miércoles, 29 de marzo de 2023

El esfuerzo de seguir andando. Parte III

  

En la parte primera de esta serie de blogs hablé, hube de hablar, por fuerza hube de hablar, de la Nada. 

Ahora acabo de leer un libro de Ernst Benz acerca de los sueños, las alucinaciones y las visiones. Interesante y sensato libro, que intenta desde el tono conciliador y sensato de la razón introducir un poco de cordura en la psiquiatría materialista.

¿Qué aprendí de mi visión de la Nada?

Que el hombre no es dueño de su existencia y que sin necesidad de tener que recurrir a teorías de la conspiración o similares existen fuerzas ocultas e inmateriales que dominan el universo, a las cuales debe enfrentarse si quiere mantenerse con vida, entendiendo por vida más allá de lo que la  mera existencia significa.

¿Qué aprendí de mi confrontación con la Nada?

Que el nihilismo oriental no es el nihilismo occidental y, por tanto, es imposible lograr la unidad espiritual mundial que lleva pretendiéndose desde, al menos, y, en cualquier caso, sobre todo, desde el teosofismo de Helena Blavatsky.

El nihilismo oriental es el espíritu que anhela superar la matrix de la materia para fundirse con su verdadero destino: el sueño eterno del Nirvana: el Lago del olvido perpetuo.

El nihilismo occidental en cambio significa la máxima expresión de la desesperación humana porque el individuo que cae en él descubre aterrorizado que carece de cualquier ancla a la que asirse.  “No hay libertad sin cadenas”, cantaba Jarcha, aquel magnífico grupo español que nació al mismo tiempo que la democracia del 75. Y en efecto, no la hay. La libertad sin cadenas, esto es: sin sostén, es una pesadilla nihilista que mantiene al sujeto en un estado de vigilia caracterizado porque a la incapacidad de creación, de reflexión y de acción, se une la imposibilidad de alcanzar el estado de reposo.

El hombre oriental que duerme es el hombre que se sumerge felizmente dentro el sueño eterno del Nirvana, para fundirse con él en la plenitud del hombre purificado y por purificado, liberado.

El hombre occidental que duerme es el hombre que se siente libre, no por purificado sino por la disposición de crear, para ser creador, sin más atadura que la del Absoluto, que no sólo le observa, sino que dialoga con él. El hombre occidental que duerme es el hombre que está realmente despierto y que lejos de haber finalizado su proceso, está a punto de iniciarlo. Es justamente por eso, por lo que cuando el Absoluto se le manifiesta, lejos de sumirse en la plenitud de la paz, lo que ese durmiente experimenta es el vértigo ante la eternidad y ante la inconmensurabilidad del Infinito que tan diáfanamente se le muestran y que indican el pistoletazo de salida al inicio de su destino.

Génesis 28:10-19 (RVR1995): “Jacob, pues, salió de Beerseba y fue a Harán. Llegó a un cierto lugar y durmió allí, porque ya el sol se había puesto. De las piedras de aquel paraje tomó una para su cabecera y se acostó en aquel lugar. Y tuvo un sueño: Vio una escalera que estaba apoyada en tierra, y su extremo tocaba el cielo. Ángeles de Dios subían y descendían por ella. Jehová estaba en lo alto de ella y dijo: “Yo soy Jehová, el Dios de Abraham, tu padre, y el Dios de Isaac; la tierra en que estás acostado te la daré a ti y a tu descendencia. Será tu descendencia como el polvo de la tierra, y te extenderás al occidente, al oriente, al norte y al sur; y todas las familias de la tierra serán benditas en ti y en tu simiente, pues yo estoy contigo, te guardaré dondequiera que vayas y volveré a traerte a esta tierra, porque no te dejaré hasta que haya hecho lo que te he dicho.

Cuando Jacob despertó de su sueño, dijo: “Ciertamente Jehová está en este lugar, y yo no lo sabía.” Entonces tuvo miedo y exclamó: “¡Cuán terrible es este lugar! No es otra cosa que casa de Dios y puerta del cielo.”

El hombre occidental que duerme se sumerge en un sueño activo. En ese estado onírico suceden cosas extraordinarias ante las cuales hay que, paradójicamente, mantenerse “despierto” a fin de captar en toda su extensión y profundidad el mensaje que se le envía. La contemplación del Absoluto, para el hombre occidental, no es la contemplación del Nirvana, sino la visión de un Dios activo cuyos ángeles suben y bajan por la escalera del cielo. El hombre occidental que duerme no se funde en la Nada durmiente y acogedora, sino que es el momento en que se confronta, e incluso se enfrenta, con el Primer Axioma que, siendo distinto del individuo mismo, no lo deja solo: unas veces para bendecirle; otras, para exigirle; otras, para advertirle y algunas, incluso para castigarle y fulminarle.

El hombre oriental que duerme es el hombre que ya ha llegado adonde tenía que llegar; que ya ha superado la rueda del dolor, la etapa de las reencarnaciones. El hombre oriental que sueña es el hombre que ha cumplido su proceso de sanación, de limpieza. El hombre oriental que sueña es el hombre que, finalmente, puede descansar el descanso eterno.

En eso precisamente consiste el nihilismo oriental: En el reposo que únicamente después de haberse purificado puede alcanzarse. Es el hombre que finalmente puede dormir. Dormir sin soñar. 

En cambio, el nihilismo, para el hombre occidental afirma una libertad que incapacita para crear tanto como para dormir y sobre todo, que incapacita para soñar dormido. El nihilismo, considerado desde el punto de vista occidental, sólo permite soñar despierto. Pero el hombre occidental sabe que los sueños del despierto nunca son profeticos; tampoco son visiones. La divinidad y lo divino nunca se revelan en los sueños del despierto; de ahí que el mejor de los casos éstos sólo contengan quimeras y elucubraciones, y en el peor: maquinaciones.

Por eso la Nada en su caso no puede ser sinónimo de dormir sin más, de dormir simplemente, de dormir sin soñar: La Nada para el hombre occidental no es la libertad liberadora que, en cambio, sí es para el hombre oriental, porque la Nada para el hombre occidental es un pozo sin fondo que impide cualquier actividad creadora, cualquier visión, cualquier posibilidad de ser, de devenir. La Nada, para el hombre occidental, representa una perfección claustrofóbica en la que se niega a caer. Lejos de ser liberación, la Nada, para el hombre occidental es el lugar más terrible que uno pueda imaginarse porque para el hombre occidental la perfección que la Nada promete es una condena. La perfección, que es la ausencia de movimiento, de tiempo y de espacio, se le antoja al hombre occidental como sinónimo de muerte, nunca de descanso. De ahí que incluso cuando duerme desee soñar sueños de vida, de acción, de movimiento: el sueño de ser otro de quien se es, el sueño de llegar a ser otro distinto del que se fue. Pero si encima la perfección consiste en ser perfección nihilista, o sea: Nada, en vez de ser Vida, si la Nada consiste en un Todo Absoluto que duerme sin sonar, en vez de ser un Todo Absoluto que cuando duerme sueña el sueño de la vida, la pesadilla del nihilismo se convierte en una de esas pesadillas en las que aunque Dios ha muerto, muerto por dormir el sueño de la Nada, los monstruos campan a sus anchas.

El hombre occidental que duerme no es el hombre oriental que duerme. El hombre occidental que duerme es el hombre que sueña; es el loco, el visionario, el que deja de ser lo que fue para convertirse en otro; el que se descubre con total nitidez y da comienzo a su tarea, a su acción creadora. Es el sueño de Jacob que, en vez de dormir como duermen sus mujeres, sus siervas y sus once hijos, usa la noche – ese tiempo de reposo y tranquilidad, que los comunes mortales aprovechan para restablecer sus energías – para luchar con el ángel en Peniel, confesarle su nombre, e incluso exigirle su bendición. Jacob deja de ser Jacob para convertirse en Israel. Ese es el sueño del hombre occidental: la redención del que deja de ser lo que fue para convertirse en otro. Si hay un lugar para la reencarnación en el hombre occidental, ésta sólo es posible en el sueño desde el sueño. 


Genesis 32: 22-30 (RVR 1995): “Se levantó aquella noche, tomó a sus dos mujeres, a sus dos siervas y a sus once hijos, y pasó el vado de Jaboc. Los tomó, pues, y les hizo pasar el arroyo a ellos y a todo lo que tenía. Así se quedó Jacob solo; y luchó con él un varón hasta que rayaba el alba. Cuando el hombre vio que no podía con él, tocó en el sitio del encaje de su muslo, y se descoyuntó el muslo de Jacob mientras con el luchaba. Y dijo: - Déjame, porque raya el alba. Jacob le respondió: - No te dejaré, si no me bendices. - ¿Cuál es tu nombre? – Le preguntó el hombre. – Jacob – respondió él.  Entonces el hombre dijo: - Ya no te llamarás Jacob, sino Israel, porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido. – Declárame ahora tu nombre – le preguntó Jacob. - ¿Por qué me preguntas por mi nombre? – respondió el hombre. Y lo bendijo allí mismo. Jacob llamó Peniel a aquel lugar, porque dijo: “Vi a Dios cara a cara, y fue librada mi alma”

Esta última frase exige hacer un pequeño inciso: El nombre de Jacobo es traducido por algunos como “el cogido por el pie”, lo que le convertiría es una especie de Aquiles o de Sigfrido hebreo, y por otros como “el suplantador”. Al cambiarle Dios el nombre, lo que está haciendo en realidad, es perdonarle el engaño a su hermano Esaú al tiempo que le concede una nueva identidad, surgida de su locura: la locura de luchar con Dios y con lo hombres. En realidad, este pasaje simboliza mucho más que eso: Dios bendice al loco, al visionario, a aquél que ni en sueños descansa.

No. La Nada oriental no es la Nada occidental. Por eso la visión de la Nada fue tan terrorífica para mí: porque lejos de representar el descanso eterno, me abrió el vacío eterno: ése donde no existe una escalera que sirva de apoyo a los ángeles, ése donde no hay ni siquiera un varón con el que poder pelear. ¡Qué digo “pelear”! ¡Ni tan siquiera discutir! Porque lo que aquella visión me reveló fue esa Nada inquietantemente pasiva: el monstruo silencioso e inmóvil, que inmoviliza sin moverse y sin ser inmovilizado. Para que ustedes me entiendan, si una "rosa" es "una flor", la Nada del nihilismo occidental es un eterno “Es” que “No Es”. Así que impide la vida, en tanto que ese "ES" anula a cualquier “ser” y a cualquier posibilidad de "ser".

A decir verdad, esta es la definición más exacta que se me ocurre: en el nihilismo occidental la Nada es aquello que anula sin ser él mismo anulado.

Por este mismo motivo yo no puedo estar de acuerdo con Fromm, cuando sostiene que el sueño es el lenguaje universal porque los símbolos que utiliza son los mismos. 

Fromm se equivoca cuando afirma una y otra vez que el lenguaje onírico es un lenguaje universal. 

Lo que Fromm ignora es que su análisis del sueño es, en realidad, el análisis del sueño del hombre occidental que alcanza durante el sueno es auténtico estado de vigilia, y es en ese estado auténtico, sin filtros, e inspirado por Dios, que por definición es auténtica libertad en tanto que Dios es el auténtico Absoluto, donde el individuo se convierte él mismo en creador. En creador, no en productor.

Es decir, que el sueño del hombre occidental es activo e inspirado por Dios. Fromm analiza el sueño desde el sueño del hombre occidental, a ése al que en el sueño se le manifiesta Dios: La libertad creadora; que no hay que confundir con la libertad del hombre oriental, ése que se funde en el sueño eterno, que no despierta y que no puede despertar ni crear porque, sencillamente, ya ha cumplido y alcanzado su total plenitud.

La libertad del hombre occidental no puede ser nihilista porque es una libertad absoluta, Dios, que le anima, que le exhorta, que le obliga a la creación, a la acción de empezar a ser.

La libertad del hombre oriental es nihilista porque es la libertad del hombre que ya ha cumplido su objetivo.

El nihilismo oriental es sinónimo de liberación.

El nihilismo occidental es una pesadilla sin rostro.

Así pues, el análisis que del sueño realizan Fromm y tantos psiconalistas como Fromm no debe considerarse una teoría universal, como ellos pretenden,La insistencia en un alcance universal de sus investigaciones determina su invalidez científica. Por eso, en lo concerniente a este asunto, sus estudios únicamente pueden ser tenidos en cuenta y aceptados si se limitan al hombre occidental y ni siquiera a cualquier hombre occidental, sino sólo al hombre occidental creyente. 

En efecto: las observaciones  sobre el hombre que sueña que Fromm y muchos de sus colegas llevan a cabo no tienen nada que ver con el hombre materialista occidental, únicamente con el hombre occidental creyente, porque el hombre materialista occidental está inevitablemente abocado a la Nada infernal de la que he hablado antes.

No. El lenguaje onírico no es un lenguaje universal. Fromm se equivoca igual que se equivocan todos aquellos que pretenden unir dos metafísicas tan distintas como la oriental y la occidental.

Es la Nada, el concepto de Nada, el que marca la diferencia entre Occidente y Oriente.

En la segunda parte de este bloque de cuatro artículos me refería a las éticas adecuadas para los momentos de crisis, pero no para la cotidianeidad: el estoicismo y el epicureísmo. Para aquellos para los cuales la vida es una constante crisis son, en efecto, las más adecuadas incluso para el día a día de su existencia.

¿Qué aprendí del estoicismo?

Que cuando uno está solo y amurallado en su celda lo importante, lo verdaderamente esencial, no es tanto lo que pasa fuera como lo que sucede dentro. El estoicismo alzó murallas. No digo que no se colaran algunas ratas, pero llegar a la noche vivo es en algunos momentos una gran proeza. La filosofía hermética me acompañó durante esos duros momentos; la alquimia fue mi maestra.

Después de pasar por una transmutación semejante, una, que soy yo, cree que ha terminado ya el proceso de aprendizaje. 

Una, que soy yo, se equivoca.

 Nada es sinónimo de Vacío pero, como dijimos, no es el Infierno.

¿Qué es el infierno?

Cuando Dios ha muerto, el mundo se convierte en el infierno en el que los monstruos campean a sus anchas. O lo que es lo mismo: el mundo es el mundo Cthulhu, ése que Lovecraft describe con tanta maestría. Por eso Nietzsche dio a elegir entre Dios y la Nada, en vez de entre Dios y el Infierno. Porque pese a la muerte de Dios, el infierno mantiene su existencia inalterable. La muerte de Dios abre el abismo de la Nada. Con o sin Dios, el Infierno subsiste. 

Mientras Dios sigue vivo, el infierno es un constructo tan interesante como inteligente porque no sólo posee sino que además detenta el mismo Logos de Dios. Lamentablemente le falta el elemento positivo o ascendente. Con la muerte de Dios, el Logos ascendente desaparece. Permanece en cambio, el Logos descendente.

Pero empecemos por el principio y el principio en nuestro caso es la Filosofía especulativa.

El término Filosofía especulativa encuentra su origen en el vocablo latín “speculum”, que significa espejo.

El hecho de que la filosofía especulativa sea una filosofía “espejo” implica la pregunta por el  espejo de qué.

La respuesta es de una importancia crucial: espejo del Primer Axioma y de los primeros Principios.

La filosofía especulativa no sólo abre la puerta a la reflexión intelectual, no sólo al sentimiento religioso, sino también a la contemplación mística.

Así pues, en la filosofía especulativa están reunidas y concentradas las tres partes características del ser humano: la intelectual, la emocional y la espiritual.

Hay algo más:

La filosofía especulativa no sólo concentra las tres columnas de la esencia del ser humano: alma, corazón y mente, sino que en tanto que es el espejo del Primer Axioma, Dios, implica que el Hombre es reflejo de Dios, tanto como que Dios es reflejo del hombre. Esto que Eckart afirmó diciendo que yo no existiría si Dios no existiese, pero Dios no existiría sin mí, fue entendido por muchos como una herejía. No lo es.

Dios se contempla en lo que crea y Dios es lo que crea. Dios concede su valor a cada ser por Él creado, pero a su vez, cada ser por Él creado es parte de Dios, le pertenece. Sin la creación, Dios no sólo no podría contemplarse: tampoco podría conocerse. La creación divina; que es una manifestación de su poder, conlleva la manifestación de su posibilidad. El hombre se mira en Dios y Dios se mira en el hombre, como obra suya que es. De ahí la importancia de que el hombre intente sacar de sí lo mejor que lleva dentro. Cualquier buena acción que realice el hombre es, en efecto, para gloria de Dios. Arriba como abajo, abajo como arriba. La ley de las correspondencias es la que establece una comunicación entre la esfera superior del cosmos y la inferior. La degradación del hombre degrada la obra de Dios y, en definitiva, a Dios mismo.

La mística alemana muestra que el hombre, que nace de Dios Padre inicia su andadura en el mundo, un camino aquí y ahora, pero que no se estanca en el aquí y en el ahora. Ese aquí y ahora es un aquí y ahora que mira hacia la trascendencia y la trascendencia es la unión en el futuro con Dios, una vez realizado el viaje. En este sentido, la unión mística del hombre sólo puede tener lugar una vez que el viaje ha terminado. La existencia humana, al igual que el viaje de Odiseo, es un recorrido cíclico: el del hombre que sale del hogar y sólo tras haber superado innumerables escollos y desafíos, consigue regresar a casa.

Así pues, el lenguaje propio de la filosofía hermética, de la gnosis y del lenguaje religioso en general, es un lenguaje que encamina al individuo hacia su encuentro con Dios, el Axioma Primero.

Sin embargo, algo que suele ignorarse o malinterpretarse con frecuencia son las palabras del iniciado Heráclito: “El camino hacia arriba y el camino hacia abajo es uno y el mismo.”

Muchos suelen interpretarlo como un paralelismo con la ley de las correspondencias y no le dan mayor importancia. Otros consideran que se refiere a la unidad intrínseca incluso en el movimiento.

En mi opinión la cuestión a la que se refiere Heráclito es una a la que pocas veces se presta atención: al tema de la dirección.

En efecto, el camino hacia arriba y hacia abajo es uno y el mismo;

Pero no sólo el camino arriba y abajo es uno el mismo. También lo es el lenguaje hermético, gnóstico, religioso que se utiliza durante ese camino, ya sea para ir hacia arriba como para ir hacia abajo.

Esto que los estudiosos de filosofía, de teología y de psicología deberían saber desde el inicio de su formación lo he sabido hace poco, muy poco. Desde entonces comprendo la importancia de medir las palabras, de elegir los conceptos, de reflexionar acerca de las consecuencias de cada uno de mis términos. No para manipular, no para crear mundos con la mente, sino para algo tan humilde como para no poder ser malinterpretada, para impedir – hasta la medida de lo posible – ser deformada por aquellos que yendo en dirección hacia abajo se apropian y utilizan el mismo Logos de aquellos que caminan hacia arriba.

Y es que verdaderamente, el Logos que utilizan aquellos que van hacia arriba es exactamente el mismo Logos que aquellos que caminan hacia abajo. 

El LOGOS y he aquí la grandeza de Heráclito, ES EL CAMINO, pero el camino no lleva una dirección sino dos.

Y esto: la dirección es lo que el iniciado Heráclito considera fundamental. No el camino, no el Logos que es el mismo hacia arriba como hacia abajo, sino la dirección, que es distinta y que es lo que en realidad determina el sentido de ese Logos.

Pero hete aquí que todos, al comienzo de nuestra preparación filosófica, estamos tan obsesionados con el deseo griego de encontrar la unidad en la pluralidad, que obviamos lo más importante: la diferencia en la unidad, que "a" no siempre es "a", porque el camino es el mismo, pero arriba no es lo mismo que abajo porque la dirección, la dirección y no el camino, es lo que le importa a Heráclito.

Y a partir de ahí, una vez que hemos hallado el verdadero mensaje del filósofo griego, el mundo suena diferente. De repente descubre a los monstruos humanos utilizando el mismo lenguaje de los santos humanos y uno no sabe cómo desenmascarar al falso profeta, porque falso o verdadero los dos utilizan el mismo camino; o sea, el mismo lenguaje, o sea el mismo LOGOS y es casi imposible determinar en qué dirección se encaminan cuando el viaje acaba de empezar y cuando cada uno de ellos grita que es el otro el impostor.

A partir de ahí, el horror de la inversión. La inversión que precede a la muerte de Dios y se ancla en el mundo tras su fallecimiento. El drama de la inversión porque ningún ser humano puede por sí solo hacerle frente. Todo puede ser invertido. Lo ascendente puede ser transformado en descendente sin grandes miramientos. Lo descendente a su vez aparece convertido de repente en el camino hacia la perfección. La locura de un mundo que no sabe dónde está arriba y dónde abajo porque los Polos espirituales, igual que los magnéticos, han sufrido una inversión en toda regla. El hombre que no se toma en serio a sí mismo, el hombre que ironiza sobre sí mismo, el hombre cínico. Eso grita el profeta Nietzsche, igual que habla de la inversión porque él, antes que nadie, ha comprendido que no se trata de la puesta en escena de los valores morales, que no se trata de conversaciones de hipócritas, sino de una auténtica inversión donde la direcciones arriba/abajo están disolviéndose.

La ley de la correspondencia "arriba como abajo" pierde su sentido inicial, porque la ley de la correspondencia sólo cobra vigencia en tanto en cuanto el hombre es reflejo de Dios, y sólo en tanto que la filosofía es ella misma especulativa, esto es: espejo del Primer Axioma superior.

Pero en la imagen del camino al que hace referencia Heráclito lo fundamental no es el reflejo sino la dirección. 

Por más que el camino arriba y abajo sea uno y el mismo, la relación que existe entre arriba y abajo viene marcada por la dirección y no por la situación. La relación arriba/abajo no es la de un espejo, sino la que se presenta en el negativo de una fotografía. 

La ley de la correspondencia de la POSICIÓN arriba/abajo es la de un espejo.

La ley de la correspondencia de la DIRECCIÓN arriba/abajo es la de un negativo de fotografía.

Como siempre repito: "a" no es "a".

Un último elemento que me gustaría apuntar:

El Todo en el Uno y el Uno en el Todo significa la disolución de arriba y abajo tanto en su acepción de posición como en su sentido de dirección. 

Arriba y abajo dejan de existir, la dirección deja de tener sentido y con ello, el bien y el mal dejan de ser conceptos a tener en cuenta, salvo en su acepción utilitarista. Los conceptos absolutos Bien y Mal están tradicionalmente unidos a una dirección, ascendente el caso del Bien y descendente, en el caso del Mal. Pero con la desaparición de la dirección, cualquier propósito de mejoramiento moral pierde su razón de ser. La existencia entera en realidad la pierde y uno sólo ansía unirse a la sopa del Nirvana que le libre de las penurias de la supervivencia.

Sólo un Heráclito podía comprender algo así.

En tiempos de la inversión a nivel espiritual, emocional y corporal ¿A quién creer?

En tiempos de la inversión metafísica ¿por dónde caminar hacia arriba?

Mi consejo: Sigan a Kant. Sigan su “Sapere Aude” y su imperativo categórico, aquél que culmina apelando en última instancia a “la buena voluntad.”

Es cierto que, como Jorge dice, la buena voluntad no siempre sirve, pero en cualquier caso constituye una magnífica brújula.

Y olvídense, por favor, de “Los de aquí”, de “Los de allá”, de “Los del más allá” y de “Los del Orden Eterno e Inmutable”. En cualquiera de esos grupos la inversión domina tanto como en cualquier otro lugar de este mundo. Homo sum, ¿recuerdan?

No. Tampoco es esto de lo que yo deseaba hablarles.

Isabel Viñado 

 

 

 

 

 

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