sábado, 2 de noviembre de 2013

EL VOLCÁN (1939) KLAUS MANN


“ El volcán”, de Klaus Mann y “Exilio”, de Lion Feuchtwanger son dos libros que me han impresionado profundamente. Recomiendo encarecidamente su lectura a aquéllos que quieran tener una idea exacta de la emigración alemana durante el nazismo. La exposición que ambos hacen del tema es tan brillante, tan completa, que dudo que pueda ser superada por los libros de historia y de ensayo. Lejos de utilizar sentimentalismos fáciles, estas obras describen en todo su realismo un escenario en el que los individuos se encuentran constantemente obligados a actuar al límite de sus fuerzas tanto psíquicas como físicas. La supervivencia no es un deseo racionalizado, ni siquiera un automatismo. Es un boleto premiado en una lotería cuyas reglas del juego no están escritas en ningún sitio. Ortega y Gasset escribió una vez: “Yo soy yo y mis circunstancias”. Mann y Feuchtwanger demuestran que hay momentos en las que las circunstancias destrozan al ser humano. En tales situaciones, al contrario de lo que predicaba el filósofo español, el individuo no es él y sus circunstancias. El individuo es él contra sus circunstancias.

Mann y Feuchtwanger me han mostrado una realidad que yo ignoraba. La historia de los emigrantes, de los judíos, sí, pero también la de otros alemanes que no podían soportar la atmósfera nazi: los comunistas, los homosexuales y los libre-pensadores.

Después de haber leído sus libros no sé, francamente, si queda algo que decir al respecto. Hacer una sinopsis de la trama resulta difícil. Un resumen únicamente narra el argumento, la historia, pero es incapaz de transmitir el miedo, la enajenación, el sudor de los personajes, el afán de superación, el deseo de salir de un sueño convertido en pesadilla. Hombres y mujeres que se han visto arrancados, extirpados, de una existencia que ellos mismos habían construido con sus fuerzas y que les era, por tanto, propia, para, de repente, verse arrojados a un campo de juego que les resulta tan desconocido como peligroso.

Esta semana me dedicaré a “ El volcán”, de Klaus Mann y la próxima semana abordaré el libro de Lion Feuchtwanger.

Thomas Mann afirma que la obra de su hijo le había gustado mucho a pesar de que en su opinión la había escrito demasiado rápido. Personalmente creo que Klaus Mann escribe con el ritmo apropiado e incluso con la confusión necesaria para describir de manera precisa el tiempo que trata. Justamente en ello radica la grandeza del libro.

“El volcán” cuenta la vida de una pluralidad de exilados en tiempos y lugares diferentes. La acción se desarrolla en Ginebra, Paris, Holanda y América, sin por eso desatender la diversidad de  actitudes y de circunstancias que rodean a los personajes: la soledad de ciertas mujeres de la buena sociedad porque de un lado no son aceptadas por sus iguales en el exilio y por otra, tampoco quieren relacionarse con personas que pertenecen a un nivel social inferior a ellas; el deseo de aventura que anima a otros a alistarse en Las Brigadas Internacionales; la ingenuidad de algunos que creen en la lealtad y en el amor eterno y que han de reconocer su error al verse traicionado por sus amantes; la locura; la autodestrucción a través del consumo de drogas; el éxito que algunos alcanzan de forma inesperada: restaurantes en China, publicación de artículos en el periódico, conferencias…

Mann no trata de mostrar la situación de un determinado grupo social o religioso. Su intención es exponer de manera radicalmente sincera la emigración alemana desde sus más variadas perspectivas y en los contextos más diversos. Pero en una Europa teñida por los cambios los alemanes no están solos en su obligado deambular. Los exiliados rusos viven ya en París cuando los alemanes (nazis y emigrantes) llegan. Aunque sus condiciones de vida son más confortables que las de los recién llegados, su existencia no es fácil. Sus hijos han nacido y crecido en París. Sin embargo, se sienten rusos y escuchan la llamada del comunismo. El mismo comunismo que ha llevado a sus padres al exilio. ¿Conflicto generacional? ¿Idealismo político? Tal vez un poco de todo y un mucho de nada.

En su deseo de exponer la totalidad del mundo de la emigración, Klaus Mann describe lo que significan los Estados Unidos de América para los perseguidos de la Europa que llegan sin recursos económicos. Algunos la consideran como el futuro; otros, en cambio, continúan la búsqueda del sentido de la propia existencia. No faltan aquéllos que deben enfrentarse a la desilusión al tomar conciencia de que son o demasiado viejos o demasiado europeos para adaptarse a una sociedad que no comprenden y en la que tampoco sienten deseos de integrarse.

El fin del libro es el único fin creíble en tal cúmulo de circunstancias siempre imprevisibles y casi siempre ingobernables por los propios individuos: la experiencia mística.

La experiencia mística en Mann tiene la fuerza y la dimensión adecuada. Como ya dijimos en el blog <VI “Contrapunto” (1928) Aldous Huxley. Huxley y las fuerzas oscuras del romanticismo. La era de los nacionalismos y de la mística.>, aparecido en Octubre del 2013, la mística nunca puede ser alcanzada en grupo. Se trata de una experiencia única, irrepetible, intransferible. Eso es, también, lo que afirma Mann. Y sin embargo, cada uno de esos hombres buenos, realmente buenos, es capaz de hacer brotar en los campos más áridos y yermos la cosecha más bella imaginable: la de la esperanza.

Tal vez muchos de los lectores consideren que dicho final es inadecuado por extravagante y teatral.

Sin embargo, en tales circunstancias, cuando los monstruos de la guerra, del odio, de la locura, invaden y destruyen todo cuanto encuentran a su paso, ¿queda algún otro camino que no sea el camino de la Fe en un Dios redentor, la Fe en un Dios que eleve las almas, colmándolas con Su Luz, la Luz espiritual?

Hasta la semana que viene.

Isabel Viñado-Gascón.

 

 

 

 

 

 

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