miércoles, 16 de octubre de 2013

TIO VANIA (1896) (1899) - Antón Chéjov


La obra de teatro “Tío Wania” de Chéjov, aborda el mismo tema que “Un gran hombre” de Philippe Soupault: el sentido de la existencia y la influencia de las almas vacías e indiferentes en las vidas de aquéllos que les rodean.

Soupault afirma que los polos opuestos de la actividad y de la inactividad se necesitan el uno al otro debido a la atracción recíproca que los contrarios experimentan entre sí. La próxima semana dedicaremos nuestro blog a comentar su libro.

En Chéjov, sin embargo, la tensión entre movimiento y pasividad es tratada de forma diferente. En su obra las almas indolentes aparecen desprovistas de cualquier rasgo positivo. Lejos de considerarlas centros de energía, motores que mueven sin moverse, como hace Soupault, Chéjov las presenta como almas egoístas incapaces de sentir cualquier tipo de empatía por los estados de ánimo ajenos.  Su influencia es sumamente perniciosa ya que terminan imponiendo a los demás su visión de que la existencia carece de sentido, arrastrándoles así al Infierno que constituye su morada: la Nada. Es necesario pues, no permitir su proximidad. Sólo cuando se han alejado suficientemente puede recuperarse la normalidad.

Sin embargo, la principal intención de Chéjov no es simplemente la de alertar al lector. Se trata de examinar las cuestiones que tales seres introducen para a continuación buscar una solución que evite caer en la apatía. La pregunta fundamental que urge responder en primer lugar, es la de si la vida tiene o no sentido.

Antes de centrarnos en las respuestas del autor ruso no estaría de más analizar previamente dos sentencias que aunque no aparecen contenidas en la obra, sí resultan importantes para su comprensión.

La primera frase es:

-          “Si Dios ha muerto, todo está permitido.”

Los autores humanistas como Dürrenmatt  niegan la validez de esta afirmación. Aun en el caso de que Dios hubiera muerto, no todo está permitido. Todavía quedan los hombres, los seres vivos y la Naturaleza y justamente porque existen, hay que respetarlos.

La segunda frase, que es la que en realidad interesa a Chéjov, dice:

-          “Si Dios ha muerto, nada tiene sentido.”

Es contra esta aseveración contra la que Chéjov lucha.  No sólo la considera peligrosa. Chéjov está convencido de que su aceptación lleva aparejada consigo la destrucción del individuo.

Al igual que hacen los humanistas, su estrategia para rechazarla no se centra en aportar pruebas que demuestren la existencia de Dios sino en buscar argumentos que permitan ofrecer una razón al hecho de ser. Para los humanistas el fenómeno de la muerte de Dios no determina la muerte de la moral. Para Chéjov, si la  muerte de Dios ha condenado al hombre y a su existencia al sinsentido metafísico, ello no ha de significar que la vida haya de estar sumida en el sinsentido práctico. A su juicio, existe un elemento que permite superar la más oscura y absoluta vaciedad de la Nada. Ese elemento es el trabajo. Algo parecido sostiene también Tolstoi en su “Sonata a Kreutzer” (1889), al escribir que la muerte sólo tiene sentido cuando la vida carece de objetivos. En cambio, cuando aspira a obtener determinados fines, morir es una auténtica catástrofe.
Para Chéjov el concepto de trabajo es tan fundamental como para Dürrenmatt lo es el de Humanidad. En cualquier caso, ambas respuestas – la de Dürrenmatt como la de Chéjov – tienen un punto en común: el hombre – con o sin Dios, posee un valor intrínseco en sí mismo justamente por ser hombre.
No obstante, Chéjov va un paso más allá. En su opinión, la simple existencia por sí misma significa muy poco, por no decir nada. Ciertamente, gracias a ella el Hombre puede situarse en el mismo status y al mismo nivel en el que se encuentran los otros seres vivos. De ahí, por tanto, su obligación a respetarlos. Pero por otra parte hay que reconocer que la naturaleza del Hombre no es la misma que la de los animales. La característica que los separa es el trabajo, que en Chéjov no se limita a la búsqueda de alimento, sino que implica también  producción y creación.

Así pues, el trabajo es el factor que dota de sentido a una existencia que metafísicamente considerada ya no lo tiene. La respuesta de Chéjov es meramente existencial, no moral. Se dirige a  dotar de sentido a lo que no lo tiene.

La obra de teatro “Tio Wania” muestra que el autor ruso no se conforma con soluciones fáciles. La problemática que plantea es la de cómo reaccionar cuando uno advierte que ha dedicado sus esfuerzos y  ha trabajado para algo que en sí mismo no albergaba ningún sentido, para algo que con el discurrir de los años se ha vislumbrado como innecesario y carente de valor; que ese trabajo ha supuesto un despliegue innecesario de fuerzas en vías a la consecución de un ideal que en realidad no era ningún ideal. Qué pasa cuando ese sujeto comprende que si hubiera invertido sus energías en otras empresas, su vida hubiera sido fructífera y que de esta forma incluso su existencia práctica ha dejado de tener sentido.

La respuesta de Chéjov sigue siendo la misma: trabajar.

Incluso en el caso de que un trabajo no reporte éxito ni recompensa económica alguna, se hace necesario, imprescindible, seguir adelante. Y ello porque en Chéjov el trabajo constituye un fin en sí mismo. El individuo ha de tener la libertad de decidir en qué e incluso para quién trabaja. Si su trabajo carece de sentido, debe buscar otra ocupación. O cambia de actividad, o persiste en ella. Todo depende de su valentía. En cualquier caso antes que anclarse en la inactividad es mejor dedicarse a un trabajo improductivo. El trabajo inútil quizás no nos eleve a las alturas de los dioses, pero no nos arroja a la inmundicia. La indolencia, por el contrario, convierte al individuo en un ser innatural en tanto que lo reduce a niveles inferiores a los del resto de los animales que habitan en la Naturaleza.

Así visto, podría decirse que en la obra de Chéjov el trabajo cumple dos propósitos. Desde el punto de vista práctico, permite que el Hombre se introduzca en el mundo de la Naturaleza. Desde el punto de vista metafísico, consigue que el Hombre consiga olvidar el terrible dolor que causa la falta de Dios. Como dice Astrov, uno de los personajes de “Tío Vania”, al final de nuestras vidas no hay ninguna luz.

El pesimismo de Chéjov está constantemente presente. Por un lado, la inteligencia del hombre le permite comprender lo que al resto de los seres creados les pasa desapercibido. Por otro, el individuo ha de enfrentarse a la falta de agradecimiento de sus otros congéneres ante la ayuda prestada, a la soledad y a la falta de sentido de la existencia.

Y sin embargo, pese a todo, hay algo que una y otra vez nos salva:

El trabajo.

 

Hasta la semana que viene

Isabel Viñado-Gascón.

 

 

 

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