viernes, 20 de marzo de 2015

Yo me voy con Lutero (2014) Isabel Viñado Gascón

O la Iglesia Católica se pone de acuerdo sobre las bases teológicas en las que se asienta o yo me voy con Lutero, que tiene las ideas bastante más claras. 
Lo digo porque hace unos días mientras nos hallábamos hospedados en el Hotel en el que todos los veranos nos reunimos Carlos Saldaña, Jorge Iranzo, Fernando Marjó, Carlota y yo, nos encontramos por casualidad con una amiga católica sumamente religiosa y formada, de esas que no deja de asistir a cursos de meditación y teología. Durante el desayuno Carlota se refirió a una serie de conocidos comunes con los que había abandonado todo trato porque su conducta había sido reiteradamente mezquina. Nuestra religiosa amiga convino que, en efecto, el comportamiento de dichos individuos no era precisamente el más adecuado pero que Carlota debía, una vez más, perdonar a esas personas. Carlos Saldaña carraspeó y dos minutos más tarde abandonaba la mesa seguido del tranquilo Jorge. Tres minutos después era Fernando Marjó el que se levantaba para atender a una más que oportuna llamada de teléfono. Fuimos Carlota y yo las que finalmente se quedaron a escuchar las nuevas teorías del Perdón y las que se enzarzaron en una discusión que de antemano sabían inútil.

“Perdonar setenta veces siete”, explicó nuestra amiga que había dicho Jesús. Cuando le replicamos que al único a quién Jesús había anunciado que estaría sentado a Su derecha había sido al buen ladrón, su contestación fue triunfante: eso no significaba que hubiera mandado al mal ladrón al infierno. Jesús, simplemente se había callado.
Fue así cómo nos enteramos de que la Iglesia Católica ha pasado de considerar símbolo del pecado a todo objeto viviente o no viviente, a convencerse de que el axioma verdadero es el del Amor Universal.
Esta idea, en principio tan atractiva, introduce un terrible problema: el Amor Universal va indefectiblemente aparejado al Perdón Universal. 
La Iglesia Católica ha pasado de ganar dinero cobrando por las indulgencias impartidas a regalarlas, hasta el punto de que cuando  recordamos a nuestra amiga que Jesús había metido a los demonios en una piara de cerdos para a continuación ahogarlos, nos explicó que en algunos sectores de la Iglesia Católica se considera la posibilidad de que al final de los tiempos Dios perdone incluso al diablo.

Yo me voy con Lutero.

A mí esto del perdón católico moderno me tiene sumamente asombrada. Al parecer ya no hay pecados. Por eso seguramente cada vez hay menos católicos dispuestos a confesarse y no digamos ya a arrepentirse.  Que los psicólogos digan que no hay pecados sino desviaciones sociales de la conducta lo entiendo, pero que lo diga la Iglesia Católica que no ha vivido de otra cosa que no fueran los pecadores arrepentidos y que alcanzó su época gloriosa gracias a ellos… 
La teoría del Amor Universal, desde luego, no va a proporcionarle tantos ingresos como en su día le aportó la Teoría del Pecado Universal al posibilitarle las ingentes donaciones de los pecadores que querían congraciarse con Dios antes de abandonar este valle de lágrimas.

En virtud de la teoría del Amor Universal, el Perdón ha de ser otorgado de forma automática, independientemente de que el causante del dolor se arrepienta o no. Como de costumbre, dentro de la Iglesia Católica encontramos dos clases de Amor Universal: la de los buenos católicos y la de los malos católicos. El Amor Universal de los malos (equivocados) católicos consiste en manifestar públicamente que se quiere a alguien antes de pasar acto seguido a destrozar minuciosamente a ese alguien. Pero no importa, luego piden perdón y asunto arreglado.
 El Amor Universal de los buenos (acertados) católicos consiste en hacer buenas obras no importa a quién. 
Los buenos católicos no son capaces de desvincularse de sus buenas obras. Se sienten tan orgullosos de ellas que son capaces de perdonar cualquier desprecio que se les haga y ello porque están convencidos de que el desprecio de los desagradecidos engrandece moralmente sus buenas obras y les otorga más valor delante de Dios. Sin embargo, cuando a esos buenos católicos les preguntas qué pasaría si Dios, detrás de esas obras sólo viera el deseo de contentarlo y no la auténtica resolución de ejercitar el bien, qué pasaría si Dios no se sintiera en absoluto conmovido por sus obras,  se transforman y te llaman endemoniada y cosas por el estilo. Y cuando replicas que la Iglesia Católica siempre ha llamado endemoniados a los que le llevaban la contraria y que Dios puede hacer lo que le venga en gana porque para eso es Dios, protestan y dicen que no, que eso no, que Dios no puede dejar de acoger las buenas obras. 

Ahora comprendo por qué Lutero hablaba una y otra vez de la Fe, de la necesidad de la Fe: porque las buenas gentes católicas de su tiempo, ocupadas como estaban en complacer a la sociedad, al público y a sí mismas, poseían una Fe que se basaba en el “yo por Ti y Tu por mí”, siendo ese “Tú” sinónimo de Dios. Si ellos se comportaban bien Dios les recompensaría. No era una confianza ciega en absoluto, era una confianza mercantilista basada en el clásico sistema contable de ingresos, gastos y balance. 
En nuestros días, como estamos en periodo de crisis es mejor olvidar las diferencias entre gastos e ingresos y fijar un balance siempre favorable. ¿Favorable a quién? ¡A Fuenteovejuna, claro! Haga lo que haga será, sin duda alguna, perdonada. Perdonada en virtud de un igualitarismo que pone al mismo nivel al Santo más Santo y al criminal más criminal.

Amor Universal.

La buena nueva: ya no es necesario hacer buenas obras. Tenemos el perdón automáticamente; lo más tardar al final de la Historia.

Amor Universal. 

A lo sumo, hay que pedir perdón públicamente - por aquello de guardar las formas. Atrás quedó la exigencia de arrepentimiento sincero y propósito de enmienda. Atrás quedaron las largas filas delante del confesionario. Lo que queda ahora son Iglesias vacías. Una tras otra.

Y la Iglesia Católica, Amor Universal, se sienta delante del espejo y se pregunta confundida cuál es el motivo de que ya nadie llame a su puerta y todos los sirvientes uno tras otro abandonen el castillo a pesar que nunca las puertas estuvieron tan abiertas como ahora. Y lo único que se le ocurre es bajar al pueblo para decirle a Fuenteovejuna que va a celebrar una nueva fiesta a la que, por supuesto, están todos invitados.

Amor Universal.

Seamos sinceros las Iglesias estaban llenas cuando los pecadores arrepentidos iban en busca del perdón que sólo Dios a través de la Iglesia Católica les podía otorgar. Las Iglesias se han ido vaciando a medida que ya no ha sido necesario acudir en busca del perdón puesto que el Amor Universal perdona todos los pecados sin distinción.

Yo me voy con Lutero.

Lutero: Amor al prójimo más prójimo. Amor que no olvida la acción política. Primero mi familia, mi comunidad y mi pueblo. Luego ya veremos lo que queda.

¡Sí! ¡Sí! ¡Ya lo sé! ¡Esto también lo dice la Iglesia Católica! La Iglesia Católica ama universalmente y acepta el “a” y el “no a”. Acepta el Todo, el Uno, el Todo en el Uno y en Uno en el Todo.

 Amor Universal

Nuestro mejor y más brillante teólogo, Benedicto XVI, el único que tal vez nos podía haber ayudado se retira del mundanal ruido y se refugia en la meditación. ¿Habrá visto secas las raíces?

Yo me voy con Lutero.

Gracias a Lutero hay dos entes que pueden, finalmente, acceder a su libertad absoluta: Dios y el hombre.

“Deja que los demás digan y hagan lo que quieran” -  viene a decir el bueno de Lutero - “Tú haz lo que tu Fe te dicte, o sea: lo que realmente consideres justo”.

Luego, Dios dirá…


Isabel Viñado Gascón.




jueves, 19 de marzo de 2015

La disputación de Heidelberg (1518) Martin Lutero

La he titulado “La disputación de Heidelberg” porque éste es el nombre con el que aparece en las traducciones españolas. También podría llamarse “La defensa de Heidelberg”. Está escrita en forma de Tesis. El 26 de Abril de 1518 en la Universidad de la ciudad alemana de Heidelberg, se celebró un debate académico.  Martin Lutero, como monje Agustino, tenía que defender sus puntos de vista. En principio las pretensiones de Roma era que desarrollara sus tesis sobre las indulgencias; sin embargo, el tema de su discurso fue otro: no las obras, sino la Fe es lo que mueve la Gracia de Dios.

A pesar de que Lutero fue desaprobado por los profesores de Teología obtuvo un gran éxito entre los estudiantes y muchos de los oyentes fueron posteriormente importantes figuras de la Reformación. (Fuente: wiki alemana)

Tanto en este caso como en los anteriores, he utilizado los escritos publicados en alemán. (“Die reformatorischen Grundschriften” in vier Bänden. Neu übertragene und kommentierte Ausgabe von Horst Beintker, dtv Bibliothek. September 1983, München)

La traducción al español de “La disputación de Heidelberg” se encuentra en formato Pdf en Internet.
Ruego encarecidamente a mis lectores la lectura del documento de Lutero. A pesar de tratarse de un documento muy breve, el contenido es enormemente enriquecedor.

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Exposición

Lutero comienza afirmando, apoyándose en citas de San Pablo y de San Agustín, que la Ley de Dios, la más santa enseñanza de la vida, no conduce al hombre a la justicia, más bien constituye un obstáculo. Por su parte, las obras humanas tampoco lo consiguen. Aunque vistas desde afuera reluzcan, están corrompidas en su interior. En efecto: si el hombre no consigue llegar a la justicia con la ayuda de la Ley de Dios ¿cómo lo va lograr él solo apoyándose únicamente en sus propias fuerzas?

La conclusión de Lutero es que las obras del hombre nunca están libres de pecado. Puesto que el hombre es imperfecto, sus obras también lo son. Cualquiera que esté contento de sus obras, comete pecado de orgullo y enciende la cólera divina.

Lutero fundamenta su posición demostrando la imperfección de tres tipos de obras:

a) Las obras que los justos realizan.

b) Las obras surgidas del esfuerzo de la voluntad.

c) Las obras en las que los teólogos consideran que ha actuado la mano invisible de Dios.

a)      El hecho de que hayan sido realizadas por los socialmente considerados hombres justos no las convierten en mejores. Primero porque incluso ellos pecan siete veces al día y segundo, porque una cosa son las apariencias y otra, muy distinta, la intención.

b)      En cuanto a la libre voluntad, Lutero la considera sinónimo de esfuerzo personal. En su opinión este esfuerzo es siempre activo cuando se trata de pecar. Aquéllos que se empeñan en esforzarse hasta donde su voluntad alcanza, pecan doblemente. Ello no significa, sin embargo, que haya que caer en la ociosidad ni el desaliento.

El llamamiento de Lutero es un llamamiento a la humildad y a confiar única y exclusivamente en la Gracia de Cristo.


c)       Lutero se opone a los teólogos que ven en sus obras la acción de la mano invisible de Dios. En realidad, la mano invisible de Dios, afirma Lutero, es Su Fuerza, Su Divinidad, Su Sabiduria, Justicia, Bondad.. y el reconocimiento de todo ello no hace a nadie ni más digno ni más sabio.

Lutero distingue entre los teologos de la Magnificencia o de la Gloria y los teólogos de la Cruz.

Los teólogos de la Gloria, dice Lutero, llaman a lo bueno, malo y a lo malo, bueno. Están inflados de orgullo y cegados por sus propias obras. Justo porque no conocen el valor de la Cruz y la odian, anhelan lo contrario: la sabiduría, la Fama, el Poder, etc.

En cambio, los teólogos de la Cruz,  llaman a las cosas por su nombre. Ello es así porque sólo después de haber padecido y sufrido podemos liberarnos del yo egoísta y llegar a la comprensión de que en realidad no somos nada y que nuestras obras no nos pertenecen a nosotros sino a Dios. Es entonces cuando comprendemos que no somos nosotros, sino Dios a través de nosotros quien todo lo obra y crea. Da igual que Dios lo haga con nosotros o no. El individuo que tiene verdadera Fe en Dios y que a través del camino de la Cruz ha entendido el verdadero sentido de las obras, no se enaltece ni se alaba si Dios obra y no se avergüenza si Dios no lo hace.

El único valor que Lutero aprecia para que un hombre pueda llamarse justo, es el de la Fe. Lutero ensalza el sufrimiento y la Cruz. Se trata de una Fe caracterizada por la humildad. El hombre de Fe carga con el sufrimiento y la Cruz como forma de purificación del yo egoísta y como prueba de confianza en Cristo.

El creyente, el hombre de verdadera Fe, no necesita de obras que le glorifiquen ante los hombres. Sabe que no puede enorgullecese de lo positivo que de éstas pueda resultar puesto que el mérito no es suyo sino de Dios.Sabe también que Dios no presta atención a las apariencias sino que examina el corazón y los riñones y  que resulta imposible tener un corazón limpio sin la Gracia y sin la Fe. Es consciente de que con obras o sin obras todo su ser descansa en la gracia de Cristo y que no es justo el que obra sino el que sin obras, cree en Cristo.

¿Significa esto que Lutero defiende, como él mismo ya ha preguntado, la ociosidad?

¿Acaso es indiferente hacer que no hacer?

En absoluto.

La intención de Lutero es negar el valor de la obra humana, no porque sea obra sino por su consideración de humana. En tanto que humana es necesariamente imperfecta y por tanto, todo el que se vanaglorie de sus actos, está pecando. Da igual que sea el justo, el teólogo o el hombre esforzado. Nada de estas acciones pueden ser válidas en sí mismas consideradas. Para que tengan valor cristiano y puedan ser consideradas realmente justas, es necesario que estén impulsadas por la Fe. Una Fe que ha de caracterizarse tanto por tratarse de una Fe Viva como de una Fe humilde. El que realmente cree, acepta cualquier sacrificio y no teme ningún obstáculo porque confia plena y absolutamente en Dios. Por otra parte, tampoco se alaba por ninguna de las actuaciones que otros califiquen como justas o dignas de ser ensalzadas porque es consciente de que Dios es la fuerza que opera en él y él simplemente es el operante. Según Lutero gracias a la Obra que opera,  lo operante agrada a Dios. Tan pronto como Cristo vive en nosotros a través de la Fe, nos mueve Él a obrar a través de esa Fe viva. Las obras que Él mismo hace son el cumplimiento de los mandamientos de Dios y nos son regaladas por la Fe.

En cualquier caso, tengo la impresión de que Lutero mismo es consciente de la dureza de sus palabras, dirigidas a todos esos vanidosos hipócritas que utilizaban las buenas obras como medio de adquirir fama y prestigio social. Tal vez por eso, al final de su escrito, su tono se suaviza y hace un llamamiento al Amor. Lutero reivindica el amor frente al entendimiento porque este último enjuicia según las apariencias, considera importante la apariencia de los hombres y dicta su opinión según lo que el ojo le muestra. Si la Fe humana es humildad, la Gracia de Dios es Amor.

Pero ese Amor, avisa Lutero, tampoco es comparable al humano.

El Amor de Dios crea lo que ama. En cambio, el amor del hombre aparece únicamente cuando encuentra algo digno de amar. Cristo dice que no ha venido a llamar a los justos sino a los pecadores. De ese tipo es el Amor de la Cruz, nacido de la Cruz. Es mejor dar que tomar.

Conclusión y Comentario

Como ya he dicho antes, mi impresión es que la disertación de Lutero en Heidelberg iba dirigida en contra de aquéllos que actuaban sólo y exclusivamente por interés: bien fuera para enriquecerse, alcanzar prestigio social o simplemente para ser considerados como personas rectas y beatas por el resto de sus semejantes.

La primera conclusión a la que llegué después de mi lectura es que Lutero se había metido en un callejón sin salida. En efecto, la afirmación de las obras justas no servían para justificar al hombre delante de Dios sino sólo la Fe implicaban dos graves problemas.

El primero que el hombre, ser activo por naturaleza y por obligación, tenía que aceptar que sus acciones, por muy justas que fueran,  no le resultarían de utilidad alguna cuando su alma se presentara ante el juicio de Dios. 
La consecuencia que de ello se derivaba, por más que Lutero se opusiera a tal interpretación, era la absoluta inactividad. Posterioremente le abocó en el tema de la Predestinación, pero este tema no lo trata aquí y por tanto, nosotros no nos vamos a ocupar de él.

El segundo, que cualquier hombre amparado por la Fe podía hacer en principio lo que quisiera o incluso no hacerlo. Su Fe justificaba y amparaba cualquier acción.
La consecuencia era la caída en una actitud indolente o, peor aún, intransigente y dogmática.

Al día de hoy, sin embargo, mis consideraciones al respecto han cambiado. Es cierto que sigo convencida de que tales problemas subsisten y que ambos constituyen una excusa tanto para la apatía como para el dogmatismo moral. Pero estoy convencida de que Lutero no pretendía ni lo uno, ni lo otro. No es sólo que Lutero se oponga a la ociosidad, es que no deja de hablar de las obras. Lutero es consciente de que a una sociedad la mantienen las obras de los individuos que en ella conviven. En cuanto al dogmatismo religioso, él mismo le estaba haciendo frente.

¿Cuál es entonces la auténtica posición de Lutero respecto al significado de las obras?

Como hemos visto en los otros escritos anteriores, la preocupación de Lutero por las cuestiones sociales es una constante. A mi modo de ver, despojando a las obras de su carácter religioso las trasladaba al amparo y cuidado de la ética social. Dejándolas al cuidado de los hombres,  liberaba a la religión de su yugo. La religión es espiritual y a ella corresponde única y exclusivamente la esfera de lo espiritual. Las obras humanas, en cambio, son materiales y fingiendo una bondad y una pureza que en absoluto conllevan, manchan la esfera del  espíritu. Las obras imperfectas de los hombres imperfectos pertenecen a la esfera de la sociedad, tam imperfecta como los mismos hombres que la constituyen. Es a ellos, por tanto, a quienes les pertenece decidir cuándo una obra es útil o no, aceptable o no. "Al César lo que es del César y a Dios, lo que es de Dios" Las obras de Dios corresponden a Dios, la de los hombres, al César. Que el César juzgue las obras humanas, que Dios juzgará el corazón de los hombres.
De este modo, las obras de los hombres abandonan el terreno de la religión para ir a habitar los aposentos de la moral y de la ética. Las obras dejan de pertenecer a la consideración del Tribunal de la Iglesia Católica y pasan a ser asunto de la política humana. Ésta, en mi opinión, era el principal propósito de Lutero. El teólogo alemán hace un llamamiento a la confianza en Dios, a la humildad del hombre, a obrar llevado de la Fe y no del respeto social o del beneficio económico que de tales obras puedan derivarse.


En segundo lugar, la Fe libera al hombre de los prejuicios sociales, de los intereses, de las apariencias sociales. El hombre de Fe no tiene que justificar su conducta ante los otros hombres porque él solo responde con su Fe ante Dios. No se trata sin embargo de una Fe perezosa sino de una Fe viva. Esta Fe viva, sin embargo, se asienta en la penitencia y en la humildad. En este punto se muestra Lutero radical. La Fe viva nunca puede ser una Fe orgullosa, dogmática, arrogante. La Fe significa confiar en Dios, confiar humildemente y cargando la Cruz, que uno está seguro de poder sostener no gracias a sus propias fuerzas, sino porque su Fe en Dios le va a ayudar. Del mismo modo poco han de importarle a él los juicios ajenos. Él es mero instrumento de Dios. ¿Le aboca esto en el libertinaje? En absoluto, la misma Fe Viva que libera al individuo y a sus obras de la sentencia de la opinión pública, le mantiene unido a Dios y a sus preceptos.

Los argumentos teológicos que Lutero debió presentar para desposeer a las obras humanas de una consideración religiosa le condujeron en una dirección que, en mi opinión, no había previsto en un primer momento: la Predestinación. He dicho antes que no quería hablar del tema, pero no me resisto a hacer un comentario al respecto. Estoy convencida de que la Predestinación en la teología de Lutero fue más una consecuencia al que se vió arrastrado que un principio inicial de su teoría y, a mi juicio, significó -sobre todo- un carpetazo en la mesa para combatir la arrogancia de los representantes de la Iglesia Católica. Una especie de "Dios hace lo que le da la gana, porque le da la gana, cuando le da la gana, y como le da la gana".

Lamentablemente Lutero perdió en esta lucha un gran hombre: Erasmo de Rotterdam, cuyo espíritu conciliador con la Iglesia Católica no quiso aceptar semejante consecuencia por muy necesaria que fuera para ganar la guerra. Lutero perdió a Erasmo como seguidor;  no como simpatizante.

Sin embargo, en este primer momento, Lutero no ha desarrollado, como digo, esta tesis. La pregunta que plantea en la disputación de Heidelberg es:

¿Cómo puede estar seguro un hombre que alcanzará la gracia de Dios? ¿Qué es lo que mantiene a Dios unido al hombre?

El hombre no lo sabe pero lo espera. Y lo puede esperar en virtud de la naturaleza del amor divino. Como ya hemos visto, al contrario del amor humano, que aparece únicamente cuando encuentra algo digno de amar, el Amor de Dios crea lo que ama.

Isabel Viñado-Gascón





miércoles, 18 de marzo de 2015

Tratado sobre la indulgencia y la gracia (1518) Lutero

Este blog no es una traducción del texto original, sino simplemente una exposición resumida de las ideas más importantes del mismo. La indicación de los Puntos sirven únicamente para mostrar al lector en qué lugar del texto se halla la idea expuesta.

El contenido exacto del Tratado se encuentra en formato pdf en Internet. 

Es un documento muy breve que recomiendo encarecidamente leer no sólo por su valor religioso sino, sobre todo, por su carácter social.

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El “Tratado sobre la indulgencia y la gracia” es en realidad un sermón  en el que Lutero comienza exponiendo la posición de la Iglesia Católica para demostrar que es imposible que pueda considerarse válida.

Al igual que su anterior escrito, “Las 95 Tesis”, el "Tratado sobre la indulgencia y la gracia" está desarrollado en forma de puntos o tesis: en este caso veinte. De esta forma Lutero pretendía explicar sus ideas lo más clara y sistemáticamente posible a fin de facilitar tanto su comprensión como su difusión. El religioso alemán estaba harto de retórica escolástica, de malabarismos a base de argumentos que más que argumentos eran falacias sofísticas. Una tarea prioritaria, a su juicio, era la de organizar la existencia humana lo más racional y eficazmente posible con la ayuda de Dios sin que esto exigiera la obligación de apoyarse en consideraciones teológicas formuladas por los hombres de Iglesia, que únicamente ocultaban juegos de poder y dominación de los fuertes sobre los débiles.

Lutero se apoya en tres afirmaciones para atacar la existencia de las indulgencias.

1.        La práctica de las indulgencias genera consecuencias negativas para el individuo y la sociedad.

Lutero inicia su sermón explicando que la según la doctrina de Santo Tomás y sus sucesores, el sacramento de la penitencia se basa en el arrepentimiento, la confesión y el desagravio y que las indulgencias sólo dispensan de la última parte. Esto es: de la cuestión referente al desagravio, que a su vez consta de tres aspectos: Oración, Ayuno - referente a todo lo que tenga que ver con la mortificación de la carne -  y Donación de limosnas - que abarca los aspectos relacionados con la misericordia y el amor al prójimo.

Cabe deducir fácilmente los efectos perniciosos que de las indulgencias se derivan. Puesto que ellas eximen al individuo de la obligación de la reflexión, del esfuerzo y de las buenas obras, si nos basáramos en ellas ya no habría que hacer ninguna buena obra, con el consiguiente perjuicio tanto para el individuo como para la sociedad. 
En el punto 14 se muestra aún más radical: las indulgencias, dice, están hechas para los cristianos perezosos e imperfectos que no son lo bastante valientes para atreverse a realizar buenas obras o no quieren sufrir.

2.       Las indulgencias no pueden perdonar los pecados.

Lutero explica que incluso dentro de la propia Iglesia Católica existe la dudade si las indulgencias pueden librar a sus poseedores de la condena de Dios por sus pecados.

La postura de Lutero es contundente: el perdón sólo puede ser otorgado por Dios (Punto 7) y no hay ningún lugar en las Sagradas Escrituras que diga que Dios exige para el perdón de los pecados otra cosa que no sea el arrepentimiento sincero y de corazón, o regresar con la intención de cargar con la Cruz de Cristo (Punto 6).

3.       Las indulgencias están concebidas para enriquecer al Vaticano.

A partir del Punto 14, el contenido del sermón se convierte en una denuncia social. Lutero descubre los auténticos motivos de la promulgación y venta de indulgencias: la construcción de San Pedro, en el Vaticano.

Contra esto Lutero opone el argumento del amor al prójimo:

Es mejor dar una limosna al necesitado y hacer una buena obra, que dar dinero para la construcción del Vaticano, incluso cuando a cambio se obtiene una indulgencia. (Punto 16)

E incluso dejando a un lado la construcción de San Pedro, lo más importante es, si se quiere dar algo, dar limosna al necesitado más cercano.

Caso de que en la propia ciudad, ya no quede ninguno que precise de ayuda, entonces se puede dedicar ese dinero al mantenimiento y ornamento de la Iglesia.

Y sólo en el caso de que también esto se haya logrado, puede uno emplear sus recursos para la construcción de San Pedro.

Pero se haga lo que se haga, nunca por las indulgencias. Porque como San Pablo dice, “Quien a los suyos no les hace bien, no es buen cristiano y molesta más que un pagano”

La conclusión de Lutero

Los tres motivos arriba expuestos (porque incentivan la pereza moral, no perdonan los pecados y el dinero que con ellas se recauda no se destina al bienestar de la comunidad del lugar sino que va a parar a San Pedro), conducen a Lutero a las siguientes conclusiones:

-          - Desaconseja la adquisición de indulgencias.

No existe obligación alguna de comprarlas. Es una decisión voluntaria. (Punto 17) “Mi voluntad, deseo, petición y consejo –  afirma Lutero -  es que nadie compre indulgencias.” Las indulgencias hay que dejarlas para los cristianos perezosos y adormilados. (Punto 16) En contra de lo que algunos nuevos doctores sostienen, Lutero no cree en absoluto que ellas salven de las penas del Purgatorio y además demostrarlo resulta imposible.

-          - Aconseja la acción individual para alcanzar la redención divina.

En cambio es necesario que uno se preocupe por sí mismo de su propia alma. Lo mejor para conseguir la salvación es dedicarse a rezar y a obrar bien (Punto 18). Este comportamiento es más seguro y eficaz y está contenido en las Sagradas Escrituras.

-          - Defiende el juicio crítico individual.

En efecto, a Lutero no le importa ser condenado por la Iglesia por hereje, cuando se trata de proclamar aquello que es sencillamente verdad. Quienes le condenan, dice, son cerebros oscuros y lúgubres, que ni siquiera han olido la Biblia, no han leído a los maestros cristianos y ni siquiera han entendido a los suyos propios.

La obra termina con la rogativa de que Dios les conceda a él y a los otros, un justo discernimiento.

Comentario

El sermón de Lutero contempla dos aspectos: el religioso y el social.

Desde el punto de vista religioso, las indulgencias no sólo son innecesarias sino que son perjudiciales puesto que reducen el mérito del esfuerzo, de la superación y del buen hacer del cristiano que pone todas sus fuerzas a la realización de la palabra de Dios. En las 95 Tesis, Lutero afirmaba que las indulgencias estimulaba la codicia, en este sermón asevera que incentiva la pereza moral. Así pues, lejos de constituir un beneficio para el individuo, determinan su decadencia y la decadencia de las sociedades en las que su práctica es habitual. Máxime, cuando ni siquiera redimen del castigo divino, porque sólo Dios puede hacerlo.

Desde el punto de vista social.
A mi modo de ver, este aspecto es el más importante. No es simplemente que Lutero censure que el destino de los beneficios obtenidos a través de las indulgencias sirvan para construir la Basílica de San Pedro. Si se hubiera detenido allí, sus palabras no habrían pasado de ser una certera crítica, pero no habrían originado la revolución cartesiana que estalló dentro de la Iglesia.

Lo que realmente constituyó un desafío a los poderes establecidos fueron. por un lado, que los primeros beneficiados por nuestro dinero y nuestra misericordia no han de ser las instituciones eclesiásticas, sino los necesitados. Y sólo cuando en nuestra comunidad ya no exista ninguno que requiera de nuestros recursos, es cuando se ha de prestar atención al cuidado y mantenimiento de altares, edificios eclesiásticos y semejantes.

Por el otro,  la afirmación luterana de que la caridad ha de practicarse comenzando por el prójimo; por los necesitados más cercanos: primero los de casa, luego los de la comunidad, y así sucesivamente, hasta donde los recursos alcancen.

De este modo, la Iglesia pasaba a ocupar un segundo plano tanto en la cuestión económica como en la política y perdía la supremacía que su organización centralista le había garantizado hasta ese momento. 

Lutero liberaba a los fieles –príncipes y villanos- del poder del Vaticano, empeñado en controlar y dirigir desde Roma cada pequeño rincón de la cristiandad y convertía al individuo en el centro de sí mismo al hacerlo, como acabamos de ver,  responsable directo de la salvación de su alma y único responsable del destino de sus bienes que al contrario de lo que los ministros eclesiásticos estaban pregonando en esos momentos no tenían por qué emplearse en servir a fines extranjeros con las falsas promesas de quedar libres de las penas de Purgatorio. Falsas porque por un lado no constaban en las Santas Escrituras y por otro no se podían verificar.

La soberbia de la Iglesia Católica, su negativa a atender y considerar los sensatos argumentos que se le presentaban, su empeño en mantenerse alejada de los nuevos tiempos, de los adelantos científicos, del pensamiento racional, su negativa a ceder ni un milímetro de terreno ni en lo referente a la argumentación, ni en lo referente a la importancia del individuo, su ciego deseo a detentar el poder fuera como fuera, abocó a la cristiandad en una lucha interminable: la lucha de los individuos contra los poderes concentrados y centralizados de la Institución; la lucha de la razón contra la irracionalidad; la lucha de la libertad contra la ciega obediencia; la lucha de la luz contra la oscuridad.

Hacer se hizo hasta donde se pudo hacer. No creo que Lutero hubiera esperado alcanzar tanto como se alcanzó. Para él no se trataba de una cuestión de Poder sino de Justicia. No era una cuestión de vencer al precio que fuera sino de vencer con la Razón. El primer objetivo de Lutero no fue nunca el de constituir una nueva Iglesia, sino el de introducir reformas que permitieran un mejor funcionamiento no sólo de la institución, sino sobre todo, de la sociedad.

Vivimos en tiempos de una profunda crisis no sólo económica sino también espiritual. Y cuando digo “espiritual” me refiero tanto en su sentido religioso como humanista.
El hombre ha perdido el centro de gravedad.

El Vaticano hace tiempo que dejó de serlo y el individuo no ha sido lo suficientemente valiente como para coger en las manos las riendas de su propio destino para dirigirlo y guiarlo con mano firme. Cuanto más clama “libertad”, más lejos está de conseguirla.

En este sentido puede afirmarse que la crisis de la Iglesia Católica no es tan terrible como la crisis de la Iglesia Luterana.

La crisis de la primera se debe al agotamiento de una Institución milenaria que busca desesperadamente la forma de regenerarse, aunque sea utilizando la cirugía estética, el bótox y todo lo que haga falta.

La crisis de la segunda, en cambio, señala la profunda crisis en la que el individuo está anclado y que, por tanto, se ve incapaz de sacar adelante su casa, su comunidad y su sociedad.

Isabel Viñado Gascón




martes, 17 de marzo de 2015

Las 95 Tesis de Lutero (1517)

El contenido exacto de las 95 tesis puede encontrarse fácilmente en formato pdf en internet.

A mi modo de ver, dos son los temas principales que allí se tratan:

a)      Desde un punto de vista teológico.

-          En la primera tesis Lutero considera que cuando Jesucristo dijo: “Haced penitencia”, se refería a toda la vida, hasta la entrada en el Reino de los cielos y por tanto la penitencia sacramental no es suficiente para cumplir el precepto divino (Tesis 2).
Esta primera afirmación es fundamental. Lutero le quita el valor salvador a la confesión sacramental, no así a la Penitencia y al arrepentimiento, que él considera fundamental.. Por eso en la Tesis 35, vuelve a repetir que no predican cristianamente los que afirman que no se necesita el arrepentimiento para salvarse y que basta con una indulgencia para conseguirlo. En efecto, ¿cómo puede una indulgencia salvar a un alma que no se ha arrepentido sinceramente o puede una indulgencia papal liberar del purgatorio a un alma que todavía no se ha purificado lo suficiente? (Tesis 30, Tesis 32). Por contra, el cristiano que realmente se arrepiente de sus pecados no necesita nada de eso y es perdonado total y absolutamente (Tesis 36).

-          Consiguientemente el Papa no puede perdonar ninguna culpa salvo las referentes al incumplimiento de las normas por él impuestas (Tesis 20). En lo que a las almas del Purgatorio se refiere, Lutero afirma que el Papa puede absolverlas pero no por la tenencia de las llaves (que no las tiene), sino a través de la intercensión (Tesis 26).

b)      Desde un punto de vista socio-económico

-          Una vez asentado este principio teológico, Lutero dirige su primera protesta contra los canónicos que amenazan con penas canónicas a los moribundos para conseguir satisfacer determinados intereses (Tesis 17), cuando en realidad  a los moribundos la muerte les absuelve de todas sus penas (Tesis 13).

Su segunda advertencia se refiere a los que predican indulgencias con la afirmación de que las indulgencias del Papa absuelven de toda pena. Por eso en la Tesis 27, Lutero hace referencia al dicho común que en cuanto la moneda suena en la caja, del purgatorio el alma se escapa. Lo que en realidad puede aumentar con las indulgencias es la codicia. Ello corrompe al pueblo y a la Iglesia. Esta es la idea que prevalece a partir de la Tesis 39 y la que impera a lo largo de todo el escrito. A juicio de Lutero resulta inaceptable que el dinero juegue un papel más importante  a la hora de perdonar las culpas que la fuerza espiritual de la contricción y que haya párrocos que dediquen más tiempo a la prédica de las indulgencias que al sermón cristiano (Tesis 54). En este sentido es fundamental que el Papa se ocupe de castigar a aquéllos predicadores de indulgencias que las utilizan con exceso y abusivamente (Tesis 72) porque a la larga originarán una falta de respeto al Papa y determinarán el nacimiento de dudas y desconfianzas teológicas (Tesis 80- Tesis 90).

Del mismo modo ha de enseñarse al cristiano que hay valores, como son el arrepentimiento, la penitencia, la misericordia y el cuidado de su propia economía, mucho más importantes que las indulgencias. Por eso, afirma Lutero, cuando uno encuentra a un necesitado y, en vez de prestarle atención, le compra una indulgencia lo único que está haciendo es encender la cólera divina (Tesis 44). Y del mismo modo, el cristiano, cuando no dispone de excedentes, está obligado a invertirlo en su propia Casa y no en indulgencias (Tesis 45).

En este sentido  las conclusiones de Lutero son absolutamente radicales:

1.       Una gran parte del Pueblo es estafada con la vanidosa e indiscriminada promesa de que van a ser eximidos de su condena. (Tesis 24)

2.       Cualquier verdadero cristiano tiene derecho –con o sin indulgencia-  a compartir todos los bienes de Cristo y de la Iglesia. (Tesis 37)

3.       El verdadero tesoro de la Iglesia han de ser los Evangelios. Se ha de pescar a los hombres con las enseñanzas de las Santas Escrituras. En cambio prefieren utilizarse las indulgencias porque así se pescan los tesoros de los hombres. (Tesis 62-67)

4.       Es preferible exhortar a los cristianos a pensar que sólo después de haber sufrido grandes pruebas y haber superado difíciles obstáculos entrarán en el Reino de los Cielos, antes que prometerles que pueden alcanzarlo de forma tranquila y pacífica gracias a las indulgencias. El esfuerzo del hombre, no su riqueza, es lo que cuenta; el mérito y su individual sacrificio y no las indulgencias. (Tesis 91-95)

Comentario 

Estas 95 tesis señalaron el principio del fin. Las sensatas reflexiones de un hombre creyente, consagrado a Dios,  sobre  la necesidad de introducir reformas para solucionar los acuciantes problemas que diariamente horadaban la fe y las costumbres tanto del pueblo como de los ministros de Dios, se vieron no sólo ignoradas sino atacadas. Como suele ser habitual, Lutero fue condenado por uno de los pecados que con más frecuencia solía cometer la misma Institución que se lo estaba reprochando a él: la soberbia.

Soberbio era aquél que se atrevía a pensar,  el que intentaba seguir la palabra de Dios lo más fielmente posible en vez de obedecer ciegamente las disposiciones canónicas, de naturaleza tan terrenal como cualquiera de los hombres que las dictaban..


Sucedió lo que suele suceder: que las pretensiones justas y serenas de un individuo generen aludes de efectos imprevisibles cuando no son consideradas a tiempo.


Isabel Viñado Gascón.

Nota: Al final de esta serie de blogs dedicados a Lutero, publicaré  un largo comentario al respecto. Basta aquí un simple apunte.

jueves, 12 de marzo de 2015

Una nueva perspectiva de la relación entre Esaú y Jacob. Historias de la Biblia


Conversaciones para pasar el rato de un libro nunca publicado

En España, las élites se han dedicado tradicionalmente a rezar el rosario y en la actualidad a ejercer de “beautiful people”, y se ha esperado del pueblo que reforme. ¡Como si el pueblo tuviera tiempo para reformas!  Con sobrevivir le basta y le sobra. Pese a nuestro arrojo y bravura no hemos podido hacer nunca revoluciones sino sólo revueltas, que es lo propio de los de abajo.

- ¡Qué serio lo dice! Pensé que me había dicho usted que tenía sentido del humor.

 - Y lo tengo –afirmó Joaquín Vals, limpiándose la boca con la servilleta- Pero los más grandes humoristas de este mundo han sido también los que mejor han sabido darse cuenta no ya de lo seria que es la vida sino de lo trágica que es. Y es trágica porque no tiene solución, porque nosotros mismos no la tenemos. Los que no se han dado cuenta de eso han sido los otros: los que se sentaban a escucharlos para poder reírse de su propia vida y seguir adelante. Los humoristas, en cambio, lo tienen difícil, porque ¿quién hace reír al que hace reír? Y por eso los payasos, los buenos payasos, son los más tristes de todos los hombres: porque mientras los espectadores creen que se trata de una burla de la realidad, ellos saben que están escenificando la realidad misma.

 Así que –continuó Esteban – usted es un payaso triste.

- No se me vaya a las profundidades metafísicas. – le aconsejó Joaquín Vals- Los gordos como yo flotamos, pero los delgaditos como usted...

- He de reconocer que es usted un tipo curioso –sonrió Esteban- Uno nunca sabe si habla en serio o en broma.

- ¡Oh! Yo hablo muy seriamente en broma. – Contestó desenfadadamente Vals- No crea que es fácil. Se requiere una gran flexibilidad mental. De lo que no cabe duda es de que a usted se le ha enfriado la comida. Termine ya, hombre. Nunca he comprendido a esos que tardan tanto tiempo en masticar, sobre todo tratándose de algo tan exquisito como lo que tiene usted delante.

Tengo la impresión de que utiliza los placeres culinarios – observó Esteban, decidiéndose al fin a comer al mismo tiempo que hablaba-  como excusa para ocultar al gran hombre que hay en usted.

- Lamento tener que decepcionarle. Si está esperando de mí grandes gestos y heroicidades, se equivoca. Yo soy de los que siempre ha comprendido la razón que llevó a Esaú a vender su primogenitura.

- ¿Y esa fue...? – preguntó un tanto desconcertado Esteban, cuyas nociones de la Biblia se habían descolorido bastante desde que salió del colegio.

-  ¡El hambre! – Exclamó Joaquín- ¿Le parece poco? A mí me parece un motivo fundamental. Esencial, diría yo. ¡¿Qué importan honores y gloria si el estómago está gritando que lo llenen?! Yo nunca he comprendido a esos nobles que prefieren morirse de hambre antes que ponerse a trabajar. En cambio, la actitud de Esaú siempre me ha parecido muy inteligente. La primogenitura ya la tenía perdida de todas formas. Jacob había sido desde el principio de los tiempos el favorito de su madre. Contra eso no había nada que hacer. Esaú era trabajador, fuerte e inteligente. Estoy seguro de que incluso era un buen hijo. Isaac desde luego le prefería. Pero tuvo la mala suerte de no gustar a su madre desde el principio. Vete tú a saber  el porqué. Las mujeres a veces tienen ideas tan extrañas... Quizás ni siquiera fuera tanto la falta de amor hacia Esaú como el deseo de compensar la falta de virtudes que Jacob mostraba. Porque ya es raro, ya, que mientras su hermano se iba de caza, él se quedara preparando tranquilamente sus lentejas... A cualquier otro le hubieran tildado de vago como mínimo, pero ya sabe usted como son las cosas: “más vale caer en gracia que ser gracioso”. Jacob era, con toda seguridad, el clásico niño guapo que no hace nada especial pero que tiene eso que todos llamamos “don de gentes” y por eso, haga lo que haga, al final todos le perdonan sus desaciertos: Incluso Dios. Mira que consentir que se enfrentara a Él y en vez de atestarle una buena sacudida, que hubiera sido lo habitual, no sólo no se enfada sino que encima va y le cambia el nombre por el de Israel... Hace falta tener suerte. Aunque nunca se sabe. Jacob creyó que si Dios le perdonaba, le perdonaba el mundo. De ahí seguramente esa suicida afición judía a los sueños utópicos que no les han conducido más que a los archipiélagos Gulag de este mundo. Porque el mundo, se empeñe quien se empeñe, no es Dios. Yo creo que en el fondo, algo de esto intuía Jacob y por eso, cuando tiempo después volvieron a encontrarse los dos hermanos frente a frente, a él le entró el tembleque al pensar lo que su hermano mayor podría hacerle. Pero Esaú era un hombre bueno, rico y bien alimentado y esas tres características juntas difícilmente hacen de un hombre, un hombre airado.Yo siempre he estado convencido de que Esaú a esas alturas de la vida estaba hasta la coronilla de su hermano, al que consideraba un “vivalagente” sin oficio ni beneficio; pero como sabía que la culpable de todo había sido su madre, le abrazó y le llenó de regalos, a ver si le dejaban en paz de una vez por todas.

 - Sigo sin saber si habla en broma o en serio. En cualquier caso he terminado de comer.

-Oh, le aseguro que esta vez hablo bastante en serio. La Iglesia se ha pasado dos mil años hablando y comentando el fratricidio de Caín contra Abel. En cambio, de las relaciones entre Esau y Jacob  saca a relucir la historia de las lentejas para hacer aparecer al primogénito como un glotón que sólo piensa en la comida. Siempre me ha resultado curioso que los teólogos nunca se hayan parado a reflexionar sobre el apetito que da el ir de caza y estar todo el santo día de aquí para allá. Y lo triste que es enterarse de que tu propia madre ha hecho todo lo posible para arrebatar la progenitura que por nacimiento te corresponde para dársela a tu hermano. La Iglesia, como de costumbre, es incapaz de trascender los detalles y sobresee el drama de un hijo inteligente y trabajador que no es aceptado por su madre y que lejos de mostrarse rencoroso con su hermano y darle un par de golpes, decide irse. Esaú, señor de Edom y fundador de Petra se niega a dejar pasar a Moisés y al resto del pueblo israelí en su camino por el desierto. Nuevamente le reprochan su materialismo. Es cierto que el agua, como las lentejas, no es un bien del que uno pueda prescindir alegremente. Pero fíjese, yo siempre he creído que más que falta de generosidad, lo que Esaú temía es que se quedaran allí una buena temporadita y no hubiera forma de hacerles levantar el campamento. ¿A usted qué le parece? Ah, la historia de Esaú y Jacob da para muchas interpretaciones y no es raro encontrar variaciones sobre el mismo tema. Fíjese, por ejemplo, en el caso de Héctor y Paris, o en el caso de los hermanos Humboldt... Aunque eso sí: hay que reconocer que cada Esaú de este mundo, lo resuelve de un modo distinto. Héctor, dió la vida por su hermano a pesar de que lo consideraba un inútil. Al mayor de los Humboldt, por su parte, no le quedó más remedio que crear una Universidad para proporcionar a Alexander una cátedra que le costeara los viajes después de que tantas aventuras hubieran terminado por agotar su herencia familiar. No sólo obtuvo su cátedra sino que incluso hoy en día es más conocido y admirado que su hermano, que se dedicó a ayudarle en la sombra. La moraleja de toda esta historia es que los Esaú sólo sobreviven cuando consiguen alejarse de sus Jacobos o pueden proporcionarles una fuente de ingresos, lo cual, me concederá usted, no es fácil.

- He de confesar que ahora sé lo que es sentirse anonadado. Me gustaría poder contestarle algo, pero lo cierto es que no se me ocurre nada qué decir salvo que creo que me duele la cabeza.

- Espero no ser la causa.

- Créame, a estas alturas de la tarde no sé si es usted la causa o la consecuencia. En realidad me da igual. Dígame, ¿encuentra normalmente muchos contertulios? - Esteban no se esforzó por evitar el tono de ironía con que lo dijo.

- “Normalmente” es un término extraño – contestó el doctor Vals, fingiendo mohín – y no creo que se sienta con ánimos de escuchar la diversa variedad de significados que entraña, pero contestando brevemente a su pregunta le diré que todo depende del grado de curiosidad que tenga el contertulio, como usted lo llama, por las ideas del otro y por compartir las suyas propias. Fíjese, llevamos un buen rato hablando y usted, pese a la impaciencia que le caracteriza, ha continuado oyendo atentamente, a veces incluso sin entender lo que yo estaba diciendo, pero su deseo de saber adónde iba a ir a parar le ha hecho quedarse sentado en su silla. Ahora que ya conoce mis ideas y puntos de vista, yo no tendría ningún reparo en escucharle rebatir a usted todo lo que acabo de decirle punto por punto. Y así podríamos alargar la tarde y adentrarnos en la noche. Al despedirnos estaríamos profundamente agotados por la nueva carga que nuestras mentes tendrían que procesar pero también, justamente por eso mismo, indescriptiblemente felices. Ahora bien, si me siento con uno de esos que en vez de argumentos presenta insultos y en vez de atacar mis tesis, me ataca a mí, la diversión se extingue y ya no se me ocurre nada que decir, salvo hablar del tiempo y a veces ni eso.



Isabel Viñado Gascón











lunes, 2 de marzo de 2015

La auténtica situación en Rusia (1928) Leon Trotski

Advertencia
Ignoro si este es el título que se le ha dado en la traducción española. A decir verdad, ni siquiera sé si ha sido traducido a nuestro idioma. Todas mis búsquedas al respecto han resultado infructuosas. Ni siquiera consta en la lista de escritos de Trotski que aparecen en el informe de wikipedia española.

A pesar de no ser su obra más conocida, esta obra resulta interesante porque fue publicado en 1928, poco antes de que Trotski tuviera que exiliarse definitivamente por el peligro que para su vida representaba quedarse en Rusia. Con su huida, parecía haber terminado el duelo político que se había iniciado entre él y Stalin en 1922. No sería así: el 1940 Trotski murió asesinado a manos de un español comunista – Mercader – que cumplía órdenes de Stalin.

El libro de Trotski está dividido en tres partes.

- La primera es: “El temor a nuestro programa”.
- El nombre de la segunda da título al libro: “La situación real en Rusia” y
- La tercera parte se llama: “Stalin falsifica la Historia”.

A ello hay que sumar un anexo de Documentos: el testamento de Lenin, las últimas palabras de Adolf Joffes, las relaciones del stalinismo con China...

El escrito termina con una llamada a la oposición rusa.

En la primera parte, Trotski pone de manifiesto la política antirevolucionaria de aquéllos que detentan el poder. La falta de consideración hacia la oposición, la difusión de mentiras - “fábrica del falseamiento”- y la potenciación del sistema burocrático y el relevante papel del capital privado en la economía, son los nuevos pilares en los que el gobierno dirigido por Stalin y sus amigos, se asientan. A los disconformes se les destierra, se les niega el derecho al trabajo y se les encarcela. Tales mecanismos de amedrantamiento se utilizan contra los propios miembros del partido. El resultado de todo ello es que en las asociaciones nadie se atreve a dar su verdadera opinión y nadie vota según su conciencia. 
En opinión de Trotski, la Dictadura del Proletariado se ha convertido en la Dictadura de la Burocracia.
Su esperanza es que la oposición se una para derrocar a Stalin. Su temor, que lo hagan los contrarevolucionarios para derribar la revolución.

En la segunda parte, se analiza la situación real en Rusia, que es francamente difícil.

Políticamente existen tres corrientes ideológicas. 
Una, que se inclina a la derecha.
La segunda – centrista- que es a la que pertenece Stalin y que es grupo dominante en el partido. Su estrategia se basa en sofocar las protestas, en ordenar la vuelta al trabajo, y en la negación a sentarse a discutir. Stalin y sus partidarios se muestran cada vez más intolerantes con las críticas, hasta el punto de que quien no comparte el discurso oficial es declarado opositor. El aparato burocrático es cada día más fuerte. El número de funcionarios no deja de aumentar. Según Trotski, el stalinismo es hipócrita: utilizando la máscara del socialismo, sus palabras y sus frases, en la realidad se aleja de él.
El tercer grupo lo constituye la oposición, configurada por el ala leninista del partido. A medida que el aparato central se reafirma en su poder, con mayor virulencia se persigue a las voces críticas. Para conseguir un puesto en la organización juvenil comunista se exige absoluta obediencia y la disposición de participar en la persecución de la oposición.

El capital privado sigue desempeñando un papel relevante en la economía y la burguesía ha crecido. Los impuestos en los pueblos se aplican utilizando una proporción inversa: los económicamente débiles pagan más que los económicamente fuertes. La desproporción y desigualdad entre los precios industriales y agrícolas es cada vez mayor. La propaganda del aparato no sólo oculta la situación real en Rusia sino que además promueve una falsa visión de la realidad. Las condiciones del trabajo han empeorado, las reformas van encaminadas a introducir la “Racionalización de la producción”, que es el término con el que se suele designar a las medidas encaminadas a reducir el número de trabajadores. Esto es: a proceder a su despido. Los más afectados por dichas medidas son los trabajadores no cualificados, los jornaleros, las mujeres y los jóvenes. Crece el número de niños abandonados, la mendicidad y la prostitución. Los costes para la vivienda se han disparado, el alcoholismo abruma a la nación; faltan escuelas y guarderías adecuadas, muchos niños de trabajadores deambulan por las calles sin que nadie se haga cargo de ellos; el alcoholismo abruma a la nación: favorece el absentismo laboral, obstaculiza la consecución de títulos de cualificación profesional, provoca el aumento de los accidentes de trabajo,  impide el manejo adecuado de las máquinas con lo cual éstas se estropean más a menudo; es causa de peleas y enfrentamientos. En definitiva, los costes que el alcoholismo genera ascienden a cientos de millones de rublos.

Dicha “racionalización” implica, además, un empeoramiento de las condiciones de trabajo, - que cada vez son menos de trabajo y más de esclavitud -, al tiempo que aumentan los conflictos laborales. Las relaciones jefe – trabajador se han empeorado hasta el punto de haber vuelto a parecerse a las existentes antes de la Revolución. Las promesas de reforma de parte de la empresa han perdido toda su validez y credibilidad. La distancia entre sindicato y trabajador es abismal. La divisa a seguir es más o menos “Si quieres conservar el poco pan que tienes, mantén la boca cerrada.”

En el campo la situación no es mucho mejor. Los grandes terratenientes siguen conservando la tierra. La industrialización es practicamente inexistente. Los jornaleros tienen que soportar una vida material  de esclavitud y una usura financiera. Ambas van de la mano.

A juicio de Trotski es necesario adoptar una serie de medidas encaminadas a superar esta situación de miseria. Trotski considera de vital importancia conseguirlo manteniendo la estabilidad económica.
Dos son los modos que propone: reducir los precios y lograr un Estado sin déficit, y en esta dirección deben ir encaminadas todas las medidas económicas.

Hay que llevar a cabo una revolución técnica en el campo, introducir la utilización de abonos e incentivar a que los trabajadores agrícolas se organicen; también hace falta potenciar la industrialización. Todas estas reformas van encaminadas a lograr un incremento de la productividad. Dicho incremento sirve a tres fines. En primer lugar, a reducir el desempleo; en segundo lugar, a lograr un descenso de los precios sin que para conseguirlo haya de resentirse la calidad ni deban emplearse subvenciones estatales; en tercer lugar, a impulsar el que Rusia pueda desempeñar un papel fundamental en el comercio exterior. Trotski se muestra contrario a favorecer la autarquía y la autosuficiencia económica rusa. Al contrario: de lo que se trata es de que Rusia respete a los pueblos de alrededor, les muestre mayor respeto, permita su desarrollo y vaya adquiriendo un peso cada vez mayor en las relaciones internacionales. Pretender un desarrollo socialista aislado significa falsear la perspectiva. En este sentido, Trotski considera  importante tomar como modelo a Alemania: el grado de desarrollo de su industria así como su participación en el mercado mundial le ofrecen –afirma el escritor- una gran protección en caso de guerra.

Al mismo tiempo, está convencido de que el éxito internacional en el comercio motivará a los países que él denomina “imperialistas” a ir en contra de la Unión Soviética. No es posible descartar una Guerra Mundial. Caso de que esto sucediera, dice Trotski,  Rusia se vería favorecida por las simpatías de las masas trabajadoras de todo el Planeta y significaría el aceleramiento de la caída del capitalismo. Así pues es imprescindible potenciar la unión internacional de los trabajadores.

Según Trotski aquél que no defienda a la Unión Soviética es necesariamente un traidor al proletariado internacional.

En lo que a la revolución china se refiere, Trotski expone sus dudas razonables de que llegue a ser una auténtica revolución debido a la desastrosa influencia de Stalin.

En la tercera parte y final, Trotsky describe el falseamiento de la historia que relata Trotski se parece enormemente al que describía George Orwell en su obra 1984. Se silencian las voces críticas, se potencia la propaganda, se inventan éxitos, se callan los fracasos. La censura trabaja incesante y despiadadamente. Se destruyen y ocultan cualquier documento –incluso los escritos por Lenin- en los que pueda leerse alguna mínima crítica contra Stalin.

Trotski se queja de la persecución de que ha sido víctima él mismo, de la difamación que ha sufrido, de las mentiras que sobre él se han vertido. Y todo ello a partir de la muerte de Lenin.

Su conclusión es que las similitudes entre el sistema zarista y el nuevo son asombrosas. Los dirigentes siguen estafando al pueblo. En 1918 como en 1915 gobiernan la confusión , la mentira y el fanatismo. La policía política secreta actúa igual que actuaba en los tiempos del zarismo: detiene a los jefes de la oposición y los deporta a los mismo lugares. Trotski se pregunta si tal vez dentro de poco no se establezca un sistema de persecución que elimine fácilmente a las víctimas.

Comentario

Seguramente si hubiera leído esta obra en el momento de su publicación mi natural desconfianza me hubiera inclinado a pensar que se trataba de un panfleto ideológico escrito por un frustrado y resentido opositor contra el grupo dominante del partido, democráticamente elegido y en vías de organizarse como fuerza dirigente.

Y esto por tres motivos. En primer lugar, porque en general estamos más predispuestos a creer que las voces críticas son las voces de aquéllos que a pesar de todos sus esfuerzos no vieron cumplidas sus ambiciones políticas, en vez de admitir que un pueblo que ha hecho una revolución como fue la Revolución bolchevique de Octubre, ha empleado todas sus fuerzas para derrotar a un tirano y sustituirlo por otro todavía más perverso y cruel que el anterior. El pueblo ruso no podía considerarse precisamente un pueblo débil. Si había decidido liberarse de sus cadenas, parecía sensato pensar que no iba a aceptar tan fácilmente unas nuevas...

A esto habría habido que añadir que las disputas internas y las enemistades y reconciliaciones eran una constante entre los revolucionarios y eran de sobras conocidas por todos. Los deseos de poder de los unos y las envidias de los otros, difícilmente permitían  separar dónde terminaban las discusiones políticas y dónde empezaban las cuestiones personales. El mismo Trotski que en su libro toma a Lenin y a sus tesis como los ejemplos a seguir, había tenido grandes diferencias con su mentor.

El tercer motivo de mi desconfianza se hubiera basado en el hecho de que ninguno de ellos estaba libre de culpa. La rebelión de Kronstadt fue aplastada por Trostki de manera brutal.

Para ser sinceros, la Revolución murió en el momento mismo de la victoria. Y eso porque los planes de la revolución eran desde su inicio mismo dictatoriales. Da igual que se denomine dictadura del pueblo o dictadura del zar. Las estructuras habían nacido con ansias autoritarias y totalitarias. El pueblo no era el fin sino el medio. El fin era el incremento de la productividad, el incremento de la industrialización, el incremento de las cosechas. Y en todo este proceso, el pueblo era simplemente un elemento más en las estructuras. El pueblo estaba condenado desde el principio mismo de la revolución a ser de nuevo esclavizado. Lo único que había cambiado era el nombre de su dueño. Sus cadenas no estaban para servir a la gloria del Zar sino a la gloria de la Revolución; a la gloria del Partido; a la gloria de Stalin...

La Historia se ha encargado de demostrar que Trotski no sólo no mentía en lo concerniente a la situación del momento rusa, sino que además sus análisis políticos resultaron proféticos.

Los nombres de los déspotas fueron cambiando, pero las estructuras se mantuvieron y se mantienen hasta nuestros días. Y se mantienen porque el pueblo ha seguido viviendo en esas estructuras durante siglos y o bien no tiene fuerzas para cambiar la situación porque las necesidades diarias le exigen invertir sus energías en otros campos, o bien no tiene ganas ni de siquiera intentarlo por aquello de “a vivir que son dos días”, o simplemente porque no tiene Fe en que lo que no ha cambiado en siglos pueda cambiar ahora.

En cualquier caso, debo confesar que hay veces en las que no puedo por menos que asombrarme ante lo que leo. En este caso lo ha sido de manera especial.

La exactitud de los análisis socio-político-económicos de Trotski contrasta con la ingenuidad de sus pretensiones. Sabe que la Revolución ha fracasado; es consciente de que el sistema zarista ha sobrevivido bajo otros nombres pero utilizando los mismos –si no más terribles métodos; es consciente de la gravedad socio económica por la que atraviesa el país: desempleo, crisis, desigualdad social, alcoholismo, antisemitismo,  retraso histórico; a medida que el lector avanza en la lectura, mayor es el desánimo que Trotski muestra. El aparato burocrático es cada vez más poderoso, el número de funcionarios aumenta sin cesar, las voces críticas son silenciadas violentamente, poco a poco sólo va existiendo un discurso “oficial”, una literatura “oficial”, un arte “oficial” y el número de detenidos y deportados empieza a ser preocupante, hasta el punto de que seguramente habrá que “simplificar” el proceso.

Lo sabe. Él mismo es una de sus víctimas.

Y sin embargo, Trotski sueña con un milagro del Cielo.

 Trotski sueña con una unión de la oposición que haga posible cambiar el rumbo de los acontecimientos y espera que le ayude un pueblo empobrecido y embrutecido por la miseria a lo largo de décadas, que ha reunido las pocas fuerzas de que disponía para derrocar al zarismo pero que rápidamente ha comprobado la inutilidad de su acción, un pueblo que sufre la opresión y la dictadura con mayor rigidez y prontitud que los opositores en el Poder, se una a la oposición para luchar una vez más contra estructuras tan firmes y bien consolidadas que se le antojan eternas.

Trotski sabe pero no acepta que el pueblo no quiere revoluciones; quiere pan. Y si hay que ser funcionario, se es; y si para entrar en el partido hay que jurar obediencia absoluta, se jura. Total –dice el pueblo- si no le jura al Partido hay que jurársela a la Iglesia, y si no al Zar, y si no a todos ellos juntos...

Trotski sabe que la situación económica es una catástrofe y sin embargo, sueña con ver a Rusia convertida en una potencia económica mundial. Hasta el punto de que las naciones que él denomina imperialistas, tengan envidia de su supremacía y le declaren la guerra.

Pero la guerra, para Trotski no constituye ni mucho menos un peligro.

Es, más bien, la salvación.

Trotski sigue soñando.

Trotski espera de afuera lo que ellos mismos no pueden conseguir. Tal y como lo plantea, la invasión que él denomina “imperialista” constituye más una esperanza que una amenaza para Rusia. La agresión externa conseguirá que el proletariado internacional se una para garantizar la seguridad de lo que aunque Trotski no lo diga sigue siendo “la madre Rusia”. Si antes era la madre del Zar, ahora lo es de la Revolución. Si antes sus hijos sólo eran rusos, ahora están por el mundo entero.

En su opinión, los opositores al sistema, los hijos rechazados, son los mejores.

Trotski reitera su ideología comunista sin darse cuenta de que lo que está defendiendo en su nacionalismo. Un nacionalismo que –diga él lo que diga- en ningún modo es internacional. No se trata de que Rusia se internacionalice, sino de que el proletariado internacional se una y vaya a defender los intereses bolcheviques, esto es: los rusos.

Pese a la corrupción americana y a las justas críticas que pueden hacerse a su sistema, lo cierto es que los Estados Unidos se basan en principios completamente distintos a los que han inspirado el sistema ruso. Los valores primeros en los que se asentó la revolución rusa fueron la productividad, la colectividad y la dictadura del proletariado. Los axiomas de la joven nación americana fueron la libertad individual y la supeditación de los poderes públicos al ciudadano. La tradición americana ha sido la de acoger a todos los recién llegados y respetar sus creencias y modos de vida –siempre y cuando éstas no atentaran a las normas jurídicas americanas. Nada que ver, en cambio, con la crudeza con las que Rusia ha tratado a sus propios habitantes y la cantidad de asesinatos en masa a judíos que habían salido de Francia y Alemania para unirse a la Revolución Rusa y que nunca creyeron que iban a ser presa del cruel y salvaje antisemitismo ruso, desconocido para una gran parte de la sociedad europea occidental.

Fuerza es advertirlo a todos aquéllos defensores del Principio de Identidad por lo cual “a” es igual a “a”, donde la primera “a” son los Estados Unidos y la segunda “a” Rusia.

En Rusia al día de hoy, han cambiado y mejorado las condiciones externas.

Las estructuras se mantienen.

La madre Rusia sigue siendo la madre Rusia. La globalización la hace más madre; o sea: le aporta la esperanza de procrear más hijos.

Eso es todo.

Isabel Viñado Gascón





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