O la Iglesia Católica se pone de acuerdo sobre las
bases teológicas en las que se asienta o yo me voy con Lutero, que tiene las
ideas bastante más claras.
Lo digo porque hace unos días mientras nos
hallábamos hospedados en el Hotel en el que todos los veranos nos reunimos
Carlos Saldaña, Jorge Iranzo, Fernando Marjó, Carlota y yo, nos encontramos por
casualidad con una amiga católica sumamente religiosa y formada, de esas que no
deja de asistir a cursos de meditación y teología. Durante el desayuno Carlota
se refirió a una serie de conocidos comunes con los que había abandonado todo trato
porque su conducta había sido reiteradamente mezquina. Nuestra religiosa amiga
convino que, en efecto, el comportamiento de dichos individuos no era
precisamente el más adecuado pero que Carlota debía, una vez más, perdonar a
esas personas. Carlos Saldaña carraspeó y dos minutos más tarde abandonaba la
mesa seguido del tranquilo Jorge. Tres minutos después era Fernando Marjó
el que se levantaba para atender a una más que oportuna llamada de
teléfono. Fuimos Carlota y yo las que finalmente se quedaron a escuchar las
nuevas teorías del Perdón y las que se enzarzaron en una discusión que de
antemano sabían inútil.
“Perdonar setenta veces siete”, explicó
nuestra amiga que había dicho Jesús. Cuando le replicamos que al único a quién
Jesús había anunciado que estaría sentado a Su derecha había sido al buen
ladrón, su contestación fue triunfante: eso no significaba que hubiera mandado
al mal ladrón al infierno. Jesús, simplemente se había callado.
Fue así cómo nos enteramos de que la
Iglesia Católica ha pasado de considerar símbolo del pecado a todo objeto viviente o no viviente, a convencerse de que el axioma verdadero es el del Amor
Universal.
Esta idea, en principio tan atractiva, introduce un terrible problema: el Amor Universal va indefectiblemente aparejado al Perdón Universal.
La Iglesia Católica ha pasado de ganar dinero cobrando por las indulgencias impartidas a regalarlas, hasta el punto de que cuando recordamos a nuestra amiga que Jesús había metido a los demonios en una piara de cerdos para a continuación ahogarlos, nos explicó que en algunos sectores de la Iglesia Católica se considera la posibilidad de que al final de los tiempos Dios perdone incluso al diablo.
Esta idea, en principio tan atractiva, introduce un terrible problema: el Amor Universal va indefectiblemente aparejado al Perdón Universal.
La Iglesia Católica ha pasado de ganar dinero cobrando por las indulgencias impartidas a regalarlas, hasta el punto de que cuando recordamos a nuestra amiga que Jesús había metido a los demonios en una piara de cerdos para a continuación ahogarlos, nos explicó que en algunos sectores de la Iglesia Católica se considera la posibilidad de que al final de los tiempos Dios perdone incluso al diablo.
Yo me voy con Lutero.
A mí esto del perdón católico moderno me
tiene sumamente asombrada. Al parecer ya no hay pecados. Por eso seguramente
cada vez hay menos católicos dispuestos a confesarse y no digamos ya a
arrepentirse. Que los
psicólogos digan que no hay pecados sino desviaciones sociales de la conducta
lo entiendo, pero que lo diga la Iglesia Católica que no ha vivido de otra cosa
que no fueran los pecadores arrepentidos y que alcanzó su época gloriosa
gracias a ellos…
La teoría del
Amor Universal, desde luego, no va a proporcionarle tantos ingresos como en su
día le aportó la Teoría del Pecado Universal al posibilitarle las ingentes
donaciones de los pecadores que querían congraciarse con Dios antes de
abandonar este valle de lágrimas.
En virtud de la teoría del Amor Universal, el Perdón
ha de ser otorgado de forma automática, independientemente de que el causante
del dolor se arrepienta o no. Como de costumbre, dentro de la Iglesia Católica
encontramos dos clases de Amor Universal: la de los buenos católicos y la de
los malos católicos. El Amor Universal de los malos (equivocados) católicos
consiste en manifestar públicamente que se quiere a alguien antes de pasar acto
seguido a destrozar minuciosamente a ese alguien. Pero no importa, luego piden perdón y asunto arreglado.
El Amor Universal de los buenos (acertados) católicos consiste en hacer buenas obras no importa a quién.
El Amor Universal de los buenos (acertados) católicos consiste en hacer buenas obras no importa a quién.
Los buenos católicos no son capaces de desvincularse de sus buenas obras. Se
sienten tan orgullosos de ellas que son capaces de perdonar cualquier desprecio
que se les haga y ello porque están convencidos de que el desprecio de los
desagradecidos engrandece moralmente sus buenas obras y les otorga más valor
delante de Dios. Sin embargo, cuando a esos buenos católicos les preguntas qué
pasaría si Dios, detrás de esas obras sólo viera el deseo de contentarlo y no
la auténtica resolución de ejercitar el bien, qué pasaría si Dios no se
sintiera en absoluto conmovido por sus obras, se
transforman y te llaman endemoniada y cosas por el estilo. Y cuando replicas
que la Iglesia Católica siempre ha llamado endemoniados a los que le llevaban
la contraria y que Dios puede hacer lo que le venga en gana porque para eso es
Dios, protestan y dicen que no, que eso no, que Dios no puede dejar de acoger
las buenas obras.
Ahora comprendo por qué Lutero hablaba una y otra vez de la Fe, de la necesidad de la Fe: porque las buenas gentes católicas de su tiempo, ocupadas como estaban en complacer a la sociedad, al público y a sí mismas, poseían una Fe que se basaba en el “yo por Ti y Tu por mí”, siendo ese “Tú” sinónimo de Dios. Si ellos se comportaban bien Dios les recompensaría. No era una confianza ciega en absoluto, era una confianza mercantilista basada en el clásico sistema contable de ingresos, gastos y balance.
En nuestros días, como estamos en periodo de crisis es mejor olvidar las diferencias entre gastos e ingresos y fijar un balance siempre favorable. ¿Favorable a quién? ¡A Fuenteovejuna, claro! Haga lo que haga será, sin duda alguna, perdonada. Perdonada en virtud de un igualitarismo que pone al mismo nivel al Santo más Santo y al criminal más criminal.
Ahora comprendo por qué Lutero hablaba una y otra vez de la Fe, de la necesidad de la Fe: porque las buenas gentes católicas de su tiempo, ocupadas como estaban en complacer a la sociedad, al público y a sí mismas, poseían una Fe que se basaba en el “yo por Ti y Tu por mí”, siendo ese “Tú” sinónimo de Dios. Si ellos se comportaban bien Dios les recompensaría. No era una confianza ciega en absoluto, era una confianza mercantilista basada en el clásico sistema contable de ingresos, gastos y balance.
En nuestros días, como estamos en periodo de crisis es mejor olvidar las diferencias entre gastos e ingresos y fijar un balance siempre favorable. ¿Favorable a quién? ¡A Fuenteovejuna, claro! Haga lo que haga será, sin duda alguna, perdonada. Perdonada en virtud de un igualitarismo que pone al mismo nivel al Santo más Santo y al criminal más criminal.
Amor Universal.
La buena nueva: ya no es necesario hacer
buenas obras. Tenemos el perdón automáticamente; lo más tardar al final de la
Historia.
Amor Universal.
A lo sumo, hay que pedir perdón
públicamente - por aquello de guardar las formas. Atrás quedó la exigencia de
arrepentimiento sincero y propósito de enmienda. Atrás quedaron las largas
filas delante del confesionario. Lo que queda ahora son Iglesias vacías. Una
tras otra.
Y la Iglesia Católica, Amor Universal,
se sienta delante del espejo y se pregunta confundida cuál es el motivo de que
ya nadie llame a su puerta y todos los sirvientes uno tras otro abandonen el
castillo a pesar que nunca las puertas estuvieron tan abiertas como ahora. Y lo
único que se le ocurre es bajar al pueblo para decirle a Fuenteovejuna que va a
celebrar una nueva fiesta a la que, por supuesto, están todos invitados.
Amor Universal.
Seamos sinceros las Iglesias estaban
llenas cuando los pecadores arrepentidos iban en busca del perdón que sólo Dios
a través de la Iglesia Católica les podía otorgar. Las Iglesias se han ido
vaciando a medida que ya no ha sido necesario acudir en busca del perdón puesto
que el Amor Universal perdona todos los pecados sin distinción.
Yo me voy con Lutero.
Lutero: Amor al prójimo más prójimo.
Amor que no olvida la acción política. Primero mi familia, mi comunidad y mi
pueblo. Luego ya veremos lo que queda.
¡Sí! ¡Sí! ¡Ya lo sé! ¡Esto también lo
dice la Iglesia Católica! La Iglesia Católica ama universalmente y acepta el
“a” y el “no a”. Acepta el Todo, el Uno, el Todo en el Uno y en Uno en el Todo.
Nuestro mejor y más brillante teólogo,
Benedicto XVI, el único que tal vez nos podía haber ayudado se retira del
mundanal ruido y se refugia en la meditación. ¿Habrá visto secas las raíces?
Yo me voy con Lutero.
Gracias a Lutero hay dos entes que
pueden, finalmente, acceder a su libertad absoluta: Dios y el hombre.
“Deja que los demás digan y hagan lo que
quieran” - viene a decir el
bueno de Lutero - “Tú haz lo que tu Fe te dicte, o sea: lo que realmente
consideres justo”.
Luego, Dios dirá…
Isabel Viñado Gascón.