martes, 22 de octubre de 2013

UN GRAN HOMBRE (1929) Philippe Soupault


Lucien Gavard es un muchacho un tanto excéntrico que no se interesa ni por el colegio ni por la rentable fábrica de sedas de su padre. En vez de eso, prefiere dedicarse a la construcción de extraños artilugios mecánicos. No obstante, con veinte años ya es millonario. La razón de su éxito se debe a que su afición le ha llevado a desarrollar nuevos modelos de automóviles, hasta el punto de fundar una industria de coches que le reporta enormes beneficios económicos.

Lucien se casa con la mujer más bella de su pequeña ciudad, debido precisamente a su belleza. En realidad, esposa y marido son dos seres distintos cuyas vidas se desarrollan en universos completamente opuestos. Mientras que la actividad de Lucien se dirige hacia el mundo exterior y sus negocios le mantienen constantemente ocupado, Claude, su mujer, vive para sí misma y para su propio  y cerrado mundo. Su naturaleza es tan melancólica como inactiva. No hay nada que llene su existencia vacía. Todo lo que carece a su alrededor carece de sentido. Los problemas laborales que atosigan a su marido no le interesan ni le conmueven. Sin embargo, la vida matrimonial discurre con tranquilidad. Son las formas de cortesía las que hacen posible el contacto entre ambos.

Este esquema se rompe cuando un cantante de jazz afroamericano, que se ha hecho a sí mismo – Ralph Putman-  llega a la ciudad. Claude y Ralph se sienten atraídos el uno por el otro. Mientras tanto, a Lucien se le plantean graves problemas profesionales. Sus fábricas de coches deben enfrentarse a la competencia que representa la industria automovilística americana; reto para el cual aún no están preparadas. Él mismo se siente viejo y cansado y empieza a tomar en consideración lo que no mucho antes le hubiera parecido imposible: abandonar los negocios.

Putnam conduce su coche a gran velocidad. Junto a él se encuentra una emocionada Claude que por vez primera en mucho tiempo se siente viva. ¿Le ama?, se pregunta Claude. Ella misma no conoce la respuesta. Quizás Ralph, debido al color de su piel, simboliza la noche, tan importante para ella. Quizás se debe al hecho de que es simplemente distinto a todo lo que hasta el momento ha  conocido. En cualquier caso nadie puede negar la gran personalidad del cantante, hasta el punto de que el título del libro: “Un gran hombre”, conduce  a veces a la confusión. Hay momentos en los que resulta imposible determinar con precisión si Soupault se refiere a Lucien Gavard o a Ralph Putman y el lector se pregunta entonces si no hubiera sido mejor el título de “Grandes hombres.”

Claude, en cambio, parece jugar un papel secundario. El amor que ella experimenta hacia la belleza por la belleza misma es presentado como un amor estéril, incapaz de dotar a la vida de sentido y de significado. La noche es el refugio de los individuos que no tienen ningún interés por la vida, porque la vida es siempre activa, impredecible e imperfecta. La vida es el día. Y sin embargo, de repente se ha presentado ese cantante negro. Negro como la noche. Perfecto como la Nada. Y Claude se siente inexorablemente atraída por él, sin ni siquiera estar segura de si ello es a favor o en contra de su voluntad. La posibilidad de cometer adulterio se hace cada vez más cercana.

¿Qué salva a Claude de tal conflicto?

En primer lugar, su procedencia. Claude es una mujer de provincias. La célebre frase  “La mujer del César no sólo tiene que ser virtuosa; también tiene que parecerlo”, constituye un deber inquebrantable, aunque se trate de una norma no escrita.

En segundo lugar, la confusión de los sentimientos que  Putnam mismo experimenta: ¿Nacen del amor, de la atracción por la belleza de Claude, o simplemente del deseo de dominar a la mujer blanca? Soupault autor se ve incapaz de ofrecer una respuesta satisfactoria; de ahí que el lector no pueda comprender los motivos que de repente llevan a Putnam a estallar en cólera. ¿Es la voluntad de conquista o la reacción ante el miedo que súbitamente Claude parece sentir por él?

Junto a la lucha emocional que Claude y Putnam mantienen con ellos mismos y  entre sí y que no conlleva más que a la autodestrucción porque es tan vacía y carente de objetivos como los protagonistas que la conforman, se agudizan los problemas de Lucien Gavard. En su viaje a los Estados Unidos ha comprendido qué pequeñas y anticuadas son sus fábricas. En realidad no sólo las suyas, también el resto de las empresas francesas y europeas se han quedado obsoletas en comparación con la industria americana. Europa debe remodelar sus estructuras. Pero ni Francia ni Europa son hombres. Los encargados de construirlas somos los individuos que en ella habitamos. La pregunta que se plantea a sí mismo Lucien es si dispone de fuerza suficiente para pertenecer a ese “nosotros”. Quizás es demasiado viejo para ello. Quizás fuera mejor jubilarse. Al fin y al cabo dispone de suficiente capital para vivir bien hasta su muerte. ¿No sería esto lo más razonable? Quizás. Pero ¿sería feliz? ¿No resultaría mejor intentar establecer nuevas fábricas con nuevos ingenieros y nuevas estructuras capaces de perpetuarse más allá de su propia existencia?

Esa es la primera pregunta que mantiene en tensión a Lucien Gavard. La segunda cuestión que le preocupa es si dispone todavía de bastante fuerza para planes que exigen de tanta valentía y coraje.

De esta manera el gran empresario deviene ser humano. Y como ser humano debe enfrentarse a las incertidumbres que asaltan a cualquiera. Unida a la desconfianza hacia sus fuerzas aparece la necesidad de aceptar sus propias limitaciones y necesidades. Lucien Gavard comprende que si quiere seguir adelante necesita un centro capaz de dotar a su viejo cuerpo y su cansada alma de la energía suficiente para superar los obstáculos a los que habrá de enfrentarse para reestructurar el mundo empresarial.

El nombre de ese centro de energía es Claude.

Claude es el motor inmóvil, que como el de Aristóteles, mueve sin ser movido. Aquí se encuentra el punto en el que la belleza adquiere una importancia esencial.

Si la belleza, que es un motor inmóvil, se une a otro motor tan inmóvil como ella misma (Claude/Putnam), el fracaso resulta inevitable. La inactividad termina destruyéndolos y ambos caen en la Nada sin que exista modo alguno de liberarlos. En cambio, cuando la belleza consigue poner en movimiento a otro motor, dotar de sentido a su acción, se produce una interrelación entre la pasividad y la acción. La belleza es el origen que pone en marcha el motor  y éste, a su vez, dota a la belleza de sentido y la libera de su esterilidad.

Por este motivo Lucien y Claude se salvan mutuamente. Lucien porque ha comprendido que incluso los grandes hombres desesperan y necesitan de otros. Claude porque comprende que ella es el centro de energía del que su marido precisa para enfrentarse a los desafíos que los nuevos tiempos plantean. A su marido le hace falta su belleza y su serena presencia tanto como ella precisa de la fuerza y de la fe en la vida que posee Lucien. Esta recíproca necesidad es la crisis existencial por la que ambos atraviesan les lleva a descubrir: emocional, en el caso de Claude; profesional, en el de Lucien.

Así visto, el libro es un canto a esas parejas cuyas relaciones observadas desde el exterior aparecen meramente asentadas en los rituales y en la costumbre diaria. Pero justamente son estos elementos los que posibilitan  una pacífica convivencia basada en el respeto y en el reconocimiento hacia el otro y los que, igualmente, permiten la existencia de la libertad y de la tolerancia en la relación de pareja.

Por otra parte, el gran hombre no es el hombre que triunfa y que hace ondear su bandera en lo alto de la cumbre, sino el hombre que no se deja derrotar por los problemas y que se enfrenta a ellos sin ni siquiera estar seguro de su éxito. Tal vez fracase, pero en cualquier caso, encontrará una y otra nuevos motivos y razones por los que levantarse y seguir intentándolo. El gran hombre de Soupault encuentra siempre una nueva esperanza para luchar. Su vida mira hacia el futuro y se eleva por encima de él. Lo que convierte a Lucien en un gran hombre es que él,  a diferencia de Ralp Putnam, no está dispuesto a perderse en mitad de la noche, en la inmensidad de lo inmensurable. Lucien simplemente quiere “ser” y quiere “ser acción" dirigida a la consecución de un fin. Claude es su motor.

Claude comprende finalmente para qué y por qué ella es importante para su marido. Esa comprensión le proporciona la serenidad y el equilibrio que su vida exige para salir de la desesperación en la que ha caído al iniciar su relación con Putnam. La naturaleza de Claude impide que su vida sea extrema en ningún sentido, ni en el positivo ni en el negativo. A pesar de que las emociones extremas la atraen, y la fascinación que siente por el cantante americano es buena muestra de ello, no es menos cierto que las pasiones desbocadas le producen un miedo insuperable. Lo extremo la deja enclaustrada en la Nada, en el vacío. Sólo su marido es capaz de proporcionarle la suficiente seguridad emocional para que su existencia continúe desarrollándose en su equilibrio natural: sin moverse pero al mismo tiempo sin tampoco desesperarse.

¿Es esto en lo que consiste el amor? Soupault está convencido de que en realidad esto es a lo único a lo que se puede denominar amor. Por el contrario, la mera atracción sexual hunde la relación de los amantes en una lucha por el poder y la dominación.

Como ya hemos dicho antes, el libro es un canto al amor que deja suficiente espacio a la libertad y a la tolerancia. Libertad no significa abandono. La confusión emocional de Claude aparece cuando cree que su marido no la necesita y termina cuando presiente que su apoyo es importante para él. Lo mismo le ocurre a Lucien.

Pero la obra de Soupault es también un canto a la crisis en el matrimonio, que no siempre tiene que significar el fin de la relación de la pareja, sino que puede representar un nuevo inicio; o mejor dicho, una nueva manera de marchar juntos a través de la vida.

He comparado Tío Vania y Un gran hombre porque ambos tratan el mismo tema, aunque sea desde perspectivas diferentes. Para Chéjov, la inactividad es siempre peligrosa y destructiva. Para Soupault es útil cuando la inactividad es un centro de fuerza y un refugio para los otros, si son activos. La belleza se convierte así en la fuerza que da origen a la vida, en el aliento que imprime nuevos estímulos al guerrero que acaba llegar herido del frente. La belleza en su inmovilidad, en su marmórea frialdad, es capaz, sin embargo, de inspirar los sentimientos, de hacer nacer una rosa en un campo helado. La belleza dota de sentido la pura acción, que muchas veces aparece inconexa y carente de finalidad. Y en tanto que lo consigue, la acción ofrece a la Belleza su razón de ser y de existir, aunque el fruto no dependa de ella, sino de la acción del otro. La Belleza es la inspiración del poeta, pero no sus poemas. La Belleza es la musa del pintor, pero no sus cuadros.

Vivimos en un mundo en el que el concepto de Belleza se ha ido vulgarizando, en el sentido de que la Belleza ha bajado del Olimpo y se ha convertido en moda, en vanguardia, en experimentación. La Belleza ya no es equilibrio constante, ni motor inmóvil, ni diosa lejana e inconmovible. La Belleza ha perdido su carácter divino y se ha hecho humana. Demasiado humana, tal vez.

A mi amiga Carlota, gran admiradora de Chéjov, la crisis de la Belleza no le preocupa demasiado. No niega que a ella le encantaría ser el inmóvil centro de energía de su marido quien, por cierto, se parece bastante al Lucien de Soupault y tampoco tendría nada en contra de ser su musa. Pero un trabajo, una casa,  cinco hijos, dos gatos, un perro y un jardín, amén de una declaración anual de la renta, lo hacen imposible, dice. En tal situación no hay lugar ni para la recíproca destrucción de motores inmóviles ni para la mutua comprensión basada en rituales y formalidades de las que habla Soupault. Como siempre nos explica, no porque ella no lo desee fervientemente sino porque sencillamente la cotidianeidad no existe en su matrimonio. Cada día es completamente distinto del anterior. Su marido y ella son dos motores en movimiento constante, por eso no es de extrañar que más de una vez – y mal que les pese- choquen el uno con el otro. “Y lo peor no es que el otro te haga daño”, afirma convencida. “Lo peor es que no tienes tiempo ni para quejarte.”

Tiene razón. Seguramente la tiene. Y sin embargo…

Cómo anhelaría mi alma que la Belleza regresara a la morada de los dioses y que desde allí en su inmaculado esplendor irradiara la luz que consigue iluminar cada oscuro rincón. Cuántos falsos artistas no sucumbirían entonces a su cólera. Mientras tanto, la humanizada diosa Belleza deambula de aquí para allá, perdida en un mundo cada vez más sombrío y bárbaro en el cual ya ni siquiera  resulta divertido cuidar las formas.

Hasta la semana que viene.

Isabel Viñado Gascón.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

window.setTimeout(function() { document.body.className = document.body.className.replace('loading', ''); }, 10);