miércoles, 29 de marzo de 2023

El esfuerzo de seguir andando. Parte I

  

Hace mucho tiempo que no escribo. Demasiado, quizás. Otrora solía escribir a la velocidad del pensamiento, pero de un tiempo a esta parte, justo el intervalo de mi vida durante el cual el silencio ha sido la única expresión que me podía permitir, mi cerebro ha debido enfrentarse a tantas variables, a tanta confusión caótica que, de haber lanzado una botella al océano de los mensajes, de buen seguro no habría pasado de ser un barullo ininteligible de vocales y consonantes. A lo más, un par de palabras surgidas del azar cuántico o escapadas de algún lóbrego subterráneo del inconsciente. Y pese a todo la lucidez de la lógica ha luchado por abrirse camino entre la maraña de falacias retóricas, de narrativas inconsistentes que pese a su brillo reflejan con cada vez mayor nitidez la penuria y la soez de su existencia. El universo cuántico que básicamente consiste en una infinidad de combinaciones paralelas, sincrónicas y singulares en eterno proceso de desarrollo  en distintos mundos, dimensiones y sistemas sin que su movimiento cada vez más acelerado pretenda llegar a tomar consistencia o fijeza, porque eso, en el universo cuántico y aristotélico – aristotélico en el sentido de que movimiento es vida  y cuántico en el sentido de que la observación es muerte porque la observación fija, sitúa y determina, paralizando con ello el movimiento – supondría la muerte.

Un mundo aristotélico y cuántico: en eterno movimiento y en constante despliegue de posibilidades combinatorias en el que sin embargo ha desaparecido el motor inmóvil que mueve sin ser movido. En vez de eso una explosión primera expandiéndose hasta su contracción y vuelta a empezar.

Un universo cuántico-aristotélico: eterna combinación en movimiento, pero al mismo tiempo eternamente repetitivo y mecánico. Interesante construcción mental y física la de este universo total y absolutamente material. Material, sí, porque en ese universo aristotélico, cuántico y mecánico la mente es también materia.

Y de repente, en ese grandioso universo a una, que soy yo, los dämons de los espacios siderales, que no tienen que ser necesariamente infernales, se presentan y un día me apuñalan el corazón, al otro me muestran la Nada y la tercera vez me sacan a rastras de la cama para otra vez conducirme a la ruptura de eso que se solía llamar “continuum”. Ante eso es verdad que sólo cabe una posibilidad: armarse de la paciencia del santo Job, lo cual únicamente es posible si se cree firmemente en aquello de “Dios es mi roca y mi salvación”. No lo negaré. Creerlo no fue nunca fácil. Convertirse en adalid involuntario de los designios divinos, tampoco. Si además se es hijo de un universo aristotélico-cuántico, la desesperación asoma a la puerta cada minuto.

Pero vayamos por partes.

No sé si alguno de ustedes ha contemplado a la Nada de frente; lo que sí sé es que después de eso no la vida, no la existencia, sino la esencia misma del ser es despojado de la solidez que hasta ese instante le caracterizaba al tiempo que la contundencia con la que la realidad – o lo que hasta entonces considerábamos realidad - aporreaba día tras día nuestra puerta se desvanece y hemos por fuerza de enfrentarnos a una matrix, a la matrix, de la que todos hablan pero en la que muy pocos, realmente muy pocos, por más que sepan de su existencia, se atreven a penetrar.

Comprendo a Swedenborg. Comprendo que sus visiones se manifestaran superados los cincuenta, cuando uno ya ha adquirido conocimiento y experiencia suficiente – y teniendo en cuenta igualmente que ambos términos conllevan desde sus inicios el sustrato de una de una cierta incredulidad o escepticismo que exige contrastación – para llegar a saber, con la profundidad tajante del concepto saber -similar a las ideas claras y distintas cartesianas -, que aquellas imágenes a las que asiste no son producto de su fantasía, sino expresión de la verdad absoluta. Y antes de que alguien introduzca el elemento perspectivista he de decir que da igual bajo que apariencia decida presentarse la verdad absoluta. Divina o demoniaca, majestuosa o soberbia, luminosa u oscura, la verdad absoluta es siempre alquímica. Y es alquímica porque exige al individuo que transforme su carbón en oro, al tiempo que evita que su oro se transmute en carbón. Mucho más no hay. Y sin embargo qué difícil es entenderlo y qué difícil es aceptarlo. El “Hágase Tu voluntad”, en donde la voluntad es la voluntad de Dios, es el primer Axioma para no matarse o, lo que es lo mismo, para sobrevivir sin volverse loco de dolor. El segundo es “Dios es mi roca y mi salvación”, prueba de fuego difícil de superar. En mi caso consistió en dejarme caer a la Nada, una masa gris y acuosa y bracear en la inmensidad de un inmenso océano solitario y vacío. Sólo tarde, mucho más tarde, fui capaz de convertir esa masa acuosa en la que me encontraba en un cada vez más pequeño charco de lluvia, hasta que pude pisarlo y destruirlo.

Desde entonces han transcurrido casi cuatro años y no he vuelto a ser la misma. Aún sigo preguntándome qué es lo que quiere o quiso el Absoluto de mí, suponiendo que quisiera algo que no sólo fuera mostrarme las puertas del inconmensurable desierto, que ni siquiera es desierto. Una, que soy yo, prefiere creer que tengo una misión, en vez de pararme a pensar que se me han abierto las puertas de ese desolado vacío llamado Nada, para mostrarme lo que me espera más allá de la vida.

Doy fe de que ese averno es incomparablemente más fiero y siniestro que cualquiera de los infiernos mostrados por Dante. La Nada genera un miedo indescriptible: el terror a un vacío carente de cualquier punto de sujeción y en el que ni siquiera el concepto “caída” se ajusta a la realidad, por la sencilla razón de que cualquier atisbo de realidad, de ancla, de plataforma, de asidero, ¡qué se yo!, ha desaparecido. Uno no puede abandonar ningún sitio por la sencilla razón de que no hay ningún sitio. Después de eso, la pesadilla que cobra vida, los sucesos reales que enturbian la realidad y la obligación de hacerles frente sin ninguna estrategia, sin ningún plan. Un yo desnudo que se enfrenta a alma descubierta a sus más profundos y angustiosos temores, soledad y aislamiento real incluidos y no sólo existenciales. Después de eso, la redención. Pero uno se pregunta, no deja de preguntarse, si esa redención que ha tenido lugar en el mundo de los hechos palpables es la auténtica redención, o simplemente un respiro pasajero.

Cuando se ha contemplado la Nada Absoluta, cuando se ha estado en la Nada Absoluta, la realidad cobra otra dimensión. Es entonces cuando uno tiene que aceptar que el verdadero Tártaro es esa Nada absoluta y no el infierno al que nos tienen acostumbrados las imágenes religiosas. Aquello que normalmente se identifica con el infierno es en realidad lo que Lovecraft denomina el mundo Cthulhu. Es por este motivo por el que Nietzsche seguramente determinó que la muerte de Dios no implicaba la disyuntiva de elegir entre Dios y el Infierno sino entre Dios y la Nada, porque en realidad ambos, Nietzsche y Lovecraft, y no solamente Nietzsche y Lovecraft, sabían que la muerte de Dios no implica la muerte de los monstruos. Los monstruos perviven con o sin Dios. La única diferencia es que sin Dios los monstruos campean a sus anchas.  El nihilismo sin embargo se equivoca al decir que sin Dios todo está permitido. La cuestión de la permisividad no tiene tanto que ver con la existencia o no existencia de Dios como con el necesario esfuerzo que la educación de la personalidad y el ejercicio de la inteligencia requieren. Hasta la Biblia en Corintios 1, 10:23 reconoce que “todo está permitido, pero no todo es provechoso.”

Sí. La Nada se descubrió ante mí y me mostró su lado más terrorífico y por terrorífico más auténtico. En la Nada no hay nada de romanticismo, nada de Nirvana, nada de sopa. Una siniestra sensación de soledad absoluta, vacía, eterna y silenciosa: eso es la Nada. Y sí: todavía hoy me asalta el recuerdo de una Nada, alter ego a su vez de un universo aristotélico (por constante movimiento), cuántico (por combinatorio, aleatorio, posible y opuesto a quedar fijado porque lo fijo supone determinación y la determinación implica un estado que no se mueve) y material, hasta un punto en el que incluso lo mental es material.

Pero no es esto en realidad de lo que yo quería hablarles. Es cierto que me parecía necesario explicarles por qué no he escrito hasta ahora y cuáles eran el principal motivo de mi silencio: el espanto de la ruptura existencial que muchos de aquellos que no la han sufrido no sólo la anhelan, sino que incluso la buscan y hasta la promueven, pensando que cualquier oportunidad es una oportunidad para alcanzar la felicidad y que al final termina descubriéndose como una calle sin salida. Peor aún: como la entrada en una calle vacía en la que los edificios se evaporan a medida que uno se adentra en ello.

No. No era de esto de lo que yo quería hablarles.

En realidad, aquello sobre lo que yo quería hablar es sobre la transformación alquímica del Universo.

El universo que una vez fue pura mente, puro espíritu, puro oro, se ha convertido en nuestros días en puro cuerpo, pura materia y puro carbón.

En la locura de la inversión en la Matrix, esa tan repetida y al mismo tiempo denostada Matrix, la transmutación no ha sido la del carbón en oro sino al revés: la del oro en carbón.

Isabel Viñado

 

 

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