Lo que me parece digno de consideración en la
obra de David Foster Wallace no es tanto la trama, difícil y a veces confusa,
como los temas de que se ocupa y el ambiente y la atmósfera en que transcurren.
Es esto, en definitiva, lo que conforma el espíritu de “La broma infinita”.
Hay novelas en las que el autor expresa sus
ideas a través de la acción. En ellas el argumento resulta de vital importancia
para comprender el pensamiento subyacente. Así, por ejemplo, “Enemigos, una
historia de amor”, de Isaac B. Singer. En cambio, las llamadas “novelas de ideas”
exponen directamente la propia ideología del escritor y el argumento queda
supeditado a las convicciones e inseguridades que el autor pretende formular
sin tener que recurrir al género de ensayo para hacerlo. Los personajes son
meros transmisores de sus ideas. De este modo el ritmo puede ser más ligero y
menos sistemático. Lo importante no es
tanto lo que se hace como lo que se dice.
La acción, aparece así, subordinada al concepto. La novela de Huxley
“Contrapunto” y la de Morris West, “Eminencia”, constituyen dos buenos ejemplos.
En ellos, la reflexión a la que es inducido el lector proviene de lo que se afirma más que de lo que sucede. Éste es también el caso de
“La broma infinita”. Si nos atenemos al argumento y nos concentramos en las
relaciones que mantienen cada uno de los personajes con el resto, nos introducimos
en un laberinto sin salida. Los personajes aparecen aislados incluso en lo que
a ellos mismos se refiere. No existe una comunicación real. La acción además es
considerada inútil. La muerte, de una u otra manera, inunda toda la obra.
Una última consideración: he leído que se ha
publicado una guía para ayudar a entender “La broma infinita”. Realmente esto
me parece exagerado. Es cierto que las mil quinientas cuarenta y cinco páginas
de la edición alemana que he manejado (de las cuales casi ciento cincuenta son
notas a pie de página) son muchas páginas y dan cabida a introducir un gran
número de personajes y de historias. Sin embargo me veo obligada a recordar que
“La Broma Infinita” es, al fin y al cabo, una novela. Muy larga, eso sí, pero
novela al fin y al cabo. Nada que ver, por tanto, con obras como “La crítica de
la Razón Pura” de Kant, que sí requieren de manuales que ayuden a su
comprensión.
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A la hora de realizar el análisis de "La obra infinita" la honestidad me ha obligado a contestar a tres
preguntas:
¿Es un buen
escritor David Foster Wallace? Sí
¿Es “La broma
infinita” un buen libro? Hm… Sí…
¿Me ha gustado?
No.
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¿Es un buen
escritor David Foster Wallace? Sí
¿Es “La broma
infinita” un buen libro? Hm… Sí…
Por lo que a “La broma infinita” se refiere,
contiene por igual rasgos negativos y positivos. De ahí que sea tan difícil
determinar su calidad. La estructura es enormemente confusa. Los saltos del
tiempo complican innecesariamente la lectura. El hilo narrativo de la novela no
sigue ningún esquema lineal, ya sea hacia el futuro o hacia el pasado, y
tampoco es circular. Sencillamente es desordenado. Del mismo modo, los
personajes aparecen y desaparecen sin motivo aparente. Los cambios de tema y de
escena dentro incluso de los propios capítulos son en realidad cortes sin
sentido. Todo ello impide – o al menos obstaculiza enormemente- tanto el
disfrute de la lectura como una reflexión sobre el texto. Tales cesuras no sólo
consiguen rompen el trayecto de la narración sino también la concentración. Por
si fuera poco, algunos personajes desconocidos son introducidos sin previo
aviso y es al lector al que corresponde la tarea de deducir su identidad y de
situarlos en la trama cuando reaparecen, a veces mucho después.
En esto, sobre todo, consiste la dificultad
de la que todos hablan. El lector, sencillamente, no sabe dónde está y le
resulta enormemente difícil recordar lo que ha leído debido a la enorme
cantidad de información, en ocasiones insustancial, que junto con la esencial aparece. Ello dificulta la comprensión más que si de un libro
de ensayo se tratara. Al fin y al cabo, el ensayo, por complejo que sea el tema
que trate, sigue un orden preciso en la exposición. Por el contrario en “La
broma infinita”, el hilo de la trama se pierde una y otra vez. El hilo es tan
fino y está tan enredado que es difícil discernir el argumento. A esto hay que
unir la cantidad de abreviaturas que utiliza y cuyo significado no siempre
resulta fácil de recordar, así como la ingente terminología química destinada
a nombrar los numerosos tipos de droga que hay. No cabe duda que esto último sí
es necesario, pero cuando un lector se encuentra enterrado en un alud de
palabras en medio de semejante caos estructural, ello sólo contribuye a
introducir un nuevo factor de estrés. Estos, y no la profundidad intelectual,
son los motivos por los que el lector se siente constantemente tentado de
abandonar el libro. Llega un momento en el que cualquier persona sensata se
dice que lo que hay allí escrito no merece tanto la pena como para que se
pierdan horas y horas en su lectura. Al lector le invade la impresión –que más
que una impresión es una sospecha- de que la estructura de “La broma infinita”
podría denominarse “de zapeo”. El lector asiste a los saltos en el tiempo, en
el tema y en la escena como si estuviera delante de la televisión y zapeara de
un canal a otro. Sólo que en este caso es el autor el que tiene el control del
mando y el que decide a qué programa salta. Y el buen lector termina no sólo
enervado sino bastante enfadado. Porque él, que ha dejado apagada la televisión
para sumirse en un mundo distinto, se ve de repente inmerso en un mundo muy
parecido al que justamente se proponía evitar.
En cuanto al carácter humorístico de la obra,
si consideramos “macabro” sinónimo de “divertido”, entonces, en efecto, “La
broma infinita’ es una obra sumamente divertida. Pero si consideramos que lo
macabro, por muy cómico que resulte , es siempre trágico porque conlleva
aparejado el dolor y la muerte, entonces –lo siento, mucho- lo macabro no me
hace reír. Ni aunque a lo macabro, de repente, ya no se le denomine "macabro" sino "realismo histérico". Lo único que sí me ha hecho gracia es que David Foster Wallace se
atreva todavía a enredar más la estructura, escribiendo unas notas a pie de
página –en la versión alemana aparecen al final- y que (dicen) hace falta leer
obligatoriamente. Esto claro, es la crítica despiadada que David Foster Wallace
hace a todos aquellos ensayos y publicaciones científicas cuyas notas a pie de
página ocupan un tercio del contenido, notas que nadie lee y que no sirven más
que para indicar la fuente de la información a fin de evitar la calificación de
plagio y a veces ni eso: simplemente para dar cuenta de la erudición del autor.
Sin embargo, hay que reconocer igualmente,
que ‘La broma Infinita” es capaz de dar cuenta del estado angustioso y
problemático en el que una gran parte de la sociedad se encuentra. Es cierto
que no pretende convertirse en una advertencia escrita contra los peligros de
la sociedad moderna, al estilo del español Martín Vigil en los años 70, ni recrearse
con la suciedad, que es lo que hace Buckowski – al menos en “Factotum”, la
única novela de este autor que he leído y que leeré en toda mi vida. David
Foster Wallace expone el asombro silencioso que subyace bajo los diferentes
acontecimientos. Es la sensibilidad de un hombre que no se atreve a confesar su
perplejidad ante la sociedad que le rodea y cuenta los hechos más bizarros “como
si” de lo más normal del mundo se tratara. No pretende reírse de ellos
ni criticarlos. Sólo los muestra y bajo ese mostrar sin prejuicios, sin
tapujos, es donde el lector intuye –sólo intuye- el extrañamiento ante ellos.
Pero es un extrañamiento sin estridencias. Es ese asombro que
involuntariamente nos lleva a abrir mucho los ojos sin decir nada. Ni un
suspiro. Incapaces de determinar si somos nosotros o los otros los distintos. Lo que David Foster Wallace busca es
describir su sociedad, pero no cabe duda que hay un momento en el que da un
salto cualitativo en virtud del cual su
sociedad se transforma de repente en la sociedad. A partir de ahí todo está perdido. Uno
puede salir de “su” mundo si existe otro. Pero cuando el propio mundo invade
cualquier resquicio hasta el punto de que el nuevo sólo puede construirse con
individuos del anterior, ¿adónde poder dirigirse en busca de un refugio que
signifique al mismo tiempo la entrada en un mundo completamente distinto de
aquél del que se pretende huir? Peor aún: ¿qué pasa cuando no hay otro mundo más
que el mundo que nos rodea y no existe la posibilidad de construir otro
distinto?
Uno a uno, han ido desapareciendo los
“lugares” en los que los hombres inteligentes y sensibles podían refugiarse:
los conventos han desaparecido, los alquimistas se han transformado en
tecnócratas de la ciencia, el Arte ha muerto. El individuo ha dado lugar al
Individuo que consume entretenimientos especialmente concebidos para una masa
uniformizada. En el libro de David Foster Wallace hasta los asesinos van en
grupo.
A pesar de sus críticas a las religiones
convencionales, Huxley buscó una extraña forma de salvación en el misticismo
cuyas puertas, según él, se abrían a través de las drogas. Bradbury “quemó” las
ilusiones de Huxley cuando le descubrió que la sociedad iba por decisión propia
camino de ser una sociedad sin libros y
por tanto sin ideales, ya fueran éstos de la clase que fueran:
políticos, místicos o científicos. Las visiones de Bradbury tienen muy poco de
arrebato espiritual y mucho de lunático –mejor dicho- de marciano. Pese a todo,
el autor de “Crónicas Marcianas” y “Fahrenheit 451” no se da por vencido y así
termina concediendo a la familia, en la primera de las novelas citadas y al
grupo de los “distintos”, en el caso de la segunda, la puerta de acceso a la
esperanza. La sociedad está perdida pero tal vez en la pequeña comunidad esté
el origen de una renovación. Bradbury sigue a Huxley en tanto que busca un
refugio en el interior. Se aleja de él, sin embargo, al despojar a la interioridad
de toda posibilidad de éxtasis contemplativo. El refugio de Bradbury es un refugio artificial. No es el lugar espiritual ideal al que aspiraba Huxley y al que el individuo podía acceder a través de la meditación y de las drogas sino un lugar que él mismo se ha visto obligado a crear para protegerse de un exterior que le resulta cada vez más incomprensible y hostil.
David Foster Wallace deja al descubierto que
ni el mundo místico de Huxley ni el mundo marciano alucinatorio de Bradbury
ofrecen no digo ya cobijo, ni tan siquiera consuelo. La búsqueda de la
salvación en cualquiera de sus formas es –por imposible- absurda. El asfixiante
“aquí y ahora” que pretendía trascender Bradbury es lo único que en realidad
existe. El grupo de los “distintos” que se dedicaban a memorizar los contenidos
de los libros y que representaban, por tanto, la esperanza en una nueva
sociedad han sido transformados por Foster Wallace en un grupo de Alcohólicos
Anónimos. La familia está compuesta por seres deformes (ya sea espiritual o físicamente) y cada miembro sigue su
propio camino, que más que un camino es un vericueto. El yo interior se ha
convertido en un zarzal estéril en el que sólo pueden encontrarse espinas
agudas, ninguna rosa. Ni siquiera el éxito es capaz de proporcionar un sentido, o tan siquiera un refugio, a la desolación existencial y para demostrarlo realiza un somero análisis sobre los efectos perjudiciales del triunfo en los individuos que lo alcanzan; especialmente en los más jóvenes.
Lo único que en su opinión puede hacer más soportable tanto vacío,
tanta suciedad y tanta locura, son las drogas y el alcohol. Todos son
conscientes de los efectos nocivos que producen y saben que el fin que les
espera es la muerte pero ¿hay algún motivo por el que seguir vivos? Ni siquiera el dejar las drogas proporciona una solución. A los individuos que consiguen abandonar su consumo les invade un terrible sentimiento de vacío y soledad del que les resulta imposible deshacerse, lo que les lleva a buscar la propia muerte. Así pues, ni el éxito, ni las drogas, ni la desintoxicación de las mismas pueden nada contra las tendencias autodestructivas. La idea del
suicidio está constantemente presente a lo largo de todo el libro.
De este modo, “La broma infinita” parece ser
la conclusión definitiva a los problemas que la tradición anglosajona venía
planteando desde años atrás. No hay solución posible. La acción del hombre es
inútil y ello porque el teatro de la vida, el único lugar donde su actuación
podría cobrar sentido, no es un drama sino una tragedia. La tragedia del hombre
moderno se aleja de la tragedia a la manera griega. Los dioses que señalaban el
destino a los hombres-héroes sin que éstos pudieran oponerse a tales designios
han desaparecido. La tragedia del hombre actual es que no hay dioses que
controlen su existencia; que esta viene marcada irremediablemente por la vaciedad,
la angustia y la muerte; que la acción se hace inútil porque los escenarios en
los que ha de desarrollarse son de cartón piedra y no pueden servir de apoyo a
ningún tipo de representación auténtica. La tragedia, pues, no radica tanto en
la ausencia de refugios, como pensaban los autores anteriores, sino sobre todo
en la inexistencia de escenarios donde actuar.
Dicho todo esto ¿cómo
es posible entonces que no me haya gustado?
Pues bien. No. No
me ha gustado.
Reconozco que su capacidad para llegar a los
lectores es tan innegable como extraordinaria. La mayoría de ellos después de
haber sido sumergidos en ambientes de los que yo quisiera escapar antes de
haber entrado – y esto, lo repito siempre, no por cuestiones religiosas, ni tan
siquiera morales, sino por simple amor a la tranquilidad, a la comodidad, a la
belleza y al natural deseo de auto-conservación- califican la obra de magistral
y más de una lectora confiesa abiertamente que no sólo se ha enamorado del
autor como autor sino incluso de David Foster Wallace como persona, de esa
persona con la que ni han hablado y a la que jamás en su vida –salvo en foto- han
visto y a la que ellas mismas califican de patológicamente depresiva, neurótica
y no sé cuántas cosas más. Al escucharlas tiendo a pensar que, o bien ellas
mismas sufren tales alteraciones y creen haber encontrado un hermano del alma,
o bien no han tratado nunca con un enfermo de tales características y no saben
los sufrimientos que tales tipos acarrean a las familias.
He de admitir que incluso ha
conseguido atraerme a mí. Ya ven. Aquí estoy. Escribiendo un blog sobre un
libro que me desagrada profundamente, escrito por un escritor majadero ahogado
en problemas que – considerando sus condiciones de vida - me parecen una
idiotez. Sinceramente: problemas de “chicos” mimados e inmaduros que
posiblemente porque todo les ha llegado tan rápido, tan fácil, no saben qué más
les queda por hacer. No se les ocurre nada. Sienten el aburrimiento y en vez de
pensar que es su aburrimiento el que les da asco prefieren creer – y hacer
creer- que es la vida la que les
asquea, la sociedad la que les asquea. Escriben sobre locuras que ni me van ni
me vienen pero que posiblemente son las locuras de otros muchos “chicos”
mimados e inmaduros como ellos. Mundos
asfixiantes poblados por asfixiados. Cada vez que tenía que enfrentarme al
libro sentía ganas de vomitar. Francamente, me siento feliz de haber terminado
un libro cuya principal virtud radica en que es capaz de describir fiel y
exactamente la locura de una parte – posiblemente una gran parte; leyendo a
David parece que sea la totalidad - de nuestra sociedad. Y lo consigue, claro,
utilizando los mismos instrumentos neuróticos, claustrofóbicos, desordenados,
caóticos hasta un punto en el que incluso el término “irracional” carece de
sentido porque al concepto de “irracional” se le puede oponer el de “racional”
y aquí no hay racionalidad que valga y por tanto hablar de “irracionalidad”
está de más. Ni siquiera se puede introducir el concepto de “instinto animal”
porque eso significaría la posibilidad de introducir como contrario al
“instinto humano”. Así que la única forma de definir tales conductas es como
eso: conductas. Conductas individuales, momentáneas, sin ninguna conexión entre
ellas aunque se repitan una y otra vez. Cada abuso es un abuso y no tiene nada
que ver con el de ayer. Cada asesinato, cada vez que uno se droga o cada vez
que uno bebe, es un acto único que no tiene nada que ver con el anterior. En mi
opinión esto es justamente lo que ha sabido comprender el grupo de Alcohólicos
Anónimos y lo que ha intentado utilizar para rehabilitar a los enfermos. Cada
minuto cuenta. Cada minuto irrepetible y desconectado de los otros minutos
cuenta. Pero los Alcohólicos Anónimos, y esto es lo que yo creo que en el
fondo desagrada a David Foster Wallace, consiguen elaborar, a base de constancia y auto-disciplina- una cadena que al final logra unir estos minutos sin relación inicial. Sólo a partir del momento en que el enfermo es
capaz de descubrir la existencia de esa cadena, de esa interconexión, es cuando
la curación se hace posible. Es entonces cuando se puede volver a hablar de
“irracional” e “racional”, ‘instinto animal” e “instinto humano”, “borracho” y
“sobrio”.
Debo confesar que para
conseguir terminar "La Broma Infinita" no tuve más remedio que leer paralelamente una literatura
que pudiera calificarse de “divertida”. O sea, “Los Principios de Matemáticas”,
de Russell y “El espíritu de las leyes” de Montesquieu. Lo digo en serio. Muchos
jóvenes consideran trasnochados a los lectores que leen a dichos escritores y sin
embargo se consideran a sí mismos auténticos intelectuales de una profunda
sensibilidad porque conocen autores del
tipo de David Foster Wallace. Autores norteamericanos
que a mí únicamente me transmiten la sensación de que la literatura
estadounidense no ha conseguido salir de los escenarios de los Salones del
Lejano y Salvaje Oeste, por más que se empeñen en adaptar la decoración a los
nuevos tiempos. Cambia la decoración, sí, pero el espíritu permanece
invariable: chicas ligeras de ropa bailando el can-can, los hombres medio
borrachos y dando tiros a diestro y siniestro, jugadores de póker intentando
constantemente hacerse trampas los unos a los otros, un pianista que nunca dice nada y que lo único que espera es
que nadie venga a destrozarle el piano, lo cual, por otra parte, si sucede es
sólo por accidente, primero porque nadie está interesado en un piano y segundo
porque el pianista pertenece al mobiliario, no a la sociedad. Los autores
americanos que han conseguido salir de esos salones son pocos; uno de ellos es
Saúl Bellow, que tanto en sus novelas como en sus ensayos ha sabido plasmar la
realidad que tiene lugar fuera de esos antros y que es, por otra parte, la única
realidad capaz de mover y transformar las sociedades.
No me extraña, sin
embargo, que en la literatura americana sea el tipo de “Salón del Salvaje Oeste”
el que impere y el que se exporte. El lector que vive dentro de tales ambientes
enrarecidos por el humo, el alcohol y la música histérica, se encuentra en
semejante literatura “como en casa”. A los que sienten curiosidad por “vivir
nuevas y excitantes emociones” les
embarga la agitación del que se introduce en tales atmósferas sin moverse del
sillón. Finalmente los que estamos fuera y sabemos, por unas u otras causas, lo
que allí dentro acontece, asistimos imperturbables al espectáculo que de una
manera u otra consiste básicamente en puertas por las que salen y entran
hombres y sillas volando, sheriffs más o menos corruptos, borrachos, jugadores,
pistoleros a sueldo, atracadores de banco, tartas de nata estampadas a la cara
y curiosos que no tienen otra cosa mejor que hacer. En definitiva: gentes de
todo tipo y condición, empeñadas en creer y hacer creer que en eso consiste la
vida: en el vacío absurdo de una actividad que desde sus inicios está corrupta.
Y lo está por la falta de sentido de una vida que se define por tener o no
tener un duro en el bolsillo para gastarlo da igual en qué porque la importancia
del “qué” desaparece en el mismo instante en el que ese “qué” se ha obtenido.
“La broma infinita” es, en efecto, infinita,
porque cuando estaba en la página 700 seguía pensando que ¡se trataba de una
broma que no se iba a acabar nunca! El escritor: David Foster Wallace se suicidó
a los 46 años teniéndolo todo: éxito literario, profesor en la universidad, casado
con una pintora, padres que se preocupaban por él. Hace falta ser imbécil,
vaya. Y la obra de ese imbécil me la he tragado yo por fiarme de uno de esos
blogs de literatura moderna que te asegura con toda la seriedad del mundo que
ese libro es el mejor que ha aparecido no ya en los últimos años sino incluso
¡en el siglo! y que superarla va a ser difícil; que ese escritor es un genio de
cuya pérdida la sociedad no se recuperara nunca Y no me extraña. A mí, desde
luego, me va a costar recuperarme de la lectura de su libro. Y ello, no tanto por
la complejidad de la obra – a veces se llama complejo a lo confuso- como por
mis estructuras mentales, que se niegan a admitir que el mundo sea tal y como
lo presenta el autor americano. Sobre todo, porque el propio autor, en el
fondo, tampoco quiere aceptar la realidad que él mismo presenta y busca como un
desesperado una alternativa antes de terminar considerándola inexistente. Tal
vez alguien debería haberle explicado que la vida no es capaz de saciar en cada
uno de sus instantes nuestro hambre espiritual y uno ha de conformarse, por
tanto, con lo que encuentra para llevarse a la boca y considerarse, además,
feliz de haberlo encontrado. De alguna manera es lo mismo que sucede cuando uno
tiene hambre y le dan un trozo de pan seco. Se lo come aunque simplemente sea
para saciar el hambre porque en caso contrario, no hará falta que venga ningún
adivino a predecirle el futuro que le aguarda El autor, Wallace, termina afirmando “que
tiene hambre” y “que no quiere comerse el pan seco que le dan” y se suicida. Y
yo, que cuando tengo hambre sería capaz de comerme hasta las piedras, me
pregunto cómo se puede ser tan tiquismiquis teniendo pan que comer y no piedras.
Y no puedo por menos que pensar que o no tiene realmente hambre o no sabe que
hay cosas peores que el pan seco, porque lo que es yo, incluso sin dientes
sería capaz de comérmelo. Y al fin termino incluso por comprender a Foster
Wallace. Comprendo que se suicide porque
es imposible vivir con “a” y “no a” al mismo tiempo y en el mismo lugar. Porque
uno termina explotando o explotándose. Porque hasta un mosquetero gascón como
D’Artagnan tiene que dilucidar claramente cuáles son los enemigos a batir y si
–cómo suele suceder en la realidad – éstos no están claramente definidos tiene,
al menos, que saber precisar cuál es la meta a alcanzar, el fin por el que
luchar, el objetivo al que dedicar sus energías. Y para ello tiene que poder
dilucidar entre “a” y “no a”. O sea, entre si quiere combatir el hambre con un
trozo de pan seco, o quiere permanecer fiel a sus principios que consisten en
la decisión de no comer nunca ningún pan seco, aunque ello conlleve perecer de
hambre. Pero en un mundo caótico, desordenado, como el que presenta Foster
Wallace, uno no se mata por sus principios sino justamente por la falta de los mismos. Uno se suicida pero entre el suicidio y el seguir vivo no existe una gran diferencia. Las personas y las metas aparecen desdibujadas y nada –salvo la
autodestrucción individual y en masa, irracional y absurda- tiene sentido.
No. “La broma infinita” no me ha gustado. Las historias que cuenta están bien
escritas, no lo pongo en cuestión, pero no les veo la gracia. Ni siquiera el
sarcasmo. Que el padre de Hal se suicide metiendo la cabeza en el microondas,
o que un padre abuse de una hija enferma poniéndole una peluca de Raquel Welch
mientras la hija sana adoptiva duerme en la cama de al lado, me parecen –aunque
lingüísticamente consideradas estén magistralmente escritas- historias
abominables, no divertidas. Ni siquiera tragicómicas. Para conseguir terminar
de leerla me ha sido imprescindible no olvidar que “La broma infinita” saca a la
luz las miserias de una determinada parte de la sociedad y que únicamente en
eso, y no en el número de páginas ni en las historias, consiste su grandeza.
Hasta la semana que viene.
Isabel Viñado Gascón
Nota
El 22 de Agosto del 2014 aparece publicado un segundo comentario que aunque no se centra exclusivamente en la obra de Foster Wallace, sí la toma como punto de referencia .
Isabel Viñado Gascón
Nota
El 22 de Agosto del 2014 aparece publicado un segundo comentario que aunque no se centra exclusivamente en la obra de Foster Wallace, sí la toma como punto de referencia .
Tengo por costumbre no publicar comentarios que en vez de comentar el contenido del artículo, se dedican a insultar y a denigrar al autor -como si ello otorgara más valor a sus críticas.
ResponderEliminarHaré pues caso omiso de los insultos y pasaré a centrarme únicamente en los dos puntos que sí merecen ser tenidos en cuenta.
El comentarista, cuyo comentario no voy a publicar por las razones ya explicadas, considera que mi comentario final le resulta insoportable.
ResponderEliminarEn primer lugar opina que lo único que me importa son los aspectos materiales de la existencia.
Lamento tener que corregir su interpretación.
En primer lugar porque yo me he criado en la tradición que conecta "el hombre es lo que come" con la que afirma "No sólo de pan vive el hombre."
Así pues cuando en el texto aparece escrito la frase " un trozo de pan que llevarse a la boca", no me estoy en absoluto refiriendo al pan material y físico sino a los pequenos placeres espirituales que la vida pone en nuestro camino: sentir la brisa del aire que acaricia nuestro rostro, caminar de la mano junto a un amigo... Eso es a lo que me refiero. Y es importante saborear tales instantes, aunque no sean los grandes ideales a los que habíamos aspirado ni nos conviertan en los héroes que un día quisimos ser. En otro caso, -si no somos capaces de agradecer esos instantes - no tendremos ningún "alimento" que llevarnos al espíritu, al alma, y moriremos de hambre "espiritual".
En cuanto al segundo punto, mi falta de respeto a la depresión. No sé, francamente, en qué se apoya. En primer lugar, no creo que nadie en su sano juicio se burle de una enfermedad. Sin embargo, no es menos cierto que cuando alguien está enfermo, los allegados aún no siendo médicos, se apresuran a darle consejos acerca de lo que debe o no debe hacer. Y ello no porque se rían del enfermo sino justamente para que se recupere lo antes posible. Lo mismo les sucede a los enfermos depresivos; todos se lanzan a ofrecer mil "recetas" a fin de verlos otra vez en pie.
ResponderEliminarPor otra parte, y a decir de Foster Wallace, no todas las depresiones presentan las mismas características. Según el autor hay quienes pretenden suicidarse para comprobar que los demás se preocupen de ellos. No es éste el tipo de depresión al que él dice referirse. La depresión de la que habla Foster Wallace con toda la angustia del alma es una depresión muy concreta: la que se produce cuando se abandona el consumo de droga y alcohol.
En este sentido, la narración de Foster Wallace me parece un testimonio realmente importante. Es una llamada de atención al hecho de que salir de las drogas es terriblemente difícil, que su consumo produce una serie de consecuencias desastrosas no sólo para el cuerpo sino para el alma.
Por lo que he leido justamente este tipo de depresión fue la que se lo llevó a él, a pesar de todos los cuidados de la gente que le amaba.
ResponderEliminarEn vez de ver en mi comentario final rasgos tan negativos de mi persona, mejor hubieras debido ver rabia e impotencia ante la muerte de un magnífico escritor, que no pudo aferrarse a ningún clavo, ni siquiera ardiente, por la sencilla razón de que no lo encontró; o quizás lo encontró pero no le sirvió.
A mí personalmente sigue pareciéndome trágico, realmente trágico, que estar rodeado de personas que le amaban, de personas intelectualmente desarrolladas,tener a su lado a un grupo social que le apoyaba emocional y cognitivamente no pudieran convertirse ni siquiera en ese trozo de pan seco, al que me refiero.
Y sí, le llamo “imbécil”, por haberse ido antes de tiempo, por no haber podido agarrarse a ese trozo de pan seco, por no haber seguido escribiendo libros sobre los que mereciera la pena escribir, conversar, dialogar e incluso discutir.
Lo que sí en cambio le critico a Foster Wallace y por eso digo que el libro pese a estar magníficamente escrito, no me gusta, y no me gusta pese a quien lo diga y a pesar de conceder que está excepcionalmente bien escrito, es justamente eso a lo que no se alude en el comentario que he recibido: que haga de "su" sociedad, "la" sociedad; porque si Wallace tiene razón y esto es así, entonces no hay escapatoria ni salvación posible. Si eso es así "la sociedad", o sea, "nuestra sociedad" está condenada.
ResponderEliminarY tampoco me gusta, lo siento, pero es mi opinión personal, es que lo que a mí me parece "morbo" se considere sumamente humorístico por algunos lectores.
Ambos aspectos, francamente, son los que me preocupan terriblemente.
En cualquier caso, y pese a los insultos recibidos, he de darte las gracias por tu comentario. Me ha permitido introducir un par de matizaciones que nunca pensé que fueran necesarias pero que quizás después de todo sí lo fueran. Siempre creí que se entendían mis palabras en su justa medida así como mis preocupaciones últimas.
ResponderEliminarUn saludo.
Isabel Viñado Gascón.