lunes, 7 de marzo de 2016

Una petición desesperada al Papa Francisco

Lo digo y lo repito: este Papa va a terminar por erosionar los últimos cimientos estables en los que a duras penas todavía se apoya la Iglesia Católica. Hoy ha decidido ocuparse de la cuestión de la invasión o de la migración, según se quiera traducir o interpretar. El Papa, el buen Papa, aconseja cómo han de comportarse los Estados y los ciudadanos con respecto a los nuevos recién llegados y exhorta a no ser egoístas porque para que todos ganemos, sentencia el Papa Francisco, es necesario perder algo.

Tras esta profunda reflexión el Papa calla, satisfecho con las palabras de su propio discurso, al tiempo que yo, retomando las formas de Quevedo me pregunto desconcertada: ¿Se ha de pensar siempre lo que se dice? ¿Se ha de decir siempre lo que se piensa?

Como sucede de un tiempo a esta parte, los periodistas prefieren quedarse en lo llamativo.  Mi carácter, en cambio, suele detenerse a examinar aquéllo que los observadores consideran baladí y desesperarse por lo que ellos enjuician como cabal y  sensato.
Por eso mientras los periódicos publican incansablemente titulares acerca de si el Papa Francisco en su discurso se refiere a una invasión árabe o a una migración árabe y los lectores dirimen acerca de este asunto en los foros y redes sociales, yo he de tomar un café doble para tranquilizarme por la recomendación papal que todos, a excepción mía, aplauden. Según ellos, dicha recomendación contiene la prueba clara e inequívoca de la voluntad dialogante del Papa, así como la muestra de su buena fe.

La propuesta es esa que anima no ser egoístas porque, sentencia el Papa Francisco, es necesario perder algo para que todos ganemos.

¡Por favor, por favor querido Papa, deje de meterse en aspectos mundanos y empiece a animar a los feligreses a leer la Biblia y los Evangelios! A este paso, con tanta justicia social, no va a quedar tiempo para la reflexión sobre los asuntos divinos y sus parroquianos se van a ir con las sectas que les ofrecen –aunque sea pagando- más espiritualidad de la que usted les está ofreciendo. 
Los jóvenes querido Papa no quieren sermones acerca de la justicia social y de la caridad, que para eso ya tienen a las ONGs y a los partidos socialdemócratas, los demócratas cristianos, los comunistas, los conservadores liberales, los Verdes...  
Los jóvenes quieren, sueñan, con que les hablen de almas perdidas y encontradas, con mundos a los que sólo los que están en posesión de la Fuerza pueden acceder; mundos en los que Fuerza es sinónimo de FE y en los que la ecuación de esa Fuerza no es masa por aceleración, sino  Espíritu por Energía. Por eso, querido Papa, los jóvenes se acercan a las novelas de Fantasía y de Historia Épica como se acercan. Los jóvenes quieren saber quién es Abelardo y por mí, incluso quién es San Francisco de Asís. Quieren saber de sus aventuras y de sus derrotas pero también de sus victorias contra ellos mismos y contra sus adversarios gracias a la Fuerza, a esa Fuerza que no descansa en la Física sino en la Fe. Y esto, querido Papa, lo ha llegado incluso a vislumbrar la misma Ciencia, la misma Física. Y por eso hay un momento, un instante, en el que a la Física -esa que llaman teórica- no le queda más remedio que dar un paso al frente y atreverse a ser Metafísica. ¿Por qué otra razón si no, querido Papa, cree usted que en este momento hay tantos jóvenes, - los mejores, los más dotados, los más esforzados,- que se entregan con desmedido afán y coraje a la especialidad de la Física más abstracta y más complicada de cuántas existen? 

¿Y qué les ofrece usted, en cambio? El mismo programa que los partidos establecidos. Usted cree que es un revolucionario. La revolución social, querido Papa Francisco, llegó a Europa hace muchos años y no se hizo precisamente con ayuda de la Iglesia Católica. Se hizo, más bien, a pesar de ella. Ahora usted afirma que hay que ceder algo para que todos tengan. Y esa frase, querido Papa, es un gran problema porque introduce más conflictos de los que soluciona.

En primer lugar porque algunos están convencidos de que con lo poco que tienen sólo les queda por perder la camisa, cosa que en absoluto están dispuestos a consentir libremente. Sus palabras, querido Papa, lejos de dejar al descubierto sus sentimientos generosos, les causan miedo. Ese que sienten los pobres cada vez que piensan que van a quedarse sin nada. El número de necesitados en Europa no deja de crecer y el de temerosos aumenta proporcionalmente.

En segundo lugar porque otros, los trabajadores de este mundo, preguntan reticentes qué han hecho esos recién llegados para ganarse tan fácilmente lo que a ellos mismos les ha costado conseguir con el sudor de su frente y sienten una gran desconfianza hacia esos a los que hay que ceder algo para que todos tengan. Porque a eso, los trabajadores de este mundo le denominan “tener más cara que espalda”. Y dicen que nones, que el que quiera algo que trabaje. Pero si encima a esos trabajadores les dicen que lo que tienen que ceder es su trabajo, o parte de su trabajo, ahí sí que tenemos la revolución. Porque habrá de saber querido Papa Francisco que para los trabajadores de este mundo el trabajo es sagrado y lo sagrado se defiende a vida o muerte.

En tercer lugar, porque eso que usted considera una invitación cristiana a ceder para que todos puedan tener más de uno la entiende como una amenaza encubierta: "o le doy algo, o me mata. Así pues, he de ceder al recién llegado mis posesiones para que él, a cambio, me ceda la vida: mi vida."

En cuarto lugar porque para muchos “ceder” implica ceder la cultura, entregar al recién llegado “su” cultura y “sus” tradiciones a las que en ningún modo están dispuestos a renunciar. Y esto no porque las amen especialmente, sino porque están acostumbrados a ellas, igual que están habituados a los cuadros que cuelgan en la pared de su casa y para los cuales no desean otra pared que no sea esa pared, ni para esa pared otros cuadros que no sean esos cuadros.

En quinto lugar, porque la justicia social del Evangelio no se refiere a la justicia social material de este mundo. No se refiere a la desigualdad social entre pobres y ricos, sino a la desigualdad social espiritual. 
Lo que Jesús predica es que los pobres, los desheredados de este mundo, también pueden acceder al mundo del espíritu, que también ellos entrarán en el Reino de los Cielos. El mensaje de Jesús no se dirige a la repartición de Bienes Terrenales sino a la repartición de Bienes Espirituales. 
La "revolución" de Jesús consiste en negarse a aceptar la moral de los poderosos y la validez de sus sentencias morales a la hora de decidir qué está bien y qué está mal, aunque tales poderosos sean los mismísimos sacerdotes del Sanedrín. Jesús se niega a aceptar dichas prescripciones y dichas sentencias. Bien está lo que dicta su Padre, Dios Todopoderoso. La ensenanza de Jesús es la de que la  moral no pertenece a ningún  ámbito social determinado, ni siquiera al de los grandes sacerdotes; ni siquiera al de los poderosos y ricos.
La doctrina de Jesús afirma que la moral y la salvación pertenecen al Espíritu y el Espíritu pertenece a Dios y que allí tienen cabida todos los Bienaventurados de este mundo con independencia de la cuantía de su bolsa. La justicia social de Jesús va dirigida a predicar que el Reino de Dios está abierto a los pobres y no sólo a los ricos; que la moral no está ni ha de estar en manos de los ricos y poderosos; que las buenas obras no son exclusiva del estamento social de los ricos, que también los pobres tienen alma y buenos sentimientos y son caritativos con los necesitados; que la salvación espiritual no está en manos de ningún grupo social sino en manos de Dios y es a Él a quién le incumbe juzgar quién entrará y quién no en su Reino y por tanto, el individuo es libre, libre ante los poderosos, libre ante sus iguales, libre ante los dictados de la sociedad, porque sólo ha de responder ante Dios.

Pero la Iglesia Católica le da la vuelta al discurso, convierte a Jesús en un ser material, en un ser humano y bien humano hasta lograr que la "Justicia social" que Jesús predica suene del mismo modo y manera que la que persiguen cualquiera de los revolucionarios políticos. Con ello, sin embargo, la Iglesia Católica olvida e ignora que la Justicia Social cristiana es ante todo, y sobre todo, una justicia social espiritual; no una justicia social material.

A Jesús la justicia social material le importa muy poco. Por eso insta a contemplar las flores y los pájaros y pronuncia aquélla magistral frase que hoy tantos parecen haber olvidado: "No sólo de pan vive el hombre".

En cambio es a los hombres - ateos o creyentes,  con Dios o sin él - a los que corresponde reivindicar y luchar por el pan que otros hombres diariamente les usurpan. Es al hombre al que le corresponde reclamar ante otro hombre lo que es suyo; son los hombres los que han de restablecer la justicia y destruir el sometimiento que sufren por parte de los hombres que se arropan en su poder para ejercer la tiranía, sea cuál sea el alcance del poder de esos déspotas: legal o ilegal, global o limitado a un par de calles. Es a los oprimidos, a quienes  les corresponde reclamar y luchar por su pan. Pero no por caridad sino por derecho! Son esos  hombres, esos a los que la necesidad ha convertido en revolucionarios al tiempo que los unía, los que tienen la obligación de luchar por su pan porque, como muy bien dice Feuerbach, "el hombre es lo que come".

Jesús y Feuerbach no están en contradicción. Y no lo están, no porque los dos afirmen lo mismo, sino porque cada uno dice una cosa distinta, tan distinta que lo que uno dice no tiene nada que ver con lo que el otro afirma . Jesús y Feuerbach no están en contradicción porque cada uno de ellos se refiere a ámbitos completamente distintos del hombre. 
A Jesús le preocupa el derecho de todos, incluidos los pobres, los desterrados y los perseguidos, a entrar en el Reino de los Cielos. De ahí que una y otra vez intentara serenar los ánimos de aquéllos que le malinterpretaban afirmando: "Mi Reino no es de este Mundo." 
El mensaje de Jesús es un mensaje es espiritualidad, de justicia social espiritual, de ahí la importancia del Amor. Es el Amor lo que conecta a unos hombres con otros, sí; pero sobre todo: es el Amor lo que conecta a un hombre con Dios. Y este amor que conecta a Dios y al hombre es anterior y más importante que el Amor que conecta a los hombres: "Un mandamiento nuevo os doy: que os améis los unos a los otros como Yo os he amado." 
El interés de Jesús es única y exclusivamente espiritual.
A Feuerbach le preocupa el derecho de todos, incluidos los pobres, los desterrados y los perseguidos, a vivir como hombres en el Reino Terrenal. El reino de Feuerbach es el material y bien material. El de carne y hueso. El reino del aquí y ahora.
"a" no es "a" Justicia social cristiana no es lo mismo que Justicia social política.

Pero la Iglesia Católica, la misma que prometía a través de las bulas y "a golpe de talonario" la entrada a los ricos pecadores en el Reino de Dios, y que gracias a ellos pudo edificar el Vaticano en toda su grandeza, es la misma que hoy se acuerda de la Justicia Social pero no de la justicia social espiritual sino de la justicia social material, olvidando con tal actitud que la única justicia social que le preocupa a Jesús es la ESPIRITUAL:  esa que permite a los pobres, a los más menesterosos, a esos que no pueden permitirse el lujo de ser caritativos, ni socialmente justos, ni nada de eso, entrar en el Reino de su Padre, en el Reino de Dios. 
La Iglesia Católica mezcla Justicia social material con Justicia social espiritual; se erige en juez y parte de ambos y el resultado de semejante mezcla sólo puede ser confusión, caos y miseria tanto en el terreno espiritual como en el material. 

Querido Papa Francisco, deje la Justicia social material a los políticos y a los revolucionarios y céntrese, por Dios Santo, en la Justicia social espiritual: esa que se refiere a que en cuestiones de Fe. Allí  la distinción entre ricos y pobres resulta innecesaria y superflua porque poco importa ser pobre o ser rico, porque otro es el tema a tratar:ése de la relación entre el individuo y Dios, el de la Fe, el de la Gracia.
Ya verá cómo esta nueva siembra no dejará de dar sus frutos en la otra justicia social: en la material. Ya verá cómo está siembra logrará unir no sólo a los pueblos, también a los estamentos sociales.
Ya verá cómo esta siembra cerrará heridas y resentimientos y conseguirá superar sentimientos sociales tan perniciosos y negativos como "el victimismo" por un lado y "el derecho a todo", por el otro.

Querido, querídisimo Papa Francisco, déjese de dar sermones acerca de la política de este mundo, que es mucho más compleja de lo que usted piensa y para la cual -además- ya están los políticos.
Si tanto le importan los asuntos de Estado reúna a todos los representantes de las Naciones de la Tierra en el Vaticano e imparta una sesión de conferencias acerca de cómo mantenerse en el Poder durante dos mil años sin que la Banca quiebre, o algo por el estilo.

Pero por favor, por favor, hable de una vez por todas de los Evangelios, con nombres y citas. Predique el estudio de la Biblia. Promueva círculos de lectura de los Libros Sagrados. ¡Hable de Fe! Inculque la Esperanza, despierte al Espíritu cristiano dormido. ¡Intente que los jóvenes sueñen con mundos de Luz!
Por Dios Santo, querido Papa, lo que el hombre moderno necesita no es la predicación de la Justicia Social Material por parte de una Iglesia Católica que mantiene sus tesoros cerrados a cal y canto. Lo que el hombre moderno ansía son sueños y poesía.

¡Hable de Fe, por Dios Vivo!

Y deje la política a los políticos.

Isabel Viñado Gascón.



Desesperada.   

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