martes, 8 de mayo de 2012

UNA HABITACION PROPIA, (1929) de Virginia Woolf.


El primer libro que leí de Virginia Woolf, con bastantes prejuicios en contra, he de confesar, fue “Mrs. Dalloway” publicado en 1925. No sabía exactamente qué me esperaba. Había oído hablar del círculo de Bloomsbury y no me imaginaba que pudiera tratarse de algo que no fueran locuras y excentricidades literarias.

Sin embargo, descubrí un libro amable, relajante e inspirador que muestra el esfuerzo de una mujer para crear su “jardín de las delicias” sin por ello descuidar los quehaceres diarios. El intento de “ser” sin tener que encerrarse en el “yo”. Ser de dentro a fuera: eso es vivir. Cuidarse de las pequeñas cosas y de los pequeños detalles con esmero. Ser persona sin renunciar a ser mujer.

En la consecución de este ideal, el amor y la amistad se imponen como los únicos elementos posibles para que la personalidad prospere y se enriquezca. El mundo de las feministas se le antoja frio y helado, castrador de cualquier vestigio de libertad espiritual e intelectual, obcecadas como están en la distinción maniquea: hombre-mujer.

Sin embargo, la autora inglesa no permite que sus ideas puedan confundirse con el producto de la ficción literaria. “Una habitación propia” es el ensayo en el que Virginia Woolf desarrolla de forma más clara y exacta sus consideraciones acerca de la situación femenina en la sociedad.

En primer lugar, el hombre no es superior a la mujer, ni intelectual ni espiritualmente. La razón por la que algunos consideraban lo contrario, se debe a dos motivos:

De un lado, la mujer ha sido tradicionalmente más pobre que el hombre. De otro, la mujer no ha dispuesto nunca de una habitación para sí misma. Ese es el motivo por el que se dedicaron a escribir novelas, ya que –según Virginia Woolf- requieren menos concentración que otros géneros literarios.

En cuanto a la pobreza, afecta por igual a hombres y a mujeres en el desarrollo de su inteligencia y espíritu. Virginia Woolf demuestra esta tesis apoyándose en el estudio de la vida de doce poetas. De ellos, nueve eran académicos –lo cual significa que poseyeron medios económicos suficientes para estudiar; de los otros tres, uno era de muy buena familia, otro disponía de una pequeña renta y el tercero, el más pobre de los doce, murió joven.

Virginia Woolf concluye que la libertad espiritual depende de las posibilidades materiales; el arte de la poesía depende, a su vez, de la libertad espiritual. Y las mujeres siempre han sido pobres.

La forma de romper este círculo es consiguiendo que la mujer disponga de su propio dinero, simbolizada en la posesión de una habitación propia. A su juicio, la independencia económica es tan importante que llega a asegurar que entre el derecho al voto y una renta de quinientas Libras, elegiría las quinientas Libras sin dudar un instante.

En segundo lugar, “Mujer” y “Hombre” no tienen por qué ser términos contrapuestos. La figura que Virginia Woolf considera capaz de poder superar este antagonismo entre hombres y mujeres es la andrógina que ha llegado a nuestros días cargada de graves problemas conceptuales debido en parte a que la autora no explica suficientemente bien en qué ha de consistir y en parte porque ha sido conscientemente malinterpretada para ayudar a sostener tesis que en absoluto coincidían con las de Virginia Woolf. Algunos la consideran, erróneamente, asexuada, como si de un ángel terrenal se tratara. Otros le otorgan un carácter híbrido, una especie de síntesis de hombre y mujer.

Nada de ello es pretendido por la autora.

Andrógino se refiere en un primer momento al “Espíritu creador”. Éste es tanto masculino como femenino. Dependiendo de si el artista es hombre o mujer domina un aspecto u otro. Ello concede la posibilidad de que cada cual pueda desarrollarse con independencia de su sexo pero sin tener que renunciar a él. Al contrario: es importante que cada cual mantenga y desarrolle el suyo propio. Si por algo admira a Jane Austen es que ella, a diferencia de otras autoras, siempre escribió como una mujer y no como un hombre.

En un segundo momento, Woolf parece utilizar el término “andrógino” para sustituir al de “persona”. Seguramente intentaba superar las connotaciones negativas  y los prejuicios históricos que éste concepto arrastraba. En efecto, a lo largo de la Historia, ya fuera en novelas y poemas o en ensayos y estudios científicos, a la mujer se le había negado el rango de “persona” e incluso la posesión de alma. Persona era únicamente aquél que gozaba de la posibilidad de desarrollarse y la mujer no entraba de ningún modo dentro de esta categoría.



Así pues,  a través del Espíritu creador que es andrógino y que supera –pero no destruye- las diferencias de sexo, la mujer accede a la legitimación para atreverse no sólo a saber sino también a ser.



El reproche de Virginia Woolf a las feministas de su época es la renuncia que hacen de su condición de mujeres para convertirse en asexuadas o masculinas.

Este reproche no es más que el reflejo de algo que a la autora le aterroriza: el encierro dentro de uno mismo; la constante ocupación del “yo” con el “yo”. Las feministas, consideradas como grupo, constituyen a ojos de Virginia Woolf un “yo” incapaz de salir de él. Eso, lejos de cualquier valoración moral, las convierte en aburridas. El aburrimiento encerrado en sí mismo es otro de los impedimentos del desarrollo intelectual porque termina transformándose en apatía e inactividad. El esfuerzo por salir de sí mismo supera tal esquema y constituye, al mismo tiempo, el motor primero de cualquier empresa.



En cualquier caso, lo que a la autora le interesa destacar es que la mujer, en esa toma de conciencia de sí misma, no debe consentir que se la defina como “anti-hombre” sino que es imprescindible que el feminismo albergue  un concepto mucho más amplio, libre de odios, que impiden la creación artística.

A su modo de ver, en el Espíritu ha de haber una especie de trabajo conjunto entre el hombre y la mujer para que el arte de la creación pueda llevarse a cabo completamente. Tiene que darse una “boda” entre los contrarios. El Espíritu considerado como un Todo debe quedar abierto. En el trabajo del autor, debe existir la Libertad tanto como la Paz.



A la vista de la situación actual, parece que las ideas de Virginia Woolf han triunfado sobre las ideas de las primeras feministas. La mujer actual es una mujer que se ha incorporado al mundo del trabajo sin perder su interés por la belleza y la moda y que ha conquistado grandes dosis de independencia no sólo en la sociedad sino incluso dentro de las relaciones de pareja.



¿Es esto realmente así? ¿Han conseguido las mujeres inteligentes liberarse realmente del castigo que Singer les había impuesto en sus novelas?



Sólo en apariencia.



Hay un tema al que Woolf  hace referencia una única vez en toda la obra para acto seguido olvidarlo: el de la maternidad.



En qué grado el hecho de quedar embarazada, criar a los hijos y sacarlos adelante obstaculiza el acto creador, es una cuestión que Virginia Woolf nombra de pasada para a continuación preferir ocuparse del Espíritu y de la necesidad que la mujer posea unos ingresos propios. Tal vez porque el tema de la maternidad le parecía, como en efecto lo es, demasiado complicado y espinoso.



En nuestros días, a la cuestión de la maternidad habría que sumar también el de la paternidad.

La semana que viene analizaremos este tema y asumiremos el riesgo que entraña adentrarnos en terrenos pantanosos rodeados de tierras movedizas sin un libro al que apelar como autoridad.



¿Quizás sería necesario venir acompañada de un helicóptero de rescate?



¡Hasta la semana que viene!



Isabel Viñado Gascón.








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