jueves, 12 de marzo de 2015

Una nueva perspectiva de la relación entre Esaú y Jacob. Historias de la Biblia


Conversaciones para pasar el rato de un libro nunca publicado

En España, las élites se han dedicado tradicionalmente a rezar el rosario y en la actualidad a ejercer de “beautiful people”, y se ha esperado del pueblo que reforme. ¡Como si el pueblo tuviera tiempo para reformas!  Con sobrevivir le basta y le sobra. Pese a nuestro arrojo y bravura no hemos podido hacer nunca revoluciones sino sólo revueltas, que es lo propio de los de abajo.

- ¡Qué serio lo dice! Pensé que me había dicho usted que tenía sentido del humor.

 - Y lo tengo –afirmó Joaquín Vals, limpiándose la boca con la servilleta- Pero los más grandes humoristas de este mundo han sido también los que mejor han sabido darse cuenta no ya de lo seria que es la vida sino de lo trágica que es. Y es trágica porque no tiene solución, porque nosotros mismos no la tenemos. Los que no se han dado cuenta de eso han sido los otros: los que se sentaban a escucharlos para poder reírse de su propia vida y seguir adelante. Los humoristas, en cambio, lo tienen difícil, porque ¿quién hace reír al que hace reír? Y por eso los payasos, los buenos payasos, son los más tristes de todos los hombres: porque mientras los espectadores creen que se trata de una burla de la realidad, ellos saben que están escenificando la realidad misma.

 Así que –continuó Esteban – usted es un payaso triste.

- No se me vaya a las profundidades metafísicas. – le aconsejó Joaquín Vals- Los gordos como yo flotamos, pero los delgaditos como usted...

- He de reconocer que es usted un tipo curioso –sonrió Esteban- Uno nunca sabe si habla en serio o en broma.

- ¡Oh! Yo hablo muy seriamente en broma. – Contestó desenfadadamente Vals- No crea que es fácil. Se requiere una gran flexibilidad mental. De lo que no cabe duda es de que a usted se le ha enfriado la comida. Termine ya, hombre. Nunca he comprendido a esos que tardan tanto tiempo en masticar, sobre todo tratándose de algo tan exquisito como lo que tiene usted delante.

Tengo la impresión de que utiliza los placeres culinarios – observó Esteban, decidiéndose al fin a comer al mismo tiempo que hablaba-  como excusa para ocultar al gran hombre que hay en usted.

- Lamento tener que decepcionarle. Si está esperando de mí grandes gestos y heroicidades, se equivoca. Yo soy de los que siempre ha comprendido la razón que llevó a Esaú a vender su primogenitura.

- ¿Y esa fue...? – preguntó un tanto desconcertado Esteban, cuyas nociones de la Biblia se habían descolorido bastante desde que salió del colegio.

-  ¡El hambre! – Exclamó Joaquín- ¿Le parece poco? A mí me parece un motivo fundamental. Esencial, diría yo. ¡¿Qué importan honores y gloria si el estómago está gritando que lo llenen?! Yo nunca he comprendido a esos nobles que prefieren morirse de hambre antes que ponerse a trabajar. En cambio, la actitud de Esaú siempre me ha parecido muy inteligente. La primogenitura ya la tenía perdida de todas formas. Jacob había sido desde el principio de los tiempos el favorito de su madre. Contra eso no había nada que hacer. Esaú era trabajador, fuerte e inteligente. Estoy seguro de que incluso era un buen hijo. Isaac desde luego le prefería. Pero tuvo la mala suerte de no gustar a su madre desde el principio. Vete tú a saber  el porqué. Las mujeres a veces tienen ideas tan extrañas... Quizás ni siquiera fuera tanto la falta de amor hacia Esaú como el deseo de compensar la falta de virtudes que Jacob mostraba. Porque ya es raro, ya, que mientras su hermano se iba de caza, él se quedara preparando tranquilamente sus lentejas... A cualquier otro le hubieran tildado de vago como mínimo, pero ya sabe usted como son las cosas: “más vale caer en gracia que ser gracioso”. Jacob era, con toda seguridad, el clásico niño guapo que no hace nada especial pero que tiene eso que todos llamamos “don de gentes” y por eso, haga lo que haga, al final todos le perdonan sus desaciertos: Incluso Dios. Mira que consentir que se enfrentara a Él y en vez de atestarle una buena sacudida, que hubiera sido lo habitual, no sólo no se enfada sino que encima va y le cambia el nombre por el de Israel... Hace falta tener suerte. Aunque nunca se sabe. Jacob creyó que si Dios le perdonaba, le perdonaba el mundo. De ahí seguramente esa suicida afición judía a los sueños utópicos que no les han conducido más que a los archipiélagos Gulag de este mundo. Porque el mundo, se empeñe quien se empeñe, no es Dios. Yo creo que en el fondo, algo de esto intuía Jacob y por eso, cuando tiempo después volvieron a encontrarse los dos hermanos frente a frente, a él le entró el tembleque al pensar lo que su hermano mayor podría hacerle. Pero Esaú era un hombre bueno, rico y bien alimentado y esas tres características juntas difícilmente hacen de un hombre, un hombre airado.Yo siempre he estado convencido de que Esaú a esas alturas de la vida estaba hasta la coronilla de su hermano, al que consideraba un “vivalagente” sin oficio ni beneficio; pero como sabía que la culpable de todo había sido su madre, le abrazó y le llenó de regalos, a ver si le dejaban en paz de una vez por todas.

 - Sigo sin saber si habla en broma o en serio. En cualquier caso he terminado de comer.

-Oh, le aseguro que esta vez hablo bastante en serio. La Iglesia se ha pasado dos mil años hablando y comentando el fratricidio de Caín contra Abel. En cambio, de las relaciones entre Esau y Jacob  saca a relucir la historia de las lentejas para hacer aparecer al primogénito como un glotón que sólo piensa en la comida. Siempre me ha resultado curioso que los teólogos nunca se hayan parado a reflexionar sobre el apetito que da el ir de caza y estar todo el santo día de aquí para allá. Y lo triste que es enterarse de que tu propia madre ha hecho todo lo posible para arrebatar la progenitura que por nacimiento te corresponde para dársela a tu hermano. La Iglesia, como de costumbre, es incapaz de trascender los detalles y sobresee el drama de un hijo inteligente y trabajador que no es aceptado por su madre y que lejos de mostrarse rencoroso con su hermano y darle un par de golpes, decide irse. Esaú, señor de Edom y fundador de Petra se niega a dejar pasar a Moisés y al resto del pueblo israelí en su camino por el desierto. Nuevamente le reprochan su materialismo. Es cierto que el agua, como las lentejas, no es un bien del que uno pueda prescindir alegremente. Pero fíjese, yo siempre he creído que más que falta de generosidad, lo que Esaú temía es que se quedaran allí una buena temporadita y no hubiera forma de hacerles levantar el campamento. ¿A usted qué le parece? Ah, la historia de Esaú y Jacob da para muchas interpretaciones y no es raro encontrar variaciones sobre el mismo tema. Fíjese, por ejemplo, en el caso de Héctor y Paris, o en el caso de los hermanos Humboldt... Aunque eso sí: hay que reconocer que cada Esaú de este mundo, lo resuelve de un modo distinto. Héctor, dió la vida por su hermano a pesar de que lo consideraba un inútil. Al mayor de los Humboldt, por su parte, no le quedó más remedio que crear una Universidad para proporcionar a Alexander una cátedra que le costeara los viajes después de que tantas aventuras hubieran terminado por agotar su herencia familiar. No sólo obtuvo su cátedra sino que incluso hoy en día es más conocido y admirado que su hermano, que se dedicó a ayudarle en la sombra. La moraleja de toda esta historia es que los Esaú sólo sobreviven cuando consiguen alejarse de sus Jacobos o pueden proporcionarles una fuente de ingresos, lo cual, me concederá usted, no es fácil.

- He de confesar que ahora sé lo que es sentirse anonadado. Me gustaría poder contestarle algo, pero lo cierto es que no se me ocurre nada qué decir salvo que creo que me duele la cabeza.

- Espero no ser la causa.

- Créame, a estas alturas de la tarde no sé si es usted la causa o la consecuencia. En realidad me da igual. Dígame, ¿encuentra normalmente muchos contertulios? - Esteban no se esforzó por evitar el tono de ironía con que lo dijo.

- “Normalmente” es un término extraño – contestó el doctor Vals, fingiendo mohín – y no creo que se sienta con ánimos de escuchar la diversa variedad de significados que entraña, pero contestando brevemente a su pregunta le diré que todo depende del grado de curiosidad que tenga el contertulio, como usted lo llama, por las ideas del otro y por compartir las suyas propias. Fíjese, llevamos un buen rato hablando y usted, pese a la impaciencia que le caracteriza, ha continuado oyendo atentamente, a veces incluso sin entender lo que yo estaba diciendo, pero su deseo de saber adónde iba a ir a parar le ha hecho quedarse sentado en su silla. Ahora que ya conoce mis ideas y puntos de vista, yo no tendría ningún reparo en escucharle rebatir a usted todo lo que acabo de decirle punto por punto. Y así podríamos alargar la tarde y adentrarnos en la noche. Al despedirnos estaríamos profundamente agotados por la nueva carga que nuestras mentes tendrían que procesar pero también, justamente por eso mismo, indescriptiblemente felices. Ahora bien, si me siento con uno de esos que en vez de argumentos presenta insultos y en vez de atacar mis tesis, me ataca a mí, la diversión se extingue y ya no se me ocurre nada que decir, salvo hablar del tiempo y a veces ni eso.



Isabel Viñado Gascón











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