miércoles, 18 de marzo de 2015

Tratado sobre la indulgencia y la gracia (1518) Lutero

Este blog no es una traducción del texto original, sino simplemente una exposición resumida de las ideas más importantes del mismo. La indicación de los Puntos sirven únicamente para mostrar al lector en qué lugar del texto se halla la idea expuesta.

El contenido exacto del Tratado se encuentra en formato pdf en Internet. 

Es un documento muy breve que recomiendo encarecidamente leer no sólo por su valor religioso sino, sobre todo, por su carácter social.

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El “Tratado sobre la indulgencia y la gracia” es en realidad un sermón  en el que Lutero comienza exponiendo la posición de la Iglesia Católica para demostrar que es imposible que pueda considerarse válida.

Al igual que su anterior escrito, “Las 95 Tesis”, el "Tratado sobre la indulgencia y la gracia" está desarrollado en forma de puntos o tesis: en este caso veinte. De esta forma Lutero pretendía explicar sus ideas lo más clara y sistemáticamente posible a fin de facilitar tanto su comprensión como su difusión. El religioso alemán estaba harto de retórica escolástica, de malabarismos a base de argumentos que más que argumentos eran falacias sofísticas. Una tarea prioritaria, a su juicio, era la de organizar la existencia humana lo más racional y eficazmente posible con la ayuda de Dios sin que esto exigiera la obligación de apoyarse en consideraciones teológicas formuladas por los hombres de Iglesia, que únicamente ocultaban juegos de poder y dominación de los fuertes sobre los débiles.

Lutero se apoya en tres afirmaciones para atacar la existencia de las indulgencias.

1.        La práctica de las indulgencias genera consecuencias negativas para el individuo y la sociedad.

Lutero inicia su sermón explicando que la según la doctrina de Santo Tomás y sus sucesores, el sacramento de la penitencia se basa en el arrepentimiento, la confesión y el desagravio y que las indulgencias sólo dispensan de la última parte. Esto es: de la cuestión referente al desagravio, que a su vez consta de tres aspectos: Oración, Ayuno - referente a todo lo que tenga que ver con la mortificación de la carne -  y Donación de limosnas - que abarca los aspectos relacionados con la misericordia y el amor al prójimo.

Cabe deducir fácilmente los efectos perniciosos que de las indulgencias se derivan. Puesto que ellas eximen al individuo de la obligación de la reflexión, del esfuerzo y de las buenas obras, si nos basáramos en ellas ya no habría que hacer ninguna buena obra, con el consiguiente perjuicio tanto para el individuo como para la sociedad. 
En el punto 14 se muestra aún más radical: las indulgencias, dice, están hechas para los cristianos perezosos e imperfectos que no son lo bastante valientes para atreverse a realizar buenas obras o no quieren sufrir.

2.       Las indulgencias no pueden perdonar los pecados.

Lutero explica que incluso dentro de la propia Iglesia Católica existe la dudade si las indulgencias pueden librar a sus poseedores de la condena de Dios por sus pecados.

La postura de Lutero es contundente: el perdón sólo puede ser otorgado por Dios (Punto 7) y no hay ningún lugar en las Sagradas Escrituras que diga que Dios exige para el perdón de los pecados otra cosa que no sea el arrepentimiento sincero y de corazón, o regresar con la intención de cargar con la Cruz de Cristo (Punto 6).

3.       Las indulgencias están concebidas para enriquecer al Vaticano.

A partir del Punto 14, el contenido del sermón se convierte en una denuncia social. Lutero descubre los auténticos motivos de la promulgación y venta de indulgencias: la construcción de San Pedro, en el Vaticano.

Contra esto Lutero opone el argumento del amor al prójimo:

Es mejor dar una limosna al necesitado y hacer una buena obra, que dar dinero para la construcción del Vaticano, incluso cuando a cambio se obtiene una indulgencia. (Punto 16)

E incluso dejando a un lado la construcción de San Pedro, lo más importante es, si se quiere dar algo, dar limosna al necesitado más cercano.

Caso de que en la propia ciudad, ya no quede ninguno que precise de ayuda, entonces se puede dedicar ese dinero al mantenimiento y ornamento de la Iglesia.

Y sólo en el caso de que también esto se haya logrado, puede uno emplear sus recursos para la construcción de San Pedro.

Pero se haga lo que se haga, nunca por las indulgencias. Porque como San Pablo dice, “Quien a los suyos no les hace bien, no es buen cristiano y molesta más que un pagano”

La conclusión de Lutero

Los tres motivos arriba expuestos (porque incentivan la pereza moral, no perdonan los pecados y el dinero que con ellas se recauda no se destina al bienestar de la comunidad del lugar sino que va a parar a San Pedro), conducen a Lutero a las siguientes conclusiones:

-          - Desaconseja la adquisición de indulgencias.

No existe obligación alguna de comprarlas. Es una decisión voluntaria. (Punto 17) “Mi voluntad, deseo, petición y consejo –  afirma Lutero -  es que nadie compre indulgencias.” Las indulgencias hay que dejarlas para los cristianos perezosos y adormilados. (Punto 16) En contra de lo que algunos nuevos doctores sostienen, Lutero no cree en absoluto que ellas salven de las penas del Purgatorio y además demostrarlo resulta imposible.

-          - Aconseja la acción individual para alcanzar la redención divina.

En cambio es necesario que uno se preocupe por sí mismo de su propia alma. Lo mejor para conseguir la salvación es dedicarse a rezar y a obrar bien (Punto 18). Este comportamiento es más seguro y eficaz y está contenido en las Sagradas Escrituras.

-          - Defiende el juicio crítico individual.

En efecto, a Lutero no le importa ser condenado por la Iglesia por hereje, cuando se trata de proclamar aquello que es sencillamente verdad. Quienes le condenan, dice, son cerebros oscuros y lúgubres, que ni siquiera han olido la Biblia, no han leído a los maestros cristianos y ni siquiera han entendido a los suyos propios.

La obra termina con la rogativa de que Dios les conceda a él y a los otros, un justo discernimiento.

Comentario

El sermón de Lutero contempla dos aspectos: el religioso y el social.

Desde el punto de vista religioso, las indulgencias no sólo son innecesarias sino que son perjudiciales puesto que reducen el mérito del esfuerzo, de la superación y del buen hacer del cristiano que pone todas sus fuerzas a la realización de la palabra de Dios. En las 95 Tesis, Lutero afirmaba que las indulgencias estimulaba la codicia, en este sermón asevera que incentiva la pereza moral. Así pues, lejos de constituir un beneficio para el individuo, determinan su decadencia y la decadencia de las sociedades en las que su práctica es habitual. Máxime, cuando ni siquiera redimen del castigo divino, porque sólo Dios puede hacerlo.

Desde el punto de vista social.
A mi modo de ver, este aspecto es el más importante. No es simplemente que Lutero censure que el destino de los beneficios obtenidos a través de las indulgencias sirvan para construir la Basílica de San Pedro. Si se hubiera detenido allí, sus palabras no habrían pasado de ser una certera crítica, pero no habrían originado la revolución cartesiana que estalló dentro de la Iglesia.

Lo que realmente constituyó un desafío a los poderes establecidos fueron. por un lado, que los primeros beneficiados por nuestro dinero y nuestra misericordia no han de ser las instituciones eclesiásticas, sino los necesitados. Y sólo cuando en nuestra comunidad ya no exista ninguno que requiera de nuestros recursos, es cuando se ha de prestar atención al cuidado y mantenimiento de altares, edificios eclesiásticos y semejantes.

Por el otro,  la afirmación luterana de que la caridad ha de practicarse comenzando por el prójimo; por los necesitados más cercanos: primero los de casa, luego los de la comunidad, y así sucesivamente, hasta donde los recursos alcancen.

De este modo, la Iglesia pasaba a ocupar un segundo plano tanto en la cuestión económica como en la política y perdía la supremacía que su organización centralista le había garantizado hasta ese momento. 

Lutero liberaba a los fieles –príncipes y villanos- del poder del Vaticano, empeñado en controlar y dirigir desde Roma cada pequeño rincón de la cristiandad y convertía al individuo en el centro de sí mismo al hacerlo, como acabamos de ver,  responsable directo de la salvación de su alma y único responsable del destino de sus bienes que al contrario de lo que los ministros eclesiásticos estaban pregonando en esos momentos no tenían por qué emplearse en servir a fines extranjeros con las falsas promesas de quedar libres de las penas de Purgatorio. Falsas porque por un lado no constaban en las Santas Escrituras y por otro no se podían verificar.

La soberbia de la Iglesia Católica, su negativa a atender y considerar los sensatos argumentos que se le presentaban, su empeño en mantenerse alejada de los nuevos tiempos, de los adelantos científicos, del pensamiento racional, su negativa a ceder ni un milímetro de terreno ni en lo referente a la argumentación, ni en lo referente a la importancia del individuo, su ciego deseo a detentar el poder fuera como fuera, abocó a la cristiandad en una lucha interminable: la lucha de los individuos contra los poderes concentrados y centralizados de la Institución; la lucha de la razón contra la irracionalidad; la lucha de la libertad contra la ciega obediencia; la lucha de la luz contra la oscuridad.

Hacer se hizo hasta donde se pudo hacer. No creo que Lutero hubiera esperado alcanzar tanto como se alcanzó. Para él no se trataba de una cuestión de Poder sino de Justicia. No era una cuestión de vencer al precio que fuera sino de vencer con la Razón. El primer objetivo de Lutero no fue nunca el de constituir una nueva Iglesia, sino el de introducir reformas que permitieran un mejor funcionamiento no sólo de la institución, sino sobre todo, de la sociedad.

Vivimos en tiempos de una profunda crisis no sólo económica sino también espiritual. Y cuando digo “espiritual” me refiero tanto en su sentido religioso como humanista.
El hombre ha perdido el centro de gravedad.

El Vaticano hace tiempo que dejó de serlo y el individuo no ha sido lo suficientemente valiente como para coger en las manos las riendas de su propio destino para dirigirlo y guiarlo con mano firme. Cuanto más clama “libertad”, más lejos está de conseguirla.

En este sentido puede afirmarse que la crisis de la Iglesia Católica no es tan terrible como la crisis de la Iglesia Luterana.

La crisis de la primera se debe al agotamiento de una Institución milenaria que busca desesperadamente la forma de regenerarse, aunque sea utilizando la cirugía estética, el bótox y todo lo que haga falta.

La crisis de la segunda, en cambio, señala la profunda crisis en la que el individuo está anclado y que, por tanto, se ve incapaz de sacar adelante su casa, su comunidad y su sociedad.

Isabel Viñado Gascón




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