lunes, 2 de marzo de 2015

La auténtica situación en Rusia (1928) Leon Trotski

Advertencia
Ignoro si este es el título que se le ha dado en la traducción española. A decir verdad, ni siquiera sé si ha sido traducido a nuestro idioma. Todas mis búsquedas al respecto han resultado infructuosas. Ni siquiera consta en la lista de escritos de Trotski que aparecen en el informe de wikipedia española.

A pesar de no ser su obra más conocida, esta obra resulta interesante porque fue publicado en 1928, poco antes de que Trotski tuviera que exiliarse definitivamente por el peligro que para su vida representaba quedarse en Rusia. Con su huida, parecía haber terminado el duelo político que se había iniciado entre él y Stalin en 1922. No sería así: el 1940 Trotski murió asesinado a manos de un español comunista – Mercader – que cumplía órdenes de Stalin.

El libro de Trotski está dividido en tres partes.

- La primera es: “El temor a nuestro programa”.
- El nombre de la segunda da título al libro: “La situación real en Rusia” y
- La tercera parte se llama: “Stalin falsifica la Historia”.

A ello hay que sumar un anexo de Documentos: el testamento de Lenin, las últimas palabras de Adolf Joffes, las relaciones del stalinismo con China...

El escrito termina con una llamada a la oposición rusa.

En la primera parte, Trotski pone de manifiesto la política antirevolucionaria de aquéllos que detentan el poder. La falta de consideración hacia la oposición, la difusión de mentiras - “fábrica del falseamiento”- y la potenciación del sistema burocrático y el relevante papel del capital privado en la economía, son los nuevos pilares en los que el gobierno dirigido por Stalin y sus amigos, se asientan. A los disconformes se les destierra, se les niega el derecho al trabajo y se les encarcela. Tales mecanismos de amedrantamiento se utilizan contra los propios miembros del partido. El resultado de todo ello es que en las asociaciones nadie se atreve a dar su verdadera opinión y nadie vota según su conciencia. 
En opinión de Trotski, la Dictadura del Proletariado se ha convertido en la Dictadura de la Burocracia.
Su esperanza es que la oposición se una para derrocar a Stalin. Su temor, que lo hagan los contrarevolucionarios para derribar la revolución.

En la segunda parte, se analiza la situación real en Rusia, que es francamente difícil.

Políticamente existen tres corrientes ideológicas. 
Una, que se inclina a la derecha.
La segunda – centrista- que es a la que pertenece Stalin y que es grupo dominante en el partido. Su estrategia se basa en sofocar las protestas, en ordenar la vuelta al trabajo, y en la negación a sentarse a discutir. Stalin y sus partidarios se muestran cada vez más intolerantes con las críticas, hasta el punto de que quien no comparte el discurso oficial es declarado opositor. El aparato burocrático es cada día más fuerte. El número de funcionarios no deja de aumentar. Según Trotski, el stalinismo es hipócrita: utilizando la máscara del socialismo, sus palabras y sus frases, en la realidad se aleja de él.
El tercer grupo lo constituye la oposición, configurada por el ala leninista del partido. A medida que el aparato central se reafirma en su poder, con mayor virulencia se persigue a las voces críticas. Para conseguir un puesto en la organización juvenil comunista se exige absoluta obediencia y la disposición de participar en la persecución de la oposición.

El capital privado sigue desempeñando un papel relevante en la economía y la burguesía ha crecido. Los impuestos en los pueblos se aplican utilizando una proporción inversa: los económicamente débiles pagan más que los económicamente fuertes. La desproporción y desigualdad entre los precios industriales y agrícolas es cada vez mayor. La propaganda del aparato no sólo oculta la situación real en Rusia sino que además promueve una falsa visión de la realidad. Las condiciones del trabajo han empeorado, las reformas van encaminadas a introducir la “Racionalización de la producción”, que es el término con el que se suele designar a las medidas encaminadas a reducir el número de trabajadores. Esto es: a proceder a su despido. Los más afectados por dichas medidas son los trabajadores no cualificados, los jornaleros, las mujeres y los jóvenes. Crece el número de niños abandonados, la mendicidad y la prostitución. Los costes para la vivienda se han disparado, el alcoholismo abruma a la nación; faltan escuelas y guarderías adecuadas, muchos niños de trabajadores deambulan por las calles sin que nadie se haga cargo de ellos; el alcoholismo abruma a la nación: favorece el absentismo laboral, obstaculiza la consecución de títulos de cualificación profesional, provoca el aumento de los accidentes de trabajo,  impide el manejo adecuado de las máquinas con lo cual éstas se estropean más a menudo; es causa de peleas y enfrentamientos. En definitiva, los costes que el alcoholismo genera ascienden a cientos de millones de rublos.

Dicha “racionalización” implica, además, un empeoramiento de las condiciones de trabajo, - que cada vez son menos de trabajo y más de esclavitud -, al tiempo que aumentan los conflictos laborales. Las relaciones jefe – trabajador se han empeorado hasta el punto de haber vuelto a parecerse a las existentes antes de la Revolución. Las promesas de reforma de parte de la empresa han perdido toda su validez y credibilidad. La distancia entre sindicato y trabajador es abismal. La divisa a seguir es más o menos “Si quieres conservar el poco pan que tienes, mantén la boca cerrada.”

En el campo la situación no es mucho mejor. Los grandes terratenientes siguen conservando la tierra. La industrialización es practicamente inexistente. Los jornaleros tienen que soportar una vida material  de esclavitud y una usura financiera. Ambas van de la mano.

A juicio de Trotski es necesario adoptar una serie de medidas encaminadas a superar esta situación de miseria. Trotski considera de vital importancia conseguirlo manteniendo la estabilidad económica.
Dos son los modos que propone: reducir los precios y lograr un Estado sin déficit, y en esta dirección deben ir encaminadas todas las medidas económicas.

Hay que llevar a cabo una revolución técnica en el campo, introducir la utilización de abonos e incentivar a que los trabajadores agrícolas se organicen; también hace falta potenciar la industrialización. Todas estas reformas van encaminadas a lograr un incremento de la productividad. Dicho incremento sirve a tres fines. En primer lugar, a reducir el desempleo; en segundo lugar, a lograr un descenso de los precios sin que para conseguirlo haya de resentirse la calidad ni deban emplearse subvenciones estatales; en tercer lugar, a impulsar el que Rusia pueda desempeñar un papel fundamental en el comercio exterior. Trotski se muestra contrario a favorecer la autarquía y la autosuficiencia económica rusa. Al contrario: de lo que se trata es de que Rusia respete a los pueblos de alrededor, les muestre mayor respeto, permita su desarrollo y vaya adquiriendo un peso cada vez mayor en las relaciones internacionales. Pretender un desarrollo socialista aislado significa falsear la perspectiva. En este sentido, Trotski considera  importante tomar como modelo a Alemania: el grado de desarrollo de su industria así como su participación en el mercado mundial le ofrecen –afirma el escritor- una gran protección en caso de guerra.

Al mismo tiempo, está convencido de que el éxito internacional en el comercio motivará a los países que él denomina “imperialistas” a ir en contra de la Unión Soviética. No es posible descartar una Guerra Mundial. Caso de que esto sucediera, dice Trotski,  Rusia se vería favorecida por las simpatías de las masas trabajadoras de todo el Planeta y significaría el aceleramiento de la caída del capitalismo. Así pues es imprescindible potenciar la unión internacional de los trabajadores.

Según Trotski aquél que no defienda a la Unión Soviética es necesariamente un traidor al proletariado internacional.

En lo que a la revolución china se refiere, Trotski expone sus dudas razonables de que llegue a ser una auténtica revolución debido a la desastrosa influencia de Stalin.

En la tercera parte y final, Trotsky describe el falseamiento de la historia que relata Trotski se parece enormemente al que describía George Orwell en su obra 1984. Se silencian las voces críticas, se potencia la propaganda, se inventan éxitos, se callan los fracasos. La censura trabaja incesante y despiadadamente. Se destruyen y ocultan cualquier documento –incluso los escritos por Lenin- en los que pueda leerse alguna mínima crítica contra Stalin.

Trotski se queja de la persecución de que ha sido víctima él mismo, de la difamación que ha sufrido, de las mentiras que sobre él se han vertido. Y todo ello a partir de la muerte de Lenin.

Su conclusión es que las similitudes entre el sistema zarista y el nuevo son asombrosas. Los dirigentes siguen estafando al pueblo. En 1918 como en 1915 gobiernan la confusión , la mentira y el fanatismo. La policía política secreta actúa igual que actuaba en los tiempos del zarismo: detiene a los jefes de la oposición y los deporta a los mismo lugares. Trotski se pregunta si tal vez dentro de poco no se establezca un sistema de persecución que elimine fácilmente a las víctimas.

Comentario

Seguramente si hubiera leído esta obra en el momento de su publicación mi natural desconfianza me hubiera inclinado a pensar que se trataba de un panfleto ideológico escrito por un frustrado y resentido opositor contra el grupo dominante del partido, democráticamente elegido y en vías de organizarse como fuerza dirigente.

Y esto por tres motivos. En primer lugar, porque en general estamos más predispuestos a creer que las voces críticas son las voces de aquéllos que a pesar de todos sus esfuerzos no vieron cumplidas sus ambiciones políticas, en vez de admitir que un pueblo que ha hecho una revolución como fue la Revolución bolchevique de Octubre, ha empleado todas sus fuerzas para derrotar a un tirano y sustituirlo por otro todavía más perverso y cruel que el anterior. El pueblo ruso no podía considerarse precisamente un pueblo débil. Si había decidido liberarse de sus cadenas, parecía sensato pensar que no iba a aceptar tan fácilmente unas nuevas...

A esto habría habido que añadir que las disputas internas y las enemistades y reconciliaciones eran una constante entre los revolucionarios y eran de sobras conocidas por todos. Los deseos de poder de los unos y las envidias de los otros, difícilmente permitían  separar dónde terminaban las discusiones políticas y dónde empezaban las cuestiones personales. El mismo Trotski que en su libro toma a Lenin y a sus tesis como los ejemplos a seguir, había tenido grandes diferencias con su mentor.

El tercer motivo de mi desconfianza se hubiera basado en el hecho de que ninguno de ellos estaba libre de culpa. La rebelión de Kronstadt fue aplastada por Trostki de manera brutal.

Para ser sinceros, la Revolución murió en el momento mismo de la victoria. Y eso porque los planes de la revolución eran desde su inicio mismo dictatoriales. Da igual que se denomine dictadura del pueblo o dictadura del zar. Las estructuras habían nacido con ansias autoritarias y totalitarias. El pueblo no era el fin sino el medio. El fin era el incremento de la productividad, el incremento de la industrialización, el incremento de las cosechas. Y en todo este proceso, el pueblo era simplemente un elemento más en las estructuras. El pueblo estaba condenado desde el principio mismo de la revolución a ser de nuevo esclavizado. Lo único que había cambiado era el nombre de su dueño. Sus cadenas no estaban para servir a la gloria del Zar sino a la gloria de la Revolución; a la gloria del Partido; a la gloria de Stalin...

La Historia se ha encargado de demostrar que Trotski no sólo no mentía en lo concerniente a la situación del momento rusa, sino que además sus análisis políticos resultaron proféticos.

Los nombres de los déspotas fueron cambiando, pero las estructuras se mantuvieron y se mantienen hasta nuestros días. Y se mantienen porque el pueblo ha seguido viviendo en esas estructuras durante siglos y o bien no tiene fuerzas para cambiar la situación porque las necesidades diarias le exigen invertir sus energías en otros campos, o bien no tiene ganas ni de siquiera intentarlo por aquello de “a vivir que son dos días”, o simplemente porque no tiene Fe en que lo que no ha cambiado en siglos pueda cambiar ahora.

En cualquier caso, debo confesar que hay veces en las que no puedo por menos que asombrarme ante lo que leo. En este caso lo ha sido de manera especial.

La exactitud de los análisis socio-político-económicos de Trotski contrasta con la ingenuidad de sus pretensiones. Sabe que la Revolución ha fracasado; es consciente de que el sistema zarista ha sobrevivido bajo otros nombres pero utilizando los mismos –si no más terribles métodos; es consciente de la gravedad socio económica por la que atraviesa el país: desempleo, crisis, desigualdad social, alcoholismo, antisemitismo,  retraso histórico; a medida que el lector avanza en la lectura, mayor es el desánimo que Trotski muestra. El aparato burocrático es cada vez más poderoso, el número de funcionarios aumenta sin cesar, las voces críticas son silenciadas violentamente, poco a poco sólo va existiendo un discurso “oficial”, una literatura “oficial”, un arte “oficial” y el número de detenidos y deportados empieza a ser preocupante, hasta el punto de que seguramente habrá que “simplificar” el proceso.

Lo sabe. Él mismo es una de sus víctimas.

Y sin embargo, Trotski sueña con un milagro del Cielo.

 Trotski sueña con una unión de la oposición que haga posible cambiar el rumbo de los acontecimientos y espera que le ayude un pueblo empobrecido y embrutecido por la miseria a lo largo de décadas, que ha reunido las pocas fuerzas de que disponía para derrocar al zarismo pero que rápidamente ha comprobado la inutilidad de su acción, un pueblo que sufre la opresión y la dictadura con mayor rigidez y prontitud que los opositores en el Poder, se una a la oposición para luchar una vez más contra estructuras tan firmes y bien consolidadas que se le antojan eternas.

Trotski sabe pero no acepta que el pueblo no quiere revoluciones; quiere pan. Y si hay que ser funcionario, se es; y si para entrar en el partido hay que jurar obediencia absoluta, se jura. Total –dice el pueblo- si no le jura al Partido hay que jurársela a la Iglesia, y si no al Zar, y si no a todos ellos juntos...

Trotski sabe que la situación económica es una catástrofe y sin embargo, sueña con ver a Rusia convertida en una potencia económica mundial. Hasta el punto de que las naciones que él denomina imperialistas, tengan envidia de su supremacía y le declaren la guerra.

Pero la guerra, para Trotski no constituye ni mucho menos un peligro.

Es, más bien, la salvación.

Trotski sigue soñando.

Trotski espera de afuera lo que ellos mismos no pueden conseguir. Tal y como lo plantea, la invasión que él denomina “imperialista” constituye más una esperanza que una amenaza para Rusia. La agresión externa conseguirá que el proletariado internacional se una para garantizar la seguridad de lo que aunque Trotski no lo diga sigue siendo “la madre Rusia”. Si antes era la madre del Zar, ahora lo es de la Revolución. Si antes sus hijos sólo eran rusos, ahora están por el mundo entero.

En su opinión, los opositores al sistema, los hijos rechazados, son los mejores.

Trotski reitera su ideología comunista sin darse cuenta de que lo que está defendiendo en su nacionalismo. Un nacionalismo que –diga él lo que diga- en ningún modo es internacional. No se trata de que Rusia se internacionalice, sino de que el proletariado internacional se una y vaya a defender los intereses bolcheviques, esto es: los rusos.

Pese a la corrupción americana y a las justas críticas que pueden hacerse a su sistema, lo cierto es que los Estados Unidos se basan en principios completamente distintos a los que han inspirado el sistema ruso. Los valores primeros en los que se asentó la revolución rusa fueron la productividad, la colectividad y la dictadura del proletariado. Los axiomas de la joven nación americana fueron la libertad individual y la supeditación de los poderes públicos al ciudadano. La tradición americana ha sido la de acoger a todos los recién llegados y respetar sus creencias y modos de vida –siempre y cuando éstas no atentaran a las normas jurídicas americanas. Nada que ver, en cambio, con la crudeza con las que Rusia ha tratado a sus propios habitantes y la cantidad de asesinatos en masa a judíos que habían salido de Francia y Alemania para unirse a la Revolución Rusa y que nunca creyeron que iban a ser presa del cruel y salvaje antisemitismo ruso, desconocido para una gran parte de la sociedad europea occidental.

Fuerza es advertirlo a todos aquéllos defensores del Principio de Identidad por lo cual “a” es igual a “a”, donde la primera “a” son los Estados Unidos y la segunda “a” Rusia.

En Rusia al día de hoy, han cambiado y mejorado las condiciones externas.

Las estructuras se mantienen.

La madre Rusia sigue siendo la madre Rusia. La globalización la hace más madre; o sea: le aporta la esperanza de procrear más hijos.

Eso es todo.

Isabel Viñado Gascón





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