos que tenemos del mundo (Carta LIX) y que cada cual
tienda a ver y a quejarse de sus problemas, (Carta CXXXII), obliga a aceptar arquetipos
y problemas distintos de los nuestros.
Lo que Montesquieu pone en boca de Usbek podría
aplicarse a los protestantes franceses. « Las persecuciones que nuestros
mahometanos han hecho a los guebres les han obligado a pasar en masa a la India
y han privado a Persia de esta nación tan laboriosa que sólo por su trabajo era
capaz de vencer la esterilidad de nuestras tierras.”
Él – al igual que Voltaire hará unos 30 años más
tarde, allá por 1751, en su obra “El siglo de Luis XIV” – denuncia las nefastas
consecuencias que produjo en la economía francesa la expulsión de los
protestantes decretada por “el rey Sol”, al tratarse de minorías trabajadoras y
bien formadas capaces de soportar las duras condiciones de las tierras en las
que se alojaban y que quedaron desiertas tras su marcha.
Montesquieu afirma que las guerras de religión no
vienen dadas por la multiplicidad de religiones sino por la intolerancia. La
intolerancia nace del deseo de dominio de unas sobre otras ayudándose del
proselitismo. Cada una de ellas se considera en posesión de la verdad. Lo
importante según Montesquieu no son las
religiones sino la religiosidad. Por tanto lo primordial no son las ceremonias
sino el esforzarse en complacer a Dios. En la carta CXXXIV Montesquieu
cuestiona la utilidad de las interpretaciones de las Sagradas Escrituras ya que
en realidad sólo albergan las opiniones de aquellos que las han escrito y como
hay tantas terminan nublando y enredando el entendimiento.
La defensa que
tanto él como Voltaire hacen de la tolerancia religiosa sigue siendo
fundamental para todos aquellos que decidan profundizar en dicho tema. Su
posición puede resumirse en dos ideas: Dios no necesita defensores y la
intolerancia parte de la arrogancia de pretender creerse en posesión de la
verdad. Por otra parte, ambos resaltan la influencia beneficiosa que las
minorías religiosas desempeñan dentro de una sociedad, ya que se afanan en la
práctica de la virtud y del trabajo para conseguir escalar en el nivel social.
En cuanto a los límites de la tolerancia siguen
siendo los establecidos por Voltaire: la tolerancia acaba allí donde empieza la
intolerancia.
La Libertad y la tolerancia tienen gran
trascendencia práctica en cualquier sociedad.
a)
Mantienen
la paz.
b)
Posibilitan
la comunicación.
c)
Desarrollan
el comercio.
La paz permite el comercio. Por el contrario, los
regímenes violentos lo imposibilitan y empobrecen a las sociedades, como señala
en la Carta XIX.
El comercio exige comunicación y sociabilidad, puesto que la falta de comunicación
obliga a intensificar las ceremonias y a hacer más complejos los ritos de
encuentro y el protocolo. (Carta XXXIV). El comercio nace de la producción ya
sea industrial, agrícola o intelectual. Lo que Montesquieu deplora es la
cantidad de vidas humanas que son sacrificadas para obtener oro y plata de las
minas a pesar que el valor de estos metales no reposa en su valor inherente,
que es nulo, sino en la convención humana que así lo ha decidido. (Carta CV)
d)
Promueven
el desarrollo de las Artes. La importancia de las artes en una sociedad. (Carta
CVI)
El desarrollo de las Artes a su vez es importante por ser:
-
Nace del amor a la gloria.
-
Evita la ociosidad. No hay nadie interesado en las Artes y en el
estudio que permanezca ocioso. En la Carta XLVIII, Montesquieu afirma que los
que aman el estudio nunca son vagos.
-
Favorece la educación, que Montesquieu ve –igual que todos los
ilustrados- como una necesidad que parte de la propia naturaleza racional del
hombre. Sin embargo, el pensador francés no es ajeno al esfuerzo que su
consecución representa. Montesquieu incide en la eficacia de la amistad y en la
conveniencia de demostrar los sentimientos para atemperar la severidad que
exige la instrucción. Carta XV.
Así pues, el desarrollo de la sociedad parte
inicialmente de su virtud inicial, es asegurada por las leyes, sostenida por la
libertad, la tolerancia, la igualdad, e impulsada por el comercio y las artes.
Si la virtud trae prosperidad, la prosperidad trae enemigos.
No tardarán en aparecer quienes confundan virtud con debilidad y atacarán con la intención de conquistar esa
sociedad. La virtud necesita ser defendida y para ello es preciso disponer de
mecanismos de defensa. Montesquieu considera que la guerra es justa cuando una sociedad es atacada o cuando una
sociedad amiga es víctima de una agresión. (Carta XCV). Sin embargo, denuncia
igualmente los problemas que originan el armamento y la pólvora puesto que
hacen que ningún lugar esté a salvo de la injusticia y la violencia. (Carta
CV).
3.
En
cuanto a la Justicia, Montesquieu
expone sus criterios de vista en la carta LXXXIII. El autor francés reconoce la
dificultad que tiene la Justicia para imponerse por encima de las pasiones y es
consciente de que la injusticia no nace nunca de la maldad gratuita sino de una
cuestión de interés. Lo más interesante de esta carta es que Montesquieu juega
con la posibilidad de que Dios no existe y propone una ética humanista. Al
contrario de las posiciones filosóficas futuras que afirmarán que “si Dios no
existe todo está permitido” el escritor ilustrado defiende la necesidad de
acatar las leyes de la equidad con o sin religión.
La ética del humanismo responde a una cuestión
puramente práctica. La sociedad no puede convertirse en una cacería en la que
los fuertes devoran a los débiles. El constante miedo a perder el honor y la
vida haría imposible el funcionamiento de la sociedad. De este modo puede
considerarse a la equidad como un requisito sine
qua non para la supervivencia de una sociedad.
En cualquier caso, Montesquieu afirma al final de la
carta la existencia de Dios pero se declara en contra de la imagen tiránica que
algunos doctores de la Iglesia ofrecen de Él, puesto que a su juicio la
Justicia más elevada descansa en la equidad.
4.
Igualdad de posibilidades
en la sociedad. Los esclavos a los cuales no se les deja prosperar y los
criados a los cuales no se les ofrece la oportunidad de educarse, terminan
empobreciendo a las sociedades. El reparto de la riqueza y de la cultura por el
contrario promueven el desarrollo de una sociedad. (Carta CXV).
En este sentido, no estaría de más que algunas
naciones empezaran a preocuparse de la educación intelectual de su población
más que del dinero que entra en el país y que sólo sirve para comprar un
costosísimo armamento que tarde o temprano deberán utilizar, - aunque sólo sea
para justificar el precio que por él han pagado-; construir enormes “Torres de
Babel” y enriquecer aún más si cabe a
los poderosos haciéndoles caer en los gustos insanos a los que todo lujo
desmedido arrastra.
5.
Igualdad entre hombres y mujeres. Desde el punto de vista oriental, el motivo que se
esgrime para mantener encerrada a la mujer es el de proteger su virtud de los
vicios externos. (Carta XXVI) Montesquieu demostrará que esto no sólo no es
posible, sino que además conlleva consecuencias nefastas. El uso de la fuerza
exterior no puede mantener el ejercicio de la virtud. Montesquieu considera
erróneo mantener a las mujeres encerradas en harenes, donde los vicios de la
esclavitud sustituyen a los vicios de la libertad con la diferencia que
mientras la libertad favorece la existencia de la virtud, la esclavitud la
impide.
La desigualdad en Oriente entre hombres y mujeres es
puesta de manifiesto en la Carta XXXVIII. En cualquier caso el sentido de la
Justicia es algo que muy pocos espíritus poseen (carta LXXXVI) y la mayor parte
de los hombres se dejan tiranizar por las costumbres que una mayoría ha
impuesto, sobre todo en lo que a las normas de decencia sexual se refiere.
Decir ciudadanos significa decir hombres y mujeres.
Su situación ha de ser de igualdad porque ambos conforman y estructuran la
sociedad en la que viven así como la educación de los hijos. Montesquieu está
convencido de que el dominio que ejerce el hombre sobre la mujer puede
considerarse como una verdadera tiranía. Si las mujeres la han consentido es
debido a su dulzura que las hace más humanas y racionales. En realidad esta
declaración es superflua. Al autor francés no le pasa desapercibida la
importancia que la mujer tiene en el gobierno de la sociedad francesa.
En la carta CVII Montesquieu escribe que en Persia
se quejan de que el reino está gobernado por dos o tres mujeres. Esto carece de importancia en
Francia. Allí las mujeres gobiernan y se reparten toda la autoridad en detalle.
Montesquieu no es el único ni el
primero en percatarse de la fuerza que
las mujeres ejercen en sociedad. Otros muchos autores como Marivaux, Molière y Corneille,
dan cuenta de la independencia y libertad de la que gozan las mujeres y saben
de las ventajas que ello acarrea a una sociedad.
La libertad de la mujer ha de alcanzar no sólo el
terreno político sino también el privado. El autor francés defiende que las
mujeres han de poder decidir por sí mismas tanto a la hora de tomar marido como
a la hora de dejarlo. Los maridos celosos están mal vistos en Francia. Usbek
cuenta que son incluso odiados y pocas veces se considera deshonrado el marido
que soporta la infidelidad de la mujer. Al contrario: se alaba su prudencia.
Por otra parte, si los hombres ven que la mujer no respeta las promesas de
amor, tampoco ellos se consideran con el deber de respetar las suyas. (Carta LV)
Montesquieu advierte una y otra vez que la virtud
más virtuosa no es la abstinencia sexual. La elección y el rechazo de pareja
han de ser, como todo lo que afecta al resto de la existencia, libres y sin
obstáculos ni trabas puesto que muchas veces se otorga el término de virtud a
costumbres obsoletas y desfasadas que han de observarse por imposición de la
mayoría o bien por la fuerza que un individuo ostenta en una sociedad.
Cualquier convención social ha de ser vista como lo que es: una convención y no
puede servir para negar la igualdad entre el hombre y la mujer ni para
establecer conductas morales impuestas por la tiranía de la costumbre, de la
religión o simplemente del más fuerte. Con ello Montesquieu distingue entre
virtud privada y virtud pública al igual que hará más tarde en su obra “Del
Espíritu de las Leyes” (1748). En ella Montesquieu advierte que su concepto de virtud no es ni moral ni
cristiana, sino pública.
6.
Fomento de la natalidad. Si Montesquieu acepta plenamente el divorcio: (Carta
CXVI) no sucede sin embargo, lo mismo con el aborto: (Carta CXX) y con el celibato: (Carta CXXVII) porque
ambas impiden la propagación de la especie. Para el autor francés el aumento de
la tasa de natalidad representa una de las necesidades más imperiosas dentro de
una sociedad. Libertad e Igualdad favorecen, por su parte el aumento de
población. (Carta CXXII). Seguramente el deseo de incrementar la natalidad,
unido a los principios de igualdad entre hombres y mujeres es el que le lleva a
considerar la virginidad de la mujer como un valor superfluo que la mayoría
defiende sin razón. Es normal, dice el autor francés, hay muy pocos espíritus
justos y una infinitud de falsos.
7.
Amor a la gloria –que no debe ser confundido con la lucha por el
honor, que termina desembocando en duelos inútiles- Si Montesquieu resalta la
importancia de desear la gloria (Carta LXXXIX) no oculta la ridiculez de exigir
el honor. (Carta XC)
A pesar de exponer los valores que la construcción
de una sociedad requiere, la obra de Montesquieu no oculta su profundo
pesimismo en lo que a la naturaleza humana atañe. En su opinión, los hombres
mediocres terminan triunfando en una sociedad, porque los hombres de espíritu
resultan siempre incómodos. Éstos últimos no tienen un gran número de amistades
y evitan las masas. Constantemente critican la sociedad en la que viven porque
se percatan de lo que a otros les pasa desapercibido y no conceden importancia
a los detalles que conducen al éxito en sociedad. Los mediocres, en cambio, se
pierden en el detalle y están en todas partes, con lo cual conquistan la
aprobación universal. Por lo que a los hombres sabios respecta, su situación es
aún peor que la de los hombres de espíritu. Con frecuencia son despojados de
todos sus bienes, desterrados de la sociedad y condenados por brujería. (Carta
CXLV)
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Montesquieu
podría ser calificado sin duda alguna como un pensador feminista. El tema de la
igualdad de la mujer con respecto al varón es, en efecto, uno de los que más le
interesan y al mismo tiempo, uno de los que más útiles le resultan para separarse
de las posiciones orientales representadas por Usbek. Que haya que mantener a
alguien encerrado para proteger su virtud le parece una soberana estupidez que
no conduce más que a la práctica del engaño
por los sometidos. La mentira hace imposible cualquier forma válida de
comunicación y por consiguiente, de supervivencia social.
Al mismo
tiempo, Montesquieu está convencido de que la abstinencia sexual y la fidelidad
son valores que pertenecen al ámbito de lo moral y de la religión y que por
tanto son cuestiones meramente privadas que no afectan al transcurso de una
sociedad. Que las mujeres (y los hombres) tengan relaciones extramatrimoniales
son cuestiones en las que nadie – a juicio de Montesquieu- tiene derecho a
interferir. Ni siquiera, como hemos visto anteriormente, los maridos (o las
esposas) engañados.
He de confesar
que en este punto difiero absolutamente del pensador francés. La virtud no
puede ramificarse en privada y pública. El mero hecho de acompañarla de
apellidos no la hace distinta. Del mismo modo que ninguna mujer deja de ser
ella misma aunque adopte el apellido de su marido cuando contrae matrimonio.
Distinguir entre virtudes públicas y virtudes morales
significa rechazar que el comportamiento privado genera efectos y consecuencias
en la sociedad. Lo cual, no es cierto. El propio Montesquieu lo reconoce en su
obra “Del Espíritu de las Leyes” cuando escribe que “las virtudes morales y
cristianas no están excluidas de la monarquía, como tampoco lo está la virtud
política. En una palabra: aunque la virtud política sea el resorte de la
República, el honor se encuentra también en ella. Y del mismo modo, aunque el
honor sea el resorte de la Monarquía, en ella existe igualmente la virtud
política.” Sin embargo, retorna a su
distinción inicial entre virtud privada y pública, al considerar que el hombre
de bien no es el cristiano sino el público.
Del mismo modo acepta en “Las Cartas Persas” que lo
privado y lo público no pueden ser separados tajantemente. Una vez, cuando
recrimina la conducta depravada de los príncipes al considerar que ello ofrece
un mal ejemplo al resto de los ciudadanos. La segunda, cuando proclama la
autoridad de los padres como esencial a la hora de educar a los jóvenes.
Teniendo en cuenta que la autoridad se ejerce fundamentalmente dentro de casa,
es decir, en el terreno privado, habrá que admitir que es necesario que los padres
posean unas determinadas virtudes globales, de modo que la transmitan sin
ningún tipo de incongruencias a sus hijos. Empieza a ser sospechoso, el
esfuerzo de la sociedad actual por hacer creer a las jóvenes generaciones que
sus progenitores son sus mayores enemigos y que sólo si les permiten hacer lo
que quieren –esto es, seguir las modas dictadas por la sociedad- son buenos. Al final, las conductas de los padres irresponsables oscilan entre la permisividad y
los malos tratos mientras los buenos se dejan atormentar por las dudas acerca
de su capacidad para educar.
Esta
diferencia entre virtud privada y pública que, en principio, quería servir de
dique a los prejuicios sociales y a la tiranía religiosa, ha causado sin
pretenderlo dos perniciosos efectos. El primero es la aparición de la doble
moral. El segundo, la pueril convicción de que el libertinaje privado no entorpece la virtud pública,
lo cual me parece, cuando menos, asombroso.
Por mi parte he de confesar que no comprendo cómo un
hombre (mujer), que no respeta el contrato matrimonial puede respetar cualquier
otro contrato que se precie. Cómo un hombre (mujer) que no cuida sus costumbres
privadas puede cuidar las públicas. Porque no es que Montesquieu defienda el
divorcio, actitud que a todos nos parece sumamente sensata. Es que también
considera admisibles las infidelidades. Dudo mucho, sinceramente, que las
relaciones extramatrimoniales no afecten a la unión matrimonial –salvo en el
caso de que ésta responda únicamente a cuestiones de interés.
No es que yo pretenda encerrar a las mujeres
(hombres) en un convento de monjas (frailes) ni ponerles el velo en la cabeza,
por muy dispuestas que estén a aceptar voluntariamente cualquiera de estas dos variantes
pero una cosa es que se acepte que la mujer (hombre)se pueda enamorar varias veces a lo largo de su vida
y otra, muy distinta, que se frivolicen las relaciones amorosas hasta el punto
de admitir que los cuerpos se unan antes que las almas. ¡Ah! Perdón. Se me
olvidaba. No tenemos alma. Pero en cualquier caso lo que sí tenemos es cerebro
y resulta difícil entender cómo muchas relaciones son carnales antes que
cerebrales o incluso únicamente carnales, del mismo modo que es incomprensible
que muchas personas hayan de emborracharse y drogarse para divertirse porque
por lo visto su inteligencia no les alcanza a lograrlo sin ayuda externa. En el
caso de las mujeres las consecuencias sociales que de esta actitud se derivan
son todavía más graves puesto que ellas van a ser el día de mañana madres de
los futuros ciudadanos y tienen que cuidar aún más si cabe su salud tanto
física como mental. Que tal idea haya sido desprestigiada por los numerosos
fascismos que las sociedades han sufrido a lo largo de la historia no le
despoja de su validez. Tampoco el hecho de que las culturas griega y romana
hayan sido profanadas por tales fascismos les priva de su valor en el mundo
occidental.
Es cierto y nadie en su sano juicio se atrevería a
negarlo que la situación que antiguamente tenía que sufrir la mujer resultaba
inadmisible. Se veía arrojada sin piedad fuera de su familia y de su pueblo y
abandonada a su suerte –y todos conocemos qué suerte le aguardaba- si llegaba
sin ser virgen al matrimonio, había tenido otros novios antes de casarse, era
madre soltera o se consideraba incapaz de seguir al lado de su marido
simplemente porque no le soportaba. Pero aceptemos de una vez por todas que el
modelo de mujer que nos están ofreciendo
genera un enorme desequilibrio social y familiar. Se acepta con indiferencia que una mujer haga
videos erótico-pornográficos de sí misma y los envíe a sus amistades a pesar de estar casada y con hijos. Lo único
que causa indignación es que tales videos alcancen una difusión mayor de la
esperada. Los participantes de “Gran
Hermano” promueven la impresión de que besarse en la cama delante de las
cámaras es lo más normal de este mundo. Poco importa que cada uno de ellos
tenga una pareja estable fuera del plató. Lo fundamental es que a los que están
acariciándose debajo de las sábanas tal comportamiento les reporta pingües
beneficios económicos aunque sea por poco tiempo y las cadenas de televisión
ven aumentar su audiencia. Se acepta que personas corrientes abran sus almas a
desconocidos tele espectadores para contar sus más íntimos problemas. Al fin y
al cabo el ser humano carece de alma y los sentimientos hoy son de una manera y
mañana de otra y por tanto qué importa lo que diga hoy si mañana va a ser
distinto.
Tengo el presentimiento que por el camino que vamos
terminarán imponiéndose las ideas de las mujeres orientales o de los grupos
ultraconservadores religiosos. Una cosa es que Montesquieu quisiera acabar con
los prejuicios sociales que rechazaban a la mujer tanto si mantenía relaciones
prematrimoniales como si intentaba divorciarse. Dudo mucho, sin embargo, que
hubiera admitido lo que hoy en día sucede, sobre todo por las repercusiones
sociales que ello genera. Por un lado,
los ciudadanos participan cada vez menos en la vida política. Por otro, los
ciudadanos sienten cada vez menos escrúpulos en mostrar su intimidad en la
esfera pública. Las consecuencias no se han hecho esperar. La más
importante de todas ellas es la destrucción de la familia. En el pensamiento de
Montesquieu, base constitutiva de la sociedad.
Es hora de
plantear varias premisas: a) Que la pertenencia del ser
humano a la naturaleza no lo convierte en un simple animal. Del mismo modo que
ningún tigre se comporta de la misma manera que un gusano. b) Que el ser humano es
cuerpo y alma – o por lo menos cerebro. Ya lo dijeron los romanos: “Mens sana
in corpore sano”. Muchos creen que por practicar deporte todos los días y
alimentarse de verduras y frutas (a ser posible de cultura ecológica) han hecho
lo correcto y olvidan el tema de las drogas y el alcohol con la excusa de que
tampoco se trata de vivir como monjes. c) Es cierto que son las mujeres y
los hombres los que sostienen las sociedades pero quienes educan ciudadanos
virtuosos son, se diga lo que se diga, las mujeres. Por tanto, dependiendo de
la educación que se dé a la mujer así será la dirección que una sociedad
tomará.
Sinceramente
no creo que los contenidos de las series que nos llegan de los Estados Unidos cumplan
ninguno de los presupuestos anteriores ni ofrezcan de su lado modelos adecuados
para los jóvenes cuyas naturalezas tiernas e inexpertas aún se están formando. Lejos
de educar, corrompen. Los padres normales no pueden salvarlos porque han sido
despojados de su autoridad y los ultra religiosos viven como de costumbre en
sus propios guetos ideológicos. Al resto ni se le presta atención.
La realidad es dolorosa. Salvo en “La Casa de la
Pradera” y en “Remington Steele”, (para los jóvenes de hoy series ambas
consideradas anti diluvianas), no he descubierto ni una sola serie de televisión (americana)
en la que la mujer pueda encontrar un modelo a seguir. Teniendo en cuenta que
“La Casa de la Pradera se centra en la vida de un pueblo de hace ciento
cincuenta años y en “Remington Steele”, la jefe de la agencia de detectives ha
de contratar a un hombre que la represente porque si no nadie le encarga ningún
trabajo, hay que reconocer que ninguna de la dos series ofrece un panorama muy halagüeño
a sus espectadoras. O han de refugiarse en tiempos pasados o han de ocultar su
inteligencia detrás de las espaldas de un hombre.
Las otras series exponen una perspectiva más
desoladora aún, si cabe. En general, muestran dulces y comprensivas mujercitas
que cocinan pasteles a sus maridos con una leve pizca de humor, (En los años
sesenta “Hechizada”) o hay un regreso al viejo maniqueísmo: “chicas buenas”/
“las otras”, que en la actualidad se ha transformado en la división entre
“chicas sensatas” / “party girls”.
La diferencia con los tiempos pasados es que antiguamente
las chicas buenas estaban “bien vistas” y hoy son consideradas aburridas e
ingenuas. En las series americanas están condenadas a llorar y a soportar las
mayores desgracias hasta caer en la depresión o ser víctima de la soledad.Sus buenos principios las arrastran a la infelicidad absoluta. ¡Pobres!
Ciertamente
hay que admitir que hubo un par de intentos encaminados a lograr que las chicas
sensatas se convirtieran en las protagonistas del colegio. Tales series
ofrecían un par de trucos para derrotar a las presuntuosas cabezas de chorlito
que sólo pensaban en su imagen. No obstante, lo tristemente cierto es que el imperio
del marketing aseguró la supremacía de las “party
girls”. Éstas únicamente utilizaban su cerebro para determinar cómo podían
brillar aun más en sociedad. Actualmente, las “party-girls” han sido
desbancadas por las todavía más radicales “It-girls”
que no sienten ningún reparo en presentarse a sí mismas como objetos, como
maniquíes de escaparate que aparecen genialmente
(des) vestidas, como en las series “Gossip girl”, y otras veces ni eso, como en
“Jersey Shore” y “Gandía Shore” o “Gran Hermano”.
La imagen que ofrecen es la de trozos díe carne
envuelto en papel de celofán que en vez de llamar a sus instintos carnales
instintos carnales, les denominan “su propio concepto de la vida”. Clones que se mueven de la misma manera, se
maquillan con los mismos colores, van a las mismas tiendas de moda, dicen las
mismas frases de forma distinta y aún son capaces de afirmar sin mover una
pestaña, -no vaya a ser que se les caiga- que tienen un concepto propio, sobre
todo, propio, - olvidemos el “concepto”- , de vida.
Soy consciente de que en las circunstancias en las
que nos encontramos en la actualidad resulta inútil apelar a la responsabilidad
debida hacia uno mismo, al “Sapere Aude”, a la necesidad de disfrutar de
placeres que no se agoten en el mero consumo, mostrar al matrimonio como una
sociedad de gananciales basada en el amor carnal que se apoya en la afinidad de
caracteres y de intereses que permita el desarrollo de un proyecto en común
hasta donde dicho “común” alcance y no únicamente en sentimientos caprichosos y
volubles que con el viento vienen y con el viento se van. Pero que encima se
afirme que tales comportamientos privados –con o sin trascendencia pública-
carecen de consecuencias prácticas para el desarrollo y prosperidad de una
sociedad por pertenecer al terreno de lo privado me parece tan cínico como
falso. No entiendo por qué la deslealtad
es un delito contemplado para los empleados
que traicionen los intereses de sus empresas y no para los matrimonios. ¡Como
si el matrimonio no generara intereses económicos!
Si queda alguien todavía que se atreva a defender
esta idea en público, sus ideas provocan la hilaridad entre sus oyentes y no se
sabe si declararlos extremadamente religiosos o simplemente extravagantes.
Y sin embargo, Montesquieu - tan poco sospechoso de
lo uno como de lo otro- y uno de los padres de la Revolución Francesa no dudó –
pese a todas sus afirmaciones- en
considerar a la familia como la base que sostiene y sobre la que se constituye
toda sociedad.
Si el gran asombro de
Occidente es que muchas mujeres que pertenecen al Islam quieran seguir
cubriendo su cuerpo voluntariamente, incluso cuando trabajan y ejercen
funciones de responsabilidad, el gran asombro del Oriente es que muchas mujeres
occidentales dediquen gran parte de sus energías al tratamiento de las resacas
que sus borracheras nocturnas les producen y a la conquista de los hombres en
vez de a la conquista del poder.
La destrucción de la mujer/madre ¿Es producto de la
decadencia o de la libertad? No se les
ocurra afirmar en mi presencia que la libertad lleva aparejada consigo la
corrupción. Si algo ha mostrado y demostrado Montesquieu en “Las Cartas Persas”
es la insensatez de esta premisa.
¿Es la mujer actual igual que la mujer romana, que
dejó de tener hijos en cuanto alcanzó la independencia económica? ¿Se trata
quizás de uno más de los muchos complots de los que hablaba mi amiga Carlota,
dirigido a la esterilización de la sociedad? ¿Hay que tener encerrada a la
mujer en casa para que aprenda ser madre y
persona en vez de una “party girl”,
preocupada por el caviar, el champán y sus uñas, como se muestra en los cada
vez más numerosos “reality shows” acerca de este tema? ¿Es que es esa la
verdadera naturaleza de la mujer?
¿Alguien sabe dónde están las viejas brujas? ¿Esas
que se reían de la estupidez de los varones, se negaban a ser sumisas y madres,
se dedicaban al estudio y utilizaban sus encantos, única y exclusivamente, para
conquistar el poder y no para entretener a las masas o para llegar a ser la
“famosa” del colegio?
Espero que este descalabro emocional por el que
atraviesa la mujer actual no sirva de excusa a unos cuantos para volver a
encadenarla a la incultura y a la superstición religiosa. Amén.
Y sí ya sé que algunos dirán que “Las Cartas Persas”
encierran temas de carácter político y jurídico de más relevancia que el tema
de la mujer. Pero ¿qué quieren? La cabra tira al monte. Al fin y al cabo estoy
luchando con todas mis fuerzas para que ni las otras mujeres ni yo terminemos
nuestras vidas en un harén, por muy virtuoso (lujoso) que éste sea. A veces me
asalta la sospecha de que han llevado a las mujeres a la misma isla de burros a
la que se llevaron a Pinocho. Primero los dulces y luego…
Lo que me molesta es que Montesquieu considere como
virtud privada únicamente lo que acontece en la alcoba. ¿No se han dado cuenta? Los hombres de Iglesia hablan como si la
represión de los instintos carnales constituyera la única virtud y los
filósofos los reprimen igualmente, en la medida en que afirman sin ningún tipo
de pudor que tales instintos no generan (o no debieran generar) ningún tipo de
consecuencias en la vida pública y por
tanto, se empeñan en dejarlos encerrados en la alcoba.
¿A qué se debe tal actitud? – me pregunto. Sea
porque los unos no deben y los otros porque quieren practicarlos sin remordimientos de
conciencia, mucho me temo que tal vez obedezca al hecho de que en ambos casos
se trata de “hombres”.
“Intentando instruir a los hombres es como se puede
practicar la virtud general de amor a la humanidad. El hombre, ser flexible que
en la sociedad se amolda a los pensamientos y a las impresiones de los demás,
es capaz de conocer su propia naturaleza cuando alguien se la muestra, pero
también es capaz de perder el sentido de ella cuando se la ocultan” . “Del
Espíritu de las leyes”, Montesquieu.
Hasta la semana que viene.
Isabel Viñado-Gascón.
Tremendo tu post compa
ResponderEliminarTremendo post de verdad compa
ResponderEliminarMuy buena apreciación y crítica de tú artículo.
ResponderEliminarMuy buena apreciación y crítica de tú artículo.
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