“ El volcán”, de Klaus Mann y “Exilio”, de Lion
Feuchtwanger son dos libros que me han impresionado profundamente. Recomiendo encarecidamente su lectura a aquéllos
que quieran tener una idea exacta de la emigración alemana durante el nazismo.
La exposición que ambos hacen del tema es tan brillante, tan completa, que dudo
que pueda ser superada por los libros de historia y de ensayo. Lejos de utilizar sentimentalismos fáciles,
estas obras describen en todo su realismo un escenario en el que los individuos
se encuentran constantemente obligados a actuar al límite de sus fuerzas tanto
psíquicas como físicas. La supervivencia no es un deseo racionalizado, ni
siquiera un automatismo. Es un boleto premiado en una lotería cuyas reglas del
juego no están escritas en ningún sitio. Ortega y Gasset escribió una vez: “Yo
soy yo y mis circunstancias”. Mann y Feuchtwanger demuestran que hay momentos
en las que las circunstancias destrozan al ser humano. En tales situaciones, al
contrario de lo que predicaba el filósofo español, el individuo no es él y sus
circunstancias. El individuo es él contra
sus circunstancias.
Mann y Feuchtwanger me han mostrado una
realidad que yo ignoraba. La historia de los emigrantes, de los judíos, sí,
pero también la de otros alemanes que no podían soportar la atmósfera nazi: los
comunistas, los homosexuales y los libre-pensadores.
Después de haber leído sus libros no sé,
francamente, si queda algo que decir al respecto. Hacer una sinopsis de la
trama resulta difícil. Un resumen únicamente narra el argumento, la historia, pero
es incapaz de transmitir el miedo, la enajenación, el sudor de los personajes,
el afán de superación, el deseo de salir de un sueño convertido en pesadilla. Hombres y mujeres que se han visto
arrancados, extirpados, de una existencia que ellos mismos habían construido
con sus fuerzas y que les era, por tanto, propia, para, de repente, verse
arrojados a un campo de juego que les resulta tan desconocido como peligroso.
Esta semana me dedicaré a “ El volcán”, de Klaus
Mann y la próxima semana abordaré el libro de Lion Feuchtwanger.
Thomas Mann afirma que la obra de su hijo
le había gustado mucho a pesar de que en su opinión la había escrito demasiado
rápido. Personalmente creo que Klaus Mann escribe con el ritmo apropiado e
incluso con la confusión necesaria para describir de manera precisa el tiempo
que trata. Justamente en ello radica la grandeza del libro.
“El volcán” cuenta la
vida de una pluralidad de exilados en tiempos y lugares diferentes. La acción
se desarrolla en Ginebra, Paris, Holanda y América, sin por eso desatender la
diversidad de actitudes y de
circunstancias que rodean a los personajes: la soledad de ciertas mujeres de la
buena sociedad porque de un lado no son aceptadas por sus iguales en el exilio
y por otra, tampoco quieren relacionarse con personas que pertenecen a un nivel
social inferior a ellas; el deseo de aventura que anima a otros a alistarse en
Las Brigadas Internacionales; la ingenuidad de algunos que creen en la lealtad
y en el amor eterno y que han de reconocer su error al verse traicionado por
sus amantes; la locura; la autodestrucción a través del consumo de drogas; el
éxito que algunos alcanzan de forma inesperada: restaurantes en China,
publicación de artículos en el periódico, conferencias…
Mann no trata de
mostrar la situación de un determinado grupo social o religioso. Su intención
es exponer de manera radicalmente sincera la emigración alemana desde sus más
variadas perspectivas y en los contextos más diversos. Pero en una Europa
teñida por los cambios los alemanes no están solos en su obligado deambular.
Los exiliados rusos viven ya en París cuando los alemanes (nazis y emigrantes) llegan.
Aunque sus
condiciones de vida son más confortables que las de los recién llegados, su
existencia no es fácil. Sus hijos han nacido y crecido en París. Sin embargo, se
sienten rusos y escuchan la llamada del comunismo. El mismo comunismo que ha
llevado a sus padres al exilio. ¿Conflicto generacional? ¿Idealismo político?
Tal vez un poco de todo y un mucho de nada.
En su deseo de
exponer la totalidad del mundo de la emigración, Klaus Mann describe lo que
significan los Estados Unidos de América para los perseguidos de la Europa que
llegan sin recursos económicos. Algunos la consideran como el futuro; otros, en cambio, continúan la
búsqueda del sentido de la propia existencia. No faltan aquéllos que deben
enfrentarse a la desilusión al tomar conciencia de que son o demasiado viejos o
demasiado europeos para adaptarse a una sociedad que no comprenden y en la que
tampoco sienten deseos de integrarse.
El fin del libro
es el único fin creíble en tal cúmulo de circunstancias siempre imprevisibles y
casi siempre ingobernables por los propios individuos: la experiencia mística.
La experiencia mística en Mann tiene la
fuerza y la dimensión adecuada. Como ya
dijimos en el blog <VI “Contrapunto” (1928) Aldous Huxley. Huxley y las
fuerzas oscuras del romanticismo. La era de los nacionalismos y de la
mística.>, aparecido en Octubre del 2013, la mística nunca puede ser
alcanzada en grupo. Se trata de una experiencia única, irrepetible,
intransferible. Eso es, también, lo que afirma Mann. Y sin embargo, cada uno de
esos hombres buenos, realmente buenos, es capaz de hacer brotar en los campos
más áridos y yermos la cosecha más bella imaginable: la de la esperanza.
Tal vez muchos de los lectores consideren que
dicho final es inadecuado por extravagante y teatral.
Sin embargo, en tales circunstancias, cuando
los monstruos de la guerra, del odio, de la locura, invaden y destruyen todo
cuanto encuentran a su paso, ¿queda algún otro camino que no sea el camino de
la Fe en un Dios redentor, la Fe en un Dios que eleve las almas, colmándolas
con Su Luz, la Luz espiritual?
Hasta la semana que viene.
Isabel Viñado-Gascón.
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