miércoles, 29 de marzo de 2023

El esfuerzo de seguir andando. Parte II

  

El esfuerzo de seguir andando. Parte II

Créanme, yo no tenía ninguna intención de escribir. Absolutamente ninguna. Yo había decidido atrincherarme en el mundo de la sabiduría hermética, del conocimiento de la alquimia y de todo aquello que pudiera llevarme al tranquilo pero apasionante, apasionante por vivo y por ascendente, paraíso de la filosofía perenne.

Digo “paraíso” y no “campo” o “lares” porque he de recordar la expulsión de mis ancestros de aquel lugar en el que el tiempo no transcurre porque sencillamente no existe y el espacio es un espacio etéreo y universal.

Pues bien, en ese paraíso y no en otro, en ése justamente: el de la filosofía perenne, había determinado yo acabar mis días; en la calma sosegada pero siempre dinámica que arrulla y reconforta a todo aquél que se adentra en los círculos pensantes y sintientes del pasado, allí donde habita el siempre buscado, pero siempre esquivo y huidizo “saber íntegro”.

¿Por qué uno toma tales resoluciones?

¿Se puede hacer otra cosa después de haber visto la Nada, la auténtica Nada, bajo nuestros pies? Uno busca refugios, qué digo refugios, uno busca fuertes amurallados en los que guarecerse y allí, acurrucado, pretende quedarse hasta el día de Juicio Final.

Esa también era mi sincera intención.

Pero ustedes saben…

Ese endiablado carácter mosquetero que me define.

Así que primero una, que soy yo, invoca a toda la ayuda del Altísimo, cae, desespera, vuelve a llamar a las fuerzas del Bien y luego sin pensarlo más y “que sea lo que Dios quiera”, se lanza a la Nada, que se convierte primero en desolado océano gris, luego, poco a poco, en charco y finalmente arriba a una playa desierta que, aunque les parezca increíble, representa la plataforma desde la que regresar al mundo que llamamos mundo.

Y todo ¿para qué?

Para terminar, admitiendo, nuevamente, al igual que Terencio en su comedia Heauton Timorumenus aquello de “Homo sum, Humanum nihil a me alienum puto”, que algunos traducen como: “Hombre soy, nada de lo humano me es ajeno” y otros, como “Nada de lo humano me es extraño”.

La traducción créanme, no es baladí.  

Aquellos que toman la primera variante se convierten en prestos adalides y salvaguardas de la Humanidad y del hombre, al estilo “responsable del otro hasta la muerte, mi muerte,” de Levinás.

Por su parte, los que optan por la segunda posibilidad se adhieren a la filosofía estoica del “curado de espanto”. Nada puede causarme asombro porque soy hombre y al igual que el resto de los hombres estoy dentro de la Naturaleza. Esto implica que lo que acontece en la Naturaleza es natural, pero también, y lo que es más importante, que cualquier suceso que en ella tiene lugar afecta y pertenece a mi propio ser. La Naturaleza es totalidad. Totalidad y más allá de la totalidad -perdonen mi sentido del humor rememorando frases de viejas películas animadas – porque la Naturaleza además de ser total, es también principio rector y Razón.

El emperador Marco Aurelio fue el encargado de tender un puente entre ambas interpretaciones. Así que si por un lado afirmó lo mismo que los otros estoicos antes que él ya había afirmado: que los hombres son hermanos por la gracia de la Naturaleza y que por eso tienen que vivir según el orden o ley natural de la Naturaleza, que es la virtud, por otro introdujo un nuevo elemento: el de que los hombres, justamente por ser hermanos, tienen deberes los unos para con los otros, el yo para el tú, que tanto ocupó y preocupó a Levinás.

La cuestión es quién y qué es ese yo. Para Marco Aurelio el yo es el emperador y el tú, todos los demás ciudadanos (de Roma para empezar y del mundo para continuar). A los que quieran profundizar sobre los graves peligros que la relación virtuosa y responsable del “yo-tu” conlleva, les remito a la entrada sobre Levinás que aparece en mi blog “El libro de la semana”.

Pero es que además el estoicismo unido a la exigencia que Marco Aurelio propugna de deber hacia el otro, conlleva una radical fisión de carácter lógico y es el siguiente: ¿cómo puede atreverse una filosofía total y absolutamente determinista, incapaz de conceder ni un solo atisbo de posibilidad al azar porque cualquier pequeño acontecimiento se incluye en la ley natural, que es la que ordena el Cosmos en su totalidad, a exigir a una persona que se preocupe del otro? Si un padre no ha de llorar a un hijo, porque dentro de la Naturaleza está la muerte y la muerte es natural, ¿por qué ha de ayudar a un semejante si el peligro pertenece igualmente a la Naturaleza? Si la Naturaleza es totalidad ¿puede haber algo fuera de ella? Es decir, ¿puede existir algo “anti-totalidad”? ¿Puede existir en la totalidad algo que sea anti-natural, como el vicio y el pecado?

 Y no, no es mi deseo adentrarme en el plano político. Compréndanme: No es lo mismo totalidad que totalitario. Lo totalitario tiene ínfulas de totalidad. No lo es.

Unos alumnos a los que las contradicciones del estoicismo se les manifestaron en toda su gloria y esplendor, especialmente las contenidas en el pensamiento de Marco Aurelio, fueron los propios hijos del emperador romano, sobre los cuales se intenta correr siempre que se puede un tupido velo a fin de no mancillar el honorable nombre paterno.

En cualquier caso resulta dificil, por no decir imposible, negarse a admitir que el panteísmo y el determinismo, también llamado por algunos predestinación - elogiados ambos por muchos filósofos y místicos,- tienen también su lado oscuro.

Lo cierto es que al día de hoy el estoicismo representa un problema aún mayor que el epicureísmo y su agradable “carpe diem” en el privado y recogido jardín de las delicias.

El estoicismo es una magnífica ética tanto para los momentos de crisis como para aquellos que pretendan lanzarse a conquistar el mundo, ya sea con la espada o con las finanzas, pero no lo es para el virtuoso y pacífico transcurrir del mundo humano, - en el que los milagros y el azar tienen tanta importancia como la ley de la gravedad, y la virtud es cosa de la voluntad libre y del libre albedrío más que del ámbito de la necesidad. Como ya en su día visionó Swedenborg, no todos quieren salvarse y algunos incluso deciden ir al infierno. No he leído su obra, pero estoy deseando hacerlo para descubrir cuáles son las razones de su elección.

Huelga decir que el estoicismo proporciona grandes quebraderos de cabeza, de corazón y de espíritu. Del estoicismo habría que decir lo que en su día dijo Aristóteles de la soledad: hay que ser un bruto o un Dios para elegirla.

Eso sí: como ética de crisis y de esfuerzo, de lucha incluso, resulta insustituible.

El estoicismo es un moral de crisis para la crisis. Es una moral individualista que ordena al sujeto a “cerrar la muralla” a todo lo que venga del exterior y le obliga a mantener los muros de contención firmes y compactos para impedir que nada ni nadie pueda irrumpir por sorpresa. El estoicismo es una moral para solitarios y, sin ánimo de herir sensibilidades, ni siquiera susceptibilidades, una moral apta solo para autistas.

El epicureísmo por su parte es igualmente una moral de crisis, pero no apta para solitarios. Es más bien la que pretenden y persiguen todos aquellos que afirman eso de que: “los amigos son la familia que uno elige y la familia biológica es la que a uno le toca”.  ¡Hombre, qué otra cosa se puede decir! Cuando no hay familia biológica, porque la familia biológica no sólo está desmembrada sino desestructurada y descompuesta, a mal tiempo buena cara y no hay mal que por bien no venga y a falta de pan buenas son tortas. Así que uno busca su grupito afín, se integra, se acomoda, se adapta, tolerancia va y tolerancia viene, corrección política que sustituye a las formas descoloridas, desgastadas y la mayor parte de las veces inexistentes porque cuando uno es políticamente correcto ya no hacen falta las formas, se dice,  porque las formas, se dice, son expresiones de etiqueta pero no verdadera corrección, se dice, y entra alegre y despreocupado en el jardín, cierra la verja y se dedica a disfrutar de los amigos, del sol y de una bebida refrescante, mientras afuera los demás – da igual quienes sean “los demás” -se matan.

En el fondo estoicismo y epicureísmo es lo mismo, lo que las diferencia es el modo.

Unos resisten las crisis, encerrados en amuralladas celdas solitarias y frías, mientras que los otros las olvidan parapetados en sus clubs de diversión privados.

Admitámoslo: el deber hacia el otro es un sinsentido en una filosofía como la estoica, en el que la libertad no existe, el azar no existe, todo es producto de la necesidad y todo está integrado en una Naturaleza que es fuente de razón. Hemos hablado del estoico que para soportar la crisis se enclaustra en una mazmorra. Ese es el estoicismo ataráxico que algunos tanto gustan de predicar… para los otros, se entiende.

Pero en las líneas precedentes hemos afirmado también que el estoicismo es una ética de esfuerzo, de batalla.

Es cierto. El estoicismo no es una ética que conduzca necesariamente a la ataraxia. Puede igualmente servir para fundamentar la lucha desalmada, para llegar a la meta que uno se ha propuesto, cueste lo que cueste y se trate de la meta de la que se trate. Como todo es necesidad, cada uno de nuestros logros recibe la bendición de la Naturaleza, mientras que nuestros fracasos son fácilmente aminorados y excusados por el determinismo. Así que los hombres de naturaleza batalladora, incluso salvaje, se pone inexorablemente en pie y la lucha continúa, porque el esfuerzo por el logro de nuestros objetivos nos pertenece y nosotros pertenecemos a la Naturaleza.

 Lo único en lo que no se puede transformar el estoicismo se mire por donde se mire y se coja por donde se coja es en un código ético para la cotidianeidad. El estoicismo para tiempos de crisis y de lucha, incluso de lucha desalmada, es perfecto, no cabe duda; pero díganme: en tiempos de crisis ¿qué ética se necesita realmente? La ética de la excepción. Eso y no otra cosa es el estoicismo. Una ética para momentos excepcionales, para no perecer en el océano gris y vacío de la Nada, para poder flotar, por lo menos eso, o perecer en las llamas del infierno. Pero nunca en la Nada, porque la Nada es la oposición absoluta y total a la Naturaleza.

Y por lo que al Jardín de las Delicias epicúreo respecta, lo cierto es que en cuanto el club privado se convierte en público y se abre al mundanal ruido, cuando la familia “nuclear” que uno “libremente elige” se amplía a eso que se conoce como “gran familia”, el jardín-club de las Delicias se convierte en el jardín-club de las Malicias. O sea, en un caos desordenado y en una juerga sin gracia, porque uno encuentra vomitinas, zombis y cadáveres, estéticamente hediondos -eso sí-, por todas partes.

Hete aquí que con el transcurso del tiempo esa Naturaleza estoica formada por unipersonales castillos amurallados termina convertida en mónadas leibnizianas, impregnadas a su vez del espíritu epicúreo del carpe diem o, lo que es lo mismo, de la armonía preestablecida o, dicho en español llano, “Dios con todos, pero cada uno en su casa” y “juntos, pero no revueltos”.

Personalmente he de confesar que mis éticas favoritas siguen siendo la aristotélica y la kantiana. No he encontrado ninguna que adaptándose al alma humana, logre ascender más su naturaleza.

Y pese a todo:

No era esto tampoco de lo que yo quería hablarles.

Isabel Viñado 






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