domingo, 20 de mayo de 2012

MUJER Y MATERNIDAD, (2010) Isabel Viñado Gascón


En su libro „Una habitación propia”, Virginia Woolf afirma que la pobreza causa el subdesarrollo intelectual y social tanto en hombres como en mujeres. Por consiguiente, la desigualdad entre ambos sexos nace del hecho de que tradicionalmente la mujer ha carecido de medios económicos propios.

La autora no aclara a qué se debe este fenómeno. Es cierto que en su libro alude a la maternidad y al cuidado que los hijos requieren para explicar la pobreza en la mujer pero en vez de profundizar en dicho aspecto pasa a ocuparse de la creatividad, que es el tema central de su interés.

No es la única autora que lo obvia. Ni las feministas tradicionales ni las contemporáneas han sabido resolver de forma satisfactoria el problema de la conciliación de la incorporación de la mujer al trabajo con la maternidad. Si en un principio la solución fue la carencia de hijos, no parece que la mujer actual –orgullosa de su feminidad- quiera renunciar a ellos.

Surge así, la necesidad de un nuevo feminismo: aquél que como ya reivindicaba Virginia Woolf, permita a la mujer ser mujer, lo cual también incluye la posibilidad de ser madre. Dicho asunto no puede quedar sujeto a modas sociales o teóricas. Ha de ser una decisión individual capaz de ser aceptada por todos.

La sociedad, por su parte, consciente de la importancia que reviste esta materia para su propio desarrollo económico y cultural, propone constantemente soluciones más o menos acertadas que intentan paliar las dificultades a las que se enfrentan las madres trabajadoras.

El principal inconveniente de la incorporación de la mujer al trabajo es que determina que muchos niños permanezcan al cuidado de otras personas. Los abuelos, que en su día sirvieron de gran apoyo, viven en pueblos o ciudades distintas a las de sus hijos y, o no pueden ayudar a todos al mismo tiempo o ven alargar su vida y sus energías y no están dispuestos a renunciar al placer de los viajes y del ocio que se ofertan a la tercera edad. Así pues, la mayor parte de los niños se quedan a merced de limpiadoras que realizan al mismo tiempo el papel de niñeras o son llevados a guarderías, la calidad de cuyos servicios depende de su coste mensual. Por lo que a las  “institutrices” respecta, es decir, mujeres que no sólo cuidan a los niños sino que también se ocupan de su educación social e intelectual, éstas permanecen reservadas –hoy como ayer- a las clases más acomodadas.

Cuando son mayores, los hijos de madres trabajadoras esperan solos en casa o participan en diferentes actividades extraescolares que los mantienen ocupados hasta que al final del día llegan sus padres a casa: dos adultos con muy buenas intenciones pero agotados y que, sin embargo, en virtud de los requerimientos actuales están obligados a ocuparse de sus hijos con una intensidad mayor de la que lo hicieron las generaciones anteriores. Lo mismo sucede con las tareas domésticas y las relaciones de pareja. Si bien la ayuda de que las mujeres disponen en la organización del hogar gracias a los electrodomésticos es enorme en comparación con las generaciones anteriores, es igualmente cierto que la exigencia de higiene es mucho mayor. Por otro lado, los lazos conyugales ya no se basan en una división del reparto tradicional de las obligaciones sino que expresan la aspiración de cada uno de sus componentes a autorealizarse como persona. Ello provoca que muchas parejas se separen caso de que no gocen de una relación auténtica.

A esto hay que sumar la precariedad en el empleo, que obliga a aceptar en muchas ocasiones un trabajo en sitios distintos de la residencia familiar con lo que muchos niños ven a sus padres (o a sus madres) únicamente durante los fines de semana.

Todas estas consideraciones conducen a preguntarse si aquellas feministas contra las que Virginia Woolf sentía tanto rechazo no eran, en el fondo, mucho más realistas que ella al considerar que las mujeres que se incorporaban al trabajo debían renunciar a su feminidad y más concretamente a su maternidad.

En efecto, los problemas que plantea esta cuestión son difíciles de solucionar. La división entre el hombre y mujer radica en un primer estadio en la posibilidad de ser. Como la obra de Virginia Woolf señala, el hombre disponía de la posibilidad de la educación y del viajar, independientemente de que la aprovechara o no, mientras que la mujer tenía fuertemente restringidas sus posibilidades, cuando no anuladas.

Sin embargo, la conquista de su libertad nos introduce, en un segundo estadio, en el problema del acto de ser.

En ese acto libre de ser, el “Yo” se coloca frente a uno mismo y se convierte en un objetivo a desarrollar. El acto de ser consiste, de este modo, en ocuparse del propio “Yo”. Sin embargo, esta pretensión colisiona frontalmente con el concepto de la maternidad según el cual, el acto de ser no consiste en dedicarse a un “Yo” sino a un “Tú”.

La vida actual, con una sociedad basada en el ocio y en la realización personal, dificultan el “salir de ese Yo”. Es cierto, que una mujer puede defender que cuidar de ese “Tú” significa desarrollar su propio “Yo” y más adelante nos ocuparemos de esta cuestión, pero lo cierto es que en general, nadie aclara por qué se considera que una madre que se queda al cuidado de sus propios hijos está perdiendo su vida y no en cambio, cuando trabaja como niñera al cuidado de otros. Esta contradicción podríamos igualmente ampliarla a otros campos.

Encontrar la explicación a dicho problema no es difícil. La sociedad considera que “salir del yo” exige dos requisitos. El primero, el desarrollo del “yo”; el segundo, “la obtención de un rendimiento económico”. El dinero es, como observó Virginia Woolf, el único medio por el que se obtiene la libertad y la independencia.

Las voces más vanguardistas proponen como solución viable que la mujer se constituya primero como “Yo”, para después poder salir de sí misma y atender al “Tú”.

Esto, que a todas luces, no deja de ser razonable y sensato encuentra como obstáculo el que “un ser yo” permanece en continua construcción lo que impide determinar cuándo está preparado para ocuparse de otro ser. En cualquier caso, si tomamos la carrera profesional como parámetro, es muy probable que ello no ocurra antes de los cuarenta años, edad en que muchas mujeres contemplan desconcertadas su imposibilidad para ser madre o tienen que compaginar carrera, bebé y menopausia.

A ninguna mujer le ha pasado desapercibido este problema y cada cual en función de sus criterios personales le ha dado una respuesta distinta. Tres son los grupos en los que podríamos clasificarlas y en mi opinión la posición de cada uno de ellos debería ser respetada tanto por el resto de la sociedad como por los otros dos grupos para no caer en discusiones tan inútiles como nocivas para el propio desarrollo de la mujer.

Veamos pues, cuáles son los grupos que reúnen las diferentes respuestas a la maternidad.

A.   FEMINISTAS RADICALES

Por tales entendemos a aquellas que quieren alcanzar el “acto de ser yo” en toda su plenitud y radicalidad. Este colectivo estuvo compuesto en tiempos religiosos por monjas y brujas y en los tiempos seculares por las feministas tradicionales. Lo que distingue a todas ellas es que han renunciado de forma drástica a los rasgos que se consideraban propios de la feminidad y en un mundo gobernado por los hombres han querido entrar en él asumiendo comportamientos que normalmente se han considerado “masculinos”.

Se les puede criticar su radicalidad y su frialdad de pensamiento pero en ningún caso se las pueda tildar de falsas o inconsecuentes ni se les debe negar el importante papel que desempeñaron y siguen desempeñando para ayudar a concienciar a la mujer de sus posibilidades de ser y por tanto, de su deber ser.

En la actualidad se han diversificado en dos ramas: la de las mujeres concentradas en sus carreras profesionales y la de las llamadas “party girls”.  Las mujeres del primer grupo concentran la mayor parte de sus energías en el trabajo; las del segundo, en cambio, viven el día a día, no establecen lazos afectivos que comprometan su libertad y se preocupan por un yo que depende del instante. Muchas las consideran como las feministas más radicales por ser las que adoptan el comportamiento que tradicionalmente se ha aceptado sólo en el caso de los hombres, pero no en el de las mujeres.



B.   ARMONIZACIÓN DE FEMINISMO Y MATERNIDAD

Las mujeres, en su incesante rechazo a la obligación casi trágica de tener que renunciar a la maternidad si quieren desarrollarse en el mismo plano de igualdad que los hombres, han buscado diversas soluciones que les permitan compaginar trabajo y maternidad.

1.     Virginia Woolf –ella misma sin hijos- encontró en el acto creador la manera de poder compaginar ambas facetas y obtener, al mismo tiempo, la independencia económica.

Lamentablemente, su deseo de alcanzar la armonía entre los dos sexos le hizo olvidar que además de que la labor creativa sólo genera ingresos dignos de consideración en muy pocos casos, exige grandes cantidades de trabajo y esfuerzo. Muchas mujeres se ven, por tanto, obligadas a renunciar a ella o al menos, a supeditarla a las ocupaciones familiares.

Por su parte, las asalariadas que, hoy como ayer, tienen que incorporarse a su trabajo inmediatamente después del parto para mantener económicamente a sus hijos sin la posibilidad de que éstos, por falta de medios económicos y personales, sean atendidos dignamente mientras ellas están fuera de casa, difícilmente podrían admitir que la existencia de un “Espíritu Andrógino” hace más llevadera su situación.



2.     Otras alternativas más recientes como los experimentos con “tele-trabajo” demuestran que la jornada laboral en el caso de la mujer con hijos, se extiende a veinte horas, amén de haber renunciado a su carrera profesional puesto que las expectativas de ascenso para aquellos que utilizan dichos modelos se ven reducidas considerablemente al no poder participar directamente en la marcha de la empresa. Al mismo destino se enfrentan aquéllas que se deciden por una jornada reducida de trabajo.

La propuesta más actual: la de que los “modernos maridos” acepten quedarse en casa, atendiendo a los bebés, es denominada por muchos de ellos como “pausa creativa”. Dicha expresión, que no se utiliza cuando es la mujer la que permanece en casa, significa ni más ni menos que la mayoría de los hombres lo hace siempre y cuando la duración de tal periodo de tiempo no supere el año y siempre que su esposa siga encargándose de una manera u otra de la organización del hogar.



3.     Las profesiones tradicionales de la mujer, tales como la enseñanza y el funcionariado han demostrado que siguen siendo las que mejor  se compaginan con la maternidad.



En cualquier modo, todas estas posibles soluciones comparten el mismo denominador: son trabajos que aun reportando un salario, mantienen a la mujer en una posición de desigualdad económica con respecto a los varones. En efecto, en todos estos casos, la mayoría de las mujeres renuncian a puestos directivos debido a que éstos les exigen más tiempo y dedicación.

A los obstáculos que se presentan a la mujer para conciliar trabajo y maternidad, se une la presión externa para que lo consiga sin descuidar su feminidad. Ello le lleva a aspirar a la consecución de todo tipo de exigencias: tener un trabajo a media jornada apasionante en el que se realiza como persona y como mujer, poseer las medidas corporales que la moda dicta, leer buena literatura, asistir a conferencias y actos culturales, mantenerse activa en la vida social, deportiva, sexual y además ser madre. Dicho concepto ha llegado a significar no sólo el establecimiento de un vínculo emocional con sus hijos sino además la atención activa de su desarrollo intelectual y social manteniendo constantemente el contacto con los educadores.

La palabra clave que la sociedad propone para conseguir todo este número de exigencias se llama: Organización.

El precio que deben pagar por este esfuerzo sobrehumano es el de “burn out” (agotamiento), con lo que nuevamente se sienten culpables porque no han sabido medir adecuadamente sus fuerzas. El fracaso en la consecución de todas estas expectativas, irreales a toda vista pero constantemente presentes en la sociedad, sume a muchas mujeres en la frustración o en el autoengaño.



C.   MATERNIDAD RADICAL

Dicho grupo está compuesto por un grupo de mujeres tan radicales en sus principios como las feministas aunque con criterios totalmente opuestos.

Lo constituyen aquéllas que deciden dedicarse plenamente a sus maridos y a sus hijos. Obsérvese que he escrito “deciden”, lo cual no tiene nada que ver con ‘obligadas”. La libertad con la que han tomado su decisión, es justamente lo que caracteriza a este grupo.

Tildadas por la mayoría de retrógradas, por otros de locas y por unos pocos de heroínas, constituyen un grupo con tendencia a ser minoritario en la sociedad actual.

La inconsistencia de la relaciones entre hombre y mujer, que ya no son hasta que la muerte les separe sino mientras se sientan bien juntos, la precariedad en la estabilidad de los trabajos, la obligación de dar a los hijos una educación cada vez mejor que es al mismo tiempo más cara y la condena al aislamiento cuando no rechazo social, imposibilitan con mayor frecuencia a la mujer a quedarse en casa atendiendo a sus propios hijos. Si pese a todo, se deciden a hacerlo es porque se trata de una “llamada personal” con la misma intensidad y compromiso que la religiosa.



CONCLUSIÓN

De lo que no cabe duda es de que la mujer que hoy en día se enfrenta al hecho de la maternidad tiene que sopesar de cuánta fuerza dispone tanto si decide dedicarse de pleno a su carrera profesional al mismo tiempo que educa a sus hijos, como si elige reducirla o renunciar a ella.

Hay que evitar que la mujer caiga en sobresfuerzos que a la larga la perjudican no sólo a ella misma y a su familia, sino a la sociedad en general. Es necesario ser conscientes de que, independientemente de la solución que cada mujer elija, la maternidad supone:

a)     Una limitación al desarrollo de su ser.

b)     Es siempre trágica, porque en ella tiene lugar por un lado, la lucha constante entre dos intereses fundamentalmente opuestos: el de un ser que ya existe y el de un ser que está empezando a ser. Pero por otro lado, ambos seres, antagónicos en sus intereses, se encuentran unidos por el amor más absoluto y profundo que pueda existir.

La conclusión a la que he llegado a través de estas pequeñas consideraciones es que lamentablemente las mujeres que mejores posibilidades tienen a la hora de enfrentarse con éxito a este conflicto son aquéllas que disponen de mayores medios económicos.

Y es que como ya, antes que Virginia Woolf, acertó a decir Quevedo: “Poderoso caballero es Don Dinero”.



¡Hasta la semana que viene!

Isabel Viñado Gascón.





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